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—Mejor que nunca —dije. Eran mis palabras pero mi voz era fuerte—. Gracias, Ralph, por hacer esto por mf. —Por cierto —dijo—, scédmo te Hamas? —3Cémo? —Necesitar4és un nombre nuevo. Podrias conservar tu anti- guo nombre, por supuesto, o un derivado. Pero podria causar confusién. Realmente ya no eres Adam. ;Qué piensas? Mi instinco fue cambiarme el nombre. Me ayudarfa a re- cordar que yo era una amalgama nueva. De cualquier manera, los hibridos estaban de moda. —:Cual sera? ~preguntd. —Me Ilamaré Leo Raphael Adams —dije finalmente—, eSue- na suficientemente majestuoso? —Depende de ti —respondid—. Bien. Se lo diré. Tienes dine- ro, gverdad? —Como me dijiste, suficiente para seis meses. —Me aseguraré de que recibas un pasaporte y un permiso de conducir con tu nuevo nombre. —Eso debe ser ilegal —dije. —éTe preocupa? —Me temo que si. De ninguna manera soy un hombre bue- no, pero en asuntos triviales tiendo a la honestidad. Eso es lo de menos, hombre. Est4s en un sitio en el que pocos humanos han estado alguna vez. Eres un laboratorio am- bulante, un experimento. Estas més alla del bien y del mal. —Bien, ya veo —dije~-. Los tedricos de la identidad tendran trabajo cuando se ocupen del experimento. Me tocé en el hombro. —Necesitas acostarte con alguien. Funciona, :verdad?, tu cosa. —No puedo expresar lo estupendo que es no mear en todas direcciones al mismo tiempo o sobre tus zapatos nuevos. Tan pronto como tenga una ereccién te [famaré. —la primera vez que tuve sexo con mi cuerpo nuevo todo volvié. Estaba con una chica rusa. Ella gritaba como un cerdo. —2Ah, si? 4G ~Esa noche supe que habia valido la pena. Que todos aque- llos afios, dia tras dia, viendo morir a mi esposa, se habian ter- minado. Esto era seguir adelante con gloria. Mi esposa no est4 muerta. Espero que no muera mientras yo estoy «fuera». —Estd bien ser infiel —dijo él-. No eres ttt el que lo hace. Hablamos un rato, pero yo estaba intranquilo y persistia en balancearme sobre las puntas de los pies. Dije que queria salir y caminat, menear mi nuevo culo y presumir. Ralph dijo que él habia hecho lo mismo. Me dejaria ir por mi lado tan pronto como pudiera. Pero primero tenfamos que hacer algunas com- pras. Ralph habja trafde un traje, una camisa, ropa interior y zapacos al hospital, pero necesitaria mds. —Mi hijo sdélo parece tener vaqueros, camisetas y gafas de sol —dije—. Fuera de eso, no tengo idea de lo que visten los chi- cos de veinticinco afios. —Te ayudaré —dijo—. Yo sélo conozco a chicos de veinticin- co anos. Me fotografiaron para mi pasaporte nuevo y luego Ralph me llevé a una tienda que formaba parte de una cadena. Cada yez que me encontraba frente al espejo del probador pensaba que habia un extrafio frente a mi. Mis pies estaban a una dis- tancia innecesaria de mi cintura. Ulrimamente encontraba difi- cil ponerme los calcetines, pero nunca me habia sentido des- acostumbrado a las dimensiones de mi cuerpo. Siempre sabia dénde encontrar mis pelotas. Me vesti con unos pantalones negros, una camisa blanca y ga- bardina, nada ostentoso ni a la moda. No deseaba expresar mi «yo». ;Qué «yo» hubiera expresado? Lo dnico que si compré y que siempre habja deseado pero nunca habja cenido, fue un par de pantalones de piel. Mi esposa e hijos se habrian puesto histéricos. Ralph se fue a un ensayo. Estaba ocupado. Aunque conten- to conmigo y con él mismo, su trabajo habia concluido. Queria seguir con su nueva vida. Observindome de nuevo en el espejo, tratando de acos- tumbrarme a mi nuevo cuerpo, me percaté de que mi cabello 47 estaba algo largo. No importaba el «yo» que fuera, no me senta_ ba bien. Me arreglaria. Habfa una peluqueria cerca de mi casa, por delante de la cual pasé casi todos los dias durante afios sin tener el valor de entrar. La gente era joven, las mujeres tenfan el ombligo descu- bierto y con piercings, y el ruido era espantoso. Ahora, mien- tras la chica cortaba mi cabello grueso y parloteaba, mi mente rebosaba de emociones, maravillas y preguntas. Habjia aceptado répidamente el convertirme en un Cuerponuevo para no echar- me atras. Desde la operacién, me sentia euférico; esta segunda oportunidad, esta amnistia, me habja hecho sentirme bien y contento de estar vivo. La edad y la enfermedad te vacian, pero nunca eres consciente de cudnta energia has perdido, de cudnta preparacién mental requiere la muerte. Lo que no sabfa, y estaba a punto de descubrir, era el efecto que provocaba ser joven otra vez en un cuerpo nuevo. Disfruté probando mi nueva personalidad con la peluquera, inventando- me. Le dije que era soltero, criado en el oeste de Londres, y que habia estudiado filosofia y psicologia; que habia trabajado en restaurantes y bares, y ahora estaba decidiendo qué hacer. ~:Qué has pensado? —pregunité. Le dije que estaba pensando en irme; estaba harto de Lon- dres y querfa viajar. Estarfa en la ciudad unos dias mds, antes de partir. Mientras hablaba, senti por dentro una oleada o un gran impulso, no sabia hacia qué, pero si sab{fa que se trataba de pla- ceres. Saliendo de la peluquerfa vi a mi esposa, al otro lado de la calle, arrastrando su carrito de la compra. Parecfa mas cansada y fragil que en mi recuerdo. O quiza estaba regresando al modo de ver de los jévenes, en el que los viejos son como una raza en la que todos parecen iguales. Posiblemente necesitaba traer a la memoria que la edad en si misma no era una enfermedad. Recordé haber hablado con ella la semana anterior, en la cama, semidormido, con un ojo abierto. Veia sélo parte de su garganta, cuello y hombro, y habia observado su piel pensando que nunca habja visto algo més importante ni mas hermoso. 