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Organización, Administración y Función Pública

TEMA 2

LA CORONA: ATRIBUCIONES Y COMPETENCIAS.


SUCESIÓN Y REGENCIA. EL REFRENDO.

1. JEFATURA DEL ESTADO: LA CORONA.-


El Título II de la Constitución se encabeza con el enunciado "De la Corona", y contiene en sus diez
artículos (56 a 65) el régimen constitucional de la Jefatura del Estado tanto en sus aspectos orgánicos
como funcionales.

La Corona es la expresión con la que la Constitución designa a la institución monárquica en su


aspecto permanente e impersonal, más allá de la persona que en cada momento histórico la encarne.

Independientemente del origen y el significado histórico de esta institución, hay que decir que el
elemento caracterizador de la Corona, tal y como ésta ha sido definida por la Constitución española, hay
que entenderlo referido a la descripción de la forma política del Estado como Monarquía parlamentaria
(art. 1.3 CE).

La Monarquía parlamentaria constituye la forma superadora de la vieja Monarquía


constitucional, propia de los primeros lustros del liberalismo. Con la expresión Monarquía
parlamentaría se asegura, ante todo, la plena vigencia de los principios básicos de todo régimen
parlamentario, que consiste en el principio de la separación de poderes, el principio representativo y el
principio de legalidad.

La figura del Rey se coloca como poder moderador respecto a los otros órganos del Estado. Su
intervención en el proceso político queda sensiblemente reducida a ese importante poder de moderación,
sin asumir funciones de gobierno. El Rey reina, pero no gobierna. Al Rey corresponderán funciones
de tipo simbólico, de poder moderador y de poder de arbitraje, sin adentrarse en la contienda política
concreta que corresponde al binomio Gobierno-Cortés. En palabras de Alzaga, la Monarquía
parlamentaria es aquélla en que el Rey tiene menos potestad, pero puede alcanzar el máximo de
autoridad. De esta forma, nuestro actual ordenamiento constitucional ha querido recoger la tradición
monárquica española, pero encauzándola en el marco que el régimen democrático y parlamentario dibuja.

2. ATRIBUCIONES Y COMPETENCIAS.-

Posición constitucional del Rey:

En la monarquía parlamentaria el Rey no ostenta la Jefatura del Poder Ejecutivo, sino la


representación de la unidad nacional, atribuyéndose en el funcionamiento de las instituciones una
misión arbitral y moderadora, que se condensa en la clásica fórmula de que "el Rey reina pero no
gobierna".

A esta idea responde el artículo 56.1 cuando dice: " El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su
unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más
alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las
naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la
Constitución y las leyes”.

Esta referencia genérica a las funciones que le atribuye la Constitución y las leyes significa,
según dice López Guerra, que el Rey no dispone de unos poderes implícitos, sino de una lista
cerrada de poderes concretos que debe utilizar para cumplir sus fines simbólico, arbitral y
moderador.

También observa Álvarez Conde que los artículos citados, 56.1 y 62, plantean la importante
cuestión de si las funciones del Monarca son de dos tipos:
Unas las atribuidas expresamente por la Constitución y las leyes, y que aparecen
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fundamentalmente enumeradas en el artículo 62.


Y otras, que no aparecen enumeras, y que el Rey ejerce debido a la posición constitución que
le otorga el artículo 56.1.

La respuesta negativa es la que parece más acorde con la configuración de una Monarquía
constitucional y parlamentaria. El Rey sólo ejerce las funciones que expresamente le atribuyen la
Constitución y las leyes, y su posición constitucional como arbitro y moderador del funcionamiento
regular de las instituciones únicamente puede desarrollarla por medio de las competencias
expresamente atribuidas.

Otro problema, distinto del anterior, es si la naturaleza de estas funciones expresamente


atribuidas es propia de una Monarquía Parlamentaria, en la cual el centro de decisión política no radica
ya en el Rey, como sucedía en la Monarquía constitucional, sino en el Parlamento, o por el contrario,
implican una atribución de poder discrecional al Rey.
La doctrina mayoritariamente considera que no existe discrecionalidad en el ejercicio de estas
funciones que se encomiendan al Rey con el carácter de actos debidos.

Por otra parte, señalar que la Reina consorte o el consorte de la Reina no podrá asumir
funciones constitucionales, salvo lo dispuesto para la Regencia (artículo 58).

