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HOMILÍA PARA DESPEDIR A KATYA (Una joven feligrés hermana nuestra)

Queridos hermanos y hermanas, hemos escuchado el Evangelio que nos habla de la muerte de
Lázaro, alguien a quien el Señor amaba como amigo. Podemos ver que tanto le dolió su muerte
que Nuestro Señor mismo lloró. Aquí cabe hacernos una pregunta importante: ¿Por qué Dios no
evitó su muerte? (Marta y María, muerte de Lázaro).

En este triste día no tenemos respuestas a la pregunta: “¿Por qué no pudo Katya haberse
quedado con su familia por más tiempo?” No podemos explicarlo, pero hacemos lo que podemos,
es decir, ofrecemos todos nuestra simpatía y apoyo en este momento. También les aseguramos
nuestras oraciones. Además de asegurarles nuestras oraciones, también me gustaría asegurarles
algo más: que la muerte de Katya no es culpa de Jesús, que Dios no tiene la culpa de ello. Pero
decir que la muerte de Katya no es culpa de Jesús y que Dios no tiene la culpa de ello, no significa
que no podamos cuestionar al Señor al respecto.

De hecho, podemos decirle al Señor que tenemos dudas sobre su bondad, que nos
preguntamos si realmente se preocupa por nosotros, que nos sentimos tan decepcionados de él.
Siempre que nos sintamos así, podemos decírselo al Señor. Podemos compartir todas nuestras
penas y desilusiones con el Señor (así como nuestras alegrías). Cada vez que ocurre una tragedia,
realmente se pone a prueba nuestra fe. Pero mantengámonos cerca del Señor. No abandonemos al
Señor, él no nos ha abandonado y no nos abandonará.

Marta y María realmente se sintieron abandonadas por el Señor cuando él no vino durante
cuatro días después de la muerte de Lázaro (Juan 11, 17). Algunos de los espectadores decían:
“Abrió los ojos del ciego. ¿No habría podido evitar la muerte de este hombre?”. (Juan 11, 37) No es
de extrañar que Marta y María estuvieran enfadadas con Jesús. María le dijo: “Señor, si hubieras
estado aquí, mi hermano no habría muerto”. (Juan 11, 32) Antes de María, Marta ya había salido al
encuentro de Jesús, y también le dijo: “Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto,
pero sé que, incluso ahora, cualquier cosa que pidas de Dios, él te lo concederá”. (Juan 11, 21-22)

Debido a que Juan estaba escribiendo un Evangelio, fue cuidadoso con lo que escribió, pero
podemos imaginar otras cosas que María y Marta podrían (hipotéticamente) haberle dicho a Jesús:
“Jesús, nos has decepcionado. ¿Eres realmente una buena persona? Tenemos serias dudas sobre ti.
Cuando más te necesitábamos, estuviste ausente. Pero cuando nos necesitabas, estuviste aquí.
Siempre que necesitabas alojamiento para tus peregrinaciones a Jerusalén, siempre te alojabas
con nosotros porque estamos a sólo dos millas de Jerusalén.”

“¿Y quién te lavó la ropa entonces? Nosotros lo hicimos. Siempre nos aseguramos de tener el
mejor vino de Betania cuando nos visitabas. ¿Sabes cuánta carne te cocinamos?” Marta y María
tenían buenas razones para estar enojadas con Jesús. Pero ¿Cómo reaccionó Jesús? Esto es lo que
leemos: “Al ver sus lágrimas, y las de los judíos que la seguían, Jesús dijo con gran angustia, con un
suspiro que salía directamente del corazón: ‘¿Dónde lo habéis puesto?’ (Juan 11, 33-34) Cuando
Jesús vio las lágrimas de las mujeres, se angustió y suspiró.

Y cuando Jesús vio la tumba de Lázaro ¿cómo reaccionó? “Él lloró”. (Juan 11, 35). Cuando
sufrimos, ¿hay algún sentido en el que podamos decir que Dios también sufre? Nuestras lágrimas
son también las lágrimas de Dios. Dios no nos abandona en nuestro tiempo de sufrimiento. Dios
sufre con nosotros. Por eso es bueno volverse al Señor como lo hicieron Marta y María y decirle:
“Señor, nos has decepcionado”. Entonces el Señor llora con nosotros. Nos da fuerza saber que el
Señor llora con nosotros, que comparte nuestro dolor.

Para asegurarles a Marta y María que realmente le importaba, Jesús le pidió a su Padre que
resucitara a Lázaro. Ahora sus dudas fueron curadas y desaparecidas. Mientras Jesús oraba al
Padre, éste le hizo su petición: Por el bien de todos los que me rodean; para que crean que tú me
enviaste. (Juan 11:42)

Entonces podríamos decir que fue por nuestro bien, por tu bien, que Jesús resucitó a Lázaro
para que en nuestros tiempos de dificultad y dolor no perdamos la fe en Jesús. Jesús no te ha
abandonado en tu momento de dolor. Él está aquí y llora contigo. Acércate a él y pídele ayuda.
Pídele que te sane del gran dolor que has sufrido. Oremos.

HOMILÍA PARA DEDPEDIR A DON JAIME (Un querido feligrés adulto y saludable que muere de
repente)

Porque no somos más que viajeros, sólo peregrinos en nuestro camino por la vida, sabiendo que
nuestro destino final está con Dios, mantenemos la vista siempre fija no sólo en la apariencia de
esta vida, sino en el hecho de que fuimos creados por Dios, que no podemos ser verdaderamente
felices a menos que vivamos como Dios desea que vivamos, que nuestro destino sea la vida eterna
y no solo la muerte.

Las palabras de Jesús en el Evangelio significan mucho para nosotros en el caso de una muerte
repentina como la de don Jaime; seamos como hombres que esperan que su amo regrese del
banquete de bodas, listos para abrir la puerta tan pronto como él venga y llame. Felices aquellos
siervos a quienes el Señor encuentra despiertos cuando viene, puede ser en la segunda vigilia que
viene, o en la tercera, pero felices aquellos siervos si los encuentra preparados.

Recordando las palabras que fel Evangelio: “También vosotros estad preparados porque el Hijo
del Hombre viene a una hora que no esperas.” (Lucas 12, 36-40) Estas palabras expresan la
esperanza de todos nosotros, de estar preparados para encontrarnos con el Señor cuando nos
llame. No somos más que peregrinos en el camino de la vida, todo en esta vida se vuelve
insignificante cuando miramos la vida desde esta perspectiva, un peregrino esperando encontrar al
Señor.

En este sentido, también podemos recordar aquella parábola de las 10 doncellas que esperaban
al Señor. Y podemos decir que Don Jaime pertenece al grupo de quienes, como las vírgenes que se
prepararon, cultivan constantemente en la virtud de la prudencia, todo aquello que les mantenga
alerta para esperar lo que pueda ser inesperado.

Muchos aquí recordamos como Don Jaime solía decir que cada Ave María que rezaba en su
Rosario era como “un escaloncito más” que se iba ganando para el cielo. Y es por eso que nos
atrevemos a insinuar que él ya está allá o por lo menos muy cerca de entrar al Cielo Eterno.

Agradezcamos al Padre Eterno el habernos prestado a Don Jaime para que tanto con su vida nos
diese testimonio del amor de Dios como con su muerte repentina para que así siguiendo su
ejemplo de permanecer siempre en gracia y en oración, la muerte, si nos llegase a tocar la puerta
de manera repentina, no nos agarre desprevenidos y sin aceite.

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