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Lasombra II Sombras
Lasombra II Sombras
SOMBRAS
Bruce Baugh
PRÓLOGO
Viernes, 2 de junio de 2000, 1:15 a.m.
Wagga Wagga, Nueva Gales del Sur, Australia
PRIMERA PARTE:
ASOMÁNDOSE A LA OSCURIDAD
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Miércoles, 7 de junio de 2000, 2:00 a.m.
Castillo del Arcángel San Rafael
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Ahora el yate navegaba rumbo este, dejando las islas tan lejos
como podía. Las nubes ocultaban la luna y de cuando en cuando caía
alguna llovizna. Lucita y Conrad se pasaban casi todo el tiempo
echadas en las tumbonas del camarote principal, desde donde veían
pasar el mundo y donde sentían que sus cuerpos recuperaban una
valiosísima fuerza.
--¿De dónde salieron aquellas criaturas? --preguntó Conrad por
enésima vez-- ¿Alguna vez habías visto algo igual?
Lucita le respondió, también por enésima vez:
--No igual, pero...
Conrad la interrumpió.
--¿Sabías que había nigromantes entre las tribus que vivían lejos
del río cuando yo era pequeña?
--Sí, ya me lo habías contado...
--Vi a los muertos vivientes dos veces antes de la llegada del
reformador y después una vez más. Pero no eran como aquellas
cosas. Los muertos vivientes son criaturas solitarias y conservan parte
de su antigua personalidad. Se trata de una maldición que exige al
nigromante un profundo conocimiento de la víctima, en vez de algo
que puedas hacer a un montón de gente al mismo tiempo. --El fluir del
monólogo de Conrad se fue ralentizando poco a poco, a medida que
los recuerdos la iban abrumando.
--Existe más de una manera de ordenar a los muertos --le recordó
Lucita de nuevo--. Como has dicho, te has enfrentado a Giovanni y te
puedo asegurar que existen antiguos solitarios que dominan todo tipo
de singulares artes.
--¿Igual que tú?
--¿Cómo dices?
--Tú eres, con varios siglos de diferencia, la vampira más antigua
con la que he hablado nunca. Estoy convencida de que algunos de los
cardenales son más antiguos que tú, pero jamás entablo conversación
con ellos. De vez en cuando te dan alguna orden y tienes que
ejecutarla. Nunca he tenido la oportunidad de discutir nada con nadie
tan antiguo como tú.
--Entiendo --respondió Lucita, con el tono menos comprometedor
de que fue capaz.
--Tienes razón, he visto que los antiguos recurren a unos trucos
muy extraños. ¿Cuál es el tuyo?
--¡Ah!
Conrad esperó un buen rato. La lluvia amainó. La luz de las
estrellas empezó a colarse por un claro que se abrió en las nubes.
--¿Y bien?
--Nada interesante, me temo. He pulido cuanto sé, por supuesto,
pero no se trata de nada que tenga que ver con los secretos o con la
investigación de los misterios de la sangre. Más de lo mismo, esa es la
mejor forma de resumirlo todo.
--Claro. --Sin duda Conrad no se creyó ni una palabra.
Lucita consideró la idea de convencer a Conrad pero al final
decidió no merecía la pena tomarse la molestia. La realidad era que,
con una sola excepción, su repertorio de poderes no ofrecía nada
exótico. Había desarrollado una aplicación fuerte y creativa del
conocimiento existente, pues ese enfoque se adaptaba mejor a su
personalidad. De cuando en cuando aprendía algo nuevo de alguno de
los contactos que tenía en el clan o de algún otro miembro más o
menos digno de confianza de algún otro linaje, aunque no ocurría a
menudo. La excepción, ahora...
Durante algunas décadas posteriores al descubrimiento del Nuevo
Mundo los Lasombra fueron motivo de fascinación para infinidad de
magos y místicos de la sangre. Se empezó a decir que los
Matusalenes Lasombra creían que los sacrificios de sacerdotes
aztecas eran el verdadero motivo por el que el sol salía cada día, por
lo que abogaban por su exterminación (lo que en la actualidad los
jóvenes llaman «genocidio»), gracias a la cual el mundo quedaría
sumido en una noche eterna. El clima fue muy extraño durante un
tiempo, por lo que los buscadores de presagios empezaron a pensar
que aquel era el comienzo de una nueva era. Hasta que no quedó
claro para todo el mundo que el sol no necesitaba del corazón de
ningún azteca para alzarse, a Lucita y otros Lasombra que lidiaban
con el resto de la sociedad cainita les pareció que los órganos no eran
más que fetiches e ídolos para cierta clase de buscadores de poderes.
