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Vigo, Alejandro - Práxis Como Modo de Ser Racional
Vigo, Alejandro - Práxis Como Modo de Ser Racional
, 2008
Praxis como modo de ser del hombre.
La concepción aristotélica
de la acción racional
Alejandro G. Vigo
Desde hace ya unas cuatro décadas, Aristóteles ha reaparecido, con fuerza renovada, co
mo uno de los principales autores de la tradición filosófica a los que las actuales concep
ciones en el campo correspondiente a la teoría de la acción y, de modo más general, a la
teoría de la racionalidad práctica han concedido, de uno u otro modo, el estatuto de in
terlocutores privilegiados. Esto vale para concepciones surgidas tanto en el ámbito de la
uadición filosófica centroeuropea -llamada, a veces, "continental"-, como también en
el ámbito de la filosofía analítica anglosajona.
En el caso de la tradición filosófica centroeuropea, se puede mencionar, ante todo,
el amplio movimiento de la así llamada "rehabilitación de la filosofía práctica" (Reha
bilitierung der praktischen Philosophie) , que se originó a partir de comienzos de los años
sesenta, para hacer eclosión a comienzos de 1 970, en Alemania, y que desde allí exten
dió rápidamente su influencia hacia el entorno centroeuropeo, sobre todo, en dirección
de Italia. Allí entroncó, además, con toda una tradición viva y pujante de pensamiento
aristotélico, deudora de la neoescolástica y de la investigación especializada de Aristó
reles muchas veces vinculada, directa o indirectamente, con ella1 . A esto hay que añadir
cambién la fuerte presencia de Aristóteles, sobre todo del Aristóteles práctico, en la her
menéutica, tanto alemana como francesa. Basta mencionar aquí los nombres de H .-G.
Gadamer y P. Ricoeur. En su origen más remoto, esta presencia de Aristóteles en el mis
mo seno del pensamiento hermenéutico centroeuropeo no puede explicarse adecua
damente sin hacer referencia al papel singular y decisivo que j ugó la filosofía práctica
aristotélica en la fase más temprana de formación del pensamiento de M. Heidegger,
pensador cuya influencia sobre las figuras más representativas del pensamiento herme-
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Filosofía de la acción
néucico contemporáneo no necesita ser enfatizada. Por otra parte, hay que señalar que
también en el ámbito del pensamiento anglosajón de matriz no principalmente analíti
ca tuvo lugar, desde comienzos de los años ochenta, un amplio y vigoroso movimiento
de rehabilitación de posiciones de inspiración aristotélica, a veces en conexión directa
con la recepción de motivos del pensamiento hermenéutico centroeuropeo, pero, de mo
do más general, sobre todo, como resultado de la crítica interna de las concepciones in
dividualistas de filiación liberal, dominantes en el terreno del pensamiento ético y po
lítico. Tal es el caso de lo ocurrido, especialmente, en el marco de lo que se dio en llamar
el pensamiento comunitarista, cuyo aporte más significativo, en lo'que concierne al inten
to de reactualizar la concepción ético-política de Aristóteles y de la tradición tomista
vinculada con ella, está asociado, como se sabe, al nombre de A. Mclntyre.
Algo análogo puede decirse de la recepción del Aristóteles práctico en el ámbito de
la filosofía analítica. Al margen de su constante presencia en el ámbito del pensamiento
ético y político, Aristóteles aparece aquí, sobre todo, como interlocutor preferido de al
gunas de las concepciones más influyentes en el ámbito de la teoría de la acción, y ello,
en no pocas ocasiones, en estrecha asociación con los impulsos de pensamiento que pro
ceden de L. W ittgenstein, cuya figura j uega respecto de esta tradición de pensamiento
un papel inspirador comparable, en algunos aspectos, al que le corresponde a Heidegger
en el pensamiento hermenéutico centroeuropeo. No es necesario ni posible entrar aquí en
una exposición detallada de los múltiples aspectos que dan cuenta de la presencia pro
tagónica del pensamiento de Aristóteles en muchos de los autores más connotados den
tro del ámbito de la filosofía analítica de la acción. Pero, por señalar tan sólo algunos de
los ejemplos más representativos, baste indicar que es bien conocido el importante papel
que ha cumplido la recepción de la teoría aristotélica de la racionalidad práctica y el silo
gismo práctico en el tratamiento de la acción intencional así como de la irracionalidad
interna y la incontinencia llevado a cabo por autores como G. E. M. Anscombe, G. H .
von Wright, D. Davidson y A. Kenny, entre otros.
