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Nancy Fernandez Ensayos criticos Violencia y politica en la literatura argentina Alcién Editora a LUCIO V. MANSILLA: AUTOBIOGRAFIA E HISTORIA EN UNA EXCURSION A LOS INDIOS RANQUELES. Introduccién. En 1870, a casi dos décadas de que Juan Manuel de Rosas deci diera asilarse en Inglaterra, su sobrino Lucio Victorio Mansilla toma la misién que Sarmiento le encarga por intermedio de su ministro Gainza: firmar el tratado de paz con los indios que ain asedian el pais. Sin embargo, lo que en que en cualquier funcio- nario de estado hubiera concluido en una expedicién y un infor me militar, Mansilla lo transforma en un proyecto de escritura tan ambicioso como el Facundo lo fue para el presidente. Si Sarmiento lo publica en 1845 desde su exilio chileno, Mansilla va a editar por entregas en La Tribuna, los pretextos de una escri- tura desbordante, en tanto plan que prolifera para materializar, en todos sus aspectos mis 0 menos visibles, la cuestién de la fron- tera. Mansilla escribe comenzando la década que sera testigo y artifice de Ia progresiva consolidacién del Estado nacional y modemo. Se trata de los aflos que continian la Guerra de la Triple Alianza, auspiciada por Mitre; pero sobre todo, son los afios que atafien al plan orientado a establecer los cimientos de una Nacién, garantizada en los intereses pecuniarios de la clase dirigente y minoritaria: la elite criolla de la oligarquia terrate- niente. Sentadas las bases de un modelo perfilado hacia el libe- 2 ralismo, las politicas se definen en lo econémico, hacia la con- cepeién productivista de la industria y la agroexportaci6n; res- pecto de la episteme rectora entre las jerarquias politica y social, el positivismo es la corriente cientifica que mejor se aviene con el concepto de progreso y civilizacién. Las subjetividades son formaciones histéricas y estén atravesadas por la cultura; Sarmiento ya lo habia dirimido en el Facundo y su gobierno apunta a segregar aquello que no resulta ni util ni seguro al sis- tema que busca sostener por medio de medidas que avalen el ejercicio de un poder cada vez mas centralizado en Buenos Aires y su puerto. Luego del asesinato del Chacho Pefialoza en 1863 (gobiemo de Mitre y Sarmiento su ministro en Estados Unidos), calificado como una ejecucién ejemplar para terminar con el tilti- mo de los caudillos, en 1865 Valentin Alsina redacta el Codigo Rural con el objetivo de controlar el uso y desempefio de los gau- chos que ven cercenada su movilidad a causa de los alambrados que van predominando para dividir la tierra de acuerdo al con- cepto de trabajo y propiedad. Y en la escalada de un capitalismo en ciemes, Urquiza, habiendo abandonado la causa federal por una neutralidad a la medida de su propia ambicién, es ultimado en 1870, terminando con el proyecto sarmientino de sofocar levantamientos de montoneras. Ese es el contexto en que Sarmiento pone precio a la cabeza de José Hernandez, quien habiendo advertido a Urquiza del peligro que lo acechaba-en su folleto, investigacién y denuncia sobre la verdad de la muerte del Chacho-, se enrola en las filas del entrerriano José Lépez. Jordan. ‘Aiin no estan dadas las condiciones que son la verdadera antesa- la del proyecto modemo, oligarquico y liberal: la federalizacién de Buenos Aires que se producird en setiembre de 1879, en las postrimerias del gobierno de Nicokis Avellaneda y en el afio que sellara definitivamente la actuacién politica de Julio A. Roca, 28 primero como ministro de guerra de Avellaneda, luego como pre- sidente de la Repiblica Argentina, bajo el lema “Paz y adminis- tracién”. De este contexto surge una escritura cifrada en la eficacia de lo aleatorio, en las pausas rituales y despedidas al lector anuncian- do “hasta mafana”, alli donde el autor pone las imagenes en movimiento, dotando de sentido los sucesos (tanto los minimos como los mayiisculos) en la cesura estética de la narracién y la descripcién; asi registra lo visto y lo vivido en el sonido de un true- no, la amenaza de nubes negras, los resplandores del rekimpago cayendo sobre el desierto, el encuentro de arroyos transparentes y cristalinos, el perfume de la tierra mojada, el caleidoscopio de los fuegos, el campamento a cielo abierto, el sabor del mate, el recuer- do suscitado por una presencia por el suefio, la linea divisoria que separa el producto de la ansiedad, de la manifestacién real (los malones). Ese serd el marco de un texto que nos recordara, en cier- ta forma, a los ensayos de Montaigne y de Darwin. Fronteras. Los marcos o puntos de partida. Me referi anteriormente al problema de la frontera. Y el nivel general del problema que el género propone es el encargo que debe responderse como informe para refrendar el tratado de paz con los indios, mediante los caciques y su representante més sobresaliente: Mariano Rosas. En esta perspectiva, la frontera se presenta como un conflicto por la defensa del territorio nacional. Resulta eficaz pensar en las sutilezas de la Historia cuando el punto de partida de la lectura comienza por las condiciones de produccién que dan inicio a los marcos de la textualidad. Desde esta éptica, la cuestién de los indios supone algunos desplaza- mientos culturales determinados por las coyunturas politicas. El 29 afio 1870 concluye con las rémoras de lo que habian sido las Juchas de las montoneras federales, objeto de anélisis y polémi- ca que Sarmiento mantuvo en el orden de la esfera piiblica. Si para Sarmiento los indios nunca legaron a ser objeto de consi- deracién explicita en la escritura (como lo fueron para Echeverria en La cautiva), Mansilla, anuncia el cumplimiento de su misién asignada, poniéndolos en el centro de sus reflexiones desde el titulo. Pero lo que mas deberia llamar la atencién, es que el autor desplaza el sentido de la barbarie en una reapropiacién polémica. Al sintagma disyuntivo entre el sistema republicano y las hordas de los caudillos (“civilizacién 0 barbaric”), Mansilla lo redefine en una serie de interrogantes digresivos. De este modo, el autor coloca sobre los indios los supuestos rasgos de los barbaros, en principio porque asi los llama con frecuencia; pero Jo que se presenta como adopcién de un presupuesto juzgado como violencia y desorden (es decir, el sentido taxonémico ins- talado por Sarmiento), Mansilla lo dirige a los indios, desvian- dolos alternativamente y con intermitencias, de las premisas ini- ciales. Gradualmente corre los limites de la clasificacién mani- quea abriendo la pregunta entre lo que Sarmiento pens6 como “civilizacién” y lo que el excursionista deja ver, con la liviandad del pensamiento que se realiza a medida de su transcurso ~sin tesis ni plan previo-, eso que mas bien se entiende como “cultu- ra", Mansilla retoma el juicio sarmientino del modelo de ci zacién concebido como sistema de mediaciones institucionales, de costumbres legisladas y vigiladas por funciones de represen- tacién politica. Nos muestra hasta qué punto est supeditada la politica nacional por intervencién y sello de la letra. Lo cual indi- ca la pertenencia consciente que él tiene respecto de su lengua, cultura, familia y relaciones sociales. Pero por sobre todas las cosas, y por el cardcter transitivo de su texto (su misién), la ci lizacién queda hipostasiada en esa causa que justifica su necesi- dad -mds alla de la reserva, el silencio y hasta la ignorancia de Sarmiento respecto a los nativos; la civilizacién queda definida metonimicamente, por la funcién que desempeia el ejército hasta por la planta del pie (literalmente) que hace su ingreso sobre el suelo en cuestidn. Sin dejar de sefialar la procedencia de su nombre y de sus actos, tampoco olvida marcar los cambios, operados por la Historia, desde lo que Sarmiento encomiaba como civilizacién y condenaba como barbarie. En este sentido, Mansilla trabaja con lo que el presente le otorga para cuestionar los limites especificos entre “civilizacién” y “cultura” y median- te el exquisito repertorio de anécdotas y relatos, se convierte en el prestidigitador de géneros y roles, que harén de Una excursién a los indios ranqueles, uno de los textos claves de la literatura argentina, Si la violencia y la falta de plan orginico de desarro- Ilo eran las claves para leer la barbarie desde la ciudad (Buenos Aires), ahora Mansilla llama a los indios de ese modo, casi con la distancia