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ANDIE FENICHEL

ICING IT
SERIE MULTIAUTOR NEW YORK
STORM 4

1
Esta traducción fue hecha sin fines de lucro. Es una
traducción de fans para fans.
Si el libro llega a tu país, apoya al autor comprándolo.

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Argumento
LYDIA

No salgo con deportistas. Es una regla. Estuve a punto de casarme con una gran
estrella del fútbol. Después de una ruptura muy turbia y groseramente pública, me
prometí a mí misma no volver a salir con otro deportista profesional. Es una buena
política. Como me gano la vida entrevistándolos, salir con ellos sería complicado. No
es que haya conocido a uno con el que quisiera salir en los últimos seis años. Es decir,
hasta Hunter Garrison. El tipo se retira en la cima de su carrera. Es una superestrella.
Lo último que quiero es convertirme en la historia en lugar de contar la historia. Aun
así, cuando me mira, me pierdo en una vida de posibilidades.

HUNTER

Mi carrera siempre ha sido lo primero. La mayoría de las veces, las citas no


merecen la pena y no me las tomo en serio. Los periodistas son la peor parte de ser
jugador profesional de hockey. Han hecho casi imposible cualquier tipo de vida social.
No es que me queje. Tengo una gran vida. He alcanzado todas mis metas. Ahora es el
momento de dar por finalizada esta etapa. Le dije al equipo que dejaría el hielo al final
de la nueva temporada, y ellos insistieron en que eso era un gran problema. Entonces
la cadena de deportes intervino con un programa de televisión detallado sobre mí y
mi vida. A pesar de lo hastiado que estoy, Lydia Lane es diferente. Hablar con ella,
incluso con las cámaras encendidas, es como compartir recuerdos con mi mejor amiga.
Quiero más Lydia y, por mucho que lo intente, no puedo luchar contra la necesidad
de tenerla.

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Capítulo 1
HUNTER

De camino a la entrevista, tengo suerte de que la conductora sea una señora


amable y tranquila que me dijo que su hijo es un gran fan, pero no intentó sacar ningún
trapo sucio. El tráfico es espantoso de la ciudad a Connecticut, y Jill tiene todas las
oportunidades para interrogarme.

Las entrevistas son la peor parte de un trabajo por lo demás fantástico. Ser
jugador profesional de hockey es lo mejor. Esto también está llegando a su fin. He dado
mi preaviso y esta será mi última temporada.

Los medios de comunicación siempre buscan una historia que les haga quedar
bien a costa de hacer quedar mal a un deportista. Al menos esa ha sido mi experiencia.
Algunas cosas han sido culpa mía. Al principio de mi carrera, era un chico bastante
engreído. Ahora sólo quiero deslizarme tranquilamente hacia la retirada.

No estaba previsto. Jacqueline, la relaciones públicas del New York Storm, me


convenció para que hiciera una entrevista exclusiva con Lydia Lane para la cadena.
Haría cualquier cosa por Jacqueline. Ha sido una buena amiga. Además, me juró que
Lydia no buscaría chismorreos, sólo un buen artículo para el final de mi carrera.

Al menos me han enviado un coche y Jill no me ha acribillado a preguntas. Se


detiene frente al estudio de la cadena en Connecticut.

—Aquí estamos, Sr. Garrison. Buena suerte.

—Gracias, Jill. —Saco dinero de mi bolsillo.

Ella levanta una mano.

—Yo me encargo, señor. Que tenga un buen día.

Metiendo el dinero de vuelta en mi bolsillo, sonrío a Jill.

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Sus ojos oscuros están llenos de sinceridad.

—¿Puedo conseguirte entradas para un partido? Dijiste que tenías un hijo.

Sus mejillas se sonrojan.

—Está bien, señor. No tiene por qué hacerlo.

Miro su carné de conducir sujeto al salpicadero. Jill Hatcher. Lo escribo en las


notas de mi teléfono.

—Te dejaré dos entradas para el estreno de la temporada.

—Gracias —me dice con confusión.

Me encojo de hombros.

—Una buena conductora que nunca pide un autógrafo ni los trapos sucios de por
qué me retiro vale su peso en oro.

Con una amplia sonrisa, Jill se ríe.

—Llevo mucho a la señorita Lane. Es una buena persona.

—Gracias, Jill. —Le ofrezco mi mejor sonrisa y cierro la puerta del coche.

Seguridad se reúne conmigo en la puerta principal y me deja pasar. Paso por el


detector de metales, pero me dejan pasar a pesar del pitido. No es la primera vez que
vengo. Una vez fui analista en la ronda clasificatoria cuando los Storm no pasaron de
los playoffs.

El ascensor me lleva a la segunda planta y, cuando se abren las puertas, Lydia


Lane me está esperando.

—Sr. Garrison, gracias por venir. —Me tiende la mano.

La tomo y su piel es suave y cálida. —Soy Hunter.

Es incluso más guapa en persona que en televisión. No debería fijarme, porque


al fin y al cabo es el enemigo, pero hombre, la forma en que sus brillantes ojos azules
resaltan sobre su pelo oscuro es difícil de ignorar. Con una pequeña sonrisa
profesional, retira la mano.

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—Pensé que podríamos empezar en el estudio, luego quizás hacer partes en el
estadio Summit y, si quieres, podemos filmar algunas en tu apartamento. Sé que eres
una persona reservada, así que, si eso es demasiado, házmelo saber.

—Sólo soy una persona reservada porque gente de tu posición me hizo así, Lydia.
Una vez fui un tipo divertido y amable.

Me acompaña a una sala de conferencias en vez de al estudio. Una vez me ha


ofrecido una silla, se sienta en el asiento contiguo.

Al quedarme de pie, siento que algo falla. Jacqueline dijo que era una entrevista
para la televisión y que llevaría unos días.

—¿Por qué estamos aquí?

Suspirando, se mira las manos sobre la mesa plana y gris. —Porque no voy a
hacer esta entrevista hasta que me haya ganado algo de tu confianza, Hunter. Si
respondes a cada pregunta como si te estuviera llevando a la guillotina, lo que
tendremos al final será un montón de mierda.

De alguna manera eso me hace feliz. Tal vez sea porque es honesto. Me siento y
coloco mis manos exactamente como ella. Es pasivo-agresivo, pero a la mierda. Es
sincero.

—No creo que la confianza sea algo que pueda darse entre un periodista y un
deportista.

—Lo entiendo, pero creo que tus fans estarán muy contentos con el programa
que hagamos si puedes aprender a confiar en mí. —Se sienta y deja que sus manos
descansen sobre el reposabrazos.

Buscando falsedad en su rostro, todo lo que veo es una mujer hermosa.

—Nos conocimos una vez.

—Me acuerdo —dice.

—Eras más joven. —Eso no ha sonado como yo quería.

Se ríe a carcajadas. —Tú también lo eras.

Echo de menos los días en los que no me dolía nada y podía jugar a tope sin
preocuparme por si me torcía algo y estaba una semana de baja.

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—Estaba en mi segunda temporada. Viniste al vestuario y me insinué.

Se sorprende y sus cejas se elevan. No sé si es porque realmente me acuerdo o


porque ella lo recuerda de otra manera.

—En realidad no fue una insinuación. Me invitaste a cenar. Fuiste muy educado,
que es más de lo que puedo decir de muchos deportistas cuando una mujer es asignada
al vestuario.

—Recuerdo exactamente lo que dijiste ese día. —El recuerdo me llega de golpe—
. Dijiste que era indigno de mí preguntar cuando mi estatus podría comprometer tu
trabajo.

Frunce el ceño, sus ojos parecen distantes. Con un empujón en la mesa, se levanta.

—Voy a cancelar el rodaje. Lo dejaremos para otro día, cuando nos conozcamos
mejor.

—¿Vas simplemente a cancelar la sesión? ¿Y cómo pretendes que nos


conozcamos? —Me han entrevistado cientos de veces, y al reportero nunca le importa
si estoy a gusto con ellos. ¿Qué hace diferente a Lydia Lane?

Coge el teléfono de la esquina izquierda de la mesa.

—Bob, ¿Jill todavía está aquí? Estupendo. ¿Puedes preguntarle si esta noche
puede llevarnos al Sr. Garrison y a mí?

Cuando cuelga, marca otro número y cancela la entrevista.

—¿No te vas a meter en problemas por preparar todo esto y cancelarlo? —No
tengo ni idea de por qué me importa que se meta en problemas. Yo no le pedí que lo
cancelara.

—Sobreviviré. Si no tienes otros planes, Hunter, me gustaría llevarte a cenar. —


Me mira directamente a los ojos.

No es un momento sensual. No tiene nada de sexy, pero estoy intrigado por


Lydia, igual más de lo que lo he estado por cualquier otra mujer.

—¿Tu gente nos seguirá?

—No de este estudio. —Entrecierra los ojos y cierra los puños.

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Me encojo de hombros.

—Sin embargo, una vez que nos vean, habrá gilipollas con cámaras.

Verla pensar es como ver una película. Veo ira, frustración y luego la solución
cruza su bonita cara.

—Podríamos ir a tu apartamento y pedir comida.

—Tengo un cocinero. —No tengo ni idea de por qué estoy de acuerdo con esto.
Es una idea monumentalmente mala. Aun así, la idea de ella en mi apartamento es
irresistible.

Ahí van esas cejas de nuevo. Su voz es como la de los sueños húmedos, grave y
con un ligero tono de grava.

—¿Eso es un sí?

Señor, eso es sexy.

Saco el teléfono del bolsillo y llamo a mi cocinero.

—Hola, ¿Will?

Will es el mejor en cuanto lo sano y delicioso.

—Hola, estaba a punto de empezar a hacer pollo y arroz integral para tu cena.
¿Vas a salir?

—Voy a llevar a una... amiga a cenar a casa.

—¿Quieres que prepare una comida sofisticada? —Armarios abriéndose y


cerrándose se oyen de fondo.

—No, creo que pollo y arroz estará bien. —Lanzo una mirada interrogativa a
Lydia.

Ella sonríe. —Me encanta el pollo.

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Capítulo 2
LYDIA

Esta puede ser la cosa más estúpida que he hecho en mi vida. No es que crea que
Hunter Garrison haría algo ilegal o inmoral. Puede que sólo lo haya visto una vez, hace
años, pero sus días de chico salvaje terminaron hace mucho tiempo, e incluso entonces,
era un caballero.

Jill nos deja en su edificio del Upper East Side y pregunta si debe esperar. Le hago
un ademán de despedida.

—No vivo lejos de aquí. Cogeré un taxi o iré andando.

Sale del coche y clava los ojos en Hunter. La forma en que sonríe podría
convencer a una monja de que es inofensivo.

—Siempre soy un caballero, Jill. Mi madre me despellejaría vivo si no lo fuera.

Con un gesto de asentimiento, Jill dice: —llamaré a tu madre si oigo algo


diferente.

—Tomo nota —dice él, sin una pizca de diversión.

Una vez que Jill se aleja, se vuelve hacia mí.

—Si no te sientes cómoda yendo a mi apartamento, hay un pequeño local al final


de la manzana donde voy a comer a menudo. Están acostumbrados a mí y hay menos
posibilidades de salir en las noticias por la mañana.

Doy una zancada hacia el portero que nos espera pacientemente.

—Estoy cómoda.

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Es sólo una mentira a medias. No tengo miedo de Hunter, pero estar a solas con
un deportista, sin la ayuda de un operador de cámara y un equipo, es abrumador. Mi
pasado nunca me deja en paz. Él no es Jack y nunca podría serlo.

Mientras Hunter charla con el portero, se quita la chaqueta.

No puedo evitar ver cómo se le amontonan los músculos bajo la camiseta. Es alto
y delgado, y muy agradable a la vista.

Cuando mete la llave en la cerradura del ascensor y nos ponemos en marcha,


pregunto: —¿Es verdad lo que le dijiste a Jill? ¿Tienes miedo de tu madre?

En la última planta, las puertas se abren a un gran salón diáfano. Una cocina
negra y de acero inoxidable a la izquierda, con muebles cómodos, pero con clase a la
derecha. Los grandes ventanales dan al East River.

—Mi madre crio sola a tres hijos. Cualquiera sería un tonto si no la temiera un
poco.

Me gusta su admiración por la mujer que lo crio. Quiero abofetearme a mí misma


por gustarme algo de él, pero ¿quién puede resistirse a un niño de mamá?

Detrás de la isla larga, un hombre de pelo y ojos castaños nos sonríe. Tendrá unos
cuarenta años y lleva un delantal con volantes.

—Oh, usted es Lydia Lane. Me encanta su trabajo. Hunter no me dijo que traía
una celebridad a casa.

—Es periodista, Will —dice mi profesión como si fuera la peor de las palabrotas.

Espero haber ocultado mi decepción, pero rara vez puedo. Will parece mucho
más arrepentido que Hunter.

—Encantada de conocerte, Will. Gracias. Lo hago lo mejor que puedo.

—No le hagas caso. —Will levanta la mano, como si tapándose la boca fuera a
evitar que Hunter le oyera—. Su experiencia con algunos periodistas desagradables ha
mancillado su opinión.

—Eso he deducido. —Me acerco a las ventanas y admiro las vistas.

—Si no te importa, voy a cambiarme —dice Hunter.

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Me encojo de hombros y camino alrededor, tocando las maderas oscuras con
contrastes cromados. Hunter se ha ido por el pasillo entre la cocina y el comedor.

—¿Hace cuanto que trabajas para Hunter?

—Casi doce años. —Will remueve una olla en el fuego, y el aroma es maravilloso.

Me acerco para echar un vistazo y respiro hondo.

—Es mucho tiempo para cocinar para alguien.

Me da una cuchara y pruebo. Está lleno de sabores españoles con un poco de


picante.

—Está delicioso.

Sonriendo, cierra la tapa y apaga el fuego.

—Hunter me dio un trabajo cuando lo necesitaba, y nos ha ido bien a los dos.
Acompañó a mi marido Jay al altar en nuestra boda cuando nuestros padres se
negaron a asistir. Es una buena persona.

No hay duda de la advertencia en el tono de Will. Es una buena señal del carácter
de una persona cuando sus empleados saltan en su defensa.

—Mi historia trata de un hombre que jugó al hockey mejor que la mayoría y que
irá al salón de la fama. No tengo planes de perjudicarle, Will. Te lo prometo. Sólo
quiero dar a sus fans un escaso vistazo a su vida.

—Bien. Siempre me has caído bien y sería una pena tener que odiarte. —Will se
vuelve hacia el pasillo donde Hunter, con una camiseta de golf azul marino, está
apoyado contra la pared. Sus bíceps sobresalen, y donde tiene los brazos cruzados en
el pecho, sus antebrazos se flexionan.

Una chica podría perder la concentración mirando a un hombre así.

—He puesto el arroz —dice Will quitándose el delantal—. Hay una ensalada en
la nevera. —Señala la mesa, puesta para dos con una cesta cubierta de tela en el
centro—. Hay pan en la cesta. —Me mira—. Lo siento, es sin gluten.

Suelto una risita. —Seguro que está buenísimo.

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—Gracias, Will. Dile a Craig que te llame un taxi que te lleve a casa. Está
oscureciendo temprano. —Hunter se aparta de la pared y sonríe mirando la olla.

—Hasta mañana. Encantado de conocerte, Lydia.

—Igualmente. —Saludo con la mano mientras Will coge un abrigo del perchero
cerca de la puerta y sale corriendo.

