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< Familia Camacho Bohorguez, 1898 Andnimo ‘Tomado de catélogo “Memoria visual”, Banco de La Repablica, Bogot, 1977 La familia en Colombia Pablo Rodriguez En homenaje a Virginia Gutiérrez de Pineda COLOMBIA, PAfS DE REGIONES, cada una de ellas con particularidades socia- les y culturales especiales, hacen imposible reconocer la existencia de un tipo especifico de familia colombiana. No obstante, Virginia Gutiérrez de Pineda, la investigadora mas notable sobre esta institucién en el pats, luego de décadas de brillantes investigaciones, concluyé que al margen de la sorprendente variedad de formas y arreglos familiares existentes en cada region, sobresale su presencia historica. Extensa o reducida, fuerte o fragmentada, préspera o pobre, patriarcal 0, en ocasiones, matriarcal, autoritaria o afectiva, la familia, siempre la familia, se nos presenta como la entidad social mas distinguible en cada lugar de nuestra geografia, En la familia los colombianos han aprendido las maneras de set regio- nal, los gustos, el habla y el temperamento. En forma definitiva, la familia ha trazado el destino de cada individuo, pero también de nuestra estructura social; tanto en las pequefias poblaciones como en las grandes ciudades. La familia en Colombia, conviene reconocerlo, no ha tenido una historia facil ni feliz. La formacién de cada nuevo grupo familiar es una aventura. En su origen la sociedad colombiana anudé en forma compleja tres grupos étnicos y culturales: los indigenas, los negros y los peninsulares. La conquista y la coloniza- cién constituyeron el crisol donde se maceré el exterminio y el derrumbamiento de las sociedades indigenas, la importacién y explotaci6n de miles de afticanos, y el establecimiento de un grupo minoritario, pero triunfante, de espafioles con fuertes principios culturales. El choque y cruce de estos grupos, con sus distintas costum- bres, esparcieron en el territorio colombiano formas distintas de comprender y vivir la familia, Desde entonces hasta hoy la familia ha cumplido un papel central LA FAMILIA EN COLOMBIA | 247 248 enla vida de los colombianos: se la reconoce decisiva en las épocas de prosperidad de algunas regiones y definitiva para las personas en los momentos de desgracia. Una institucién asf deberia haber recibido mayor atencién de parte de los investi- gadores sociales. Lamentablemente no ha sido asf. Este ensayo resalta algunos de los hechos mas destacables de su historia LA EPOCA COLONIAL Durante la época colonial y, probablemente hasta décadas recientes, el vin- culo mas vivo de toda persona era el familiar, Esta importancia surgia del hecho de que en aquella sociedad ni la Iglesia ni el Estado concentraban la vida de los individuos, como si lo hacfa la familia. Incluso, casi toda la vida social de los individuos ocurria en familia. En la época no existian clubes, parques, cafés 0 bibliotecas donde conversar con los amigos y pasar el tiempo. Una de las pocas salidas de casa obligadas era a la misa dominical y se hacfa en grupo. Los goberna- dores, alcaldes y abogados no despachaban en oficinas, sino en sus propias casas. E] Alférez Real, la figura mas importante de cada ciudad, guardaba el pendén y el estandarte municipal en su casa. Las tiendas, las pulperfas y las fondas, eran el mismo lugar de vivienda de sus duefios, algo bien distinto de los actuales super- mercados y discotecas. Siendo un poco atrevidos, podria considerarse que una ciudad colonial colombiana no era més que un conjunto de familias unidas por vinculos de diversa indole. Un hecho que puede sorprender a muchos es el de que la familia de nuestros primeros tiempos no era numerosa, La imagen habitual de una familia de varias generaciones y muchos hijos es de una época mis reciente, probablemente de comienzos del siglo xx. Al menos hasta fines del siglo xvrt1, las familias estaban constituidas basicamente por los padres y los hijos. Corrientemente estos hijos no eran més de tres 0 cuatro. Hecho que no quiere decir que las madres no dieran a luz muchos hijos. Ocurrfa que, en forma fatal, mds de la mitad de los niftos que nacfan morfan antes de cumplir el primer aiio de vida. Y buena parte de éstos fallecia en el primer mes de nacimiento. Claro, algunas pocas familias, especial- mente