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Baa ee ees ee volvieron, todo cambid. Yacu, eee once ra de la serpiente Ce acai Tce Scent Laura Escudero fi. de develar el motive de la oa De ee ULL ra Ta Fee en unre Ree eee encuentro. Cees eee Caan ee een een Veco ase eee Cree icaries “Investigacion de Literatura Infantil y Juvenil (Cedili). En Pee se Sh ie Enéuentra ron Flo, Ha publicade Deen ee! Sood / Cee cues smliteratura Dian nin Cra Res asin Ln baer fade Pose Elaine Vis Chol Vide Duo Nemes age dCs Pain Noo me ‘a Optex he Met Geum de edie Cas Baer Renae dBi Sdea Rone asain np Ca nt Fare dl eas Fad 2011 ‘ali at02 psn ‘OBB AAR nd te Ae Peedi st e202. “oun gsi ade? IsaNornsgrsrasros ase deen guccatlensey LL725 geen pein gone EL BARCO DE VAPOR Laura Escudero El rastro de la serpiente PREMIO EL BARCO DE VAPOR 2010 “Y uno nunca sabe qué puede un hombre”, ‘César Aira, Yo era una nitia de siete arios. Al puitado de hombres y mujeres que son ef pueblo de La Huerta. Que sobran estas dedos mios para contarlos. | 1. De los cazadores de serpientes, los ninos y el labrador de maiz Eosa historia comienza sinuosa como sexpiente Se arrastra y se enrosca. Salta y quiere mordes. Por eso habea que ir con cuidado, despacio, acariciando las pa- Jabras con la punta de la lengua. Dicen las crénicas que en un lugar muy lejos y to- davia mis all4, donde acaba la tierra de los hooabres y comienza la Montaita de los Pajaras, vivia el pueblo de fos labradores de maiz. Cuentan que era gente de gesto © amable y corazén alegre. Dicen, ademas, que tenfan el | color de a tierra, Parece que de meter ls manos en los 4 surcos se habian puesto.asi. De hundir emillas, mover | maleza y quitarrastojos. De evar y catia se les habia puesto la piel de ese mismisimo color. Desde pocas remotas esos hombres sembraron maiz. ¥ lo hicieron por mucho, mucho tiempo aii. Fue una larga ocasién de prosperidad. Dias de Ihuvias| abundantes, de sol prédigo, de suelos fértiles. Dias de 7 corrales Henos. Dias de un rio con agua y de acequias ruidosas. Pero sucedié que Ientamente se quedaron mudas. Las acequias; y el rio también. Parece que las rnubes tuvieron pereza de atravesar las montafias. O que ya no hubo nubes mds allé. Puc por aquellos tiempos que, para el pueblo de los labradores de maiz, el ciclo “Las Hluvias no vinieroa y Jo nico que crecié Fue el hambre. Qué podian hacer? {Qué podian hacer esos hombres labradores de maiz sin agua? Secarse como Ia tierra? zAbandonar sus casas? Algunos se fueron, Oreos no pudieron porque vivian alli desde el princi- pio del mundo. ¥ se quedaron a mirar el horizonte. Cada dia, A esperar. Con Ja nariz atenta para oler la luvia cuando atravesara las montafias. Cuando vinie- rael aroma a nube cargada. Cuando, por fin, flotaraen claire esa fragancia exacerbada que anticipa el aguace- ro, Pero nada, Nada, Lo tinico que trajo el aire fue un rumor blanco. Noticias de otros hombres. Unas pala- bras mezquinas que prometieron monedas a cambio de serpientes. Scxpientes? $i, con el cuero dibujado que las envuelve, Muchas. Moncdas? Si, a cambio del cucro con dibujos que envuelve a las sexpientes. Pocas. Pocas monedas a cambio de muchas serpientes. Desde entonces, esos hombres que habian sido los labradores de maie cormenzaron a se los caradores de serpientes.¥ esas monedas no quitaron el hanabre, ape- vas alcanzaron para comprar algo de harina, Pero fue mejor que nada, Y dea poco se alvidaron de mirar cl ciclo, de oler la Lluvia en el viento, porque se les pegé la coscumbre de andar acechando la tierra. Los ojos me- tidos entre las piedtas, la mirada por las grictas secs. Y dejaron de esperar otra cosa que no fuese una prove- chosa vibora con un buea cuezo para vender. Algunas viboras tienen todo el cuerpe dibujado, El lomo y la panza. La panza y el lomo. El trazo se les en- rosea, se les retuerce. Se despazrama por ese cuero largo y finito. Otras viboras tienen un dibujo por encima, que luego languidece hasta desaparccer en el vientre ‘Yacu las habia visto todas y sabia sus nombres. Las dlistinguia con sobrada destzeza porque tanto él como sus padres eran parte del pueblo de los eazadores de ser- ‘ientes. ¥ por eso también conocia Ja historia de los la- bradores de maizy de las calamidades que habian dado inicio la nueva época, La habia escuchado montones de veces. En la voz de su madre, que contaba mientras quitaba los cueros con una navaja filosa. Que a veces detenia las palabras para cuidar el corte porque debia, ser perfecto: un cucto roto no servia, Que hiablaba, se interrumpia, hendia el filo en ta eripa y volvia a 9 la historia, Recién entonces, volvia. Porque no habia rningéin