Hunter me mira fijamente pero no dice nada.

El corazón me late con fuerza. Soy una reportera experimentada. He entrevistado


a cientos, quizá miles de deportistas en todas las etapas de sus carreras. No hay razón
para estar nerviosa alrededor de Hunter Garrison.

—Will dijo que acompañaste a su marido al altar.

Se encoge de hombros y me ofrece asiento en el salón, en un sofá negro en forma


de L. Me siento al fondo.

Sentado en el centro, me estudia.

—Me gustan Jay y Will. Han sido buenos amigos, casi desde que llegué a Nueva
York. Sus padres estaban siendo gilipollas. No era para tanto.

—Lo fue para Will. —Se me hace un nudo en la garganta. Contrólate, Lydia.

—Si piensas decirle al mundo que soy gay, adelante. No lo soy, pero no me
importa lo que piense la gente. Ser gay no es ofensivo. Que la gente juzgue a los demás,
lo es. —El fuego de sus ojos es magnético.

Tardo dos tragos en encontrar mi voz.

—Yo no soy ese tipo de periodista, y eso no es en absoluto lo que la cadena tiene
en mente.

—La cadena tiene en mente la audiencia. —Se vuelve a cruzar de brazos.

Joder, es demasiado guapo.

—No puedes culparlos por ello. Mira, es ganar, ganar, ganar. La cadena consigue
audiencia, tú consigues publicidad para lo que quieras hacer después y para tu obra
benéfica, y los fans pueden charlar contigo por última vez.

—¿Qué consigues tú? —Entorna los ojos como si pudiera leerme el pensamiento.
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—Cubrir la noticia más importante de este invierno. —Respiro hondo, pero con
dificultad—. Será bueno para mi carrera.

—¿Cuántos años tienes? —Sus brazos se relajan y me mira de arriba abajo. Ojalá
llevara un vestido menos ceñido, pero el rojo se ve muy bien en cámara, y ése era el
plan para hoy.

—Tengo treinta y cinco años, Hunter. Ya sé que tú tienes treinta y siete.

Sonríe. —Te busqué anoche. Sólo quería ver si mentirías sobre tu edad.

Quizá algunas mujeres se enfadarían, pero yo me río.

—¿Debería mentir sobre ello?

—No. Eres preciosa —responde con una expresión seria.

Era lo último que esperaba que dijera. —Hum, gracias.

¿Se está sonrojando? Debo de habérmelo imaginado.

Se aclara la garganta.

—Aún me preocupa que edites una historia para adaptarla a lo que quiere la
cadena. No digo que me hicieras daño intencionadamente, pero no se puede confiar
en todo el mundo.

Honestamente, no se equivoca. Hay mucha gente en mi trabajo que haría


cualquier cosa por una gran historia, aunque se la inventara y destruyera a gente para
conseguirla.

—He hablado con el director y el productor sobre el artículo, y están de acuerdo


con mi punto de vista. —Me encojo de hombros—. No estoy segura de qué más puedo
hacer.

—¿Qué me vas a preguntar? —Estira sus largas piernas hacia delante.

Que Dios me ayude, pero no puedo dejar de mirarle. Por norma general, los
deportistas me resultan aborrecibles. Mis heridas aún están frescas, y ya han pasado
seis años.

—Te preguntaré sobre tu infancia, cómo empezaste, tu carrera y por qué te


retiras.

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Su risa es como un rayo directo a mi sexo.

—Puedo responder a eso en cinco minutos. ¿Qué haremos con el resto del
tiempo?

Cruzo las piernas, pero eso no ayuda a contrarrestar los efectos de su risa o su
atractivo. De hecho, empeora la situación.

—Con suerte, haré esas preguntas de forma que te den oportunidades para
respuestas más largas.

—¿Y mi obra de caridad? —pregunta.

—Hablaremos de lo que vas a hacer después, y podrás contarle a la gente todo


sobre “Garrison Athletics”.

Durante una larga pausa, su mirada crea mariposas en mi estómago. Finalmente,


extiende la mano.

—No me gusta el estudio. Nos vemos aquí mañana después de mi entrenamiento


y ejercicio de patinaje.

El sofá es tan grande que tengo que acercarme para alcanzar su mano. Tropiezo
y aterrizo a un palmo de él. Sus fuertes brazos evitan que me desplome sobre su
regazo. Me siento, pero él no me suelta. Sus ojos son intensos. Su aliento es cálido en
mi mejilla.

—Lo siento —susurra y se aparta.

Me levanto y él también. Le ofrezco la mano para que me la estreche, pero no


puedo mirarle. Me arde la cara. Si hubiera intentado besarme, le habría dejado. Nunca
me involucro con la gente a la que entrevisto. Es poco profesional.

—Será mejor que me vaya, Hunter.

—Te prometí una cena —hace un gesto hacia la olla en la cocina.

Cojo el bolso del sofá y me lo aferro al pecho como un escudo.

—Te lo agradezco, pero me voy a casa. Si no te importa, mañana llevaré al equipo


al estadio. Quizá podamos hacer unas tomas y un pequeño reportaje en los vestuarios.

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Me sigue hasta el ascensor. Con las manos en los bolsillos, parece realmente
arrepentido.

—De verdad que lo siento. No soy ese tipo.

—¿Qué tipo es ese? —La puerta se abre y me paro en el umbral.

—No soy un mujeriego. No me acuesto con cualquiera ni le tiro los trastos a


mujeres que apenas conozco. Quizá hace años no siempre fui un perfecto caballero,
pero soy un buen tipo, Lydia. —Algo en su voz me conmueve. Se siente mal por haber
estado a punto de besarme.

Vuelvo al ascensor.

—No te castigues. Desde luego, no soy de las que besan a alguien a quien
entrevistan, ni a ningún deportista, y tú no estabas solo en ese momento que tuvimos.
Dejémoslo estar.

—Eres muy amable. —Mira al suelo y luego a mí.

El encuentro de nuestras miradas es eléctrico. El corazón me late con fuerza y


pulso el botón del vestíbulo.

Su expresión de confusión me acompaña mientras se cierran las puertas y


durante el trayecto en taxi a casa. ¿Qué demonios me está pasando?

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Capítulo 3
HUNTER

—Hunter, éste es nuestro camarógrafo, Barry, y éste es Monty. Es el ayudante de


producción y nos ayudará con todos los detalles —dice Lydia.

Barry me dice que es un gran fan. Probablemente tenga mi edad, casi igual de
alto, pero fornido. Monty aparenta unos veinte años, con el pelo rubio y los ojos grises.

—Tengo que ducharme antes de subir al coche.

—Tenemos permiso para hacer algunas tomas de tu taquilla, y hoy hemos


tomado algunas cuando estabas en la pista de hielo —dice Barry.

—Ni siquiera me di cuenta de que me estabais filmando. —Eso por si solo es


extraño. Tengo que sacarme a esta mujer de la cabeza.

—Son sólo unas buenas tomas de acción. Únicamente las usaremos si la pieza
necesita algo de acción fuera de lo común —dice Lydia.

Caminamos por el pasillo hacia los vestuarios. Ella camina a mi lado, sus piernas
mucho más cortas prácticamente corriendo para seguirme el ritmo.

—¿Recuerdas la primera vez que entraste en el vestuario de los New York Storm?

Ahora, siento la cámara sobre mí.

—Como si fuera ayer, Lydia. Había estado jugando en la universidad cuando


recibí la llamada. Lo primero que hice fue pararme y mirar el hielo desde el nivel del
suelo. Su aroma, el frío. Lo asimilé todo. Sabía que me enviarían al equipo de los AHL,
pero tenía veintidós años y no iba a perderme nada. Cuando llegué a los vestuarios,
conocí a algunos chicos, y el gran John Mahalcheck me dijo que había estado siguiendo
mi carrera. Estaba totalmente sorprendido.

—¿Por eso siempre estás aquí cuando llegan los nuevos jugadores?

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Ha hecho sus deberes. De alguna manera, eso es reconfortante.

—No soy Mahalcheck, pero muchos niños crecieron viéndome jugar, y muchos
niños crecerán viéndolos jugar a ellos. No es para tanto devolver el favor.

Se le humedecen los ojos, pero no deja caer ni una lágrima.

—A mí me parece algo grandioso.

Se me hace un nudo en la garganta y empujo la puerta para abrirla.

—Sólo tardaré unos veinte minutos. Puedes esperar aquí o nos vemos en mi
apartamento.

—¿Podemos adelantarnos, Hunter? ¿Sólo para decidir un sitio para la entrevista?


—pregunta Winter.

—Llamaré a Craig, mi portero. —Mientras los demás se alejan, agarro el brazo


de Lydia y le susurro—: no dejes que rebusquen en mis cajones y armarios. Lo último
que quiero es que mi ropa interior aparezca en las noticias de la mañana.

Ella niega con la cabeza y sonríe. —No lo haré.

No me costaría mucho presionar mis labios contra los suyos, pero me contengo
antes de que ambos hagamos el ridículo.

La idea de que Lydia esté en mi apartamento sin mí debería ser incómoda, pero
es todo lo contrario.

Cuando llego, Craig no está en la puerta principal y uso mi código para entrar en
el edificio. Llego a mi apartamento, en la última planta, y él está como un centinela en
mi gran salón, vigilando cada movimiento de la gente de la cadena.

—Sr. Garrison, sólo han movido un par de sillas a la ventana y han colocado
algunas luces y una cámara.

—Gracias, Craig. —Le estrecho la mano y entra en el ascensor.

Monty está fijando una especie de micrófono a un largo soporte.

Winter está ajustando una de mis sillas de comedor en la ventana sur.

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Barry mira a través del objetivo de su cámara.

Miro a mi alrededor, pero Lydia no está a la vista.

—¿Dónde está la señorita Lane?

—Maquillaje —dice Monty y señala el pasillo

En mi apartamento hay tres dormitorios y tres cuartos de baño. Uno está en el


pasillo, frente a un dormitorio de invitados. La puerta está abierta. Debería ir a
ponerme algo bonito para la entrevista, pero no puedo evitarlo y me asomo.

Su chaqueta está colgada del toallero. Lleva una blusa negra y una falda de tubo
roja y está inclinada junto al espejo con un cepillo de rímel en la mano. Con la falda
ajustada, su culo está para comérselo.

Forzando mi mirada de vuelta a su cara, me encuentro con su mirada en el espejo.

—Hola.

Tiene los labios carnosos y perfectamente pintados de un rojo más oscuro que su
traje. Es difícil ignorar la forma en que se curvan hacia arriba en los extremos.

—Hola. Espero que no te importe que me haya refrescado aquí.

—No —digo demasiado rápido. La verdad es que me encanta que se haya


acomodado en mi casa—. Voy a cambiarme. ¿Está bien una camisa y una chaqueta?

Su sonrisa llega a esos ojos cristalinos. —Perfecto.

—No es mi primer rodeo. —Le guiño un ojo y a regañadientes la dejo en el baño.

Dos horas más tarde, el equipo está limpiando y colocando mis muebles en su
sitio. Lydia mete los micrófonos en una maleta y se quita la chaqueta.

—Barry, ¿puedes llevártelos? Vivo cerca. Tendría que ir hasta el estudio para
dejarlos —dice mientras se abanica.

Barry parece un buen tipo. Sonríe y coge el maletín.

—Claro —responde.

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—Gracias, chicos —digo mientras el equipo carga el ascensor.

Winter mira a Lydia disculpándose porque no hay sitio para ella.

—Cogeré el siguiente. No te preocupes. Literalmente vivo a unas manzanas de


aquí. Hasta mañana.

La puerta se cierra y nos deja solos a Lydia y a mí.

Dejo caer la chaqueta en el taburete de la cocina. No sé qué decir, así que digo la
verdad.

—Ha sido la vez que más cómodo me he sentido en una entrevista. Eres muy
buena en lo que haces.

—Gracias —dice riendo.

—Lo digo en serio. Ha sido más una conversación que el interrogatorio habitual.
Han pasado dos horas volando. —La sigo hasta el ascensor y pulsa el botón. Mi cerebro
no genera ninguna palabra que impida que se vaya, aunque eso es lo que quiero.

—Me alegro de que te sintieras cómodo. Creo que tenemos cosas muy buenas
sobre tu madre y tus hermanos. Puede que ni siquiera necesitemos rodar otro día. Te
lo diré mañana cuando vea la película.

De repente, mi gran apartamento me asfixia. Puede que no la vuelva a ver. Eso


es bueno, ¿verdad? No. Estoy agradecido de que el equipo esté retrasando el ascensor.
No es fácil mantener las manos quietas, pero las empuño a los lados.

—¿Lydia?

Al girarse, se encuentra a escasos centímetros de mí, sin poder retroceder. Sus


ojos se agrandan.

Debería dejarle espacio, pero no quiero espacio.

—¿Puedo invitarte a cenar?

—No tengo citas. —Lo escupe como si lo hubiera dicho un millón de veces.

—¿Nunca? —La idea de que esta increíble mujer nunca tenga citas es una locura.

Apoya la espalda contra la puerta del ascensor.

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—Quiero decir que no salgo con deportistas.

—¿Es una norma? —Mi humor cambia y doy un paso atrás.

—Es mi norma, sí. —La firme determinación de su afirmación me enfurece aún


más.

El hecho de que quiera apretujarme contra ella y arrancarle la estúpida regla de


la cabeza no hace que sea una buena idea. Soy lo bastante mayor para saberlo.

—¿Por ese imbécil de Jack Michner?

—Mis razones no son asunto tuyo. —Su pecho sube y baja rápidamente, y sus
mejillas están sonrojadas.

Le he causado angustia, y eso me quita toda la furia.

—Tienes razón. Perdóname, Lydia. Me sobrepasé porque me gustas, y hacía


mucho tiempo que no me gustaba nadie. Te aseguro que nunca pensé que me atraería
una periodista.

Ella abre los brazos con las palmas hacia arriba.

—Mira, Jackson puede ser la razón por la que hice la regla, pero ha resultado ser
una buena regla. Sería complicado involucrarse con un deportista.

Aunque puedo ver su punto de vista, odio su regla.

—Supongo que sí. Aun así, me gustaría conocerte mejor.

La puerta del ascensor se abre y ella retrocede.

—Es una mala idea.

Eso no fue un no. Me interpongo en el camino de la puerta y la mantengo abierta.

—Quizá, pero si no lo intentamos, nunca lo sabremos. —Su mirada cae a sus pies.
Nunca en mi vida había deseado tanto hacer cambiar de opinión a alguien como
ahora—. Seré un perfecto caballero.

El fuego relampaguea en sus ojos, da un paso adelante y me empuja hacia la


puerta.

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Dejo que me lleve hasta la isla de la cocina. Me clava el dedo en el centro del
pecho.

—¿Crees que Jackson me cortejó por ser un gilipollas? ¿Crees que acepté casarme
con él porque era un futbolista famoso? Jackson era todo un buen tipo cuando
empezamos a salir. Nos conocimos cuando era una estrella del fútbol universitario. Me
propuso matrimonio el día después que lo reclutaran. Tenía grandes planes para
nosotros. Él sería una gran estrella y yo una reportera famosa.

La lágrima más grande y triste que he visto en mi vida corre por su mejilla. Se la
quito con el pulgar.

—¿Qué pasó?

Se le forma una arruga entre los ojos y recorre la habitación como si fuera a
encontrar allí alguna respuesta.

