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4.

Narrar los orígenes de la tradición científica occidental

5. Caracterizar la medicina del mundo antiguo

Desarrollo:

4. Lo bueno de las coordenadas geográficas es que, exceptuando dos puntos del globo,
siempre se puede decir que un sitio está al oeste de algo. Los inicios de la ciencia
occidental, de David C. Lindberg, se beneficia de esta circunstancia. Trata del saber
filosófico, matemático y natural, entre el Pleistoceno y el siglo XV, en zonas muchas de
las cuales no son europeas o lo son marginalmente, como por casualidad. En la
Antigüedad, Asia empezaba al este del Nilo, y África, al oeste. Durante los primeros
tres milenios de historia, la acción se desarrolló por aquellos pagos, principalmente en
lo que hoy es Irán, Irak, Turquía, Siria y Egipto, de los que sin duda se puede decir que
están a occidente (del Japón, pongamos). Luego se difundió a las islas y penínsulas
adyacentes, donde los griegos dieron un nuevo formato a la escritura y al saber, pero los
griegos estudiaban con los babilonios y los egipcios, no con los oxonienses o los
salmantinos. Durante aún otro par de milenios, el saber irradió desde allí al oeste y al
este, primero por la colonización del Mediterráneo y luego por las conquistas de los
mahometanos. Bien es verdad que, a partir del siglo XII, la parte (esta vez sí) occidental
de este mundo letrado empezó a mostrarse más dinámica que la oriental. Pero todavía
en el siglo XV de nuestra era, Ulugh Beg, nieto de Tamerlán, fundó a tiro de piedra de
la China el observatorio de Samarcanda. Sus astrónomos inventaron las fracciones
decimales y, con un error de entre dos y cinco segundos de arco, llevaron las
observaciones astronómicas a un grado de precisión al que sólo se acercaron en la parte
occidental un siglo más tarde. De manera que la mayor parte del libro se ocupa de cosas
que ocurrieron en un área del mundo centrada sobre el meridiano 30 o E (Alejandría,
Bizancio), con ramificaciones en Toledo y Samarcanda, a unos 35 o a occidente y
oriente. Llamar a todo esto «occidental» se antoja arbitrario y es más un reflejo de lo
que pasó mucho después, cuando las «religiones del libro» cristalizaron en dos tipos
diversos de sociedad, con burgos, gremios y universidades dotadas de jurisdicciones
independientes la una, y escasamente secularizada la otra.

Por la época en que Mozart componía el tercer movimiento de su Sonata K. 331, alla
turca, los otomanos acampaban al otro lado del Danubio, que era, sí, la frontera entre
dos mundos. La denominación occidental alcanzó su fruición más tarde aún, cuando la
ciencia iniciada en la confluencia de Eurasia y África emigró al Nuevo Mundo y el
Viejo se dividió por el Oder en Occidente y Oriente, designaciones políticas con nombre
geográfico. Proyectar estas gracias modernas y contemporáneas sobre la Antigüedad y
la Edad Media resulta al menos pintoresco en estos tiempos de multiculturalismo y
apertura mental. Afortunadamente, el contenido es mejor que el título. Aun así, al tener
en mente lo que será la ciencia en la Europa moderna o en los países «occidentales»
contemporáneos, como si ese fuera el final necesario de la cadena de desarrollo, pierde
la ocasión de plantear siquiera el problema de qué era la ciencia en aquellas sociedades
antiguas y medievales, qué la sostenía y qué funciones desempeñaba. De este modo,
carecemos de la menor pista de por qué la parte más atrasada tecnológica o
culturalmente, la Europa occidental, acabó reclutando a la ciencia como instrumento de
apropiación del mundo. Aunque sea trivial, debe repararse en que en el período
histórico en cuestión, la ciencia no servía para la navegación, la artillería, la minería, la
metalurgia o la industria en general. Exceptuando un poco de aritmética y geometría
elementales para el cómputo mercantil y algo de astronomía de posición para ajustar el
calendario, la ciencia no servía para nada; o, mejor dicho, el saber científico servía más
bien para el tipo de cosas para las que servían la literatura, la poesía, la teología o la
filosofía.