Un joven franciscano llamado Angelo Cavaradossi se convirtió en
adorador del dios egipcio Set. Pensaba que la atracción que los
Lasombra sentían por las sombras guardaba la promesa de nuevos
conocimientos sobre el objeto de devoción de su propio clan, y estaba
ansioso por compartir secretos. Lucita pensó que era un demente,
aunque no dejó pasar la oportunidad de conseguir algo más de poder
para sí misma. Así fue como instruyó a Angelo sobre los misterios del
control de las sombras y como él le enseñó a ella las claves de la
evocación serpentina. Después el franciscano continuó su camino y
Lucita ya nunca volvió a oír hablar de él. De cuando en cuando Lucita
pensaba que merecería la pena buscar una nueva fuente de
información entre los chiquillos de Set, pero por alguna razón nunca se
dedicó a ello demasiado en serio. Por tanto Lucita poseía las bases de
una ventaja característica y poco común, pero en la práctica todo para
cuanto la podía utilizar era para sobrecoger a los mortales de una
manera muy distinta.
--Por experiencia --añadió Lucita una vez que el ensueño quedó
atrás-- puedo decirte que la especialización exótica suele ser una
trampa. Lo verdaderamente útil es pensar en cómo sacar el máximo
provecho de mi fuerza o de mi habilidad para establecer prioridades de
curación. Viene de perlas en todo tipo de situaciones. Saber cuál es el
nombre secreto de un enemigo determinado equivale a tener un fiel
sirviente, hasta que es destruido. Quizá no sepas mucho sobre ellos
pero los Capadocios pueden adoptar la apariencia de un cadáver
auténtico. Todo eso está bien y es bueno pero solo se puede emplear
para un único fin, y todo el tiempo que hay que invertir para dominarlo
podría emplearse en algo de mayor utilidad. Por tanto, nunca he
estado demasiado interesada en ir acumulando un abanico de
pequeños trucos. Los vampiros que se han dedicado a ello han sido
siempre de mis víctimas preferidas, porque una vez que te conoces su
repertorio sabes que son vulnerables frente a todo aquello para lo que
no tengan un truco.
--Entiendo --Conrad calculó el riesgo de irritar a Lucita y decidió
que valía la pena correrlo--. Me recuerdas mucho a tu sire cuando
hablas así.
--¿Cómo?
--En serio. La segunda vez que viajé a Europa escuché algunos
de sus sermones. Dedicó tres Sabbaths al tema de la diablerie,
dedicándose a mezclar arengas acerca de los errores de la Senda de
Caín con prácticos consejos sobre la elección de víctimas. Habló de
clanes, cómo no, poniendo especial énfasis en que había que hacer
todo lo posible para que el clan permaneciera como un todo, así como
en la postura de uno mismo; pero recalcó que los practicantes de artes
extrañas demasiado especializados eran las mejores víctimas.
--Sí... ya veo. --Lo primero que a Lucita se le pasó por la cabeza
fue aniquilar a Conrad en ese momento o, por lo menos, arrancarle las
cuerdas vocales, pero consiguió mantener la compostura. Nunca le
hizo gracia ver que seguía los pasos de su sire. Le pareció que sus
temores se habían confirmado, pero quizá solo se trataba de otra
trampa que aquella perra vieja le estaba tendiendo.
--Bueno, hablaremos de eso en otra ocasión --añadió Conrad con
voz calma--. Habla conmigo igual que lo harías con un cliente. ¿A qué
nos enfrentamos? --Lucita pareció quedarse paralizada, no porque se
esforzara por mantener la compostura sino porque no la entendió, de
modo que Conrad continuó:-- Si te hubiera contratado para que
examinaras y te enfrentaras a esta amenaza, ¿qué podrías contarme?
--Ah --dijo Lucita, meditando--. En primer lugar, examinaría las
pruebas con las que contamos. --Levantó una mano y dobló los dedos.
--Primero, sabemos que nuestro objetivo puede abrir agujeros en
el Abismo a distancia y que puede invocar a esa clase de habitantes
de las profundidades que por lo general rehuyen las zonas
interconectadas con el mundo. Por tanto, nos enfrentamos a alguien
que conoce la teoría y la práctica de la magia del Abismo.
»Segundo, contamos con la opinión de un antiguo morador de la
zona, es decir, un ataque similar podría estar detrás de una o más
desapariciones. Esto es lo que piensa Zarahustra, que aunque podría
estar equivocado conviene tenerlo en cuenta.