—Él estaba en Chicago, así que acepté un trabajito escribiendo para una emisora
de allí. Me fue bien. Tuvo varias temporadas fabulosas y luego se lesionó.

—Lo recuerdo. —Jackson se rompió el ligamento cruzado anterior en un partido


de playoffs. Fue una noticia notoria para un jugador de fútbol superestrella.

—Sí, bueno. —Me da la espalda y sus hombros están rígidos como si fuera a salir
corriendo—. Planeamos una gran boda para la primavera. Le operaron en diciembre
y pensé que todo iba bien.

Su angustia es como un cuchillo en mis entrañas. Le paso las manos desde los
hombros hasta los codos.

—No hace falta que lo digas. Lo leí en internet cuando te busqué.

—El día que salió la noticia de que le habían grabado teniendo sexo en un club,
todo mi mundo se vino abajo. Me llamó y todavía quería casarse. Dijo que así salvaría
su reputación. —Se vuelve y me mira con toda la rabia de un león herido—. ¿Qué hay
de mi reputación? Nunca me dio importancia, pero se suponía que yo debía salvarlo.
—Se seca las lágrimas—. A la mierda con eso. Volví a casa, a Nueva Jersey, dejé que
mi familia me dijera que todo iba a ir bien y encontré un trabajo que pudiera estar en
Nueva York.

—No hay nada que pueda decir que vaya a arreglar algo de eso, Lydia. No tengo
planes. Planeo retirarme al final de esta temporada y tal vez conseguir un trabajo de

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locutor de color o de analista. No sé si lo que siento es más que lujuria. Sólo sé que no
quiero que ésta sea la última vez que nos veamos. —Contengo la respiración.

—Tengo una carrera realmente buena. —Apoya la frente en medio de mi pecho


y apoya las manos en mis caderas.

—Lo sé. —Sin saber qué más hacer, le froto la espalda.

Se libera de mí, se endereza y da un paso atrás.

—Un romance tonto podría arruinármelo todo.

—Entonces seremos adultos y no haremos ninguna tontería. —La esperanza


florece con fuerza en mi pecho.

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Capítulo 4
LYDIA

He perdido la cabeza. Sin embargo, no tanto como para no sacar mi culo del
apartamento de Hunter Garrison antes de hacer algo realmente estúpido.

Acepté considerar la cena. No es el fin del mundo. Entonces, ¿por qué es en lo


único que puedo pensar un día después cuando debería estar totalmente concentrada
en la película que rodamos ayer?

—¿Qué te parece, Lydia? —pregunta Winter, mirando la pantalla que hemos


estado viendo en la sala de montaje.

Oscura y estrecha, la habitación siempre está fría. Me ciño más el jersey y suspiro.

—Necesitamos más información sobre el juego.

Ella asiente antes de que termine la frase.

—Será un buen fragmento para grabar en el estadio. ¿Quieres que llame al Sr.
Garrison?

—No. Yo lo llamaré. Tengo preparadas algunas entrevistas con antiguos


compañeros de equipo y con el comentarista que dirigió la mayor parte de su carrera.
Quizá podamos hacerlo todo en un día. —Apunto un recordatorio en mi libreta y la
meto en el bolso.

—Genial. —Ella sonríe—. Ponlo todo en la agenda, y me aseguraré de que tengas


un equipo.

—Lo olvidé una vez, y ello me persigue.

Se ríe. —Escucha, cualquier munición que pueda acumular, la guardo para usarla
en el futuro. Siempre tienes todo tan organizado. Es bueno cuando cometes un error.

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—Gracias. —Cojo mi teléfono del escritorio—. Tengo que hacer una llamada y
luego lo pondré todo en la agenda.

Winter me da su visto bueno con el pulgar hacia arriba mientras salgo de la sala
de edición y me dirijo a mi oficina.

Mirar fijamente el número de Hunter en mi teléfono no hará que marque. Son


más de las cinco. Puede que esté ocupado, cenando o en una cita.

Es un poco temprano y a mitad de semana, pero es una gran estrella y puede que
esté ocupado.

En realidad, eso sería perfecto. Le dejaré un mensaje. Tal vez debería enviarle un
mensaje. Eso no es muy profesional. Pulso el botón de llamada. Mi corazón se acelera
mientras suena. Estoy preparada para el buzón de voz.

—Hola —la voz profunda de Hunter retumba a través del teléfono.

—Mm. ¿Hola? Pensé que me saltaría tu buzón de voz. —¿Por qué dije eso?
Cállate, Lydia.

—No. Soy yo. ¿Qué puedo hacer por ti? —Todo lo que dice es sexy. Cierro los
ojos y me repongo.

—Necesitamos una segunda entrevista, si te parece bien. Me gustaría hacerla en


el estadio.

—Estoy disponible el jueves por la tarde.

Esperaba que se resistiera, de modo que no sé qué decir.

—Estupendo. Mm... Me pondré en contacto contigo con los detalles.

—¿Dónde estás? —Su tono cambia de los negocios a algo más suave, profundo y
personal.

Echando los hombros hacia atrás espero a estar segura de que mi voz será estable
para responder.

—Estoy en mi despacho.

—¿Cuándo volverás a la ciudad?

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—Más tarde. —Me levanto de detrás de mi escritorio de cristal y cierro la puerta
de mi despacho.

—¿Puedo invitarte a cenar esta noche?

Todo lo que salió en los medios de comunicación y los meses de tormento


vuelven a mí. Jack había dicho a la prensa que me había dejado porque yo estaba
locamente celosa y le parecía que la situación no era sana. Le dijo a todo el mundo que
yo era inestable. Por supuesto, el vídeo en el que aparecía con su novia dejaba en
ridículo casi todo lo que había dicho.

Yo lo había amado y él me había hecho quedar como una loca.

—Mira, Hunter, lo entiendo, pero creo que quedar para salir sería una idea
terrible.

El teléfono está completamente en silencio, como si hubiera dejado de respirar.

—¿Hunter?

—Estoy aquí. —No sé si está enfadado, decepcionado o le da igual, pero tiene un


tono de voz que no había oído antes.

—¿Puedo ser sincero contigo? Está claro que tienes algo en mente, Lydia, así que
adelante, sácalo. De todos modos, acabaré la entrevista.

—Gracias por eso. —Mis hombros se relajan—. Entiendo que te sientas atraído
por mí. Sinceramente, tú también me atraes.

—Me alegra oír eso. —Su tono se suaviza un poco.

—Deberíamos tener sexo y ya está —suelto de un tirón.

—¿Cómo dices? —Una risa áspera sigue a la pregunta.

Mi cara se sonroja con el rubor más rojo de todos los tiempos. Con la mano fría
me presiono la mejilla.

—Mira, ayer por la noche dijiste que podía ser lujuria. La lujuria es fácil de
solucionar. Tenemos sexo y seguimos adelante. Nadie sale herido.

—¿Dónde vives?

Se me hunde el corazón y me excito al mismo tiempo. Le doy mi dirección.


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—Nos vemos allí. —Cuelga antes de que pueda decirle en qué tren iré.

Me quedo mirando el móvil un buen rato, sin saber muy bien qué ha pasado.
Hacía tanto tiempo que no me molestaba en buscar pareja de cama, y mucho menos
en la vida, que no sé qué me ha pasado.

Mi portero, Earl, está en plena conversación con Hunter cuando llego a casa.
Todas mis preocupaciones del viaje en tren se evaporan al verle con unos vaqueros
desgastados, una camiseta de golf y una chaqueta deportiva. El sexo con un hombre
con ese aspecto no será lo peor. De hecho, a mi cuerpo le parece una idea estupenda.

No es que esté unida a él, así que cuando tomemos caminos separados, nadie
saldrá herido.

—Hola.

Earl sonríe ampliamente. —El Sr. Garrison dice que es su invitado, Srta. Lane.

—Es verdad, Earl. ¿Lleva mucho tiempo esperando? —Hablamos como si Hunter
no estuviera a un palmo de distancia esperando el visto bueno.

—Llegó andando hace unos treinta minutos. Le dije que aún no había llegado a
casa, así que hemos estado charlando sobre hockey durante algún tiempo. —Los ojos
de Earl se ponen serios—. Me desharé de él si quiere, señorita Lane. Sólo tiene que
decirlo.

Me río. —Sé que lo harías, pero creo que esta vez lo dejaremos pasar.

—Lástima. Estaba deseando demostrarle que no soy tan viejo como aparento. —
Earl abre la puerta y guiña un ojo.

—En otra ocasión — dice Hunter estrecha la mano de Earl.

Riéndose, Earl le da una palmada en la espalda a Hunter mientras entramos en


mi edificio.

Sin saber qué decir, doy zancadas sobre las baldosas de mármol con los tacones.
El sonido llena el vacío de la conversación, pero no mejora mis nervios. El ascensor
llega demasiado pronto y entramos. Miro fijamente los números que se iluminan sobre
la puerta y que conducen a la decimoquinta planta.

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Hunter se pone delante de la puerta, bloqueándome la vista con sus anchos
hombros y su atractivo rostro.

—Hola.

Me arden las mejillas. Tengo treinta y cinco años y este hombre me reduce a idiota
con una sola palabra.

—Hola.

—Estás nerviosa. —Retrocede hasta casi apoyarse en las puertas.

—Me pregunto si hemos cometido un error. —No sé por qué siempre digo
exactamente lo que pienso, pero es un rasgo familiar de Lane, y dudo que pueda
ponerle fin ahora.

—¿Quieres que me vaya? —No hay ira en su voz. Está preguntando, y si digo
que debería, estoy segura de que se quedaría en el ascensor y se iría a casa.

—No lo sé. —Golpeo el panel de madera con el puño—. Me siento atraída por ti.
Hace mucho que no me interesa nadie. No he tenido sexo en mucho tiempo. —Las
puertas se abren.

Se hace a un lado para que pueda salir, pero no sale al pasillo.

—El sexo fue idea tuya, Lydia. Me encantaría sentarme, hablar y pedir una pizza.

—Eso suena como una cita. —Hago un sonido de burla que no es muy propio de
una dama.

—¿Y una cita sería terrible? —La puerta intenta cerrarse, pero él usa su peso para
mantenerla abierta.

—Hace seis años me prometí que nunca saldría con otro deportista profesional.
En mi trabajo, conozco a varios cada semana. Nunca he roto esa promesa. —Le miro
fijamente y cierro los ojos ante la oleada de deseo que me invade.

Cuando abro los ojos, su mirada desprende pura pasión, pero él sigue
manteniendo abiertas las puertas del ascensor.

—Entiendo tu dilema. Puedo prometerte que no te traicionaré, pero sé que no


confiarás en eso. Tal vez el hecho de que nunca he roto una promesa o traicionado a
un amigo ayudaría a mi caso. No hay forma de que pueda decirte que los medios no

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se enterarán de lo que sea que esto se convierta. Entiendes tan bien como yo que se
enterarán, y querrán una historia. Esto es de lo que estoy seguro, Lydia. Ayer, cuando
estabas a punto de salir de mi apartamento y existía la posibilidad de que no volviera
a verte, me sentí enfermo. No soporto la idea de no saber nunca si lo que siento por ti
puede llegar a más.

—¿Más? —Apoyo la espalda contra la pared.

Se encoge de hombros.

—Más.

—¿Más que sólo deseo? —Me separo de la pared y cierro la brecha que nos
separa. Mi cuerpo tiembla de necesidad.

Lleno de lujuria, está totalmente concentrado en mí.

El ascensor hace sonar una alarma porque la puerta lleva abierta mucho tiempo,
y alguien está pulsando el botón en otra planta.

Siempre atento, sus ojos preguntan qué debe hacer.

Respirando hondo, extiendo la mano con la palma hacia arriba.

Hunter sale al pasillo y me coge de la mano.

Al final del pasillo, delante de mí puerta, la otra mano me tiembla al intentar


meter la llave en la cerradura. Se inclina hacia mí.

—Relájate. No hay presión.

—¿No la hay? —Consigo abrir la puerta y entro.

Mi apartamento es de un dormitorio, con un gran salón y cocina. Es un edificio


antiguo y tiene elegantes molduras en el techo. Las mejoras que hice hace unos años
me dieron un concepto abierto y una cocina moderna.

—Es bonito. —Hunter mira a su alrededor, pasa la mano por mi granito veteado
blanco y negro y se queda boquiabierto mirando mi enorme televisor—. Es el televisor
más grande que he visto en mi vida.

Me río. —Es mi trabajo. Puedo ver hasta cuatro cosas en ella.

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—¡Vaya! No suelo codiciar nada, pero voy a tener que mirar de comprarme uno
de esos. —Se gira y me mira colgar el abrigo en el armario.

Dejo las llaves y el bolso en la mesa cerca de la puerta.

—Si de verdad quieres pizza, hay un sitio estupendo al final de la calle.

Acorta la distancia que nos separa y me pasa la mano grande y fuerte por la
mejilla como si fuera a romperme.

—La pizza estaría bien.

—¿Por qué me excita tanto que me toques así? —Mis bragas están mojadas, mi
cuerpo arde y nunca había deseado tanto tener a alguien dentro de mí.

Su sonrisa es igual de devastadora.

—Me gusta mucho que digas exactamente lo que piensas.

—No todo. —Me defiendo de lo que parece gustarle.

—¿No? ¿Qué has omitido? —Sus dedos bajan por mi cuello hasta enroscar mi
pelo.

—Que quiero sentirte dentro de mí. —Mi coño se aprieta, me encanta la idea y la
forma en que me mira como si fuera mejor que cualquier pizza.

Me agarra la cadera con una mano, desliza la otra por mi espalda y me atrae hacia
su dura polla.

—Quiero muchas cosas antes de llegar a eso.

—¿Pizza? —Le toco el hombro, repleto de músculos.

Su risa es completa y profunda y me llega directamente al corazón.

—No, pero la comida está involucrada.

Respiro tan fuerte que podría desmayarme.

—Sí, puede que la pizza tenga que esperar.

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Capítulo 5
HUNTER

Nunca antes me habían hecho reír y desear en igual medida. Esta mujer es
increíble. Acerco mi boca a la suya y pruebo un poco.

El suspiro más seductor sale de su boca y deslizo la lengua en su interior.


Nuestras lenguas se deslizan como si lleváramos toda la vida esperando este beso. Las
chispas se encienden entre nosotros.

Su pecho sube y baja contra mí, y mi polla hace todo lo posible por arrancarme
la cremallera de los vaqueros.

Envolviendo su pierna alrededor de mi muslo, Lydia se aprieta con más


intensidad contra mí.

—Te necesito, Hunter.

Esas palabras por sí solas podrían bastar para que me corriera como un niño en
su primera cita, pero la idea de más me retiene. Agarrándola del culo con las dos
manos la levanto del suelo.

Ella rodea mis caderas con ambas piernas y hunde su lengua en mi boca.

Sólo hay dos puertas interiores. Me dirijo hacia una esperando haber acertado.

—Lavadero —jadea contra mi boca.

Girándome, me precipito hacia la otra opción y me deslizo dentro. Su dormitorio


está pintado de azul oscuro y tiene cortinas blancas que cuelgan de los altos techos y
se enredan en el suelo. Una cama y dos mesillas de noche son todos los muebles que
hay, aparte de una silla de terciopelo rojo en la esquina.

—Es una habitación muy sexy.

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—¿Lo es? —Arquea el cuello para que pueda seguir besándola hasta la parte
posterior de la oreja.

