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Vampiro - Efrén Rebolledo

Ruedan tus rizos lóbregos y gruesos


por tus cándidas formas como un río,
y esparzo en su raudal crespo y sombrío
las rosas encendidas de mis besos.

En tanto que descojo los espesos


anillos, siento el roce leve y frío
de tu mano, y un largo calosfrío
me recorre y penetra hasta los huesos.

Tus pupilas caóticas y hurañas


destellan cuando escuchan el suspiro
que sale desgarrando mis entrañas,

y mientras yo agonizo, tú, sedienta,


finges un negro y pertinaz vampiro
que de mi ardiente sangre se sustenta.

Yo lo pregunto- Nezahualcóyotl

Yo Nezahualcóyotl lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
Nada es para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
Aunque sea de oro se rompe,
Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.

Al que ingrato me deja- Sor Juana Inés de la Cruz

Al que ingrato me deja, busco amante;


al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.

Al que trato de amor, hallo diamante,


y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata,
y mato al que me quiere ver triunfante.
Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me veo.

Pero yo, por mejor partido, escojo


de quien no quiero, ser violento empleo,
que, de quien no me quiere, vil despojo.

Charles Baudelaire: «Una carroña»

Recuerda, alma, el objeto que esta dulce mañana


de verano hemos contemplado:
al torcer de un sendero una carroña infame
en un cauce lleno de guijas,

con las piernas al aire, cual lúbrica mujer,


ardiente y sudando venenos,
abría descuidada y cínica su vientre
lleno todo de emanaciones.

Irradiaba sobre esta podredumbre el sol, como


para cocerla al punto justo,
y devolver el céntuplo a la Naturaleza
lo que reunido ella juntaba;

y el cielo contemplaba la osamenta soberbia


lo mismo que una flor abrirse.
Tan fuerte era el hedor que creíste que fueras
sobre la hierba a desmayarte.

Los insectos zumbaban sobre este vientre pútrido,


del que salían negras tropas
de larvas, que a lo largo de estos vivos jirones
—espeso líquido — fluían.

Todo igual- que una ola subía o descendía,


o se alzaba burbujeante;
diríase que el cuerpo, de un vago soplo hinchado
multiplicándose vivía.

Prodigaba este mundo una música extraña,


cual viento y cual agua corriente,
o el grano que en su harnero con movimiento rítmico
un cribador mueve y agita.

Las formas se borraban y no eran más que un sueño,


un bosquejo tardo en llegar,
en la tela olvidada, y que acaba el artista
únicamente de memoria.

Detrás de los roquedos una perra nerviosa


como irritada nos miraba,
esperando coger nuevamente el pedazo
del esqueleto que soltó.

—¡Y serás sin embargo igual que esta inmundicia,


igual que esta horrible infección,
tú, mi pasión y mi ángel, la estrella de mis ojos,
y el sol de mi naturaleza!

¡Sí! Así serás, oh reina de las gracias, después


de los últimos sacramentos,
cuando a enmohecerte vayas bajo hierbas y flores
en medio de las osamentas.

¡Entonces, oh mi hermosa, dirás a los gusanos


que a besos te devorarán,
que he guardado la esencia y la forma divina
de mis amores descompuestos!

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