48 Ella eché un vistazo a través de la calle. Yo me congelé. Por supuesto, sus ojos pasaron sobre m{ sin reconocerme. Siguiéd su camino. Siendo, en cierto sentido, invisible, y, por tanto, omunis- ciente, podfa espiar a los que habia querido, o incluso utilizar- los y burlarme de ellos. Me habia condenado a una soledad desagradable. Aun asi, seis meses eran una porcién pequefia de vida. ;Cual seria el propésito de mi nueva juventud? Habfa Ile- vado una vida interior inquieta e innecesariamente dolorosa pero, a diferencia de Ralph, no me sentia insatisfecho ni habfa deseado ser violinista, audaz explorador, o aprender a bailar el tango. Habia tenido proyectos en abundancia. Supuse que mi azoramiento era como el de los jévenes que recientemente han dejado la escuela y la casa. Cuando ensefaba a los jévenes escritura «creativa», su excesiva aprensién por la sestructuray me confundia. Sdlo cuando vi que se referfan tan- to a su trabajo como a sus vidas empecé a comprenderlos. Bus- car la «estructura» era como preguntarse: ;Qué quieres hacer? ¢Quién quieres ser? Lo unico que podian hacer era tomarse el tiempo para averiguarlo. Tal experimento no era algo que yo me hubiera permitido vivir cuando tenia veinticinco afios. A esa edad yo pasaba de la hiperactividad a la depresién enervan- te; esperaba que en una estuviera el remedio de la otra. Si mi deseo apuntaba, esta vez, hacia alguna direccién en concreto, tendria que descubrir de qué se trataba; si es que, de hecho, habia algo que descubrir. Quizd en mi vida anterior ha- bfa estado constrefiido en exceso por la ambicién. ;No habian sido mis necesidades muy estrechas, muy concentradas? ‘['al vez ahora no era cuestién de encontrar una cosa grande, sino de probar muchas pequefias. Lo harfa de otra forma, pero jpor qué creer que lo haria mejor? Esa tarde me cambié de hotel, buscaba algo mds pequefio y menos transitado. Comi tres veces y me fui temprano a la cama, atin me sentia un poco atontado por la operacién. Al dia siguiente lucia el sol y me despercé de excelente hu- mor, Sin Hegar a tener la determinacién de Ralph, no me falta- 49 ba el entusiasmo. Lo que fuera a hacer ese dia lo harfa con ple- na disposicién. Alli estaba yo, caminando por la calle, haciendo compras para el viaje que finalmente hab{a decidido hacer, cuando dos hombres gays, en la treintena, comenzaron a saludar y gritar desde el otro lado de la calle. —jMark, Mark! -llamaban, directamente hacia mi—. jEres cd!, jc6mo estas}, jte hemos extrafiado! Yo miraba a mi alrededor. No habia nadie mds a quien pu- dieran dirigirse. Quiz4 mis pantalones de cuero ya estaban, cau- sando efecto en la gente. Pero era algo mas que eso: la pareja se movia entre los coches, con los brazos extendidos. Consideré correr —pensé que podfa fingir que hacia ejercicio—, pero esta- ban casi sobre m{. Sélo me quedaba encararlos mientras me sa- ludaban calurosamente. De hecho, ambos me abrazaron. Por suerte, hablaban sin descanso y, casi por entero, de ellos mismos. Cuando conseguf decirles que estaba a punto de irme de vacaciones, ellos me dijeron que también se iban de viaje con unos amigos, un artista y un par de bailarines. —Tu acento ha cambiado también —dijeron—. Muy britdnico. —Es Londres, querido. Ahora soy un hombre nuevo —expli- qué—. Una reinvencién. —Estamos muy contentos. Entendi que la ultima vez que nos hab{amos visto, en Nue- va York, mi estado mental no era muy bueno, por lo que ahora se alegraban al verme de compras por Londres. Ellos y su circu- lo de amigos hab{an estado preocupados por mi. Sobrevivi a esto y pronto nos deciamos adiés. Los dos hombres me besaron y me dieron abrazos. —Y tienes buen aspecto —agregaron—. No haces pasarela, jo si? —Por ahora no —dije. Uno de ellos dijo: —Pero no estas haciendo la otra cosa, ;0 sf?, por dinero. —Oh, de momento no. —Te estaba volviendo loco. —Si, si —dije—. Creo que si. —Lastima que la idea del grupo musical de chicos no fun- cionara. Sobre todo después de que pasaras la audicién con aquella cancién tan rara. Muy inestable, supongo. —iTe gustaria tomar una copa con nosotros? De zumo de naranja, por supuesto. ;Por qué no? -Si, si —dijo el otro—. Vayamos a conversar a alguin sitio. --Lo siento, pero tengo que irme —dije mientras me ale- jaba~. jLlego tarde al psiquiatra!, jme dice que hay tanto por hacer! —Disfriitalo! Llamé a Ralph enseguida. —;Has tenido tu primera ereccién, jeh? —dijo. Insisti en verle. Estaba ensayando. Me hizo ir al restaurante de su universidad, durante la hora del té, y esperar. Cuando por fin aparecid, parecia preocupado, habfa tenido una discu- sién con Ofelia. No me importé. Le conté lo que me habia ocurrido en la calle. —Eso no deberia haber sucedido —dijo, con cierta desazén—. Nunca me ha pasado a mf, aunque supongo que comenzaré a ser reconocido cuando haya interpretado a Hamlet. —iQué estA pasando?, ;no hacen antes ningtin tipo de control? —Por supuesto —dijo—. Pero el mundo ahora es un lugar pe- quefio. Tu tipo es de Los Angeles. —Mark. Ese es su nombre. As{ es como me han llamado. -:Y? ;Cémo puede esperarse que alguien sepa que tiene amigos en Kensington? ~Supén que es buscado por la policia en alguna parte. El movié la cabeza. —No volverd a pasar —dijo con seguridad--. Las posibilida- des de que algo asf se repita son, estadisticamente, bajas. Ha habido otros sucesos extrafios. —;Por