Atribuciones del Rey:

Los artículos 62 y siguientes de la CE enumeran las atribuciones del Rey que trataremos de sistematizar:

1. Funciones de política interior:

1.1 En relación con la función legislativa:

a) Sancionar y promulgar las leyes: Tradicionalmente, la sanción se entendía como un


acto de voluntad del Monarca que, bien creaba por sí solo la ley, siendo la labor del Parlamento
meramente preparatoria (doctrina germánica), bien colaboraba con la voluntad del Parlamento. La
adopción de una ley requería, en tal caso, de dos voluntades unánimes, el Rey y las Cortes. Como
consecuencia, el derecho de sancionar leyes suponía el derecho de veto de las mismas.
Sin embargo, en la vigente Constitución, del tenor literal del artículo 91 se desprende que el acto de
sancionar es un acto debido de tal modo que el monarca no puede negarse en ningún caso, pudiendo tan sólo
mostrar su disconformidad con la ley agotando el plazo. Ni siquiera podría negarse aún cuando estime que
la ley o alguno de sus preceptos es inconstitucional, toda vez, que la apreciación de la misma viene atribuida
exclusivamente al Tribunal Constitucional.

b) Convocar y disolver las Cortes Generales y convocar elecciones en los


términos previstos por la Constitución: La convocatoria de las Cortes se refiere a la primera
reunión de éstas después de las elecciones, que conforme al artículo 68 CE deberá hacerse en el
plazo de 25 olías después de celebradas éstas. Las demás reuniones de las Cámaras en periodos de
sesiones ordinarias o extraordinarias, se convocarán por los respectivos Presidentes de las
Cámaras.
En lo que se refiere a la facultad de disolver las Cortes Generales debe aclararse, en primer
lugar, que no es posible la disolución de las Cortes por la sola voluntad del Monarca (el supuesto más
cercano sería el previsto por el arto 99.5 CE, conforme al cual si ninguno de los candidatos
propuestos por el Rey para Presidente del Gobierno fuera aceptado por las Cortes en el plazo de dos
meses el Rey las disolverá con el refrendo del Presidente del Congreso), y, en segundo lugar, que si
el Presidente del Gobierno propone la disolución de las Cortes, según lo previsto por arto 115 CE, el
Rey no podrá negarse a la disolución.
En cuanto a la convocatoria de elecciones, si su causa es la disolución, el mismo Decreto de
disolución fija la fecha de las elecciones y, en caso de expiración del mandato, las elecciones han de
tener lugar entre los treinta y los sesenta días siguientes a la terminación del mandato, fecha que
corresponde definir al Gobierno a través del Decreto de convocatoria.

c) Convocar a referéndum en los supuestos previstos constitucionalmente: El Rey carece


igualmente de iniciativa, ya que ha de limitarse a confirmas la decisión de los órganos
constitucionales competentes.

d) Expedir los decretos acordados por el Consejo de Ministros : Se trata asimismo


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de una obligación del Rey. Aunque el Profesor Sánchez Agesta ha considerado la posibilidad de que
el Rey se negase a expedir un Decreto, por ser el mismo ilegal o anticonstitucional, no parece que de
la letra y del espíritu de la Constitución pueda desprenderse la posibilidad de que el Rey entre a
juzgar en el fondo del asunto.

1.2 En relación con el poder ejecutivo:

a) Proponer al candidato a Presidente de Gobierno y nombrarlo en su caso, así como


