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LA TERNURA DE DIOS

1.- ¡Feliz Noche Buena!


Tanto el evangelista Lucas como el profeta Isaías nos muestran al Niño que
ha nacido con palabras hermosas y llenas de contenido.

Toda la sabiduría y todas las promesas bíblicas están resumidas en estas


definiciones, en estas descripciones que se nos hace de Jesús. El es el
Salvador, el Mesías, el Señor.

Él es Maravilla de consejero, Padre Perpetuo, Príncipe de la Paz. Él es hoy,


esta noche y durante estos días santos del tiempo litúrgico de Navidad, el
niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Él es la grandeza de Dios en la realidad frágil, pobre, humilde, y tierna de un


niño que acaba de nacer, de un niño para el que su Madre apenas encuentra
lugar donde recostarle, un niño que, anunciado por los ángeles, es adorado
por unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turnos su
rebaño.

2.- La verdadera Noche Buena es la de Belén.


En ese niño, como escribe Pablo en su epístola a Tito, «ha aparecido la gracia
de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a
renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, llevando ya desde
ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que
esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro:
Jesucristo».

La Navidad es el tiempo de Dios, el tiempo de la Fe, el tiempo de la


Esperanza. De esa esperanza que es la salvación. Y no hay otra
Navidad…..Por más que nos empeñemos en banalizarla, edulcorarla,
maquillarla, disfrazarla y desnaturalizarla, viviendo y practicando tantas
veces una Navidad sin Dios. Y no hay otra Navidad que la Navidad de Belén,
la Navidad que el evangelista Lucas y el resto de los textos bíblicos de hoy y
de estos días nos relatan.
Algo muy distinto de las “otras navidades”. La verdadera Navidad es la
Navidad de la Esperanza. En estos tiempos de crisis económica y moral
debemos recuperar la Esperanza.

En esta “Noche Buena” Dios se hace Niño y se manifiesta en la pequeñez y en


pobreza para indicarnos el verdadero camino de la vida, la gran sabiduría de
la existencia y la gran y única esperanza que nos salva.

3.- Regalar consuelo y ternura.


Hagamos posible la esperanza con nuestros gestos y con nuestros detalles.
Esperanza es el nuevo nombre de la Navidad. Y a esa esperanza hemos de
comprometer nuestra vida.

Una vida sobria que significa también solidaridad, fraternidad y justicia


social, Una vida honrada en el cumplimiento de la entera ley de Dios, en el
respeto a los demás, en la equidad y cuyos otros nombres son también
solidaridad y fraternidad.

Una vida religiosa: una vida que descubra a Dios, al Dios revelado por
Jesucristo, al Dios de rostro y corazón humanos, que hoy, en Belén, en Jesús,
es el niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Una vida, sí,
sobria, honrada y religiosa.

Es decir, una vida abierta a Dios y dirigida al prójimo. Una vida cuajada,
rebosante y remecida de una esperanza que se basa en el amor de Dios y
que se demuestra en el amor al prójimo.

Hagamos posible la esperanza regalando no sólo cosas materiales, sino lo


que de verdad puede hacer felices a nuestros hermanos los hombres y
mujeres de nuestro tiempo:

– El regalo de escuchar. Pero realmente escuchar, sin interrumpir, bostezar


o criticar. Sólo escuchar. Y si te pones en el lugar de la persona que te cuenta
sus problemas o preocupaciones, lo estarás haciendo de forma genial.
– El regalo del cariño. Ser generoso con besos, abrazos, una palabra
amable, un apretón de manos. Con estas pequeñas acciones demuestras el
cariño por tu familia y amigos.
– El regalo de la sonrisa. Llena tu vida de imágenes con sonrisas, dibujos,
caricaturas, y tu regalo dirá «me gusta reír contigo»
– El regalo de una nota escrita. Puede ser un simple «gracias por
ayudarme». Un detalle así puede ser recordado toda una vida, inclusive
cambiarla.
– El regalo del reconocimiento. Un simple, pero sincero «estás guapísima
con ese vestido»; «has hecho un gran trabajo»; «sin tu ayuda nunca hubiera
terminado esta tarea»; «fue una cena estupenda»… pueden convertir en
especial un día ordinario.
– El regalo del favor. Todos los días procura hacer un favor. Y pedir las
cosas «por favor».
– El regalo de la gratitud. Una manera de hacer sentir bien a los demás es
decir cosas como “muchas gracias”; “que suerte tenerte cerca”.
4.- Hoy podíamos hacerle esta pregunta al Señor en nuestra oración
personal: ¿dónde y a quién puedo y tengo que llevar palabras y gestos
de consuelo y no lo estoy haciendo?
Dímelo Señor. Dame tu luz para darme cuenta y la fuerza para hacerlo. Que
yo pueda celebrar tu nacimiento sembrando esta estrella en el corazón de
aquel que vive a mi lado o que veo todos los días en mi trabajo.