El gran atractivo de la obra es que el autor explica con singular facilidad los aspectos
técnicos de las ciencias matemáticas y naturales que conforman las culturas antiguas y
medievales junto con los aspectos religiosos o filosóficos, no menos técnicos, de esas
mismas culturas. Tiene sin duda la suerte de escribir sobre un tiempo en el que, como
decía Don Quijote, «todas las cosas eran comunes», de las matemáticas a la teología.
Por ejemplo, la última personalidad matemática de la Antigüedad, Hipatia de Alejandría
(370-415), escribió comentarios a las obras matemáticas superiores de Apolonio,
Ptolomeo y Diofanto; pero esta dedicación tan «de ciencias» no le impidió desempeñar
otras rabiosamente «de letras», como la dirección de la escuela neoplatónica de
Alejandría. Desgraciadamente, se han perdido sus obras, por lo que no sabemos cómo
combinaba las ecuaciones diofantinas con las doctrinas de Plotino, en las que el Uno
indiferenciado y sin cualidades «efulgura» la Inteligencia y ésta, el Alma, en una
«procesión» que convierte el mundo en un conjunto animado transido de simpatías.
Menciono el caso por dos motivos: para mostrar la unidad de todo el saber durante todo
el período estudiado y para señalar la inexplicable ausencia en este libro de Plotino, un
autor cuyos filosofemas arrebataron a tantos matemáticos, desde Hipatia hasta Newton,
quien fue justamente acusado por Leibniz de confundir a Yahvé con el alma del mundo
de los neoplatónicos, tradición que se tiene en cuenta aunque no se mencione a Plotino.

Matemáticas, astronomía, filosofía, teología y política eran acerbo común de los


intelectuales que las tomaban en serio por igual. Al final del período contemplado por
Lindberg, Bizancio cayó en manos de los turcos y el cardenal Juan Bessarión vino a
Europa desde Trebisonda para organizar una cruzada. De paso promovió la traducción
del Almagesto de Ptolomeo, ya conocido a través de los árabes pero no vertido del
original con los altos niveles filológicos y científicos humanistas. En realidad, ya existía
una traducción del griego hecha un par de lustros atrás por su compatriota y rival, Jorge
de Trebisonda, a quien odiaba por su aristotelismo crítico con Platón. Bessarión entró en
contacto con los mejores astrónomos latinos, los vieneses Georg Peuerbach y Johannes
Regiomontano. Peuerbach murió al año siguiente y Regiomontano tres lustros más tarde
(sin terminar la tarea), según las malas lenguas, envenenado por los hijos de Jorge de
Trebisonda. Por anecdótica que sea, esta historia muestra el carácter inextricable de
religión, política, literatura, filología, filosofía natural y matemáticas en aquella época.
Una de las grandes virtudes del libro de Lindberg es ofrecer todo ello como otros tantos
rabiones y remolinos en el torrente común de la cultura humana. La unidad del saber y
la cultura no iba a durar mucho, pero aún un siglo más tarde, el hijo de una bruja y un
ocasionado, como decían nuestros clásicos y aún en nuestros días los corridos
mexicanos, fue a estudiar teología a Tubinga con la intención de enderezar la tendencia
familiar haciéndose clérigo. Se llamaba Johannes Kepler. Cuando las autoridades
luteranas lo enviaron a Graz a dar clases de matemáticas, no encandiló a sus estudiantes,
pues de unos pocos el primer año paso a ninguno en el segundo. Para ganarse el
sustento hubo de dar clases sobre retórica y Virgilio. Este libro es la mejor introducción
a la ciencia emanada de las culturas procedentes del área de los viejos imperios que,
andando el tiempo, inspiraría la ciencia europea de la revolución científica de los siglos
XVI y XVII, aunque eso no se sabía entonces y resulta irrelevante. Por eso Grecia
aparece aquí dialogando con Babilonia y Egipto, mientras que la Edad Media se reparte
entre las tradiciones mahometana y cristiana, que inicialmente eran muy parecidas en la
ideología fundamentalista. Sin embargo, los conquistadores musulmanes se encontraron
con tradiciones científicas llevadas a cabo por diversas escuelas que toleraron y de las
que aprendieron mucho, como los nestorianos de Yundishapur, o los sabeos de Harrán,
a los que pertenecía Tahbit ibn Qurra, y sólo a partir del siglo XII se pusieron
generalizadamente picajosos con la ciencia y el saber extranjeros que hasta entonces
habían tolerado sin incorporarlos al mahometismo. Sin embargo, los cristianos hubieron
de establecer compromisos institucionales desde el principio con el paganismo. Aunque
Clemente de Alejandría, Orígenes o Lactancio fuesen muy obcecados con el saber (este
último se oponía a la esfericidad de la Tierra porque entonces el trigo crecería para
abajo en los antípodas), el cristianismo no conquistó el imperio romano con la espada,
sino que se insinuó en la élite de un estado ya hecho, con sus estructuras jurídicas, sus
instituciones y su filosofía, por lo que tuvo que adaptarse a ellas. Incluso durante siglos
no había más textos en las escuelas que los paganos. Esto es, los Padres debieron leer a
Platón y aprender la lógica de Aristóteles, por lo que a la larga terminaron haciendo
teología dialéctica y razonando sobre el poder, la iglesia, el estado y la cosmología.