poner fin a sus funciones en los supuestos establecidos por la Constitución : De todas las
facultades que la Constitución confiere al Rey en su condición de Jefe de Estado, ésta es la que tiene
mayor trascendencia política. Y es que a estos efectos el artículo 99 de la Constitución concede un
amplio margen de libertad al Rey para formular la propuesta de la persona que juzgue pertinente para
ocupar la Presidencia del Gobierno, y ello a pesar de que el Rey habrá de cumplir los requisitos
formales previstos por nuestra Constitución.
Ciertamente el ejercicio concreto de la facultad de propuesta va a estar estrechamente
condicionado por la evolución de nuestro sistema de partidos y del liderazgo en el seno de los
mismos y la discrecionalidad aumentará tanto en los supuestos en los que se dé en la Cámara Baja una
situación de virtual empate político y en aquellos supuestos en los que, sin haber una mayoría clara,
es posible articular diversas mayorías alternativas. En los restantes supuestos la configuración
de la mayoría obligará de facto al Rey a proponer el candidato líder de dicha mayoría.
En cuanto al nombramiento efectivo y al cese del Presidente del Gobierno, las facultades del
Rey son mucho más reducidas, ya que en el primer caso deberá nombrar al candidato por él
propuesto, que haya alcanzado la confianza de las Cortes y en cuanto al cese, en principio no se
produce su intervención, ya que el artículo 101 dispone que el Gobierno (y por tanto su Presidente)
cesa tras la celebración de elecciones generales.
En el caso de éxito del voto de censura, el Rey tampoco tiene intervención y deberá
limitarse a nombrar al candidato incluido en la moción triunfadora en el Congreso. Y si el Congreso
niega su confianza al Gobierno, éste presentará su dimisión al Rey, procediéndose a continuación a la
designación de Presidente del Gobierno, según lo dispuesto en el art. 99.

b) Nombrar y separar a los miembros del Gobierno a propuesta de su Presidente : El


monarca aquí actúa estrictamente conforme al viejo adagio de "el Rey nombra pero no elige",
recayendo la iniciativa y responsabilidad de estas propuestas en la persona del Presidente del
Gobierno.

c) Ser informado de los asuntos de Estado, presidiendo las sesiones del Consejo de Ministros
cuando lo estime oportuno, a petición del Presidente del Gobierno : El Rey tiene derecho a ser
informado de los asuntos de Estado, tal y como reconoce el arto 62.g CE. El modo fundamental de
desarrollar efectivamente este derecho se contempla en el mismo artículo, que prevé la posibilidad de
que el Rey presida el Consejo de Ministros cuando lo considere oportuno y a petición del Presidente de
Gobierno.

d) Conferir los empleos civiles y militares y conceder honores y distinciones con


arreglo a las leyes: Se trata de facultades cuyo margen de discrecionalidad vendrá marcado en
cada caso por las leyes reguladoras de la cuestión, discrecionalidad que ordinariamente será mayor
respecto a los honores y distinciones, que respecto a los empleos.

e) Ostentar el mando supremo de las Fuerzas Armadas: Es éste un punto sobre el


que ha polemizado la doctrina, ya que frente a la tesis general de que este mando es puramente
honorífico y de que el Rey debe limitarse a sancionar los decretos en materia de defensa nacional
que acuerde el Gobierno, algún autor (Sánchez Agesta) estima que debe concederse al Rey
iniciativa efectiva en el mando del ejército. Naturalmente esta iniciativa necesitaría del refrendo del
Gobierno, pero correspondería al Rey.

f) Ostentar el alto patronazgo de las Reales Academias: No es necesario insistir en el


carácter honorífico de esta atribución que parece derivar del deseo de vincular la Corona a la
actividad científica y humanística representada por estas instituciones.

1.3 En relación a la función judicial:


El Rey podrá ejercer el derecho de gracia con arreglo a la Ley, aunque no podrá autorizar
indultos generales. A pesar de que en este supuesto el refrendo corresponde al Presidente y al
Ministro de Justicia, es preciso hacer notar que en este punto nos encontramos ante una
prerrogativa regia (la Constitución habla de "derecho" expresamente) derivada de la condición de
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supremo representante del Estado del Jefe del mismo, razón por la cual su ejercicio corresponde al
Rey, de tal modo que el refrendo no puede ser negado aunque quede a salvo el derecho de los
refrendantes a dimitir en caso de discrepancia.

2. Funciones de política exterior:

a) Acreditar a los embajadores y otros representantes diplomáticos al mismo


tiempo que quedarán acreditados ante él los representantes extranjeros en España : Se trata de
funciones honoríficas y protocolarías ya que el contenido concreto de las mismas corresponde al
Gobierno.

b) Manifestar el consentimiento del Estado para obligarse internacionalmente por


medio de tratados: Se trata de una función meramente simbólica, puesto que, por una parte, es el
Gobierno el que dirige la política exterior (artículo 97); de otro lado, los artículos 93 y siguientes
regulan la celebración y ratificación de tratados o convenios de forma tal que la intervención de la
Corona se traduce a la firma del instrumento de ratificación, firma que no puede negar respecto de
los tratados negociados y tramitados conforme a la Constitución.

c) Declarar la guerra y hacer le paz previa autorización de las Cortes: La redacción de


este apartado es de tal dureza que parece dejar un margen a la libertad del Rey para negarse o
declarar la guerra o concluir la paz, puesto que la decisión de las Cortes tiene la consideración de
"autorización", es decir, que le faculta para actuar, pero no le obliga; si bien es difícil concebir, en una
Monarquía parlamentaria moderna, que en materia de tal trascendencia el Rey sostenga criterio
diametralmente distinto al de la representación popular.

