You are on page 1of 52

SOMETIDA AL PLACER

Nisha Scail
DEDICATORIA

A Vero y Gabriela, por que hacéis que hasta el día más nublado
y sin magia resplandezca como el más radiante sol.

A Maite, por echarme una mano cuando empiezo a verlo todo


negro y me escucha cuando mis neuronas colapsas del todo.

A mis lector@s, las que no se cansan de devorar estas historias


y pedir más, las que me alientan con cada nueva frase y me
emocionan con sus palabras. Sin vosotras, no sería nada más que
otra quimera en el basto universo literario.

A todas/os millones de Gracias.


ARGUMENTO

La vida de Lya cambió drásticamente en cuestión de minutos.


Todo aquello por lo que había luchado, sus logros, sus metas, sus
sueños se redujeron a un montón de escombros ante las reciente
revelaciones; iba a morir.
Bahari llevaba demasiado tiempo buscando la forma de liberarse
de las cadenas que lo ataban al Club Souless, una mala jugada del
destino lo había llevado a terminar sus días entre aquellas cuatro
paredes sin más divertimento que los clientes que pasaban por sus
salas… Hasta que la conoció a ella.
Hacer un trato con el Ángel de la Muerte no era la forma en la
que Lya había pensado escapar de su destino, pero cuando apareció
entre las sombras y se ofreció a hacer realidad cualquiera de sus
deseos, el entregarse al placer durante una noche no parecía ser un
pago demasiado costoso.
Poco sabía ella que la intención de Bahari era dominarla y
someterla en el más erótico y perverso de los juegos.
PRÓLOGO

La noche había caído sobre la ciudad, la niebla cubría las viejas


calles de Edimburgo, sus pies se arrastraban sobre el suelo
adoquinado en su ascenso por la Royal Mile. Hacía horas que los
tours que guiaban a los visitantes en la visita nocturna por la ciudad
habían terminado, para entonces ya solo quedaban los rezagados o
los jóvenes que disfrutaban de una vida que a ella se le terminaba.
Una solitaria lágrima se deslizó por su mejilla con tanta rapidez
como la borró. No iba a llorar. De nada serviría el llanto en aquellos
momentos, su vida no se alargaría, el tumor no desaparecería… Lo
único que conseguiría era que el dolor de cabeza que había venido
sufriendo últimamente aumentara, un malestar que ahora sabía era
motivado por la enfermedad.
Esa tarde había recogido los resultados en la clínica, el
diagnóstico era tan claro que el médico tuvo dificultades para
comunicárselo. ¿Cómo le dices a una mujer de treinta y un años que
su vida estaba a punto de terminar, que con su suerte quizás podría
vivir otros tres o cuatro meses antes de que el maldito cáncer instalado
en su cerebro empezase a afectarla? La falta de coordinación en el
habla, pérdida de visión y aquellas insoportables migrañas serían los
posibles síntomas a los que tendría que enfrentarse y se irían
haciendo más acuciantes hasta que terminaran con su vida.
<<Con su actual situación, si se somete al tratamiento, su vida
podría alargarse hasta el año. No le aconsejo una operación, el lugar
en el que está el tumor es demasiado delicado y no podríamos
asegurar el éxito de la intervención. Lo lamento mucho, señorita
Evans>>.
Sí, el médico lo sentía, pero era ella la que iba a morir y no al
revés.
—No es justo —musitó.
La justicia la ignoraba una vez más dejándola a la deriva en un
mar de tormenta. Justo cuando las cosas parecían mejorar un poco, la
obligaban a volver a casa con el rabo entre las piernas, al lugar que
había abandonado porque no soportaba la asfixiante y rígida forma de
vivir de sus padres.
Había llegado a Edimburgo tres meses atrás, escapando de las
rígidas normas de su familia, de unos padres que todavía pensaban
que su hija tendría que amoldarse a cada uno de sus deseos; incluido
el casarse con quien eligieron para ella. Alguien debería haberles
explicado que los matrimonios por conveniencia eran cosa del pasado;
uno muy remoto en su opinión.
Le había llevado casi todo ese tiempo establecerse y encontrar
un trabajo lo suficientemente decente como para costearse el
alojamiento y poder comer algo más que un triste bocadillo.
Y ahora tendría que dejarlo todo y volver a casa con el rabo
entre las piernas.
—Mierda, mierda, mierda… ¡Mierda! —terminó clamando en voz
alta. Su exabrupto atrajo la atención de los transeúntes que todavía
deambulaban por la ciudad a aquellas horas.
Refunfuñando para sus adentros, se ciñó el bolso al hombro y
empezó a bajar la calle con paso decidido para finalmente torcer a la
izquierda y optar por uno de los muchos pasadizos llenos de escaleras
que discurrían desde aquella parte de la ciudad.
Con la poca luz que había, la humedad que traía consigo la
niebla, no era el más inteligente de los caminos a tomar, pero con su
suerte, ¿qué más daba si se rompía el cuello ahora o moría tras una
larga y jodida enfermedad? Mejor algo rápido que terminar en la cama
de un hospital, babeando y sin saber ni siquiera su nombre.
—¡Maldita sea! —siseó—. Daría cualquier cosa, lo que fuese,
por tener un minuto, un mes o un año más de vida de lo que dice ese
papelucho. Daría cualquier cosa para que todo esto no fuese más que
un sueño, no puedo morirme… no todavía… ¡Ni siquiera he conocido
al hombre que me saque de pobre!
Sacudió la cabeza y dejó escapar un profundo suspiro. ¿A quién
pretendía engañar? Los milagros no existían… y ella estaba
condenada a un mísero final.
Agobiada por su sino, giró y enfiló la primera línea de escalones,
no llegó a bajar un par de ellos cuando se encontró con el pie pisando
el aire y su cuerpo lanzándose en lo que sin duda sería el mayor
porrazo de su vida. El grito que surgió de su garganta quedó
interrumpido por los brazos y el duro cuerpo que frenó su caída.
—No deberías jugarte la vida cuando estás dispuesta a dar
cualquier cosa para conservarla.
Las palabras fueron tan inesperadas como su presencia.
—¿De veras estarías dispuesta a entregar lo que fuese a cambio
de seguir viviendo?
La pregunta que surgió de los carnosos labios de un completo
desconocido de pelo negro y unos ojos azules tan claros que parecían
cristal, la dejó sin aliento; no es que fuese difícil después de romperse
casi el cuello. Una ligera barba cubría su mentón en una recortada
perilla que enfatizaba el delicado hoyuelo que se hundía cerca de la
comisura de la que tenía que ser la boca más pecaminosa que
contempló en su vida. El pelo se le rizaba ligeramente sobre las orejas
y caía hasta sus hombros en sedosas ondas, un look antiguo y
elegante que contribuía a aumentar el aura de viejo mundo y
sensualidad del desconocido. El resto de su atuendo era oscuro, pero
era su inmenso cuerpo, sus duros brazos alrededor de su cintura los
que hablaban de fuerza y peligro, de una oscuridad y sexualidad tan
abrumadora que casi podía sentirla acariciándole la piel. Su
desconocido salvador era sin duda uno de esos hombres sobre los
que leías pero nunca veías.
Sus ojos se clavaron en los de ella con una intensidad que la
hizo de temblar. ¿Deseo o temor? No estaba segura de ello.
—Dime, pequeña muñeca solitaria, ¿qué estarías dispuesta a
hacer por añadir un año más al término de tu vida?
Incapaz de apartar la mirada de sus ojos, capturada por su
inesperada aparición y el magnético tono de su voz, soltó lo primero
que se le pasó por la cabeza.
—¿Cualquier… cosa?
Los labios masculinos se curvaron ligeramente, no podía
llamársele sonrisa, pero a pesar de ello su expresión cambió por algo
que evidenciaba satisfacción.
—Dilo.
No era una petición, era una orden firme y llana que la invitaba a
meterse en la boca del lobo.
—Cualquier cosa.
Las palabras surgieron por sí solas sellando el pacto que
cambiaría su vida por completo.

CAPÍTULO 1

Tres años después…


Bahari contempló el juego que se llevaba a cabo en el Club,
estaba distraído, lo había estado durante toda la semana, la cercanía
de aquella fecha siempre obraba de forma extraña en él. La necesidad
y la anticipación lo consumía y todo lo demás dejaba de tener
importancia para centrarse en un único asunto, Lya, la sometida del
Pacto.
El sonido del látigo captó su atención y lo devolvió a la escena
que se estaba llevando a cabo. Gadiel se mantenía vigilante al otro
lado de la sala en la que se llevaban a cabo toda clase de
perversiones, la misma en la que la había tenido a ella por primera
vez. Ambos respondieron a los gemidos de la sumisa que permanecía
restringida en la cruz de san Andrés. La chica era nueva, su presencia
en el club, voluntaria, deseaba experimentar aquel lado oscuro de su
naturaleza y ellos estaban allí para educarla y ayudarla a explorar.
Como propietario del Souless, uno no voluntario, estaba obligado
a ocuparse de todo lo que allí sucedía. Tiempo atrás, ella le había
tendido una trampa y como un estúpido había caído. Ella ganó la
libertad y él quedó encadenado a aquel lugar y al pecado que
conllevaba. No dejaba de ser toda una ironía que el Ángel de la
Muerte hubiese terminado convertido en el Maestro más educado y
peligroso del Souless; era conocido por su falta de escrúpulos así
como por su afán de dominación. Le gustaba estar al mando, que sus
amantes cumpliesen cada una de sus fantasías, pero por encima de
todo, se sentía bien en un papel que nacía de su propia naturaleza;
Bahari era un Dom y no tenía el menor problema con ello.
Sí, él había sido condenado, pero su cárcel podría haber sido
mucho peor si no fuese por la salida que encontró tres años atrás, una
que le permitía disfrutar de su libertad por una noche completa; una
salida con nombre de mujer.
Lysandra había sido la víctima perfecta, dio con ella en el
momento exacto, en aquel en el que su alma empezaba a rendirse.
Desahuciada en vida se había aferrado con los ojos cerrados a una
salida que ella misma había sugerido, fueron sus propias palabras las
que se volvieron en su contra y la ataron al Pacto que lo liberaba a él
de sus obligaciones con el Club durante al menos una jornada al año.
Y aquella noche había llegado una vez más, volvería a ser suya,
bajo sus propios términos si deseaba obtener un año más de vida
como había ocurrido en los anteriores.
—No acaba de conseguir de ella todo lo que podría darle.
La rasgada voz de Gadiel llamó su atención, su mano derecha y
administrador en el local habló en voz alta mientras caminaba en su
dirección, sus ojos fijos en la mujer que se había ofrecido voluntaria
para llevar a cabo aquella escena.
—¿Crees que podrías hacerlo mejor?
El hombre se detuvo a su lado. Con su misma altura —lo que lo
dejaba alrededor del metro noventa—, y un aura tan letal como la de él
mismo, el macho poseía la luz que a él le faltaba. Mientras él era
moreno y oscuridad, Gadiel era luz en medio de las tinieblas, su pelo
era una amalgama de colores que iban desde el dorado más claro al
castaño más oscuro, peinado de aquella forma en la que sólo él podía
verse —lo que equivalía a una especie de pinchos—, enmarcaba unas
facciones duras, de planos cuadrados y una nariz que hablaba de
fuerza y aristocracia. Sus ojos de un azul claro eran vigilantes e
inteligentes, con una sagacidad que a menudo brillaba en ellos y
provocaba más de un encontronazo con sus camaradas de club. El
aura de poder y sexo que lo envolvía solo era matizado por la firmeza
y temple con el que llevaba a cabo las disciplinas del club, una mano
firme que ofrecía la más tierna de las caricias a sus amantes.
Él era también una de las pocas personas que se atrevían a
decirle a la cara lo que pensaba sin importarle una mierda que
decidiese añadirlo a su colección de muertos; quizás porque él mismo
era un poco suicida.
—Un eunuco podría hacerlo mejor de lo que lo hace ese
insensato, Bahari —murmuró al tiempo que se cruzaba de brazos—.
Está demasiado tensa para disfrutar realmente del mundo en el que se
ha metido. No es el Dom adecuado para ella.
Sus ojos se entrecerraron sobre el escenario, una ligera
variación en la inclinación de sus labios hablaba de cierta diversión. Él
no era un hombre de sonrisas, de hecho, cuando lo veían sonreír
sabían que se desataría el infierno.
—Alegrémonos entonces de que tu polla siga dentro de los
pantalones —le dijo con cierto tono de ironía en su voz—. Será un
buen calentamiento ver una escena esta noche… encárgate de ella.
El hombre lo miró de reojo, su expresión no cambió.
—Has decidido traerla de nuevo.
Asintió, no era algo que fuese a mantenerse en secreto desde el
momento en que la deliciosa humana traspasase el umbral.
—Una lección más en su largo aprendizaje —declaró restándole
importancia al suceso—. Mi reluctante sumisa, sentirá esta noche el
collar alrededor de su cuello y el sometimiento sobre su piel…
La boca de su compañero se curvó en una divertida mueca.
—Todavía no te ha entregado su alma, por lo que veo —
comentó con cierta sorna—. ¿O no has querido arrebatársela?
Se encogió de hombros. Ambos sabían que su pequeña y
voluptuosa mascota era una mujer difícil de someter, pero cuando lo
hacía, ah, que deliciosa llegaba a ser.
—Tenemos un Pacto —explicó. No había necesidad de añadir
nada más—. Si quiere lo que puedo darle, me dará lo que deseo.
—Por supuesto —aceptó Gadiel. Ambos sabían que él siempre
obtenía lo que deseaba, costase lo que costase—. En ese caso, veré
lo receptiva puede ser esa muñequita esta noche...
Asintió.
—No la fuerces más allá de lo que pueda tomar —lo avisó. Le
gustaba el sexo como al que más, pero en su club había ciertas
normas que no permitía que nadie traspasase.
El gesto cínico en el rostro de Gadiel hablaba por sí solo.
—Nunca lo hago, solo me limito a mostrarles dónde está
exactamente el punto al que pueden llegar —aseguró con divertida
petulancia—. Ve a buscar a tu mascota. En cuanto Sarkis termine de
sacar la basura, le diré que mueva el culo a las mazmorras…
La mención del sumerio le llevó a recordar una de las tareas
pendientes.
—No, pon a Zen a custodiar las mazmorras —cambió sus
planes—, quiero a Sarkis en la sala.
La curiosidad bailaba ahora en las pupilas de su compañero.
—Si te oye llamarle así, le dará una apoplejía —le recordó. El
verdadero nombre de Zen era Hevin, pero le habían colgado ese
nombre ante la falta de pasividad con la que se enfrentaba a todos sus
cometidos; una pequeña burla que le molestaba tanto como le
cabreaba estar allí.
Ella no solo le había jodido a él al atarlo al Souless, había jodido
también a sus cuatro generales, los únicos capaces de comenzar el
Apocalipsis.
—Sobrevivirá para iniciar una próxima guerra —aseguró al
tiempo que le daba la espalda a la sala principal del club—. Ten a
punto el club y resérvame un asiento en primera fila para la función, mi
mascota estará ansiosa por verlo.
Tras de sí podía escuchar las carcajadas de Gadiel, ambos
sabían de primera mano lo poco que le gustaban a Lya las
exhibiciones de ningún tipo, más incluso que exhibirse ella misma.