irdnica de las comillas de quien exhibe deliberada- mente el artificio de un uso conceptual que aiin no ha sido exa- minado con rigor. De esta manera, el sentido que asumen las poblaciones ranquelinas es simulténeo a la condicién material de la escritura de viaje, inherente a la instancia presente de su rea- lizacién, ni anterior ni fuera de su textualidad. Esa es también la posibilidad de exponer el prejuicio que sentara las bases de una ‘genuina critica a la propia clase de pertenencia, no con la senci- Ila inversién de epftetos sino con un verdadero desmontaje del derecho adquirido sobre calificativos y atributos que sellan la autolegitimacién. Sobre 1a invectiva de un discurso que final- mente, ejecutard en 1879 el final de malones y tolderias, el coro- nel Mansilla, “toro” — bravo o “yapai” hermano, segin la len- gua de los indios en cada circunstancia, va construyendo, a 31 ‘medida que despunta la tinta de su “diario”, una mirada antropo- logica y la confianza ganada en “tierra adentro”. Ese azo contfi- dencial entre él y la alteridad, sella su secreto (menos por oculto que por la condicién nica que lo anima), en la atencién que le dispensa en el primer encuentro al hermano del cacique Ramén, el indio Linconao atacado de viruelas. La perplejidad aterrada de la tribu ante el cuerpo infectado le concede al coronel el crédito fiable que consolida su posicién: Mansilla vence el estremeci- miento ante la piel enferma y lo carga en sus brazos para brin- darle atencién. El reconocimiento seré la gratitud personalizada, venciendo un mal que aparece sin que los indios sepan su origen ni su cura, “Pero el primer paso estaba dado y no era noble, ni digno, ni humano, ni cristiano, retroceder, y Linconao fue alzado a la carretilla por mi, rozando su cuerpo mi cara. Aquel fue un ver dadero triundo de a ei jon sobre 1a barbarie; el cristianis- mo sobre la idolatria. Los indios quedaron_profundamente impresionados; se hicieron lenguas alabando mi audacia y Ila- mdéronme su padre.” (14) Entre la comparacién y la analogia, Mansilla emprende el registro de una observacién a partir de la cual extrac conceptos, que Varian de acuerdo a los hechos narrados, involucrando cele- braciones, encuentros, desconfianzas ¢ intrigas, ritos religiosos y protocolos politicos, habitos gastronémicos y medicinales. Todo ello en una misma profusién gréfica que orbita en toro de un nivel fundamental en su disquisicién: las asambleas y parlamen- tos. Narrar el caracter de la institucién donde se debe sellar el tra- tado de paz. Una excursién a los indios ranqueles conjuga un marco (las condiciones y el contexto histérico ~para el lector actual y coyuntural -el presente y el pasado més cercano para su autor); la frontera -signando el espacio de una geografia inex- 32 plorada y desconocida, en el sentido real y literal del término-; cl género —la transdiscursividad que habilita las entradas a la exploracién de la experiencia, mediante una variedad de regis- tros-. La frontera es la figuracién més cabal para graficar la con- cepcién y los efectos de la lengua, como inscripcién politica; en este sentido, la traduccién, operacién que es constante en el texto, no implica un pasaje paralelo entre dos idiomas, no supo- ne el desciframiento acorde a los cédigos de naciones conocidas y conceptos propios. La traduccién, figura, por antonomasia, de Ja travesia entre los limites, pone en escena el proceso de adap- tacién conceptual que subordina el conjunto de referentes pro- pios a la competencia de Ia alteridad. Asi diré el autor que el pre- sidente y el consejo son “amigos”, evitando el sistema de media- ciones que ofician de puentes entre las funciones del sistema ins- titucional, Los mandatarios son “amigos” para los indios, como los guantes de cuero son “botas de mano” (0 los nombres de pila que entre ellos asignan atributos en correspondencia con la per- sona designada). Mansilla traduce como “amigo” la funcién pre- sidencial a fin de saltear el paso mediador de roles, niveles y jerarquias, asi como los vinculos entre el presidente y sus minis- tros, del todo ajenos a la diplomacia y la cultura ranquelina. De este modo ensaya un singular e improvisado movimiento para articular un concepto de estado y nacién que se acerque a los dos mundos, para lo cual recurre a la actitud de contabilizar las almas y condescender a la escucha de cada inquietud. Entonces delinea una totalidad conereta e individualizada, reforzando una perfor- mance actoral donde el que habla piensa a sus agentes como iguales. De acuerdo a este ultimo punto, el texto funde aspectos de la his- toriografia, del ensayo -que no exige una solucién o un cierre sistematico a las ideas y problemas que propone-, del diario de viajes —fundante en los comienzos de la literatura argentina y en el periodo de la consolidacién estatal de la Nacién-, del género epistolar la narracién se enmarca en las cartas que Mansilla dirige a Santiago, haciendo pablica la convencién de lo privado y hasta de la intimidad de los afectos cercanos-, del informe “acd si transgrede jocosamente la preeminencia del destinatario veridico, que en tanto encargo y gestién politico~ militar, es ni més ni menos que el gobiemo nacional quien espera su “res- puesta”. Por tiltimo cabe mencionar la autobiografia. Este, quiz, es el punto clave que funde lo antedicho y constituye un sistema de enunciacién por el que han transitado innumerables lecturas ctiticas: la cuestién del yo. “Yo estuve alli”. El espacio es condicién del habla. En principio porque supone el ‘motivo y escenario del tratado y compromiso a “firmarse” entre Mansilla y los indios. Mansilla habla con los indios, habla con un destinatario de privilegio (Santiago Arcos hijo), con sus contem- pordneos y miembros de Ia elite portefia (a través de sefiales, interpelaciones, dedicatorias mas o menos implicitas) y también con los lectores anénimos a quienes dirige sus misivas desde el diario La Tribuna. Mansilla habla porque escribe o mejor decit, empalma el histrionismo de su oralidad al proceso de escritura. Sin embargo, la topografia a la que nos referimos, anuncia, reser- va y prescribe las posibilidades de uso y transformacién; la len- gua y sus saberes, legitimados en la esfera de la “civilizacién”, pugnan por el trazado de limites que hagan un desierto producti- vo y domesticado. A su vez, la lengua otra, la de la alteridad sin- dicada como el peligro invasor, busca instalar el alegato para el iferimiento de un “pacto” que se adivina y se sabe desigual. 34 Mansilla transforma en escritura el expreso pedido que el estado le dirige bajo la consigna de redactar un informe; pero el estatu- to dindmico de la textualidad negocia la cesién del didlogo por la primacia de Ia palabra letrada y universal, afirmando su pro- pia materialidad sobre el trazado de limites que debe extender para justificarla, La narracién de Mansilla sera el resultado de ‘una demostracién clave: lo que se llama negociacién no es sino cl paso siguiente de la iniciativa estatal, el eufemismo de la acu- sacién histérica que el autor expone con el dnimo dado a la polé- mica y la autocritica, registrada en el tiempo real de su transcur- so diario. Espacio y lengua, entonces, establecen sus propias reglas de uso y produccién, Si la ciudad de Buenos Aires es el punto de parti- da para que Mansilla emprenda su viaje, su misién y su relato serdn el registro de las argumentaciones de una y otra cultura, en procura de dos formas de entender el suelo: como materia de explotacién 0 como fuente de vida. Consciente como nadie de las aporias del logocentrismo del cual proviene, Mansilla deja aparecer en sus textos, las huellas que va trazando la distancia, producto del delicado aunque Itidico equilibrio entre los dos mundos en conflicto. Dicho en otros términos, el territorio de leguas desérticas es pretexto de la lengua y sus ambiguos ~imposibles- juegos de traduccién y de escritura; a su vez, la lengua y sus saberes avanzan sobre las lineas que hasta la parti- da del corone! Mansilla habian llegado hasta Rio Quinto. En el tono que registra la sintaxis y la gestualidad marcada en las estra~ tegias de figuraci6n, Mansilla sintoniza cierto optimismo triunfal cuando empieza a contarle a Santiago, hasta dénde llegé Buenos Aires y hacia dénde se dirige él. El punto de partida se presenta asi como el plan sobre el que esté depositada