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Sobre La Naturaleza Aleatoria
Sobre La Naturaleza Aleatoria
Mi ponencia, como no podía ser de otra manera tratándose de contratos aleatorios, parte
de la incertidumbre congénita que la reflexión genera cuando nos enfrentamos a los
tradicionales planteamientos y mecanismos jurídicos aplicables a los conflictos
acaecidos en el tratamiento que merece la relación jurídica derivada de aquéllos.]
I.- Planteamiento inicial sobre el contrato aleatorio. Con independencia de que se
puedan hacer otros planteamientos diferentes sobre la conceptualización del contrato
aleatorio, para introducir el tema que ahora nos ocupa y para su posterior
desenvolvimiento, consideramos oportuno partir de lo que para nosotros sea el mismo
utilizando y matizando una clásica subdistinción de categorías. Entendemos que al
introducir una incertidumbre en la relación contractual, los sujetos que la crean han
podido establecer un equilibrio oneroso que adquiere el carácter de conmutativo cuando
los bienes que se intercambian o las atribuciones patrimoniales que se realizan son
valoradas correspectivamente por los contratantes para cada uno de los hipotéticos y
previsibles resultados finales, en cuyo caso se podría decir que las mencionadas
atribuciones guardan siempre y ante cualquier eventualidad una equivalencia que
podríamos denominar constante entre sí. Diversamente, se ha podido establecer un
equilibrio contractual oneroso de carácter aleatorio, en el que para cada uno de los
hipotéticos resultados finales se ha valorado no sólo las atribuciones que las partes
tengan que realizar para tal supuesto, sino también las posibilidades de que el mismo
tenga lugar, por lo que, en tal caso, podría decirse que existen posibilidades recíprocas
de ganancias y pérdidas, esto es un riesgo recíproco que constituye la causa o la función
económico-social típica de todos los contratos aleatorios en general.
Ahora bien, al igual que ocurre con la diferenciación entre los contratos que son
gratuitos y aquellos otros que lo son onerosos, el carácter aleatorio de un contrato –
ánimo de riesgo, si se quisiera llamar así – sólo sería apreciable cuando conste con
carácter objetivo la relación de desequilibrio económico entre los distintos resultados
posibles del contrato, lo cual entendemos que ocurre – además de cuando las partes
incorporan en concreto tal finalidad práctica entre sus prioridades contractuales
expresándolo así -, cuando existe una variabilidad cuantitativa en la prestación incierta
que finalmente deba ejecutar uno de los contratantes permaneciendo invariable la que
deba ejecutar el otro o, cuando variando también esta última, no se acompasen de modo
equivalente en atención al mismo acontecimiento incierto.
1.- Causal. Las referencias efectuadas en cuanto a la causa del contrato aleatorio nos
colocaba ante un equilibrio oneroso en el que, habiéndose introducido una
incertidumbre, se valoraban, junto a las hipotéticas prestaciones programadas, las
posibilidades de que las mismas tuvieran lugar, generándose, en consecuencia, un riesgo
recíproco esencial en la configuración de este tipo de contratos. Desde entonces, se
puede concluir diciendo que la ausencia inicial de riesgo esencial y recíproco impide la
calificación jurídica del negocio como perteneciente por naturaleza al grupo de los
aleatorios.
La certidumbre, pues, excluye no sólo la calificación del contrato como aleatorio, sino
que impone la nulidad cuando viene configurada como presupuesto objetivo
inexcusable sobre el fundar la relación obligatoria. Así, sustentado el equilibro
contractual en la satisfacción de unos intereses que se programan en base la
consideración de una incertidumbre, su inexistencia hace del todo inviable la
consecución de los fines previstos. Pongamos un ejemplo para visualizar con mayor
claridad el supuesto. En un típico contrato de renta vitalicia, en el que se ha proyectado
una prestación periódica a cambio de un capital mientras dure la vida de una persona, la
existencia misma de la incertidumbre introducida en el contrato pende del presupuesto
básico esencial de la propia certeza de que el sujeto considerado no haya fallecido, pues
de lo contrario el riesgo programado carece de efectividad, desapareciendo con él la
propia sustancia del contrato aleatorio. La nulidad se impone. La ignorancia o falta de
conocimiento por parte de los contratantes acerca de tal dato objetivo podría haber sido
atendido por ellos como un evento más añadido en la asunción de riesgos, pero en tal
caso, el propio ordenamiento jurídico se encarga de reprobar su calificación como renta
vitalicia (así el art. 1804 del Código civil español declara nula aquélla, cuando en el
momento del otorgamiento la persona ya hubiese fallecido); quizás por entender que el
supuesto se aproxima más al contrato de juego, o quizás, simplemente, para evitar
interpretaciones erróneas de la voluntad de los contratantes, o quizás ambas cosas, es
decir, considerar que es necesario una voluntad expresa en ese sentido para entender
celebrado un mero juego o apuesta.