apuro. Menos, para hablar. Yacu sabia que pronto llegarfa su tiempo de buscar serpientes. Que se acercaba el dia en que tendria que sali al monte provisto de palos afilades. Pero todavia ‘no, Todavia no se contaban doce inviernos en su vida, que eta el tiempo que debia pasar para que un nifio se hhiciera hombre joven. Para que comenzara a procurar- se su propio sustento, Porque para ser un cazador ha- bia que tener brazos fuertes y xipidos, Eso. Sobre todo movimientos precisos. Habia que ser agil, mucho mas que Ins viboras. Nadie ignoraba que un exvor podia te- ner consccuencias fatales. Yacu tampoco. ‘Su madre decia: 2 Para encontrar una vfbora hay que andar despacio, desli- = _zarse apenas y mirar con ojos despiertos debayo de las peda, ; 0. los huecas del suelo, Para cazar une vibora venenosa hay que conseguir un palo may resistenre, Con una horgueta en la punta, pegue- fia, como una pinza estrecha que aprsione la cabeza. Y. palo, pinza, cabeza, ifezzl, otro palo afilado. Enseguida, Clavada al piso. Estaqueada, Hasta que deje de ondular Quieta, quieta. 3 Y rraerlaen el palo. Colgada en el palo, evaer la serpiente, Yacu veia como los hombres atravesaban las som- bbras con las viboras colgando por la espalda. Los veta y pensaba que eran muy valientes. Todos. ¥ también su 40 padre que salia a la tarde y terminaba entrada la noche, ‘Su padre que volvia con la hung bien arriba de la cabe- 1a, Siempre volvia, ‘Hasta una vez... ‘Una vez que el sol salié como de coseumbre, calien- tcy blanco, Salié sobre la tierra salpicada de cardones y las montafias atras,Salié y, sin embargo, no seria un, dia como orros ‘Ya lo sabrian. La tarde de aquel dia, los hombres se metieron cn. el monte con sus pals afilados. Se fueron a eazar ser- picntes al borde de fa noche, La luna subid y se qued guieta arriba. ¥ los hombres no volvieron. Muchas ojos esperaron fijos contra el muro de cardones. Pero Jos hombres no volvieron. El sue pasé de largo 50- bre las camas vacias. Y los hombres no volvieran. No volvieron. Al amanecer las mujeres salieron a buscar a los hombres y tampoco regresaron. El monte se habia tragado a las hombres y a las mu- jercs del pueblo. Soplé un viento caliente, comoaliento de-criatura satisfecha. Un aire espeso y cargado se ex- tendi6 sobre el caserio, alli donde quedaron los nifios solos. Solos. Ellos esperaron hasta que el sol subi6. Bs- peraron, porque también los nifios habian aprendido a esperar. “ZY ahora qué hacemos? —Ie preguntaron a ‘Yacu que era el mayor—, glos vamos a buscar?” Yacu. i miré.a los otros, eran dieciséis. Habia tres 0 cuatro que todavia no sabian caminar, “jgué hacemos?” Yacu miré el monte, los cardones y después la montatia, No miré fa tierra porque todavia no habia comado la costumbre obstinada de los que buscan viboras. Mir6 hacia arriba, porque conservaba esa inclinacién propia de los nifios de levantar la vista, dealzar la cabeza ha- cia los zostros que cuidan de ellos. ¥ cuando miré las montafias, recordé unas palabras de su made. Recor- d6.a su madre mientras estiraba el cuero y decia: Hayun hombre mds viejo gue el iempo. Un hombre que se quedé a esperar las luviastodavta, Vive mds arnba, = donde comienza la Montafia de los Péjaras. Ahi estd ex perando el agua. Cerca de la boca del rio seco, ahi estd para ‘verlo cuando se ouelva a mojar. Ah si... Vile espera, mds viejo que el tiempo. ‘Yacuse acordé de Vilca. Habia escuchado su historia tantas veces como aquella sobre el inicio de la sequia. Porque una venia con Ia otra. Ahora casi podia oir alas mujeres més viejas, Hablaban de Vila. De cuando fue parte de los abradores de maic. Y en muchas ocasiones Yacu habia preguntado si era cierto todo aquello, si de verdad aquel hombre era més viejo que la sequia. Que _ si, le decian. Que si. Esperaba. Ese dia, después de aquella triste noche, no habia rningtin mayor en el pueblo, solo nifios quedaban. ¥ tal ver. Vilea. Yacu vacil6, Habia pasado demasiado R _ ms Estaba prohibido. El rio seco y el monte tambi tiempo. A lo mejor ya no estaba, era probable que se fo hubiera Hevado la muerte, pero ja quién més bus- cae?, ga quién pedir ayuda? Paseé la mirada por e! horizonte, por esa linea liquida que diluia todo mas allé del Llano de la Sal, Recordé que después del de- sierto blanco habia otros pueblos de gente distinea Que por e508 rumbos iba su padre a cambiar los cue- sos de serpientes por monedas. Que la travesia era ar dua y peligrosa. Y de todos modos, qué sabia él de aquellos hombres elaros? ,Qué sabian esos hombres del monte y sus misterios? Con Vilea las cosas eran diferentes, habia sido parte de sn gente. El vicjo se ha- bia marchado al