la entera confianza de la ley letrada, sobre el resultado de una raz6n instrumental que 35 va a incursionar entre los salvajes; del interlocutor directo tam- poco se espera respuesta. Efectivamente, la geografia y su des- pliegue cartogrifico, asisten a la transformacién territorial que habilita la artilleria diplomatica de Buenos Aires, en relacién a las negociaciones con los indios. Se avanza desde el limite alcan- zado (entre San Luis y Cérdoba) hacia la nueva frontera de Rio Cuarto, con la suposicién de garantia, sin correr riesgos que en el pasado_hubieran servido, al decir del narrador, para “confe- sién y testamento”. Los primeros signos del expedicionario ade- lantan con paladeo hedonista, las noticias tanto de los pasos a seguir como de las expectativas a cumplir: la nueva frontera de Cérdoba fija y espera en Leubucé el encuentro con el cacique Mariano Rosas (a quien el narrador supone advertido por Angelito y el cabo Guzman. Una excursién a los indios ranque- Jes abre una doble espacialidad, esto es, desde el mapa de un pais incégnito y desde los registros narratives que funcionan de soporte a la espera de poder transmitir y “anoticiar” a los lecto- res del periddico como a los que financiaron la expedicién. Los relatos de fogén funcionan como embragues de la situacién de oralidad, una detencién placentera para que los sentidos se mue- van a sus anchas: la vista ante el fuego, los ofdos atentos a la escucha de peripecias, el cielo estrellado bajo el cual los episo- dios ajenos se convierten en propios o al menos, en familiares, el sabor del asado y del mate y el préximo suefio a campo abierto. Microhistorias 0 artificios técticos para conquistar, también, la atencién del lector, los relatos de Mansilla, intercalan el tiempo y el ritmo mismo del recorrido, las paradas necesarias del viaje en tanto instancia de representacién que estima la posibilidad de entretener, si se quiere educar y sobre todo distraer.La geografia opera como referencia y anclaje de algunos de esos cuentos que Mansilla recupera de su memoria para prodigarlo ante su audito- 36 rio de curas y paisanos, como la historia del cabo Gémez, muer- to y “resucitado” durante la Guerra del Paraguay, o Criséstomo que, reclutado por el caudillo de San Luis, Felipe Saa, se con- vierte en el gaucho desheredado y némade contra su voluntad. Estas historias son breves y utiles para dar paso sin mediacién a otro suceso, por lo general, aquello que se esté esperando; asi, de a poco se divisa Leubucd y se pone en prictica por primera vez la institueién politica: el parlamento indio, con las caracteristicas, peculiares. Desde la exhibicin del conocimiento del suelo sobre rastrilladas y guadales, y por la noche inminente a cielo abierto, Mansilla sermonea sobre esa preferencia a la condena de dormir en hoteles de mala calidad. Experticia de viajero que se explaya autorizado por el recorrido del mundo y concluye con argumen- tos sobre politicas de salud pablica. Asimismo, Mansilla resuel- ve en rapido aprendizaje el misterio de la “nube negra” que se aproxima a ellos; antes de brindamos el epilogo, dilata con sib tas disquisiciones sobre los fenémenos épticos y la transforma- ccién de perspectivas inherente al suelo y sus habitantes: Mansilla verifica sin dilaciones que se trata de los primeros indios, exor- dio fisico del encuentro con el cacique Ramon, “Salen caminos para las tolderias de Ramén en los montes de Carrilobo, hacia las del cacique Baigorrita, situadas en las orillas cde Quenque, para las tolderias de Cafulcura en Salinas Grandes y hacia la cordillera y las tribus mapuches”. (129) Cada encuentro es la antesala que promete el préximo. Y por pericia del lenguaraz, Mansilla sabe que los usos y costumbres en “tierra adentro” dictan las formalidades que deben acatarse, en los ritos consuetudinarios (sus repeticiones infinitas) y en los protocolos institucionales (las ceremonias, oficiales y colectivas nes politicas relevantes). 37 Distingui a la orilla de un bosque los aduares (poblados, cam- pamentos) del cacique general de las tribus ranquelinas, las tol- derias de Mariano Rosas” (134) Mansilla sabe también que debe esperar la orden precisa para ver a Mariano Rosas, estrechar su mano y hablar con él. Pero el tiempo real de la escritura, el reverso de su condicién espacial, le otorga la competencia estratégica para saber leer las entrelineas de los pedidos y los rodeos y, sobre todo, el sentido y la sintaxis que el principal de los caciques -o el “otro” interlocutor, alteri- dad mediada por imposiciones topograficas y politicas~ esgrime al interrogar la disposicién de las frases y enunciados emitidos por el autor. El rol de Mariano queda cifrado en su habilidad diplomatica y en el artero modo de naturalizar costumbres que plantea en su defensa. Asi, Mansilla transcribe su paciente y abnegada asistencia a la pregunta convencional por los caballos, un anticipado pedido de disculpa del cacique que también refie~ re al terreno solventado por un infinito sin marcas de propiedad. Anteponer la pregunta, casi a manera de salutaci6n entre allega~ dos, se impone como cléusula de hospitalidad y preocupacién sincera por la salud de su compadre; pero también asume la exencién de culpas, naturalizando un modo de vida propio de una tierra sin limites ni propiedad privada. El autor no pierde ocasién de mostrar que lo que cuenta lo sabe y lo que describe lo probé de cerca. Llegado este punto, podemos dar cuenta que, no en vano anota en el titulo el término “excur- sién”, alli donde el prefijo admite la entera posibilidad de que el viaje transforme la competencia, la percepcién y hasta la imagen de si mismo; una salida sin caucién de que al regreso (posibili- dad que tampoco da por cierta) las cosas persistan_ tal como se Jas habia dejado. Viajar y narrar, actos que son materia y motivo 38 de la escritura, realizan, literalmente, el transito sobre una direc~ cién suspendida: la que esti planificada pero que suspende su resultado, con el inicio y el final cada capitulo. Un retrato para el placer: “Los héroes como yo”. La primera persona activa una multiplicidad de planos, tanto los propios (el yo de Mansilla como epicentro de imagenes y acon- tecimientos) como aquellas aristas de objetivacion (el mundo de Jos ranqueles). En un viaje cuya condicién se cumple en el des- borde de lo que la escritura consigna, el humor ingresa como excusa de un permiso que no se prohibe, ni la jocosa e hiperbé- lica autoglorificacién ni la contraparte de una deliberada y falsa ‘modestia. En el primer caso, Mansilla inventa nuevos escenarios en los fogones, ocasién que propicia el entusiasmo de sus solda- dos para escuchar sus historias o sus hazaiias. “Me hice rogar” y “los héroes como yo” son expresiones que instalan el ademén estético de una subjetividad que se programa como protagonista del destino privado (la propia vida) y publico (la Republica hacia el orden liberal). Sin embargo, el autor prueba los efectos de aquellos otros gestos que juegan en los bordes de una condicién politica inferior, apelando a la eficacia de su palabra privilegiada y al don indiscutible de seducir, gustar y entretener, construyen- do su presencia como una entidad necesaria e imprescindible, atin en los confines de una tarea ignorada, Asi funciona su espe- culacién sobre el improvisado auditorio y los virtuales destinata- rios de sus relatos, sobre quienes admite los panegiricos que pue- dan proyectarse hacia figuras notables, de alto renombre cince- lado por las letras de la Historia, como el General Mitre: “..pero el coronel Mansilla, al fin y al cabo, ese mozo quién es?”