You are on page 1of 5

FICHA

EL NIÑO INTERIOR

Desde nuestro nacimiento, dependemos en gran medida de los demás. La criatura


humana depende de sus padres para sobrevivir durante un período más largo que
otras especies. Y también va quedando cada vez más patente que los niños
dependen en gran medida de sus padres para desarrollarse emocionalmente. La falta
de contacto emocional positivo provoca frustración, ansiedad y retraimiento, así como
una mayor dificultad para progresar sin problemas hacia los siguientes estadios del
crecimiento.

Como el niño es incapaz de comunicar sus numerosas necesidades físicas y


emocionales, muchas de ellas caen en saco roto. Todos los padres han
experimentado la frustración de no saber qué es lo que quiere su bebé cuando está
llorando. Además, los padres, por muy perfectos que sean, seguramente no pueden
satisfacer todas las múltiples demandas a las que se ven sometidos. Como resultado
de esto, el niño experimenta el terror periódico de encontrarse solo, aislado y
vulnerable y la rabia periódica hacia el mundo por no satisfacer todas sus
necesidades.

A medida que el niño pequeño se va haciendo mayor, la necesidad de amor y


pertenencia continúa siendo primordial. Como el niño depende completamente de sus
padres para satisfacer sus necesidades, los deseos y opiniones de éstos se
convierten en lo más importante. Esta confianza básica en la buena voluntad de los
padres muestra hasta dónde llega el poder que los padres y otras figuras relevantes
ejercen sobre el niño.

La posibilidad de no gustar o no ser querido es una perspectiva terrorífica para un


niño indefenso. La desaprobación es vivida como un rechazo doloroso y una
amenaza de exilio... Y sabemos que un rechazo continuo puede llegar a
experimentarse como una negación hacia el propio derecho básico de existir, a no ser
que el niño se "adapte" o se "porte bien".

Como es incapaz de quedarse solo, como individuo independiente, la sensación de


bienestar del niño depende de la valoración y el apoyo de los demás. La falta de
aprobación o el castigo puede propinar un golpe terrible a su autoestima y a su
desarrollo mental. La afectividad retenida le creará una ansiedad enorme, ya que el
niño hará lo imposible por sentir amor y aprobación. Una constante desaprobación
puede llevar al niño a una depresión profunda, ya que abandonará la esperanza.
Estos ciclos de ansiedad y desesperación pueden constituir la base de un patrón de
conducta frustrado que, si no se resuelve, puede persistir a lo largo de toda la vida
adulta.

Las actitudes, sentimientos y acciones van formándose poco a poco a través de los
deseos y las demandas de los adultos más significativos, especialmente los padres.
Como el niño no posee la capacidad de tolerar el rechazo continuo, tiene que
aprender a adoptar actitudes y conductas que están aceptadas- y a eliminar aquellas
que conlleven una posible condena. Por ejemplo, muchas personas de nuestra
sociedad, especialmente mujeres, han aprendido que enfadarse no está permitido –
expresar ira les ha llevado a ser castigadas o excluidas. De la misma forma, a
muchos hombres se les ha enseñado que sentirse tristes o dolidos es un signo de
1
debilidad y por lo tanto, es incorrecto. Mensajes de este estilo, repetidos
frecuentemente, inducen al vulnerable niño a buscar maneras de evitar esos
sentimientos prohibidos: aprenden a "endurecerse" en un mundo que está definido
por los adultos. Al poco tiempo, con una habilidad admirable para adaptarse a las
hostiles demandas del entorno, el joven aprende no solamente a no expresar, sino
incluso a no sentir emociones e impulsos que puedan desagradar a las personas más
significativas para él.