»Tercero, recibimos la visita de un centenar de cadáveres
animados mediante artes mágicas, apoyada por lo que parece ser una
extraña aplicación de la magia de las sombras. --Cerró la mano
formando un puño.
»Creo que es muy probable que nos enfrentemos a diversos
enemigos. No cabe duda de que el nivel del poder que podemos ver
aquí está al alcance de uno de los chiquillos del Antediluviano; con
todo, si solo pretendiera causar estragos, creo que actuaría más
directamente y en persona. Este es el trabajo de un ser o de un grupo
que no puede entablar un enfrentamiento cara a cara y que necesita
manifestarse por medio de intermediarios Abisales.
Todavía desarrolló más el tema.
»Puede ser que el objetivo se encuentre fuera del clan, aunque no
es muy probable. Que no se me olvide preguntar a los antiguos más
reconocidos si han oído algo acerca de algún alijo de conocimiento
mágico. En caso afirmativo, significaría que habrían saqueado el
refugio de algún mago. Lo más factible es que nos enfrentemos a un
miembro de nuestro propio clan, que o bien ha desarrollado una nueva
técnica por sí mismo o bien la ha aprendido de otros. Quizá las dos
cosas. Deberíamos elaborar una lista de refugios de magos
abandonados o perdidos que pertenezcan a magos reconocidos del
clan y enviar manadas de jóvenes a buscarlos. --Lucita no se daba
cuenta de que Conrad la miraba callada con una sonrisa en los labios.
»Al final, supongo, habrá un manifiesto, una especie de ultimátum
y una lista de peticiones. Ya lo consideraremos en su momento.
--Entonces, ya has pasado por este tipo de situación.
--Oh, sí. Por lo general sin la ventaja de los exploradores
prescindibles, cosa que facilita mucho las cosas. --Lucita se embarcó
en la historia de la cacería del bribón taumaturgo justo al término de la
guerra civil americana.
La noche transcurría.
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SEGUNDA PARTE:
ADENTRÁNDOSE EN LA OSCURIDAD
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Willa Gebenstaler sabía muy bien que nada podía aniquilar mejor
a un vampiro que el aburrimiento, ni siquiera la violencia despertada
por otros vampiros. Ya habían transcurrido tres meses desde que
oyera hablar por última vez a Madame. En el fondo temía que
Madame hubiera intentado algo para destruirse o para dejar que otros
acabaran con ella. Sin embargo, con o sin Madame sobre la faz de la
tierra seguían quedando posibles clientes. Willa aún tenía mucho
trabajo por hacer.
Poco después de la última llamada de Madame, Willa leyó un
artículo del periódico de Hamburgo que hablaba sobre el papel que
desempeñaban las casas de subastas en el proceso de blanqueado
de dinero y bienes robados. Aquello le interesaba, puesto que cada
día movía jugosas sumas de dinero (de las que las autoridades se
apropiarían si pudieran). Decidió embarcarse en el estudio del negocio
de las subastas y para ello cogió unos cuantos artículos de los
archivos del museo para llevárselos a unos socios de fiar y seguir su
periplo por el sistema. Cada quince días actualizaba los datos y
decidía qué artículos se pondrían a la venta para los clientes de
Madame.
Se llevó una grata sorpresa cuando recibió los últimos informes
sobre las pequeñas casas de subastas de los Alpes y regiones
cercanas. Allí abajo, entre los hijos de los godos, los hunos y cosas
peores, una fascinante mezcla de bienes ajenos y, en algunos casos,
peligrosos, cambiaban de manos, unas veces envueltos en
eufemismo, otras en apariencia resguardados en una oscuridad
protectora. Por ejemplo, este informe de la Casa Tirolesa de Donación:
Willa había pasado dos pequeñas cruces robadas de las capillas de
los Ventrue en el siglo XVII. Llevaban grabadas unas inscripciones que
servían de ayuda al practicante entendido de la magia de la sangre a
conseguir ciertos efectos, al menos eso le habían dicho. A Willa la
hechicería le despertaba ciertas sospechas. Le parecía laberíntica, a
pesar de resultar tan útil. No tardaron mucho en empaquetarlas junto
con otra media docena de cachivaches modificados por la magia
negra de los rituales cristianos. Nada destacable hasta ahora.