ejemplo? El no queria escuchar, pero tenfa que hacerlo. ~Dime, primero, ;cémo murié, mi cuerpo, mi hombre? Ralph duds. —zPor qué quieres saberlo? —3Por qué? ;No te esta permitido decirmelo? —Esta area es nueva. Yo continué. —En la cama, era consciente de esas punzadas o sensacio- nes. Hubo momentos en mi vida de Cuerpoviejo, particular- mente cuando envejecia, o cuando estaba meditando, en que senti que los I{mites de mi cuerpo y mi mente se habian exten- dido. Me sentia, casi de manera mistica, parte de otros, un «tu- mor de Dios». —3De verdad? —Esto es diferente. Es como si dentro de mf tuviera una sombra o alma-fantasma. Puedo sentir cosas, quiz4 recuerdos, del hombre que estuvo aqui primero. Tal vez el cuerpo fisico tenga un alma. Hay una frase de Freud que podria utilizarse aqui: el ego corporal, creo que lo llama. : —iNo es un poco tarde para esto? Yo soy actor, no mistico. Adverti una falta de respeto en Ralph. Mas que un autor distinguido yo era un chico quejumbroso de veinticinco afios. No habia necesitado mucho tiempo para verme enfrentado a las pérdidas inherentes al hecho de ganar una juventud pro- longada. Dije: —Necesito saber mds acerca de mi cuerpo. Ellos veian la cara de Mark cuando me miraban. Era su infancia lo que reco- nocian en parte, no la tuya ni la mia. ~iQuieres saber por qué se despaché a s{ mismo? Te lo es- toy diciendo, Leo, afréntalo, ésta es la verdad y tt ya lo sabes. ‘Tu tipo resultar4 haber muerto de forma espeluznante. —De qué estamos hablando? —Si es joven, no seré agradable. Morir joven no es un con- suelo. El mundo entero funciona por explotacién. Todos sabe- mos que la ropa que llevamos, nuestra comida, son embaladas por campesinos del Tercer Mundo. —Ralph, no sdlo estoy vistiendo los zapatos de ese tipo. —Era definitivamente «oscuro», tu hombre. De ningin cA modo les hubiera permitido que te dieran mercancia de mala calidad. De cualquier manera, por el momento es imposible simplemente ir y matar a alguien por su cuerpo. Su familia, la policfa y la prensa, todos estarian buscandole. El cuerpo debe ser «liberado», y luego preparado para nuevo uso por un médi- co que sepa lo que hace. Es un proceso largo y complejo. No puedes conectar tu cerebro por las buenas en cualquier craneo, gracias a Dios. Imaginate el desfile de monstruos que eso pro- vocaria. —Si ha sido «iberado», creo que al menos deberias contar- mae lo que sabes —dije—. Supongo que era homosexual. —;Cémo, si no, iba a estar en tan buena forma? La mayoria de los heteros, excepto los actores, tienen cuerpo de cadaver. 2Estds en contra de la homosexualidad? —No en principio y no atin. No he tenido tiempo de asimi- larla. Aqui me encuentro en el principio. Necesito saber lo que todo esto podria significar. Ralph dijo: —Por mi parte sé que estaba un poco loco, pero no era dro- gadicto. Un suicida por envenenamiento con monéxido de car- bono, creo. Tuvieron que arreglarle los pulmones. Yo me ase- guré por ci, Adam, quiero decir, Leo. Les pedi que te dieran lo mejor. Algunas de esas mujeres estaban en excelente forma fisica. —Ya te he dicho que no estoy preparado para ser una mu- jer. Ni siquiera me he acostumbrado a ser un hombre. —Entonces, ésa fue tu eleccién. Tu hombre tenia algo asi como depresién clinica, Obviamente, mucha gente joven la pa- dece, Nunca llegan a obtener la ayuda que necesitan. Ni siquie- ra a largo plazo se recuperan. Los antidepresivos, la terapia, todo eso nunca funciona. Jamdés seran personas emprendedoras y activas como nosotros, amigo. Es mejor deshacerse de ellos de una vez y dejar que los sanos vivan. : ~iVivir en los cuerpos de los descartados, quieres decir?, jlos abandonados?, ;Jos fracasados? Si. -Ya veo adénde quieres ir a patar. «Mark» quizd suftia mentalmente. Puede que su vida no fuera un «éxito», pero a sus amigos parecia agradarles. Su madre querria verlo. —Qué estas diciendo? —Qué tal si yo... —No pienses en cometer ese tipo de acrobacia delante de su madre —dijo—. Se volverfa loca si apareces por ah{ con esa cara. {Toda su familia!, ;pensaran que han visto un maldito fantasma! —No voy a hacer eso —dije—. No sé dénde vive. Eso no es exactamente a lo que me referfa. Ralph dijo: —A mi tipo le cayé un rayo mientras yacfa debajo de un 4r- bel, borracho. Mi hombre no tenfa nada extraordinario, gracias a Dios, atinque me mantengo alejado de las reuniones de Alco- hdlicos Anénimos. No habria mucho més que pudiera obtener de Ralph. Te- nia que vivir con las consecuencias de lo que habfa hecho. Salvo que no tenia idea de cudles iban a ser esas consecuencias. Ralph dijo: —iVendras a verme de Hamlet? —Sdélo si td vienes a verme de Don Giovanni. —3Si? ;Es eso lo que hards? Te va Don Giovanni. ;Ya has follado? —-No. Me dio un carnet de conducir y un pasaporte nuevos. —Escucha, Ralph —le dije mientras nos despediamos—. Ne- cesito que sepas lo agradecido que estoy por esta oportunidad. Nunca me habja ocurrido nada tan singular. —Bien —dijo él-. Ahora ve, camina un poco y cdlmate. Adverti que me estaba acostumbrando a mi cuerpo; ahora incluso estaba relajandome en él. Mis largas zancadas, el tacto de manos y cara, pacecian naturales. Comenzaba a dejar de es- perar una respuesta diferente, mas lenta, de mis miembros. Habia algo més. Por primera vez en afios, mi cuerpo se sentia voluptuoso y colmado de un intenso anhelo; estaba habitado por un fuego interno y cdlido que, sin embargo, se extendia a otros, casi a cualquiera. Habia olvidado lo inexorable e indiscriminado que podia ser el deseo. Ya fuera el antiguo