Que de mis labios salgan palabras de consuelo y ternura, de mis manos


gestos de acogida, especialmente hacia los que más me cuesta, que suelen
ser los que necesitan más amor en sus vidas.

José María Martín OSA

EN SILENCIO, DIOS HACE DE LAS SUYAS

Sin ruido, pero con contenido. Sin fuegos artificiales, pero con mucho
fuego en su interior. Sin campanas, cava, turrón ni otras tantas cosas
vino el Señor. Lo hizo sin más dulce que Él mismo, sin más cava que el
licor del amor y sin más campanas que el revoloteo de unos ángeles que
proclamaban: ¡Gloria a Dios en el cielo que ha nacido el Salvador!
1.En esta noche lo grande se hace pequeño, lo inalcanzable se pone a la
mano y –el camino de la salvación– es una aduana abierta por el inmenso
amor que Dios nos tiene. ¿Qué tiene la Navidad que, hasta los más fríos,
parecen refugiarse en la familia, los sentimientos o un intento de ser mejor?
¿Sólo solsticio o luces que no dicen nada?

¡No! La Navidad es el amor de un Dios. Por eso, desde ese amor, ya no


tenemos. Dios se ha hecho fiador. Sale a nuestro encuentro y nos recupera.
En la cuna de Belén, en esta noche, Dios habla sin más palabras que su
deseo de conquistarnos.

En la cuna de Belén , en esta noche, el silencio de Dios nos conmueve y


remueve nuestras entrañas. ¡Gracias, Señor, por tu silencio! ¡Nunca tanto
silencio nos hizo tanto bien!

-El Dios, que siendo “YO” se hace como nosotros


-El Dios que está en los cielos y de una forma fulminante y comprometida
desciende hasta la tierra. ¿Para qué? Para compartir nuestros sufrimientos y,
esos sufrimientos, dignificarlos y santificarlos.
-El Dios que, tocando todo, respeta nuestro pecado y por lo tanto nos hace
comprobar la diferencia entre la luz y la oscuridad, la gracia o la
imperfección, el cielo o el infierno.
2.- En esta noche, los ángeles, interrumpen nuestro sueño. Algunos, como
los contemporáneos del Niño Jesús, no se percatarán de su nacimiento

Otros, cerrando sus corazones, serán reflejo de aquellas otras posadas que
dijeron ¡no! al paso de la Familia Sagrada

Y, otros más, entretenidos en sus cosas, en su mundo y mirando a otra


parte…serán incapaces de descubrir, ver y seguir el destello de una estrella
que conduce hasta el Dios Humanado.

¡Gracias, Señor!
Puede que, como los pastores, también nosotros veamos unos simples
pañales, un austero portal.
Puede que, como los pastores, nuestros ojos no descubran nada
extraordinario. Pero, es que en esa aparente invisibilidad del señorío de
Dios, está la dignidad de su pobreza y la pobreza en su grandeza. Sólo, con
un corazón sobrecogido por el misterio, podremos ver el prodigio que está
contenido en un mísero establo. Nunca, tanta riqueza, se hizo tan gran
mendigo para solicitar del hombre eso: cariño, amor, ternura, asombro,
respeto, adoración y fe.
En el silencio de una noche mágica Dios quiso transformar el mundo,
simplemente, haciéndose Niño. ¿Por qué nos empeñamos en romper el
mundo siendo demasiado adultos?

Javier Leoz

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