Así pues, aunque las primeras sociedades islámicas fueron mucho más refinadas
técnica, artística y científicamente que la cristiana, ésta hubo de desarrollar una mayor
complejidad política, jurídica e institucional, que es una de las claves, siglos más tarde,
del dominio de la cristiandad sobre el resto del mundo. Un ejemplo de ello es la
diferencia entre las instituciones de la madrasa y la universidad, que fue crucial para la
inserción social de la ciencia 1. Por eso, aunque el objeto principal del libro sea la
ciencia, ésta se inserta en el contexto global de la sociedad, ya que a lo largo de las
páginas queda claro que las ciencias de la naturaleza no fueron un elemento extraño que
se opusiese o a lo sumo se yuxtapusiese a las «humanidades», la ética, la política, la
retórica o la religión, sino que era una parte integral, cuando no central, de la cultura
total humana. Tal vez los animales jueguen, canten, hablen y hagan pactos y acuerdos
políticos realmente sutiles 2, pero ninguno hace ciencia. En realidad, ni siquiera todas
las culturas humanas practican una actividad tan delicada y evanescente como la
ciencia. Aquí se puede ver cómo ciertas etapas y lugares permitieron el desarrollo
fructífero de la ciencia para perderse o decaer años más tarde; cómo, al capricho de los
Ptolomeos, se desarrolló en Alejandría uno de los períodos más brillantes de la cultura
científica y filológica, para decaer con el fundamentalismo cristiano y los monjes
fanáticos del desierto de Natria azuzados por Cirilo contra Hipatia; cómo una
civilización, la islámica, que llevó la ciencia a alturas desconocidas para los clásicos, la
dejó luego estancarse, y cómo paulatinamente y sin pretenderlo, las instituciones
europeas ofrecieron un soporte institucional que hizo de ella una actividad continuada,
cuya desaparición se tornó prácticamente imposible cuando, fuera ya del período aquí
cubierto, la ciencia se conectó con la artillería, la navegación, el comercio y la industria.
Así pues, el lector de este libro no sólo se enterará de las condenas que hizo el obispo
Tempier de algunas tesis de alcance cosmológico y físico, o de la expansión y
transformación política del islam, sino también, y sobre todo, de cómo era la teoría de la
visión de Alhazén, la astronomía de Ptolomeo, la fisiología de Galeno o la teoría del
arco iris de Teodorico de Friburgo, que es, después de todo, de lo que trata la historia de
la ciencia. Pero lo hará sin lágrimas, pues todo está contado al alcance «del hombre
culto y la mujer sensible» (como rezaba la propaganda de las obras de Ortega y Gasset).
No obstante, quien quiera habérselas con los detalles de las anomalías planetarias, con
las diferencias entre la ley del plano inclinado de Pappo y Nemorario y con otras
exquisiteces similares, encontrará en la excelente bibliografía guía bastante para
proseguir con sus inquietudes. Este es un libro de historia en el más simple y noble
sentido de la palabra: cuenta llanamente qué pasó. En las universidades de nuestro país
la historia de la ciencia suele investigarse y enseñarse en las facultades de medicina y en
algunas de ciencias y de filosofía, mientras que en otros países una buena parte de la
investigación se hace también en las facultades de historia. Tal vez este libro pueda
contribuir a que los historiadores de aquí, amén del público general, entiendan que la
ciencia es una parte considerable de la cultura humana, de las «humanidades»,
independientemente de que en determinadas épocas haya sido también crucial para la
industria, el comercio y la economía. A ello contribuirá, sin duda, la corrección y aun
elegancia con que el texto está vertido al español, no menos que la adaptación de la
bibliografía, en la que se señalan las obras de consulta más accesibles a nuestros
lectores.