habitante de esta carne 0 fa juventud en si misma, era un placer que me sobrecogia y as- fixiaba. Desde el comienzo de nuestro matrimonio yo habia decidi- do serle ficl a Margot, sin tener ni idea, por supuesto, de la difi- cultad. Sin duda es falso que el conocimiento es antierdtico y que lo trivial esté disefiado para aniquilar el deseo, El deseo pue- de encontrar Ja mds pequefia brecha, y es un infierno vivir a la vez en gran proximidad y en castidad forzada con alguien a -quien deseas y con quien el contacto, cuando ocurre, es de una intimidad a Ja que uno siempre ha sido adicto. Aprend{ que la clase de felicidad sexual que yo habia imaginado, una profunda y constante satisfaccién —la fantasia romantica que nos hipnoti- za—, era tan imposible como la idea de que uno puede encontrar en una sola persona todo aquello que quiere. Pero la alternativa —amantes, concubinas, putas, el engafio~ parecfa muy destructi- va, muy impredecible. Tuve que reunir toda la madurez de que fui capaz para superar la amargura y el resentimiento, asi como la envidia sexual hacia los jévenes, y para comprender que uno debe encontrar la felicidad a pesar de la vida. Me converti en un sustituidor en serie: bienes, hijos, trabajo, la limpieza de las ho- jas secas del jardin, manten{an la rabia del fracaso a raya. Tam- bién la enfermedad era util. Desarrollé tal fobia hacia los demas que no podia dejar a un extrafio cortarme el cabello. Mi hija lo haria. As{ fue como sobrevivi a mi vida y a mi mente sin asesi- nar a nadie. jSuficience! No era suficiente. Ahora me encuentro mirando mujeres jévenes, e incluso hombres jdvenes, en la calle y en cafés. Cuando, bajando una escalera mecdnica, una mujer que iba hacia arriba me sonrié y gesticuld, la seguf hasta la calle. Esta vez seguiria mis impulsos. Me aproximé a ella con un valor que nunca habia tenido de jo- ven. Entonces mi deseo era tan enérgico y extrafio —lo que yo experimentaba como una especie de caos— que lo encontraba dificil de contener o disfrutar. Desear a alguien significaba en- volverme en intensas y enloquecedoras negociaciones conmigo mismo, Le pedi a la chica que tomdéramos una copa. Mas tarde, ca- minamos por el parque antes de retirarnos a su habitacién en un hotel barato. Mas tarde atin, comimos, vimos una pelicula y regresamos a su cuarto. Le encantaba mi cuerpo y no se sacia- ba. Su placer aumentaba el mio. Ella y yo observamos y admi- ramos nuestros cuerpos, cuerpos que hicieron lo mds que dos cuerpos deseosos podian hacer, muchas veces, antes de despe- dirse para siempre, un paradigma perfecto del amor imperso- nal; generoso y egoista al mismo tiempo. Podiamos imaginar- nos cada uno alrededor del otro, jugando con nuestros cuerpos, viviendo en nuestras mentes. Nos volvimos mdquinas de hacer pornografia de nosotros mismos. Yo esperaba que hubiera mu- chas més ocasiones como aquélla. ;Cémo afecta la fidelidad al amor, a veces! ;Qué eran el refinamiento y el intelecto compa- rados con un revolcén sublime? Mientras yaciamos abrazados, y ella dormia, la besé y le dije: —Adids, quienquiera que seas. Al escurrirme durante e] amanecer, para caminar un par de horas por las calles, se me ocurriéd que aquél era un modo de vida excelente. 4 Ala mafiana siguiente iba en un tren a Paris, mi nueva mo- chila estaba en el portaequipajes, sobre mi. Antes de que llega- ramos a Dover habfa ayudado a la gente con los bultos pesados, desayunado dos veces y leido los periddicos en dos idiomas. Durante el resto del viaje estudié las guias y los horarios. Unas semanas antes de convertirme en un Cuerponuevo, yo habfa pasado por lo que Ilamaba un estado de espfritu «ex- perimental». Después de terminar Demasiado tarde, me encon- traba estancado como escritor. Me habia vuelto més hdabil, pero no mejor. No me habria preocupado que ef trabajo em- peorara si hubiera sido capaz de encontrar caminos interesan- tes que lo hicieran mds dificil. La premura y contemporanei- dad compensan cualquier dosis de torpeza en la literatura como en el amor. Habjia dejado de escribir y habia estado di- bujando, tomando fotografias y hablando con la gente de la que normalmente habia huido. Veria lo que habfa ocurrido en vez de esconderme en mi habitacién. A pesar de estos esfuer- zos, no habia duda de que me estaba aislando, como si fuera a Ja soledad de mi arte a lo que me hubiera apegado, a aquello de lo que no podia separarme. Hay pocas cosas mds deprimentes que el dolor constante, y habia ciertas agonias fisicas de las que nunca pensé librarme. Flannery O’Connor escribié: «La enfermedad es un lugar don- de no hay compaiiia.» Tal vez me habia estado preparando in- conscientemente para la muerte, como recuerdo haberme pre- parado para la muerte de mis padres. Me percaté de que mi propia muerte se habia convertido en una parte importante de mi vida. Cuando era un joven pobre pensaba constantemente: ztengo el dinero para hacer esto? Convertido en un viejo pensa- ba constantemente: tengo el tiempo para esto; 0, jes esto lo que realmente quiero hacer del tiempo que me queda? Ahora, una renovada animacién fisica, combinada con cu- riosidad mental, me hacia sentirme particularmente energético. En esta reencarnacién irfa a todas partes y lo verfa todo. Ser padre por primera vez me provocé pensar en mi propia infancia y en mis padres; ahora, esta transformacién me hacia reflexionar en la clase de joven que habia sido. No habia viaja- do mucho en ese entonces. Habfa estado demasiado absorbido por el teatro, trabajando en todos los frentes, leyendo