Además de las funciones hasta ahora citadas corresponde también al Rey:

- Nombrar y relevar libremente a los miembros civiles y militares de su casa.


- Recibir de los Presupuestos Generales del Estado una cantidad para el sostenimiento de su
familia y casa y distribuirla libremente.

3. SUCESIÓN.-
El artículo 57 de la Constitución establece el siguiente régimen de designación:

"La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S.M. Don Juan Carlos 1 de Borbón
legítimo heredero de la dinastía histórica. La sucesión en el trono seguirá el orden regular de
primogenitura y representación, siendo preferida siempre la línea anterior a las posteriores; en la
misma línea el grado más próximo al más remoto, en el mismo grado el varón a mujer, y en el
mismo sexo, la persona de más edad a la de menos".

Tal sistema, en términos generales, se basa en tres puntos:


Preferencia de la línea recta (ascendientes-descendientes) sobre la línea colateral.
Preferencia de los hijos varones sobre las mujeres, y, en el mismo sexo, del mayor sobre el
menor.
Principio de representación: los hijos del heredero premuerto heredan la Corona con
preferencia a los demás hijos del Rey, en cuanto que representan los derechos de su padre
premuerto.
El orden de sucesión a la Corona establecida en la vigente Constitución reproduce la
fórmula habitual en nuestro Derecho Constitucional histórico.

Extinguidas todas las líneas llamadas en Derecho, las Cortes Generales proveerán a la
sucesión en la Corona en la forma que más convenga a los intereses de España.

Aquellas personas que teniendo derecho a la sucesión en el trono contrajeran matrimonio


contra la expresa prohibición del Rey y de las Cortes Generales, quedarán excluidas en la sucesión a la
Corona por sí y sus descendientes.

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Las abdicaciones y renuncias y cualquier duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden
de sucesión a la Corona se resolverán por una ley orgánica.

El Rey, al ser proclamado ante las Cortes Generales, prestará juramento de desempeñar
fielmente sus funciones, guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de
los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas.

El Príncipe heredero, al alcanzar la mayoría de edad, y el Regente o Regentes al hacerse cargo


de sus funciones, prestarán el mismo juramento, así como el de fidelidad al Rey.

4. REGENCIA Y TUTELA.-

Regencia

El artículo 59 de la Constitución regula el tema de la regencia, estableciendo el siguiente


régimen:

Cuando el Rey fuere menor de edad, el padre o la madre del Rey y, en su defecto, el pariente
mayor de edad más próximo a suceder en la Corona, según el orden establecido en la Constitución,
entrará a ejercer inmediatamente la Regencia y la ejercerá durante el tiempo de la minoría de edad
del Rey.
Si el Rey se inhabilitare para el ejercicio de su autoridad y la imposibilidad fuere reconocida
por las Cortes Generales, entrará a ejercer inmediatamente la Regencia el Príncipe heredero de la
Corona, si fuere mayor de edad. Si no lo fuere, se procederá de la manera prevista en el apartado
anterior, hasta que el Príncipe heredero alcance la mayoría de edad.
Si no hubiere ninguna persona a quien corresponda la Regencia, ésta será nombrada por las
Cortes Generales, y se compondrá de una, tres o cinco personas.
Para ejercer la Regencia es preciso ser español y mayor de edad.
La Regencia se ejercerá por mandato constitucional y siempre en nombre del Rey.

La Regencia ha tenido gran trascendencia en la historia de España. Sin embargo, en el


momento de discutirse la Constitución, la Regencia no tenía el apremio que ha tenido en esas otras
circunstancias históricas. A pesar de ello, el texto la regula con minuciosidad.