CAPÍTULO 2

Lya no era una mujer paciente, era consciente de ello y cada vez
que se acercaba el momento de renovar su pacto con el cabrón hijo de
puta que se lo ofreció tres años atrás, la ansiedad y el desaparecido
dolor de cabeza volvía a ella como una venganza.
Cada vez que pensaba en ello, se estremecía. Había hecho un
pacto con el mismísimo ángel de la muerte, pero hasta ahora no le vio
alas a la espalda, aunque sí cola y cuernos… Maldito cabrón. Acudió a
ella en uno de sus más bajos momentos, cuando descubrió que su
vida estaba próxima a terminar y su grado de desesperación era tal
que se había agarrado a cualquier clavo ardiendo; de hecho, se agarró
a él y le vendió su alma.
Gracias a su presencia, la sombra de la muerte quedó relegada,
el tumor seguía en su cabeza, pero no se desarrollaba, ni registraba
ya ningún síntoma de su presencia… ni ella envejecía; un pequeño
detalle que se le olvidó mencionar a aquel ángel cabrón.
Había estado dispuesta a hacer cualquier cosa, lo que fuese y
Bahari le tomó la palabra al pie de la letra; lo dicho, le había vendido
su jodida alma a cambio de alargar su vida… Su alma y su cuerpo.
Se estremeció, lo que ese hombre le hacía, el mundo en el que
estaba empeñado en introducirla era tan aterrador como erótico, la
había arrancado de las manos de la muerte para llevarla de su oscura
y dominante mano al de la depravación. Su vida sexual había sido
decente, pero él le había dado un giro de 180º y la puso cabeza abajo.
No podía dejar de sonrojarse al recordar sus inicios, lo asustada que
estaba y cómo él consiguió hacer papilla su cerebro y todo con lo que
se cruzaba en su camino.
Y esa noche volvería a hacerlo, pensó, su sexo se tensó de
anticipación. Si aceptaba renovar su pacto por un año más, sería suya,
intentaría someterla una vez más y hacerse de una vez por todas con
lo que todavía no había conseguido realmente; su alma.
Sacudió la cabeza.
—Puedes tener mi cuerpo, mi voluntad, pero no mi alma —
murmuró para sí. Nunca sería dueño de ella, no si podía evitarlo.
Resopló y comprobó la hora por enésima vez aquella noche,
como la primera vez, el tiempo no acompañaba, la niebla cubría la
bella y antigua capital escocesa y mojaba el empedrado suelo
volviéndolo resbaladizo. El callejón era oscuro, las escaleras un
peligroso recordatorio de su encuentro, una silenciosa señal de su
caída.
—Capullo —masculló.
Un ligero bufido llegó en respuesta.
—Te azotaré solo por eso, sumisita —declaró la voz.
Se giró de golpe haciendo que sus tacones vacilaran sobre el
suelo, en un segundo estaba volando para al siguiente estrellarse
contra el duro cuerpo masculino que evitó —una vez más— su caída.
—Empiezo a pensar que tienes cierta tendencia al suicidio…
accidental —le dijo al tiempo que resbalaba las manos por su espalda
hasta acunar las nalgas con las manos y apretarla contra la dura y
palpable erección masculina.
Ella bufó, subió las manos a su pecho y empujó para apartarse.
Él la dejó ir.
—Y qué casualidad que eso solo ocurra cuando tú estás
alrededor —masculló ella.
Su mirada lo recorrió lentamente, una vez más vestía de negro,
camisa de seda, pantalón de pinzas, chaleco de un tono gris oscuro y
un abrigo de cachemira que acompañaba y realzaba ese aire del viejo
mundo que persistía a su alrededor. Una sensación que ahora
comprendía.
El ángel de la muerte, aquel que recogía y guiaba las almas a su
descanso eterno. Había tenido tiempo para leer y buscar cosas sobre
él, pero las fuentes nunca terminaban de concretar sobre su
presencia, sobre una identidad que los teólogos daban como real… Un
ser salido del cielo para llevarla al más caliente de los infiernos.
No, nada de lo que había leído representaba realmente al
hombre que la miraba ahora fijamente.
—Belicosa, respondona e indisciplinada —resumió sin dejar de
mirarla—. Habrá algún momento en el que te comportes como te
corresponde, mascota.
Siseó al escuchar aquel apelativo. Él estaba convencido de que
era una sumisa y maldito fuera porque nunca se había visto a sí
misma en tal tesitura hasta que apareció él y escarbó bajo su piel.
—Quizá cuando ya no forme parte de este mundo —declaró de
mal humor.
Él arqueó una ceja, fue el único gesto real que apareció en su
rostro.
—¿Tanta prisa tienes por abandonarlo, Lya? —le dijo. Los dedos
enguantados le acariciaron la sien y el dolor que sentía se agudizó de
manera exagerada.
—No… no… no… ¡basta! —gimió echándose hacia atrás—.
Todavía no…
Él dio un nuevo paso adelante y la miró, el dolor se reflejaba en
sus ojos pero ni siquiera parecía importarle.
—El plazo se ha terminado, Lya —le dijo—, dime qué es lo que
deseas, ¿quieres un nuevo aplazamiento de tu condena o una
sentencia de muerte?
Ella lo miró entre lágrimas de dolor y rabia.
—Eres… un cabrón hijo de puta —siseó, las lágrimas cayeron
por sus mejillas, la cabeza le estallaba—, haz que pare… detén…
¡detenlo una vez más!
Él ladeó la cabeza y la contempló.
—¿Qué darías por un año más de vida, Lya?
Ella jadeó y cayó al suelo de rodillas presa del dolor.
—Cualquier cosa —masculló entre dientes—. Cualquier…
jodida… cosa.
Su mano se deslizó por el pelo, hundiendo los dedos entre los
mechones para acariciarle la mejilla con el pulgar. El tacto del cuero la
estremeció.
—Bien, pequeña sumisa —le dijo con suavidad, alzándole el
rostro—, que así sea. La muerte retendrá su guadaña un año más a
cambio de tu sumisión, ¿aceptas?
Ella respiró, el dolor iba remitiendo por fin, desapareciendo poco
a poco, dando paso a un nuevo oasis de paz y tranquilidad. Todo su
cuerpo se tensó de expectación, su cerebro gritaba que acabase
ahora con todo, que buscase la muerte, pero su cuerpo tenía vida
propia y respondía a la presencia de su carcelero, ansiando algo que
solo él podía entregarle. No podía seguir negándose a él, no cuando
todo en lo que podía pensar cada vez que tenía una cita o se
adentraba en una relación, era que nadie estaba a la altura suficiente,
que no tenían aquello que necesitaba.
El hombre la había pervertido y ahora necesitaba de su
perversión.
—Acepto —declaró en voz alta, su mirada fija en la de él.
Sus labios se torcieron en esa mueca de satisfacción que tan
bien conocía y su mano se deslizó ahora a su cuello, recorriéndolo con
un dedo un segundo antes de que sintiese como se deslizaba hacia la
clavícula para luego echar mano al bolsillo interior del abrigo y sacar
de su interior un collar de sumisa blanco con motivos dorados que
conocía muy bien. Bordado en un lateral podía leerse “Sub Souless”;
un collar que la marcaría durante el tiempo que lo llevase puesto como
el juguete personal de Bahari.
—Bien, mi hermosa y díscola sumisa —le dijo al tiempo que
cerraba el collar alrededor de su cuello y comprobaba que no estaba
tan apretado como para dificultarle la respiración o estrangularla—, es
hora de continuar con tu entrenamiento.

El club estaba en su punto más álgido de la noche, Zhair


terminaba una escena de bondage en una cama de cuero fabricada
expresamente por él para el club. Su sumisa de la noche había
recibido una buena zurra como evidenciaba el sonrojado color de las
mejillas de su tierno culo, pero a juzgar por los brillantes y húmedos
jugos que cubrían su depilado sexo y se deslizaban por sus muslos, lo
había disfrutado. El hombre de gran complexión y rizado pelo rubio
terminó su tarea y desató a la mujer. Sus gemidos mientras le
masajeaba los músculos inundaron el ambiente, mezclándose con los
demás. La sala principal había sido ocupada hoy por los figurantes de
la noche temática, por lo que casi todas las sub llevaban distintas
prendas que la disfrazaban de animalillos.
Echó un vistazo a su derecha y contempló a su pequeña gatita.
Con unas orejitas blancas sobresaliendo de su pelo, un cascabel
colgando del collar de sumisa, guantes peludos a modo de “patitas”,
calcetines a juego y una graciosa cola saliendo era una visión
deliciosa. Su parte favorita era la breve cinta de cuero que apenas
envolvía sus caderas dejando la parte baja de sus nalgas al aire, la
parte superior no era menos adorable, ya que la estrecha cinta de
cuero blanco con una pechera de pelo unía sus pechos y los elevaba
ocultando a duras penas su carne y pezones. Estaba sexy y
absolutamente cabreada, la pequeña sub se había mostrado
escandalizada y furiosa cuando la llevó a su oficina y la obligó a
quitarse las anodinas ropas para vestir las que él eligió para ella.
Y como había disfrutado del momento, de su cuerpo desnudo
paseándose ante él, sus llenos pechos atrayéndolo como a un niño
hambriento. Resultó todo un desafío permanecer a su lado, sin tocarla,
devorándola únicamente con la mirada mientras despotricaba sobre
sus peculiares gustos para la moda.
Ahora, aquella mirada castaña se clavaba con los ojos muy
abiertos en el final de la escena que se desarrollaba. Ocultando su
secreta satisfacción, la condujo por delante del improvisado púlpito y
se detuvo solo un instante para contemplar a uno de su generales.
—Ya sé lo que vas a preguntar, Bahari —declaró al tiempo que
recorría a la gatita con milimétrico detenimiento—. Gadiel está dando
los últimos toques, si aspiráis ver la escena completa, os sugiero que
paséis ya a la mazmorra… Tienes reservado el asiento en primera fila
que pediste.
El hombre se tomó un momento más para recorrerla con la
mirada, no se molestó en disimular el hambre y aprecio por su
pequeña sumisa.
—Sin duda, la gatita Lya va a ganar el concurso de mascotas de
esta noche —ronroneó de buen humor—. Está para comérsela…
Él se giró hacia la muchacha, cuyo rostro hablaba por sí solo.
—Puedes responder, Lya.
Ella lo fulminó con la mirada.
—Lo haría si encontrase las palabras adecuadas… señor —dijo
arrastrando la última palabra—, pero temo que cualquier cosa que
surgiese ahora de mi boca no le haría justicia a Maese Zhair.
El aludido se echó a reír, un sonido rico y real.
—No estoy seguro si me ha halagado o insultado, Bah —dijo
entre risas—. Diría que se merece una azotaina por las dudas.
Asintió.
—Te avisaré cuando lo haga para que tengas tu momento con
ella —declaró con voz profunda y firme, un claro recordatorio para su
sumisa.
—Parece mentira que no comprendáis mejor el idioma femenino
—arremetió sin medir las consecuencias—. Quizás alguna de
vuestras… chicas… podría daros algunas clases.
Ambos hombres la miraron, la sorpresa en el rostro de Zhair fue
inmediata. Al parecer no esperaba que replicase.
Bahari resopló.
—Espero que te hayas quedado con hambre, Zhair —declaró
mirando directamente a su sumisa—, parece que mi gatita necesita
unos cuantos mimos… o lametones.
Ella abrió los ojos desmesuradamente y empezó a negar con la
cabeza cuando una nueva carcajada inundó el local.
—Ah, Bahari, de eso siempre tengo —aseguró con buen humor.
Entonces le guiñó el ojo a Lya y continuó con la tarea de encargarse
de su propia sub; la mujer no podía ni caminar recto.
Al ver la forma en que reaccionó a la amenaza y a la visión de la
otra sub, se inclinó sobre ella y le susurró al oído.
—Has sido una gatita desobediente, Lya —le dijo—, te has
ganado el castigo. Con una sola mirada supo que ella entendió
perfectamente sus palabras, ¡y diablos si no estaba deseoso de llevar
su plan adelante! Sin permitirle una nueva revancha, enganchó un
dedo en la argolla del collar y tiró de ella hacia él—. Vamos a ver la
escena de Gadiel, así que espero que seas una buena mascota y te
mantengas quieta y en silencio, ¿entendido?
Ella lo fulminó con la mirada y le ignoró, por lo que volvió a dar
un pequeño tirón del collar.
—He dicho, ¿entendido, mascota?
La vio coger aire y sisear un cabreado.
—Sí… señor.