de las élites, lograban escapar de esta fatalidad y se apertrechaban de ocho y diez hijos. Pero, también, la gente fallecfa mucho mas temprano que ahora. La expectativa de vida, particularmente de los hombres no superaba los cuarenta afios. Lo que hacfa que en pocas oportunidades se juntaran tres generaciones en una familia. Y, cuando las habia, casi nunca existfa la pareja de abuelos. Habfa la abuela, que sobrevivia en mucho a su marido, y pasaba sus tiltimos aftos junto a uno de sus hijos y sus nietos. Asi, familias numerosas y extensas existian en muy poca proporcién debido a los rigores de esta peculiar demograffa. Los grupos familiares de las ciudades en la época colonial tenfan una consti- tucién bastante variada. La mayorfa estaban conformados sélo por los padres, los LA FAMILIA EN IBEROAMERICA 1550-1980 hijos y la servidumbre. Pero, como lo hemos dicho, otros inclufan alguno de los abuelos. También habfa familias que se ampliaban con la presencia de una her- mana, madre soltera, 0 de un sobrino abandonado. Y, finalmente, habfa otras familias conformadas por hermanas 0 hermanos solteros y sin hijos. O, también, algunas ancianas que vivian acompatiadas de una o varias esclavas. En sintesis, la imagen perfecta y tinica de la familia compuesta por abuelos, hijos y nietos, no existfa en la realidad colonial. Cada casa, 0 mejor, cada familia, era un grupo humano, social, variado y diverso, pero reducido. La complejidad de las formas familiares de entonces sorprende por ciertos rasgos, que pensamos muy modernos. Un grupo muy notable de madres no eran casadas, ni convivian con los padres de sus hijos. Ademés, las viudas representa- ban un segmento numeroso de las madres de familia. Estos dos grupos, las madres solteras y las viudas, conformaban un segmento numeroso de las madres de cada lugar. Tanto que normalmente alcanzaban la tercera parte de las madres. Es decir que muchas familias coloniales carecfan de una figura y un sostén paterno. La madre soltera o viuda era un personaje muy corriente del pasado. Aunque, eran las mujeres més pobres, mestizas y mulatas, las que mds padecfan esta precaria condicién, El tamaiio abultado de las familias coloniales se debifa a los muchos sirvien- tes, esclavos y domésticos, que habfa en cada casa. Las familias de élite de una ciudad como Cali, Popaydn o Cartagena podian tener hasta cuarenta esclavos negros. En Tunja o Santa Fe de Bogotd no tenfan esclavos, pero sf servidumbre indfgena. Toda esta corte de sirvientes prestaba servicios, pero también daba sta- tus. No obstante, esta posesién y compaiifa no era exclusiva de las familias nota- bles; la gente de condicién media, y aun pobre, se servia de algtin esclavo. En cada casa vivia un grupo que no estaba conformado sélo por los parientes, a ellos se sumaban los sirvientes y huéspedes. imagindramos la distribucién de las formas familiares en las ciudades coloniales colombianas, advertiriamos que en torno a la plaza mayor, y en los barrios principales, se concentraban las familias de tres generaciones, las fami- lias que inclufan algtin pariente y la mayorfa de las parejas con hijos legitimos. En los barrios inmediatos, residencia de una especie de clase media, blancos de condicién modesta y mestizos de éxito, habitaban familias casi siempre com- puestas por los padres y los hijos. Finalmente, en los barrios lamados “arraba- les”, estaban las familias mas reducidas, donde las madres solteras y las viudas con hijos eran mayorfa. Este mapa, presentado asf, resulta tremendamente equi- vocado, aunque cumple uno de los criterios de la sociedad colonial: separar, diferenciar. Es necesario tener en cuenta que, en los barrios mas présperos de Cartagena de Indias y Santa Fe de Bogota, desde comienzos del siglo xv1t, los propietarios de los caserones de dos pisos alquilaban los cuartos inferiores para hacerse a una pequefia renta. En estos cuartos se instalaban corrientemente LA FAMILIA EN COLOMBIA 49 350 talleres de artesanos y tiendas de pulperia. Pero, también, vivfa gente pobre: viudas con hijos, ancianas solteras. En suma, ni los grupos raciales ni los grupos familiares vivian separados en la ciudad. En la sociedad colonial las formas fa- miliares nos aparecen permanentemente entremezcladas, integradas, debilitando los esquemas ideales del orden.’ Lo que distingue la familia colonial es su cohesién y las estrategias que elabora- ba para extender sus redes. Buscando defenderse de sus limitaciones reproductivas y de las incertidumbres econémicas, las familias fundaban su existencia en una rigurosa autoridad y disciplina. La racionalidad de los actos de la familia, la frialdad eer — Los de raudal, 1898 Benjamin de la Calle ‘Tomado del catélogo “Benjamin de la Calle” Banco de La Reptiblica, Bogoti, 1993 de las decisiones del padre, la obsecuencia demandada de los hijos, son apenas las imagenes externas de sus estrategias de sobrevivencia. Las familias encontraban en sus propios recursos los medios para conservar y ampliar su patrimonio. Las familias de élite dedicaban sus hijos a la administracién de estancias y negocios, 0, también, de distantes y azarosas explotaciones mineras. En ausencia de hijos va- rones, yernos j6venes y deseosos de hacer un patrimonio, aceptaban realizar esas tareas. En cierto sentido, la economfa era una proyeccién de los vinculos y las potencialidades familiares. Entre los artesanos, el trabajo era un asunto de fami- lia, en el que el padre orientaba las tareas que realizaban los hijos y otros aprendi- ces. Las herramientas de un herrero, un tejedor, un sastre o un carpintero, eran el patrimonio familiar, que los hijos aspiraban heredar a la muerte del padre. Entre muchos pequeiios agricultores la existencia cotidiana la decidfa, en forma apre- miante, el trabajo de todos. La economia de la sociedad colonial era, ciertamente, una economia familiar, Sélo muy tardiamente, al finalizar el siglo xvi, empeza- ron a surgir organizaciones basadas en principios distintos al parentesco. Las com- paiifas y corporaciones comerciales, compuestas por distintos socios y basadas en contratos notariales, se fueron imponiendo muy lentamente. * Una exposicién mas amplia de este razonamiento se puede ver en mi libro Sentimientos y vida familiar en el Nuevo Reino de Granada, siglo xvi11, Bogoté, Editorial Planeta, 1996. LA FAMILIA EN IBEROAMERICA 1550-1980 Aun la actividad administrativa y lo que constitufa la politica, tanto en las pequeiias villas como en las capitales de gobernacién, recibfan la impronta de los intereses familiares. Los cabildos municipales, concejos municipales de la época, atra‘an la aten- cién de las familias principales, bien por el status que daban a quienes tenfan un cargo, como porque de ellos podian extraerse beneficios politicos y econé- micos. Parecfa corriente que unas pocas familias monopolizaran los distintos cargos oficiales. En Popayan se repetian los apellidos Mosquera, Castrill6n, Larraondo, Valencia, mientras que en Medellin eran los Jaramillo de Andrade, Alvarez del Pino, Guerra Pelaez y Toro Zapata. La presencia de las familias en los cabildos era muy variada, podia ir desde coincidir en un mismo aio, en listintos cargos, el sefior de la casa y un hijo, hasta sumarse primos en diverso grado. Este hecho legé a ser tan fuerte que un historiador Ilegé a sugerir re- cientemente que si un visitante desprevenido pasara un dia frente a la casa del cabildo, y desde una de sus ventanas observara una de sus reuniones, podria pensar que asistia mds a un encuentro familiar que a una reunién de oficiales de la Corona.* Otra de las corporaciones notables de la época, las cofradias, vivian este peso de lo familiar. Las cofradfas eran instituciones muy fuertes, cuyos dos objetivos principales eran exaltar la devocin a un santo y ayudar a “bien morit” a sus miembros. Aunque el ingreso a las cofradias era individual, en la practica el reco- nocimiento social de las cofradias dependia de las familias que las conformaban. Esto, vale decirlo, atizaba las rivalidades entre las cofradias por el lucimiento en los festejos de Semana Santa. Competencias de figuracién, brillo y omato, que, en el fondo, no eran mas que manifestaciones de las competencias entre las fami- lias de prestigio y reconocimiento. Algunos de los distintivos mds visibles de las ciudades eran, en forma curiosa, familiares. Los grandes portales y escudos enclavados en lugar visible, eran refe- rencias principales de la geografia urbana. A cada casa la distingufa un apellido y un grupo familiar. En aquellos tiempos las calles no tenfan numeracién, pero