pie de la montaiia cuando los de su pueblo comenzaron a cazar serpientes; porque él ha: bfa elegido cultivar maiz. A pesar de todo. Aun con la sequia. Que una cosa era plantar semillas y cuidarlas, habia dicho, y otra muy distinta atravesar yiboras para quitarles el cuero, Era un viejo tesco ese Vilea, peso valicnte, Yacu sabia que para Hegar a la casa del viejo habia gue subir por el lecho del rio vacio, Su madre se lo ha- bia mostrado, y también le habia indicado que nunca fuera para allé. Nunca hacia la Montaita de los Paja- Porque el monte se habia enemistado con los hombres. Los espinos y los animales desconfiaban. Desde largo tiempo atris, ls cazadores entraban para conseguir los B cueros, nada mis, $e metian con cautela y con los ojos clavados en el piso, Cuidandose a cada paso. Pero ahora era diferente, su madre no estaba y tam poco su padre. Y ningtin padre o madre andaba por ali. No habia nadie para recordarle los peligros de buscar a Vilea. ¥ el viejo Vilea era el nico hombre de este lado de fos Manos. Y aunque Yacu tuvo miedo del que vivia solo al pie de la montafia, aunque imagin6 que a lo mejor habia dejado de ser humano y ahora era otra cosa, compren- 6 que Vilea era cl tinico que los podia ayudar. Las viboras son criaturas crepusculares. Salen a ca- zar cuando el sol se esconde detris de las montafas. Se deslizan con ojos alertas, ojos terribles atcavesados por una pupila vertical. Escudrifian hasta el mas leve ‘movimiento de cualquier presa con calor en el cuer- po. Acechan, Ondulan. Se escurren por intersticios invisibles. Por eso, Yacu fue por el viejo a pleno dia, Para no encontrarse con ninguna culebra ponzofiosa. Caminé yy caminé sobre Ia huella del ria seco con un sombrero de palma en la cabeza, Anduvo sin pausa hasta que él echo comenzé a trepar y las piedras se hicieron més ¢grandes. Iba con cuidado para ver el refugio del viejo, para enconerarlo, La travesta fue larga, En algtin momento nots que hhabia pasado demasiado tiempo. Miré hacia atras y 14 : adivind las casas de barro como puntitos distantes Extaba muy lejos. Si volvia sobre sus pasos, Hlegaria al pueblo bien entrada la noche. No podia regresar y no sabfa cuanto le faltaba todavia, Ya lo habia comenzado “a invadir la desesperanza cuando distinguié una fila parcja de palos. Eso era un corral. Tenia que sere! sitio del viejo Vilea, tenia que ser... Un algarrabo revorcido ocultaba cualquier otzo signo de humanidad. Yacu sa- 1i6 apurado, subié por la antigua orilla y se acercé al costal. Estaba vacio. {¥ si el viejo Vilea era ahora sal- vaje? Z¥ silo atacaba como un puma hambriento? No hhabia tiempo para dar lugar al miedo, Yacu se asomé y puso ver el pequetioalero. La luz se desvanecia. Una sombra violacea diluia la forma de las cosas. Era, precisamente, ese momento del dia en que todo cobra una apariencia fantasmagérica y «s posible ver lo inaceptable, Yacu se mantavo oculto detris del érbol. Se aposté contra el tronco destizéndo- secon suavidad hacia arsiba, Quedé asomado sobre la hhorqueta y se sostuvo con los codos; los pies adheridos a las irregularidades de la corteza, los dedos metidos en ias hendiduras esquivando la suela de las sandalias, Asi se mannuvo, durante unos instantes interminables, Los ojos de Yacu se esforzaran por ver ms alli de lo visible. El queria adivinar. qué habia detris de Las pa- redes de batro y piedra, distinguis algin resplandor por los resquicios. No habia ventana en esa pared y tal 45 — ‘vexno ia hubiera en ninguna otra, La puerta, con toda segoridad, daba al alero, pero desde ese Angulo no se egaba a ver. Un graznido horvible hiri ef silencio y derribé a Yacu de su refugio. Un pajaro grande batié las alas y remont6 velo desde la copa del algarrobo. Ese habia sido el origen de la zozobra, un péjaro. Un jote negro y chillén. Yacu escuché y comprendi6 que comenzaba {a hora de las aves. El momento en que sus sonidos fle- naban de golpe el aire hasta enmudecer, como si des- pidicran ef dia, Se qued6 callado, acostado sobre una raiz. Velviéndose sombra también. Depronto su espalda se corci6 en unalaride de dolor. Sintié que algo cortaba el aire con zumbido y se hundia ‘en su cintura, Lanzé un grito. Se dio vuelta para defen- derse. Giré sobre si para anticipar la repeticién del golpe y esquivarlo. Pero sc encontré con dos pupilas de fuego. Se paraliz6, Vio, crey6 ver, una figura escura, una osa ‘menta de ojos encendicos que Jevantaba una vara en el aire para asestar otzo golpe En ese instante tuvo la certe- za de estar frente a la misma muerte, Durante aquel ins- rante Jo pens6, hasta que una vor resquebrajada y seca grit6 que se fuera, que no era lugar