Para que esta estructura adaptativa quede asegurada, adoptamos una serie de ideas
que refuerzan y sirven de justificación para reprimir nuestros sentimientos. Por
ejemplo, si se nos ha enseñado persistentemente que "sólo los bebés lloran", o que
sólo los niños malos se enfadan, cuando comencemos a experimentar estos
sentimientos, los reprimiremos a través del poder recientemente adquirido que nos
confieren los pensamientos y las creencias autocríticas. Estas cogniciones crean una
voz interna que nos dice cómo comportamos y cuándo hemos de "controlamos". El
desarrollo de este "diálogo interno" controlador o de este "crítico interno", unido a una
coraza muscular o contracciones en todos los tejidos de nuestros cuerpos, es el
precio que pagamos por satisfacer nuestra necesidad imperiosa de aceptación y
aprobación. Si se nos ha enseñado a negar el enfado, por ejemplo, entonces, en las
situaciones en las que éste sería la respuesta humana más natural (como cuando nos
sentimos pisados, oprimidos o ignorados por otros), podemos caer en una tristeza
introvertida o una depresión. De pequeños, esto puede ir acompañado de
pensamientos como "soy un chico malo si me enfado" o "si se enteran, me pegarán".

De adultos, estos pensamientos se harán más sofisticados y complejos. Por ejemplo,


podemos decimos: "Estoy siendo demasiado sensible. No debería reaccionar de
forma tan fuerte" o " no vale la pena trastornarse por esto" o " es imposible tratar a
estas personas, nunca me comprenderán". Como resultado de estas
racionalizaciones, nuestro impulso corporal natural de expresar el enfado se reprime,
agarrotando la vitalidad, produciendo culpabilidad y reforzando nuestra auto imagen
de que tiene que haber algo malo en nosotros. Con el tiempo, esto puede provocar
una depresión crónica, en la que nuestros sentimientos se encuentran literalmente
"metidos a presión" dentro de nosotros y nos sentimos desesperanzados,
paralizados, aletargados o inseguros de nosotros mismos.

Otro patrón típico que surge como resultado de negar nuestros sentimientos
verdaderos, consiste en enmascarar un miedo o una tristeza encubierta con enojo o
con un estoico control emocional. Cuando se dan circunstancias que normalmente
despertarían temor o dolor, surge una reacción inmediata de cólera que levanta una
cortina de humo protectora contra emociones más comprometidas. Por ejemplo, al
contemplar nuestras vidas, en vez de reconocer ansiedad, arrepentimiento o
insatisfacción, acusaremos a nuestra esposa de no haber satisfecho todas nuestras
necesidades, como si fuera responsabilidad suya. O nos aislaremos de los demás
fingiendo estar excesivamente preocupados por nuestro bienestar.

Este tipo de persona aprende a evitar los sentimientos más blandos convirtiéndose en
un "tipo duro" o lo que expresamos irónicamente como "todo un señor responsable".
Se presentan como ejecutivos con carrera ascendente que piensan que la vida es
una lucha solitaria por la supervivencia. Pedir ayuda se ve como una debilidad;
necesitar apoyo es embarazoso y amenazante.

2
Hay tanto miedo a necesitar a alguien o a ser dependiente, que la persona reacciona
creando una serie creencias y de comportamientos que le proporciona una distancia
"segura" de los demás.

La necesidad de aceptación y apoyo se admite sin problemas en la infancia; sin


embargo, no solemos reconocer con tanta claridad que nuestra vulnerabilidad
emocional no ha terminado al llegar a la edad adulta. Todavía deseamos ser
queridos. Todavía nos afectan mucho las opiniones que tengan los demás de
nosotros, todavía queremos ser amados, aceptados y formar parte del grupo.

El mercado publicitario es muy consciente de esta vulnerabilidad adulta.


Aprovechándose y explotando nuestro deseo frustrado de amor y aprobación, las
empresas elaboran audazmente anuncios y persuasivas campañas televisivas que
atacan a nuestros miedos e insatisfacciones. Llenan los medios de comunicación con
mensajes que nos cuentan qué es lo que necesitamos para ser aceptados, bien
vistos o exitosos: con solo adquirir el último tipo de pasta de dientes, cigarrillos,
pantalones o automóviles, obtendremos por fin el amor, la aprobación o la realización
sexual que siempre hemos deseado. Solemos pensar que estamos por encima de
estos intentos de manipulación de la publicidad; pero si esto fuera cierto, las
empresas no gastarían millones cada año en convencemos de que compremos su
producto. Hay un producto para cada insatisfacción concebible. Y si nos provoca
dolor de cabeza decidir qué comprar, también hay producto que cubre esta
necesidad.