Por cierto, la investigación especializada del pensamiento aristotélico de las últimas
décadas no ha sido, en modo alguno, impermeable a las influencias provenientes del con
texto filosófico general en el que ella misma está inserta. Por el contrario, también en
este ámbito se ha verificado, sobre todo, a partir de comienzos de los años ochenta, un
notorio aumento del interés por lo que Aristóteles tiene para decirnos, a la hora de in
tentar explicar la estructura de la acción y de la racionalidad que la orienta, sin restrin
gir la consideración, como solía ser frecuentemente el caso en épocas precedentes, a los
aspectos más directamente vinculados con la posición que Aristóteles elabora en el pla
no de la ética normativa y la filosofía política. Puede decirse incluso, sin exagerar demasia
do las cosas, que las cuestiones vinculadas con la producción y la estructura de la acción
racional así como con las condiciones que dan cuenta de su carácter voluntario o inten
cional y de los correspondientes requerimientos epistémicos, de la posibilidad de impu
tación, del origen y el alcance de la responsabilidad, etc., comenzaron, en esos años, a
atraer por sí mismos el interés de los especialistas, de un modo poco menos que inédito
hasta entonces. De hecho, puede decirse que tras la publicación, a comienzos del siglo XX,
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Praxis como modo de ser del hombre
del clásico libro de R. Loening, una obra todavía hoy de gran utilidad, que aborda de
modo sistemático la concepción aristotélica de la responsabilidad y la imputabilidad
(Loening, 1 903), hubo que esperar hasta comienzos de 1 980, para ver producirse una
serie de esfuerzos comparables por esclarecer los aspectos más específicos de la concep
ción aristotélica de la acción racional, sin desconectarlos de los aspectos más estrecha
mente vinculados con la ética normativa, pero, a la vez, sin subsumirlos simplemente
bajo ellos. Entre muchos otros, que abordan, desde diferentes ángulos, tópicos centrales
de la concepción aristotélica, puede citarse, como representativos de un enfoque centra
do los aspectos más específicos correspondientes a la teoría de la acción racional y la racio
nalidad que la orienta, el libro de A. Kenny sobre la concepción aristotélica de la volun
tariedad y el razonamiento práctico (Kenny, 1 979); el de R. Sorabji sobre la concepción
aristotélica de la imputabilidad, en conexión con el debate acerca del determinismo
(Sorabj i, 1 980; cf. esp. parte V: "Neccesiry and blame"), y posteriormente también los
trabajos de S. Sauvé Meyer, centrados a la reconstrucción de la concepción aristotélica
de la acción voluntaria y la responsabilidad moral (Sauvé Meyer, 1 993 y 2006). La apari
ción en 1 984 del importante libro de D. Charles, una obra que sobresale por su rigor
sistemático y su penetración filosófica, constituye el primero y, hasta donde sé, todavía
el único intento de abordaje integral de la concepción aristotélica de la acción, en los tér
minos propios de las teorías contemporáneas de orientación analítica (Charles, 1 984).
Bajo la influencia de la poderosa reconstrucción ofrecida por Charles, pero con un en
foque independiente y, en aspectos importantes, incluso divergente, en virtud de su ca
rácter más marcadamente histórico-filológico, C. Natali ha publicado recientemente un
volumen que contiene una serie de lúcidos ensayos dedicados al mismo tema (Natali,
2004). Especial atención ha recibido en este contexto la concepción aristotélica de la
acción incontinente, como ejemplo paradigmático de acción internamente irracional,
tal como Aristóteles la desarrolla en el libro VI I de EN (véanse, p. ej . , Dahl, 1 984;
Spitzley, 1 992: cap. 2; Price, 1 995: cap. 3 y 2006) . Si a esto se pretendiera añadir siquiera
una selección de los trabajos que discuten aspecros vinculados más específicamente con
la concepción aristotélica de la racionalidad práctica, tal como ésta queda desarrollada
en el marco de lo que puede llamarse la teoría de la "prudencia" o "sabiduría práctica''
(phrónesis), desde el famoso escrito de P. Aubenque, aparecido originalmente en 1 963
(cf. Aubenque, 1 986) , hasta trabajos mucho más recientes de autores tales como C. D.
C. Reeve (cf. Reeve, 1992) o R. Elm (cf. Elm, 1 996), entre otros, entonces la lista des
bordaría todo marco razonable para el apartado introductorio de un trabajo como el que
aquí se presenta.
Baste, pues, con lo dicho, a los efectos de mostrar hasta qué punto el Aristóteles teó
rico de la acción racional y la racionalidad práctica puede verse, con toda probabilidad,
como uno de los más vivos y más presentes en el debate filosófico contemporáneo, di
cho esto sin perjuicio del debido reconocimiento que debe darse a la presencia de Aris
tóteles en otros ámbitos de discusión, tan importantes como el de la ontología, la lógi
ca, la filosofía de la mente y, en cierto modo, incluso la biología2.
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Filosofía de la acción
contenidos en el modelo teórico que Aristóteles desarrolla en sus escritos éticos, espe
cialmente en EN. Las ventajas de este modo de abordaje son, principalmente, de dos ti
pos, a saber: por una parte, permite poner en el centro de la atención una cantidad de
aspectos estructurales que en las interpretaciones más habituales o bien no son relevados
como tales, o bien quedan relegados a las márgenes; por otra, y como reverso de lo an
terior, permite comprender mejor por qué razones algunos de los temas o tópicos que
resultan centrales en muchos de los tratamientos más característicos de la teoría de la ac
ción contemporánea no j uegan un papel central en el marco de la concepción aristoté
lica, al menos, no en la misma forma en que lo hacen en las concepciones actuales. Por
último, en el contraste entre ambos tipos de abordaje va involucrado también un pro
blema metódico de gran importancia, que se conecta con lo que puede caracterizarse
como la oposición entre un enfoque elemen tarizante, q ue da lugar a una suerte de
ontología de estratos, por un lado, y, por el otro, un enfoque de orientación más marca
damente holística y fenomenológica, que insiste en la necesidad de partir de una totali
dad fenoménica que viene dada, como tal, de antemano, y que no puede reobtenerse a
partir del mero añadido de elementos alcanzados analíticamente, por vía de reducción
abstractiva5.
En lo que sigue, y a modo de complemento de lo realizado en la monografía de 1 996,
ofreceré el bosquejo de una interpretación del tipo sugerido arriba, tomando esta vez co
mo hilo conductor la noción aristotélica de práxis. Albergo la esperanza de que, al cabo
de la presentación de dicha interpretación, quede también algo más claro el genuino al
cance del contraste entre los dos modos de abordaje que acabo de distinguir.
