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2 El impacto de acontecimientos internacionales: Marruecos, la Primera Guerra Mundial y la


Revolución Rusa.

Desde la conferencia de Algeciras, en 1906, España ejercía un protectorado sobre el Norte de Marruecos. En
1909 miembros de algunas cabilas (tribus) próximas a Melilla atacaron a los trabajadores de compañías
españolas y Maura decidió enviar tropas reservistas. Ante esta situación, socialistas y anarquistas
convocaron una huelga general para el 26 de julio que sólo fue seguida en Barcelona. Cuando los
reservistas tenían que embarcar se iniciaron los incidentes. El gobernador civil decretó el estado de guerra y
la situación de violencia se generalizó al llegar las noticias, el día 27 de julio, del desastre del Barranco del
Lobo, en el que murieron unos mil soldados españoles a manos de las cabilas rifeñas. Barricadas, vuelcos de
tranvías, quema de conventos, enfrentamientos entre la policía y los huelguistas fue el paisaje de la ciudad
de Barcelona. Durante varios días, en la ciudad, aislada del exterior porque los huelguistas habían
boicoteado las líneas del ferrocarril, se prolongaron las luchas en las calles hasta que poco a poco la
situación volvió a la normalidad. Cerca de 100 muertos, 300 heridos, casi un centenar de edificios
destruidos, sobre todo conventos, y múltiples destrozos fue el balance de estos días. Después llegó la
represión, las detenciones, los procesos y las condenas a muerte. Se dictaron diecisiete condenas a muerte,
de las que se ejecutaron cinco, una de ellas la del fundador de la Escuela Moderna, Ferrer Guardia, sin
pruebas, y tras un proceso muy irregular promovió tales protestas dentro y fuera de España que Maura tuvo
que dimitir.

El estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), en la que España se mantuvo neutral, desvió la
atención, momentáneamente, de los problemas políticos. La guerra estimuló la economía ya que España se
convertía en suministrador de materiales y alimentos a los países beligerantes. La producción industrial y las
exportaciones aumentaron considerablemente, pero esto provocó una inflación dentro de nuestro país que no
estuvo acompañada por el aumento de los salarios. El conflicto social, por el empeoramiento de las
condiciones de vida de la mayor parte de la población, fue creciendo y la protesta de las organizaciones
obreras desembocó en el movimiento huelguístico del verano de 1917.

El estallido definitivo de la crisis se produjo en el verano de 1917. El descontento militar y la conflictividad


social provocaron una protesta generalizada contra el gobierno, que se vio amenazado desde tres frentes
distintos: el ejército, los parlamentarios y el movimiento obrero.

Como consecuencias de las guerras coloniales, el ejército español presentaba un número excesivo de
oficiales. Los ascensos beneficiaban a los militares destinados a África, en detrimento de los peninsulares,
además, la inflación había hecho disminuir el valor real de los salarios. Los oficiales de baja y media
graduación crearon unas Juntas de Defensa que, en junio, manifestaron al gobierno su malestar por los
bajos salarios, la falta de equipamientos y su oposición a la política de ascenso de los africanistas. El
gobierno de Dato exigió, en junio, a las Juntas que se disolvieran, pero estas se negaron y su actividad fue
tolerada.

En julio, una parte de los partidos parlamentarios (republicanos, socialistas y la Lliga Catalana) exigen al
gobierno de Dato que se reabran las Cortes, que permanecían cerradas desde julio de 1916. El gobierno se
negó y, a iniciativa de la Lliga Regionalista, se convocó una Asamblea de Parlamentarios en Barcelona
en la que exigen la formación de un gobierno provisional y la convocatoria de Cortes constituyentes. Los
asistentes a la Asamblea (acudieron 71 de los 760 diputados y senadores convocados) fueron disueltos por la
guardia civil y el movimiento no tuvo continuidad.

