You are on page 1of 2

LA MISERABLE ABUELITA

En una casita de palma y bahareque, con solo una gatita y tres gallinitas que le
hacían compañía, vivía una muy anciana y pobre abuelita que, sentada y con la
cabeza recostada en la improvisada puerta de zinc que estaba hacia la calle,
esperaba con ansias y en medio de su soledad, un platito de comida.

La abuelita, sudorosa del calor infernal que trae consigo el inclemente verano y
con esfuerzo por su ya deteriorada vista, miraba hacia el final de la calle
esperanzada de poder ver a lo lejos a alguno de sus hijos o alguno de sus muchos
nietos acercase a su vieja casa. Pero, cansada de esperar y esperar, decide
ponerse de pie para ver si encuentra algo de comer, pues ya sabía que nadie ni
nada llegaría.

Con sus deterioradas rodillas y apoyando sus ya arrugados y débiles brazos en


las viejas paredes de su casa, se dirigió hacia la cocina, un rancho de palma
ahumado por el fogón de leña que solo estaba sostenido por cuatros viejos postes
de madera llenos de comején, para ver si era bendecida de encontrar algo de
comer.

Pero no, desgraciadamente la pobre anciana no encontró nada más que un


pequeño y seco trozo de yuca en un tiznado y desganchado caldero que estaba a
la orilla de aquel parvo fogón; pero que, para su desgracia, con ayuda de las alas
y en un veloz movimiento, una de sus también hambrientas gallinas le arrebató
¡frente a sus ojos! pues el animalito lo tomó con fuerza en su pico y se lo llevó al
árido suelo del inmenso patio donde las otras dos gallinitas también la estaban
esperando. La abuelita, con su mirada llena de tristeza e impactada al ver tan
cruel y desesperanzada escena, tragó en seco, dio la vuelta, y con la resignación
más grande del mundo y la ayuda de sus viejas rodillas, volvió nuevamente a
sentarse en aquella silla.

Sentada nuevamente allí, al lado de esa vieja puerta de zinc, ¡su esperanza
renació! Vio salir de la esquina de la calle a la esposa de uno de sus hijos, quien
traía en sus manos un caldero quizás, pensó la abuela, con algo de comida para
ella. Pero no, no fue así. La mujer derechita, con paso firme y veloz y sin siquiera
mirar hacia la casa de la abuelita, pasó de largo. La anciana, entristecida y con
lágrimas en sus ojos, solo observó cómo se alejaba y allí, en ese mismo instante,
solo acompañada por el aullido de su gato, el cacareo de sus gallinas y el silencio
de la calle, comenzó a pedirle a Dios a través de sus pensamientos que la muerte
le llegase, porque más allá del hambre la estaba matando la indiferencia de
quienes un día ella misma les dio la vida y con mucho esfuerzo también alimentó:
sus hijos.

Mientras la agonía del hambre y la tristeza del alma carcomían su vida, y sus
pensamientos se la llevaban por un momento de la realidad, llegó su vecina, quien
después de llamarla por su nombre más de una vez, logró despertar a la abuela
de la profunda crisis de ausencia en la que se encontraba, para informarle que
ese mismo día le pagarían “los viejitos”, un subsidio de unos pocos pesos que el
estado mensualmente le regalaba a los adultos mayores. Al escuchar esas
palabras, sus ojos brillaron, la esperanza renació, pronto su hambre cesaría. Por
lo que, en un parpadeo, se bañó, se alistó y se fue a cobrar feliz su platica.

La amable vecina, quien, a pesar de no ser familiar de la señora, la acompañó a


realizar dicha diligencia, puesto que sentía mucho aprecio por la pobre abuelita.
La agarró de la mano y con toda la precaución del mundo la llevó hasta el sitio
donde debía cobrar el subsidio, el cual le entregaron luego de varias horas. Ya
con el dinero en uno de sus bolsillos y, de camino a la casa, la miserable abuelita
compró algunas cosas para cocinar, pero tan desafortunada, o quizás afortunada,
quién sabe, fue su suerte, que luego de comer colgó su amada hamaca para
disponerse a descansar, para disponerse a dormir, no sabiendo ella que sus ojos
no iba a volver a abrir.

FIN.

You might also like