_ pueda decir que un dispositivo mecánico o el agua realmente "actúan", pues no son,
' mo tales, verdaderos agentes, es decir, genuinos sujetos de "acción'', en el sentido más
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Filosofía de la acción
estrecho del término. A diferencia de esto, el sustantivo griego praxis así como el verbo
prattein , del cual el primero deriva, no parecen poder ser aplicados con la misma ampli
tud, pues, al menos, en sus usos más habituales en el lenguaje pre-filosófico, quedan res
tringidos al ámbito del obrar propiamente humano, en sus diferentes posibles formas.
Como se verá, Aristóteles procede incluso a excluir, de modo expreso, del ámbito de la
genuina praxis a los movimientos y actos de los que son capaces los animales y los niños,
mientras que en castellano y lenguas modernas afines como las mencionadas no sería na
da extraño decir que también ellos "actúan", ni resultaría chocante decir que producen
determinadas "acciones"4.
Se podría alegar que esca dificultad no sería demasiado grave, pues bastaría con res
tringir el uso de los términos castellanos "acción" y "actuar" al ámbito del obrar especí
ficamente humano, para obtener una adecuada traducción de los términos griegos a par
tir de los cuales se orienta Aristóteles, en su abordaje de las estructuras de dicho obrar.
Sin embargo, aunque efectivamente tal recurso provee una solución parcial al problema,
esta misma solución tiende a encubrir un aspecto vinculado con la neta divergencia en
las connotaciones de los términos griegos y sus supuestos equivalentes modernos, que,
desde el punto de vista sistemático, posee consecuencias importantes. En efecto, al me
nos en nuestro uso actual, los términos "acción" y "actuar" poseen un significado cal, que
parece hacer recaer el énfasis, predominantemente, sobre el aspecto de eficacia, vincula
do con la producción efectiva de un cierto efecto o resultado, sea éste buscado o no co
mo tal. Por su parte, y en alguna medida ya desde los usos más antiguos atestiguados, el
verbo griego prdttein parece enfatizar, más bien, el aspecto de acabamiento o cumplimiento,
que se vincula con el hecho de que la "acción" consiste, como tal, en un cierto llevar a
término, en un llevar a cabo, que resulta definido, como tal, por referencia a una cierta
meta, a un objetivo, en el cual la "acción" misma tiene o alcanza su cumplimiento5. Esta
diferencia de acentuación permite comprender por qué, a partir de su propia significa
ción nuclear en el empleo propio del lenguaje habitual, el verbo prdttein y, con ello, tam
bién el sustantivo verbal praxis estaban, de alguna manera, cortados a la medida, por así
decir, para poder ser aplicados, de modo especializado y restringido, en contextos vincu
lados específicamente con la acción intencional y el obrar propiamente humano: en
dicha aplicación, ambos términos dejan aflorar de modo expreso la connotación de
direccionalidad y orientación teleológica, que subyace, de modo más bien latente, ya en
algunos de sus empleos más importantes en el lenguaje habitual, incluso en épocas muy
tempranas. Con esto se conecta inmediatamente también una diferencia claramente ob
servable con el uso del término "acción" en los lenguajes modernos: mientras que éste
no prejuzga todavía acerca de si se está en presencia o no de genuina referencia a objeti
vos ni de intencionalidad, la noción griega de praxis remite, en cambio, desde un co
mienzo, a contextos en los cuales la presuposición prima facie es, precisamente, la de que
se está en presencia de un obrar que, como el específicamente humano, se caracteriza no
sólo por su orientación teleológica, sino, además, por su carácter intrínsecamente in
tencional. Pero si esto es así, hay buenas razones para pensar que la orientación a partir
de la noción de praxis sugiere, por sí sola, un camino para la elucidación filosófica que
Praxis como modo de ser del hombre
no transita por el intento de deslindar el ámbito delimitado por ella partiendo de un ám
bito más abarcador, que vendría dado por una noción más general de acción, no vincu
lada de modo específico a la esfera del obrar humano. Y, de hecho, aunque lo compara
frecuentemente, desde diferentes puntos de vista, con otros dominios fenoménicos, Aristó
teles no aborda temáticamente el ámbito propio de la praxis sobre la base de un previo
deslinde respecto del ámbito de lo que serían "acciones" en sentido amplio, ni tampoco
respecto del ámbito propio de los movimientos y procesos naturales6. Más bien, adop
ta, de hecho, una perspectiva, por así decir, inmanente, centrada en el ámbito de la pro
pia praxis, al que considera como siempre ya dado de antemano, y, en cierta forma, como
siempre ya comprendido en su peculiar constitución, y ello, mucho antes de toda refle
xión filosófica, ya en el acceso que a él tiene todo agente de praxis.
