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LA MÍTICA BATALLA DE FLORES.

Noli me tangere
Por: Moisés Pineda Salazar

Durante más de 20 años, en las discusiones planteadas alrededor del carnaval en


Barranquilla he venido sosteniendo que las características y condiciones del
espacio público ejercen cambios en el comportamiento del citadino y este- a su
vez- modifica las manifestaciones de lo simbólico.

Esto es particularmente importante en el caso del Carnaval en Barranquilla,


porque siendo la cultura y sus manifestaciones una construcción humana,
finalmente ellas cambian con la ciudad, que es el espacio que las contiene, ya que
el humano cambia con ella.

Si tal relación es cierta, entonces cabe decir que si la Sociedad Barranquillera


estima que unas manifestaciones simbólicas- danzas y rituales- deben
conservarse, consecuencialmente, el amoblamiento de la Ciudad debe adecuarse
a esas manifestaciones y, de esa manera, el espacio público proveerá para que
ese patrimonio cultural se mantenga relativamente inalterado.
En el sentido contrario, si se produce una disociación en la relación original entre
lo simbólico, la estructura del espacio urbano que le dio origen y el que ahora lo
acoge, entonces puede ocurrir que tales manifestaciones desaparezcan o que
cambien en su forma y contenido, al punto de que terminen siendo irreconocibles.

La Batalla de flores es un material simbólico que al ser analizado a partir de esta


relación entre el citadino que lo produjo y el amoblamiento que ofrecía la ciudad
para contenerlo, nos sirve para argumentar en favor de esta tesis.

Veamos:
- El mito del fin de la guerra de 1903

En la segunda mitad del Siglo XX, Barranquilla recurrió al artificio de “sacralizar la


Batalla de Flores”.
Para lograrlo construyó un relato mítico que, haciéndola intangible, imposibilitara
que “fuera tocada”.
De esta forma, resultaría imposible borrarla de la memoria colectiva.
Tal proceso sucedió en medio de una situación caótica producto de un conflicto
entre el desfile de La Batalla de Flores y el Espacio Público en Barranquilla.
Las dimensiones del desorden eran tales, que amenazaban con hacerlo
desaparecer, tal como ya había ocurrido con el ritual de “La Conquista” que se
desarrollaba en el martes de Carnaval en la también desaparecida Plaza Siete de
Abril, en donde se efectuaban aquellos combates con los que se cerraban la
fiestas carnavaleras.

Para el efecto, se incubó y se popularizó una narración según la cual, esa forma
procesional de circular- presuntamente- alrededor del Camellón Abello y que
llamaron “La Batalla de Flores”, se la había inventado el General Conservero
Heriberto Vengoechea en el año de 1903.

Según ese relato, ampliamente conocido y asimilado como cierto, "El General
Carajo", como apodaban a Vengoechea, se inventó ese desfile para celebrar el fin
de la “Guerra de los Mil Días”.

La metáfora según la cual en esa Batalla “se cambiaban las balas por flores,
serpentinas y confetis que se lanzaban unos a otros en aquel lance galante"
dotaba al material simbólico de un significado tan especial, que resultaba
inapropiado controvertirlo e imposible negarlo.
Sobra decir que, así como hay pruebas documentales de la existencia de Batallas
de Flores en los carnavales en Barranquilla desde la segunda mitad del Siglo XIX,
no las hay de que ese evento ocurriera por primera vez en esa fecha de 1903, por
ese motivo y con esa intención.
Pero, como todo relato mítico, este poseía una coherencia interna, una
consistencia argumentativa y se remitía a una aspiración colectiva- la Paz- que la
dotaba de un sentido cuasi religioso: “Sin batalla de flores no hay carnaval” ergo,
“noli me tangere”, no me toques.

- La Batalla antisépticamente galante.

Curiosamente, a pesar de que en el pasado histórico era corriente lanzarse aguas


y perfumes; echarse Maizena y hacerse pintas en la cara con cremas, negro de
humo y anilinas; a pesar de que en los desfiles de los años 60"s y 70's desde lo
alto de edificios- balcones, ventanas y azoteas- y en los grupos de festejantes,
todas aquellas prácticas seguían siendo comunes, en aquel relato con el que se
promocionaba el mito de La Batalla de Flores, tales componentes no se incluyeron
por considerarlos inciviles, molestos y peligrosos.
Así, además de mitificarla, “en nombre del orden y de las buenas maneras”, en
aquel relato “la Batalla de Flores” fue despojada de una parte de sus formas
iniciales: las de lanzarse aguas, empolvarse con Maizena y utilizar negro de humo
y anilinas para hacerse “pintas” en la cara.

Lo cierto es que los documentos que existen en el Archivo Histórico del Atlántico
muestran que la batalla de flores, antes de 1899, no era una, sino que eran
muchas.
Tantas y cuantas se concertaran entre grupos de festejantes.
Tales eventos se autorizaban a partir del 20 de Enero cuando la Alcaldía de la
Ciudad expedía un Decreto mediante el cual se precisaban los días y horas en las
que estaban permitidos esos "juegos de carnaval".

- Batallas de Flores por todas partes.

Ocurría entonces, que, en tales fechas y horas, se daban decenas de “combates”


entre diversos grupos de festejantes que en algunos momentos generaban
problemas para el libre tránsito de personas, animales y máquinas, así como
situaciones que alteraban la tranquilidad de los vecindarios, en especial durante
los tres (3) días del carnaval desde cuando solo era un "triduo carnavalero":
domingo, lunes y martes.