el correo Hegaba sin extravios y las autoridades sabian donde vivia cada vecino. La iglesia, lugar sin reserva para todos los feligreses, también registraba los vinculos familiares de la ciudad. En las baldosas cercanas a los santos de mayor devocién eran enterrados los miembros de las familias prominentes, Sus nombres atin pue- den ser lefdos en las lapidas que sobreviven en iglesias de pueblo. Pero, incluso la misa era una reunién de familias. Ademds de que a misa se iba “en familia”, las * Diversos estudios de historia ejemplifican este hecho: Germin Colmenares, Historia Econémica y social de Colombia (1537-1719), Bogoti, Editorial Tercer Mundo, 5* edicién, 1999; Pablo Rodriguez, Cabildo y vida urbana en el Medellin colonial (1675-1730), Medellin, Universidad de Antioquia, 1992. LA FAMILIA EN COLOMBIA | 251 podta dar lugar a la suplantacién de un pretendiente. Para tener un mayor control sobre la calidad de los pretendientes ¢ impedir los fraudes, se exigié que los matri- monios fueran registrados en un libro especial, que debfa, desde entonces, existir en cada parroquia. La importancia ¢ impacto de las resoluciones del Concilio sobre el matrimo- nio son evidentes. En forma inmediata no transformaron radicalmente las cos- tumbres ni los habitos nupciales, pero con el tiempo, su incidencia ha sido indis- cutible, Tal que, aun hoy, los principios y los rituales matrimoniales en el mundo catélico se gufan por sus prescripciones. Familia Vargas Acero Bogoti, 1896 Anénimo Propiedad Familia Valencia Vargas ‘Tomado del catilogo “Fotografia en el Gran Santander” Banco de La Repiblica, Bogoti, 1992 En nuestro pafs, pocos afios después de fundada la capital Santa Fe de Bogota (1538) se levé a cabo un Concilio Sinodal organizado por su primer obispo, Fray Juan de los Barrios.’ Las constituciones de este Concilio se ocuparon principal- mente de determinar lo procedente a la conversién de los indigenas y a la predica- cién de la doctrina en sus pueblos. Una de las recomendaciones a los clérigos fue ensefiar a los indigenas, a manera de romance, la manera de signarse y santiguar- se con la sefial de la Cruz, debian explicarles el significado de la confesién, las obras de misericordia, las virtudes teologales, las oraciones del Pater Noster, Ave Maria, Credo y Salve Regina. Esas ensefianzas debian escribirse en una tabla colgada a la entrada de cada iglesia. En todo lugar debia realizarse misa los do- mingos y dias de fiesta de guarda. Para garantizar su realizacion debfa tocarse la campana durante un cuarto de hora, y dos alguaciles indios, los més cristianos y ladinos, pasarfan de casa en recoger a los naturales. El Sfnodo insistié en la urgencia de establecer una iglesia en los pueblos mayores de indios, desde los cuales se realizaran visitas a las poblaciones mas apartadas. Sélo de esta manera, decfa, podrfan desterrarse los sortilegios, hechicerfas y encantamientos propala- dos entre la poblacién. Igualmente, el Sinodo condené el habito de abrir tiendas » Ver Mario Germén Romero, Fray Juan de los Barios y la evangelizacién en el Nuevo Reino de Granada, Bogoté, Academia Colombiana de Historia, 1960. LA FAMILIA EN COLOMBIA | 253 “Y procurard el sacerdote que los novios y padrinos vengan bien adomados y traigan sus velas y ofrendas al sacerdote, y que aquel dia se aderece la iglesia con flores y otras cosas. Y hacerles decir al tiempo de casarlos estas palabras: Yo fulano recibo a vos, zutana, por mujer, y ella diga otras semejantes a él. Avisndoles que siempre tengan la voluntad de hacer lo que las palabras dicen”. Asf mismo, el catecismo recomendaba conocer cémo hacfan los indigenas sus rituales de matrimonio. Si los hacfan con palabras que se decfan de presente, si era por sefiales, 0 si era con regalos que se daban como demostraci6n de volun- tad. Le preocupaba también si los pretendientes en sus ritos tenfan libertad de consentimiento, y sino era el matrimonio una concertacién de los padres. El catecismo reiteraba a los parrocos que tomaran todo su tiempo y paciencia en explicar a los novios que el matrimonio era un sacramento que daba gracia, y que para obtenerla era necesaria la previa confesién y comunién. A esta explicacion debfa seguir la instruccién de la necesaria lealtad y fidelidad que se merecfan los cényuges. Llama