Una segunda dificultad, que se relaciona, de modo aún más estrecho, con el empleo
específico del término que hace Aristóteles , concierne a la diferencia entre lo que podría
llamarse el uso singular y el uso colectivo-totalizador del término praxis. El primero es
el que remite a lo que nosotros denominaríamos las "acciones" particulares, y, precisa
mente por tratarse de un uso que singulariza, es también el que está presente en los em
pleos del término praxis en el plural (praxeis) (cf. p. ej . EN 1 1 , 1 094a5; I I I 1 , 1 1 1 Ob6;
VII I 9, 1 1 5 1 a l 6, etc.) , así como en los empleos en singular dotados de valor distributi
vo (p. ej . pdsa praxis) (cf. p. ej. 1 1 , 1 094al, 1 2) . Por su parte, el uso colectivo-totalizador
-que debe entenderse, de hecho, como un caso de singulare tantum- alude a lo que pue
de llamarse el dominio o el ámbito de la praxis como tal , es decir, el dominio o el ámbi
to que corresponde a los que nosotros llamaríamos, en general, el "obrar humano". Así,
por citar sólo un par de ejemplos, valiéndose de este tipo de uso del término, Aristóteles
señala, por caso, que las bestias no participan de la praxis (cf. VI 2, l 1 39a20) , y opone
el ámbito de la praxis, como tal, al de la producción (poíesis), por tratarse de dos ámbitos
genéricamente diferentes (cf. VI 4, l 1 40a2-6). Ante la constatación de esta duplicidad
de empleos, se podría suponer que el sentido estrictamente aristotélico del término habría
que buscarlo, más bien, en el uso singular, que remite a las "acciones" particulares. Esta
suposición podría parecer reforzada, además, por la orientación general que presenta el
pensamiento aristotélico en el ámbito de la teoría ontológica y la teoría del movimien
to natural. Así, por ejemplo, en su empleo estrictamente filosófico del término "natura
leza" (phjsis), un término básico en su vocabulario técnico, Aristóteles se orienta central
mente a partir del significado singular de carácter distributivo que el término posee, allí
onde se alude a la naturaleza de algo, y no a partir del significado colectivo que remite
la naturaleza en su conjunto, significado que es , sin embargo, muy usual en la lengua
tidiana, y que el propio Aristóteles conoce y emplea en ocasiones7. Sin embargo, hay
muy buenas razones para sostener que en el caso de la noción aristotélica de praxis la si-
ción es, en cierto sentido, la inversa. En efecto, en este caso es el significado colecti
:o-totalizador el que posee la preeminencia, al menos, en la medida en que Aristóteles
:ESUme que sólo los agentes de praxis, esto es, sólo quienes participan del ámbito de la
dxis, están en condiciones de producir genuinas "acciones" (práxeis), y no meros "movi
· entos"8.
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Filosofía de la acción
B) Praxis y proaíresis
Ahora bien, si lo anterior es cierto, se sigue que, para poder precisar las condiciones
que debe satisfacer lo que Aristóteles considera que es una genuina "acción", se debe
partir de una previa consideración de las condiciones que supone la posibilidad de par
ticipar del ámbito de la pr!ixis, en general, o, dicho de otro modo, de las condiciones que
supone poder alcanzar el estatuto de un genuino agente de pr!ixis. El enfoque debe pro
ceder, pues, a partir de la precisión de lo que podría denominarse las condiciones "in
ternas" o "subjetivas" de la genuina pr!ixis, y no de la precisión de las condiciones "exte
riores" u "objetivas" que dan cuenta del aspecto de expresión y exteriorización que trae
normalmente consigo la producción de acciones particulares. Y ello por la sencilla razón
de que lo constitutivo de toda genuina pr!ixis no puede jamás capturarse de un modo
puramente exterior, que no haga referencia a los estados disposicionales del agente, y que
no presuponga, de modo directo o indirecto, la referencia a lo que, como experiencia de
la propia pr!ixis, se abre de modo origina110 e irreductible en la perspectiva propia de la
pnmera persona.
Un punto de partida adecuado para la consideración de tales condiciones "internas"
de la genuina pr!ixis viene dado por la noción aristotélica de proaíresis. El término, cuyo
uso está escasamente atestiguado antes del empleo aristotélico, adquiere en Aristóteles
un significado técnico bastante preciso, y suele traducirse, en atención al valor de los ele
mentos que lo componen (pro "anees [que)"), y haíresis "acción de elegir", de hairéo "to
mar" y, en voz media, "elegir", "escoger"), por "elección preferencial", aunque hay ra
zones de tipo sistemático que, a mi juicio, hacen preferible la traducción por "decisión
deliberada". En efecto, Aristóteles concibe la proaíresis como un deseo deliberativamen
te mediado (órexis bouleutiké) (cf EN I I I 5, l l 1 3a l 0; VI 2, l 1 39a23, 31) o, de modo
más preciso, como el tipo de pro-actitud que surge como resultado del proceso de deli
beración, allí donde éste concluye exitosamente. En cal sentido, Aristóteles explica que
el "objeto" de la deliberación (boúleusis) y el de la proaíresis son, en rigor, uno y el mis
mo, aunque se diferencian por la respectiva modalidad de posición: en cuanto "objeto"
de la proáiresis (to proairetón) , aquello sobre lo cual se delibera aparece como ya deter
m inado (aphorisménon éde) (cf I I I 5, l l 1 3a2-5), vale decir, como cosa ya decidida. Aho
ra bien, si se atiende al empleo concreto de la noción en los textos aristotélicos, se ad
vierte enseguida la presencia de una duplicidad de empleos que, en cierto sentido, guarda
correspondencia con la que presenta también el empleo del término pr!ixis. En efecto,
también en el caso del término proaíresis se puede distinguir entre un uso singular-dis
tributivo, que remite a las decisiones deliberadas particulares, referidas a acciones par
ticulares que apuntan a fines u objetivos particulares (cf p. ej . I I I 2, l l 10b3 l; VII 9,
l l 50b30; VI I 1 O, 1 1 51 a29-33, etc.), por un lado, y un uso colectivo-totalizador, que
remite, más bien, al tipo peculiar de elección que apunta a aquellos fines de mediano y
largo plazo que delinean una cierta representación total de la vida buena para el agente
de pr!ixis del caso, por el otro (véanse Anscombe, 1 965: 1 43 y s.; Vigo, 1 996: 274 y s.).
Y también en este caso se observa una clara prevalencia del uso colectivo, en la medida
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Práxis como modo de ser del hombre
en que es éste el que apunta a las condiciones básicas que hacen posible la existencia de
genuinas decisiones deliberadas, también en el plano correspondiente a las acciones par
ticulares y los objetivos de acción particulares, los cuales, a su vez, traducen o deberían
traducir en concreto dicha opción fundamental por un determinado modo de vida, al
menos, allí donde el agente de praxis obra o pretende obrar de un modo internamente
racional.