para un cazador, que no cra sitio de matanzas. Yacu mir y temi6, Tal vez no se trataba de la muerte pero eso no To hacia menos in quictante, Sinti6 terror mientras unos brazos como alas ‘scuilidas blandian Ja vara por encima de su cabeza. wii i | 16 Griré que no, dijo una y otea vez: no, no, no. Qui- so detener el golpe y comprendié que ese esqueleto de pajazo exa ef mismisimo Vilea. Las brazos del viejo quedaron encima de su cabeza. La-vara en alto, El ges- to amenazante. Que no habia venido a cazar, explicd Yacu, Que solamente buscaba a Vilea, de fas monea- jias... Eso dijo. Eso pudo decir. El viejo baj6 los brazos, Unas garras asomaron bajo la vestidura, apresaron los hombros de Yacu y lo le- vyantaron por el aize sin ningin esfuerzo. Entonces, Yacu dijo que buscaba al diltimo de las labradores de maiz. Lo dijo desesperado porque no podia hacer otra cosa, Terminé de decirlo al fempo que sus pies toca- ron el suelo, ¥ alli qued6, parado frente a ese espantajo esquelético, frente ese que le clavaba una mirada que tenia poco de vejez. Frente a ese que le grufié que se fuera de alli, que fe grazné que se marchara de aquel sitio, Frente a ese. ‘Yacu quiso pensar con rapides. pero estaba bajo los efectos del espanto. Habia imaginado al viejo de todas las formas posibles; intuyé —desde el momentoen que decidié buscarlo— que se enfrentaria a algo espectral o salvaje, a algo cerrorifico tal vez: pero ahora, tenién- dolo enfrente, fa extrafieza lo tomé. Y no supo cémo salir de su propio estupor. Se quedé parade, sintié que Jas fuerzas bufan de su cuerpo y se desplom6. Cayé desvanecido. V7 oo ‘Cuando volvié en si se encontré en un rincén tibia, enyuelto en una manta. Quiso moverse pero su cuezpo no respondié. Observé a su alrededor. Estaba dentro del refugio que habia visto desde afuera, Pereibi6 los resplandores de un fogén sobre la pared, y comprendi6 que proyenian del otro recinto. Escuché movimientos. Pasos que se accreaban. Y cerré los ojos. Los cerré para no ver al viejo y los cerré para no estar alli La voz de Vilca hablé, come si hubiera adivinado la simulacién de Yacu. Le dijo que abriera los ojos, que yaera hora de despertar. Insisti6 en que debia recupe- rar fuerzas porque, de ese modo, ala mafiana siguiente, bien al alba, podeia regresar a su pueblo. ‘Yacu no quiso contradecir al viejo, no era mornen- to, y tampoco le parecié oportuno comenzar con ex- plicaciones. Se incorpor6 con lentitud, traté de no Iirar esos ojos de fuego que lo ponian a temblar sin remedio. Acomodé de a poco los brazos y las piernas, Jaespalda y la cintura, todavia con un asdor punzante, Logré ponerse de pie. Se movié despacio con la mira. da fija en cl suclo. Al cabo de unos pasos tomé valor, levanté la vista, miré al viejo y le dijo que no era ca- zador. Que todavia no. Y a causa de esas palabras vio cémo cambiaba el gesto de Vilca, el cuerpo se le ponia ms suave y mostraba alguna curva entre tanto hueso. EL hombre pregunt6 qué hacfa enconces vagando por esas lejanfas, qué hacia alli y por qué andaba con paso li 18 furtivo, Por qué se movia con el sigilo del que oculta sos verdaderas intenciones, Por qué asi. Yacu dijo: He venido a buscar a un hombre que fue parte de mi pueblo. Pezo su pueblo ya no es parte de este hombre, inte- rumpis el viejo con sequedad. Eso no importa porque ahora no hay més pueblo, su- surréelnifo, Vilca detuvo la mirada en el chico, entrecest6 los ojos, oculté las pupilas tras unos parpados que fo ale- jaron. Lo fanzaron vaya a saber hacia qué recuerdos secretos. Yacu lo vio perderse ensimismado y encon- 126 justo abt fa humanidad del viejo. En su ausenci. Después de un rato, sin decir palabra, Vilca se levanté yy salié de Ia babicacién para regresar con un tazén de caldo que ofrecié al chico. ‘Yacu bebi6 con la espalda apoyada contra la pared de piedra, abrigado con la manta gruesa que cubria sus pier- nas sobre el camastro, Tragé despacio, sinti6 el calor que ~ bajaba por la garganta y leacariciaba el cuerpo por den- two, que yaeza algo, que ya era bastante. Entonces, con fa ‘vox mis tranquila, cont6 acerca de la misteriosa desapa- ricion de los hombres; y luego refirié cSmo las mujeres habian corrido la misma sueste, Ea el pueblo, continu, quesdaban los niios solos con la necesidad de encontrar 4 los grandes que se habian perdido, Solos, leads de monte, esperando a Vilea para decidir qué hacer. 