. La res- puesta a tal interrogante (pregunta que sustenta la base especula- 39 tiva y diletante en la miscelénea de sus reflexiones) toma a su cargo la composicién de un texto que elabora las circunstank para una escritura del yo. Sin embargo, hablar de si mismo es complemento y plus de lo que al principio sefialaba como los objetos y el mundo sobre el cual discurren sus derivas. Efectivamente, Mansilla construye un sistema de enunciacién atravesado por las circunstancias variables y los desplazamientos temporales que suscitan los episodios y problemas a referir. Llegado este punto, cabria sefialar que Io que el autor pone en préctica para Una excursin a los indios rangueles, anticipa lo que una década después (lo que en la historia de la_ literatura argentina se conoce como la Generacién del 80°), seran los ras- ‘g0s que generalizan un modo de identificar un lenguaje de clase. El propio Mansilla con sus Causeries de los Jueves pertenecerd ase ambito de escritores y politicos que toman la palabra como arte de una practica que ya no conoce ni necesita la demanda perentoria de un discurso exasperado en Ia apelacién, la invecti- va, el llamado urgente a la accién o al plan de lucha para cons- ‘ruir una tradicién y un pasado, como coartada de legitimacién, Ellos (Wilde, Cané, Cambaceres, Argerich, Joaquin V. Gonzalez, Lucio V. Lépez), son la clase orginica que erige sobre la practi- ca literaria, el didlogo —interpelacién directa entre ellos mismos (dedicatorias reservadas como seftales de los miembros de la misma clase, origen y procedencia, espacio clausurado para el inmigrante). Pero esa interlocucién también tiene con frecuencia un destinatario privilegiado en el presidente Julio A. Roca, Si hay un destinatario que condiciona tanto el sistema de enuncia- cién como el género, esté en el nombre de Santiago Arcos; mien- tras el uso de la segunda persona del singular instala la escena del didlogo, la interlocucién emplaza la figura retérica de una presencia demandada y a su vez, imposible. La invencién de una instanciaconversacional, es el pretexto que retiene y demora la palabra del receptor, pero sobre todo, la da por realizada en esa suerte de conjura que supone su mencién, su evocacién —un lla- mado al pasado sin retomo, los recuerdos de juventud— y su invocacién —la puesta en obra de un encuentro o una cita aplaza- da en el tiempo cuya realizacién se confia a la inminencia~. Asi comienza la redaccién de lo que habia supuesto la entrega de un informe militar: Mansilla construye un espacio afectivo y social, donde la cercania establece la ficcién de un sistema de certezas junto al deseo inscripto en el ambito de lo familiar y la genealo- gia de los vinculos. “No se dénde te hallas, ni dénde te encontrard esta carta y las que le seguirin, si Dios me da vida y salud. Hace bastante tiem- Po que ignoro tu paradero, que nada sé de ti; y sélo porque el corazin me dice que vives, creo que continias tu peregrinacién en este mundo”. (p. 5) “Nuestro inolvidable amigo Emilio Quevedo, solia decirme cuando viviamos juntos en el Paraguay, vistiendo el ligero traje de los criollos ¢ imiténdolos en cuanto nos lo permitian nuestra sencillez y facultades imitativas: —jLucio, después de Paris, la Asuncién! Yo digo: ~Santiago, después de una tortilla de huevos de gallina frescos, en el Club del Progreso, una de avestruz en el toldo de mi compadre el cacique Baigorrita.” (p.7) La creacién del didlogo con Santiago, es el simulacro de un acto donde la reserva pragmatica de Mansilla expulsa por anticipado la respuesta; dicho en otros términos, lo que se sabe imposible e improbable, se realiza como marco de un artificio que da lugar al saber fingir, la forma de la treta discursiva para quien escribe desde la conciencia del subordinado al mando politico y militar. Una apelacién intimista que sin embargo también se sabe pre- 41 texto para dar paso al olvido ligero como un suefio reparador; ‘mantener la presencia intelocutiva de Santiago supone también diluir las presiones discursivas y suspenderse en las funciones que depara el devenir mismo de la escritura. “Yo segufa pensando... En el instante en que mi pensamiento se perdia, qué sé yo en qué nebulosa, un eco del otro mundo, con tonada correntina, resoné en mis oidos” (p.47) Desde ese lugar que podria suponer una inferioridad de con- diciones, Mansilla construye una suerte de centro prismatico para un yo, atravesado por una lengua nutrida en la esfera fisica de la propia experiencia y del placer. Desde esta perspectiva, decia antes que esto adelanta lo que para la elite de escritores vinculados a las politicas del estado modemno, constituye el andamiaje enunciativo que crea el cerco protector que excluye al resto; asi, el efecto intimista de parientes, amigos y conocidos, conciben el imaginario de pertenencia que solo resguarda a unos pocos protagonistas. Los nombres propios ~dedicatorias y men- ciones varias— reduplican el yo, amurallando los aterciopelados salones. Y no es otra cosa que el reverso de otro de los géneros, fundamentales, la autobiografia, que habilita hablar de si mismo a partir de los recuerdos y de la genealogia familiar, coincidente, de modo mas 0 menos simbélico, con los “origenes” de la Patria Se trata también, y de modo privilegiado, del recuerdo de infan- cia disparado por un episodio casual del presente, cuyo objetivo siempre enfatiza el yo. Asi opera el inesperado avistaje de Julian Murga, cuando desde la actualidad y en perspectiva errante, su figura se funde casi en contigiiidad con el recuerdo que el coro- nel Mansilla proyecta retrospectivamente hacia las pandillas de amigos del pequeiio Lucio, oraculos de travesuras pueriles que despuntaban el coraje y el temperamento temerario en el hoy. Lucio y Julian, amigos en el pasado, se encuentran casualmente 2 en el desierto cuya deriva no pierde el objetivo principal: resal- tar el protagonismo, recordar a otros para hablar de si. Los moti- vos para realzar la primera persona, dan cuenta de un amplio repertorio que también incluye la cita culta, o la exhibicién del saber que respalda la prosapia. Si la actuacién politica lo ubica en a tradicién familiar y en la historia nacional (padre y tio liga- dos a la faccién federal), la vertiente conversacional lo inclina hacia la esfera de Ia cultura letrada, inscribiéndose en el Ambito, decia, de la Generacién del 80°. Mansilla escribe, habla y lee. La descripcién de un paisaje, incdgnito y lejano a los habitos de la sociedad urbana del momento, pone en movimiento el gesto ex6- tico de quien viaja hacia adentro, adaptado y anuente, con la rus- ticidad y el peligro, la belleza natural del entorno y el desapego personal de los intereses convencionales con protocolos de la sociedad portefia y aledafios. Ante la vista de las brasas que coci- nan lentamente el asado, la contemplacién activa inmediatamen- te y desde la plenitud sensitiva, el recuerdo -imagen de Rembrandt: un caleidoscopio de luces y sombras, de formas efi- meras. Asimismo, la laguna del motivado nombre de La Alegre brinda sus aguas dulces al cansancio del viajero provocando de un salto la reflexién del sentido y modos del viaje, acto y gesto que lo sitiia en pose fundacional. Viajar para instruirse, para hacerse notar, para huir, para olvidar, reponen el sentido que los fines tienen para causas y efectos. La razén del viaje (,por qué) no responde, ni filoséfica ni gramaticalmente, de la misma manera que la pregunta por la finalidad, més conereta e identifi- cable (para qué?). Mansilla tampoco se propone resolver aporias filoséficas: insinaa, explicita, y deriva hacia otra zona. Como sea, el discurso de Mansilla trasluce lidicamente una autenticidad revocada de pertenencia: en el desértico nocturno, también cita a Madame de Staél. Acaso uno de los rasgos sobresalientes del 6 coronel sea la velocidad con que pasa de un tema a otro, como probando las fibras sensibles de su auditorio sin dejar de entrete- ner y fascinar. De la descripcién a la narracién y del relato de un episodio a otro altemando entre el marco de Ia situacién y el objeto del cuento, midiendo la temporalidad con las variaciones de sus registros: pretéritos continuados, coneluidos o de los que apuntan al futuro, hablando més de las ventajas de la ideoneidad y la destreza, “El cielo comenzaba a fruncir el cefio, una barra negra se dibujaba en el horizonte hacia el lado del poniente, el sol brilla- ba poco. ibamos a tener viento o agua. Llamé al cabo Guzman, magnifico tipo criollo, y al indio Angelito, escribi algunas cartas, les di mis instrucciones y los despaché, después de asegurarme de que habian entendido bien. Llevaba encargo especial de llegar a las tolderias del cacique Ramén, que son las primeras, y de decirle que pasaria de largo por ellas, no sabiendo si al cacique Mariano le pareceria bien que visitase primero a uno de sus sub- alternos y que al regreso lo haria”. (p.55) El discurso de Mansilla toma el ritmo de reflexién ensayisti- ca confiado en el devenir que evita la prueba o desestima la veri- ficacién; corta o suspende segtin el dictado de una fiecién de ora- lidad que no profundiza ni extiende