manus- critos, llevando la taquilla y sirviendo a directores tiranicos. El resto del tiempo vivia aventuras trdgicas, complicadas, y trataba de escribir. Por mi oficio renuncié a muchos placeres; a veces encontraba el aplazamiento y la disciplina intolerables. Estalla- ba y enloquecia antes de retirarme a mi habitacidn por largos periodos, demasiado largos dirfa ahora. Pero aquellos afios de habito y repeticidn me sirvieron: obtuve incalculable experien- eo cia sobre escribir no sdlo de las dificultades prdcticas, sino de los terrores e inhibiciones que parecen estar relacionados con cualquier intento de ser artista. Mis emociones de entonces nunca fueron puras; siempre habian sido fuentes de angustia. Mas tarde, con la edad, me preguntaba si habfa estado demasiado inhibido y temeroso por mi futuro, demasiado concentrado en el éxito que anhelaba y demasiado determinado a establecerme. Viajar despreocupada- mente por Europa habia sido la menor de mis inquietudes. éMe arrepentia ahora o deseaba que fuera distinto? Por lo menos tenia la facultad para comprender que no podia haber vida sin tonteria, vacilacién, crisis, conflicto insoportable. So- mos nuestros errores, nuestros sintomas, nuestras crisis. Lo que mds extrafiaba en mi nueva vida era la opartunidad de discutir —y, por lo tanto, meditar propiamente— las conse- cuencias de convertitse en un Cuerponuevo. Dudé si Ralph ha- bria estado interesado en pensarlo mas alla. Quizd una transfor- macién tal, como fas cirugias faciales, le funcionaban mejor a la gente que no tenia teorfas sobre la aurenticidad 0 lo «natural», gente que no se preocupaba por su significado a expensas de sus obvios placeres. Eran sus placeres lo que yo buscaba. Pronto me movia te- merariamente por Paris; después fui a Amsterdam, Berlin, Vie- na. Eneré en las iglesias y los museos de Italia y ellos entraron en mi. No me costé mucho tiempo alcanzar mi dosis de cuerpos degradados, org4smicamente violados y colgados de las paredes, y de criptas Ilenas de huesos viejos. Me despertaba cada dia en un lugar diferente. Viajaba en tren, en autobts, de la manera més lenta posible. A veces simplemente caminaba atravesando montajias, playas 0 campos, o me bajaba de los trenes cuando, desde mi ventana, me gustaba el paisaje. Si me gustaba un auto- biis —Ia rura, los pensamientos que provocaba, la anchura de los asientos o la frase que estuviera leyendo en un libro— me queda- ba sentado hasta el fin de trayecto. No habia prisa. Me alojaba en hoteles baratos, albergues y pensiones. ‘Tenia dinero, pero no buscaba Ia opulencia. De joven habia querido eso, como medida de mi éxito y de la distancia que habfa logra- do poner entre mi infancia y yo. Ahora, una preocupacién ex- cesiva por el mobiliario me parecia una limitacién. Hablaba sdélo con desconocidos, hacia amigos facilmente por primera vez en afios. Conocf gente en cafés, museos y clubs, e iba a sus casas cuando podia. Si antes habia sido muy quisquilloso, ahora me quedaba con cualquiera que me alojara, para ver como vivia la gente. A diferencia de la mayoria de los jOvenes, me interesaba en gente de todas las edades. Pod{a visi- tar la casa de un holandés de mi edad y quedarme todo el fin de semana hablando con sus padres. Me Ilevaba bien con las madres porque me interesaba por los nifios y por las formas mediante las cuales hacerse entender por ellos. Las madres ha- blaban de sus hijos pero descubri que hablaban de s{ mismas, y eso me conmovid. Me desenvolvia bien solo. Podia escapar de cualquiera que fuera aburrido. Le gente era mds generosa-de lo que antes creia. Si ci sabfas escuchar, a ellos les gustaba hablar. Quizd ser ambicioso y relacivamente conocido desde joven habia puesto la barrera de mi reputacién, tal y como era, entre los otros y yo. Los dias en cada ciudad eran completos. Podia beber, tener sexo con gente que me ligaba o con cualquier prostituta cuyo cuerpo me gustase, visitar galerias, hacer cola para comprar en- tradas baratas para la épera o el teatro o, simplemente, leer y caminar. Lo tnico que hice en el antiguo Berlin oriental fue ca- minar y tomar fotografias. En un bar en Paris conoci a un jo- ven de Argelia que trabajaba a veces como modelo. Los mode- los masculinos no ganan nada parecido a lo que ganan las chicas, y la mayoria de ellos tienen otros trabajos. Mi amigo me consiguié un desfile durante la Semana de la Moda y tuve mi turno para pavonearme en el estrecho pasillo, mientras los fla- shes estallaban y los poco agraciados periodistas tomaban notas a toda prisa. ;Miraban la ropa o miraban los cuerpos? Entre bastidores habia un caos de chicos y chicas semidesnudos, pelu- queros, el disefiador y numerosos ayudantes. Lo disfruté todo, y después de hablar con el disefiador, a quien habia conocido ligeramente en mi cuerpo anterior, éste me ofrecié trabajo en una de sus tiendas, con la perspectiva de convertirme en encargado de compras, lo cual rechacé. Aunque si le pregunté, ya que yo era «estudiante», si por casualidad ha- bia lefdo alguno de «mis» libros —los de Adam— o visto alguna de «mis» peliculas 0 piezas teatrales. Si lo habia hecho no se acordaba. No tenia tiempo para frivolidades culturales. Hacer ut par de pantalones decentes era mds importante. Dijo que «yo» le cafa bien —Adam-, aunque a veces le habia parecido ti- mido. Para mi sorpresa, dijo que envidiaba el hecho de que las mujeres se sintieran acrafdas por mi. Al dia siguiente, mi nuevo conocido de la pasarela pensé que seria buena idea llevarme de compras. Le