Lya hervía de rabia, se cocía a fuego lento y no había gran cosa


que pudiese hacer para evitarlo. Sentada entre las piernas de Bahari,
consumida por su tamaño, permanecía retenida por una fina correa
que iba desde la argolla de su collar al puño de él. La tentación de
darle un buen tirón era tal que le picaba la piel; ese hombre acababa
con su paciencia y la noche no había hecho más que comenzar.
Frente a ellos, en un espacio acondicionado dentro de la
mazmorra designada de manera especial para el bondage, Gadiel
calmaba con suaves arrullos y caricias a la nerviosa sub atada a la
cruz de San Andrés. Sus ojos estaban cubiertos por una venda y sus
labios húmedos por el pedazo de fruta con la que la alimentaba de
cuando en cuando, para lamer él el zumo que se escapaba por su
barbilla. Las enormes manos del Dom de la mazmorra se deslizaban
por el cuerpo de la restringida mujer extendiendo un aceitoso gel por
su piel, un acto que ella conocía de primera mano y de las de aquel
insufrible y juguetón hijo de puta; Bahari la había compartido con él, a
solas.
Se lamió los labios y se estremeció casi al mismo tiempo que la
mujer, resultaba extraño estar ante una escena igual, ella estaba
completamente desnuda, el vello que recubría su monte de venus
había sido recortado hasta formar la inusual figura de un par de alas y
desde su posición podía ver la humedad brillando entre los pliegues de
su sexo. Los tobillos anclados a las abrazaderas situadas en las
esquinas inferiores de la cruz en forma de aspa hacían imposible que
cerrase las piernas en busca de cualquier clase de pudor; pero ella
parecía no estar allí, sus gemidos, la forma en que se curvaba hacia
las manos del Dom que la sometía hablaban de un disfrute erótico sin
igual.
Tragó saliva e intentó reacomodarse en su precaria posición, se
excitaba con solo ver la escena que se estaba desarrollando entre ella
y eso la ponía nerviosa. Deslizó los ojos fuera del cuerpo de la mujer y
se encontró con la mirada de Gadiel fija en ella, sus labios se estiraron
en una perezosa sonrisa y le guiñó un ojo al tiempo que bajaba los
ojos sobre el cuerpo de la mujer para ver a dónde se dirigían las
manos. Ella siguió su mirada y se humedeció aún más. El hombre se
había posicionado ahora por detrás de la mujer, alcanzándola desde la
parte posterior del aspa de madera, sus manos ahuecaron los llenos
senos y los sobó esparciendo sobre ellos el brillante aceite, sus dedos
continuaron su avance hasta rodear los enjutos pezones antes de
apretarlos entre el índice y el pulgar y tironear suavemente de ellos.
Una mano siguió jugando con sus pechos, pero la otra inició un
descenso por encima de su vientre, acariciando el piercing que tenía
en el ombligo para bajar después sobre su monte y acariciar con la
yema de los dedos los húmedos pliegues del sexo femenino; tragó,
aquello la estaba poniendo caliente, demasiado caliente. Entonces un
par de dedos entraron en ella haciendo que soltase un gemido que fue
replicado por ella misma sin poder evitarlo.
—¿Te excita lo que ves, gatita? —la voz de Bahari resonó en su
oído, volviéndola consciente de su presencia envolviéndola—. ¿Te
gusta?
No respondió, no creía poder encontrar la voz y tampoco estaba
dispuesta a darle la satisfacción de confesar sus pecados, unos que él
había arrastrado a su cuerpo.
Sin embargo, el silencio no parecía ser una opción para él, sin
previo aviso deslizó la mano por debajo de la breve tela que le cubría
los pechos y le pellizcó el pezón con la suficiente intensidad como
para arrancarle una respuesta.
—¡Ay! —se quedó e intentó apartarse de su contacto solo para
que él la atrajese contra su torso al tirar del collar. Su cabeza quedó
recostada contra su hombro, sus miradas encontrándose sin excusas.
—Te estás portando muy mal esta noche, gatita —le dijo en un
bajo susurro que no interrumpía los gemidos que llenaban la
mazmorra—, estás siendo muy díscola e irrespetuosa. ¿Necesitas un
recordatorio de a quién debes responder?
Ni en mil años, pensó pero no abrió la boca, de hecho apretó los
dientes para evitar gemir ante las ahora suaves y eróticas caricias de
sus dedos sobre su tierno pezón.
—Abre las piernas, Lya —susurró en su oído haciendo sus
sentidos papilla—, deja que Gadiel vea lo cachonda y húmeda que te
pone lo que le hace a su sumisa.
Ella apretó los muslos en respuesta involuntaria y lo oyó
chasquear la lengua.
—Ah, Lya, empiezas a poner a prueba mi paciencia —aseguró al
tiempo que le aplicaba un breve correctivo apretando de nuevo su
pezón—. Separa las piernas ahora, sumisa.
Se mordió el labio cuando el latigazo de dolor se disparó de su
pecho a su sexo humedeciéndola y excitándola aún más, la humedad
discurrió entre sus piernas con vergonzosa necesidad cuando las
separó permitiendo a cualquiera que estuviese del otro lado de la
mazmorra mirar su coño desnudo.
—Buena chica, mascota —la premió con una caricia de su boca
en el cuello—. Conserva esa posición y no apartes la mirada de Gadiel
y su sub, ¿lo has entendido?
Ella se lamió los labios.
—Eso puede ser un poquito difícil…
Un nuevo pellizco la advirtió de su mal comportamiento.
—Lya…
Se lamió una vez más los labios y maldijo interiormente.
—Sí, señor —masculló en respuesta.
Dios, aquello prometía resultar en una jodida tortura.
Su mirada cayó de nuevo sobre el Dom, su atención había vuelto
a la mujer y a la forma en que ella respondía a sus órdenes. Tragó al
ver como los dedos masculinos entraban y salían del húmedo coño,
entonces los retiró y los acercó a la boca de la sub, rozándole los
labios antes de emitir una única orden.
—Chúpalos, pequeña.
Ella se tensó en respuesta, pero la sub no vaciló, abrió la boca y
permitió que él le introdujese los dos dedos, lamiéndolos después
como si fuese el más dulce de los caramelos. Los ojos del Dom se
cruzaron entonces con los suyos y el muy ladino sonrió un instante
antes de posicionarse de espaldas al público y bajar la boca sobre uno
de los maduros pezones de la sub.
Unos dedos sobre sus propios pezones la hicieron gemir en voz
alta y dar un respingo en el regazo de su amo, podía sentir la pesada
erección masculina pegada a la curva de su trasero excitándola
todavía más.
—¿Deseas que te chupen los pezones de esa manera, gatita?
Ella se lamió los labios y sacudió la cabeza.
—Nop.
Un bajo gruñido emergió de la garganta masculina antes de que
bajase la boca sobre su oreja y se la acariciase con la nariz mientras
sus dedos le frotaban los pezones una vez más.
—No me mientas, sumisita —le susurró al oído antes de darle un
pequeño mordisco en el arco superior de la oreja.
Ella se estremeció entre sus brazos y se lamió los labios.
—Lo siento, señor.
Las manos que le atormentaban los pezones la abandonaron
entonces y ella gimió.
—Shh, gatita —le susurró al oído—, solo obtendrás lo que yo
desee darte.
¡Y una mierda! La réplica sonó tan alto en su mente que se
encogió sobre su regazo por miedo a que pudiese oírla y castigarla
una vez más.
Intentando desconectar de la amalgama de sensaciones que la
recorrían, volvió la mirada hacia la pareja que seguía la dinámica de
su escena y se quedó sin respiración cuando observó al Dom de pelo
multicolor bajar por el vientre de la sub dejando pequeños besos aquí
y allá antes de terminar hundiendo la lengua entre sus piernas.
Se estremeció, no deseaba verlo, no quería que aquella escena
la excitase de la forma en la que la excitaba. Cerró los ojos y se apretó
contra él.
—Abre los ojos, mascota, te estás perdiendo lo mejor.
La inesperada voz a su lado fue acompañada del movimiento de
alguien abandonando el asiento del largo sofá para ser sustituido por
la presencia de un enorme y risueño Dom; el maestro Zhair era uno de
los cuatro guardianes del Souless, uno de los Dom que se encargaban
de las escenas y de supervisar las fiestas que se llevaban a cabo en
ausencia de Bahari. El hombre tenía un rostro amable, salpicado de
una barba dorada que no hacía más que enfatizar la masculinidad
arrolladora que poseía.
—Mantén la mirada puesta en la escena, pequeña sub —le dijo
ahora Bahari al tiempo que tiraba de la parte superior de su breve
atuendo y la dejaba con los pechos también al aire.
—Cierra los ojos una sola vez y dejaré que Maese Zhair se dé
un festín con tu coñito.
La bravata sonó como una verdadera salva en sus oídos y no
pudo hacer menos que estremecerse. ¿Ese hombre entre sus
piernas? ¡Ni hablar!
Un nuevo gemido llamó su atención hacia la pareja protagonista,
a estas alturas ella se retorcía sobre la hambrienta y lujuriosa boca de
Gadiel suplicando, rogando por el final. Tragó saliva, todo su cuerpo
tembló, dios… No podía seguir viendo aquello o terminaría por
correrse ella misma. Cuando la sumisa restringida gimió más alto, se
encontró cerrando las piernas y apretando los ojos, encogiéndose en
el regazo de Bahari.
—Me parece que tu gatita desea ser castigada, Bah —la voz del
Dom llegó clara y risueña a sus oídos.
El hombre chasqueó la lengua, parecía realmente decepcionado
porque ella le hubiese desobedecido.
—Dejemos que Gadiel termine la escena —le dijo al tiempo que
le rodeaba la cintura con un brazo como si supiese que ella saldría
corriendo al escuchar sus siguientes palabras—, y entonces Lya
ocupará el lugar de la sub y tú podrás saciar tu hambre.
Ah, no, ni hablar, ella no iba a estar expuesta y colgada como
una morcilla… Entonces, ¿por qué diablos la encendía y excitaba la
sola idea?