5. Uno de los aspectos de gran interés en la historia de la medicina es la relación que


siempre ha existido entre la medicina y la cultura y su connotación en la misma. En el
presente artículo se hace referencia, de forma muy específica, a Esculapio y la
significación que ha tenido desde el punto de vista cultural a través de los tiempos.

Como es conocido, la medicina de la Grecia antigua tenía una sólida base mágico-
religiosa, lo que puede verse en los poemas épicos "La Ilíada" y "La Odisea", que datan
de antes del siglo XI a.C., lo que pone de manifiesto, ya desde ese entonces lejano, el
vínculo que ha existido entre medicina y cultura, al estar presente y quedar reflejado en
ese modo de expresión literario.

El dios griego de la medicina era Asclepíades. El Dios Asclepios (Esculapio para los
romanos) forma parte de las tradiciones más reconocidas, y su simbolismo está
relacionado no solo con los Dioses griegos y con la relación que establecía entre el
mundo divino, mítico, y el humano, sino que resulta fácil encontrar parentescos con los
egipcios en primer lugar, y con todos aquellos que han asumido la misión de velar por la
vida humana.3 Se dice que Asclepios participó en la batalla de Troya, junto con sus
hijos Podaleiro y Macaón, considerados también como excelentes médicos.

Según la leyenda, Asclepíades fue hijo de Apolo, quien originalmente era el dios de la
medicina, y de Coronis o Corónides, una virgen bella pero mortal.1,5 Un día, Apolo la
sorprendió bañándose en el bosque, se enamoró de ella y la conquistó, pero cuando
Coronis ya estaba embarazada su padre le exigió que cumpliera su palabra de
matrimonio con su primo Isquión. La noticia de la próxima boda de Coronis se la llevó
a Apolo el cuervo, que en esos tiempos era un pájaro blanco. Enfurecido, Apolo primero
maldijo al cuervo, que desde entonces es negro, y después disparó sus flechas y, con la
ayuda de su hermana Artemisa, mató a Coronis junto con toda su familia, sus amigas y
su prometido Isquión. Sin embargo, al contemplar el cadáver de su amante, Apolo sintió
pena por su hijo aún no nacido y procedió a extraerlo del vientre de su madre muerta
por medio de una operación cesárea. Así nació Asclepíades, a quien su padre llevó al
monte Pelión, en donde vivía el centauro Quirón, quien era sabio en las artes de la
magia antigua, de la música y de la medicina, para que se encargara de su educación.
Asclepíades aprendió todo lo que Quirón sabía y mucho más, y se fue a ejercer sus artes
a las ciudades griegas, con tal éxito que su fama como médico se difundió por todos
lados. La leyenda señala que con el tiempo Apolo abdicó su papel como dios de la
medicina en favor de su hijo Asclepíades. Además, Plutón, el rey del Hades, lo acusó
con Zeus de que estaba despoblando su reino, por lo que el rey del Olimpo destruyó a
Asclepíades con un rayo.

Una parte de la medicina de la Grecia antigua estuvo siempre referida al culto a


Asclepíades. Entre las ruinas griegas que todavía pueden visitarse en la actualidad,
algunas de las mejor conservadas y más majestuosas, se relacionan con este culto.1 En
Pérgamo, Efeso, en Epidauro, en Delfos, en Atenas y en otros muchos sitios más,
existen calzadas, recintos y templos así como estatuas, esculturas, lápidas y museos
enteros que atestiguan la gran importancia de la medicina mágico-religiosa entre los
griegos antiguos,1 de donde puede inferirse la estrecha vinculación que ha tenido y tiene
esta medicina con la cultura, en muchas partes del mundo. En la actualidad, en fecha
muy reciente, fue restaurada la escultura griega de Esculapio encontrada en Empúries
hace ya más de 100 años, y se expuso en el Museo de Badalona hasta el día 28 de
febrero de 2008.

Ampurias fue una antigua ciudad griega y romana situada en el noreste de la península
Ibérica, en la comarca gerundense del Alto Ampurdán. Fue fundada en 575 a. C. por
colonos de Focea como enclave comercial en el Mediterráneo occidental.
Posteriormente fue ocupada por los romanos, pero la ciudad fue abandonada en la Alta
Edad Media. Los yacimientos arqueológicos de Ampurias se encuentran sobre el golfo
de Rosas, en el municipio de La Escala en la provincia de Gerona y son unos de los
restos griegos más importantes de España.