el analisis, En este sentido, Ja especulacién o la sentencia sin aspiracién de probabilidad, aumenta la flexién de lo posible liberado a las incégnitas sin resolucién. Especulacién rematada con el aire meditabundo a la luz de las estrellas 0 la puesta de sol, de quien puede prescindit de las respuestas precisas y se conforma con un sabio “Dios diré”; Mansilla se diferencia de Sarmiento (con cuyo nombre se bautiza al fuerte que oficia de punto de partida de la expedicién), para quien los relatos o la narracién funcionan al servicio de un esquema argumentativo conforme a una tesis preconcebida. Si 44 para Mansilla el fragmento y la digresién son procedimientos que dan forma a una contigilidad que aspira a abarcarlo todo, Sarmiento procura sistematizar los lugares de sus argumentos, buscando la colocacién que logre el efecto de refrendar sus pre- misas. El autor de Una excursién a los indios ranqueles juega en los bordes de la reflexién cuidando el ritmo que debe evitar los excesos de la densidad; la vida, la muerte, el tiempo son objetivos, de una reflexién que cincela la banalidad donde el pensar es aven- tura al mismo nivel que la traduccién y la polémica (la que sosten- dré con Mariano Rosas y sus representados). Podrfamos decir que el autor escribe torciendo el rumbo de lo que hace valer como pane- girico, ralentizado en repeticiones y desplazamientos, el encomio que le cuestan el texto y el pacto en tiempo real, Sin ir més lejos, el sinuoso escarceo del didilogo que sostendré con los indios, otorga a su figura, la forma incidental de aquellas contingencias que rodean como un aura la figura siempre central (ain en los bordes de los ‘cuentos de fogén y en los retratos y breves escenas del mundo cotidiano que explora minuciosamente,con curiosidad esmerada, con desvelo de sondmbulo. Entre el presente de la coyuntura politica (que le dicta el supues- to sentido de su empresa) y el pasado de una memoria (instaura- da sobre la reconocida necesidad de recordar), Mansilla sintoni- za las variables temporales que refuerzan la experiencia narrati- va. Se trata incluso del prestigio construido y validado en el conocimiento de la coyuntura politica que exhibe con el ademan de la confianza heredada en los nombres propios y la figuracién que esgrime en el realce de los elegidos. La coyuntura politica le sirve de marco tanto a los ejes y motivos amplios como a los detalles recénditos que permiten ver el trato intimista con el entomno como el culto estetizante de la banalidad. Alli donde Sarmiento se sumergia en las variables de los tiempos historio- 45 grificos, Mansilla suspende lo que se aproxima al anilisis y ame- naza con disolver la atencién de su auditorio. As{ nos habla del conflicto de Entre Rios y de la Guerra del Paraguay, abriendo el desfile de personajes que restituye su memoria y su ego. Tal es Ja actuacién de la oralidad o mejor, la puesta en escena de una situacién de charla que el narrador digita desde todos los éngu- los de la enunciacién. Los refranes y proverbios son funcionales a esta cuestién por generar el efecto consuetudinario del saber general que implanta una tradicién. “Te asombrarias si volvieses a estas tierras lejanas y vieras lo que hemos adelantado. Buscarias intitilmente el molino del vien- to; el pino de la quinta de Guido se ha escapado por milagro. La civilizacién y la libertad han arrasado todo. El Paraguay no exis- te, La iltima estadistica después de la guerra arroja la cifra de ciento cuarenta mil mujeres y catorce mil hombres. Esta grande obra la hemos realizado con el Brasil. Entre los dos lo hemos mandado a Lépez a la difunteria. {No te parece que no es tan poco hacer en tan poco tiempo? Ahora la hemos emprendido con Entre Rios donde Lopez Jordin se encargé de despacharlo a Urquiza. Todos, todos han sentido su muerte muchisimo. De esta guerrita, en la que nos ha metido la fatalidad historica, nos con- solamos pensando que se acabard pronto, y en que como el Entre Rios estaba muy rico, le hacia falta conocer la pobreza. La letra con sangre entra. Es el principio del dolor fecundo”. (p. 61) Desde una confidencialidad sostenida por el teatro de un didlogo que no espera respuesta, pasa a una primera persona del plural, alli donde el nosotros tiene como efecto borrar y disolver el peso riguroso que supone analizar un hecho politico, como parte futu- ra de la Historia nacional. Sintaxis de frases breves y juicios a modo de conclusién incierta, menos por falta de coordenadas referenciales que por la familiaridad sin distancia con que toma 46 el objeto de Ia politica y de la historia, Asimismo, sin olvidar a su auditorio, el autor toma la coartada del vaivén entre los t6 cos de la felicidad, las tinieblas, a vejez, la muerte, el miedo y la vida; libertad, religign y patria. Todo es materia integral que sintetiza el instante de la palabra ejercida con arte y placer. El discurso de Mansilla articula pasajes que van de la reflexién al relato, estructurando el momento cuando el pase, entre defini- ciones, apreciaciones, tipologias, taxonomias y relatos, resulta eficaz. De esta manera, los cambios de registro ofician de excu- sa para dar lugar central a la primera persona singular, devol- viendo siempre el plano de privilegio cedido a la imagen hiper- bélica que se le aparece en suefios: Lucius Victorius Imperator entre los ranqueles, con algin parecido a Napoleén. Mientras Sarmiento observa, declama, juzga con estentéreas invectivas, Mansilla cavila y delibera, bromea y pregunta; como si la escritura tomara como materia el andar sobre caballos cembridados por manos diestras. El asalto de la duda es coartada ligera para la pausa que amerita saciar el hambre o reparar el cuerpo cansado. Pero también, es otra de las formas que com- pletan el aprendizaje que avanza sobre lo desconocido, abonan- do sobre el desierto como campo de una experiencia inusitada y reveladora, Entonces la lengua y sus artificios modifican la fun- cién y el sentido que el espacio habia tenido desde Echeverria: falta y vacfo de lengua propia y tradicién legitima, espacio mira- do desde la lente estetizante que funde e injerta a los malones en el entomo de la naturaleza desolada, infinita y hostil. Mansilla valida su condicién moderna y no permite que los rasgos romén- icos del pasado prevalezcan en su textualidad. “Si, el mundo no se aprende en los libros, se aprende obser- vando, estudiando los hombres y las costumbres sociales. Yo he aprendido mas de mi tierra yendo a los indios ranqueles, que en 47 diez afios de despestaitarme, leyendo opiisculos, folletos, gaceti- llas, revistas y libros especiales. Oyendo a los paisanos refereir sus aventuras, he sabido cémo se administra justicia, como se gobierna, qué piensan nuestros criollos de nuestros mandatarios y de nuestras leyes” (TI, p. 193) Sin embargo los libros refrendan una procedencia cultural y una filiacién de usos y costumbres civiles. Ya hacia el final, cuando isita al cacique Ramén afirme los lazos de amistad lejos de las suspicacias que supone desconocer prerrogativas protocola- res (primero debia ver a Mariano), el autor se toma su tiempo para pulsar el ritmo de los instantes, aguardando que el horizon- te infinito le devuelva alguna clave de su viaje. A su cardcter con- ciliado con la contemporaneidad, le toca combinar el sentido rea~ lista y pragmdtico (consciente de limites ciertos) con el deseo de trascendencia, y la ensofiacién devenida de intensidad fisica del placer, derivado del cuerpo avido y voraz por los perfumes, los claroscuros, las comidas al aire libre. En esta linea opera la fle- xiGn entre la gracia del humor y la seriedad reflexiva, cuyo resultado es el delicado equilibrio de la escritura de un dandy. Mansilla bromea con los efectos finales de una verdadera trans- culturacién, omitiendo incluso la condena de lo que en la cultu- ra letrada se lamaria delito. Asi sucede con el robo de caballos, parte de una costumbre naturalizada entre los indios, lo cual es fuente de hazafia cuando el autor replica dicha accién para su beneficio. La experiencia del instante le permite gozar del esplendor de lo efimero. Asi; no se fija en el percance que con- tradice el intento de su astucia frustrada; hacia el final, ya com- penetrado con la alteridad, roba caballos que termina por ceder a quienes se dicen sus “propietarios” y con la sana liviandad de quien no padece enconos, rie