CAPÍTULO 3

Bahari miró con ojo crítico cada una de las restricciones que
inmovilizaban a su díscola gatita, no la quería más nerviosa de lo que
ya estaba, lo cual era una considerable cantidad. Su cuerpo temblaba
ligeramente, si bien la había librado de la banda que le cubría los
senos, llevaba todavía puesta la breve falda. Dejó caer las manos
sobre sus hombros y el respingo que dio le dijo claramente que su
cabreo estaba dando paso a un considerable miedo.
—Tranquila, gatita —le susurró al oído—, todo va bien… estás
segura, no dejaré que nada malo te ocurra…
Ella lo miró, sus ojos dilatados, el color inundándolo todo, estaba
asustada, inquieta, podía notarlo en la forma en que abría y cerraba
los dedos de la mano y en cómo le temblaban los labios.
—Lya, mírame —le habló con firmeza, reclamando su atención—
. Tienes una palabra de seguridad que hará que todo se detenga,
quiero que me la recuerdes ahora.
La vio parpadear, entonces se lamió los labios y contestó.
—Afrodita.
Él asintió y volvió a llamar de nuevo su atención, le acarició el
rostro con el pulgar y le alzó la barbilla.
—Otra vez.
Se lamió los labios, su mirada fija en la de él y sus ojos a punto
de echarse a llorar.
—Afrodita.
Le acarició el labio inferior con el pulgar.
—Pronúnciala una vez más, gatita —insistió.
Y lo hizo.
—Afrodita.
Satisfecho deslizó muy lentamente las manos por su rostro,
alcanzó el cuello y continuó hacia los hombros para luego ascender
por sus brazos abiertos en cruz. Le masajeó los tensos músculos
diluyendo en la medida de lo posible la tensión y el nerviosismo y
activando sus terminaciones nerviosas de un modo mucho más
placentero, comprobó que sus muñequeras estaban lo suficientemente
holgadas para que no le cortasen la circulación o la lastimasen, y al
mismo tiempo tan ajustadas que no pudiese soltarse por error.
Con cada nueva caricia su cuerpo se relajaba, empezaba a
vibrar a un ritmo distinto y se volvió más receptiva.
—Sí, tu piel es suave —ronroneó mientras bajaba ahora en
dirección a su clavícula—, cálida, cremosa… me gusta la forma en la
que se sonroja, como se calienta…
Sus caricias continuaron ahora sobre sus pechos, una ligera
pasada de los dedos sobre la hinchada y tierna carne. La visión de sus
pezones rosados y erectos hizo que se lamiese los labios. La
deseaba, tenía hambre de ella pero no era el momento, tenía que
adiestrarla, hacerla comprender que él era el único a quien debía
responder, el único que le daría lo que necesitaba, aunque no supiese
que lo necesitaba, que cuidaría de ella y no permitiría que nada malo
le ocurriese entre sus brazos. Debajo de toda aquella necesidad
habitaba una mujer delicada que necesitaba ser aceptada y
acompañada en el largo camino de la vida. Lya era sumisa, ahora que
la tenía por primera vez en la Cruz de San Andrés, expuesta, nerviosa
y con cierto temor pero expectante, podía verlo con más claridad;
estaba excitada.
La oyó gemir y aquello lo agradó, tendría que proceder con
cuidado, ofrecerle seguridad pero la atraería a su terreno como tantas
otras veces y conseguiría de una vez y por todas que por fin se
entregase por completo a él, que depositara su confianza y su alma en
sus manos.
Sus pechos encajaron en sus manos, los amasó y jugó con las
maduras puntas, ya podía imaginárselos restringidos por unas bonitas
pinzas que se agitarían cuando la tomase o disfrutase de su caliente y
mojadito coño. Deslizó los pulgares por los prietos botones y jugó con
ella un poco, el aumento en el ritmo de su respiración y los nuevos
temblores que le sacudieron el cuerpo le agradaron, empezaba a
responder de la forma en la que quería.
—Tienes unos pezones muy bonitos —admiró la tierna carne
entre sus dedos—, y se verán incluso más deliciosos cuando los
restrinja con unas enjoyadas pinzas… Nada de piercings o
perforaciones para ese bonito cuerpo, quiero ver como el color inunda
esas dos cúspides cuando te las quite.
El gemido que emitió ella fue como música celestial en sus oídos
y contribuyó a ponerlo más duro de lo que ya estaba. Le sorprendía
que no terminara por correrse en los jodidos pantalones, la sangre le
hervía con esa sensación que no sentía cuando estaba con otras
mujeres, se excitaba sí, pero no podía alcanzar el placer que deseaba
si no era con la gatita que ahora se retorcía frente a él contra las
aspas de madera.
Tenía que ser ella, tenía que serlo y haría lo imposible por que
se rindiese a él y lo liberase de una vez y por todas de aquel maldito
infierno.
—¿Te han puesto alguna vez pinzas en los pezones, gatita?
Ella sacudió la cabeza y él respondió con un breve pellizco en la
parte inferior de sus pechos que la hizo sisear.
—No he oído tu respuesta, gatita.
Gimió y volvió a contonearse tanto como le permitía su posición.
—No… señor —gimoteó. Pero incluso ahora podía notar la
reticencia en su voz al pronunciar la palabra “señor”—. Y dudo mucho
que vaya a gustarme.
Le acarició una vez más los pezones y arrastró las manos sobre
su cuerpo hasta recabar en sus redondeadas caderas, entonces volvió
a subir acariciándole el estómago y la respingona tripita. No era
precisamente delgada, pero aquello era algo que le gustaba y mucho,
con su tamaño y afición por los juegos y las perversiones, necesitaba
una compañera de juegos que ofreciese suficiente colchón a sus
apetitos y ella estaba llenita en los lugares que tenía que estarlo; era
perfecta para él… y para cualquiera de sus cuatro generales.
—Te gustarán —le dijo entonces—, disfrutarás del mordisco
inicial de dolor y el placer, serás muy consciente de esa parte de tu
cuerpo mientras te follan ese tierno y húmedo coñito.
Dio un nuevo respingo, no estaba seguro de si se debía a sus
palabras o a la caricia que ejercían sus dedos sobre el adorable y
decorado monte de venus. Un año más la desafiaba contraviniendo a
sus órdenes de venir a él totalmente depilada, pero no iba a quejarse,
el bonito y colorido diseño de una mariposa en su recortado vello le
agradaba y mucho. Sus pliegues asomaban ya húmedos bajo la tela
que hacía la función de falda. Estaba excitada, la última constatación
de que a pesar de los nervios y el temor a lo desconocido, disfrutaba
del morbo de estar restringida y abierta a cualquiera que desease
observarla. Sabía que no era una exhibicionista y él tampoco tenía
deseos de mostrarla y compartirla con nadie que no fuese de su total y
absoluta confianza, no a ella. Lya tenía su billete de escape de aquel
infierno y estaba más que dispuesto a hacer todo lo que estuviese en
su mano y más para conseguir que ella se lo entregase.
Satisfecho con el hilo de sus pensamientos, deslizó los dedos
por la húmeda e hinchada carne de su prieto sexo y jugueteó con ella
arrancándole pequeños gemidos, logrando que se contoneara contra
él y que aquella deliciosa miel se escurriese de entre sus labios
mojándola aún más.
—Buena chica —la premió complacido—, me gusta cuando te
mojas de esta manera, cuando te excitas y chorreas mojando mis
dedos. Empiezo a plantearme la idea de guardarte solo para mí pero
sería un mal anfitrión si lo hiciese, especialmente cuando los maestros
de Souless están más que deseosos de darte la bienvenida como se
merece.
Se estremeció, notó como intentaba cerrar los muslos sin éxito y
su resoplido de rabia al no poder hacerlo.
—Zhair está deseando probar la miel que derramas tan
generosamente —continuó contándole sus planes—, a juzgar por la
forma en que Gadiel te miraba mientras complacía a su sumisa, estoy
seguro de que estará dispuesto a sacrificar un poco de su tiempo para
dedicártelo… ¿Qué opinas, gatita? ¿Quieres que se sirvan de tu
cuerpo, que te acaricien, te laman y gocen de ti hasta que grites de
placer?
La vio lamerse los labios, su cuerpo tembló de nuevo, pero se
negaba a encontrar su mirada; su pequeña sub.
—Te daré a ellos y me sentaré cómodamente en el sofá para ver
cómo te follan con la boca —le dijo sin más—, si te portas bien con
ellos, dejaré que te lleven al orgasmo.
Ella gimió y no pudo menos que sonreír, a pesar de sus
reticencias estaba dispuesta a meterse en la escena. Sus dedos
siguieron jugando con ella, sin llegar a penetrar en su caliente carne…
La quería excitada, desesperada por la liberación, quería que se
rindiese… y por todas las almas del limbo que lo conseguiría. Antes de
que terminase la noche de aquel tercer encuentro, ella sería
completamente suya.
—Recuerda tu palabra de seguridad, gatita —le susurró al oído,
sonriendo al ver todavía las orejitas de gato en su pelo—, pero sé
consciente de que si la pronuncias… se termina todo, en ese preciso
momento.
Sus labios se unieron con los de ella en un ligerísimo beso antes
de retroceder y echar un vistazo a su espalda para ver a dos de sus
generales; Muerte y Hambre.
—Caballeros —extendió la mano a modo de invitación—, es toda
vuestra. La única condición para esta escena es que mantengáis las
pollas dentro de los pantalones. Bon appetit.
Gadiel esbozó una divertida sonrisa y luego chasqueó la lengua.
—Le quitas siempre lo mejor de la diversión, Bahari —se burló.
El Dom tenía el pelo húmedo, vestía unos vaqueros limpios y todavía
llevaba la toalla con la que se había secado alrededor del cuello. El
Jinete conocido en otros círculos como Muerte fue el primero en
acercarse a ella—. Hola gatita, sí… eso es… tranquila… vas a pasarlo
muy bien. ¿Tienes tu palabra de seguridad?
Fiel a su tozudez, se tomó su tiempo antes de dar una
respuesta.
—Afrodita —murmuró, su mirada cayó sobre el hombre—. Pero
no me opondría a pronunciar cualquier otra con tal de que me sueltes
ahora mismo…
El hombre se echó a reír, le acarició el rostro con los nudillos.
—Soy demasiado feliz con mi vida como para desear morir,
amor —aseguró entre risas—. Por otro lado, esa falta de respeto se
merece un pequeño correctivo.
Ella se lamió los labios.
—Ponte a la cola —musitó en voz baja, apenas un murmullo.
Él sonrió.
—Ponte a la cola, señor —le recordó—, o maese si lo prefieres.
Sus ojos brillaron con desafío, a Bahari no dejaba de
sorprenderle lo cercanos que se habían vuelto aquellos dos, Lya
tendía a relajarse cuando la escena en la que él la introducía incluía a
su general más oscuro. Y su ánimo respondón aumentaba también de
grado.
—Gad, deja las charlas para otro momento y permíteme saludar
adecuadamente a nuestra invitada —declaró entonces el otro Jinete.
Bahari contempló a Zhair, su general, más conocido como
Hambre miraba a la pequeña sumisa con expectación y lascivia, la
forma en la que se relamía solo podía evidenciar que su verdadera
naturaleza estaba bastante cerca de la superficie el día de hoy. Por
ello, no le sorprendió que su primer paso fuese comerle la boca a su
sumisa, un beso profundo y lleno de lujuria destinado a no hacer
prisioneros.
—Eso ha sido encantador —le dijo a la mujer permitiéndole
recuperar el aire—, ahora, gatita, relájate y deja que tío Z y tío G
cuiden de ti.

¡Y una mierda! Pensó tan pronto aquel hijo de puta abandonó su


boca. Señor, ¿por qué tenían que tener tantísima testosterona esos
hombres? El beso la había dejado caliente y desesperada, aquella era
la primera vez que Zhair la besaba y no podía decirse que no le
hubiese gustado; estaba hambrienta por más. Al contrario que con ese
capullo de ángel de la muerte, su mente no se convertía en papilla
ante su presencia, no temblaba de temor y placer al mismo tiempo
bajo su mirada, no acababa tan malditamente desesperada y frustrada
que quería arrancarle la cabeza. Oh, la excitaban, cualquiera que
tuviese dos neuronas conectadas se excitaría ante cualquiera de los
amos del calabozo como había empezado a considerar a aquellos
cuatro Doms que se encargaban del club junto con Bahari.
Pero entonces, Gadiel era su secreta debilidad, había algo en el
hombre que la calmaba y excitaba al mismo tiempo, su mirada era tan
penetrante que sentía que podía leer su misma alma y descubrir cada
uno de sus secretos, incluso aquellos que no quería que se supiesen.
Como si supiese que estaba pensando en él, tomó el relevo de
Zhair y se acercó a ella, su mirada la recorrió una vez más y se inclinó
sobre su boca y le acarició el labio inferior con el índice antes de
introducirlo lentamente a través de ellos y alojarse en su interior.
—Húmeda, caliente —murmuró con esa voz profunda, rasgada
que hacía que se mojase incluso más—. Te he echado de menos en el
club, gatita.
Retiró el dedo y lo sustituyó por su lengua, arrasando su boca en
un nuevo caliente beso que la dejó jadeando por más. La lamió,
chupándola y haciendo aquello que solo él podía hacer que le robaba
el aliento y la dejaba chorreando.
—Recuerda tu palabra de seguridad —le dijo antes de hacerle
un guiño y deslizar su ardiente boca por su mandíbula y cuello en
pequeños besos y mordisquitos que la estremecían de placer.
No tuvo tiempo ni de acostumbrarse a aquella sensación cuando
unos curiosos dedos resbalaron sobre el monte de venus y se frotaron
contra su húmedo e hinchado sexo, aquella caricia terminó tan pronto
como hundió un dedo profundamente en su interior, los dedos de sus
pies se curvaron al tiempo que dejaba escapar un quejido.
—Está empapada —la tintineante voz de su segundo torturador
llegó a sus oídos, el dedo invasor no dejaba de moverse en su interior,
entrando y saliendo con verdadera pereza ahora—, y muy caliente.
Estoy deseando probar tu sabor, mascota.
Un inesperado lametón sobre sus pechos la hizo saltar de
nuevo, una codiciosa boca se había cerrado sobre uno de sus
pezones y jugaba con él mientras apretaba el otro entre los dedos. Las
sensaciones se amplificaron creando una corriente que iba
directamente desde sus pechos a su centro y que la dejaba sin
respiración.
—Bon appetit. —Un murmullo ahogado que no estaba segura de
dónde había venido.
Como si aquella fuese toda la orden que necesitaba para saciar
su hambre, Zhair se dejó caer sobre sus rodillas y al instante su dedo
desapareció para dejar paso a su lengua. Sintió la caricia sobre su
tierna carne como un latigazo de calor y jadeó.
—Um… empiezo a entender el porqué os obsesiona la gatita —
comentó el hombre entre sus piernas—, es deliciosa.
Su lengua se hundió entre sus pliegues, lamiendo y recogiendo
sus jugos con minucioso detalle, convirtiendo todo su cuerpo en un
tembloroso montón de gelatina.
Abrió la boca luchando por respirar, las restricciones no hacían si
no todo mucho más intenso, la imposibilidad de liberarse, de saberse a
merced de aquellos dos dominantes y avasalladores hombres la
excitaba, pero no era nada comparado a lo que sintió tras cruzar la
mirada con el ángel oscuro que permanecía sentado en el sofá con
total displicencia. Señor, verle allí, contemplándola como un postre
para dos de sus empleados debería hacer que gritase y lloriquease
por salir corriendo y en cambio la ponía cachonda, mucho más
caliente de lo que jamás pensó que podía estar.
Cerró los ojos, no podía con todo aquello, eran demasiadas
sensaciones, demasiadas emociones, si ese capullo seguía jugando
con ella de esa manera durante el resto de la noche terminaría
postrada a sus pies y rogándole que la encadenase y la sometiera a él
de por vida.
—Oh, dios —se vio incapaz de no gimotear en voz alta—, oh,
dios…
Gadiel abandonó la dulce tortura que sometía sobre sus pezones
y le lamió la oreja.
—Ese tiene el acceso restringido al Souless, gatita —se rio en su
oído. Su lengua recorrió entonces el pabellón interno y la estremeció
de placer—. Sabes, me puso muy caliente y duro el verte mirando la
escena. Te gustó lo que le hice a la pequeña sub, ¿huh? Querías mi
boca en tus maduros pezones.
Apartó la cabeza, no podía pensar, lo único que existía ahora
mismo era el abrasador calor y esa maldita boca que la devoraba.
Gimió y se tensó cuando sintió la lengua masculina acariciándole el
clítoris un instante antes de que se le uniesen un par de dedos en su
interior. ¡Querían volverla loca!
—Responde al maestro, gatita.
La voz dura e impersonal de Bahari la estremeció de los pies a la
cabeza e hizo que se mojara aún más.
<<¡Que responda tu madre!>>.
Su pensamiento gritaba todo aquello que sus labios ya no
podían articular, su mente estaba en cortocircuito, era demasiado para
ella.
—Oh, mierda… joder… detened esto de una jodida vez… no
puedo más…
No podía más, iba a terminar gritando, suplicando, les
prometería cualquier cosa con tal de que le permitiesen alcanzar el
maldito orgasmo y correrse.
Como si pudiesen leer su mente, ambos se detuvieron al mismo
tiempo y el placer quedó en suspenso. Sus ojos se abrieron entonces
de golpe y encontró a Bahari alzando la mano a modo de “alto”; una
orden que ambos obedecieron al instante.
—He dicho, responde al maestro, sumisa.
Apretó los dientes y siseó en voz baja, aquel cabrón iba a
volverla loca. No, un momento, ¡ya la había vuelto loca! ¡Estaba
desquiciada, jodidamente trastornada por permitir y desear todo
aquello!
—¡Sí, maldito cabrón hijo de puta! —respondió a voz en grito—.
Me puso caliente la escenita, quería que me lo hicieses a mí y no a
esa puta. ¿Contentos, pedazo de cabrones? ¡Ahhhhhhhhhhh! ¡Os
odio!
Estaba al borde de la locura, la necesidad se amontonaba en su
interior, la piel le picaba, ardía, aquella lengua hacía estragos no solo
en su sexo. Sus músculos se resentían por las restricciones, sentía la
delgada tela por encima de su cadera como un molesto cinturón.
Necesitaba desesperadamente que aquellos malditos hombres le
dieran un respiro, que la hicieran llegar con fuerza y así poder
olvidarse de todo y todos.
—Y eso es una pequeña sub totalmente fuera de control —
comentó Bahari, y si no supiese que era imposible, hubiese jurado que
había diversión en su voz—. Caballeros… dadle un buen fin a la
escena.
Gadiel silbó ante la inesperada explosión, entonces sus manos
volvieron a rodear sus sensibilizados pechos y los aupó al mismo
tiempo, con suavidad, uniéndolos en el centro para meterse sus
pezones a la vez en la boca y succionar con fuerza.
Zhair por su parte se echó a reír un instante antes de volver a
poner toda su atención en el trabajo oral que le hacía, el hombre
reanudó su voraz apetito en su goteante sexo, siguió torturando su
clítoris ahora con el pulgar mientras la lamía y decidió añadir un extra
más a su diversión al colarse entre las mejillas de su trasero y
atormentar el prieto agujero de su culo con un dedo que quedó
totalmente alojado en su interior.
Aquello fue su perdición, en un momento estaba pensando en
cómo matar a esos tres hombres y al siguiente era ella quien moría y
se hacía pedazos cuando el orgasmo más explosivo que había tenido
en mucho tiempo atravesaba su cuerpo como un huracán que
arrasaba todo a su paso.
No estaba segura cuanto tiempo pasó, ni quien la soltó de sus
restricciones, pero tampoco le importaba. Los músculos protestaron
por el cambio de posición, sentía el cuerpo de goma y apenas podía
mantener los ojos abiertos. Estaba agotada, vapuleada y
absolutamente saciada. Sintió unas manos envolviéndola, alzándola
contra un cuerpo fuerte y cálido, intentó una vez más abrir los ojos
pero era un esfuerzo demasiado grande.
—Shhh —escuchó su voz, suave, tierna—, cierra los ojos y
descansa, gatita. Te tengo, yo me ocuparé del resto.
No discutió, no tenía deseos de empezar a discutir con el único
responsable de que se hubiese convertido en una ninfómana
pervertida, ya le gritaría después, cuando pudiese tener los ojos
abiertos. Con un suspiro, se acurrucó en sus brazos y cedió al sueño.