Lo que está en juego en el empleo aristotélico de la noción de proaíresis, al menos
cuando ésta es tomada en su sentido más estricto, no es tanto la referencia a decisiones
o elecciones vinculadas con cursos particulares de acción, sino, más bien, la referencia a
lo que se podría denominar una suerte de decisión u opción fandamental por un deter
minado modo de vida: a esto se refiere Aristóteles allí donde habla de la capacidad de vi
vir según la propia proaíresis (cf. p. ej . EE I 2, 1 2 1 4b6 y s.: ton dynámenon zén kata ten
hautou proaíresin)9• Ahora bien, y éste es un punto fundamental dentro de la concepción
aristotélica, sólo quien es capaz de optar deliberadamente por un cierto modo de vida,
no importa ahora cuál sea éste, está en condiciones de producir también genuinas deci
siones deliberadas respecto de cursos particulares de acción, y ello porque sólo quien obra
o puede obrar con arreglo a una cierta representación global de la propia vida puede ser
considerado como un genuino agente de praxis. A juicio de Aristóteles, el ámbito de la
genuina praxis se extiende, pues, tanto como el de la proaíresis, ya que es en la posesión
de esta capacidad donde reside el rasgo distintivo de los genuinos agentes de praxis: la
proaíresis es el principio (arché) de la praxis (cf ENVI 2, l l39a3 l ), y puede decirse inclu
so que, en su carácter de agente de praxis, un ser humano (ánthropos) se identifica, como
cal, con dicho principio, en su peculiar carácter de intelecto desiderativo (orektikos nous) o,
lo que es lo mismo, de deseo intelectivamente mediado (órexis dianoetiké) (cf l l39b4 y s.).
Sobre esta base se comprende también la razón por la cual Aristóteles asume que la mera
capacidad de producir movimientos voluntarios no debe ser confundida, como tal, con
la capacidad de actuar, en el sentido estricto del término, y sostiene, consiguientemen
te, que los niños y ciertos animales, aunque son capaces de producir movimientos vo
luntarios, no actúan, sin embargo, ni son agentes de praxis, ya que tampoco poseen pro
aíresis (cf. ENIII 4, l l l l b8-9; EE II 1 0, 1 225b l 9-27), y ello justamente en la medida
en que no son capaces de obrar sobre la base de una cierta representación global de la
propia vida. No todo lo que cuenta o puede contar como voluntario es, pues, resultado
de intervención de la proaíresis, mientras que, viceversa, todo lo que es resultado de in
tervención de la proaíresis cuenta, al menos primafacie -es decir, de no mediar circuns
tancias excepcionales que afecten decisivamente la imputabilidad del acto, tales como,
por ejemplo, ignorancia invencible respecto de las circunstancias particulares de la ac
ción (cf. ENIII 2, l l 1 0b l 8- l l l l a2 1 )- como voluntario (cf. III 4, l l l l b6-8; V 1 0,
l 13 5b8- l l ) .
En la interpretación de la concepción aristotélica de la acción no siempre s e ha re
conocido debidamente el papel decisivo que Aristóteles concede a la capacidad de obrar
sobre la base de una cierta representación global de la propia vida, allí donde se trata de
dar cuenta de las condiciones internas que posibilitan la praxis. Parte de la explicación
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Filosofía de la acción
de esta circunstancia tiene que ver, si n duda, también con el hecho de que, a la hora de
explicar el modo en el que tiene lugar la producción de los movimientos animales y la
acción humana, Aristóteles apela a un mismo modelo explicativo, a saber: el provisto por
la estructura formal del así llamado "silogismo práctico". Éste presenta la producción del
movimiento o la acción, que ocupa el lugar de la conclusión, como resultado de la con
vergencia de un factor desiderativo (v. gr. deseos de diferente tipo) y un factor cognitivo
(v. gr. percepción, imaginación o bien intelecto) (cf. MA 6, 700b 1 7-23), que quedan repre
sentados, respectivamente, en la premisa mayor y la premisa menor del silogismo práctico10•
Sin embargo, la apelación a un mismo modelo explicativo no nivela las importantes di
ferencias existentes entre el movimiento animal y la acción humana. Y Aristóteles inten
ta hacer j usticia a tales diferencias estableciendo una clara distinción entre las formas de
deseo y las formas de conocimiento intervinientes en uno y otro caso. En el caso de la
acción humana, el factor desiderativo (órexis) involucrado en su producción no se redu
ce a los deseos apetitivos inmediatos (epithymía), sino que comprende también toda
una gama de deseos vinculados con las diferentes posibles reacciones emocionales ante
las situaciones de acción (thymós) y, además, todo el ámbito de los deseos de origen pro
piamente racional (boúlesis) . Del mismo modo, en el caso de la acción humana, el factor
cognitivo involucrado en su producción no queda restringido al ámbito de la mera per
cepción sensible, la memoria y la i maginación, sino que comprende también diferentes
tipos de procesos intelectivos. Más concretamente, se trata aquí de la intervención del que
Aristóteles llama el "intelecto práctico" (noús praktikós) , que es aquel que delibera o cal
cula con vistas a la consecución de un fin (ho héneká tou logizómenos) (cf. DA III 1 O,
433al 4; véase también 433a l 8: diánoia praktiké ) . Las facultades intelectuales y delibe
rativas propias de los agentes racionales son j ustamente aquellas que permiten la averi
guación de los medios más adecuados para hacer la posible obtención de los fines a los
que apuntan sus diferentes deseos (cf. ENIII 5, l 122al 8-ll 13a2) .