En aquellas “Batallas de Flores”, los concertados que llegaban a pie, en coches o


a caballo, se aplicaban a la diversión de lanzarse aguas, polvos, anilinas y
"hacerse pintas" en la cara.
Tales cosas se sumaban a la tarea de rociarse perfumes e intercambiar
serpentinas y confetis- papel picado-, hasta "agotar las municiones".
El centro del “juego carnavalero” era el juego mismo. La amistad, la diversión.

Pero, apareció el automóvil y cambiaron las percepciones acerca del tiempo y las
distancias físicas y de relacionamiento entre las diferentes clases sociales.

Así mismo, la Ciudad cambió.

En el año de 1925, el desorden alrededor del Bulevar Central del Barrio El Prado,
adquirió ribetes de catástrofe y el del año siguiente no lo fue menos.
Esos desordenes habían impuesto la necesidad de establecer controles, exigiendo
la expedición de permisos previos para celebrar tales divertimentos que
demostraron ser inocuos para conseguir los fines perseguidos.

- Procesiones y Desfiles.

En 6 de enero de 1927 ocurre un hecho inédito en Barranquilla, aunque era común


en otras partes del mundo.
Los Frailes Capuchinos de la Iglesia del Rosario organizaron un desfile con cinco
carrozas alusivas a la Epifanía del Señor, patrocinadas por el Dictador del
Carnaval, Don Tirso Schemell.
En uno de tales carros alegóricos motorizados iba la Estrella de Bethlem.
En otro coche desfilaba el Ángel anunciando el nacimiento de El Salvador.
En otra góndola el artista contratado reconstruyó la Gruta del Nacimiento donde
pequeños actores encarnaban a José, a María y al Niño Jesús.
Le seguía el carromato decorado en el que los pastores y cuidaban su ganado.
En un quinto coche iba la Estrella de Oriente que guiaba a los Reyes Magos
quienes cabalgaban en briosos corceles, cerrando el desfile.
Alrededor de ellos los niños tocaban panderetas y hacían coro a los villancicos
que los frailes acompañaban con acordeón, guitarra y bandolas.

Tal escenificación mostraba lo que pudiera ser una versión religiosa de los desfiles
patrióticos en los que, usualmente, iba un solo carro alegórico, seguido de coches
engalanados para la ocasión con el acompañamiento de las bandas militares.
En aquella de la Epifanía, hubo varios coches decorados que guardaban una
sincronía y conservaban un orden, siguiendo un relato: “La Adoración de los
Reyes Magos”.
Pero, además, seguían una ruta previamente definida, en la que había estaciones
o momentos en los cuales el desfile se detenía y allí se realizaba un evento
significativo del relato.
Así, salieron de la Iglesia del Rosario con rumbo a la Iglesia del Sagrado Corazón
donde hubo una primera parada y una escenificación; posteriormente el séquito
avanzó hacia la casa residencia de la Familia Schemell donde a los niños se le
dieron refrescos; luego, la procesión festiva se dirigió hacia el Oratorio de la Plaza
del Tanque antes de finalizar en el lugar de la salida, donde Los Reyes Magos
dieron regalos a los infantes.

- Los Cambios en las Batallas de Flores.

En ese mismo año, de 1927, “las Batallas de Flores se unificaron en una sola”.
La alcaldía delimitó una cuadrícula definida por calles y carreras para que dentro
de ese espacio se escenificaran “las Batallas de Flores” autorizadas.
Además, se les estableció una hora de iniciación y un recorrido a los distintos
bandos de festejantes que solicitaron el debido permiso.
Los recorridos debían coincidir en un punto donde tenía lugar el Primer Combate.
Terminado el primer combate, los bandos se retiraban con sus carros y carrozas, a
pie o a caballo, siguiendo cada uno de ellos otra ruta asignada a cada uno, para
coincidir y librar un segundo combate en otro lugar dentro de la cuadrícula.
Así sucesivamente, para terminar en el anochecer frente a las instalaciones del
Club Barranquilla, donde los combatientes se trenzaron en el último combate
antes de dispersarse para lavarse y salir para los diferentes bailes de mascarada
que se ofrecían en casas de habitación, en el Teatro Municipal, en los Salones
públicos y privados que recibían a los más de 4.700 disfrazados que habían
adquirido las respectivas placas numeradas ante la Junta de Festejos.
El desfile con un horario, un recorrido por unas vías apropiadas; con unos eventos
o juegos de carnaval y observando unas reglas, con un ritual de apertura y de
cierre, es pues un instrumento de control social que nació de los conflictos que se
dieron entre los atributos del material simbólico y la aparición de nuevas
tecnologías en la movilidad humana que demandaron modificar la estructura del
espacio público en la ciudad.
El centro del “juego carnavalero”, llamado “Batalla de Flores”, seguía siendo el
juego mismo. La amistad, la diversión.
Aún no lo eran las reinas.

Conclusión.

La Ciudad de Barranquilla con la aparición del automóvil, estaba cambiando y


esos cambios estaban modificando la relación entre ella y el citadino.
Esas recíprocas influencias, empezaron a transformar aquellos juegos de carnaval
llamados Batallas de Flores, en un ritual con reglas, en una actividad procesional,
con un inicio y un final.
La influencia del desfile de Reyes organizado por los Frailes Capuchinos de la
Iglesia del Rosario es innegable.
Así mismo, algunos artistas empezaron a ofrecer sus servicios para decorar las
góndolas y carromatos que se ofrecían en alquiler para uno o varios de los días en
el carnaval que desde 1925 habían pasado de tres a cuatro días: sábado,
domingo, lunes y martes.
Las reinas del Carnaval no eran el Centro de las Batallas de Flores sino una más
entre los festejantes carnavaleros.
Sus dominios estaban en los salones, en los teatros, en sus “Cortes y Palacios
Reales”.

Continúa.

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