La nueva imagen de la estatua se ha podido ver en el Museo de Arqueología de


Cataluña, en el marco de la exposición "Esculapio, el retorno del dios", que recibió a
miles de visitantes, como ha sido señalado.

"El Esculapio" inició así su camino de retorno en Empúries, que coincidió con el
centenario del comienzo de las excavaciones arqueológicas.

"El Esculapio" está considerado la mejor escultura clásica encontrada en el


Mediterráneo occidental. Los últimos estudios le atribuyen una antigüedad de más de 2
200 años. Se encontró al yacimiento de Empúries en el año 1909 en el curso de las
excavaciones que se estaban llevando a cabo bajo la dirección del arquitecto,
arqueólogo, historiador del arte y político Josep Puig i Cadafalch. Se encontraron
diversas partes y fragmentos de esculturas, dos de los cuales correspondían a la parte
inferior y superior de una misma estatua, que se identificó en aquel momento como "El
Esculapio". El hallazgo tuvo una gran repercusión y un gran impacto popular. La estatua
se convirtió en un símbolo de las raíces helénicas de la cultura catalana, lo que pone una
vez más de manifiesto la interrelación y, a la vez, la importancia que hay entre medicina
y cultura -a través de los tiempos- a lo que se hace referencia en este artículo.

Como se señaló con anterioridad, los pacientes acudían a los centros religiosos
dedicados al culto de Aslepíades, en donde eran recibidos por médicos sacerdotes que
aceptaban las ofrendas y otros obsequios que traían, anticipando su curación o por lo
menos alivio para sus males.
En Pérgamo y en otros templos los enfermos dejaban sus ropas y se vestían con túnicas
blancas, para pasar al siguiente recinto, que era una especie de hotel, con facilidades
para que los pacientes pasaran ahí un tiempo. En Epidauro las paredes estaban
decoradas con esculturas y grabados en piedra, en donde se relataban muchas de las
curas milagrosas que había realizado el dios; los pacientes aumentaban sus expectativas
de recuperar su salud con la ayuda de Asclepíades. Cuando les llegaba su turno eran
conducidos a la parte más sagrada del templo, el abatón, en donde estaba la estatua del
dios, esculpida en mármol y oro. Ahí se hacían las donaciones y los sacrificios, y
llegada la noche los enfermos se dormían, sumidos en plegarias a Asclepíades en favor
de su salud. En otros santuarios los enfermos llegaban directamente al recinto sagrado y
ahí pasaban la noche.

En este lapso, conocido como incubatio por los romanos, se aparecían Asclepíades y sus
colaboradores (sus hermanas divinas, Higiene y Panacea, así como los animales
sagrados, el perro y la serpiente), se acercaban al paciente en su sueño y procedían a
examinarlo y a darle el tratamiento adecuado para su enfermedad. En los orígenes del
culto prevalecían los encantamientos y las curas milagrosas, pero con el tiempo las
medidas terapéuticas se hicieron cada vez más naturales: las úlceras cutáneas cerraban
cuando las lamía el perro, las fracturas óseas se consolidaban cuando el dios aplicaba
férulas y recomendaba reposo, los reumatismos se aliviaban con baños de aguas
termales y sulfurosas, y muchos casos de esterilidad femenina se resolvieron
favorablemente gracias a los consejos prácticos de Higiene.

No se sabe con precisión en qué consistían las curas, como se ha señalado.8 Ciertamente
las aguas tenían gran parte en tales curas, pues la región abundaba en termales. Otro
ingrediente muy usado eran las hierbas. Pero sobre todo se contaba con la sugestión que
se creaba con exorcismos y espectaculares ceremonias. Tal vez se recurría también al
hipnotismo y en ciertos casos a la anestesia, si bien no se sabe cómo la lograban porque
de las inscripciones resulta que Asclepios, más que un clínico, era un cirujano. Estas no
hablan, en efecto, más que de vientres abiertos a cuchilladas, de tumores extraídos, de
clavículas soldadas, de piernas torcidas enderezadas haciendo transitar un carro por
encima.