Lo chocante fue su último hallazgo. Habían colocado junto a otro
el paquete que incluía sus cruces, con la consabida razón fundamental
de «consolidación en ausencia de mecenas». El otro lote consistía en
el contenido de una biblioteca privada del sur de Baviera... Se trataba
de la biblioteca de un viejo conocido, el conde Kart von Ostwer, que
había contratado a Madame en diversas ocasiones en los conflictos
derivados de la unificación prusiana de Alemania, igual que hiciera
más de trescientos años atrás en una puja por el control de un culto de
la Gehena al que más tarde abandonó. Willa no se sorprendió cuando
descubrió que estaban vendiendo las propiedades del conde, porque
hace cincuenta años este pensó que al final encontraría un blanco que
demostraría no valer tanto la pena como superior. Lo más curioso era
empaquetar aquellos libros junto con sus artefactos. ¿Se trababa de
una mera coincidencia o de una calculada asociación por parte de
alguien familiarizado con las posesiones vampíricas? Willa había
empezado a hacerse muchas preguntas.
Ahora tenían los resultados a su alcance. Sí, al menos media
docena de aquellas casas de subastas estaban juntando paquetes de
bienes aislados que en su día fueron propiedad o usados por los
vampiros, con frases recurrentes en las descripciones. Todo parecía
apuntar a que alguien estaba dirigiendo aquellas ventas como parte de
algún plan mayor. Incluso esta conclusión se vendería a un buen
precio a ciertos clientes de Madame; un análisis más exhaustivo se
vendería mucho mejor. Willa empezó a tomar notas con su pequeña
letra acerca de dónde seguir trabajando.
Sonó el teléfono. Willa lo hubiera ignorado de no ser porque el
número que indicaba la pantalla era el de Katherine Scott. Willa se
esforzó por contestar sin sonar como si estuviera muerta de miedo o
en éxtasis.
--Ejem. Servicios Scott. ¿En qué puedo ayudarle?
--Sí, Willa. --Era Madame o si no alguien que imitaba muy bien su
voz--. Hablé con usted el primero de abril sobre la Reserva Fondo B.
La contraseña operativa actual es «Tabasco» y el número de
autenticación es noventa y siete. ¿Acepta esta información?
--La acepto, Madame. La respuesta a la contraseña es «naranja»
y las letras de autenticación son ALN. ¿Acepta esta información?
--La acepto, Willa. Necesito que prepare un viaje para un grupo de
diez.
--Madame, puedo preguntarle...
--No, Willa. Ya habrá tiempo más tarde para esas cosas. Este
asunto es de la mayor urgencia, así que ya nos pondremos al día de
los asuntos personales más adelante.
--Muy bien, Madame. Un grupo de diez. ¿Habrá alguno que
necesite respirar?
--Sí, uno. Físicamente está en forma, aunque no es que esté en
su sano juicio.
--De acuerdo, ¿Hay alguno que no pueda viajar en condiciones
normales?
--Creo que no.
--Perfecto. ¿Lugar de salida?
--Antioquia, Turquía. Servirá cualquier campo de aviación de la
región.
--Madame, qué demonios... está bien, está bien, lo sé. Más tarde.
De acuerdo. ¿Y el lugar de llegada?
--Río de Janeiro, Brasil. De nuevo, nos arreglaremos con
cualquier campo de aviación que haya por allí.
--Sí, Madame. ¿Desea que avise a alguien cuando llegue?
--Sí, Willa. Necesito que me concierte una vista con Gratiano.
Willa se quedó sin palabras durante unos segundos.
--Madame, me parece que hay problemas con la conexión. Por
favor, repita su última instrucción.
--Necesito que me concierte una vista con Gratiano, lo antes
posible después de la llegada.
--Madame, por favor, ¿qué está ocurriendo?
--Después. Por favor, dispóngalo todo y llámeme a este número,
proporcionado por mi anfitrión --dijo Lucita flemática.
--Yo, eh... --Los hábitos adquiridos a lo largo de los siglos se
imponían--. Muy bien, Madame. Lo dispondré todo y la avisaré a este
número.
--Gracias, Willa. --Lucita colgó el teléfono.
Willa se sentó ante el ordenador y, con la mente en otra parte,
empezó a consultar horarios de vuelos. ¿Qué podría tener que ver
Madame con el Sabbat? Había al menos cuatro formas en que
Madame podría haberle indicado con aquella llamada que se
encontraba bajo coacción, aunque no había recurrido a ninguna de
ellas. Pero... ¿y la gran diabolista? ¿Por qué iba Madame a arrojarse a
las fauces del Sabbat? Willa tenía la esperanza, mientras arreglaba los
trámites, de que algún día Madame pudiera explicarlo todo.
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TERCERA PARTE:
ABRAZANDO LA OSCURIDAD
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{Final vol.2}