Más allá del supuesto antes planteado, en otras ocasiones, por puro mandato legal,
también se extiende la nulidad a otros casos de los que no cabría extraer tal
consecuencia de modo objetivo. Así ocurre, por ejemplo, cuando se dice que tampoco se
considera válido el contrato de renta vitalicia celebrado sobre la vida de una persona que
fallece en los veinte días siguientes a su celebración a causa de la enfermedad de la que
padecía (art. 1804 CC español). Obsérvese que tal riesgo no es considerado idóneo para
este tipo de contratos, con independencia del conocimiento o no que los contratantes
pudieran tener del supuesto fáctico. No obstante, la dificultad en este caso estriba en
establecer la relación de causalidad entre la enfermedad y la muerte, debiendo
entenderse que así ocurre cada vez que exista originariamente un hecho detectable en la
salud de la persona que sea susceptible o tenga la idoneidad de producir como resultado
su fallecimiento.
Excluida la rescisión por lesión, como regla general, en el derecho común español, la
única alternativa para proclamar por esa vía una ineficacia negocial consistiría en
calibrar la calificación del contrato, sin perjuicio de que pudiera ser tildado de gratuito,
cuando de modo objetivo el valor de la prestación no alcance nunca a superar el de la
contraprestación, atendidas las particulares circunstancias del caso, es decir, teniendo en
cuenta también la productividad (frutos, rentas o intereses) de los bienes según hayan
sido o no entregados desde el inicio de la relación o se difieran en el tiempo. Así, por
ejemplo, en un contrato de renta vitalicia, cuando la periodicidad de las pensiones
impida considerar superada la rentabilidad del capital entregado como contraprestación,
o cuando no lo haciéndolo, precisen de una prolongación de la vida a la que se ha
atendido que resulte imposible su transcurso para generar ganancia a la contraparte.
Iguales consecuencias deberían imponerse para el caso, hipotéticamente más extraño, en
que atendiendo a lo estipulado en el contrato se entreguen cantidades alzadas o por
anticipado de pensiones que superen en todo caso al capital recibido. (Del modo
expuesto, la Sentencia del Tribunal Supremo español de 7 de julio de 1961 (RJ
1961/1256) entendió que la avanzada edad de la acreedora de las pensiones impedía que
el deudor corriera riesgo alguno de pérdida, lo cual excluía al contrato de su carácter
aleatorio; o la Sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Navarra de 30 de junio de
1994 (RJ 1994/6561), que consideró rescindible el negocio objeto de litigio, al entender
que no se trataba de un auténtico contrato aleatorio aquél en el que la renta pactada
fuera inferior a los frutos o rentabilidad ordinaria de los bienes cedidos.)
2.- Rescisión por lesión. Junto a los supuestos de nulidad o anulabilidad contractual,
cabría ahora también realizar algunas observaciones en torno a la originaria ineficacia
que pudiera producirse como consecuencia de la denominada lesión a través del
mecanismo de la rescisión. Este remedio, excluido por el Código civil español - salvo
para los contratos celebrados por tutores o representantes de ausentes, que no cuenten
con autorización judicial, y supongan una lesión en más de la cuarta parte del valor de
las cosas que hubiesen sido objeto de aquéllos (arts. 1293 y 1291.1º y 2º) -, aunque
admitido por las Compilaciones civiles navarra (leyes 499 y ss.) y catalana (arts. 321 y
ss.) - lesión en más de la mitad del justo precio, ultra dimidium o engany a mitges -,
suele rechazarse con carácter general por la jurisprudencia, cuando se trata de aplicarlo
a los contratos aleatorios. Se dice, que de los mismos no puede originarse racionalmente
ninguna clase de lesión, en cuya virtud puedan ser rescindidos (STS de 28 de
noviembre de 1949, RJ 1950/540), pues resulta evidente que los desequilibrios finales
derivados de la ejecución de las correspectivas prestaciones forman parte de la propia
naturaleza del contrato.