El caso más célebre de todos fue el de una mujer que, queriendo librarse de una tenia y
estando Asclepios ocupado en aquel momento, se había dirigido a su hijo quien,
teniendo como el padre la pasión de la cirugía, le separó la cabeza del cuello y con la
mano fue a buscarle la lombriz en el estómago. La encontró y la sacó. Pero luego no
pudo volver a poner la cabeza sobre el tronco de la desdichada, así que tuvo que
entregarla en dos trozos al padre, quien, tras haberle dado un capón al incauto
muchacho, se marchó. Esto también aparece escrito en una lápida.
Fue este dios socorredor, o por decirlo mejor, fueron sus sacerdotes los que
monopolizaron la medicina griega hasta el siglo v a.C. Solo en tiempos de Pericles
asomó la medicina laica, que se apoyaba, o pretendía apoyarse, en bases racionales, al
margen de la religión y de los milagros. Pero también esta novedad le vino a Atenas
desde fuera, o sea del Asia Menor y de Sicilia, donde se habían formado las primeras
escuelas seglares.

Según la mitología, Asclepios caminaba apoyándose en un bastón en torno al cual se


enroscaba una serpiente, que aparece siempre en sus representaciones gráficas Este
símbolo del bastón y la serpiente sigue usándose en la Medicina moderna, como muy
bien es conocido. La serpiente pertenece a la especie "culebra de Esculapio" (nombre
científico: Elaphe longissima). La serpiente ha sido por siglos un ente lleno de misterio
y de magia, que como se ha dicho, su caminar hipnotiza, su ataque aterra y su veneno
mata. También engaña y te hace un pecador prolífico como al padre Adán de la
mitología hebrea, a quien se le señala como directo responsable de la paternidad de los 5
000 millones de humanos en este planeta. Es temida y adorada en los mitos de
numerosos pueblos por su veneno, aunque también se la considera símbolo de vida, ya
que todos los años muda de piel. Gran parte de las culturas de la antigüedad la
consideraban una divinidad y, por lo tanto, le brindaban culto.4 También es considerada
símbolo de la prudencia, de la sabiduría, lo cual encierra la capacidad de la adivinación,
como se ha señalado.

Hacia 1 600 a. C., los habitantes de Creta, rendían culto a la diosa Serpiente, quien tenía
un santuario en el palacio de Cnosos, a quien le atribuían la propiedad curativa de la
Madre Tierra; sin embargo, es muy posible, que la presencia de la serpiente en la cultura
griega, tenga su antecedente inmediato en la cultura egipcia. Es de todos conocido el
gran prestigio del que gozaba la medicina egipcia en aquellos tiempos, así como
también es conocida la presencia del reptil en la simbología egipcia, (del tocado de
Cleopatra que tenía en la frente una víbora aspid (el suicidio de Cleopatra -según versa
la leyenda- fue por la mordedura de esta misma culebra).

Luego entonces, el culto a la diosa Serpiente del Santuario en el Palacio de Cnosos en


Creta se inspira con toda seguridad en la mitología egipcia quienes adoraban a la diosa
Hathor, a quien se le representa siempre con una serpiente.

Por otro lado, pero por el mismo rumbo, en Mesopotamia, el hijo de la divinidad Ninazu
aparece representado por una culebra. Como se habrán percatado, desde los orígenes de
la medicina en las culturas más antiguas y relevantes se ha relacionado con el reptante
animal, el cual se encuentra presente en logotipos de hospitales, facultades de medicina,
ambulancias, llaveros y otras manualidades. Y todo porque el griego Asclepio traía una,
enredada en una vara.

En la Grecia antigua, el médico o iatros era un sacerdote del culto al dios Asclepíades, y
su actividad profesional se limitaba a vigilar que en los santuarios se recogieran las
ofrendas y los donativos de los pacientes, se cumplieran los rituales religiosos
prescritos, y quizás a ayudar a algún enfermo incapacitado a sumergirse en el baño
recomendado, o a aconsejar a una madre atribulada sobre lo que debía hacerse para
controlar las crisis convulsivas de su hijo. Aunque el iatros era el equivalente del brujo o
chamán de la medicina primitiva, del asu asirio, del snw egipcio y del tícitl azteca, sus
funciones estaban mucho más restringidas que las de sus mencionados colegas, porque
él pertenecía a una sociedad mucho más estratificada y a una disciplina profesional
mucho más rigurosa.