—Sabes que lo es. Entonces ¿por qué no hay hombres? —preguntó mientras le
mordisqueo el lóbulo.

—A una chica le gustan las cosas bonitas, pero eso no siempre significa que tenga
que compartirlas. —Pone los pies en el suelo y las manos en las caderas.

—No estoy criticando, Lydia. Me gusta la habitación. —Realmente me gusta


mucho que sea una mujer adulta y no una veinteañera tratando de complacer a un tipo
al que probablemente no le importe de todos modos—. Me gustas.

Me cuesta, pero mantengo las manos quietas. Prácticamente puedo ver su dilema
agitándose detrás de sus bonitos ojos azules.

—¿Quieres pedir pizza?

Sus labios hacen una mueca.

—¿Quieres comer otra cosa?

—Por Dios. —Cierro los ojos y me contengo.

—Tu eres otra cosa. —Me da la espalda—. Hay una cremallera.

El vestido negro muestra todas las curvas, pero oculta lo suficiente como para
que un hombre quiera saber.

Le rodeo la cintura con la mano, rozo su pelo para que repose sobre su hombro y
beso su cálida piel justo por encima de la cremallera. Lentamente, tiro de la lengüeta
metálica, dejando al descubierto una piel suave y el encaje negro de un sujetador. En
la parte de abajo se adivina la ropa interior a juego.

Mueve los hombros y el vestido cae al suelo.

—Eres tan guapa —le digo, pasando la mano por la curva de la cintura hasta la
cadera.

Girándose, mete la mano entre los pechos y se desabrocha el sujetador. La tira de


encaje cae al suelo. Me mira mientras se echa hacia atrás sobre el colchón con solo ese
trocito de encaje.

31
—No soy tan joven como las chicas con las que te veo en Internet.

—Gracias a Dios. —Me desabrocho el botón de los vaqueros y bajo la cremallera.


El alivio de la presión es enorme, pero ahora necesito más de ella. Me quito la ropa y
la dejo junto a la suya—. ¿Sigues bien, Lydia?

Me mira de arriba abajo.

—Aparte de desear haber hecho más ejercicio, sí.

—Eres perfecta. —Le doy unas cuantas caricias a mi polla porque no puedo
resistirme.

La pasión se refleja en sus ojos mientras observa cada uno de mis movimientos.

—Te he dicho que hace tiempo que no hago esto, ¿verdad?

—Puedes pararlo ahora y nadie se disgustaría. —Me arrodillo entre sus rodillas
dobladas y paso las manos por el dorso. Es tan suave.

—Yo sí que me disgustaría, y tú tendrías que esperar en la otra habitación


mientras alivio la presión entre mis piernas. —Su pecho se agita y mete los dedos justo
debajo del elástico de sus bragas.

Tumbado boca abajo, meto los hombros bajo sus muslos.

—Déjame.

Con las pupilas dilatadas y la mirada fija en mí, retira la mano.

Beso el interior de su muslo y trazo una línea con la lengua a lo largo del borde
de sus bragas. Mi recompensa es un suave suspiro que me vuelve loco. Retrocedo y
retiro el encaje despacio y con cuidado. Mi deseo es tan grande que la precisión me
mantiene con los pies en la tierra cuando quiero arrancar la tela de mi premio.

Afeitado y liso, tiene el coño más bonito que he visto en mi vida. Lydia tendría
que decir un no rotundo para impedirme devorarla. Un gruñido retumba en mi pecho
y no puedo detenerlo.

—¿Hunter?

—Te deseo tanto, Lydia. Me preocupa ser demasiado brusco o intenso contigo.

Ella me da una sonrisa torcida. —No me rompo tan fácilmente.


32
Mirándola fijamente, aún dudo si dar rienda suelta a la pasión que crece en mi
interior.

Desliza sus largos dedos con un bonito esmalte rosa por su vientre y baja hasta
su raja. Mete dos dedos entre sus pliegues y jadea mientras frota el botón húmedo. Sus
caderas se inclinan hacia delante.

Arrastrándome entre sus rodillas dobladas, le levanto la mano y me meto los


dedos en la boca. Su sabor picante hace que mi polla palpite y se sacuda.

—Dios, eres perfecta. —Le suelto la mano y presiono la boca entre sus muslos.
La lamo desde el centro hasta el clítoris girando alrededor.

Ella grita mi nombre, y nunca nada ha sonado mejor.

La acaricio y la chupo hasta que levanta las caderas al ritmo de mis atenciones.
Introduzco un dedo en su humedad y lamo su clítoris con más fuerza y rapidez.

Agarrándome un mechón de pelo, aprieta los talones contra mi espalda.

—Hunter, no puedo. Yo. Necesito. Joder.

Me encanta cada ruido y balbuceo sin sentido mientras hago el amor con su dulce
coño. Necesito sentir cómo se corre, así que le chupo el clítoris con fuerza y le meto un
dedo.

Grita mi nombre y su coño palpita a mi alrededor. Es lo más hermoso que he


visto nunca. Cuando aparto la boca, se agarra el coño y respira con dificultad.

—Dios mío.

Sigo besando la parte interior de su muslo. —Podría mirar esto un millón de


veces.

—¿Es un reto? —Se ríe.

Dándole besos a medida que avanzo, subo hasta su abdomen y luego justo debajo
de sus pechos.

—Es un honor—. Lamo un camino alrededor de su pezón y lo meto en mi boca.

Con la espalda arqueada, me agarra la cabeza.

—¿Cómo puedo querer más después de ese orgasmo?


33
Beso su otra teta y jugueteo con el pezón.

—¿Eso significa sí o no, Lydia? —A regañadientes, retrocedo para coger el


condón de mi cartera y ponérmelo. Apoyado en las manos, me cierno sobre ella.

—Oh, definitivamente sí. —Ella levanta sus caderas para rozar mi polla.

—Creo que nunca he deseado a nadie tanto. —Muevo mis caderas hacia delante,
acercando la cabeza de mi polla a su abertura.

Se alza de nuevo y está tan mojada que me deslizo un centímetro dentro de ella.
Gemimos a la vez.

Tan húmeda y apretada. Deslizarse dentro de Lydia es pura perfección, y me


quedo quieto para sentir cada segundo

—Te sientes tan bien. —Ella se mece debajo de mí—. Necesito más.

Retrocediendo le doy lo que necesita, una y otra vez. Atrapo sus labios con los
míos y le hago el amor a su boca y a su coño a la vez, penetrándola hasta que me
tiemblan las piernas por la llegada del orgasmo. Apoyándome en un codo, meto la
mano entre los dos, le meto un dedo en el clítoris y froto un círculo con el pulgar.

Lydia grita y palpita alrededor de mi polla, llevándome con ella al límite. La


penetro una y otra vez mientras me corro con fuerza. Es como si llevara toda la vida
esperando a esta mujer.

Presiono mi frente contra la suya y tengo que recuperar el aliento.

—Podrías arruinarme.

—No sé qué significa eso. —Con dedos suaves, me acaricia las costillas.

Me siento tan bien que no quiero moverme de aquí.

—Significa... —¿Cómo termino esa frase cuando aún no he tenido una cita con
esta mujer? No puedo—. Significa que realmente me gustaría que tengamos una cita,
Lydia. —Sonríe.

—¿Entonces mi plan de sacarnos mutuamente de nuestros sistemas no funcionó?

Salgo de ella y gimo. Beso su nariz.

—Nunca pensé que funcionaría.


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Dirigiéndome hacia el baño miro hacia atrás. Lydia está estirada como una gata,
con la piel sonrosada, y mi polla salta al verla. Un minuto antes, estaba totalmente
satisfecho, y ahora quiero más de su cuerpo. Pero no tanto como quiero todo de ella.

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Capítulo 6
LYDIA

No voy a mentir. La noche con Hunter fue la experiencia más íntima y


maravillosa de mi vida. Aun así, estoy muy nerviosa por encontrarme con él en el
estadio Summit para una entrevista sobre el hielo.

Esta vez sólo estamos Barry y yo. Preparado con la cámara, se mueve por el túnel
con pesadez detrás de mí hacia el hielo.

—Siempre me gusta ver el hielo a este nivel. Es probablemente mi parte favorita


del trabajo.

—No sabía que fueras tan fan del hockey. —Agarro el micrófono con tanta fuerza
que me duelen los nudillos.

—Todos los equipos deportivos de Nueva York. Crecí aquí. Hockey, béisbol,
fútbol americano y también me he aficionado al fútbol. —Ojea el hielo, donde varios
jugadores se pasan un disco a velocidades asombrosas.

—¿Sólo deportes masculinos, o también ves los femeninos? —Conozco a la


mayoría de los jugadores por las entrevistas que les he hecho a lo largo de los años,
pero no puedo apartar los ojos de Hunter deslizándose por el hielo. Es tan elegante y
hermoso de ver.

—El hockey femenino es increíble, y también me gusta el fútbol femenino. Soy


padre de chicas. En mi casa somos todos iguales.

He visto a Barry con sus chicas, y es el mejor padre de chicas.

—Sólo lo comprobaba. —Le guiño un ojo.

Se ríe. —Sabes, Garrison todavía patina como si pudiera seguir jugando.

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Cuando de repente Hunter se detiene y cambia de dirección, el hielo vuela en
forma de cresta de gallo.

—Tal vez. —Es rápido, fuerte y entregado—. Ya no es un niño.

—¿Por qué crees que lo deja? —Barry hace una metáfora entre Hunter poniendo
fin a su carrera y un pase de disco a través de dos líneas en el hielo que es ilegal y por
lo tanto detiene la jugada.

—Supongo que será mejor que se lo preguntemos.

Justo entonces, un entrenador hace sonar un silbato. Los jugadores patinan hacia
donde estoy con Barry. Al salir, cada uno saluda.

Hunter se detiene antes de salir del hielo. Su sonrisa es amplia y sincera.

—Hola, Lydia.

Supongo que soy la única que se siente incómoda.

—Hola, Hunter. Creo que Barry ha sacado unas buenas tomas de tus ejercicios
de práctica.

—Gracias, Barry. ¿Qué necesitáis? —Se aleja patinando hacia atrás.

Llevo zapatillas de deporte, pero caerme sobre el hielo duro no me atrae.

—Pensé que podríamos hacerte algunas preguntas con el hielo de fondo.

—Oye, Hunter, ¿crees que puedes evitar que nuestra Lydia se caiga? Sería una
gran toma si nos movemos hacia el centro del hielo con la pancarta del campeonato de
los Storm de fondo. —La voz de Barry se emociona con la idea de una gran toma.

Como si estuviera atado a una cuerda, Hunter apenas mueve los pies y sale
disparado hacia delante para plantarse ante la puerta de plexiglás con la mano
extendida.

—No dejaré que te caigas. Debería conseguirte unos patines.

Doy un paso vacilante sobre el hielo, cojo su mano, pierdo el equilibrio y lo


recupero. Luego nos deslizamos hasta el centro del hielo.

—No he patinado desde que era pequeña.

37
Barry parece que cruza el hielo todos los días con un equipo pesado y caro.

—Esto es perfecto.

Me sitúo detrás de Barry y miro a través del objetivo. Realmente es perfecto, con
un toque de hielo, los asientos y la pancarta al fondo.

—Eres un genio, Barry.

—Lo sé. —Se ríe.

Lentamente y resbalando, me abro paso un metro para unirme a Hunter en la


toma, pero lo suficientemente lejos como para que también se me pueda recortar.
Veremos cómo queda todo. Enciendo el micrófono.

—¿Listo? —pregunto.

Con una sudadera rota, calcetines largos y pantalones cortos de hockey, no


debería tener un aspecto tan delicioso. Sostiene su palo de hockey contra el patín y se
apoya en él.

—Cuando quieras.

—¿Qué tiene el hockey que te ha hecho seguir todos estos años, y por qué dejarlo
ahora? —pregunto con mi voz de periodista.

—Lydia, me retiro porque ya es hora. Tengo casi treinta y ocho años, llevo mucho
tiempo haciendo esto, y hay otros objetivos que tengo para mi vida. El hockey es el
mejor deporte. Une a los países, muestra a hombres y mujeres cómo ser lo mejor que
pueden ser. No se parece a nada más. Hay que pensar rápido, trabajar en equipo,
aprovechar las oportunidades cuando aparecen, a veces de la nada, y ser lo bastante
humilde para pasar el disco. —Se mira las manos en la empuñadura del palo de
hockey—. No hay nada como la emoción de un partido bien jugado.

El pecho se me tensa.

—Así que, a pesar de decir que ya es hora, echarás de menos jugar.

Deja escapar un suspiro y levanta su mirada hacia la mía. Me dedica una sonrisa
encorvada.

—Cada momento de cada día, pero eso no cambia el hecho de que mi época de
jugador está llegando a su fin.

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—¿Y el equipo? ¿No crees que echarán de menos tus habilidades la próxima
temporada? —Mantengo la voz ligera. Esto es un artículo sobre un jugador que se
retira, no la inquisición española.

—Hay un gran chico, Baker Watson, que va a venir y va a entrenar con nosotros
este año. También jugará algún tiempo. Creo que les va a gustar mucho a los
aficionados y que será un valor añadido. Lo malo del deporte profesional es que
siempre te pueden sustituir. He tenido una buena racha. —Su sonrisa ilumina sus ojos.

—¿Qué vas a hacer? —No puedo evitar querer saber todo lo que planea para su
futuro.

—Primero, tenemos un campeonato que defender. La temporada es larga, y el


primer partido es el viernes. Este equipo está trabajando muy duro para prepararse, y
no quiero que mis planes para después del hockey sean una distracción.

Asiento con la cabeza.

—Lo entiendo, pero ¿puedes darnos una pista? Supongo que trabajarás más con
tu fundación.

Me parpadea y algo tierno empaña sus ojos. No sé si está emocionado por su


fundación y lo que significa para él o porque he dirigido la entrevista hacia algo de lo
que se sentiría cómodo hablando. Tarda un momento en responder.

—Estoy deseando tener más tiempo para dedicar a “Garrison Athletics”. La


fundación hace mucho por el cáncer infantil, desde poner a los niños en movimiento
después de los tratamientos hasta financiar importantes investigaciones. Tenemos
grandes planes de ampliar la financiación para ayudar también a sus familias a superar
momentos difíciles.

—Es una gran organización. Me complace decirle que la cadena hará una
donación de cien mil dólares el día que se emita este reportaje.

Parece tan abiertamente conmovido que me alegro de tener que volverme hacia
la cámara.

—Puede donar lo que pueda a la Fundación “Garrison Athletics” a través de la


página web o del número que aparece en su pantalla.

Antes de que pueda decir nada más, Hunter suelta su palo de hockey, me agarra
en un abrazo y me levanta del hielo.

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—Gracias.

—Corte. —Barry baja la cámara—. Ha sido genial.

Mis manos están atrapadas contra el pecho de Hunter y su cara está enterrada en
mi pelo.

—De nada, Hunter, pero es la donación de la cadena. Yo sólo soy la mensajera.

Barry suelta un bufido y se aleja del hielo, dejándonos atrás.

—Seguro que no decidieron por su cuenta hacer una donación a mi fundación,


Lydia. —Me deja en el suelo, pero mantiene las manos en mis brazos.

Me estremezco. —Es lo correcto.

Recogiendo su palo de hockey, me sonríe y me ofrece la mano.

La tomo y deseo que no lleve un guante tan grueso mientras me acompaña fuera
del hielo.