En agosto, los sindicatos UGT y CNT convocaron una huelga general para protestar por la represión
ejercida sobre los ferroviarios de Valencia, que habían protagonizado una huelga anterior. La huelga sólo
triunfó en Madrid, Barcelona, Bilbao y las cuencas mineras asturianas, donde fue reprimida por el ejército
con gran dureza. El balance fue de unos setenta muertos, doscientos heridos y unos dos mil detenidos. La
crisis política se agravó.

De 1918 a 1923 fueron años de gran inestabilidad social. Se sucedieron 13 gobiernos incapaces de dar
solución a los problemas. Con el fin de la Primera Guerra Mundial la situación económica empeoró,
(descendió la producción, el paro aumentó y subieron los precios), el sindicalismo ganó fuerza y la
conflictividad social aumentó. Entre 1918 y 1920 los conflictos laborales se extendieron y dieron lugar al
llamado por las derechas el “trienio bolchevique”. El triunfo de la Revolución Rusa dio esperanzas a los
grupos revolucionarios. A partir de 1919 los enfrenamientos entre trabajadores y patronos adquirieron
una extremada violencia, sobre todo en Barcelona. En esta ciudad destacó la huelga de la empresa
eléctrica La Canadiense, que duró 44 días y paralizó la industria catalana. Los patronos crearon el
Sindicato Libre para enfrentarse a los líderes obreros por medio del pistolerismo. Algunos grupos
vinculados a CNT respondieron atentando contra autoridades, patronos y fuerzas del orden. Los empresarios
exigían medidas de fuerza que se concretaron en la aplicación de la Ley de Fugas. Todo ello llevó a un
periodo de violencia en el que, desde 1916 a 1926, hubo más de 800 atentados en los que murieron 226
personas, entre ellas el jefe de gobierno, Eduardo Dato, o dirigentes sindicales como Salvador Seguí. En
Andalucía, la situación de miseria de los jornaleros llevó a los anarquistas y, en menor medida, los
socialistas, a impulsar revuelas que se materializaban en la ocupación de tierras, la quema de cosechas, y la
creación de comités de huelga que controlaban algunos municipios.

Dentro del PSOE se debate sobre la Revolución Rusa. La creación de la III Internacional provocó la
escisión, en 1921, de un grupo que funda el Partido Comunista de España.

A la crisis social se sumaba la cuestión de Marruecos, que era de vital interés para los mandos del ejército
pero muy impopular entre las clases trabajadoras. Sin su imperio ultramarino y cada vez más aislada de
Europa, España trató de participar en el reparto de áfrica. Tras la Conferencia de Algeciras (1906) España
obtuvo el reconocimiento definitivo de sus derechos sobre el norte de Marruecos.

La población rifeña (en las montañas del Rif donde se localizaban minas de hierro) estaba dividida en tribus
o cabilas reacias a renunciar a su independencia. Las cabilas rebeldes seguían al líder Abd-el-Krim,
organizador de una ofensiva de guerrillas contra los españoles. El general Silvestre en 1921, sin contar con
el Alto Comisario en Marruecos (máxima autoridad del ejército español destacado en Marruecos), General
Berenguer, decidió atacar a Abd-el-Krim en una expedición suicida que puso en peligro todo el protectorado
y se saldó con una terrible derrota, el desastre de Annual, donde todos sus hombres (12.000) fueron
masacrados por los rifeños. En Madrid el parlamento pidió responsabilidades y se inició un expediente, el
expediente Picasso, que nunca llegó a verse por el golpe de Primo de Rivera. Pero durante la investigación
sonó el nombre del rey, pues algunos consideraban que Silvestre, amigo personal del monarca, actúo en
contacto con Alfonso XIII saltándose el escalafón. Tanto el desastre como la investigación posterior
causaron un profundo malestar en el ejército.

En esa situación, el Capitán General de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, con el beneplácito del Rey,
proclamó el estado de guerra en septiembre de 1923. El rey se negó a destituir a los sublevados y el gobierno
dimitió. Alfonso XIII entregó el poder a Primo de Rivera consumándose el golpe de estado. La constitución
de 1876 quedaba suspendida y se abría un abismo entre la monarquía y la clase política que la había
sostenido.

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