19 Vilea escuché callado, Sin ninggin gesto en ese ros- trade pajaro viejo. Cuando Yacu terminé de hablar, el hombre preguaté cuantos nifios babian quedado cn el poblado. “Dicciséis —dijo Yacu—, cuatro que todavia no pueden caminar”. Asi fuse, luego de aquello, que el viejo anuncié que saldrian por la mafiana. Que irfan juntos a la madru. gadla. A ks hora en que el sol despunta, saldrian los dos con el rumbo de los Hanos. Nada mis dijo el viejo mis viejo. Nada més. Y Yacu se pregunté qué propondria Vilea para salvar a los nie fios, si es que pensaba en algo. Qué seria lo que ima- ginaba el labrador de maiz sobre las desapariciones, si tenfa alguna certeza sobre el destino de los hombres y njezes de su pueblo, Pero, sobre todo, se pregunté por qué no habia tenido que convencerlo, por qué al final habia cedido tan ficil a su pedido de ayuda. Pensaba ‘en estas cosas, Yacu, cuando de pronto las preguntas se mezclaron y transformaron en su cabeza, Se enrosca- ron como sexpientes y abrazaron un suefio profundo, leno de enigmas sin respuestas. El sol salia detras de las montafias cuando Vilea despert6 a Yacu, Sin hablar, le sirvi6 un tazon con le- che de cabra y quesillo. Pan no habia; c6mo iba a con- seguir harina el viejo, sino tenia nada para vender. Ni maiz, ni cucros. Cuinto tiempo harfa que no probaba un corazén de pan tibio y suave, cuanto. Yacu lo mird, 20 | Vilea se movia con el vigor de un joven. Era extrac ver ese cuerpo, casi esqueléeico, deslizarse entze las for mas, Preparé un morral con poca cosa; Yacu alcanzé a distinguir una navajay algiin utensilio. Salieron. Vilea bajaba entre las piedras del lecho, saleaba con pasitos comtos y constantes, Sabia lo que hacia, Yacu lo seguta decerca, Mudos los dos. Bean silencio y cuerpo. Proxi- ‘midad raciturna. ‘Als altura del pueblo, Yacu subié por la orilla del slo seco y atravesé el monte de espinillos que los sepa- aba de las casas. Vilea lo siguié un trecho y se detuvo. Se devo y contemplé la fila de cardones que ence- sraba el poblado. Se denuvo y aspiré algin aroma en el aize, un olor conocido seria. ‘Yacu se dio vuelta y mir6, Observé a Vilea. Tavo temor del gesto del viejo, Vio eémo cervé los ojos ds- rante un instante para continuar después. Pero en- segnida pensé que habia pasado demasiado tiempo. Demasiado tiempo desde gue el viejo habia atrave- sado esa empalizada por tiltima vez. Y comprendis. Y jnntos avanzaron hasta cl nico poze de agua en medio del casesio, No hizo falta que Yacu dijera nada, Viea conocia el lugar. Alli se detuvieron. El chico hizo una sefia a Vilca ppara que esperara y sali6 por el lado de la casa mayor, en el medio del pueblo, Esa, que tenia un alero am- plio hacia un costado del patio. Yacu vio a los otros 21 nifios sentados en el suclo y sonrié: abi estaban y se veian bien. Observ6 que Aquifiay les hablaba. Aqui- ay, sv amiga, su casi hermana, Cuando la chics lo vio, se lanzé a sus brazos con un grito de alegria, Yacu nat aque habia entre los nifios cierta calma, cierto sosicgo. Los mayores molian maiz mientras los mas pequefios jugaban por abi. Aquifiay conté que durante la noche Jes habia agarrado la tristeza grande; entonces, hubo lagrimas y lamentaciones. Pero con el dia habian dis. puesto de sus fucrzas para hacer Frente a lo que fuera Se habian repartide las tareas, explicé, y ambién ha- bian formado cuatro grupos: cada nifio mayor tenia a su cargo a alguno de fos que no sabian caminar. Du- rante la noche de zozobra ella les habia prometido que bbuscarian a los perdidos, Que no euvieran miedo, fes habia dicho, que los cuidarfan y que nada les pasarfa.. Ademis, aseguré que Yacu volveria con noticias cier- tas, Aquifiay terminé de contary miré a Yacu, Lo miré implorando en silencio una confirmacién para su pro- mesa injusta, Yacu Je conté que habia encontrado a Vilea, que no habia sido facil pero que parecia dispuesto a ayudar. Y exo era suficiente, afirmé. Sin embargo, habia que resolver qué hacer ahora y eémo seguir. Habia que de- cidirlo con cl consejo del viejo. Pero advirti6 que no sesultaba asunto sencillo tratar con él, habia que acos- umbrarse a su presencia. 2 Pasa cuando Yacu terminé de hablar, el grupo com- pleto de nifios se habia acercado y escuchaba con aten- cin, Todos se miraron con inguietud pero asintieron. Entonces Yacu fue por el Gmico hombre mayor presente enaqpellos sambos, por esos ladios del Llano de fa Sal ‘Yast fue como el viejo se hizo presente por primera vex frente a los pequefios. Y a la saz6n, pudieron ver que tantos afas de soledad fo habian despojade de cualquier amabilidad en el trato. ¥ también supieron que ese viejo era parte de ellas, y de a poco se fueron, acostumbrando; y al cabo, el espanto dio Ingar a la confianza, Liegaba a su fin aquellla jornada y era la segun- da desde los aconteceres desdichados que todavia no canseguian comprender. Los nifis y el viejo Vilea se sentaron cerca del fuego. La