Cuando vuelvo a tener los pies sobre el cemento, me pregunta: —¿Te puedo
llevar a cenar?

—No tienes que hacerlo. Te dije que era lo correcto. —Me dirijo al túnel donde
he dejado el abrigo y la funda del micrófono.

Me sigue con sus patines haciendo ruido. Me dirijo directamente más allá de los
vestuarios, así que no es como si él tuviera elección. Su mano se cierra alrededor de mi
brazo.

—Lydia, mis ganas de salir contigo no tienen nada que ver con esa donación.

Me encojo de hombros y desearía que mi voz sonara más firme.

—Si es por el sexo, tampoco tienes por qué sentirte obligado. Ya soy mayorcita.

Cierra los ojos durante un largo instante. En patines, se eleva sobre mí incluso
más de lo habitual.

—Intento por todos los medios no enfadarme contigo porque sé que tienes miedo
y por eso me alejas. Me gustaría invitarte a cenar porque me gustas.

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—Tengo miedo porque es casi seguro que vas a hacerme daño. —Diría algo más,
pero Barry camina hacia mí llevando mi funda del micro y mi abrigo.

Acercándose, Hunter dice para que sólo yo pueda oírle: —A las siete en Primo.
Si no apareces, me sentaré solo.

Saluda a Barry con la mano y atraviesa las puertas dobles que llevan a los
vestuarios.

Barry coge el micro y me da el abrigo. —Le gustas.

Poniéndome el abrigo, me quedo mirando la puerta por la que Hunter


desapareció.

—¿Qué te hace pensar eso?

Con un par de chasquidos, Barry abre el maletín y guarda el micrófono. Me mira


y se encoge de hombros.

—Te mira como yo miro a mi mujer. Un hombre no puede fingir esa mirada. Le
gustas, seguramente más de lo que le gustaría.

—Apenas le conozco. —Me abrocho el abrigo y camino hacia la salida.

—Conocer tiene muy poco que ver con caer —dice Barry en voz baja.

41
Capítulo 7
HUNTER

Primo es un asador de la calle 60 Este, en Midtown. Es una fría noche de octubre,


pero me gusta el aire fresco, así que camino las veinte manzanas que me separan de
mi apartamento. Es martes, pero aun así tengo que dar mi nombre para conseguir una
mesa para dos a las siete.

Podría ser una noche realmente embarazosa si utilizando esta carta Lydia me deja
plantado. Saco el teléfono del bolsillo y llamo a la única persona a la que pido consejo,
aparte de mi madre. John contesta al segundo timbrazo.

—Hola, Garrison, ¿estás bien?

John Mahalcheck está en el salón de la fama. No tiene por qué responder a mis
llamadas, pero es un buen amigo, y la fama no le ha cambiado en absoluto.

—He conocido a una mujer en la que no puedo dejar de pensar.

Se ríe. —¿Por qué dices eso como si fuera un problema?

Sus hijos se ríen de fondo y su mujer, Devon, les regaña por algo. Suena como
todo lo que siempre he querido y era demasiado estúpido para saberlo hasta hace una
semana. Ahogo un suspiro.

—Porque es escéptica.

—¿De ti? —Parece disgustado.

—De los deportistas en general, así que sí, de mí. —Ojalá pudiera encontrar a
Jackson Michner y darle una paliza.

—No puedo imaginar por qué alguien dudaría de ti. —Suena muy paternal.

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Me río porque no es que sea un santo. He disfrutado de los frutos de ser una
estrella del deporte en la Gran Manzana. Pero no desde hace mucho tiempo. Ese estilo
de vida envejece y puede arruinar una carrera prometedora. John me dijo eso cuando
yo era apenas un niño. Tardé unos años en entender lo que quería decir.

—Ella estaba comprometida con Jackson Michner hace años, y él la traicionó.

—Oye, me acuerdo de eso. Le pillaron en un acto no muy bonito en público, luego


difundió rumores sobre su prometida y la dejó. El tipo es un imbécil.

—¡John! —le regaña Devon.

—Lo siento, nena. —Se ríe entre dientes—. Tengo que cuidar mi lenguaje con los
niños. Últimamente lo repiten todo.

—Tienes razón sobre Michner. ¿Cómo la convenzo de que no soy un idiota?


Quiero decir, estoy luchando contra su pasado. ¿Cómo gano esa batalla? —Mi
frustración se manifiesta en mi voz.

—¿Merece la pena? —El tono de John es serio.

Al pensar en el rostro de Lydia, en su suave piel, en la forma en que hizo que la


entrevista me pareciera tan bien y en cómo me sentía con ella entre mis brazos,
respondo.

—Completamente.

—Entonces no puedes luchar contra su pasado, amigo. Tienes que trabajar por
tus propios méritos. Puede que haya que suplicar. —Gruñe y un niño suelta una
risita—. El único consejo que puedo darte es que seas honesto y franco con todo.
Cualquier cosa que ocultes será un detonante para tu chica.

Entiendo lo que quiere decir. Incluso ocultar mis sentimientos podría hacerle
pensar que estoy ocultando mucho más.

—Vale. Puedo hacerlo.

—Buena suerte, y si funciona, tráela para que nos conozcamos.

—¿Vendréis Devon y tú a la inauguración de la temporada? —Estoy a media


manzana del restaurante.

—No me lo perdería.

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—Probablemente la conocerás allí. De hecho, probablemente hayas sido
entrevistado por ella. Es Lydia Lane. —Contengo la respiración porque John sabe lo
que pienso de los medios de comunicación.

—Estás saliendo con una periodista deportiva. —Se echa a reír.

—Gracias por la charla. —Se ríe tanto que corto la llamada.

Son las seis y cincuenta y cinco cuando Primo me lleva a una tranquila mesa
esquinera para dos. A las siete y diez, tengo el corazón en el estómago, porque está
claro que no va a venir. Estoy a punto de rendirme cuando ella rodea la barra detrás
del metre. Lleva un vestido verde que se ciñe a sus curvas y muestra un profundo
escote.

Me levanto, rodeo la mesa y le beso la mejilla.

—Me alegro de que hayas venido. Pido al metre que traiga vino y le tiendo la
silla a Lydia.

—No iba a venir —dice con los hombros tensos.

Se me cae el estómago.

—¿Puedo preguntar por qué?

—Porque no estoy segura de ti y mucho menos de mí misma.

Lo que sea que iba a decir se retrasa porque llega el sumiller con la botella que he
pedido.

Una vez que el vino está listo y servido, le digo: —Me pregunto si podrías
intentar no compararme con nadie. Nadie puede predecir cómo resultará una relación
después de unas cuantas citas, Lydia. Me gustas más de lo que nunca me ha gustado
una mujer. Sé lo que has visto de mí en las redes sociales, y sé lo que tus colegas han
insinuado sobre mi estilo de vida, pero no todo es cierto. De hecho, la mayor parte no
ha sido cierto en diez años.

Arruga la nariz. —Te vi en una gala hace un mes con una joven rubia del brazo.

—Son ese tipo de reportajes los que me han impedido ser fácil con los periodistas.
—Tengo que dar un largo trago al excelente Merlot—. Esa rubia era la hija mayor de
John Mahalcheck, de su primer matrimonio. La conozco desde que era una niña.
Quería ir a la gala y su padre me pidió que me asegurara de que estaba a salvo. Las

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noticias no dijeron nada al respecto. Sólo dijeron otra cita caliente para Garrison. No
les importa que, aunque Stacey es una chica encantadora, no tuviéramos una cita.

Lydia suelta un largo suspiro y sus hombros se relajan.

—Lo siento.

—¿Por qué? Tú no escribiste la historia. —Relleno mi vaso y me recuerdo a mí


misma que debo ir más despacio. Lo último que quiero es emborracharme esta noche.

—Me lo creí. —Da un sorbo a su vino y me mira por encima de la copa.

—Quizá si fuera más abierto con los medios, insistirían menos en buscar trapos
sucios sobre mí.

Ella sonríe, y es radiante.

—Tal vez.

Pedimos y la conversación decae. No me gusta la tensión que se crea.

—Cuando te busqué en internet, me enteré de que tienes una familia numerosa,


pero no decía mucho más. Sé que eres de Nueva Jersey.

—Roseville. —Ella mira su copa de vino, como si algo dentro del líquido rubí le
dijera si es seguro decir más—. Es una pequeña ciudad no muy lejos de la frontera con
el norte de Nueva York. Tengo una familia numerosa. Enorme, de hecho.

—¿Cómo de grande? —Bebo un sorbo de vino.

—Soy una de siete y tengo unos treinta primos hermanos.

Me atraganto con el vino. Al toser, tengo que usar una servilleta para no
ahogarme. Una vez recuperado el control, la miro fijamente.

—¿Qué demonios?

Se encoge de hombros.

—Los Lanes de las dos últimas generaciones han tenido muchos hijos.

—No voy a mentir; eso es un poco intimidante. —En realidad es increíble. Nunca
había oído hablar de una familia tan grande.

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—No puedo imaginar mi vida sin todos ellos. Aun así, creo que debe haber sido
agradable contigo y tus hermanos. Menos caos. —Se inclina hacia atrás mientras el
camarero le sirve un gran plato de pasta con tomates y albahaca.

Respiro el cálido aroma a salchichas y pimientos de mi plato.

—Tiene una pinta estupenda.

Una vez estamos solos de nuevo, digo: —Tres niños y una madre soltera no
carecen de caos, pero estoy de acuerdo en que debes pensar en ello a otro nivel.

—¿Estás emocionado por el comienzo de la temporada? —Ella da vueltas a los


espaguetis en el tenedor.

—Siempre es divertido empezar una temporada en casa. —Observo atentamente


cómo su expresión decae—. Deberías preguntarme lo que sea que esté pasando por
esa bonita cabeza tuya.

—Sé lo ocupado que estás, pero si quieres salir conmigo en serio...

—Lo digo en serio. —Nunca he hablado más en serio. Algo en ella me hace querer
saberlo todo y me hace querer despertarme con ella. Eso es una primicia para mí. He
querido acostarme con mujeres, pero Lydia es la primera con la que quiero
despertarme.

—Mi hermano Matt está en la ciudad. Su esposa es Sadie Baker. —Sus mejillas
palidecen.

—Vaya. Eso es impresionante. —No es que sepa mucho de nada fuera del
hockey, pero todo el mundo sabe quién es la estrella de rock Sadie Baker.

—Así es. De todas formas, me han preguntado si quiero quedar con ellos para
tomar algo después. —Deja el tenedor y se queda mirando el plato.

—¿Me estás diciendo que no puedes quedarte mucho tiempo? —Todo lo que sé
de Lydia es que dice lo que piensa, pero ahora mismo está dudando.

—No. —Cierra los ojos y toma aire—. Te pregunto si quieres quedar con mi
hermano y mi cuñada para tomar algo después de cenar.

Tengo que cerrar la boca a la fuerza. Por dentro, siento terror y alegría a la vez.

Agita la mano como si rechazara haberme invitado.

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—No pasa nada. Seguro que no quieres ir al centro un martes por la noche a
tomar una copa con gente que no conoces. No debería haber preguntado.

Incluso con mis grandes reflejos, no es fácil agarrar su mano agitada. Le masajeo
la palma para quitarle la tensión innecesaria.

—Me encantaría. Solo estaba sorprendido de que quieras que conozca a tu


familia.

—Sólo es Mathew. —Se ríe entre dientes, recupera la mano y hace girar más
espaguetis con el tenedor.

—¿Mathew no cuenta como familia? ¿Es la oveja negra?

Su sonrisa es cálida y cariñosa cuando piensa en su hermano.

—No. Él es el bebé. Se enamoró en la boda de nuestro primo y el resto es historia.

—Vaya. ¿Conoció a Sadie Baker en la boda de tu primo? Es una locura. Supongo


que algunas cosas están destinadas a suceder. —Mi corazón late muy fuerte, y no
puedo explicar lo nervioso que me siento.

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Capítulo 8
LYDIA

Mathew y Hunter congeniaron tan bien que Hunter les invitó al inicio de
temporada de los Storm. Sadie no pudo venir porque tenía que tocar, pero Mathew
aprovechó la oportunidad.

—¿Cómo es que nunca me metes en partidos como este?

Le doy un empujón fraternal.

—¿Por qué debería hacerlo?

—Soy tu hermano.

—Tengo tres de ellos; ni siquiera eres mi favorito. —Me burlo.

Resoplando dice: —Oh, ya lo sé. Ben es el favorito de todos. —Se alegra—. Pero
como se ha ido a California, yo soy la segunda mejor opción.

No puedo evitar reírme.

—Tengo que ir a trabajar. —Señalo a Barry y Monty, que están preparando la


cámara en la esquina.

Señala el hielo donde los jugadores están empezando a salir patinando.

—Estaré bien.

Cuando anuncian a Hunter, el público enloquece.

—Él me gusta, Lydia. Creo que realmente le gustas, pero no sé cómo te sientes —
dice Matt.

—Esperando que algo malo pase. —Suelto sin pensarlo.

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Rodeándome con un brazo me da un apretón. —Creo que tienes que dejar ir el
pasado y arriesgarte.

—¿Tú qué sabes? —Lo digo con dureza, pero me inclino hacia el abrazo.

—¿Sobre el amor? Más de lo que solía

Nos quedamos quietos con las manos sobre el corazón mientras se canta el himno
nacional. En cuanto termina, una sombra se cierne sobre nosotros.

Al girarme, me sorprenden John Mahalcheck y su esposa Devon.

—¿Señorita Lane?

—Sr. y Sra. Mahalcheck. —les doy la mano mientras los saludo—. Me alegro de
volver a verlos. Este es mi hermano Matt.

La cara seria de John se transforma en una gran sonrisa. No sé por qué, pero
parece feliz de verme.

—Hunter me dijo que está trabajando en un programa de despedida o algo así.

Me viene una idea a la cabeza.

—Así es. Me pregunto si le gustaría formar parte de ello. Creo que la opinión de
algunos de sus antiguos y actuales compañeros de equipo podría ser fantástico.

Devon sonríe. —Eso estaría muy bien. Hunter es un jugador tan querido. A
mucha gente le encantaría tener la oportunidad de decirle lo que ha significado para
ellos y sus carreras.

John asiente. —Llámame mañana y arreglaremos algo.

Cojo su tarjeta personal y le digo que le llamaré. El corazón me late tan fuerte que
podría desmayarme.

Cogiéndome del brazo, Matt susurra con intensa excitación: —Ese era John
Mahalcheck. John Mahalcheck ha venido a hablar contigo y te ha dado su tarjeta.

—La vida a veces es una locura. Sabes, creo que vino porque pensó que estaba
engañando a Hunter contigo. ¿Viste cómo se relajó cuando le dije que eras mi
hermano? —Estoy analizando cada momento de la conversación en mi cabeza. ¿Quería

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conocerme porque de cierta manera estoy saliendo con Hunter? ¿Le habló Hunter de
mí a su amigo? ¿Por qué haría eso?

Matt se encoge de hombros.

—Puede ser. No puedo creer que acabe de conocer a la estrella del hockey John
Mahalcheck.

Mientras mi hermano se deja caer en un asiento dentro de la cabina privada, yo


me dirijo al trabajo.

Para cuando llego a casa, es más de medianoche. Después del partido, entrevisto
a Hunter en el vestuario como si no tuviéramos nada que ver. Respondió
educadamente y con consideración, pero nada más.