habia dicho que tenia una pequefia herencia para derrochar, y él sabia dénde hacer las compras. Ya con el nuevo equipamiento nos dirigimos a bares adecuados para observar a otros mientras nos ofreciamos con placer a sus miradas, al menos las de los que no nos contempla- ban a nosotros, los de piel morena, con temor y desprecio. No me quedé; yo no era como aquellos chicos. No queria un lugar en el mundo y dinero. Un dia, sélo porque lovia, pensé que debia partic a Roma. Alli, mientras asistia a una conferencia y dormitaba en primera fila, vestido con mi traje nuevo de lino, el bidgrafo gay de un escritor importante, inclindndose excesiva- mente sobre mi, me invité a un trago. Durante la cena, este escri- tor mercenario britanico dijo que me queria como asistente, lo cual accedi a intentar, mientras hice hincapié, tal y como habia aprendido que debia hacer, en que no seria su amante. El sostuvo que tinicamente queria lamer mis orejas. Yo pensé: gpor qué no compartir estas bonitas y gtaciosas orejas? Ni siquiera son mias, son un bien colectivo. Cerré los ojos y dejé que su lengua vieja gozata. Era tan placentero como dejar que una babosa se arras- trase por tu ojo. Ser una puta era mas dificil de lo que creia. Las putas son problemas, sobre todo para ellas mismas: Podia experimentar porque estaba a salvo. Si sabes que te vas a ir a tu casa, antes puedes ir a cualquier parte. Me fui con él, imaginando librerias altas, con puertas de cristal, mesas de lectura largas y pulidas, en las que yo trabajaria en mi versién de La Have para todas las mitologias, de 1a misma manera que, de adolescente, escudrifiaba los libros de mi padre. De hecho, eso eta lo que estaba haciendo: «escudrifiando» o «paciendo» en el mundo. El trabajo era menos exigente de lo que esperaba. En gran medida se trataba de que en cenas y fiestas luciera la ropa que él me habia comprado. Yo era su juguete o pornografia para presumir ante sus amigos: locas cultas, inteligentes, con jos que me hubiera gustado hablar. De joven no disfrutaba con la compafiia de mis pares; me gustaba ser un chico admirado en el teatro, rodeado por hombres mayores. Por lo tanto, esta fantasfa de vida griega me venfa bien, sal- vo que mi «empleadom no me quitaba los ojos de encima. Cuando podia leer en su biblioteca vefa su calva subiendo y ba- jando, fuera, mientras trataba de verme a través de la ventana, precariamente subido a una caja. Su adoracién por mi se volvid sufrimiento, hasta que comencé a sentirme como una princesa cautiva de Las mil y una noches. La belleza dispone a la gente para sofiar con el amor. Si no quieres estar en el suefio de otra persona lo mejor es marcharte. Consegui un trabajo como «portero» en una discoteca de Viena. Tendia a escoger a los nada bien parecidos y a los in- aceptables hasta que un lundtico me pated en el estémago. Unos dias después, otro conocido me fievé a un casino y yo es- taba fuera fumdndome un cigarrillo mientras me preguntaba por qué a la gente le entusiasmaba tanto desprenderse de su di- nero, cuando una mujer se me aproximé. Dijo que me habia estado observando, que le gustaban mis ojos, que querfa hacer el amor conmigo. No era vieja. Deb{ de parecer indeciso. (No siempre tenia la seguridad de que mi expresién reflejara lo que sentia. Aun no estaba convencido de mi habilidad para mentir.) —Te pagaré —dijo. —jHas pagado por ese tipo de amor alguna vez? Negé con la cabeza. El trato conmigo mismo era que no rechazaria tales ofrecimientos. La miré mds de cerca y le dije que nunca nadie me habfa ofrecido un intercambio mejor. —Entonces, vamos —dijo ella. Tenia chéfer y me llevé a su lado. Me senté en la parte tra- sera del coche mientras era conducido a través de la noche, con destino desconocido. Se trataba de una heredera estadounidense con una villa parcialmente colapsada en las afueras de Perugia. Contraté a un pianista octogenario para que tocara sonatas de Mozart de- safinadas mientras ella me pintaba desnudo y mirando hacia un olivar. Pocos retratos habran costado tanto tiempo. La escuché durante dias y anduve a grandes zancadas vestido con pantalo- nes cortos y botas de trabajo, fingiendo que podia reparar co- sas, aunque todo parecfa bien como estaba. (;Sélo en Italia la ruina puede parecer arte?) Siempre podia regresar a sus ojos. An me gustaba que la gente se enamorase de mi. Hay momentos de la vida a los que te vuelves adicto, que deseas una y otra vez, pero te frustras cuando ya no puedes ir més alla, cuando la cosa que mas quic- res te aburre. Mi verdadero trabajo era de noche, en su habitacién, donde, después de prepararse para mi durante horas, ella esperaba mi llamada. Me dediqué a mi empleo seriamente, haciendo calenta- mientos, bafiéndome, meditando, un orgulloso profesor de la satisfaccién. Qué viajes interiores emprendi{, fingiendo que era un bailarin o un alpinista. Era un trabajo peligroso, el sexo, pero, como siempre, eran los terrores y las incertidumbres los que lo hacian erético. Para ella, tenia que haber seguridad al final, algu- nas horas de paz de espiritu. Yo buscaba esto en su rostro cuando ella dormfa como una bendicién, y esperaba contento en un lado de la cama para evaluar su temperatura cogiendo su mano con la mia. Entonces yo dormiria bien, solo. Mi placer estaba en su placer. Unas semanas mds tarde queria que fuera con ella a Nueva York si Italia se habfa vuelto demasiado lenta para mi. Se habia vuelto muy lenta, pero yo no. Podia satisfacerla, pero sélo a expensas de decepcionarla. Me alejé con mis botas