Puesto que en el caso de los agentes racionales se da la presencia de deseos de dife
rente tipo y origen, en particular de deseos de origen racional que apuntan a fines de me
diano y largo plazo, la averiguación de los medios conducentes a la obtención de dichos
fines y la compatibilización de su persecución con la obtención de otros fines diferentes
plantean exigencias completamente diferentes que en el caso de aquellos comportamien
tos y movimientos dirigidos a la satisfaccir; <:le deseos apetitivos inmediatos, que son los
únicos que poseen los animales. A través de sus deseos racionales referidos a fi nes de
mediano y largo plazo los agentes humanos están siempre ya lanzados más allá de toda
situación particular de acción, en dirección de un horizonte futuro de posibilidades, a
partir del cual deben intentar apropiarse significativamente de la situación presente en
cada caso. Esta peculiar apertura al horizonte del tiempo y, en particular, al horizonte
del futuro resulta, a juicio de Aristóteles, esencial para la estructura de la racionalidad
práctica como tal. Su función queda expresada de un modo peculiarmente nítido a tra
vés del fenómeno del conflicto motivacional o conflicto de deseos, que sólo puede dar
se como tal en el caso de los agentes racionales, precisamente por poseer éstos un tipo
especial de conciencia del tiempo (cf. DA III 1 0, 433b6-7: aísthesis chrónou), en la cual
Praxis como modo de ser del hombre
el acceso al horizonte futuro de sus propias posibilidades j uega un papel decisivo. Aris
tóteles explica el punto por medio de un ejemplo sencillo. En el caso de los agentes ra
cionales puede ocurrir que surjan deseos opuestos, concretamente, allí donde el princi
pio racional (ho lógo s) y los deseos apetitivos (hai epithymíai) se oponen (cf. 433b5-6).
Así, ocurre un conflicto de deseos, por ejemplo, cuando, por un lado, el intelecto (noús)
ordena, bajo consideración de las consecuencias faturas (día to méllon), renunciar a de
terminadas sensaciones placenteras inmediatas, m ientras que, por otro lado, los deseos
apetitivos, que quedan como cales fijados al presente inmediato (dia to éde), reclaman la
acción opuesta (cf. 433b7-8) . En tal sentido, este cipo de conflicto de deseos pone de
manifiesto la peculiar apertura al horizonte de futuro que posibilitan las capacidades in
telectuales y racionales, en la medida en que dan origen a determinadas formas de deseo
y las orientan intencionalmente. Sobre la base de tal mediación racional, los agentes hu
manos están en condiciones de proyectarse más allá de la situación de acción presente
en cada caso, de distanciarse de lo dado inmediatamente y de considerarlo así desde la
perspectiva que abre la referencia a una representación de la propia vida como un todo.
Por medio del intelecto práctico y los deseos racionales se abre a los agentes humanos la
posibilidad de acceder a un horizonte de fines o bienes, que no quedan referidos mera
mente a la situación particular de acción con la que se ven confrontados en cada caso,
sino que remiten, más allá del presente concreto, hacia una representación de conj unto
de la propia vida, considerada como una cierra totalidad de sentido11• Si los agentes hu
manos, en cambio, sólo fueran capaces de deseos apetitivos, como ocurre con los anima
les, entonces el acceso a tales fines o bienes les estaría bloqueado. Y bajo cales condiciones,
que implican la supresión de la perspectiva de futuro (dia to me horán to méllon) , todo
lo que se les apareciera como ahora bueno o placentero, como explica Aristóteles, se les
aparecería como bueno o placentero sin más (cf. DA III 1 0, 433b8- 1 0) . La capacidad,
aparentemente negativa, de ren unciar a bienes o placeres inmediatos es, en realidad,
expresión de la referencia positiva al propio horizonte de futuro, que caracteriza a los
agentes racionales, en la medida en que en cada contexto particular de acción ponen de
algún modo en juego su propio ser, como un codo12.
mediano y largo plazo. En virtud de sus propias capacidades racionales y los deseos
>inculados con ellas, los agentes de praxis están proyectados siempre ya más allá de la si-
ruación particular de acción con la que se ven confrontados en cada caso, y referidos así
Filosofía de la acción
a una cierta representación de conj unto de la propia vida, considerada como una cierta
totalidad de sentido. Dicho de otro modo, los agentes de praxis se caracterizan por o
brar, de uno u otro modo, sobre la base de una cierta representación de la vida buena o
lograda, por poco articulada y deficiente que dicha representación pueda ser en muchos
casos. En tal sentido, en pasaje cuya importancia sistemática no siempre ha sido adecua
damente reconocida, Aristóteles explica que lo propio de todo (hápas) el que es capaz de
vivir según su propia decisión deliberada (proaíresis) consiste en haber puesto siempre ya
un cierto objetivo de la vida buena -sea el honor, la fama, la riqueza, la educación- con
arreglo al cual ordenará sus actividades, ya que no ordenar la vida por referencia a un
cierto fin es signo de gran insensatez (aphrosjne) ( c( EE I 2, l 2 l 4b6- l l) . Dicho de o
tro modo: la asunción de un cierto objetivo que provee el contenido nuclear de la repre
sentación de una vida buena o lograda constituye una condición necesaria para el pleno
despliegue de su constitutiva racionalidad por parte del agente de praxis. Llamo a la exi
gencia de carácter cuasi-normativo que adquiere expresión en este pasaje el "postulado
mínimo de racionalidad práctica'', en la medida en que apunta a las condiciones míni
mas de sentido y consistencia (racional idad interna) que debe satisfacer la acción racio
nal, para contar como genuina expresión de la capacidad, constitutiva de los agentes de
praxis, de vivir según la propia proaíresis. Se trata, pues, de una exigencia que plantea
requerimientos de carácter, por así decir, puramente formal, y que se sjtúa, como tal, en
el plano correspondiente a la teoría de la acción, y no todavía en el plano correspondiente
a la ética normativa, como lo muestra ya el simple hecho de que no prej uzga todavía sobre
la cuestión relativa al contenido material que deba darse a la representación de la vida bue
na o lograda. De hecho, ninguno de los candidatos mencionados a título de ejemplos en
el texto (v. gr. honor, fama, riqueza, educación) se corresponde con el que Aristóteles
mismo considera como el más adecuado, a la hora de indicar el contenido nuclear de la
representación del fin último de la praxis.