Todos los demás periodistas querían saber si marcar el gol de la victoria en el


primer partido de la temporada le haría cambiar de opinión sobre su retirada. Se limitó
a sonreír y a decir que no. Puedo entender por qué no le gustan los periodistas.

Nunca había pensado en lo ridículas que son algunas de las preguntas de mis
colegas. A veces esas preguntas estúpidas suscitan reacciones o respuestas que son
buena televisión. Entiendo la motivación, pero también veo las miradas de disgusto
de los deportistas. Cuando esta noche vi esa mirada en particular cruzar los ojos de
Hunter, me estremecí. No sé si podré volver a escuchar esas preguntas sin sentir ese
escalofrío.

La victoria, la idea de ampliar el programa, hablar con John, que a mi hermano


le guste Hunter, todo sumaba para que estuviese demasiado excitada como para
pensar siquiera en dormir. Saco una botella de tinto del botellero y le quito el corcho.
Después de llenar la copa, me quito los zapatos y los dejo cerca de la isla de la cocina.
No debería llevar tacones si el día va a ser tan largo.

El timbre de mi móvil me hace volverme hacia la puerta, donde he dejado caer el


bolso sobre la mesa de la entrada. Ver el nombre de Hunter en la pantalla me acelera
el corazón y pulso el botón de respuesta.

—Hola.

—Estoy abajo, pero si quieres estar sola, me voy a casa. —La forma en que se salta
cualquier tipo de charla educada me hace reír.

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—Avisaré al portero de que puedes subir. —Desconecto la llamada, lo que
también me hace reír. Una vez que llamo al portero, abro la puerta y espero.

La puerta del ascensor se abre y Hunter camina hacia mí vestido con un traje. Los
dos metros y medio de músculo y hombre me hacen la boca agua.

—¿Hay más de eso? —Señala mi vino con la cabeza.

—Botella nueva.

En el umbral, me rodea la nuca con la mano y me besa.

Mi cuerpo responde y se me escapa un gemido. Soy una mujer independiente,


pero hay algo sexy en ser poseída y deseada.

Me mete dentro, cierra la puerta y me apoya contra la columna cuadrada que hay
al final de la isla de la cocina. Después de besarme la mejilla, la frente y abrazarme
como si fuera un objeto precioso, me dice: —me alegro de que me hayas dejado subir.

—No pensé que te vería esta noche. —Un poco sin aliento, me aferro a él.

Soltándome se echa hacia atrás. Una arruga marca el espacio entre sus ojos.

—La entrevista ha sido extraña. Tú siendo profesional, yo siendo profesional,


como si no hubiera nada más.

Como no sé dónde quiero llegar, me escabullo entre la columna y su duro cuerpo,


cojo otra copa y le sirvo vino.

—¿Qué habrías querido que hiciera?

Coge el vino y apoya la cadera en la encimera.

—Nada. Sólo me pareció raro. He tenido una noche maravillosa, y la única


persona con la que quería compartirla no podía expresar ningún tipo de sentimientos
al respecto. No sólo eso, no podía levantarla y balancearla por la habitación para
celebrarlo.

Me río, atragantándome con el vino, tardo un minuto en encontrar mi voz.

—Habría sido todo un espectáculo. Al menos habría habido menos preguntas


sobre tu retirada.

La arruga desaparece y sonríe.


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—Sólo quería poder celebrar una gran noche con mi chica.

—¿Eso es lo que soy? —Se me acelera tanto el pulso que quizá tenga que
sentarme.

Se detiene a unos centímetros de mí y desliza los dedos por un lado de mi cara.

—No lo sé, Lydia. Sólo sé que eres a quien quiero. John me dijo que, si estaba
seguro, debía arriesgarlo todo...

Sea lo que sea lo que está a punto de decir, no estoy preparada para oírlo. Atrapo
su boca con la mía y deslizo la lengua en su interior. Dejando el vino sobre la encimera
le rodeo el cuello con los brazos.

Su agarre por mi cintura es estrecho y coloca su copa junto a la mía.


Levantándome, hace el amor a mi boca y después me besa el cuello. Me baja la
cremallera por la espalda y mete los dedos bajo el elástico de mis bragas.

—Sólo he venido a verte.

Con mis piernas rodeando su cintura, su polla se endurece contra mi coño, que
ya hormiguea.

—¿Quieres sentarte en el sofá y ver la tele?

—No quiero que pienses que el sexo es mi motivación. —Me hace cosquillas en
la cadera.

Me balanceo contra él. —Es normal querer follar mucho en una nueva relación.

Me lleva por el apartamento a la habitación y me sonríe.

—Me gusta oírte decir follar. Me excita, pero no follamos, cariño.

Tiene razón. Él y yo hicimos el amor, y fue la noche más sexy de mi vida.

—Lo sé.

De nuevo en pie, dejo caer el vestido al suelo.

—¿A qué hora te vas a Cleveland?

—Al mediodía. —Se quita el traje—. Tengo que hacer la maleta. Tendré que salir
muy temprano por la mañana.
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—Ya es por la mañana. —Me tumbo en la cama, me quito el sujetador y las bragas
y los tiro al suelo.

La forma en que se acaricia la polla y me mira me hace retorcerme de necesidad.


Se tumba a mi lado.

—No quiero que te sientas mal cuando tenga que irme. Nunca quiero hacerte
sentir mal.

—Soy una mujer adulta, Hunter. Tienes un trabajo y yo también. Estaré en


Cleveland para el partido. Te entrevistaré después con indiferencia.

Vuelve a fruncir el ceño.

—Eso no me gusta, pero lo entiendo.

Rodando hacia él, le beso el pecho y el cuello. Coloco mi mano sobre la suya y le
acaricio el pene hasta que me deja hacer el trabajo.

—Sólo por que sea fría por fuera no significa que no arda por ti por dentro.

—Eso me gusta. —Pasa una mano desde mi rodilla, a lo largo de mi muslo y


desliza un dedo entre mis pliegues.

La electricidad se dispara a través de mí, cargando cada célula de mi cuerpo.


Muevo las caderas contra su dedo. —Sí.

Presionando dentro de mí, se burla y sondea hasta que me vuelvo loca contra su
mano.

—Hunter.

—Estás tan sedosa y húmeda. —Retira sus dedos y chupa mis jugos—. Sabes a
gloria. —Me agarra por la cintura y me levanta para que me ponga a horcajadas sobre
su cara.

Cuando me lame el clítoris, me muevo hacia delante. Lame y chupa, despacio y


luego rápido, arriba y abajo, luego en círculos. Mi cuerpo se tensa y cabalgo su boca
cada vez más rápido.

Sus grandes manos me agarran el culo y su dedo roza los sensibles nervios de la
zona.

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Mi orgasmo se desata a mi alrededor. Grito y me agarro a la cabecera con los
nudillos blancos. El placer se extiende en olas tan altas que no puedo quedarme quieta.

Hunter zumba de placer sorbiendo cada gota. Como si no pesara nada, me


levanta para tumbarme sobre su pecho.

—Eres lo mejor que he comido nunca. Sé que dijiste que todo el mundo es
insaciable cuando empieza una relación, pero no puedo imaginarme nunca sin querer
más y más de ti.

Por mucho que me guste como suena, sé que todo el mundo se vuelve
complaciente.

—¿Por qué no lo disfrutamos mientras dure?

—Tengo condones en el bolsillo de la chaqueta, pero si estás muy cansada, me


encantaría abrazarte un rato —dice suspirando.

Cansada. Debe de estar loco.

—No estoy cansada. —Me inclino para alcanzar el cajón de la mesa auxiliar. Mi
pecho delante de su cara.

Se aferra a mi pezón y le da el mordisco más delicioso, luego chupa y lame para


calmarme. Vuelve a hacerlo, probablemente porque no me aparto, ni siquiera después
de tener la caja de condones en la mano.

Es tan bueno que me muevo para que pueda alcanzar mi otro pecho. Al prestarle
la misma atención, mi coño palpita por ser llenado. Me balanceo contra su polla.

Me acaricia la espalda, me agarra el culo con fuerza y me aprieta.

—Condón, Lydia. Te lo suplico.

—Me gusta suplicar. —Me balanceo de nuevo.

Con un pequeño golpe en el culo, gime.

Nunca pensé que un golpe en el culo o un gemido pudieran ser eróticos, pero
puede que me corra antes de que él esté dentro de mí. Me incorporo, cojo un condón,
lo enrollo en su grueso pene y me pongo de rodillas. Le miro a sus preciosos ojos y me
empalo en él.

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Me corro a toda velocidad, gritando su nombre y algunas cosas que no tengo ni
idea de lo que digo. Es el mejor y el más inesperado placer. Mientras entra y sale,
quiero más. Más Hunter Garrison.

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Capítulo 9
HUNTER

Sentir a Lydia correrse en cuanto estoy dentro de ella casi me lleva al límite, y
tengo que morderme el interior de la mejilla para no derramar nada antes de haber
empezado.

—Eres fantástica.

Con los ojos cerrados y perfectamente quieta, sonríe. Ni siquiera estoy seguro de
que vaya a moverse, pero estar dentro de ella es exquisito. Una lenta sacudida y luego
otra son seguidas por los pequeños sonidos y gritos que adoro de Lydia.

Me está volviendo loco con su ritmo lento. Sujetándolas por las caderas, la
levanto y la penetro, una y otra vez.

Se tumba sobre mi pecho y yo ruedo para ponerme encima, pero mantengo el


peso sobre los brazos. Sus piernas rodeándome me hacen penetrarla más
profundamente.

—Lydia, córrete una vez más para mí. Necesito sentirte.

Su cuerpo se tensa. Metiendo la mano entre nosotros, se frota el clítoris y explota


a mi alrededor.

Toda una vida de orgasmos no podría compararse con lo que comparto con esta
increíble mujer. Su placer me lleva al límite. Atrapo sus labios con los míos y la adoro
con lenta deliberación. Quiero recordar esto cuando seamos viejos y canosos. Lydia lo
es todo.

Tras dos semanas sin tiempo a solas, estoy listo para masticar mi brazo para
llegar a Lydia. Entre el hockey y las llamadas de amigos y familiares sobre el programa,
he estado desbordado. Nos mandamos mensajes y hablamos por teléfono, pero

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necesito tenerla en mis brazos y mirarla a los ojos. Necesito saber que aún tengo una
oportunidad.

Estoy en las escaleras de la nueva pista de hielo de Queens que acaba de


inaugurar mi fundación. Para estas cosas siempre espero a entrar para mantener los
nervios a raya y concentrarme en los niños. No soy mucho de dar discursos, pero para
cosas como ésta, no me importa tanto.

Mi teléfono suena y mi corazón se acelera cuando veo que es Lydia. Pulso


aceptar.

—Hola. Estaba pensando en ti. —Silencio—. Lydia, ¿va todo bien?

—¿Por qué le has dicho a Marcus Gold que tenemos sexo? —Su tono de urgencia
es algo que nunca había oído antes.

—No se lo dije. —Se me aprietan las tripas.

—Entonces, ¿quién le dio la información que ha utlizado en su historia que se


imprimirá por la mañana? Me llamó para avisarme por cortesía profesional. —Respira
tan fuerte que puedo oírla a través del teléfono—. Sea cual sea tu juego, esta fue una
forma de mierda de deshacerte de mí. Podrías haber dicho que habías tenido
suficiente.

—¿Suficiente? Lydia, no tengo ni idea de lo que estás hablando. Pero lo


averiguaré. Estoy fuera de la nueva pista. Tengo que hacer esta inauguración. ¿Puedo
llamarte más tarde?

—No. Haremos el programa, seremos profesionales, y llamaremos al último mes


lo que fue, una casualidad. Eres una verdadera mierda, Hunter. —La línea se corta.

Mi madre sale del edificio y se queda en lo alto de la escalera sonriéndome.

—Parece que tienes un problema, chico.

—Lo tengo, mamá, pero lo solucionaré. —Corro hacia ella y le beso la mejilla.

Durante mi discurso y el apretón de manos, lo único en lo que pienso es en ¿qué


va a publicar Marcus Gold y de dónde ha sacado la información?

Después de que los niños patinan y reciben clases, me escabullo y dejo que el frío
de finales de octubre me impida dirigirme al Post y estrangular a uno de los pocos
periodistas que realmente respeto.

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Tardo varias llamadas, pero consigo hablar con Marcus.

—¿He oído que ahora publicas una hoja de escándalos, Gold? Creía que eras
mejor que eso.

—¿Hunter? ¿Querías hacer otra declaración?

—¿Otra? No he hecho ninguna declaración. No he hablado contigo desde el año


pasado. —Tengo el estómago hecho un nudo gigante y el corazón hecho pedazos.

—Hablé contigo anteayer. Te llamé para decirte que había oído un rumor sobre
Lydia Lane y tú. Me dijiste que fue algo aislado con una mujer atractiva y me
preguntaste por qué me preocupaba por los cotilleos. —Está buscando entre papeles.

Algo extraño está pasando.

—Marcus, no sé con quién has hablado, pero no he sido yo. Nunca sería tan
irrespetuoso con nadie, y me ofende que creyeras que con quien hablaste era conmigo.

Se aclara la garganta. —Llamé al número que mi editor tiene en tu ficha. El tipo


con el que hablé sonaba como tú.

—Bueno, no era yo. ¿Podemos vernos esta noche? No puedes publicar lo que
escribiste. —Si tengo que amenazarlo, lo haré, pero quiero que detenga el daño antes
de que sea irremediable.

—Puedo verte en Benny's Grill en media hora. —Hace una pausa—. El tipo
realmente suena como tú.

—Trae también el número al que llamaste.

Del Benny’s voy al edificio del apartamento de Lydia.

Earl levanta ambas manos. —Lo siento, Sr. Garrison. Tengo órdenes estrictas de
no dejarle subir.

Mi corazón se hunde. Tomo mi teléfono y llamo a Lydia. Me salta directamente


el buzón de voz.

—Necesito hablar contigo. Por favor, Lydia.

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No me devuelve la llamada ni responde a ninguno de mis mensajes.

A la mañana siguiente, el Post no tiene rastro de ninguna historia sobre Lydia y


yo. Llamo una y otra vez, pero no contesta.

Como toda una profesional, sigue entrevistando a mi familia y amigos. Todos me


dicen lo estupenda que es.

Dejamos un par de partidos. Mi juego es una mierda. Si no me habla, ¿cómo


arreglo esto?

Noviembre es frío y ventoso en la ciudad. Estoy abrochado hasta arriba y


luchando contra el viento que azota la 8ª Avenida cuando veo un destello de pelo
oscuro con un abrigo rojo. Corro para alcanzarla.

Gira a la derecha en la 34. Delante de los grandes almacenes, deposita dinero en


el contenedor de caridad.

Espero.

Se vuelve. —Hunter.

—Me estás evitando.

Girando hacia el este sube por la calle.

—Pensé que sería más fácil. No te preocupes. Tu programa será genial. No lo


emitiremos hasta después de la temporada. Así, si lo ganas todo, podremos incluirlo.
Y si no, mostraremos la agonía y la aceptación. Estará bien de cualquier manera. —
Está divagando.

—¿Y crees que por eso corrí por la calle para alcanzarte? —Tengo las piernas más
largas y sigue siendo un reto seguirle el ritmo aun con tacones.

—Mira, no tienes que explicarme nada. Lo pasamos bien. Soy una chica grande
y tú eres una gran estrella. Vamos a hacer un gran programa que mostrará tu increíble
carrera. Todo vuelve a ser como debe ser. —Se vuelve hacia Park.