a través de los olives, Sus ojos se posaban en mi espalda; ella no sabfa de dénde vendria, si acaso lo hacia, su préximo amor. Fue agradable tener tiempo para caminar alrededor de las ciudades, escuchando musica, siempre mi mayor pasién, con mi walkman, particularmente porque en mi cuerpo anterior habia padecido cierta sordera. Iba a clubs y conocia DJ. Habla- bamos de musica. Pero, para ser honesto, en mi apariencia pa- sada podfa conocer gente mas interesante. Sin embargo, amaba esta multiplicidad de vidas. Estaba en- cantado con los cumplidos sobre mi porte y apariencia, adoraba que me dijeran que era guapo, encantador, seductor. Compren- dfa a qué se referfa a Ralph cuando hablaba de un comienzo nuevo con un equipo viejo. Tenia inteligencia, dinero, algo de madurez y energia fisica. ;No era eso la perfeccidén humana? ¢Por qué nadie habia pensado antes en juntarlos? Coma muchos heteros, me habja intrigado la promiscuidad de algunos amigos gays, los cientos 0 incluso miles de compafie- ros sexuales. Un actor gay que conoci me dijo una vez: «Adon- dequiera que vaya en el mundo, me basta una mirada para ver la necesidad. Ciudadano de ninguna parte, habito el Pais de Fo- lar.» Siempre habia admirado y codiciado lo que a mis ojos era el modo de vida innovador y experimental de los gays, su capa- cidad para el placer. Reinventaban el amor manteniéndolo cer- cano al instinto. Mientras tanto, al menos por el momento —aunque eso estaba cambiando-, los heteros estaban atascados en el viejo modelo. Por supuesto, yo habia envidiado todo ese sexo desprovisto de un doliente rostro humano. Y en mi nueva apariencia tenfa muchos cuerpos abiertos en estrecha cercania. En particular, durante un dia y una noche tuve sexo con seis —30 fueron siete?— personas distintas. No es algo que a uno le ape- tezca siempre. Una vez en la vida puede ser suficiente. En Suiza, por mediacién de una mujer con la que habia hablado en un bar, conocf a un grupo de chicos entrados en la veintena que hacfan una pelicula sobre jévenes indolentes como ellos, Ayudé al grupo a mover el equipo y estaba interesa- do en ver cémo usaban las nuevas cdmaras ultraligeras que sus 63 padres habian financiado, Comenzaron a rodar grandes escenas de didlogo banal y cotidiano. Nunca habia sido de los que creen que las peliculas de Andy Warhol podian ser un modelo fructifero. Pera los alenté para que mantuvieran la cAmara fija y encuadraran s6lo las caras de sus enfocados, dejdndolos hablar mientras yo me sentaba detras de la c4mara y les hacia pregun- tas sobre su infancia. Me Jevé estas escenas a un estudio, mon- té algunas y puse musica. La mejor versién era una en la que quité el sonido de las voces en off pero mantuve la musica. Las bocas inalcanzables, silenciosas, en movimiento —alguien que trata de hacerse entender y al que nadie escucha~ eran exttafia- mente emocionantes. Cuando me Ilegé el turno de ponerme ante la c4mara hice que me pintaran el rostro de blanco con una franja negra en la mitad y la llamé «composicién en cebra». Una noche, mostramos las peliculas en un club y Ja cebra des- nuda bailé en ef escenario con una banda local de musica trash. Otros miembros del grupo, hacinados en un almacén en ruinas, organizaban exposiciones de arte contempordneo. Se hi- cieron algunas cosas razonables, aunque nadie se percataba. Con irritacién, me descubrf a m{ mismo interesado en ellos como un maestro o un padre: el alcance de sus mentes, su ca- pacidad de tomarse a si mismos en serio. No lefan mucho, yo daba por sentados numerosos datos culturales que ellos desco- nocian. Mi propio hijo no empezé a leer o a ver peliculas de- centes hasta que tuvo casi veinte afios. No nos permitié a noso- tros introducirlo en esos placeres, sdlo a una de sus profesoras. Recientemente, yo habia dicho en la radio que consideraba leer mds © menos tan importante como criar perros de [anas. Tal y como yo pretendia, esto me metiéd en maravillosos problemas con los ratones de biblioteca. Los susurros reverenciales con que mis padres se referian a la «literatura» y a la «erudicién» siempre me habfan hecho preguntarme qué més se podfa hacer con un cuerpo aparte de pasa y recibir informacién. . A principios de los noventa fui a una discoteca para ver a Prince, con mi hijo y la catedrdtica que parecia educarlo (en la cama), Deedee Osgood. A pesar de la suciedad y del hecho de 64 que todos excepto yo estaban semidesnudos y drogados, me en- cantaba mirarlos. Ahora, la mayoria de las noches, mis nuevos amigos me llevaban a discotecas. Esto me aburrid pronto, asi que me dieron éxtasis por primera vez. Aun cuando yo habja fu- mado marihuana y tomado LSD, y conocido a personas que se habfan vuelto yonquis 0 adictos a la cocaina, el alcohol era la droga de mi generacién. Parecia la mejor droga. Nunca entendi por qué a algunos les gustaba bailar el vals con lagartos mefiticos. Dudaba que cualquiera de mis nuevos conocidos pasara un dia sin fumar algo 0 consumir algiin otro estimulante. Como ya sabfan mis amigos, el éxtasis fue para mf una revelacién y querfa que se 1o dieran al primer ministro y que fuera agregado el abastecimiento de aguas. Me lo tomé a pufiados diariamente durante quince dias, Me llevé hacia el interior de mi propio cuerpo y fuera, hacia los cuerpos de otros, en Ja medida en que hubiera alguien real en ellos. No sabrfa decirlo. (Me gustaba ca- lificarnos a nosotros, los viajeros de éxtasis, de «libre asociacién de solipsistas».) Mi ardor hacfa reir a mis nuevos amigos. Ellos habian aprendido