la atencién que el catecismo reparara en aconsejar a las parejas cémo debian luchar contra la pasién de la carne, ¢ indicar que “el principal traba- jo de la mujer ha de ser dentro de la casa y el del marido ha de ser en el campo y fuera de casa”. En el Nuevo Reino de Granada ocurrieron otros dos eventos significativos para la divulgacién de las normas conyugales y familiares catélicas. El Sinodo Diocesano de 1606, bajo la direccién del arzobispo Bartolomé Lobo Guerrero y el Primer Concilio Provincial de Santa Fe, en 1626, regido por el arzobispo Fernan- do Arias de Ugarte.s Ambos eventos compusieron libros de resolucién que enfatizaron los dictados del Concilio de Trento y establecieron las normas de funcionamiento de la Iglesia. Los tiempos de inquietud sobre la evangelizacién y la doctrina empezaron a quedar atrés, para dar paso a los asuntos politicos de trato entre las Ordenes, y de las relaciones con la Audiencia. Estas politicas tuvieron éxito en el largo plazo en los pueblos de indios del altiplano central del pats. Segtin una minuc’ westigaci6n realizada reciente- mente sobre los libros de las parroquias de Sopé, Gachancipa, Tocancipa, Sesquilé y Guasca, la actividad misionera en los pueblos de indigenas encomendados pa- receria haber influido bastante en la vida matrimonial y familiar.* Los registros ensefian alta tasa matrimonial y elevada endogamia, tanto étnica como geografi- ca. Es decir, en estos pueblos habfa pocos solteros, se casaban pronto, y siempre + Ver Bartolomé Lobo-Guerrero, “Constituciones sinodales (1606)", en Revista Eclesidstica Javeriana (vol v), Bogoté, 1955; y Fernando Arias de Ugarte, “Concilio Provincial de Santa Fe (1635)”, en Revista Eclesidstica Javeriana (vol. v), Bogota, 1955, Ver Fern Vejarano, Nacer, casarse y morir. Un estudio de demografia histérica, Bogot, Centro de Investigacién sobre Dinimica Social, Universidad Externado de Colombia, 1998. LA FAMILIA EN COLOMBIA | 255 con otro indfgena del mismo pueblo. Igualmente, la ilegitimidad de nacimiento nunca superé el 12% de los nifios bautizados hasta 1850, ni los abandonados sobre- pasaron el 2,5%. Estas cifras ideales es claro que correspondfan a parroquias cer- canas a la capital, donde los intereses de los encomenderos y la propia estabilidad dela comunidad, mantenfan a raya la presi6n de los colonos sobre sus tierras y sus mujeres. Una realidad muy distinta se vivia en las ciudades. En ellas el matrimonio habfa adquirido arraigo entre las capas més hispanizadas de la sociedad. Entre los peninsulares y los blancos de la élite, como entre los mestizos acomodados, el matrimonio catélico era un principio basico. No asf, entre los mestizos pobres, los mulatos, los negros y los indfgenas, los cuales establecian preferentemente unio- nes de hecho. E] matrimonio catélico suponfa la coincidencia de una serie de factores complejos que no era facil concretar. Entre estos factores cabe destacar el estricto sentido endogamico (95%) que guiaba las uniones matrimoniales. En la Colombia de entonces lo corriente era que un blanco se casara con una blanca, un mestizo con una mestiza, un negro con una negra, un indigena con una ind gena; sdlo muy excepcionalmente, y entre estos tiltimos ocurrian enlaces que saltaran esta barrera. Raz6n por la que se encuentran elevadas tasas de solterfa femenina y masculina, mismas que alcanzaban el 60% y el 50% de mujeres y hombres en edad matrimonial. Esos mismos factores hacfan que en cada ciudad, entre el 20% y el 25% de las madres fueran solteras. Hecho que se corresponde con elevadas tasas de ilegitimidad de nacimiento, que oscilan entre el 45% y el 60% de todos los bautizados.’ Finalmente, el matrimonio colonial descansaba en diferencias notables de edad a favor del var6n. En promedio el var6n era entre 12 Y 15 afios mayor que su esposa, pero eran corrientes diferencias de 20 y hasta 30 aftos. Siendo muy extrafios los casos en los que la mujer era la mayor. Estas dife- rencias generaban una elevada viudez femenina, de la cual un grupo muy reduci- do contrafa nuevas nupcias. Bajo este patron matrimonial, la viudez femenina era casi natural. A nadie sorprendia. Pero, més alld de las normas y de la dimensién demografica del matrimonio, conviene recordar que se trataba de una decisién crucial en la vida de los indivi- duos y, especialmente, de las familias. En las familias de patrimonio los padres ejercian la patria potestad, vigilaban los movimientos de sus hijas y trazaban estra- tegias de uniones convenientes. [gualmente, habfa una fuerte consideracién de la promesa matrimonial; la comunidad y las autoridades castigaban severamente a quienes la incumplian y sacaban provecho de ella. El castigo era inmisericorde, especialmente cuando se trataba de un advenedizo social o un inferior étnico que 7 Al respecto ver Pablo Rodriguez, Sentimientos y vida familiar en el Nuevo Reino de Granada, siglo 256 xvit1, Bogoti, Editorial Planeta, 1996; Guiomar Dueiias, Los hijos del pecado. Ilegitimidad y vida familiar en la Santa Fe de Bogotd colonia, Bogoté, Universidad Nacional de Colombia, 1997. LA FAMILIA EN IBEROAMERICA 1550-1980 258 pasajeras, en un principio. Pero, en la medida que los enfrentamientos entre espa- ftoles e indigenas se atenuaron, estas uniones se fueron volviendo estables y dura- deras, convirtiéndose en una costumbre arraigada y admitida. Este hecho era tan fuerte que los frailes que acompafiaron a los conquistadores y se asentaron en las primeras fundaciones, s6lo atinaron a demandar que se acostaran con indias bau- tizadas. Los reproches y solicitudes de que se casaran encontraron en los conq\ tadores una resistencia absoluta. Asi, es falso que los conquistadores del territorio colombiano se hubieran casado con las hijas de los caciques, a pesar de la casi total ausencia de mujeres espafiolas. Prefirieron esperar a que éstas fueran Ilegan- do poco a poco, y, mientras, conservaron su amancebamiento con una o varias indias. Mujeres que fueron incorporadas a los ejércitos para cocinar y cargar. Después, en las villas y ciudades, lavaron, plancharon, cocinaron y parieron los hijos de los conquistadores que se quedaron.? Entendémonos, los espafioles Hegaron a amar a las indias, incluso apasiona- damente, pero no las consideraban propias para el matrimonio catélico. Un caso permite comprender mejor este hecho. Juan de Arévalo, soldado de Sebastién de Belalcézar, trajo una india peruana llamada Yumbo (que en lenguaje quechua significa danzante, bailarin, brujo), y a la que los espafioles llamaron Beatriz. Esta india, al parecer hermosisima, despertaba admiracién entre todos los sol- dados. Arévalo, su amo y amante, consciente de sus encantos, cuando decidié regresar a Espaiia no dudé en venderla a Herndn Pérez de Quezada por 700 castellanos de oro. Pérez de Quezada enloquecié de amor por Beatriz y fue esta pasién la causa de miltiples altercados con sus soldados. Alguno, dolido, lego a manifestar en un pleito que Pérez “... para comprarla habfa empefiado la mag- nifica esmeralda Espejo Grande”, y que “...mas queria el rabo de la dicha india que la conversacién con sus amigos”. E] hecho es que todos estos hombres mo- rian por Beatriz, pero ninguno pens6 jamas en hacerla su esposa. Convertida en objeto de placer y negocio, Beatriz, como muchas otras indias, debié aceptar callada su desarraigo y destino, sin comprender los hilos del mundo que la en- volvfan. E] prejuicio a contraer nupcias con las indias mostr6, no obstante, sus prime- ros reveses entre los segundones de la conquista. Mientras los capitanes y tenien- tes despreciaron las uniones con las indias, fueron los pecheros los que cedieron a legitimar sus concubinatos. Pero, ah!, hecho sorprendente, la primera indigena casada en nuestro territorio, Beatriz Bejarano, no era muisca, tairona, ni pdez, era ® Distintos de los comentarios que siguen los realizo a partir de la valiosa informacién contenida en varios libros de José Ignacio Avellaneda, La Expedicién de Gonzalo Jiménez de Quesada al mar del sur y la ereacién del Nuevo Reino de Granada, Bogoti, Banco de la Repiiblica, 1995; La Expedicion de Sebastidn de Belaledzar al mar del norte y su llegada al Nuevo Reino de Granada, Bogoti, Banco de la Repiiblica, 1993; La Expedicién de Alonso Luis de Lugo al Nuevo Reino de Granada, Bogoté, Banco de la Repaiblica, 1994 LA FAMILIA EN IBEROAMERIGA 1550-1980 mexica. E] conquistador Lucas Bejarano, que participé en la empresa mexicana junto a Hemén Cortés, llev6 a Beatriz en su recorrido por Guatemala, de allt pasaron al Peni, después a Quito ya Popaydn con Sebastidn de