La necesidad de una exigencia de este tipo se explica, a j uicio de Aristóteles, por re
ferencia al hecho de que la existencia de una pluralidad de fines, en conexión con dife
rentes acciones o actividades particulares, no basta todavía para garantizar la posibilidad
de considerar la propia vida como una cierta totalidad de sentido. Por el contrario, la
existencia de una pluralidad de fines diferentes en conexión con diferentes actividades
puede, más bien, amenazar todo intento de hacer sentido de la actividad práctica como
un todo, si no se cuenta con criterios que permitan integrar dichos fines, de modo más
o menos armónico, en estructuras teleológicas más comprensivas, dentro de las cuales
diversos fines y actividades particulares quedan referidos, en calidad de medios o de
condiciones necesarias, a otros fines y actividades más importantes. En el comienzo mis
mo de EN, Aristóteles desarrolla una argumentación que apunta a enfatizar dos aspec
tos fundamentales dentro del modelo de explicación y j ustificación teleológica de las
acciones que caracteriza a su filosofía práctica, a saber: por una parte, la existencia de una
pluralidad irreducible de fines específicos conectados con actividades específicas; por
otra, la existencia de criterios que permiten articular los diferentes fines y actividades
particulares en ordenamientos más comprensivos, a través de la vinculación con fines y
Praxis como modo de ser del hombre
actividades de orden superior a los cuales otros quedan subordinados. Con esta línea de
argumentación Aristóteles no pretende introducir una tesis especulativa referida a la exis
tencia de un ordenamiento de fines dado, por así decir, de antemano, sino, más bien ,
explicitar lo que está presupuesto en el modo habitual en que los agentes de praxis in
tentan dar cuenta de sus acciones. En efecto, cuando se nos pregunta para qué hacemos
cal o cual cosa, tratamos de identificar un fin u objetivo que j ustifique de modo satis
factorio la actividad correspondiente. Por ejemplo, si estamos cruzando la calle, pode
mos responder a la pregunta "para qué", diciendo cosas tales como "para ir al banco".
Pero es obvio que también respecto de la actividad de ir al banco puede plantearse la mis
ma pregunta que apunta a su objetivo específico, de modo que para explicar dicha ac
tividad debemos identificar un nuevo fin, pues de lo contrario no podríamos j ustificar
razonablemente ni la actividad de ir al banco, ni tampoco la de cruzar la calle, explica
da en una primera instancia por referencia a ella.
Esta simple observación basta para mostrar que la explicación y justificación de las
acciones por referencia a fines plantea, de modo mediato o inmediato, la necesidad de
dar cuenta de la posible articulación de los diferentes fines y actividades en contextos
de explicación más comprensivos, en los que j uega un papel decisivo la referencia a fi
nes y actividades de nivel superior, a los cuales los primeros quedan subordinados. En
cal sentido, Aristóteles señala que efectivamente toda actividad, tanto de tipo teórico co
mo práctico, y toda decisión o elección particular apunta a un cierto fin, de modo que
hay, por lo pronto, una multiplicidad de fines particulares en conexión con diferentes
actividades (cf. ENI 1 , 1 094a l y s.). Por ejemplo, las diferentes actividades técnicas pose
en cada una de ellas sus propios fines específicos: el fin de la medicina es la salud, el del
arte de la construcción naval es el navío, el de la economía es la riqueza, etc. (cf. 1 094a6-9).
Sin embargo, el propio ejemplo de las técnicas muestra ya cómo diferentes fines y acti
vidades particulares pueden quedar organizados en totalidades más comprensivas, en la
medida en que estén vinculados por determinadas relaciones de subordinación. El ejem
plo de Aristóteles remite al modo en que, dentro del dominio de las actividades bélicas,
las demás artes o técnicas auxiliares, tales como el arce de la herrería o bien el arte de la
rianza y manutención de caballos, quedan subordinados al arte propio del general,
la estrategia, que desempeña la función directriz dentro de dicho dominio de activida
des (cf. 1 094a9- 1 4) . En general, puede decirse que los fines propios de las artes o técni
cas directrices son preferibles a los de las subordinadas, pues éstos son buscados con vis
eas a aquellos, y no viceversa (cf. 1 094a l 4- 1 6). Como lo muestra un argumento adicional
desarrollado posteriormente, a la hora de fijar los criterios a los que debe aj ustarse un
posible ordenamiento jerárquico de los diferentes fines particulares vinculados con las
diferentes actividades de la vida práctica, Aristóteles opera aquí con una distinción funcio
nal entre tres tipos de fines, a saber: a) fines de tipo puramente instrumental que, desde el
punto de vista práctico y no meramente técnico, son siempre buscados sólo como medios
para otra cosa ( v. gr. los instrumentos y, en general, los objetos de producción técnica, pues
unque proveen el fin al que apuntan las correspondientes actividades productivas, sólo sir
en como medios, desde el punto de vista de las actividades prácticas que se valen de ellos);
Filosofía de la acción
b) fines que pueden ser queridos canco por sí mismos como con viseas a otra cosa (p. ej. la
salud; cf. Met. VII 7, 1 032b2- 1 4); y, por úlcimo, e) fines deseados siempre por sí mismos y
nunca con vistas a otra cosa diferente (cf. EN I 5, 1 097a30-34), donde el cipo e) corresponde
exclusivamente a aquel fin úlcimo de la vida práctica como un codo, que habitualmente reci
be el nombre de "felicidad" (eudaimonía) (cf. 1 097a 34-b6).