que el éxtasis no era la cura, y que la ultima cosa que necesitaba el mundo eta otro filésofo de las drogas. Pero después de los refinamientos y los suceddneos de cultu- ra cref volver a algo desatendido: el placer fisico fundamental, el éxtasis del cuerpo, de mi piel, del movimiento, y del acelerado y espontdneo afecto por otros de la misma condicién. Yo habia sido de constitucién débil, no alguien consciente de su fuerza, y siempre habia encontrado més facil hablar de las cuestiones mas intimas que bailar. Sin embargo, como Cuerponuevo, me empe- 26 a gustar el circo pornografico del sexo duro; aquello que se parecia a algunas danzas modernas que habia visto, animal, sin palabras. Supliqué para que me volvieran carne, me sujetaran, me ataran, me vendaran los ojos, me aboferearan, me atraje- ran con fuerza y me estrangularan, enteramente inmerso en lo fi- sico, con todos mis yoes revueltos aspirados por el orgasmo. «Visiones desde el borde de la conciencia», lo habria llamado, si las palabras me hubieran legado facilmente en esos momentos. Pero eran lo iltimo que tenia en la mente. . 65 Usando a los demas, podia planear en un estado de euforia sexual durante dos o tres dias. Era verdaderamente como una droga: un placer hicido, estremecedor, no sdlo en mi propio cuerpo sino, eso crefa, en lo mds elemental de la existencia. jNarciso cantando a su propio culo! ;Hola! También era cons- ciente, mientras bailaba desnudo en el baleén de una casa que dominaba la vista del lago Como, al amanecer, después de pasar Ja noche con una pareja joven que no me interesaba, de cudntos adictos habfa conocido y de lo tediosa que puede ser cualquier forma de adiccién. Lo unico que yo queria era no engancharme. El grupo disponfa de todas las variedades de sexualidad, y el consumo de drogas de los demés se habfa desplazado hacia la he- roina. Por lo menos dos de los chicos eran seropositivos. Entre ellos, varios creian que eso era su destino. Debido a que mi con- tacto con la realidad era, a lo mucho, incidental, enseguida me di cuenta de cudn desesperados eran los placeres y cudn ridicula- mente romdntico su sentido de la tragedia y de la fatalidad com- partidas. Mi generacién habia pasado por eso con James Dean, Brian Jones, Jim Morrison y otros. Si hubiera sido un joven de ahora, habria encontrado dificil resistirme a la miseria poética. ‘Tal y como estaba todo, sabia que no era uno de ellos, porque no podia dejar de preguntarme qué habrian pensado sus padres. Siempre me habja molestado lo que llamdbamos «promis- cuidad sexual». El amor impersonal parecfa una devaluacién de la interaccién social. No podia evitar creer, sin duda con cierta suficiencia, que uno de los logros de !a civilizacién era dar valor a la vida, a la conversacién con otros. ;O era la fidelidad en el amor sélo una idiotez burguesa innecesariamente restrictiva? Llegarfa un momento en que el otro o «parte del otro», como soliamos decir, se volveria humano. Alguin gesto, palabra © grito indicarfa una historia desgraciada o una mente ator- mentada. La burbuja de la fantasia se pinchaba (llegué a enten- der la fantasia como una forma fatal de predisposicién y preo- cupacién). Entonces vi otro tipo de abertura, que también era una oportunidad de entrar en otro tipo de lugar: lo real. Hui, no querfa que mi deseo me llevara demasiado dentro de otra 6G persona. Realmente, aparte de la mujer que me pagdé, desde que se trataba de sexo yo sélo estaba interesado en mi propia sensacion. Por lo menos ha quedado claro que son nuestros placeres, en vez de nuestras adicciones 0 vicios, nuestros mayores proble- mas. El placer puede cambiarte en un instante; puede llevarte a cualquier lado. Si estas gratificaciones eran intoxicantes y casi misticas en su intensidad, yo aprendi, cuando pasd algo més extrafio, que la indulgencia no era un trabajo de tiempo com- pleto y que la realidad era una playa donde los suefios se rom- pian. Resulté que yo podia ser seducido. Uno de los artistas de mi grupo tenia un hijo de cuatro afios. Los otros solamente se interesaban de forma intermitente por él, como yo por ellos, y el nifio pasaba la mayor parte del tiempo viendo videos. Su soledad reflejaba Ja mfa. Si habla es- tado de fiesta y no podia dormir al dia siguiente, lo llevaba, an- tes de curar mi bajén con otra pastilla, a ver las arafias en el zoolégico. Mi mayor placer era verlo reir. Jugdbamos al fiitbol y dibujaébamos y cantébamos. No me importaba caminar a su velocidad, e inventaba historias en los cafés. «Lee otro», decia él. Me ayudaba a recordar momentos pa- sados con mis propios hijos: mi hijo, a los cuatro afios, trayén- dome un periddico viejo de la cocina, ya que estaba acostum- brado a mis lecturas perpetuas. El nifio, con sus tercas negativas, me redujo a furia absolu- ta en dos ocasiones. Me encontré, en efecto, pataleando. Esta batalla desagradable me hizo ver que, por otra parte, yo era como un espfa, escondida y circunspecto. Si mi generacién se habia fascinado por lo que significaba ser Burgess o Philby o Blunt —el precio emocional de una doble vida, de esconderte en i mente-, el nifio me recorddé cuanto de lo titil de nosotros mismos guardamos bajo llave para proteger secretos serios. El nifio me lanzé a una caida en espiral que no podia com- partir, Lloraba solo, sintiéndome culpable de lo impaciente que habia sido con mis propios hijos. Escribi un largo correo elec- trénico disculpandome por negligencias de hacia afios, pero no 67

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