Belalcdzar. Fue el mismo Belaledzar quien en varias ocasiones refirié que estando herido de muerte Lucas Bejarano y ya en territorio Muisca, pidié al cura que lo casara con Beatriz. Lucas, pidi6 a Belaledzar, mientras morfa, que Beatriz. quedara libre, asi como Lucas, su pequefio hijo. En el mismo grupo de indios acompafiantes de Belaledzar, hoy lo sabemos, venfan dos nobles incas, los hermanos Francisca y Pedro Inga. De ellos, llega a decirse que eran sobrinos del emperador Huaina Capac. Familia Amaya Bolivar Tunja, 1920 Anénimo Copia de negativo gelatina vidrio ‘Tomado del catélogo “Memoria visual” Banco de La Reptiblica, Bogots, 1997 Francisca era la manceba del conquistador Juan Muiioz de Collantes y traian a su hija Mencia de Collantes. Esta nifia se cas6 unos aftos después en Santa Fe con Alonso de Soto, oriundo de Valladolid y también curtido en guerras de con- quista. Cansados, agotados y cincuentones, muchos conquistadores reconocieron sus hijos mestizos, especialmente a las mujeres. Fueron estas mestizas, hijas natu- rales nacidas en la conquista, pero hijas de espaiioles, las que contrajeron nupeias cristianas. Los soldados, que empezaron a dejar las armas y a convertirse en encomenderos y regidores, vieron plausible casarse con estas muchachas que, finalmente, Hevaban su sangre. Asi, los que eran solteros o viudos, 0 lograban pasar por tales, celebraron las primeras nupcias catélicas en las nacientes ciuda- des del Reino. Los hijos naturales varones de los conquistadores, sin embargo, corrieron con menos suerte. Aunque algunos pocos fueron Ilevados por sus pa- dres a Espafia y recibieron legitimacién. La ausencia total de mujeres espafiolas en las primeras décadas de la conquista favorecié que algunas de las primeras mestizas fueran reconocidas como dofias de primera calidad. Sus hijos fueron, a la vez, los primeros blancos de la tierra, que exigieron reconocimientos, ya que sus padres habian conquistado estos territorios para la Corona, eran cristianos antiguos y habian obtenido mercedes reales. Finalmente, cabe sefialar que las uniones de los conquistadores con las hijas de sus compadres duraban muy poco. Unos afios después aquellos morfan dejando a sus jévenes esposas los titulos de LA FAMILIA EN COLOMBIA | 259 personas, se convirtieron en un documento imprescindible; habfa que tenerlo a mano para demostrar Ia filiaci Uno de los vinculos a través de los cuales prosperé el mestizaje fue el aman- cebamiento. Este era una unién de hecho duradera, las ms de las veces estable- cida entre dos solteros. En las ciudades y en las pequefias poblaciones era corrien- te que una pareja concibiera uno o varios hijos y viviera en forma tranquila y aceptada en su comunidad. Quienes hablaban de ellos decian que se querfan como “marido y mujer”. Detalles, que no pasaban desapercibidos, eran que co- mfan en un mismo plato, que el hombre pasaba ratos buscando piojos en los cabellos de la mujer, y que como padre jugaba con sus pequerios hijos. Las fami- lias de amancebados no se distinguian en mucho de los casados por el rito catéli- co. Y, debe decirse, vivian en completa armonfa con sus vecinos y demés familia res. Conocemos la existencia y la vida de estas parejas porque en algtin momento fueron denunciadas ante los alcaldes o los curas. Un pleito o un mal entendido podia encender en alguien el deseo de desquitarse, hecho que lo hacia denun- ciando el amancebamiento por ser un escandalo “piblico y notorio”. La justicia condenaba y persegufa los amancebamientos s6lo cuando eran escandalosos y daban mal ejemplo. Asf que debemos entender que los amancebados, a pesar de las rigidas leyes que los condenaban, no siempre iban a la eércel, la mayorfa vivia su vida anénima y tranquilamente. El concubinato, por el contrario, era una unién episddica. El concubinato era la forma que adquirfan muchos adulterios. En el concubinato también habia la procreacién y la aceptacién de los vecinos. No obstante, los amancebamientos y los concubinatos eran relaciones fragiles, sumamente precarias. Puestas en cues- tidn o vistas con desprecio, estas parejas optaban por vivir en la clandestinidad y ocultar su condicién. Las mujeres sin un respaldo de la justicia eran presa facil del abandono. J6venes y cargadas de hijos, s6lo tenfan la opci6n de