Al hacernos mayores, una especie de inteligencia interna nos va guiando hacia la


supervivencia y lejos de la amenaza. Nuestro carácter se va estabilizando poco a
poco de forma que nos permite pasar por encima de las emociones y evitar aquellas
experiencias que puedan encontrar rechazo. Aprendemos actitudes y conductas que
aumentan la probabilidad de ser queridos y respetados por los demás. Los patrones
de personalidad quedan firmemente establecidos a una edad temprana, quedando
cristalizado el proceso que nos ha llevado hasta este triste estado de aislamiento de
nuestros verdaderos sentimientos y necesidades. "Yo soy así", nos decimos muchas
veces y realmente, así es como nos hemos vuelto, obligados por las fuerzas de
nuestro entorno, que están muy lejos de nuestro control. Al haber sucumbido a ellas,
ya no vivimos nuestras propias vidas. Hemos perdido la comunicación con lo más
profundo de nuestras emociones verdaderas, y hemos perdido el contacto con
aquellas cosas de la vida que son realmente importantes para nosotros. No es de
extrañar que estemos confusos y frustrados e inseguros con respecto a lo que
queremos realmente y desconcertados de la posibilidad de encontrar la paz mental
que deseamos. Nuestra sensibilidad emocional y, tal vez, la supervivencia física nos
han hecho abandonarnos.

El cambio positivo comienza con la constatación realista de que, en vez de vivir


plenamente nuestra vida, estamos llevando el tipo de vida a la que nos hemos ido
adaptando para satisfacer a otros.

Podemos re-conectar con esa fuente latente de significado y satisfacción, si somos


conscientes de que nos hemos introducido de forma lenta e inconsciente en un
acuerdo tácito con nuestro sistema familiar primero y con la sociedad después. Al
darnos cuenta de que nos hemos puesto todos de acuerdo para permanecer
bajo el dominio de unas reglas rígidas, unos roles sociales pre-establecidos y
3
una forma comúnmente aceptada de sentir y de comportamos, podremos
empezar a encontrar una salida a esta situación tan triste. A partir de aquí, en
vez de continuar perpetuando un estilo de vida que no permite el contacto con
nuestros verdaderos sentimientos, necesidades e intereses, podremos empezar
a sentimos más libres y vivos a través del primer paso de palpar y valorar cómo
nos sentimos realmente.

Muchas personas acceden finalmente a enfrentarse a esta falta de contacto con ellos
mismos, tras haber fracasado al intentar afrontar un evento traumático o una serie de
desilusiones seguidas. Un cambio estresante de trabajo, una enfermedad repentina,
la pérdida de un ser querido, una separación o una amenaza de divorcio pueden
revelar la pobreza de nuestras defensas en las que tanto confiábamos. Esperanzas
rotas, frustraciones repetidas o miedos recurrentes pueden provocar un
desmoronamiento de las viejas creencias en las que se basaba nuestra percepción
estable de la realidad. El resultado es un período en el que hemos perdido pie y nos
encontramos entre dos maneras de ver la vida temporalmente. Tendremos que
aceptar de mala gana que la antigua imagen que teníamos de nosotros mismos y
nuestra sensación de realidad, son inadecuados para combatir la crisis que estamos
enfrentando en este momento.