CAPÍTULO 4

—¿Soy yo o alguien se ha ablandado ligeramente?


Gadiel alzó la mirada hacia su compañero y hermano de armas,
apoyados en una de las columnas que separaban la zona de
descanso de la de las escenas, se encargaban de echar un vistazo al
club. Hevin había decidido dejar su paz interior a un lado para dar
salida a su verdadera naturaleza y discutía vivamente con uno de los
nuevos Dom en entrenamiento; el hombre había cabreado a Guerra
con su estupidez y no le vendría mal que le ardiesen las orejas.
—Diría que se ha encaprichado —comentó al tiempo que se
encogía de hombros—. De algún modo se ha obsesionado con ella
desde que presintió su muerte, piensa que puede ser su llave.
Zhair dejó escapar un profundo suspiro.
—¿Por eso ha hecho ese trato con ella y la busca año tras año?
—preguntó. Aunque su tono era el de una confirmación.
Asintió.
—Ya sabes que esa zorra fue bastante creativa con Havari… —
recordó con una mueca—. A nosotros puede habernos jodido
atándonos a este club y a sus mujeres, pero al ángel de la muerte… lo
ha jodido y bien.
Él asintió y pronunció las palabras que todos conocían ya.
—No encontrarás placer entre tus salas y no podrás salir a
buscarlo en otro lugar. La liberación llegará a ti envuelta en muerte,
como lo hará el resurgimiento de tu placer —recitó—. Poder tirarse a
cualquier mujer, darle placer pero no obtener el tuyo si no es una vez
cada año y gracias a un pacto con una moribunda, ¿qué clase de
jodido acuerdo es ese? Tendría que retenerla, al menos podría
rascarse lo que le pica.
Ahora fue su turno de componer una mueca cargada de ironía.
—Ella tiene que aceptar someterse a él —le recordó y no pudo
evitar sonreír ante la ironía de ello—, y esa pequeña sumisa parece
dispuesta a hacer todo lo contrario. Le gusta jugar, pero no
comprometerse hasta tal punto de considerarle su único amo y señor.
El resoplido de Zhair muy bien podía equipararse a su propia
respuesta.
—El destino es una puta —rezongó.
No podía estar más de acuerdo.
—En realidad la puta es ella —añadió—, permitió que
pasásemos por su cama solo para clavarnos después un cuchillo
envenenado por la espalda.
Sus circunstancias no eran mucho mejores que las del ángel que
los comandaba, cada uno de ellos había caído con los ojos cerrados y
sin red en la trampa que ella les tendió terminando tan jodidos como lo
estaba el propio Bahari. Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis burlados y
malditos por una zorra sin escrúpulos que los había cogido por los
huevos y anclado a aquel maldito club para toda la eternidad hasta
que apareciese su propia llave.
—Daría lo que fuera por joderla, atarla a uno de los postes y
flagelarla hasta que pidiese correrse y entonces negarle la puta
liberación —gruñó su compañero. El más alegre y distendido de los
Jinetes, Hambre, adoptaba una expresión adusta cada vez que la
mencionaba.
—Ten cuidado con lo que deseas, Zhair —le dijo posando la
mano sobre su hombro—, porque cuando aparezca, todos querremos
joderla… hasta que suplique y ruegue por su vida.
Sí, gracias a ella estaban jodidos, tanto que su única vía de
escape los llevaría a compartir a una misma mujer… la misma que los
destrozaría antes que dejarles en libertad, después de todo, ¿qué
mujer, en su sano juicio, sería capaz de entregar su sumisión y su
amor a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis?
—No envidio la suerte de Bahari —comentó su amigo—, pero al
menos ahora tiene al alcance de la mano la posibilidad de liberarse de
las cadenas que esa zorra le impuso.
Él asintió.
—Está decidido a domesticarla, a doblegar su voluntad hasta
conseguir su completa sumisión —aseguró con una pequeña
sonrisa—. Lo cual le va a resultar difícil como el infierno… Aunque
algo me dice que será esa gatita la que termine por dominarlo a él.
—Y parece que la idea te gusta —se burló.
Se encogió de hombros y sonrió abiertamente.
—Sería divertido tener a esa gatita más a menudo por aquí —
aseguró sin ahorrarse ni un solo pensamiento lascivo al respecto.
Zhair se echó a reír.
—Le has cogido cariño, pero he de recordarte que no es ella,
Gad —le aseguró con absoluta franqueza—, ella no es la que nos
liberará de… esto.
Eso ya lo sabía, pero no quitaba que siguiese gustándole verla
por allí, especialmente dada la manera en que conseguía torear a
Bahari y los sentimientos de posesión que por fin alguien despertaba
en el ángel de la muerte. Solo por eso, ya merecía la pena echarle una
mano.
—Me conformaré con que ella sea la que libere a nuestro
comandante —aseguró—. Con eso, me conformaré por ahora.