amancebarse con otros hombres, aumentando aun més su prole. Estas mujeres empezaron a conformar ese segmento femenino tan particular de nuestras sociedades, que tan- to interesan hoy a los académicos y a los gobernantes, las madres jefes de hoge Pero nuestro mestizaje tuvo otro componente: el mulataje. Aunque de menor proporcién y de arraigo mas regional, el mulataje fue una forma de mestizaje creciente. Los mulatos, hijos de blancos y negras, en uniones igualmente al mar- gen de las leyes, conformaron una poblacién numerosa e importante. Ciudades como Cartagena de Indias, Cali, Popayan, Cartago o Mompox tenfan en el siglo XVIII un distintivo mulato inocultable. Al igual que los mestizos de las ciudades andinas, los mulatos ejercfan los oficios y las artes de las ciudades. Las mujeres que en su mayorfa se ocupaban de labores domésticas, también realizaban tareas a domicilio y dominaban los puestos de los mercados y las ventas callejeras. Las mulatas Hegaron a despertar una pasi6n incontenible en los peninsulares y los criollos. Ciegos de amor por una mulata, abandonaban a sus esposas y a sus hijos, LA FAMILIA EN COLOMBIA | 261 362 haciendo caso omiso de sus reclamos y amenazas de Ilevarlos ante las autorida- des. En Santa Fe de Antioquia el rico hacendado Don Valentino de Areiza, hom- bre casado, fue multado en repetidas ocasiones por persistir en sus amorfos con una mulata. Pasién que no negaba, y se daba con libertad a asistir con ella a los fandangos y a pasearla en su caballo. El rigido visitador Antonio Mon y Velarde quiso poner freno a este concubinato y mult6 a Areiza con 100 pesos, ya la mulata la desterré a Marinilla, Hoy sabemos que de nada sirvieron tales medidas, pues, tiempo después, volvieron a sus felices andanzas. Los amorios entre los blancos y las mulatas siempre fueron vistos con prejuicio. De hecho, las autoridades los condenaban, asf fueran entre solteros. Y, en la vida corriente, los agraviados los acreditaban a los efectos envilecedores del sexo y la lascivia de las mulatas, cuan- do no, a sus filtros embrujadores. Las sorprendentes historias de amor de las ne- gras y las mulatas con blancos y patrones, siempre fueron vistas como artimaiias femeninas para obtener la libertad o mejores condiciones de vida en los limitados espacios coloniales. No obstante, el inexplicable empecinamiento en los encuen- tos y la inocultada pasi6n de sus caricias parecerian aludir a un sentimiento que, aunque genuino, nacia para colocarse al margen del sistema de valores vigente. La VIDA CONYUGAL Los sentimientos experimentados por los esposos de la época colonial no tie- nen ningtin misterio. Los archivos de cada ciudad poseen abundantes expedien- tes que registran la violencia que reinaba en muchos hogares. La sevicia y el mal- trato a los que sometian muchos maridos a sus esposas, parecerfan ser la constante de las relaciones conyugales. En el limite de lo soportable, y slo cuando la grave- dad de las lesiones recibidas les hacfa temer por su vida, las mujeres de entonces acudian a alguna autoridad para pedir su separacion y su custodia. Corrientemen- te, sus declaraciones y las manifestaciones de vecinos y testigos confirmaban la frecuencia de los castigos. En muchos casos, la sevicia era asociada al alcoholis- mo, aunque también al mal cardcter de los maridos. Los esposos, por su parte, lo justificaban alegando que la ley los autorizaba para corregir a sus mujeres. Esta ley, tanto jurfdica como cultural, era la ley de castigo.” Ley, que desde la Antigiie- dad, facultaba a los hombres para ejercer autoridad sobre sus dependientes (espo- sa, hijos y servidumbre), incluso con el castigo fisico. Este habito Ileg6 a adquirir dimensiones gravisimas en el siglo xv1t1, cuando fue bastante frecuente que en Santa Fe, Popayan o Medellin, fallecieran esposas a causa de los excesos en los castigos. En Antioquia, ha sorprendido a los investigadores, las esposas empeza- ron a cometer crimenes atroces contra sus maridos, como una reaccién desespe- ® Una reflexién sobre este tema, pr6xima a publicarse, la ha realizado Maria ‘Teresa Mojica, La ley masculina de castigo en Colombia: un estudio sobre la violencia doméstica (siglos xv111-X1X). LA FAMILIA EN IBEROAMERICA 1550-1980

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