con sus soldados después de enun- ciar la célebre cita de Proudhom: “La propiedad es un robo”, 48 Los epigrafes Emerson y de Comte al epilogo, (como las citas que antes correspondieron a Dante) le habilitan el ingreso a una teoria de la belleza inherente a lo real y al poder inmenso de lo efectivo (podria decirse, de lo realizable, y all{ trazar el sentido de su misién). Pero més allé de las descripciones posticas del claro de luna sobre el salitral, Mansilla traza con lineas borrosas el asalto de la melancolia oracular de una proxima extincién de los ranqueles. Si Comte le presta el argumento sobre los deberes, de la humanidad afirmada sobre lazos fraternos, Emerson abre los limites de lo perfectible sobre el amor, derramado por el hom- bre a través de la ciencia y la poesia. Asi, los itinerarios del Bagual, las lagunas de Overamanca, el Chafiar, Loncomatro, como los caminos de las Acoralladas, las Tortoritas, el Machomuerto y el Bajohondo, presentan las fisonomias deshabi- tadas y majestuosas del silencio. Pero tanta belleza, dird el coro- nel, “piden brazos y trabajo”. Entre la ligera tristeza que adivina el porvenir de un pueblo y la anuencia ante el concepto de poli- tica, cultura y civilizacién que adopta en perspectiva geneal6gi- ca, Mansilla hace valer su perfil realista y prictico que radica en el conocimiento de su propia cultura, y con artificio de exposi- cién auténtica, le devuelve el nombre de “civilizacién”. Artifice de su destino, Mansilla esculpe su propio monumento de carne y hhueso (no estatua inmévil sino figura en movimiento, ubicua y protagénica), y esa es la figura que afirma la condicién de su gra- fia: devenir oximoron o mejor, paradoja de sentidos contrapues- tos y simultaneos. ‘,Cuindo brillaré para ellas esa aurora color de rosa? jCudndo! jAy! Cuando los ranqueles hayan sido exterminados y reducidos, cristianizados y civilizados. ZY cuntos son los ran- queles de cuya vida, usos y costumbres he procurado dar una ligera idea en el transcurso de las paginas antecedentes? De ocho 49 © diez mil almas, inclusive unos seiscientos u ochocientos cauti- vos cristianos de ambos sexos nifios, adultos, jévenes y viejos”. (TH, p.197) Hacia el final del epilogo y con visible dnimo de dejar testimo- nio, Mansilla nombra a las tres tribus que constituyen Ia “gran familia ranquelina” cuyos caciques principales son Mariano Rosas, Baigorrita y Ramén; dos caciques menores, Epumer y Yanquetruz y por iltimo no olvida mencionar cada capitanejo. El trato directo que ha estrechado infinitas manos, oscila entre Jos modos fraternos y los paternales. Pero los lamentos y las, interjecciones que traduce el animo turbado por la pesadumbre de un presagio funesto, lo liquida con la reserva de astucia y pru- dencia que atin guarda. No evita colocarse al lado de la “civili- zacién” cuando justifica su histérico accionar y la respuesta de Mariano no se hace esperar. Mansilla hace silencio, pero antes no dejé de cumplir con su parte del pacto, la mas personal por medio de la cual elige ceder y transmitir la palabra de los indios. “Hermano, cuando los cristianos han podido nos han muer- to: y si mafiana pueden matamnos a todos nos matardn, Nos han ensefiado a usar ponchos finos, a tomar mate, a fumar, a comer azticar, a beber vino, a usar bota fuerte. Pero no nos han ensefia- do nia trabajar, no nos han hecho conocer a su Dios. Y entonces, hermano, {qué servicios les debemos?” Yo habria deseado que Socrates hubiese estado dentro de mi en aquel momento a ver qué constaba con toda su sabidurfa. Por mi parte, hice acto de conciencia y callé.”....No me cansaré de repetirlo: No hay peor mal que la civilizacién sin clemencia” (TL. p. 199) 50 Intriga y cortesia: los secretos politicos de la otredad. Toda escritura que aborde una perspectiva sobre la Historia supone un vinculo constitutivo con el pasado desde una posicion que nos habla del sujeto que realiza esa lectura. Asimismo, de las coordenadas ideol6gicas y culturales de la mirada, depende la relacién con la verdad que establece un sistema de representa- cién y una poética (una serie de procedimientos y estrategias for- males de la enunciacién), lo que deriva no en una verdad mono- logica y orgdnica sino en un mosaico de versiones. Se puede decir que, més alld del pretendido estatuto probatorio (datos y fuentes) en el que la historiografia basa gran parte de su legiti- midad, el ensayo politico 0 de ideas, y hasta el periodismo (desde Jas gacetas panfletarias a las investigaciones que José Hernandez. vuelca en su libro sobre Chacho Pefialoza), sostenido en el pre- sente perentorio, asumen la construccién de un objeto y una téc- nica que aporte la dosis necesaria de conviccién. De ahi que la cescritura sea mas o menos verosimil, como una ficcidn de lo real en paralelo y ajustada a la concepcién de lo veridico que se tenga. En la letra de la negociacién, Mansilla evoca con Baigorrita las traiciones de Coliqueo que se vuelca a pelear junto a Mitre. Sentencia que funciona en parte como elemento acusa- torio al lugar de procedencia, y el atenuante que dispone como defensa cautelosa para los indios: “Nuestra civilizacién ha arma- do el brazo de los salvajes” (TI, p. 12), dird al comienzo. Mansilla escribe con plena conciencia del presente y desde ahi da cuenta de algunas condiciones que le conviene registrar, a los efectos de ser creible desde una concepcién de escritura que excede los cénones de los géneros de entonces. “Sin contrastes, hay existencia, no hay vida. Vivir es suftir y sl gozar, aborrecer y amar, creer y dudar, cambiar de perspectiva fisica y moral. Esta necesidad es tan grande, que cuando yo esta- ba en el Paraguay, Santiago amigo, voy a decirte lo que solia hacer, cansado de contemplar desde mi reducto de Tuyuti todos los dias la misma cosa; las mismas trincheras paraguayas, los mismos bosques, los mismos esteros, los mismos centinelas; sabes lo que hacia? Me subja al merlén de la bateria, daba la espalda al enemigo, me abria de piernas, formaba una curva con el cuerpo y mirando al frente por entre aquellas, me quedaba un instante contemplando los objetos al revés, Es un efecto curioso para la visual, y un recurso al que te aconsejo recurras cuando te fastidies 0 te canses de la igualdad de la vida” (TI. pp. 60-61) “Estoy esperando las mulas que se han quedado atris, y refle- xionando en la costa de Ja laguna si el gran ferrocarril proyecta- do entre Buenos Aires y la cordillera no seria mejor traerlo por aqui. No vayas a creer que los indios ignoran este pensamiento, También ellos reciben y leen la Tribuna. Te ries Santiago? Tiempo al tiempo.” (TI, pp.62-63) La primera cita corresponde al despliegue de ardides del sujeto de enunciacién, construido y atravesado por el movimiento y la dindmica de los modos de ver, 0 de cifrar una mirada en el des- afio de desplazar e invertir los marcos emplazados de la percep- cién. La mirada al revés le permite el cumplimiento eficaz de lo que el autor se propone: salir del fuerte Sarmiento excediendo los juicios y conceptos deparados por la gestién militar. Es esa misma plasticidad la que promete salir del cauce reducido de la ‘monotonia, a nivel social e individual. Ya en la segunda cita, su genuina practica politica, amplia al extremo la perspectiva para captar y dar cuenta de lo que serd un miicleo de su libro: la pre- sentacién real de una cultura y un saber. Entre la reticencia que le cabe al chiste y al pincel ligero de pensamientos incompletos, 2 despunta la suspicacia; asi, el ferrocarril no seré un agente menor, antes bien, es la imagen proyectada como futuro posible, Jo cual deja al autor en el lugar del visionario que se anticipa a la realizacién. Aqui es funcional el nombre de Santiago, como sin- tesis y metonimia de una interlocucién que legitima la posicién cenunciativa en un lugar de privilegio: por el saber y procedencia. Ese arte de esgrimir la palabra asegura el cuidado de si sin dejar de custodiar el delicado conflicto que debe atender: Ia intriga y la desconfianza de los indios. Iniciada la excursién, Mansilla insinda y juega, conociendo el arte de medir los tiempos y ritmos que hardn de la espera y el diferimiento, la cifra de un auténtico sistema politico. En tal dispositivo de ambigledades, Mansilla restituye las razones del temor, como una matriz de ficciones sobre la otredad que funcionan de manera reciproca: su