conversacién se prolon- g6 hasta entrada la noche. Fue dificil pensar porque eran muchas las dudas y pocas las respuestas. Algunos aveguraron que una criatura habia devorado a las ma- dres ya las padres. Y dea poco todos se convencieron. (Qué otra razén habia para cxplicar las desapariciones misteriosas? Nadie se atrevia a explorar ef monte ha- cia ¢l Llano de la Sal, porque por alli andaria la bestia. Ademis, ellos no estaban a salvo. Para un animal de tanto poder, un muro de cardones no significaba un obstéculo. La congoja los tomé de pronto porque a nadie se le ocurria otro motivo para la ausencia 2B inesperada de los mayores; y a medida que pasaba el tiempo la eriaewra cobraba vida con fas palabras que intentaban adivinarla, Hasta que finalmente se insta- 16 en una cueva, al acecho, 2 la espera de las sombras para czer sobre los nifios del pueblo. En ese momento Vilca intervino con voz. pausada. Dijo que eta posi- ble que algo horrendo, tal ver una serpiente gigante y ‘monstruosa, cobrara venganza, porque habfa que ver ‘cvintas viboras habian sacrificado los cazadores. Pero leparecia imposible que hubieran sido devorados. Los debe tener cautivos en sa cueva, propuso. “De todas maneras —dijo al viejo y observ6 a los nifios con sus ojos de pajaro, con esos extrafios ojos—., de todos mo- dos, hay una sola cosa por hacer...” Los nifios miraron expectantes. Porque ellos no sa- bian qué hacer; y lo que dijera el viejo, eso harian, Vilca hablo. “Hay que ir hacia la Montaria de los Pajaras. Subir hhasta la Quebrada del Condor, para resguardarse. De. jar los Llanos hasta que el peligro acabe y descubrir el misterio, protegides por las alturas. Porque desde esas cornisas se ve el mundo entero. Sera inevitable ver ‘una bestia de ese tama, y luego, ya decidizemos qui hhacer.” 4 Parecia sensato, tenia que parecerlo porque no habia otra idea por el momento, Yasi lo harfau. El viajese pre- sagiaba dure. Decicieron aprestar todo en la maffana 4 partir cuanto antes. Por ef momenta dosmirian juntos en una casa mientsas dos montaban guardia, Para cui- dar el Fuego. Es sabide que los animales ponzofiosos ~ huyen de él, sin importar el tamafio de sus cuerpos. El monstruo del monte no seria la excepcién. Por la mafiana, prepararon enseres y viveres. Ignora- ban durante cuanto tiempo permanecerian en el exilio, adecnis, Vilea aseguré que arviba el frio era riguroso y con frecuencia cafa nicve del cielo. El mismo lo habia visto en épocas de fos labradores de maiz, fizms, ‘Las nifas mayores prepararon pan con toda la hari ‘na, Amasaron los bollos con abundante grasa para que se conservaran tiernos durante mis tiempo. Mientras se asaban al rescoldo, llenaron sacos con moledura de maiz, tortas de algarroba, hierbas secas y otras provi- siones. Los muchachos fabricaron literes con palos resistentes y tientos de cuero, segtin indicaciones del vicjo Vilca. No fue ficil, primero tavieron que con- seguir buenos maderos; s6lidos pero flexibles, Para armar cada litera fueron necesarios dos. De longitud “conyeniente, tal, que admiticra un cuerpo acostado a {lo largo. Luego debieron unislos entre sicon una su- _cesi6n de palos atravesados del ancho de un hombre o poco mas. De ese modo, cl armazén ofreceria una su- pesficie firme, bien asegurada con tientos. La estructue __ a deberia soportar los movimientos y avatares que la "marcha impusiera. Porque en algunas acomodarian a 25 Jos nifios que no sabian caminar y serian cargados por dos portadores, que, por delante y por detras, alzarian, | fos extremas de los paios. ¥ en otras, asegurarian los atados de provisiones con firmeza Tuvieron que dejar gallinas y pavos. Cifieron so- / bre sus espaldas apretados envoltorios con todas las mantas que habia en el pueblo. Prepararon seis tripas, limpias con agua del pozo, Cuando todo estuvo listo, partieron. Tomaron por el lecho del rio seco hacia la guarida de Vilca: esa seria la primera parada. El primer 2. De lo que ocurrié aquel dia a los cazadores, y a sus mujeres descanso y el tiltimo refugio seguro. A,quel dia ex que tas cosas ya no fueron como siempre, los cazadoressalicron al anochecer. Se metie- ron dentro del monte con cautela y cada cual tomé ef rambo de sus inspiraciones, En procara de buena caza, ‘A.cucntay riesgo desu suerte injusta, Iquin se deslizé enee los arbustos. Se movi6 consi: giloente las pcdras, extend las piernas, permaneci6 inmévil, Al acecho. Habia percibido una ondalacion Un susurro sinuoso, Exe debe set un bonito animal, pens6, mientras preparaba los palos. Enseguida divisd fa serpiente, era en verdad soberbia, un ejemplar mage = affico, La mit6, la siguié con la mirada. Recorrié