Bahari no podía dejar de acariciarla, tenerla entre sus brazos lo


calmaba, relajaba el alma inmortal que habitaba en su interior. Ni
siquiera protestó cuando la introdujo en la amplia bañera de agua
caliente, se limitó a gimotear y acurrucarse en su regazo. Resbaló una
vez más el paño jabonoso por su cuerpo y se recreó en sus curvas, en
lo bien que encajaba en sus brazos y no por primera vez pensó si ella
sería realmente la llave que necesitaba.
<<No encontrarás placer entre tus salas y no podrás salir a
buscarlo en otro lugar. La liberación llegará a ti envuelta en muerte,
como lo hará el resurgimiento de tu placer>>.
Y en la muerte la había encontrado a ella. Había sentido su
cercanía, su final y terminó acechándola en las sombras, bebiéndose
su imagen, su presencia, sintiendo la necesidad de poseerla y
someterla a su placer.
Sus senos sobresalían del agua cubiertos de espuma, dos
montículos que lo invitaban a disfrutar de ella y de su cuerpo… Se
moría por ella, pero no la tocaría como quería, no hasta que ella
supiese sin lugar a dudas que él era su único dueño, que solo él
podría darle lo que necesitaba.
La quería… con él… eternamente. Lya tenía que ser su vía de
escape y haría hasta lo imposible por conseguir que le entregase su
sumisión y su alma.
Tiempo atrás había cometido el más absurdo de los errores,
permitió que ella lo asediase, que llamase al dominante en él y se
había sometido con placer y deseo, un engaño dispuesto a capturarlo
y también a sus Jinetes en una minuciosa trampa para escapar del
castigo que le había sido impuesto por su soberbia.
Todavía podía recordar su rostro carente de expresión, su voz
cuando lo maldecía dejándole al mando del pecado y cambiando su
lugar. Se había burlado de todos ellos y ahora estaban atrapados en
las redes del maldito placer, en su caso, sin poder satisfacer sus
anhelos y pasiones si no era con la mujer indicada.
Lya se desperezó en sus brazos interrumpiendo sus
pensamientos, sus somnolientos ojos se abrieron mirándole de frente,
sin miedos ni arrepentimientos. Sí, tenía que ser ella, no había otra
mujer posible, no deseaba a otra que no fuese a esa pequeña y
díscola sumisa y haría hasta lo imposible por tenerla.
—Hola gatita, ¿preparada para el final de la noche?
Parpadeó un par de veces más como si intentase alejar el sueño
de sí.
—Dame un respiro, todavía estoy dormida —murmuró con voz
somnolienta.
Sin pensárselo dos veces resbaló la mano por la cadera y le
pellizcó una de las nalgas a modo de advertencia. No quería que
olvidase quien era él.
—¡Auch! —se quejó dando un respingo en sus brazos. El
movimiento hizo que el agua se moviese y alejase la espuma
descubriendo su voluptuoso cuerpo—. Eso duele, bruto.
Le acarició el lugar con la mano, masajeándole el glúteo y pegó
su boca al oído femenino.
—Inténtalo otra vez, sumisa —le mordió muy suavemente el arco
superior de la oreja. Ella gimió en respuesta.
—Déjame respirar cinco minutos, señor o no respondo de mí
misma si empiezo a patalear y gritar como una lunática —siseó,
haciendo un rastrero hincapié en la palabra “señor”.
En respuesta, le apartó el pelo del cuello y le besó bajo la oreja.
—La noche está llegando a su fin, Lya —le recordó. La sola idea
lo mataba, no quería dejarla ir, la necesitaba, de muchas más maneras
de las que quería aceptar.
Se relajó una vez más en sus brazos, su trasero volvió a frotarse
con su dura erección provocándole un espasmo de placer. Solo ella le
provocaba esas deliciosas reacciones, Lya era la única que traía a su
extensa y maldita vida un poco de solaz y tener que esperar un nuevo
año para tenerla no era una opción.
—Quiero ofrecerte un nuevo trato —declaró antes de que
pudiese pensárselo mejor y callar.
Aquello llamó su atención, se deslizó sobre su hombro y alzó la
cabeza para mirarle. Su sorpresa y desconfianza eran palpables.
—¿Por qué habrías de hacer tal cosa? —preguntó ella. Sus ojos
no dejaron de buscar en la indomabilidad de su mirada.
Deslizó las manos por sus brazos y chasqueó la lengua a modo
de nueva advertencia. Ella puso los ojos en blanco y se corrigió.
—¿Por qué habrías de hacer tal cosa, señor?
Los dedos se deslizaron hacia sus costados para cerrarse a
continuación sobre los llenos y adorables montículos de sus pechos.
Era incapaz de dejar de tocarla, aquel simple gesto le daba placer y no
estaba dispuesto a negarse nada a sí mismo.
—Porque puedo —aceptó. Sus palabras contenían la única
verdad que existía-. Y quiero tenerte más tiempo conmigo…
La sorpresa se instaló en los ojos castaños y si no pensara que
era imposible, creyó ver incluso un brillo de algo que no podía ser real.
—¿Qué te hace pensar que aceptaré pasar más tiempo contigo,
señor?
Una secreta satisfacción lo recorrió, al menos esta vez no había
vacilado en reconocerlo como su amo.
—En mi poder yace aquello que más deseas y que solo yo
puedo darte —dijo con absoluto convencimiento—. Eso me hace el
único que puede hacer realidad tu deseo.
Una irónica sonrisa empezó a curvar sus labios, entonces
sacudió la cabeza.
—Sabes, Bahari, eso me suena más a chantaje que a una
petición —le informó ella con una mueca—, y sabes bien que detesto
los chantajes.
Sí, lo sabía, había rechazado de pleno su decisión de dominarla,
de conservarla para sí las tres veces anteriores en que se lo pidió.
Él bajó la mirada sobre ella.
—¿Qué darías por liberarte de una vez y por todas de la sombra
de la muerte que pesa sobre tu cabeza? —fue directo al tema—.
Puedo darte aquello que deseas, que tu alma y tu cuerpo anhelan…
Sus ojos se entrecerraron.
—A un precio.
Asintió, no tenía caso negar lo evidente.
—A un precio —repitió—. Tu completa sumisión, tu completa
confianza… tu alma en mis manos.
Se estremeció, pudo sentir su cuerpo temblando contra el suyo.
—¿Por qué insistes? Sabes de sobra cual es mi respuesta a…
Le silenció la boca con un dedo.
—Sé que puedes entregarte a mí, que deseas hacerlo, te estoy
dando la oportunidad de demostrarlo —aseguró con firmeza, sus ojos
fijos en los de ella—, de que seas la única para mí…
La sorpresa la golpeó, pudo verlo en sus ojos, en la forma en
que le temblaban los labios en busca de una respuesta.
—Eres la llave de mi placer —confesó con rotundidad—, y solo
tú puedes abrir la cerradura que me ata.
Ella frunció el ceño.
—¿Tú, atado? Por favor… señor… no me hagas reír —se
burló—. Eres el ángel de la muerte, con un chasqueo de tus dedos
podrías simplemente arrebatarme la vida, privarme de las migajas que
cada año me concedes… ¿Realmente necesitas más poder del que
tienes? ¿Tienes la necesidad de doblegar mi voluntad a la tuya para
sentirte más poderoso… señor?
Testaruda hasta sus últimas consecuencias. Con un grácil
movimiento la empujó de su regazo obligándola a sujetarse del borde
de la bañera y se levantó, el agua se escurría por su cuerpo mientras
abandonaba el agua ahora tibia y se adentraba en la amplia habitación
que formaba el baño adjunto a su dormitorio.
—No deseo tanto tu voluntad como desearía tu confianza —
declaró girándose de nuevo a ella—. Tienes la última palabra como
siempre, Lya. Dame tu confianza, completa y absoluta, sométete a mí,
confía en que te cuidaré y protegeré y te daré el más extremo de los
placeres y te entregaré aquello que más deseas.
Ella se cruzó de brazos sobre la bañera, estudiándolo con la
misma hambre que él sentía por ella.
—¿Qué sería lo que más deseo, según tú?
Él esbozó una reluctante sonrisa, un gesto que no hacía a
menudo.
—Eso solo lo descubrirás si te sometes a mí en la última de las
escenas de la noche —declaró y le dio la espalda—. Dale a Gadiel tu
respuesta, él te llevará al lugar al que elijas ir.
Una bata de seda negra cubrió su cuerpo desnudo un segundo
antes de que las enormes puertas que separaban el baño del
dormitorio se abrieran por si solas para luego volver a cerrarse a sus
espaldas dejando a su pequeña y díscola sumisa a solas con sus
pensamientos.
—¿Aceptará?
La voz de su primero llamó su atención al otro lado del
dormitorio. Gadiel permanecía en pie, apoyado en la pared y con los
brazos cruzados.
—Si desea obtener lo que quiere realmente, lo hará —dijo sin
más—. Un año más, ella tiene la última palabra.
Su general chasqueó la lengua.
—Eres demasiado permisivo con ella —aseguró con cierta
diversión danzando en su voz—. Deberías simplemente echártela al
hombro y someterla.
Arqueó una ceja ante la respuesta masculina.
—Eso sería demasiado fácil —contestó con gesto satisfecho—.
¿Dónde quedaría entonces el desafío y la diversión de doblegarla?
El hombre se echó a reír.
—Te gusta sufrir, Bahari, realmente te gusta sufrir.
No respondió, echó un último vistazo a las puertas cerradas y se
giró una vez más a su compañero.
—Condúcela al jardín de las estatuas —lo instruyó—. Y veremos
si se arriesga a jugar la última partida.
Su general se llevó una mano al pecho en un silenciosa
respuesta de lealtad y respeto, entonces dio media vuelta y caminó
hacia la puerta del baño dispuesto a cumplir sus órdenes.

CAPÍTULO 5

Debía estar completamente loca para estar allí. Una cúpula de


estrellas cubría el gótico jardín de enorme extensión, no era la primera
vez que estaba allí, él la había traído en ocasiones anteriores pero en
todas ellas se limitó a ejercer de espectador y algo le decía que esta
ocasión sería distinta. Caminos de piedra, césped pulcramente
recortado, el sonido del agua corriendo en la fuente que marcaba el
centro del circular recinto y todo ello salpicado aquí y allá por estatuas
de un vívido realismo que le erizaba la piel. En una ocasión le
preguntó si eran únicamente esculturas en piedra, su respuesta había
sido tan enigmática como morbosa.
<<Son aquello que deseamos que sean cuando se les insufla
vida, en un momento puedes estar contemplando la más hermosa y
oscura de las estatuas y al siguiente formar parte de una orgía>>.
Sí, ese hombre sabía cómo desquiciar a una mujer, no le cabía
duda.
—¿Preparada?
La pregunta hizo que se girara a su derecha donde Gadiel,
vestido con tan solo unos pantalones vaqueros con parches y una
camiseta oscura de red, contemplaba el jardín que se extendía a partir
del arco de piedra de la entrada.
—¿Cambiaría algo si dijese que no? —preguntó con un mohín,
entonces estiró el brazo hacia el jardín—. Un poquito de luz habría
sido encantador, ¿sabes, señor?
Tratar a aquel Dom del club con el respeto que esperaban de
una sumisa le resultaba mucho más sencillo que hacerlo con Bahari; él
no era tan intimidante como el ángel de la muerte… ni la convertía en
gelatina con tan solo una arrogante mirada. Y Gadiel le gustaba.
Mucho. Era la clase de hombre que le gustaría tener como amigo y ya
no digamos como amante.
—Puedo darte un poco más de luz —declaró. Al instante el
jardín se iluminó con alguna que otra farola que momentos antes no
habían estado allí—. ¿Mejor?
Se estremeció, no podía evitarlo, no todos los días alguien podía
decir que había estado cerca de un Jinete del Apocalipsis y no se
había muerto de la impresión o el susto. Y si este jinete era además
Muerte, la cosa adquiría proporciones bíblicas. Y mejor no mencionar
el hecho de acostarse con ellos… eso podría ser… un clásico caso de
desequilibrio total.
—Sí, mejor, gracias, señor —aceptó en voz baja. El lugar seguía
pareciéndole demasiado espeluznante—. Ahora, ¿puedes recordarme
por qué diablos estoy aquí y no pataleando como un bebé rogando
que me lleven a casa?
Él se rio, un sonido rico y musical, un total contrapunto a su
verdadera naturaleza. Sus ojos de un clarísimo azul se posaron en
ella.
—¿Quieres la verdad o la versión que has montado en tu
cabeza? —le ofreció con descaro.
Bufaría si no supiese que eso podría ganarle alguna azotaina de
parte de aquel tío.
—Ilumíname.
Su sonrisa se amplió y tras un breve instante, asintió con la
cabeza.
—De acuerdo —empezó—. La verdad es que temes cederle
tanto control a Bahari, te niegas a someterte por completo a su
voluntad por miedo a que te guste lo que él pueda darte y te niegas a
aceptar que la sumisión pueda ser parte de tu naturaleza, que
disfrutes agradando a otra persona, permitiendo que su deseo y el
tuyo se aúnen en uno solo. Temes perder esa parte de mortalidad a la
que te aferras, y nota que he dicho mortalidad y no humanidad. No
quieres entregarle tu alma porque eso sería dejarle ver quién eres
realmente, quién es él para ti y lo que estarías dispuesta a hacer por
quedarte a su lado… algo más que una noche al año.
Abrió la boca para negar con rotundidad lo que acababa de
decir, pero él no la dejó.
—Ahórratelo, sumisa —le dijo al tiempo que se inclinaba sobre
ella—. Soy Muerte, tengo un master en la vida y almas, y aprecio
demasiado a mi general como para no ser sincero llegado a este
punto.
Ella apretó los labios, quería discutir pero no encontraba las
palabras, no sabía cómo desmentir algo que intuía era demasiado
real.
—Sé que te sientes en inferioridad de condiciones, gatita, que
temes que Bahari sea más de lo que puedes manejar —continuó sin
cambiar el tono distendido de su voz—, pero a riesgo de mi propio
pellejo, te diré algo que creo tienes derecho a saber y que él no te dirá
para no condicionar tu respuesta…
Ella frunció el ceño.
—¿Y el decírmelo tú no la condicionaría?
Él se encogió de hombros.
—Estoy maldito, cariño, al igual que mis hermanos de armas y el
mismísimo ángel de la muerte —acompañó sus palabras de un ligero
encogimiento de hombros—, pero al contrario que nuestra maldición,
la suya es una hija de puta. El único solaz que ha tenido en siglos has
sido tú, desde el momento en que aceptaste su trato te convertiste en
su única vía de escape para poder acariciar el placer… Sin ti, seguiría
siendo un cabrón hijo de puta dispuesto a joder a toda sumisa que se
le presentara en el club sin ganar nada a cambio.
La curiosidad mezclado con el estupor inundó su rostro.
—¿Qué quieres decir?
Él se llevó las manos a las caderas y se inclinó hacia delante,
quedando casi nariz con nariz.
—Que solo encuentra placer follando contigo —le soltó de golpe.
Un tiro directo y certero—. Eres su muerte en la vida, la única para él,
pequeña sumisa… si eres inteligente entenderás lo que eso significa y
lo que puede resultar si te rindes y abrazas lo que eres y lo que
deseas. Tú eres su vía de escape a la maldición, Lya, pero también
eres mucho más… eres su sumisa.
Le acarició el collar que todavía rodeaba su cuello al tiempo que
hacía hincapié en sus palabras.
—Si realmente sientes algo más que cabreo y ganas de
arrancarle los ojos, entrégate a él en cuerpo y en alma —le dijo, ahora
con tono serio—. Libérale y te liberarás a ti misma.
Sin una palabra más, se incorporó y la observó de arriba abajo
con ojo crítico, entonces chasqueó la lengua y deslizó la mano sobre
ella sin llegar a tocarla. Al instante, su traje de gatita mudó por
completo sustituido por un conjunto de corsé de cuero negro, liguero y
un diminuto tanga de color negro azabache adornado con plumas.
Unas coquetas medias de red se ceñían a sus muslos mientras
intentaba acostumbrarse a los zapatos negros de pulsera y tacón alto
que cubrían sus pies.
—Mucho mejor —aseguró él lamiéndose los labios—.
Pecaminosa, oscura y jodidamente sexy. Ahora sé buena y haz que
suplique.
Ladeó la cabeza y esbozó una irónica sonrisa.
—Juraría que la que tiene que suplicar es la sumisa, señor, no el
Dom —respondió.
Él se rio.
—Sumisita, te sorprendería saber el poder que tienes en tus
manos —aseguró al tiempo que la cogía por los hombros, la giraba de
cara al umbral y la instaba a avanzar con una palmada en sus nalgas
desnudas.