—Nunca le dije esas cosas a Marcus. —Se lo suelto antes de que encuentre la
forma de perderme entre la multitud de Nueva York.

Ella asiente. Tiene las mejillas sonrosadas. Puede que sólo sea el viento frío.

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—Lo sé. Marcus me llamó y me pidió disculpas. La verdad es que me sentí
bastante bien al recibir esa disculpa. Gracias por eso. —Es la primera vez que me mira
a los ojos desde los grandes almacenes.

—Mi hermano no sabía nada. Es un bromista y pensó que estaba siendo gracioso.
Nunca diría esas cosas de ti ni de nadie. —Mi voz tiene un tono suplicante que no me
gusta mucho, pero estaría dispuesto a arrastrarme para recuperarla.

El número de mi hermano menor se confundió con el mío en correos. Tengo todos


los teléfonos de la familia, así que los números sólo tienen un dígito de diferencia.
Recibe mis llamadas de vez en cuando y normalmente dice tonterías y luego admite
que es él, no yo. Por qué esta vez fue tan lejos, no lo sé, y he estado demasiado enfadado
con él para tener una conversación madura. Con el tiempo, tendré algo más que una
charla a gritos con Walker, para que no lo vuelva a hacer.

Finalmente, se detiene y me mira.

—Lo comprendo. Debería haberlo imaginado antes de creer que dirías esas cosas.
Lo siento. Pero es mejor así. Tengo que centrarme en mi carrera y cumplir la promesa
que me hice. Esa sensación que tuve cuando pensé que me habías traicionado, aunque
fuese un error, me demostró lo idiota que he sido. Nada más que desastre puede venir
de nuestras citas, Hunter. Eres un buen hombre. Sé que lo eres, pero yo no soy la chica
adecuada.

Es difícil respirar. —Eres la única chica.

Las lágrimas resbalan por sus mejillas. —Lo siento.

El semáforo de Park y la 40 cambia a verde y ella cruza corriendo.

Lo único que puedo hacer es verla irse. Me parece inútil y acosador perseguirla
cuando me ha dicho claramente que no me quiere. ¿Cómo es posible que lo que yo
sentía estuviera tan lejos? ¿Cómo malinterpreté todo en esas primeras semanas?

La preocupación y la pena se transforman en furia. Me abalanzo hacia el norte


entre la multitud.

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Capítulo 10
LYDIA

Debería estar contenta. Mi vida ha vuelto a la normalidad. Tengo una gran


carrera con un gran proyecto que será un gran éxito cuando se emita en abril. ¿Y qué
si el romance no funcionó? Nunca debí involucrarme con un deportista profesional.
Esto es lo que pasa cuando rompes tus propias reglas.

Cruzo el puente para salir de Nueva York y me seco las lágrimas. Sin trabajo para
mantener mi mente ocupada, el dolor de la pérdida es una venda alrededor de mi
pecho.

Es Navidad y tengo los dos próximos días libres, lo cual es un milagro. Puede
que el hockey haga un descanso, pero normalmente estaría cubriendo baloncesto o
fútbol. Este año no.

Este año, me voy a Roseville, y no puedo esperar. Mi familia es tan grande y


ruidosa que es imposible que esté triste. Cojo un pañuelo de la consola central y me
seco mejor los ojos. Intentando distraerme de lo triste que me siento, pongo la música
a todo volumen en el coche.

Mi hermano mayor, Ben, solía ser el alcalde de Roseville. Conserva su casa,


aunque vive en el sur de California con su prometida, Portia. Cuando llego a su casa,
por fin controlo mis emociones y respiro hondo.

Ben sale por la puerta principal con una gran sonrisa.

Salgo del coche un minuto después. Ver a Ben tan feliz de verme cuando me
siento tan desgraciada, y el hecho de que mi padre y mi hermano mayor sean refugios
seguros, me hace recordar todo. Me arrojo a sus brazos y rompo a llorar.

—Eh, ¿qué ha pasado? —Me frota la espalda—. Lydia, ¿qué es esto?

—¿Qué demonios? —dice Portia desde la entrada.

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—Ben, tráela adentro. Está helando.

—Mi bolso. El coche. Maletero —digo entre jadeos.

—Yo me encargo. —Portia pasa junto a nosotros.

Ben me pasa un brazo por los hombros y me lleva a la casa. Hace calor y la
chimenea está encendida.

—No hace tanto frío afuera —suelto.

Ben se ríe.

—Sí, pero Portia es del sur de California. Si llega a los sesenta, se congela. —Nos
sentamos en el sofá.

Ben, siempre paciente, me coge de la mano y espera.

Tardo un rato en controlar mis sollozos. Las mujeres adultas no deberían ser tan
emocionales por una relación que sólo duró unas semanas.

—Lo siento. —Acepto los pañuelos que Portia me tiende.

—Estaré en la cocina si necesitas algo —dice con su voz tranquila de instructora


de yoga.

—¿Quieres contarme qué pasa? —La voz de Ben es firme y dominante. Suena
como el abogado que es.

Me fuerzo a sonreír.

—¿Qué te hace pensar que ha pasado algo?

Me mira con su mirada de no me cuentes chorradas.

—No lo sé, porque estás llorando como si hubieras perdido a tu mejor amigo.

Las lágrimas vuelven a brotar.

—Lo perdí. Pierdo la compostura y no puedo ni hablar.

—Lydia —dice Ben con severidad.

Levanto la vista y le miro fijamente.

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—Ve a lavarte la cara. Portia ha puesto tus maletas en la habitación de invitados.
Controla lo que sea, luego vuelve aquí y dime a quién tengo que patearle el culo.

Me río. Es la primera vez que me río en dos meses.

—Tienes razón. Voy a asearme.

Una vez me lavo la cara, me miro la nariz roja y los ojos hinchados durante un
buen rato. Diez minutos después, el agua fría ha aliviado la hinchazón. Respiro hondo
y vuelvo al gran salón.

Ben y Portia están sentados en la encimera de la cocina. Ambos se giran y me


miran.

En el fregadero, cojo un vaso y un poco de agua del grifo.

—Lo siento.

—¿Qué ha pasado? —Ben es todo negocios.

—No creo que puedas ayudar. —Me duele tan profundamente que puede que
nunca deje de dolerme.

Portia cruza el mostrador y pone su mano sobre la mía.

—Cuéntanoslo de todos modos. A veces es bueno desahogarse, ¿y a quién tienes


en Nueva York que puedas confiar?

—Tengo amigos —protesto.

La mirada de no me cuentes chorradas vuelve a aparecer en la cara de Ben.

—¿Has hablado con alguno de ellos sobre lo que sea que te tiene tan disgustada?

Maldita sea.

—Es algo relacionado con el trabajo, y la mayoría de mis amigos lo son a través
del trabajo.

—Porque trabajas demasiado. —Ben sabe todo sobre ser un adicto al trabajo.
Terminó en el hospital con un gran ataque de ansiedad cuando era alcalde. Así es como
aterrizó en California, donde conoció a Portia.

63
—Se trata de un hombre. —Me bebo el vaso de agua y lo vuelvo a llenar. Siento
como si hubiera gritado toda el agua de mi cuerpo, y estoy reseca.

—Sí, supusimos que no estarías histérica por un partido de béisbol. —Ben se


cruza de brazos.

Dejo el vaso vacío sobre la encimera, respiro hondo y les cuento toda la historia.
No cuento nada demasiado íntimo, pero les cuento todo lo que puedo contar, para
sentirme cómoda ante mi hermano mayor.

Finalmente, vuelvo a contar la conversación en la calle del mes pasado. Relleno


mi vaso y bebo un sorbo.

—Ya está. Me mandó varios mensajes preguntándome si podíamos hablar. Le


dije que a menos que fuera sobre el programa, no me interesa.

Ben sacude la cabeza.

—Sé que me ofrecí a patear traseros por ti, Lydia, pero Hunter Garrison está fuera
de mi alcance.

Con una risita, Portia le palmea la espalda.

—No lo entiendo, Lydia. ¿Por qué estás enfadada con Hunter si su hermano le
gastó una broma pesada?

—No estoy enfadada. —El hecho es que no puedo encontrar ninguna emoción
negativa con respecto a Hunter. Por eso estoy tan triste—. Él no hizo nada malo. Todo
esto fue mi culpa. Nunca debí romper mi propia regla.

—¿Qué regla? —pregunta.

—Lydia estaba comprometida con un jugador de fútbol profesional con el que


salía desde la universidad. Él es un mierda. —dice Ben.

Me encanta como mi familia me cubre las espaldas.

—Y me prometí a mí misma que nunca saldría con otro deportista profesional.

—Entonces, ¿por qué saliste con Hunter? —Mirándome, Portia pone los codos en
la encimera y apoya la barbilla en las manos.

¿Por qué lo hice?

64
—Era simpático, me atraía, me miraba como si yo fuera el mundo entero, y no fui
capaz de alejarme. —Se me forma un nudo en el pecho y me aprieta.

Ben y Portia se miran durante un largo instante. La mirada está llena de emoción
y amor. Es difícil mirarla e imposible apartar la mirada. Volviéndose hacia mí, Ben me
pregunta.

—¿Ha cambiado alguna de esas cosas?

—¿Qué quieres decir? —Los latidos de mi corazón se duplican.

—Quiero decir, ¿sientes algo diferente? ¿Te miraba con menos admiración la
última vez que le viste? ¿Es tu necesidad de estar con él menos intensa?

—Ya no estamos juntos. —Cruzo los brazos y doy un paso atrás. Tengo la
sensación de que el gran salón se me echa encima.

Rodeando el mostrador, Portia me coge las manos y me las estrecha.

—No estáis juntos porque te asustaste al sentirte amenazada. Lo apartaste para


mantener a salvo tu corazón. Es normal, pero no te hará feliz, Lydia. Si le quieres, y
creo que probablemente es así, tienes que confiar en él.

—¿Confiar en él? —Me alejo y les doy la espalda.

—Suena como si él confiara en ti —dice Ben—. Dijiste que había sido quemado
por los medios. Sigo a los Storm y la prensa se ha cebado con él en el pasado. Aun así,
te ama, así que dejó todo eso de lado para estar contigo. Entonces, a la primera señal
de problemas, huiste. Y todo fue inventado, lo que lo hace peor.

Me duele el pecho. Me llevo la mano al corazón.

—Ben, cállate. Se supone que estás de mi parte.

—Estoy de tu parte. Eso no significa que vaya a mentirte. —Suspira—. Tal vez
estamos equivocados. Tal vez no lo amas. Si es así, no tienes por qué estar triste y
puedes seguir adelante.

¿Seguir adelante?

65
El día después de Navidad, conduzco de vuelta a la ciudad. Por mucho que
disfrute de mi familia, no puedo olvidar las cosas que Ben y Portia dijeron. No hay
duda de que huí, pero era lo correcto, ¿no?

Aunque ame a Hunter, cosa que no estoy admitiendo, no tengo pruebas de que
él me ame. No. No hay forma de que me ame. Estoy segura de que ya se olvidó de mí
y de mis miedos. De vuelta en mi apartamento, cada habitación me recuerda a los
besos con Hunter. Incluso el ascensor me recuerda lo cariñoso, atento y amable que
era.

El sueño es difícil de conciliar y el trabajo es ajetreado. Tengo espejos, sé que


tengo un aspecto horrible cuando cubro los partidos de los Storm. Gracias a Dios por
las bolsas de hielo y el maquillaje.

Después de los partidos, hago las entrevistas de rigor. Hablo con Hunter como si
fuéramos conocidos, pero nada más. Evitando el contacto visual es como lo consigo.
Cada partido es así, y cada noche me meto en mi cama o en la de algún hotel y lloro
hasta quedarme dormida.

Supero enero y la primera quincena de febrero agachando la cabeza, haciendo el


trabajo e ignorando la puta forma de corazón de todo lo que precede al Día de San
Valentín.

Los Storm ganan otro partido y tienen muchas posibilidades de llegar a la fase
final. Después de mis entrevistas, es tarde y no encuentro un taxi. Hace bajo cero, pero
no vale la pena quejarse. Me agarro al cuello de mi abrigo largo y me dirijo hacia el
este, hacia mi casa.

Cuando llego a las avenidas, el viento cortante empeora el frío. Me castañetean


los dientes, pero sigo sin encontrar un taxi libre.

—Lydia, ¿puedo llevarte? —pregunta Hunter desde la parte trasera de un coche


urbano que ha frenado a mi lado.

Puede que se me congelen los dedos de las manos y de los pies, pero no puedo
evitar que me palpite el corazón al verle mirar por la ventanilla.

66
Capítulo 11
HUNTER

He intentado una docena de veces hablar con Lydia. Debería haberme rendido
hace meses, pero cada vez que la veo, la deseo. Quiero que estemos juntos.

Se está congelando, caminando por la ciudad. Reconozco inmediatamente su


abrigo rojo y su sombrero negro y pido al conductor que pare.

Mirándome fijamente se esfuerza por encontrar una razón para no aceptar mi


oferta. Estoy seguro de que el frío es mi único aliado, ya que debe de estar ralentizando
su tiempo de respuesta.

Salgo del coche y corro hacia ella por la acera.

—Venga, vamos. Te vas a congelar antes de llegar a casa. Además, es tarde. No


deberías andar sola tan tarde.

Sin mediar palabra, se dirige hacia el coche y sube.

Soplándome las manos, la sigo hasta el coche, le doy al conductor su dirección y


le pido que nos lleve allí primero.

Tras un largo momento, dice: —Gracias. No pude conseguir un taxi y el servicio


de coches tenía un tiempo de espera de cuarenta minutos.

—Me alegro de haberte visto. —Es la verdad, pero quizá no esté bien expresada.
En realidad, estoy eufórico de que esté en el coche conmigo.

—Te agradezco que no pasaras de largo. No sé si habría sido tan generosa en tu


lugar —dice mirando fijamente hacia adelante.

¿En mi lugar? Sin saber qué decir, busco las palabras adecuadas.

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—Lydia, nunca te dejaría en las mejores circunstancias, y menos caminando sola
por una calle de Nueva York a la una de la madrugada en febrero.

Por primera vez, me mira.

—¿Por qué eres tan amable?

Los labios están un poco menos azules, el de abajo tiembla. No sé si tiene frío o
está a punto de llorar. En cualquier caso, la rodeo con mis brazos y le froto la espalda.

—Te quiero, Lydia. Siempre te querré —le susurro al oído.

Temblorosa, presiona su mejilla contra mi cuello.

—No digas eso.

—Es verdad. —He esperado meses para tener la oportunidad de decirle lo que
siento. Debería haberlo hecho en la calle la última vez que la vi sola, pero estaba tan
distante y decidida a huir. Dejé que mi orgullo se interpusiera.

—¿Cómo puedes quererme después de cómo te he tratado? —Se aparta cuando


llegamos a su edificio.

Abre la puerta y sale a la calle antes de que pueda responder.

Salto hacia fuera y le cojo la mano antes de que pueda retroceder.

—Te quiero, Lydia. Si quieres más información, tendrás que invitarme a entrar.

Sus preciosos labios, con los que he soñado durante meses, tiemblan. Con los ojos
llenos de lágrimas no derramadas, asiente.

Mi pulso se triplica. Cojo mi bolsa de la parte de atrás del coche y le doy una
propina al conductor.