el di ‘bujo majescuoso sobre la tierra. [quin pensé en Yacu, en los oos sorprendidos de su hijo cuando le mostrara la © presa, en el gesto de admiracién que provocaria aque- lla sontisa de confianza, Tens6 los misculos, evant el 27 cuando lo atrapé la cuerda gruesa, porque ademés re- cordé aquellos momentos. Ucucha mostré las manos ¥ os eobillos sujetos con cadenas pesadas. ¥ entonces, josto ahi, Iquin supo que habia sido cizado, que lo ha- | bian capturado, y esper6 con vehemencia que no fuera _ para quitarle el cuezo porque no se le ecurria ningin ‘motivo para llevarse encerrado a todo un pueblo, ato- dos los hombres que habitaban el mundo del otro lado cl Llano de la Sa. “ {Qué ha pasado con nosotros?” y “jadénde nos evan?” eran las palabras que salian de las bocas rese- cas de aquellos hombres. ¥ eran solo preguntas las que salian porque nadie tenia una respuesta, ni siquiera una sospecha acerca de lo que habia pasado. Al cabo de ‘un tiempo, la confusién se hizo enojo y €l enojo Furia, porgue aunque no habia respuestas ciertas, las cadens. confirmaban tina caceria, Y en esa caceria la condici6 de los cazadores ce sexpientes era sin duda, la de pres. La furia de los hombres se volvié contra ellos mistnos, Y hubo muchos tobillos heridos por grilletes. Y cade-= nas. Y gritos. Un toldo enorme cubria el carro, No sabfan qué pasaba alld afuera. Ya no podtan ver a los captores. ‘Tampoco podian soltar la rabia contra nada ni nadie | Visible. ¥ de a poco a rifaga de Furia se fue apagan-_ do y dio lugar a.un silencio cruel. A la espera —y_ otra ver la espera vacia— de algén aconte | 30 aque les permiticra imaginar una esperanza de libe- racion. El calor comenzaba a ser agobiante. El sudor de los ‘cuetpos se mezclaba con otros vapores. La pestilencia ‘ectia. El vaho subia lento, itrespirable, opresive. Esa aumésfera téxica comen6 a mostrar sus consecuencias yy fue peor. Hubo vomitos, desvanecimientos y demas ojeras. En unas pocas horas, esos hombres de porte belio y mirada orgullosa quedaron despojados de toda dignidad. Hundidos en fa inmundicia mas ho- rrorosa, tl, que ni las bestias logearian reconocerse en ‘unas condiciones semejantes. Iqutn sintié que el alma se le escapaba entre aquellos sapores putrefactos; que perdia toda fuerza y sce iba la capacidad de pensar. Sinti6 que se sumergia en un sue- fo extrafio y distante. Cudnto tiempo transcurrié, asi, adormecido y ausente fue cosa ajena a su entendimien- to, Tal vez durmié realmente 0 estuvo desvanecido. O lo ue vino entonces no permanecié en su memoria. Iquin no podia saber del tiempo, mis que como algo que las- timaba su cuerpo. Si hubiera podido detenerlo, si hn biera podido suspender esa existencia, habria escapado. de esa Ginica manera de sentirse vivo que era el dolor lacerante. Los golpes cada salto del camino pedregoso, las llagas, la nausea. En algiin momento excyé oir gritos dde mujeres, casi sintié la vos. de Yulea que lo nombra- ba, pero sus ofdos ya no eran suyos, como no lo era su 3 cuerpo, ¥ ya no creia en nada que viera uoyera. Salvo | en su propia queja por al tormento. ; Sin embargo, en algan momento, todo se denuvo. | La luz ente6 de golpe. El toldo cayé y otra vez el agua pegé sobre los cuerpos. Los captores tuvieron rostros y ‘una voz maldita indicé quién mandaba all, quién eva el duefio de sus destinos. Iquin apenas conocia algu- nas palabras de fas muchisimas que pronunciaban los hombres claros, pero pudo entender quea partir de ese ‘momento las razones cobraban forma de latigo y ca denas, Yel bombre delgado, el de los ojos de serpiente, | ese decidia tales razones. Los hicieron bajar del carro enorme y los dejaron. encadenados bajo unos Arboles. Algunos cazadores de serpientes estaban demasiado débiles, hundidos afin en el desquicio. El aire Fresco devolvia de a poco el pensamientoa los cuerpos, oreaba las lagas y repo nia el aliento. En un momento aparecieron mujeres ‘que repartieron agua para beber, pan y carne seca, Los. queaiin podian, comieron. Los que no, se desvanecie- ron en un suefio agitado y febril. Iquin miré y comi Jentamente. Al cabo, Hegaron otros carros. Traian gente del monte, como ellos. Labradores dela tierra, | cazadores, habitantes del desierto 0 de las regiones d Jos rios grandes. Y otros carros con mujeres, Muje oscuras, Mujeres desvanecidas por un viaje infernal, | bien Jo sabia él. Mujeres con la mirada vacfa y tris 32 te, Como las de su pueblo, esas mujeres, De cabellos negros y manos habiles. Como Yulea. Parecia... Bra Yulca! ¥ un grito de hozzor y alegria sali6 de la boca deIquin. Un alarido del nombre como lamento, Lla- méndola. Despertindola tal vez. Habia