Atravesar el umbral de piedra fue como aceptar formar parte de


algo que no estaba segura al cien por cien que pudiese aceptar. Su
mente racional se obstinaba en decir que aquello era una mala idea, la
avisaba de que meterse en esa clase de perversiones no podía ser
nada bueno, pero su cuerpo decía otra cosa, su sexo hinchado y
húmedo por la excitación y el morbo de no saber que había al otro
lado la mantenía en un estado de inquietud y deseo que elevaba su
libido hasta cumbres que jamás pensó poder alcanzar.
Los tacones de sus nuevos zapatos repicaban contra el
empedrado sendero que discurría en forma de círculos concéntricos,
mirase donde mirase sus ojos se posaban sobre hermosas y
excitantes estatuas que representaban desde los más abrumadores y
sensuales ángeles con alas caídas, a lascivos sátiros, extraños y
abrumadores seres ocultos bajo túnicas que solo permitían vislumbrar
unas grandes manos de dedos largos, parte de un cincelado torso e
impresionantes sexos de piedra que la dejaron jadeando ante la idea
de poner su boca sobre ellos. Cada nueva estatua era más
impresionante que la anterior, todas ellas en piedra o alabastro,
oscuras, decadentes, sexo congelado en su más puro estado.
—Bienvenida a mi jardín, sumisa.
La voz de Bahari llegó a ella desde el círculo interior donde
cuatro nuevas estatuas custodiaban una fuente de piedra oscura de la
que discurría la más clara de las aguas; el agua de la Vida. Ella había
bebido de las manos de su señor las últimas tres veces que estuvo
allí, sellando el pacto que le permitiría vivir un año más y ahora, volvía
a estar de nuevo en aquel punto de inicio y final que la desafiaba a
elegir entre la vida o abrazar su muerte.
Sus ojos se deslizaron sobre ella, devorándola centímetro a
centímetro, calentando su piel como el mejor de los afrodisíacos.
—Me gusta el color negro sobre tu piel clara —murmuró, su voz
más profunda ahora, el deseo nadando en ella sin necesidad de
ocultarlo.
Ella se lamió los labios y se encogió de hombros.
—Lo mismo digo… señor —declaró mirándole. Bahari había
reducido en esta ocasión su atuendo a un único pantalón negro que se
ceñía a sus piernas y enmarcaba la contundente erección en el frente.
Si el hombre ya era de por sí sexy, verle vestido de cuero la dejaba sin
aire. Su pecho estaba totalmente al descubierto, unos pectorales que
había acariciado y lamido, un ligero vello espolvoreaba su camino
hacia los marcados abdominales que serían la envidia de cualquier
especialista del chocolate. El ángel de la muerte era pecado en estado
puro, un pecado en el que estaba dispuesta a caer una y otra vez.
—¿Estás dispuesta a entregarme tu voluntad y sumisión, Lya?
Ella se lamió los labios y alzó la barbilla en respuesta. Un gesto
que desmentía cualquier clase de sumisión, pero después de todo,
una chica tenía que tener sus momentos de rebeldía.
—¿Qué ganaré yo a cambio?
Los ojos claros se entrecerraron sobre ella, pero no dio ni un
solo paso, se limitó a mirarla.
—Todo lo que desees —le dijo con absoluta certeza—, será
puesto a tus pies.
Su mirada se encontró con la suya.
—¿Y si lo que deseo… eres tú?
Aquello lo sorprendió. ¡Había logrado sorprender al ángel de la
muerte! Las ganas de reír y dar palmadas como una niña pequeña
cruzaron su mente, pero las contuvo.
—Creo que tendré que castigarte.
Ahora fue ella la que se sorprendió.
—¿Qué? ¿Por qué?
Él chasqueó la lengua y caminó hacia ella. Le tomó la barbilla
entre los dedos y se la alzó.
—Cuando te dirijas a mí… me llamarás señor o maestro,
¿cuántas veces más he de recordártelo, sumisa?
Ella se lamió los labios.
—Es algo que me cuesta recordar, señor —le dijo. Entonces se
lamió los labios—. No has respondido a mi pregunta, Bahari.
De nuevo aquella mueca que tan bien conocía y que no se
atrevía a llamarla sonrisa.
—Elije a tu compañero de juegos para esta noche, sométete a
mi voluntad y… tendrás esa respuesta que buscas.
Antes de que pudiese hacer otra pregunta o protestar bajó la
boca sobre la suya y más que besarla, sopló algo cálido y dulce en su
interior.
—Te voy a follar, hasta que grites mi nombre y comprendas de
una vez y por todas que yo soy el único que puede darte lo que
necesitas —le dijo mirándola a los ojos—. Acabo de dejarte el aliento
de la vida en la boca, elige, Lya y elige sabiamente… quien quieres
que participe esta noche del pecado.

CAPÍTULO 6

Era la tercera vuelta que daba alrededor de las cuatro estatuas


principales del Jardín, sus manos se habían deslizado por las
esculturas como si estuviese calibrando sus posibilidades, cada vez
que lo hacía se tomaba un tiempo para cruzar la mirada con él y
aquello estaba enloqueciendo a Bahari. La deseaba, la deseaba
completamente, para siempre a su lado y haría hasta lo que no estaba
escrito para conseguirla.
Se había sorprendido cuando le dijo que lo que deseaba era
tenerle a él… Su pequeña y díscola sumisa, ¿cómo podía no saber
que ya era suyo? Se había apropiado de su alma y su aliento desde el
primer momento en que sus caminos se encontraron, él era suyo
como ella lo sería de él al final de esa noche.
Su mirada cayó de nuevo sobre la estatua del ángel caído. Un
ángel caído, un sátiro, un demonio y un nigromante eran los
guardianes de la fuente de toda vida, el poder más grande del
universo oculto en un jardín intemporal.
—¿Debo elegir yo por ti, sumisa?
Ella dio un respingo al escucharle hablar, entonces se giró por
completo y acarició una vez más las alas caídas del ángel de piedra.
—Le elijo a él —declaró.
Asintió y le indicó la mano extendida de la estatua.
—Sube y preséntale tus respetos —le ordenó—, despiértale a la
vida y prepárate a disfrutar.