En cuanto a las funciones de la Regencia, si bien la Constitución no hace referencia expresa a


ellas, se entiende que son las mismas que las atribuidas al Rey. Por lo demás, hay que recordar que la
Constitución establece una incompatibilidad entre Regencia y tutoría del Rey menor (artículo 60),
excepto respecto al padre, madre o ascendientes directos del Rey. Pero no establece una incompatibilidad
de la Regencia con "todo cargo o representación política", como es el caso en la tutoría. Parece que tal
incompatibilidad debe deducirse de las funciones que corresponden al Regente o Regentes.

Tutela

Conforme el artículo 60 de la Constitución:

1. Será tutor del Rey menor la persona que en su testamento hubiese nombrado el Rey
difunto, siempre que sea mayor de edad y español de nacimiento; si no lo hubiese nombrado,
será tutor el padre o la madre, mientras permanezcan viudos. En su defecto, lo nombrarán las
Cortes Generales, pero no podrán acumularse los cargos de Regente y de tutor sino en el padre,
madre o ascendientes directos del Rey.

2. El ejercicio de la tutela es también incompatible con el de todo cargo o representación


política.

5. EL REFRENDO.-
Establece el artículo 56.3 CE que la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a
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responsabilidad. Sus actos estarán siempre refrendados en la forma establecida en el art. 64


careciendo de validez sin dicho refrendo, salvo lo dispuesto en el art. 65.2.

La estructura de este precepto plantea, al menos, tres cuestiones distintas pero íntimamente
relacionadas. En primer lugar hay que examinar el fundamento del refrendo; en segundo término la
extensión del refrendo; y por último se trata de conocer quién es el sujeto refrendante de los actos del
Rey.

El fundamento del refrendo se encuentra en el carácter intangible de la Jefatura del Estado,


gracias al cual el Rey simboliza, modera y arbitra, pero no asume decisiones sino que se limita, con su
firma, a perfeccionar determinados actos políticos de gobierno convirtiéndolos en actos de Estado.
Por consiguiente en la institución del refrendo concurren dos actos simultáneos emanados de
dos voluntades bien diferentes: por un lado el acto regio, de naturaleza incompleta, pero que es
condición de validez para el otro acto simultáneo, el proviniente del órgano refrendante (Presidente
del Gobierno, Ministro o Presidente del Congreso), al que complementa y que es a su vez presupuesto
para la existencia de aquél. Lo relevante es, precisamente, que mediante el refrendo (acto
refrendante) se elude la responsabilidad del Rey como Jefe del Estado, trasladándose esa
responsabilidad a las personas que los refrendan (art. 64.2), aún cuando no sean autores del acto
(este es el caso, por ejemplo, del refrendo de las leyes o de los actos de nombramiento de los
miembros del Tribunal Constitucional).
Para Herrero R. de Miñón esa concepción del refrendo es la consecuencia obligada de la
Monarquía parlamentaria; el Monarca necesita el concurso de sus Ministros, pero éstos no pueden
suplir los actos y las opciones de aquél. O dicho de otro modo, si el Rey carece de poderes ejecutivos,
como parece ser consustancial a la Monarquía parlamentaria, debe por la misma razón de estar
exento de responsabilidad, y el expediente para que ello sea así, es, justamente, el refrendo: la firma
puesta en los actos del Rey por el órgano refrendante al pie de la del Jefe del Estado (refrendo
explícito) o la presencia física de un Ministro en un viaje de Estado del Rey (refrendo implícito).

En lo atinente a la extensión del refrendo, hay que volver los ojos hacia la dicción del artículo
56.3: "sus actos estarán siempre refrendados...". Parece de una primera lectura que no hay excepción
al refrendo. Pero digamos inmediatamente que de la misma forma que existen algunas zonas de
responsabilidad regia, hay actos sin refrendo. Estos actos son los enumerados en el artículo 65.2: los
actos de nombramiento y cese de los miembros civiles y militares de su Casa. A lo que cabría añadir
los actos del Rey que pertenezcan a la esfera jurídico-privada, como la libre distribución de la cantidad
global que los presupuestos le asignan para el sostenimiento de su familia y su Casa –art. 65.1 CE-.
En este doble ámbito la actuación del Rey no se encuentra vinculada a refrendo y actúa libremente.
En todo caso, como puede observarse, los actos exentos de refrendo en una Monarquía
parlamentaria como la española (artículo 1.3º) quedan reducidos a la mínima expresión, en
contraposición a las Monarquías históricas limitada y constitucional, en donde el margen de actuación
regia era prácticamente ilimitado en la primera y muy extenso en la segunda.