mirada nunca tiene la unilateralidad del conquistador sino que aplica las contorsiones del revés y cambio de perspectivas para pensar y narrar la razén del miedo ajeno. Asi obra la ribrica de un libro de viajes, la excursién que sale para entrar en el medio donde la diferencia refracta y desvia los motivos de una conciliacién difi- cil, o como lo diré en el epilogo (y ratificara la Historia) imposi- ble. Diferencia como aplazamiento, como intervalo y protocolo a diferir, retardar, precisamente, la decisién que respalda el anta- gonismo declarado, la fisura abierta entre percepeiones cualitati- vamente distantes. E] tejido de sospechas que sera la base de los introitos infinitos, las postergaciones que generan, a su vez, las imagenes superpuestas, las anticipaciones distorsivas como trama de equivocos y versiones. Tal diferimiento inscribe el ritmo de la espera, marcha y contramarcha que sabe leer los ras- tros en cada semblante, cuya ribrica es la primera persona en singular. En esa escritura, verdadero testimonio y registro de la experiencia, se pone en practica la lectura como si rostros y ges- tos fuesen libros, alli donde se define la construecién de un saber en base a validaciones y rectificaciones del punto de vista pro- pio. Cada ritual posee sus reglas y conveniencias; y lo que de ello se enuncia, tiene correlatos que varian de traducciones y de exé- gesis, segun la situacién y la éptica adoptada, Decia con anterio- idad, que Mansilla resuelve postergar la visita a Ramén por cau- tela respecto de la recepcién que podria tener Mariano. Peto los cruces y malentendidos circulan con la velocidad de los peloto- nes de indios, cuando Bustos, el emisario de Ramén, invita al coronel a sus tolderias. Mansilla, como centinela del tratado, establece todo un repertorio de cédigos y ceremonias que dan cuenta de la idiosincrasia de las relaciones establecidas, los com- promisos y la formalidad institucional donde la tradicién se com- pone de hébitos consuetudinarios, rutinas cotidianas, visitas de rigor y de ritos que sostienen esos vinculos. Parte de la estructu- ray organizacién de la vida ranquelina consiste en las visitas, los regalos y las devoluciones hospitalarias; y en la demora que rat fica con detalles manieristas, atencién y cortesia, se prodigan las muestras rituales que sellan el pacto de la confianza. El tiempo se instrumenta a los efectos de poder creer en el otro, una suerte de perpetua huida hacia adelante cuyas reglas, Mansilla, inter- preta, traduce y cumple al pie de la letra. Sin embargo, no solo se trata del dispendio de banquetes y comidas en los que el autor se detiene con apetito sibarita; asi también, aplazar los encuen- tros supone ir tras la caucién que evita la emboscada por lo que las lenguas, el habla de los cristianos y de los indios (el rol del lenguaraz.es fundamental en todo el libro), corren y pliegan las cortinas de rumores y secretos, las noticias y los mensajes en lo que se arma como una verdadera red de espionaje. Tras dichas demoras se inscribe la diferencia (Iingiistica, politica y cultural) cuyo dispositivo de manifestacién asume la extensién sobre un 54 presente continuo, con la excepcién que el pasado reviste en cali- dad de historia y de relato sobre el conjunto de hechos e inter- pretaciones. Diferencia cualitativa (mirada etnocéntrica, mirada, de alteridad) supone diferir en el tiempo para acordar los térmi- nos de la buena fe que celebra una alianza. El autor sabe de las ventajas y prerrogativas de cada lugar, y que el crédito emplaza- do en la palabra del otro, es una cuestidn de utopia. Los constantes desvios de la conversacién, del relato y las digresiones de los dialogos y soliloquios, constituyen el reverso de la espera sostenida en el tiempo del trato. Los primeros escar- cceos (que de todas maneras se mantendran hasta el final) radican en el reparto de aziicar, yerba, tabaco y aguardiente. Y como intrigas palaciegas en la corte de los reyes, las cortesias exaspe- an las maneras cuidadosamente amables entre los ranqueles, regulando el acuerdo entre la intensidad del miedo, el ansia y la fiabilidad. En este sentido, cada preémbulo y exordio son la puesta en acto, o mejor decir, la actuacién literal de la espera, en Ja gestualidad teatral que invoca con antelacién los efectos bus- cados. Mansilla observa pero nunca olvida ser quien es, y asi cita el “tratadito” (como lo llama con familiaridad de mesa de luz): “La moral aplicada a la politica 0 el arte de esperar”. Todo sinte- tizado en el titulo: politica, arte y espera. Pero mientras prorroga Ja expectativa, observa y registra lo que se inscribe como dife- rencias, también, entre épocas histéricas. Tal es el juicio que alterna sobre la barbarie y la humanidad, concepto ausente en la Generacién del 37’. El encuentro y los saludos con el hijo de Mariano es el primer signo de educacién superlativa basada en ‘formulas, que van desde la pregunta por el estado de los caballos (ya que ningin cacique se hace cargo de la pertenencia de los mismos) a los gestos que abarcan gratitud y reverencia, igualdad y representatividad, paz y declaracién de guerra; desde la vesti- 55 ‘menta enmarcada en el ritual estético ~pinturas de rostros y cuer- pos~ hasta las fiestas que desarticulan los rigores de las normas (cuando los indios estén “achumados”, es decir borrachos, sin excluir a los primeros mandatarios); ademanes todos que adelan- tan el paso previo de la decisién. En este sentido las tribus tea- tralizan ocio y negocio, al regirse en el arte de la simulacién o la reserva; la mascara que vela la hostilidad de la sospecha y el des- crédito, de alli la importancia de los “agentes secretos” que se fil- tran en los campamentos e interceptan comunicaciones y corres- pondencias; de alli, también, la jactancia del ego que extralimita sus facultades y atributos: Mansilla jerarquiza su habilidad diplo- matica como potestad suprema, Mansilla espera érdenes para ver a Mariano Rosas. Acata los tér- minos que dardn lugar al tratado. En la condicién aceptada, se acerca y los describe, Hamzndolos, por momentos, “barbaros”, mas por las circunstancias inmediatas (cansancio ¢ incomodidad que lo asalta por momentos), que por ideologemas hegeménicos. Ahora supone una suerte de actualizacién que desvia el uso tra- dicional de un implante partidista o faccioso; més arrebato tem- peramental del que mira y escribe sin mediacién, que el juicio insignia de la supremacia de clase. Cabe recordarlo, Sarmiento asi descalificaba a los caudillos del interior en la persona de Facundo Quiroga (Rosas no es un caudillo para Sarmiento, es la sistematizacién inteligente, racional del mal que atenta contra el progreso republicano y la consolidacién nacional); tampoco Echeverria los humanizaba y Hernéndez repite, en su Martin Fierro, el odio al indio (junto al desprecio por el gringo). El narrador se detiene en las figuras femeninas, a saber, su coma- dre Carmen (guia, consejera y amiga), las indias y esposas de los caciques, las cautivas, con especial atencién a Fermina Zérate, Petrona Jofre, con quienes departe acerca de la posibilidad de 56 volver la ciudad y a la sociedad de origen, pregunténdose hasta qué punto es realmente posible y conveniente una vuelta, tras afios de acendradas costumbres entre salvajes. Y la disquisicién que supone los beneficios de filosofar o establecer tipologias deterministas (“el gaucho es producto peculiar de la tierra argen- tina”, repitiendo a Sarmiento aunque acentuando el rasgo de clase desheredada y particular) se bifurca en las historias que da a conocer de Miguelito, Rufino, Hilarién y Camargo, iltimos dos pertenecientes a la gente de Sa, caudillo de San Luis y en el caso de Camargo, soldado del Chacho. ‘Tras una larga locucién sobre la presunta sabiduria de los ancia- nos sobre los jévenes, Mansilla sigue entrenando al lector en la antesala conversacional para ingresar al epicentro de las dilacio- nes politicas: Hegado a Leubued, se realiza el primer saludo con el hijo de Mariano,quien de inmediato da aviso a su padre para luego tener que recibir la orden de otro enviado del cacique sobre la inconveniencia de cualquier movimiento. Modulando la tem- pestad de impaciencia que lo acosa, el narrador pregunta porqué no compartir el gozo que deparan las curiosidades vedadas, por lo que propone a sus lectores, un intervalo hasta el préximo capi- tulo. Ahora