Lya observó durante un segundo a la estatua subida en un


pequeño pedestal, incluso así su tamaño era gigantesco. Tenía una
mano pegada al vientre, sujetando lo que podía ser alguna especie de
túnica que cubría su regazo mientras la otra se estiraba hacia delante.
Estaba con una rodilla en el suelo, su cabeza erguida y las alas
cayendo como una cortina por detrás de él. Poseía un rostro sereno,
agradable e invitante. Posó una mano sobre la de él para ayudarse a
encaramarse y se sujetó con la otra al arco de sus alas para mantener
el equilibrio, giró la cabeza un último instante para contemplar a un
impaciente Bahari antes de volverse con una sonrisa hacia la estatua y
proceder a unir sus labios con los fríos de granito y soplar para insuflar
una momentánea vida en aquella inerte figura de piedra.
—Buena chica —le oyó murmurar un instante antes de que la
mano de piedra se cerrara sobre la de ella y notase como aquellos
duros y pedregosos labios se volvían blandos y una húmeda lengua se
abría paso en su boca, arrancándole un gemido de sorpresa.
Notó como la otra mano de la estatua le rodeaba la cadera
apretándola contra un cuerpo que no era ni frío ni pedregoso, sí duro
como el granito del que debía haber sido hecho, pero caliente y
excitante. No pasó mucho tiempo antes de que su otra mano se
deslizara por su espalda, acariciándole las nalgas hasta introducirse
entre sus piernas, buscando ansiosamente su sexo por encima de la
tela de las braguitas.
Gimió pegándose más al esculpido cuerpo masculino al sentir
los dedos del ángel de piedra acariciando sus húmedos pliegues.
—Eres tan caliente como el infierno, gatita —oyó ronronear a
Bahari, quien parado a pocos pasos de ellos, disfrutaba ejerciendo de
voyeur.
Su voz bajó entonces una octava, sus palabras vibraban de
poder mientras le hablaba.
—Escucha la voz que te somete a su voluntad —murmuró él—,
obedece ciegamente las órdenes y tendrás la recompensa de un
cuerpo cálido. Desobedéceme y jamás serás tocado otra vez por vida
alguna.
El ángel abandonó entonces su boca, se lamió los labios, la miró
a los ojos y la soltó para incorporarse cuan alto era y bajar del
pedestal. Asombrada vio como la enorme figura, ahora desnuda, con
un tono de piel canela oscuro y unas hermosas y grandes alas negras
a la espalda, se arrodillaba sobre una pierna frente a Bahari.
—Mi voluntad es vuestra, maestro —declaró con una voz
profunda y sedosa que consiguió hacerla estremecer de placer.
Satisfecho, Bahari alzó la mirada ahora hacia ella, la recorrió con
aquellos ojos enigmáticos suyos y miró de nuevo al ángel.
—Líbrate de la túnica —le dijo al ángel. Tras ver que llevó a cabo
sus instrucciones, alzó la mirada hacia ella—. Quítale el corsé y
arráncale el tanga.
La última palabra apenas había abandonado su boca y tuvo que
ahogar un gritito al verse sobrepasada por aquel ángel de carne y
hueso que se cernía sobre ella, una de sus manos se deslizó entre sus
piernas y tras envolver la tela en sus dedos tiró hasta rasgarla.
Deshacerse del corsé le llevó un poco más de tiempo, pero sus manos
no cedieron hasta que este se abrió y cayó de su cuerpo dejándola
desnuda a excepción del ligero, las medias y los zapatos de tacón.
El ángel se retiró entonces para contemplar su obra y se lamió
los labios al tiempo que la recorría con la mirada.
—Eres hermosa.
Sus palabras no tuvieron tanto efecto en ella como su voz, la
cual envió espasmos de placer por todo su cuerpo.
—Er… ¿Gracias?
Su mirada se encontró una vez más con la de Bahari, quien se
había sentado al borde de la fuente y los contemplaba.
—¿Qué te parece, sumisa? ¿Está lo suficientemente dotado
como para hacerte pasar un buen rato?
Ella siguió la mirada de él hasta una enorme polla de carne
prieta y muy real que se elevaba ante sus ojos totalmente erecta. No
pudo evitar lamerse los labios, su mirada cayó bajo el embrujo del
sexo masculino mientras sus manos se movían en un gesto
involuntario hacia su pene, deseando acariciarlo y probar su textura.
Lya se sacudió el embrujo de encima cuando oyó a la estatua
soltar lo que creyó era un gemido, la polla en su mano dio un respingo
y pareció crecer. Era lisa, dura como el granito y caliente, pero suave
al tacto.
—Impresionante, ¿no?
La voz de Bahari se derramó en su oído haciendo que se
sobresaltase una vez más, había pegado su pecho a su espalda, la
dura protuberancia de su polla encerrada en los pantalones se
restregaba contra su desnudo trasero.
—¿Puedes imaginarte lo bien que se sentiría dentro de tu
apretado coñito?
No respondió, estaba demasiado cautivada con la textura de la
polla que tenía entre manos, sus dedos la acariciaban lentamente, el
pulgar jugando con la cabeza donde una gota de blanco líquido pre
seminal emergía.
—No estoy segura de que esto sea… ¿una buena idea?
El aliento de su amante se derramó en su oído.
—No pienses, sumisa, solo entrégate —le dijo. Entonces le
mordió ligeramente la oreja—. ¿Le deseas? ¿Deseas tenerle en tu
boca? Tómalo… es para tu disfrute…
Tragó saliva y alzó la mirada para encontrarse con unos
profundos ojos negros en un rostro pecaminosamente perfecto que la
hacía estremecer y humedecerse todavía más. Estaba caliente, su
coño goteaba indisciplinado, era una completa locura pero deseaba
ese enorme falo enterrado profundamente entre sus piernas,
llenándola, estirándola mientras bombeaba en su interior hasta hacerla
correrse.
—Chúpalo, sumisa —insistió al tiempo que deslizaba la mano
entre las mejillas de su trasero y le acariciaba el sexo desnudo y
húmedo con los dedos—, quiero ver tu dulce boquita alrededor de su
polla… Sigue las instrucciones que te dé.
Ella gimió ante la descarnada orden.
—Bahari… —pronunció su nombre. Necesitaba de la seguridad
de saberlo cerca.
Sus dedos se hundieron en su sexo arrancándole un gemido, se
movieron en su interior enloqueciéndola, haciendo que pegase la
espalda a su pecho y la cabeza contra su hombro.
—Tienes tu palabra de seguridad —le recordó. Su lengua le
lamió el arco de la oreja—. Si la necesitas, utilízala y se detendrá…
Pero solo si la necesitas, Lya…
Se mordió el labio inferior, su mirada volvió a caer sobre el
magnífico cuerpo que esperaba erecto y paciente delante de ella.
—Eres mía, sumisa —le susurró al oído una vez más—. Mía
para mi placer, para obtener el tuyo, para cubrir cada una de tus
necesidades y anhelos… Sométete al placer y pondré el mundo a tus
pies.
Antes de que pudiese encontrar algo que decir al respecto, retiró
los dedos de su interior dejándola sola y hambrienta, le dio una
palmada en el culo y se apartó.
—Hazla gozar —declaró en ese tono de voz sensual y de mando
que había utilizado desde el primer momento con la estatua—, y será
tuya.
Sus ojos se encontraron entonces con los de él.
—Obedécele como si fuesen mis propias órdenes —declaró con
firmeza—. Si no lo haces, te castigaré… y será un castigo del que
disfrutaremos nosotros dos… no tú.
Apretó los dientes para no soltar un exabrupto y se volvió hacia
el recién despertado ángel caído. Se lamió los labios y bajó la mirada
en gesto sumiso.
—Sí, señor —rezongó en respuesta.
Le oyó moverse.
—Mírame, sumisa de mi señor.
La frase era tan extraña que no pudo hacer más que alzar la
mirada a sus ojos. El rostro del ángel mudó de expresión, sus labios
se estiraron ligeramente, había curiosidad y también pasión en sus
facciones, una de sus enormes manos cayó sobre su rostro en una
tierna caricia.
—Mi despertar es para tu placer —declaró el ángel—, entrégame
tu boca y ábrela para mí.
Los cálidos y suaves labios bajaron sobre los suyos, con un
suspiro de placer abrió la boca y permitió que su lengua se introdujera
en su húmeda cavidad enlazándose con la propia. Él sabía besar, oh,
sí, su lengua se enredaba en la suya, la succionaba, le robaba el
aliento y encendía todo su cuerpo, sus manos se deslizaron sobre su
piel, acariciándole las caderas y acunando sus nalgas hasta atraer su
cuerpo contra la dura erección que quedó prisionera contra su
estómago.
Él rompió entonces el beso, dejándola jadeante y caliente, podía
notar como la humedad de su excitación resbalaba por sus muslos.
—Es suficiente por ahora.
Gimió, estaba malditamente caliente, irracionalmente quería que
volviese a besarla, que hiciese más que besarla.
—Más… —se encontró suplicando.
Él ladeó la cabeza y negó.
—Te lo daré, cuando deba dártelo —respondió todo lleno de
razón.
Quería gritar, patalear sería una buena opción si no supiese que
Bahari cumpliría con su amenaza de la peor de las formas.
—Deseo probar tus pechos —declaró entonces.
Ella parpadeó ante aquel cambio de registro.
—Levántalos con las manos y ofréceme esos maduros y duros
pezones —declaró el ángel—. Quiero lamerlos, chuparlos, comprobar
si son tan apetitosos como parecen.
Gimió, ¿podían ser las palabras tan jodidamente calientes?
Tragó saliva, su mirada se desvió hacia Bahari quien seguía al
lado de la fuente, observando la escena. Una de sus delgadas cejas
negras se arqueó al verla vacilar.
—Hazlo, gatita —le dijo sin más.
Se mordió el labio inferior y se llevó las manos a los llenos
montículos, alzándolos hacia su boca la cual no dudó en bajar con
avidez sobre uno de los pezones. Succionó con fuerza, chupándola,
tironeando de la tierna carne entre sus dientes para luego lamerlo y
prodigarle pequeños mordiscos alrededor del seno mientras se los
ofrecía y se retorcía bajo su asalto gimiendo en voz alta, desesperada,
consumiéndose por el placer.
El ángel de piedra abandonó un pecho para tomar posesión del
otro y repetir sus atenciones, dejando sus pezones hinchados,
endurecidos y palpitantes, tan palpitantes como lo estaba ahora mismo
su coño.
—Por favor —se encontró gimiendo cuando notó las fuertes y
enormes manos haciendo rodar sus pechos, deslizándose por su
vientre y jugando con el corto y recortado vello del pubis pero sin
tomar contacto con su henchido y lloroso sexo—. Necesito…
Un suave sonido de pasos, seguido de aquel aroma que siempre
lo envolvía le dijo que Bahari estaba de nuevo cerca de ella.
—¿Qué es lo que necesitas, sumisa? —oyó su voz y actuó como
un potente afrodisíaco en su cuerpo que la obligó a cerrar los muslos.
—Acaríciame —pidió, sus ojos se volvieron en su dirección—,
por favor, señor…
Él le acarició la mejilla con los dedos, sus ojos se encontraron un
instante antes de oírle decir.
—No.
“¡Cómo que no, maldito cabrón hijo de puta!”. Su cerebro
resurgió de entre la niebla para quejarse.
Sus labios se curvaron en una divertida mueca.
—Creo que ese pensamiento que acaba de cruzar por tu mente
no era demasiado agradable, sub.
“¡Que te follen!”. No, espera, eso era precisamente lo que quería
hacer ella. ¡Mierda! Estaba perdiendo la cabeza.
—Ya veo —declaró y sacudió la cabeza en una corta negativa—.
De rodillas… vas a hacerle un pequeño trabajito a nuestro amigo.
Apretó los dientes con intención de decirle que podía hacérselo
él mismo, pero entonces, la mirada de anhelo en el rostro del ángel la
hizo vacilar y la puso incluso más caliente de lo que estaba.
—Quiero tu boca en mi polla —dijo la estatua viviente—. Tu
lengua acariciándome… Quiero que me acojas por entero…
Unas manos se deslizaron entonces sobre sus hombros, el
cuerpo duro y masculino volvió a cernerse sobre ella.
—Hazlo y quizás me piense obviar el castigo por insultarme —le
dijo al oído.
Ella bufó en voz alta.
—No te insulté… señor —añadió en el último momento el
“señor”.
Él la miró con escepticismo.
—Bueno, quizás un poquito —aceptó—. Pero no has podido
oírlo, mis pensamientos son solo míos.
Sus labios se estiraron un poco más y una perezosa sonrisa
empezó a tomar forma.
—No cuando estemos juntos, Lya —le dijo al tiempo que le
masajeaba los hombros antes de ejercer un poco de presión
instándola a arrodillarse—. Ahora, de rodillas mi pequeña y díscola
sumisa. Haz que se corra… lo disfrutarás tú también.
Se dejó caer al suelo de rodillas, su rostro quedó a la altura
perfecta para el trabajo oral, el hinchado sexo le llamaba a pesar de su
negativa, se encontró lamiéndose los labios de anticipación. Deseaba
lamerle, chuparle y tragárselo hasta que lo único que oyese fuesen
sus gemidos y entonces hacer que se corriera. Al menos sería una
pequeña victoria para ella. Para que luego dijeran que las mamadas
eran solo una fantasía masculina, ¡ja!
Abrió la boca dispuesta a tragársela cuando sintió un movimiento
a su espalda y las manos fuertes que la habían obligado a arrodillarse
terminaron en su trasero, acariciándole las nalgas.
—No te detengas —le dijo al tiempo que deslizaba con pereza
un dedo entre los globos de su culo hasta alcanzar su chorreante sexo
y empaparse de sus jugos. Un instante después lo sentía
incursionando en el apretado anillo del ano, penetrándola con
languidez—. Abre la boca y chúpale.
Ella se tensó, estaba dispuesta a decirle un par de cosas pero
entonces la caricia se detuvo y deseó gritar.
—Hazlo, Lya o no te follaré… de ninguna manera —le susurró al
oído.
Ella gimió y terminó bajando la boca sobre la dura erección, su
sabor salobre y arenoso era delicioso, y la llevaba a desear tragársela
entera. Empezó a trazar la punta con la lengua, probando el líquido
pre seminal que manaba, chupó y lamió a placer tragándosela cada
vez un poco más mientras Bahari seguía trabajando en su culo,
provocándole escalofríos de placer y evitando en todo momento tocar
su dolorido e hinchado sexo.
—Levanta el culo, Lya —le susurró mientras ella seguía con su
trabajo oral al otro hombre—. Voy a metértela en ese pequeño
agujerito tuyo.
Ella gimió una protesta, deseaba gritar que no era allí donde
quería su polla, pero tenía la boca ocupada y estaba tan jodidamente
caliente que le daba igual con tal de que la follase. Sintió el picor del
estiramiento mientras se abría paso en su estrecho canal, trató de
respirar profundamente a través de la polla que tenía en la boca para
relajarse, pero apenas podía conseguir aire suficiente que llevar a sus
pulmones mientras él la empalaba hasta quedar cómodamente
instalado en su interior, estirándola hasta límites imposibles.
Ella gimió, estaba enloquecida, enfebrecida, sus manos se
cerraron en los glúteos masculinos y empezó a succionar con gula
aquella polla de piedra mientras él la levantaba y obligaba a
mantenerse con las piernas separadas e inclinada hacia delante, una
posición que la llevó a tener que aferrarse de los glúteos del ángel
para no caerse o atragantarse con su carne. Bahari se retiró hasta que
sintió que solo la punta se alojaba en el interior de su culo, entonces
emprendió un lento regreso a su interior. Apenas había tenido tiempo
para tomar una nueva bocanada de aire cuando notó como el miembro
que tenía entre los labios se hinchaba y estallaba a continuación
llenándola con su semen. Se obligó a tragar una y otra vez para no
ahogarse hasta que Bahari tiró de ella hacia atrás arrancándola de ese
miembro.
—Respira, sumisita, respira —le susurró al oído, su polla todavía
profundamente enterrada en su culo—. Buena chica, eso ha sido
caliente, el verte comérsela me ha puesto más duro de lo que ya
estaba.
Antes de que ella tuviese oportunidad de decir o hacer algo, le
lamió el pabellón de la oreja y la arrastró consigo hasta el borde de la
fuente, dónde se sentó sin salir de su trasero y le separó las piernas
abriéndola totalmente al ángel que no le quitaba los ojos de encima.
—Dale lo que necesita —ordenó.
Ella dio un respingo al saber lo que pretendía el maldito, pero no
pudo más que gritar su nombre antes de sentir las manos del ángel
sobre sus muslos y su boca sobre su hambriento y caliente coño.
—¡Bahari!
La larga lengua se hundió entre los húmedos pliegues,
penetrándola y lamiendo su goteante coño. No pudo evitar gemir, con
cada nueva pasada de su lengua se retorcía un poco más, totalmente
empalada por la polla que tenía alojada en el trasero sentía que se iba
a volver loca. Ella empezó a gemir y a lloriquear, estaba tan dolorida
que aquel contacto íntimo era una maldita tortura, su lengua entrando
y saliendo la estaba volviendo loca, llevándola al límite para luego
soplar su carne, dejando que se enfriara para volver a tomarla otra
vez.
No sabía ni cómo ni cuándo, pero terminó llorando, gritando a
voz en grito, suplicando, cualquier cosa que hiciese que esos dos mal
nacidos le permitiesen correrse.
—Por favor, señor, por favor…
Pero él no solo no le dio lo que quería, si no que ordenó que se
detuviera. ¡Iba a matar a ese hijo de puta!
—Es suficiente —escuchó su orden y como la caliente y experta
boca se alejaba del foco de su necesidad.
—¡No! —gimoteó presa de la desesperación—. Bahari… señor…
por favor… necesito… lo necesito… no me hagas esto…
La besó en la sien, un mimo que no solía prodigarle.
—Shh —la arrulló—, sé que es intenso, que necesitas la
liberación y te la daré, lo juro… Pero a mi manera.
Ella quiso gritar, patalear, pero todo lo que podía hacer era
quedarse allí, empalada por él con el sexo en llamas.
—Shh —la arrulló una vez más—. Le deseas, gatita… Le quieres
profundamente enterrado en ese coñito caliente y goteante, quieres
que te llene, que te folle duro… dilo, Lya… Di que es lo que quieres y
lo haré realidad.
Ella sacudió la cabeza, sus pensamientos ya no eran
coherentes.
—Dime que es lo que deseas, pequeña mía…
Se lamió los labios y gimió.
—Lo que desees darme —susurró rindiéndose a él y a su
poder—. Te deseo a ti, deseo esto, deseo poder correrme, tener su
polla enterrada profundamente en mí… pero aceptaré… lo que quieras
darme, Bahari…
Sintió como algo cambiaba en el hombre que la sostenía, casi
podía decir que lo oyó suspirar o dejar escapar el aliento que contenía.
Entonces sus manos la rodearon, la acariciaron y su boca cayó de
nuevo en su oído.
—Esa es la respuesta que quería escuchar, amor —le dijo con
suavidad al tiempo que se incorporaba una vez más y sin soltarla la
introducía entre ellos dos—. Deseo dártelo todo, Lya, todo lo que
puedas tomar de mí… de nosotros.
Un segundo estaba gimiendo por la desesperación de ser
llenada, y al siguiente se encontró acunada entre dos enormes
hombres dispuestos a darle todo lo que necesitaba, la dura y caliente
polla del ángel de piedra la penetró hasta alojarse por completo en su
interior, colmándola, estirándola y haciéndola perfectamente
consciente del otro miembro alojado en su culo.
Aquello era demasiado, se sentía demasiado llena, demasiado
estirada, la amalgama de sensaciones era tan cruda e intensa que no
podía pensar, la estaban matando y maldita sea si no iba a morir feliz.
Aferrando sus caderas el ángel empezó a moverse, alternando los
movimientos de su pelvis con los de su señor, follándola a dúo
mientras ella jadeaba y gemía entre los dos hombres que la
enloquecían con aquella doble penetración.
Mientras uno empujaba el otro se retiraba, entonces cambiaban
y empujaban los dos a la vez. Bahari alcanzó su boca, hundiéndole la
lengua, solo para retirarla y ser sustituida por la del ángel de piedra. La
intensidad de todo el acto era tan brutal que ya no podía soportarlo
más, iba a correrse, necesitaba correrse desesperadamente.
—Señor… no… no puedo más… por favor…
Aferrando sus caderas, se introdujo con fuerza en su culo, al
tiempo que le susurraba al oído:
—Córrete, amor… y arrástranos contigo.
No necesitó de más estímulo, todo su cuerpo empezó a temblar
y sacudirse cuando el orgasmo más potente de su vida la recorrió
desde los pies a la cabeza, catapultando el de ellos.
Se dejó ir, todo su mundo explosionó a su alrededor y ella no fue
consciente de nada durante el tiempo que siguió a aquello. Apenas fue
consciente del ángel abandonando su interior, besándole la frente y
volviendo a su lugar para convertirse de nuevo en piedra, Bahari por
su parte abandonó también su cuerpo, para luego envolverla en sus
brazos y sentarse con ella al lado de la fuente de la vida. Sus labios
notaron entonces la humedad del agua.
—Abre la boca, Lya, bebe —le susurró al oído.
Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para abrir los ojos, pero
no podía dejarlo pasar.
—¿Podré quedarme contigo durante algo más que un mísero día
si lo hago?
Su carcajada fue la cosa más hermosa que oyó en mucho
tiempo, Bahari jamás se había reído y el escucharle ahora la colmaba
de dicha.
—Sí, amor, tanto como quieras —le prometió dejando caer el
agua en sus labios entreabiertos—. Ahora eres completamente mía,
Lya, ni sueñes con que vaya a dejarte escapar.
Ella suspiró y sorbió el agua.
—Bien, eso responde a mi pregunta —musitó dejando que el
cansancio la arrastrase al sueño—. Te quiero, Bahari… estás loco,
eres un pervertido y el ángel de la muerte, pero te quiero y seré tu
sumisa… de vez en cuando.
Una nueva carcajada inundó el solitario jardín.
—Lo serás para siempre, amor mío, para siempre.

You might also like