Este doloroso período puede llegar a ser muy creativo si permitimos que nuestras
defensas, que antaño fueron tan necesarias, permanezcan inactivas, y afrontamos
valientemente nuestra situación actual. Será entonces cuando, en vez de evitar la
crisis o luchar por controlar las cosas a través del poder de nuestra voluntad,
podremos aprovechar esta etapa para explorar aquellos sentimientos y significados
que pueden haber sido demasiado terribles como para enfrentamos directamente a
ellos, pero que, sin embargo, ahora es necesario que las exploremos para
evolucionar y crecer…

La llegada de una crisis difícil no es el único impulso que recibimos en el proceso de


crecimiento personal. Podemos optar por ocupamos de nuestras vidas antes de que
insatisfacciones más pequeñas se vayan acumulando hasta formar una situación de
emergencia. En cualquier caso, los pasos positivos se van desplegando a medida
que aprendemos a "acompañar" a nuestro permanente proceso interno. Si nos
abrimos a lo real de nuestras vidas, nos sentiremos más cómodos siendo nosotros
mismos. Podremos llegar a sentir que cada etapa que atravesamos en nuestro
camino hacia el auto-descubrimiento, es un avance hacia una menor tensión interior,
un conflicto interpersonal más leve y una mayor sensación de libertad y felicidad.

Al permitirnos escuchar, comprender y expresar los sentimientos que afloran,


desarrollaremos una relación de aceptación hacia todo lo que somos realmente. Nos
daremos cuenta de que sentimientos que antaño eran terribles o amenazantes
contienen una integridad y sabiduría que nos pueden llevar hacia puntos positivos. El
resultado es que comenzaremos a sentimos cada vez más vivos y auténticos. A
medida que nos vayamos liberando más y más de nuestros condicionamientos
históricos, comenzaremos a vivir nuestras propias vidas y encontraremos puntos en
común con otras personas que están creciendo de forma parecida. Las posibilidades
de desarrollar una intimidad viva y espontánea se nos abrirá entonces de una forma
tan profunda como nunca antes la hubiéramos imaginado.

4
CARACTERÍSTICAS Y TRATAMIENTO DEL NIÑO INTERIOR

 No importa el sexo
 Feto, bebé, adolescente, joven, puede crecer
 Cuando estamos con el Niño, estamos atentos a la aparición del crítico
 Nos enfocamos en su lenguaje y gestos
 Pueden aparecer imágenes de niños presentes, de niños escondidos, imágenes
de fantasía
 Cuando aparece, dejamos todo de lado, porque se encuentran muy indefensos y
necesitan mucha protección de nuestra parte
 Viene contarnos su Historia, para integrarla a la nuestra y decimos qué le faltó, y
qué necesita…
 Cuando hacemos auto-Focusing podemos incluimos en el proceso: decirle ‘Yo
estoy aquí con vos... Estás seguro conmigo...’

El Niño Interior está compuesto por partes nuestras que han sido enviadas al exilio,
para complacer a personas significativas en nuestra infancia; partes que han sido
descalificadas por ellos. Son aspectos nuestros que no han podido desarrollarse.
El niño puede aparecer en cualquier momento, cuando esto sucede dejamos todo de
lado y nos dedicamos a él.
Puede aparecer de diferentes formas, ej: como pulgarcito, como un bebé, como un
pimpollo, como un niño o niña.
A medida que lo vamos acompañando, las intervenciones van fluyendo según el
relato del focalizador, recordando que, cada tanto, es importante volver al cuerpo y
preguntarle cómo se va sintiendo este espacio con esta niña. Cuando el focalizador
habla como si fuera el niño o la niña diciendo por ejemplo: "Estoy en el cuarto
acurrucada en un rincón .... etc, para desidentificar a quien focaliza de su niña, en
este caso, podemos reflejar diciendo: "esta niña está sola en el cuarto, acurrucada en
un rincón, decile que sabés que está ahí". De esta manera evitamos la identificación y
se entabla la relación que buscamos para que el proceso pueda continuar (de lo
contrario no avanzaría).

Cuando se trabaja con el niño/a hay que asegurarse que reciba todo lo que necesita.
Podemos también incluirnos en el proceso.
Antes de finalizar hacemos una última pregunta: ¿Cómo se siente ahora el espacio
interior? Para finalizar el proceso es importante asegurar le al niño/a que no se va a
olvidar de él, que ahora que ya lo conoce y sabe que está ahí; este niño/a no va a
volver a estar solo, que nosotros, como su adulto, lo vamos a acompañar siempre.

Julio de 2017

You might also like