En los museos de Éfeso, Pérgamo, Epidauro y Atenas (y en muchos otros museos


griegos), y también en el Museo del Louvre, en París, en el Museo Británico en
Londres, en el Museo Alemán en Munich, en el Museo de San Carlos en México, y
seguramente en muchos otros museos de otros países del hemisferio occidental, hay
estatuas de Asclepíades.

Sin embargo, su influencia en el ejercicio de la medicina duró más de 1 000 años, en


vista de que se inició en el mundo antiguo y se prolongó en la Grecia clásica, se
mantuvo en la época de Alejandro Magno, siguió durante Imperio romano y con él llegó
hasta el Medio Oriente, en donde persistió hasta los principios de la Edad Media,
después de la caída del Imperio bizantino y con la conquista de Constantinopla por los
árabes. Durante todo este prolongado período, las ideas médicas mágico-religiosas de
los asclepíades y las prácticas asociadas con ellas prevalecieron en el mundo occidental,
o por lo menos coexistieron con otros conceptos y manejos diferentes de las
enfermedades, que fueron surgiendo con el tiempo pero que no tuvieron la misma fuerza
para sobrevivir. Uno de ellos fue el sistema médico asociado con el nombre de
Hipócrates de Cos, quien vivió a principios del siglo v a.C.

Platón se refiere a Hipócrates como un médico perteneciente a los seguidores de


Asclepíades, y aparte de otras breves referencias por otros autores contemporáneos, eso
es todo lo que se sabe de él. Pero aunque su figura es casi legendaria, su nombre se
asocia con uno de los descubrimientos más importantes en toda la historia de la
medicina: que la enfermedad es un fenómeno natural. Como hemos mencionado, la
medicina primitiva se basa en el postulado de que la enfermedad es un castigo divino, o
una hechicería, o la posesión del cuerpo del paciente por un espíritu maligno, o la
pérdida del alma, o varias otras cosas más, que tienen todas un elemento común: se trata
de fenómenos sobrenaturales. De hecho, ésa es la razón por la que 105 antropólogos la
conocen como medicina primitiva. Pues bien, la tradición ha consagrado a Hipócrates
como el defensor del concepto de que las enfermedades no tienen origen divino sino que
sus causas se encuentran en el ámbito de la naturaleza, como por ejemplo el clima, el
aire, la dieta, el sitio geográfico y otros. La postura de la escuela hipocrática, de
renunciar a explicaciones sobrenaturales sobre las enfermedades y de buscar sus causas
en la naturaleza, no ocurrió en el vacío y tuvo en la historia de esta ciencia, gran
importancia.

Hasta aquí algunos aspectos histórico-culturales sobre Asclepios y su andar en la cultura


a través de los tiempos. En la actualidad muchos se preguntan: ¿Sigue vivo Asclepios?
¿Sobrevive aún su fuerza, sus poderes y su capacidad de presentarse ante los hombres
bajo una u otra forma? ¿Es acaso, en la actualidad, el mismo Sol el que brilla para los
hombres, poniendo luz en sus cuerpos enfermos y en sus almas oscurecidas por la
ausencia de la Sabiduría presente en épocas anteriores? Más que la reflexión y el
análisis que pueden dejarnos esa y otras preguntas e interrogantes que sin lugar a dudas
son de gran interés, el énfasis de este trabajo es destacar la importancia de los aspectos
culturales que tienen en la medicina muchos símbolos, creencias, convicciones,
actitudes y costumbres y su evolución a través de diferentes épocas y lugares.

Bibliografía:

Miguel Lugones Botell; Marieta Ramírez Bermúdez-(20/5/10) La medicina en la


antigüedad: Esculapio y la cultura

Recuperado en:

http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0864-21252010000200021

Carlos Solís Santos-(16/4/06) Dichosa edad y siglos dichosos: Los inicios de la ciencia
occidental. La tradición científica europea en el contexto filosófico, religioso e
institucional (desde 600 aC hasta 1450)

recuperado en:

https://www.revistadelibros.com/articulos/los-inicios-de-la-ciencia-occidental-de-
lindberg-historia-de-la-ciencia#:~:text=Trata%20del%20saber%20filos%C3%B3fico
%2C%20matem%C3%A1tico,%2C%20y%20%C3%81frica%2C%20al%20oeste.

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