La tercera cuestión relacionada con el refrendo se refiere a los sujetos dotados de potestad
refrendante. A ello se refiere el artículo 64.1 que designa los titulares legitimados para esta función,
cuando señala que los actos del Rey serán refrendados por el Presidente del Gobierno y, en su caso,
por los Ministros competentes. La propuesta y el nombramiento del Presidente del Gobierno, y la
disolución prevista en el artículo 99, serán refrendados por el Presidente del Congreso.
La designación de los titulares refrendantes lleva por sus propios pasos a los efectos del
refrendo. La conveniencia del refrendo es producir una traslación de responsabilidad por el acto del
Rey al sujeto con poder refrendante: Presidente del Gobierno, Ministros y Presidente del Congreso de
los Diputados, según los casos; así se recoge en el artículo 64.2, cuando se dice que de los actos del
Rey serán responsables las personas que los refrenden. Y en el caso de que el refrendo no se
produzca por alguno de estos sujetos o simplemente se omita, el acto regio carece de validez (salvo
los señalados actos exentos de ser refrendados).

6. TITULOS DE LA FAMILIA REAL.-


El Real Decreto 1368/1987, de 6 de noviembre, regula el régimen de títulos, tratamientos y
honores de la Familia Real y de los Regentes.

El titular de la Corona se denominará Rey o Reina de España y podrá utilizar los demás títulos

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que correspondan a la Corona, así como las otras dignidades nobiliarias que pertenezcan a la Casa
Real. Recibirá el tratamiento de Majestad.

La consorte del Rey de España, mientras lo sea o permanezca viuda, recibirá la denominación
de Reina y el tratamiento de Majestad, así como los honores correspondientes a su Dignidad que se
establezcan en el ordenamiento jurídico.

Al consorte de la Reina de España, mientras lo sea o permanezca viudo, corresponderá la


Dignidad de Príncipe. Recibirá el tratamiento de Alteza Real y los honores correspondientes a su
Dignidad que se establezcan en el ordenamiento jurídico.

El heredero de la Corona tendrá desde su nacimiento o desde que se produzca el hecho que
origine el llamamiento la Dignidad de Príncipe o Princesa de Asturias, así como los demás títulos
vinculados tradicionalmente al Sucesor de la Corona y los honores que como tal le correspondan.
Recibirá el tratamiento de Alteza Real. De igual Dignidad y tratamiento participará su consorte,
recibiendo los honores que se establezcan en el ordenamiento jurídico.

Los hijos del Rey que no tengan la condición de Príncipe o Princesa de Asturias y los hijos de
este Príncipe o Princesa serán Infantes de España y recibirán el tratamiento de Alteza Real. Sus
consortes, mientras lo sean o permanezcan viudos, tendrán el tratamiento y honores que el Rey, por
vía de gracia, les conceda en uso de la facultad que le atribuye el apartado f) del art. 62 de la
Constitución.

Asimismo el Rey podrá agraciar con la Dignidad de Infante y el tratamiento de Alteza a


aquellas personas a las que juzgue dignas de esta merced por la concurrencia de circunstancias
excepcionales.

Fuera de lo previsto en el presente artículo y en el anterior, y a excepción de lo previsto en el


art. 5 para los miembros de la Regencia, ninguna persona podrá:
a) Titularse Príncipe o Princesa de Asturias u ostentar cualquier otro de los títulos
tradicionalmente vinculados al Sucesor de la Corona de España.
b) Titularse Infante de España.
c) Recibir los tratamientos y honores que corresponden a las dignidades de las precedentes
letras a) y b).

Los hijos de los Infantes de España tendrán la consideración de Grandes de España, sin que
ello dé origen a un tratamiento especial distinto del de Excelencia.

Quienes ejerzan la Regencia tendrán el tratamiento de Alteza e iguales honores que los
establecidos para el Príncipe de Asturias, a no ser que les correspondan otros de mayor rango.

El uso de títulos de nobleza, pertenecientes a la Casa Real, solamente podrá ser autorizado por
el Titular de la Corona a los miembros de Su Familia. La atribución del uso de dichos títulos tendrá
carácter graciable, personal y vitalicio.

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