estamos en condiciones adecuadas para asistir a la escena principal: el encuentro con Mariano Rosas y el verdade~ ro sentido de los parlamentos. Aqui y ahora comienza el espec- taculo del cruce entre la comitiva militar y la tribus ranquelinas. Si Mariano Rosas estudia con esmero, aspecto y fisonomia de Mansilla y su séquito, el tiempo deviene lectura sobre el sem- blante para develar las intenciones del alma. Asi lo supone el autor quien por medio del lenguaraz. destaca las nociones verti- das en las palabras: padre grande, por filiacién humana y divini- dad omnipotente. El coronel y toda su comitiva es indagada de cerca, incluso por brujas ancianas (conjurando posibles espiritus 31 malignos) ¢ indios viejos, quienes parecen alojar el misterio de la creacién en los surcos de sus rostros. Cuando el curso del sol, la carrera de las nubes, el color del cielo develaron su secreto, la esfinge del desierto permite que Mariano estreche la mano del coronel Mansilla, presente alli “en cuerpo y alma”. Ese instante invita el ingreso a la morada de donde parten los caminos y ras- trilladas hacia los montes de Carrilobo (los toldos de Ramén), los ‘montes de Quenque (los de Baigorrita), Salinas Grandes (los de Cafulcura) y hacia la Cordillera para las tribus araucanas. Datos todos que el autor sabe propios porque no es cuestién de indios medir distancias ni mucho menos aceptar inferioridad de saber con un extranjero. “Y digo con mafia y disimulo, porque entre los indios, nada hay més inconveniente para un extraiio, para un hombre sospe- choso, como debia setlo y lo era yo, que preguntar ciertas cosas, manifestar curiosidad de conocer las distancias, la situacién de los lugares a donde jamés han legado los cristianos, todo lo cual se procura mantener rodeado del misterio mas completo. Un indio no sabe nunca dénde queda el Chalileo, por ejemplo; que distancia hay de Leubueé a Wada. La mayor indiscrecién que puede cometer un cristiano asilado es decirlo” (TI, p.156) Lo que podria entenderse como ardid o trampa, son ms bien ™mecanismos para facilitar los tratos, mediante obsequios que dis- pendian el valor de la palabra; estrategias para afirmar Ia reali- dad del didlogo y decretar el sentido benéfico de su posibilidad. Pero por sobre todas las cosas, el autor se dedica a componer la biografia y el retrato de Mariano Rosas, a quien dispensa la fami- liaridad del trato por tener un particular parentesco con el caci- que. Hijo del cacique Paine es jefe de la confederacién ranqueli- na, aplicando, segiin el autor, la politica de la division entre los jjefes para conservar su reinado; sin pasar nunca a mayores con- 58 flictos, su palabra se vuelve consejo y sabia prudencia de acuer- do Ia necesidad que requiera la ocasién de dirigirla a Ramén 0 a Baigorita. Conciliador y paternalista, posiblemente haya apren- dido algo de quien lo protegié cuando en 1834 fue hecho prisio- nero en la laguna de Langhelo (alli donde el presente del narra- dor encuentra el fuerte Gainza, cuyos primeros cimientos los construyé Mansilla). Mariano y sus compafieros fueron llevados a Santos Lugares y son interrogados por Juan Manuel de Rosas. Mansilla hace una pausa en el relato y piensa en conclusiones exordios que condensan la razén de emplazar el sentido que de cuenta del destino; Rosas lo hace bautizar, le da su apellido y lo protege envidndolo de pedn junto a sus compafieros a la estancia del Pino. Luego de permanecer algunos afios salieron una noche de luna hacia el desierto para no volver, a pesar del gran afecto que ambos se prodigaron toda la vida. “Mariano Rosas conserva el mas grato recuerdo de venera- cién por su padrino; hablaba de él con el mayor respeto, dice que cuanto es y sabe se lo debe a él; que después de Dios no ha teni do otro padre mejor; que por é1 sabe cémo se arregla y se com- pone un caballo parejero; cémo se cuida el ganado vacuno, yeguarizo y lanar, para que se aumente pronto y esté en buenas ‘cames en toda estacién; que él le enseiié a enlazar, a pialar y a bolear a lo gaucho. Que a mas de estos beneficios incomparables le debe el ser cristiano, lo que le ha valido ser muy afortunado en sus empresas. Ya te he dicho que estos barbaros respetan a los cristianos, reconociendo su superioridad moral, aunque les gusta vivir como indios, el dolce far niente, tener el mayor mimero posible de mujeres, tantas como se pueden mantener, ..."(T-1, 214) ‘Tras la huida se afirma el carifio que la memoria preserva con 59 misivas y regalos. Y a pesar de la invitacién que le hiciera su padrino de que le concediera una visita, Mariano no volvié a moverse de su tierra. “Mi querido ahijado: No crea usted que estoy enojado por su partida, aunque debié habérmelo prevenido, para evitarme el dis- gusto de no saber qué se habia hecho...” (TI p.215) La “meliflua” carta de su tio pone en cuadro otra de las habili- dades de Mariano: el saber de la lectura -escritura, Cuando muere Painé, al explotar una granada que Emilio Mitre habia dejado en el desierto hacia 1856, Mariano hereda su poder. Doble herencia que hace gala de la vestimenta gaucha cuando recibe al autor en camisa de Crimea, pafiuelo de seda, chiripé inglés, botas de becerro y sombrero de castor con cinta colorada. siento principal de los refugiados politicos, en Leubueé esté la santa federacién “a la orden del dia”. La circulacién de las noti- cias se practica con las idas y vueltas de los espias pero Mariano €s poseedor de un estricto archivo de cartas, diarios que obran de registro histérico. Sin embargo, la confianza que Mansilla se tiene por ser sobrino camal de Rosas, se ve menguada en las difi- cultades del trénsito y una diplomacia sostenida tanto en jerar- quia onomastica, como en la genuina representatividad que los indios delegan sobre el mandatario, Representacién cuya base institucional otorga y valida la palabra de cada habitante sin que la mediacién de los jefes anule la potestad real de cada una de las, voces. En la jurisprudencia que dota de valor aquello que cada indio reclama, sanciona o impugna, se cifra la distancia real que media entre el poder ejercido por delegacién mediada de la Republica, y el que se ejerce en los términos reales de la mani- festacién. Llegado el momento de sesionar en la Junta Grande, Mansilla advierte que el nombre institucional responde a las exactas condiciones de escuchar y estrechar la mano, literalmen- 60 te, de todos y de cada uno, logrando la “aceptacién” de Mariano de que el tratado sea Ilevado por el propio Mansilla en calidad de ‘embajador, para que el Congreso lo apruebe en términos consti- tucionales, De alguna manera, la indiscutible destreza del ca que es puesta en perspectiva antropocéntrica (Mansilla habla desde su lugar) cuando el narrador pone de relieve uno de los elementos que separan las I6gicas de ambos mundos: la perspec- tiva concreta y literal de Mariano, no entiende (0 mejor, no sabe) de abstracciones conceptuales. Tal es la razén por la que insiste con la pregunta acerca de si el Presidente es “amigo” (a lo que el autor responde positivamente afiadiendo que ha envejecido ense- fiando a todos los nifios del pais). El discurso inaugural de Mariano establece las condiciones; asi, cuando le llega el turno al autor, este adopta la mimica oratoria de la escuela ranquelina, intermediando los lenguaraces con la traduccién a lengua arau- cana. El coronel explica la posicién que se asigna: “Hablé del presidente de la Republica, de Arredondo y de mi” (TL, p. 94). ‘Aqui coloca los artificios de la elocuencia discurriendo con la gracia facil de un ritmo que combina scherzo y adaggio. Asi lo ‘complementa con Ia pantomima de una animacién histriénica y deliberada sobre el trabajo, contaminada de referencias conta- bles al tabaco, la yerba y el azticar y yeguas que prodiga en can- tidades. La mentada “barbarie” vs. la maquinaria constitucional de la repiblica, marca el curso de las similitudes entre unos y otros. Llegado este punto y en lo que hace a la impronta realista de la escritura, el diario de viaje reafirma su condicién testimonial (su cardcter de estar alli, en el teatro de los acontecimientos desde el presente, y si se quiere, vigilando como centinela las lecturas posibles de las generaciones venideras). Por ello desliza su pluma hacia la zona mas oscura: Mariano indaga las razones 6

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