sido su voz la que oy6 en el camino. Fue només su voz la que ‘ceey6 inventada por los desvarios dela Fiebre. ;Y ahora? _{Cémo habia sido cazada? {Habrian legado los capto- resal caserio? (Su hijo cambign estaria alli? Un latiga- zo certé su boca y doblé su cuerpo, Pezo cl grito habia sido suficienee para atrapar la mirada de Yulca y de tas otras mujeres del pueblo que ahora, ansiosas, bus- caban a sus hombres entre la multitud encadenada Iguin sintié alegria y desesperacién. Alegria de sa- bera Yalca cerca suyo y desesperacién por fa espantosa ciscunstancia que también a ella le tocaba vivir. Pero también sintié que tenia fuerzas. Que volvia a con- fianza en su cuerpo y en su pensamiento, Y miré.a su alrededor. Entonces comprendié que eran muchos los cautivos y también tuvo confianza en los otros que, en ‘se preciso momento, despertaban, La mirada de Iquin se encontré con la mirada de YYulea, y se vieron, y se sostuvieron. Se confirmaron ‘través de los muchos pasos de distancia y entre fos tmontones de ojos que se encontraban. B 3. Hacia la Montafia de los Pajaros La marcha de los nifios fue lenta. Viajaban con animales y literas cargadas. Iniciaban un ascenso pe- dsegoso y abrumador, Denso de aires y pesares, Remontaron el [echo del io seco hastaclrefugiodel visjo Vilea. Caminaton con el fantasma de la serpiente tigate por detrés. Creyeron oftla en fos crujidos de los espinillos, entre los silbidos del viento, Creyeron vea en las sombras de jotes que planeaban por el cie- Jo, Creyeron olerla en los aromas cargados de la siesta. Se estzemecieron una y otra vez hasta Lega. Sezcomodaron apretados en el escasohigar que ha- bia bajo techo. Uno punto al otro, en el pequeio cobijo de Video. ¥Yaca, Coleay Huischa, que eran los mayores,se ques daron para alimentar una hogueta frente ala peer de entsada, Para cuidar el suefio de los ms chicos. ¥ la 35 propia vigilia, Se sentaron frente al fuego y permane- cieron mudos contemplando las Uamas, Escucharon Jos zumbidos de coyuyos, abi només, en el monte, Que podian ser otra cosa y no zumbidos. A lo me} eran chasquidos de una lengua ponzofiosa, No. Habia que ahuyentar los fantasmas del monte, Se mantuvieron concentrades en los resplandores, lejos” dela oscuridad. Para evitar los engaiios del temmor. Aun asi, por las ofillas, ereyeron ver los ojos de la serpiente. | En un atisbo, en un descuido, Torcieron apenas fa mis rada y entré el miedo. La noche, el monte y las ausen. clas, Vinieron la nostalgia y el desamparo a envolverse ‘en las lenguas del foego. Yacu quiso pensar en f que vendria, pero se acordé de Iquin y not6 que nec sitaba ott sa vor, y quiso sentir la mano de Yulea sobre | su hombro para sacarse ese peso enotme que apretaba yy apretaba, Y sacaba lagrimas. ¥ lo dejaba perdido en 4 las cinieblas espesas que venian de adentro. a Fue en ese preciso momento cuando Vilea hablé,: Fue cuando el viejo se desliz6 en cl silencio con sak dria; y su oportunidad devolvi6 2 los coyuyos su es piricw de insecto, y a Los pensamientos atribulados la | calma de las palabras. difirencia. Algo que introdujo el tiempo, que entonces se di- ‘idié en antes y después de la luz, ¥ también distinguié ef ‘epacio que abareé ta inmensidad oscura y aguel parpadeo pints, La eteridad, la comtinidad de lo idéstico fue ‘quebrada para siempre y solo permanecié como una idea per- ida inexorablemente, y por Io tanto, anhelada como fatali- dad. Ese parpadeo, ese primer ojo ue brillé en la noche del _mnvers, reco principio. ¥ td lo que tiene principio, como es solide, también tiene fin Aquel fue el inicio, Poco después otro ojo parpaded, “luego otto. Y otro mids, Aguella noche absoluta se Hlené de laces, de ojos vivos que miraban. Miraban to que habia ‘para ver: otros os. Ojos en ta oscuridad. Criaturas con la - ppistencia de Durante muchos parpadeos las cosas eontinuaron asi. Noche ylue, Inmensidad y pequeties. ‘Pero la luc tiene propiedades mdgicas. Posee la wirtud ‘dela duplicaci6n y del develamiento, Esos oos se movieron la oscuridad, se deslizaron como serpientes. Entonces faron cwerpos. El ojo gigante, el ojo del dia les concedié la forma. Cada parpadeo se duphed sobre la tierra con wna imagen propia. Los cuerpos se inventaron a capricho y fueron re- 4 flo de cada guito de la noche. Aguellas eriaruras, seres «tk principio y fin, conjuraron la noche con los artificos de Wi claridad. Cada cuerpo tuvo el don de multiplicarse y “también la facultad de descubrivo los demds. Y se instald cen que la oscuridad lo cxbria todo, hubo tana interrupt Hiubo de pronto una luz. Fue wn chispazo. Un cambio, 36

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