Debemos tener presente que los supuestos que se tratan a continuación se centran,
fundamentalmente, en las circunstancias que afectan a la valoración que se haya hecho
de las obligaciones comprometidas por los sujetos, sin perder de vista, en todo caso, que
el equilibrio contractual se consigue, para los contratos aleatorios, no solamente
contraponiendo el interés que tenga para las partes las concretas prestaciones, sino
también en atención a las probabilidades que encierra la incertidumbre introducida en el
contrato para cada uno de los posibles resultados.
2.- Cláusula rebús sic stantibus. En principio, como hemos tenido ocasión de expresar
con anterioridad las fluctuaciones objetivas del valor económico de las prestaciones en
el mercado no pueden ser atendidas para amparar una falta de cumplimiento de las
obligaciones. Ahora bien, aunque las causas puedan ser muy dispares y complejas,
circunstancias del todo imprevisible pueden afectar de un modo sustancial a la concreta
finalidad práctica perseguida en el contrato. Encontrando una base en el propio negocio,
las circunstancias sobrevenidas podrían ser atendidas, en cuanto vinieran a alterar la
particular composición de intereses tenida en cuenta por los contratantes. Doctrina y
jurisprudencia, vienen admitiendo, con considerables cautelas, la posibilidad de aplicar
ciertos criterios que traten de paliar los perjuicios que pudieran ocasionar un acentuado
desequilibrio entre las prestaciones acordadas.
En contratos en los que las partes se hayan propuesto una eficacia que no se agote con la
instantánea ejecución de las prestaciones, el mantenimiento de ciertas circunstancias
podría ser atendido, en cuanto fuera preciso para la consecución de la concreta finalidad
negocial; de tal modo que no cualquier evento extraordinario e imprevisible es
suficiente para operar un intento de adaptación de la relación obligacional, sino sólo y
en la medida que afecte a algún presupuesto básico que haya sido contemplado en la
valoración y composición del inicial equilibrio contractual.
Por otra parte, en el plano de los eventos que se desarrollan durante un largo periodo de
tiempo que sirve para despejar la incertidumbre incorporada en el contrato aleatorio,
como ocurre como dijimos cuando es incierta la duración de la vida de una persona,
podría pensarse que las previsiones de las partes contratantes al celebrarlos sólo han
contemplado las diferentes posibilidades finales, esto es los diversos lapsos temporales
desde que comienza hasta que finaliza la relación con la llegada de la muerte, pues tal
criterio de determinación sirve para cuantificar la prestación definitiva que deba
efectuarse. Desde entonces, se podría argumentar diciendo que, con carácter general, la
llegada de la muerte es un hecho incierto en cuanto al concreto momento en que se
producirá, lo que implicaría - reduciéndolo al absurdo - que por el mero hecho de estar
vivo, el fallecimiento podría acontecer en cualquier instante, resultando así, que la
celebración de un contrato de tales características supondría que las partes han aceptado
cualquier eventualidad en este sentido.
En definitiva, las previsiones efectuadas por los contratantes acerca del cumplimiento de
sus prestaciones han sido establecidas en atención a un normal desarrollo de la relación,
por lo que ante la imposibilidad sobrevenida de seguir manteniendo la misma quedando
frustrados sus intereses contractuales, deberá procederse a su resolución. Esta no
significa siempre y en todo caso que las prestaciones hasta el momento ejecutadas se
correspondan con la satisfacción de intereses recíprocos y equivalentes, ya que el
momento del cumplimiento puede responder a una utilidad diversa. Así, la resolución
debe significar, con carácter general, hacer desaparecer los efectos hasta entonces
producidos, restituyéndose recíprocamente las partes, las atribuciones patrimoniales
hasta entonces llevadas a cabo. Sin embargo, en aquellos contratos aleatorios donde la
incertidumbre incorporada en el inicial equilibrio de intereses ha comenzado a
despejarse ya, los efectos de la resolución que se prevea no puede desconocer el hecho
de que alguno de los contratantes ha soportado una parte del riesgo contractual ínsito en
tales contratos, debiendo ser recompensado por ello.