Sin tener ni idea de por qué tengo que estar nervioso, le cojo la mano.

Su portero sonríe cuando entramos.

—Encantado de verle de nuevo, Sr. Garrison.

—Gracias, Earl. —No consigo sonreír. Estoy demasiado preocupado por no


meter la pata. No hace falta ser un genio para saber que esta es probablemente mi única
oportunidad de hacer las cosas bien.
68
Aún con las manos cogidas entramos en el ascensor.

—¿Qué hiciste en Navidad? —Me pregunta.

Tardo un momento en darme cuenta de que está intentando entablar una


conversación trivial. Es mejor que no hablar.

—Pasé dos noches en Westchester con mi madre y mis hermanos.

—Me gusta tu madre. —Hay un atisbo de sonrisa cuando lo dice.

Ya sabía que había entrevistado a mi madre.

—Tú también le gustas.

—¿Sabe lo nuestro? —Hay un toque de pánico en su voz.

—Lo sabe.

Sus mejillas se enrojecen.

—Fue tan simpática. Supuse que no se lo habías dicho.

Tiro de su mano para que se gire y me mire a los ojos.

—Le dije a mi madre lo que te acabo de decir en el coche, Lydia. Le dije que estoy
enamorado de ti.

—Pero la entrevisté después de que dejáramos de salir. —Su pecho sube y baja
rápidamente.

Me encojo de hombros.

—Eres la única mujer de la que he estado enamorado. ¿Se suponía que tenía que
dejarlo porque teníamos problemas?

—Sí. Se supone que tienes que odiarme. —Las lágrimas ruedan por sus mejillas.
Se las limpio.

—Nunca podría odiarte. No sé si estás triste porque te quiero o si hay otra razón.

—No estoy triste. Estoy contenta. —Sus lágrimas cuentan otra historia.

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En cuanto entramos en su piso, corre al baño. Me quito el abrigo, lo dejo sobre la
silla de la isla y escucho correr el agua. Saber todo lo que hay que saber sobre estar
nervioso debido a mi carrera no me ha preparado para lo preocupado que estoy ahora.

Seguro que si ella correspondiera a mis sentimientos me lo habría dicho. Aun así,
me pidió que subiera en lugar de echarme. Hay esperanza. Con la mirada fija en el
East River, me obligo a calmarme. Estoy tan concentrado en no asustarla con un
derroche de emoción que no me doy cuenta de que está detrás de mí hasta que me toca
el hombro.

Me doy la vuelta.

—¿Estás bien?

Con la cara lavada y los ojos secos, está preciosa. Todavía tiene la nariz un poco
roja.

—Mejor. Lo siento.

Hago acopio de fuerza de voluntad para no arrojarla a mis brazos.

—¿Por qué lo sientes, Lydia? ¿Por llorar?

—Por todo. —Mira por encima de mi hombro, hacia la noche neoyorquina, y


respira temblorosamente—. No confié en ti. Nada de eso fue culpa tuya. Dejé que mi
pasado dominara mis emociones.

—Todo el mundo hace eso. Somos el producto de nuestro pasado.

Ella sacude la cabeza.

—No fue justo para ti. Que Jack pusiera mi vida patas arriba no tuvo nada que
ver contigo.

Me acerco y le cojo la mano.

—Quizá no, pero lo que Walker hizo debe de haber desencadenado todos esos
viejos recuerdos.

Ella asiente.

—Lo siento si te he hecho daño.

¿Si? Tal vez tenga que cambiar mi enfoque y volver a eso.


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—Cuando descubriste que había sido mi hermano gastando una broma pesada y
no yo, ¿por qué me rechazaste?

Mirándome a los ojos, me aprieta la mano.

—Pensé que me romperías el corazón. Sabía que podrías hacerme mucho más
daño que Jack. Si me traicionabas, sabía que nunca me recuperaría.

Me cuesta recuperar el aliento.

—¿Por qué?

Le tiembla el labio inferior.

—Porque te quiero, Hunter. Te quiero tanto que me aterroriza. Si me dejaras, no


podría soportarlo. El dolor no acabaría nunca.

Acercándola, beso su frente. Nunca he sido tan feliz. Escuchar esas palabras es
mejor que ganar la Copa.

—Conozco esa sensación.

—Cuando volví a casa por Navidad, mi hermano Ben y su prometida me hicieron


ver que había cometido un error.

—¡Navidades! —Bajo la voz—. ¿Por qué no me llamaste ni respondiste a mis


intentos de contactar contigo?

—Todavía podías destrozarme. —Jadea.

Intento calmarla frotándole la espalda en círculos lentos.

—Nunca te haría daño. Eres todo lo que quiero, Lydia.

—Prometí que no amaría a otro deportista.

—Pronto podrás cumplir esa promesa. Me retiraré después de la temporada y


podrás amar a un analista. —Mi corazón está tan lleno que me llena todo el pecho.

Con la cabeza presionada a mi pecho, se ríe.

—¿Estás seguro?

71
Dejo escapar el aliento que he estado conteniendo, aprieto sus mejillas y levanto
su mirada hacia la mía.

—Nunca he estado tan seguro de nada. Te quiero, Lydia. Quiero pasar el resto
de mi vida contigo. Ya no soy tan joven, pero si estás dispuesta, me encantaría tener
un hijo contigo.

—¿Y si no funciona? Tan valiente como es delante de la cámara, le aterroriza que


alguien a quien quiere le haga daño.

Cogiéndola en brazos la llevo al sofá.

—En la vida no hay garantías, cariño. Lo único que puedo hacer es prometerte
que te querré todos los días y espero que tengamos la suerte de vivir mucho tiempo.

Me acaricia la mejilla.

—Te quiero, Hunter. Creo que no sabía lo que se sentía con este tipo de amor
hasta que te conocí.

—¿Eso significa que estarías dispuesta a dejarme volver a tu vida? ¿No más
huidas? —Después de pensar que nunca volvería a estar cerca de ella, tenerla en mi
regazo es a la vez una perfección y una tortura. Le retiro el pelo oscuro de la cara.

Encontrándose con mi mirada, acerca sus labios a los míos. El beso es suave y
breve, pero mi mundo se recompone.

Su amor por mí borra un millón de preguntas y devoro su boca. Nuestras lenguas


se encuentran con la fuerza de una línea de doscientos veinte voltios. La empujo contra
el sofá y la cubro.

—¿Te parece bien, Lydia?

Me agarra por el culo y me aprieta entre sus piernas.

—Está más que bien. Te necesito, Hunter.

No tenía ni idea de que iba a verla, y no venía preparado.

—No tengo condones.

Una sonrisa malvada se extiende por sus labios, haciéndola aún más hermosa.

—Dijiste que querías tener hijos.


72
Mi pene salta.

—¿Lo dices en serio?

—Nunca digo nada que no sienta. Aparte del error que cometí cuando te dije que
no debíamos estar juntos, siempre digo lo que pienso. Es un rasgo de la familia Lane.
—Se levanta, baja la cremallera de su costado y se despoja de su vestido negro
ajustado. Su sujetador y sus bragas se unen al vestido en el suelo antes de dirigirse a
su dormitorio.

Dejando mi ropa con la suya, corro tras ella.

—Es la mejor noche de mi vida.

—La mía también. Nunca creí que me perdonarías. —Retira la colcha de la cama.

La tomo en mis brazos, nuestros cuerpos desnudos encajan a la perfección, y la


beso larga y profundamente.

Con un gemido bajo, presiona sus caderas hacia delante, volviéndome loco de
deseo.

—¿A qué hora tienes que estar en el estadio mañana?

—Es día libre, pero iré sobre las dos para entrenar. —Nunca me pierdo un
entrenamiento, pero mañana llegaré un poco tarde.

—No quiero entrometerme en tu rutina. —Coge mi polla con la mano y me


acaricia desde la empuñadura hasta la cabeza.

Es tan jodidamente bueno que tengo que pensar en lo que acaba de decir.

—Eres mucho más importante que un día de entrenamiento. En unos meses,


tendremos todo el tiempo que quieras dedicarme.

—Todo el tiempo —canta, y se arrodilla en la cama, con su culo redondo alzado


como una invitación.

Arrodillado detrás de ella, paso los dedos por su húmeda raja, presiono entre los
pliegues y rodeo su clítoris.

—¿Significa esto que quieres renunciar a los preliminares?

Se retuerce contra mis dedos y gime.


73
—La próxima vez —dice sin aliento.

Es la mejor invitación que me han hecho nunca. No puedo resistirme. Demonios,


no quiero resistirme. Sin prisa, pero sin pausa, la lleno. Piel contra piel sin barreras, y
es tan bueno.

Ella grita mi nombre, se afloja hacia delante y vuelve a penetrarme.

Respondo a cada movimiento con un movimiento contrario, no voy a durar


mucho. Tomarla por detrás me lleva tan profundo, además ella es todo en lo que he
pensado durante meses.

—Oh Dios, Hunter. Estoy tan cerca.

La rodeo con un brazo, encuentro su clítoris y hago girar el húmedo manojo de


nervios. Ella grita y pierde el ritmo. Le agarro la cadera con la otra mano y la mantengo
quieta. En cuanto siento su pulso en torno a mi polla, pierdo el control y la penetro.

Ella repite mi nombre una y otra vez hasta que ambos nos agotamos. Todavía
unidos, nos desplomamos sobre el colchón.

Nos ponemos de lado y me quedo dentro de ella.

—Quiero quedarme así para siempre.

La vibración de su risita reaviva mi polla.

—Moriremos.

Acariciando su coño y profundizando, digo: —Merecerá la pena.

—¿Así que ese es el plan? ¿Haremos el amor hasta que muramos de agotamiento
e inanición? —Mueve las caderas hacia atrás y levanta la pierna de arriba por detrás
de la mía para que pueda profundizar nuestra conexión.

Le masajeo una teta y jugueteo con el pezón.

—Podemos parar para comer, sólo para sobrevivir mucho tiempo.

—Te quiero, Hunter. —Su mirada es intensa de pasión y emoción mientras me


mira fijamente.

Atrapo sus labios y la beso mientras mi segundo orgasmo crece y sus jadeos se
hacen más rápidos.
74
—Yo también te quiero. Te prometo que siempre te querré.

Aprieta mi mano contra su coño mientras se corre.

La sensación me lleva al límite y me vacío dentro de ella por segunda vez.


Extenuado y más feliz que nunca, nos cubro con las mantas y la abrazo fuerte contra
mi pecho.

—¿Quieres casarte conmigo, Lydia? Cuando acabe la temporada, ¿serás mi


mujer?

Su voz es soñolienta y suave cuando dice: —Sí, Hunter. Me casaré contigo.

Quiero saltar de alegría, pero la respiración de Lydia es tranquila y está


acurrucada contra mí. Saltaré mañana. Abrazarla y quedarse dormido es pura alegría.
Definitivamente mejor que ganar un campeonato.

75
Epílogo
LYDIA

Estoy cubierta de champán por la celebración tras la victoria en el séptimo


partido.

—¿Cómo te sientes ahora que has defendido tu título de campeón, Hunter?

Se limpia las burbujas de la cara y sonríe.

—Como un tipo con suerte. Es una forma estupenda de terminar mi carrera.

—¿Sin remordimientos? —Es una pregunta apropiada para cualquier reportero,


pero a mí me interesa más su respuesta.

Hunter sacude la cabeza mientras el portero le echa otra botella por la cabeza.

—Ni uno.

Todos nuestros familiares y amigos aplauden mientras el programa termina con


Hunter mirando directamente a la cámara como si se estuviera despidiendo de los
aficionados.

Le había sugerido que viéramos el programa en privado, pero Hunter insistió en


que confiaba en mí y estaba seguro de que no pasaría nada con nuestras familias
presentes.

Menos mal que vivimos en el ático de Hunter, porque diez miembros de mi


familia y tres de la suya es una casa llena.

Tengo el corazón en la garganta esperando su reacción.

—¿Qué te ha parecido?

La habitación se queda en silencio.

76
Estrechando su mirada hacia mí, parece feroz. Entiendo por qué los rivales se
sentían intimidados por él. Una enorme sonrisa se dibuja en sus labios.

—¡Ha sido genial!

Me tiro a sus brazos.

—Gracias. —Me invade el alivio.

Unas horas después de que nuestras familias se hayan ido, preparo un baño y me
meto en él, dejando que mis músculos tensos se relajen. No me había dado cuenta de
lo preocupada que estaba porque Hunter viera el espectáculo. El agua caliente,
perfumada con lavanda, me lo quita todo.

La puerta se abre.

Sin abrir los ojos, me hecho hacia adelante. Hunter se desliza detrás de mí y me
abraza.

—¿Cómo estás?

—Muy bien. —Apoyo la cabeza en su pecho.

Me acaricia el abdomen.

—¿No te sientes enferma?

—No. Me encuentro bien. —Hasta ahora, estar embarazada me sienta bien. Claro
que sólo son dos meses. Podría cambiar.

—No se lo has dicho a tu familia. ¿Por qué no? —Con su lengua, traza un camino
a lo largo de mi hombro, sube por mi cuello y besa mi oreja.

Me estremezco de placer mientras mi coño palpita de necesidad.

—Se lo dije a mi madre la semana pasada. Estoy segura de que ella se lo contó a
papá. Se lo guardarán para ellos hasta que esté lista para contárselo a todo el clan.

—¿Y cuándo será eso? —Me mordisquea el lóbulo.

Se me escapa un gemido y empujo hacia atrás para que su polla quede entre mis
nalgas.
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—Pronto.

Desliza la mano entre mis piernas.

—Nos vamos a casar la semana que viene. ¿Cuánto tiempo piensas esperar?

Me cuesta decidir si quiero inclinarme hacia delante para que me meta más los
dedos o hacia atrás para que me meta más la polla.

—¿Podemos hablar de esto más tarde?

Me mete dos dedos y me gruñe en la oreja.

—Lo que tú quieras, cariño.

—Quiero tu boca donde están tus dedos y quiero chuparte la polla. —No tiempo
tiempo para pensar cuando me saca de la bañera, coge dos toallas y me envuelve en
una.

Casi seco, me lleva a la cama, me tumba ligeramente en el colchón y entierra su


cara entre mis piernas. Me lame el clítoris, luego baja e introduce su lengua.

Mi primer orgasmo crece tan rápido que me invade antes de que tenga tiempo
de pensar.

—¡Oh, Dios!

Sus lamidas se ralentizan y suavizan. Chupa, lame y absorbe mis jugos.

Me agarro a su polla y giro hasta que puedo metérmela en la boca. Me la meto


hasta el fondo y la suelto, agarrándola por la base para aumentar su placer.

Se pone boca arriba, me levanta para que deje de chupársela y me coloca a


horcajadas sobre sus caderas.

Me empalo en él, subo y bajo mientras el placer me recorre la columna vertebral.


Es tan bueno que nunca tendré suficiente.

Me tiemblan las piernas y él aprieta fuerte y rápido, luego presiona su pulgar


contra mi clítoris.

El placer estalla cuando Hunter se derrama dentro de mí con una última


embestida.

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Me desplomo sobre su pecho.

—Ha sido increíble.

—Mmm. —Me besa la cabeza—. Eres increíble.

—Vamos a estar bien, ¿verdad? —Todavía me sorprende lo mucho que me quiere


y lo perfectos que somos juntos. Nunca esperé esto para mí.

—No sólo bien, Lydia. Vamos a ser excepcionales.

Fin

79

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