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01 31 24 La Batalla de Flores
01 31 24 La Batalla de Flores
Noli me tangere
Por: Moisés Pineda Salazar
Veamos:
- El mito del fin de la guerra de 1903
Para el efecto, se incubó y se popularizó una narración según la cual, esa forma
procesional de circular- presuntamente- alrededor del Camellón Abello y que
llamaron “La Batalla de Flores”, se la había inventado el General Conservero
Heriberto Vengoechea en el año de 1903.
Según ese relato, ampliamente conocido y asimilado como cierto, "El General
Carajo", como apodaban a Vengoechea, se inventó ese desfile para celebrar el fin
de la “Guerra de los Mil Días”.
La metáfora según la cual en esa Batalla “se cambiaban las balas por flores,
serpentinas y confetis que se lanzaban unos a otros en aquel lance galante"
dotaba al material simbólico de un significado tan especial, que resultaba
inapropiado controvertirlo e imposible negarlo.
Sobra decir que, así como hay pruebas documentales de la existencia de Batallas
de Flores en los carnavales en Barranquilla desde la segunda mitad del Siglo XIX,
no las hay de que ese evento ocurriera por primera vez en esa fecha de 1903, por
ese motivo y con esa intención.
Pero, como todo relato mítico, este poseía una coherencia interna, una
consistencia argumentativa y se remitía a una aspiración colectiva- la Paz- que la
dotaba de un sentido cuasi religioso: “Sin batalla de flores no hay carnaval” ergo,
“noli me tangere”, no me toques.
Lo cierto es que los documentos que existen en el Archivo Histórico del Atlántico
muestran que la batalla de flores, antes de 1899, no era una, sino que eran
muchas.
Tantas y cuantas se concertaran entre grupos de festejantes.
Tales eventos se autorizaban a partir del 20 de Enero cuando la Alcaldía de la
Ciudad expedía un Decreto mediante el cual se precisaban los días y horas en las
que estaban permitidos esos "juegos de carnaval".
Pero, apareció el automóvil y cambiaron las percepciones acerca del tiempo y las
distancias físicas y de relacionamiento entre las diferentes clases sociales.
En el año de 1925, el desorden alrededor del Bulevar Central del Barrio El Prado,
adquirió ribetes de catástrofe y el del año siguiente no lo fue menos.
Esos desordenes habían impuesto la necesidad de establecer controles, exigiendo
la expedición de permisos previos para celebrar tales divertimentos que
demostraron ser inocuos para conseguir los fines perseguidos.
- Procesiones y Desfiles.
Tal escenificación mostraba lo que pudiera ser una versión religiosa de los desfiles
patrióticos en los que, usualmente, iba un solo carro alegórico, seguido de coches
engalanados para la ocasión con el acompañamiento de las bandas militares.
En aquella de la Epifanía, hubo varios coches decorados que guardaban una
sincronía y conservaban un orden, siguiendo un relato: “La Adoración de los
Reyes Magos”.
Pero, además, seguían una ruta previamente definida, en la que había estaciones
o momentos en los cuales el desfile se detenía y allí se realizaba un evento
significativo del relato.
Así, salieron de la Iglesia del Rosario con rumbo a la Iglesia del Sagrado Corazón
donde hubo una primera parada y una escenificación; posteriormente el séquito
avanzó hacia la casa residencia de la Familia Schemell donde a los niños se le
dieron refrescos; luego, la procesión festiva se dirigió hacia el Oratorio de la Plaza
del Tanque antes de finalizar en el lugar de la salida, donde Los Reyes Magos
dieron regalos a los infantes.
En ese mismo año, de 1927, “las Batallas de Flores se unificaron en una sola”.
La alcaldía delimitó una cuadrícula definida por calles y carreras para que dentro
de ese espacio se escenificaran “las Batallas de Flores” autorizadas.
Además, se les estableció una hora de iniciación y un recorrido a los distintos
bandos de festejantes que solicitaron el debido permiso.
Los recorridos debían coincidir en un punto donde tenía lugar el Primer Combate.
Terminado el primer combate, los bandos se retiraban con sus carros y carrozas, a
pie o a caballo, siguiendo cada uno de ellos otra ruta asignada a cada uno, para
coincidir y librar un segundo combate en otro lugar dentro de la cuadrícula.
Así sucesivamente, para terminar en el anochecer frente a las instalaciones del
Club Barranquilla, donde los combatientes se trenzaron en el último combate
antes de dispersarse para lavarse y salir para los diferentes bailes de mascarada
que se ofrecían en casas de habitación, en el Teatro Municipal, en los Salones
públicos y privados que recibían a los más de 4.700 disfrazados que habían
adquirido las respectivas placas numeradas ante la Junta de Festejos.
El desfile con un horario, un recorrido por unas vías apropiadas; con unos eventos
o juegos de carnaval y observando unas reglas, con un ritual de apertura y de
cierre, es pues un instrumento de control social que nació de los conflictos que se
dieron entre los atributos del material simbólico y la aparición de nuevas
tecnologías en la movilidad humana que demandaron modificar la estructura del
espacio público en la ciudad.
El centro del “juego carnavalero”, llamado “Batalla de Flores”, seguía siendo el
juego mismo. La amistad, la diversión.
Aún no lo eran las reinas.
Conclusión.
Continúa.