Que hay que asumir la existencia de algo así como un fin último de todas las activi
dades, que es, como cal, buscado siempre por sí mismo y nunca con vistas a algo dife
rente, se sigue, a j uicio de Aristóteles, de las exigencias que trae consigo el intento de dar
cuenta de las acciones por medio de la referencia a fines. En efecto, si es cierto, como se
vio, que la pregunta "para qué" puede aplicarse reiterativamente en diferentes niveles de
consideración, se sigue entonces que la correspondiente cadena de explicaciones no queda
rá completa hasta que se identifique en ella un fin u objetivo úlcimo respecto del cual
dicha pregunta ya no pueda ser aplicada de modo significativo, por tratarse precisamente
de un fin u objetivo que se desea y se busca por sí mismo, y no como medio para alcan
zar algo diferente. Para decirlo como lo formula Aristóteles, si quisiéramos y buscáramos
codas las cosas sólo con vistas a algo diferente, y no deseáramos nada por sí mismo, ocu
rriría entonces que todos nuestros deseos y búsquedas serían, en definitiva, vanos, pues
la serie de los fines y, con ello, también la correspondiente serie de las explicaciones y
j ustificaciones de nuestras acciones por referencia a dichos fines se remontarían al infi
nito, lo cual equivale a decir, en definitiva, que no tendríamos explicación suficiente para
ninguno de nuestros deseos y acciones (cf. 1 1 , 1 094al 8-2 1 ) . Con referencia a este argu
mento hay que destacar que, contra lo que han sostenido algunos prestigiosos intérpre
tes contemporáneos (cf. Anscombe, 1 963 : 34; Ackrill, 1 974: 25 y s.), Aristóteles no in
curre en ningún momento en la grosera falacia consistente en pretender demostrar la
existencia de un único fin para todas las actividades a partir de la existencia de un fin
particular para cada una de las actividades particulares. El argumento de Aristóteles no
procede de ese modo, sino que constituye, más bien, una suerte de prueba indirecta: vis
ta la existencia de una mulciplicidad de fines particulares en conexión con actividades
particulares, y vista la posibilidad de articular muchos de dichos fines en estructuras más
comprensivas en las que algunos de ellos quedan subordinados a otros en calidad de
medios o condiciones para su obtención, Aristóteles señala cuál sería el precio de supo
ner que todo fin es querido siempre como medio para otro fin diferente. Puesto que bajo
esa suposición la serie de fines y explicaciones remontaría al infinito, y no habría en ri
gor explicación suficiente alguna para las acciones, resulta entonces necesario asumir la
existencia de algún fin úlcimo, ubicado en la cúspide de la jerarquía de los fines, que ya
no pueda ser querido, en ningún contexto, como medio para otro fin diferente. El pre
cio de no orientar todas las actividades hacia un fin último querido por sí mismo es,
como ya se vio, el de no poder desplegar adecuadamente la racionalidad práctica cons
titutiva del agente de praxis.
Ahora bien, sobre el nombre del fin úlcimo y buscado siempre por sí mismo, pien
sa Aristóteles, hay consenso general entre los hombres, pues codos coinciden en identi
ficarlo con la felicidad (cf. EN I 2, 1 09 5 a l 4-20) . Sin embargo, a la hora de determinar
66
Práxis como modo de ser del hombre
el contenido material de dicho fin último, es decir, a la hora de decir en qué consiste la
vida buena o feliz, surgen amplísimas discrepancias. No sólo están en desacuerdo dife
rentes personas o grupos de personas, por ejemplo quienes se atienen a bienes como el
placer, las riquezas o el honor y quienes apuntan a bienes menos inmediatos, sino que
incluso uno y el mismo individuo suele cambiar de opinión, pues si está enfermo, tien
de a pensar que la felicidad reside en la salud, m ientras que si ha caído en la pobreza,
tiende a creer que la felicidad está en el dinero (cf. 1 09 5a20-25 ) . Sin embargo, Aristó
teles no cree que cualquier representación del contenido de la vida feliz sea igualmente
apropiada para satisfacer los requisitos de la caracterización formal de la felicidad como
fin último de la vida. Por otro lado, y esto es igualmente importante, Aristóteles tam
poco cree que cualquier representación del contenido material de la felicidad sea igual
mente apropiada para dar cuenta del tipo de vida que corresponde a un agente de pra
xis, en tanto ser dotado de razón. En este sentido, puede decirse, apelando a una distinción
introducida por T. l rwin, que Aristóteles no opera con una concepción meramente
conativa de la felicidad, que define su contenido por referencia simplemente a los deseos
del agente particular, cualesquiera sean éstos, sino, más bien, con una concepción nor
zativa, que apunta a lo que sería el bien real del agente, que le corresponde en virtud de
constitución de sus propias capacidades, y que puede no coincidir con lo que el pro
io agente desea de hecho (cf. lrwin, 1 988: 362 y s.; véase también Kraut, 1 979). Al ple
no despliegue de la racionalidad constitutiva del agente de praxis se llega, pues, sólo allí
onde la totalidad de las actividades es ordenada por referencia no a una representación
alquiera de la felicidad, sino, más bien, a una que haga j usticia a las propias capacida
es del agente de praxis, como ser dotado de facultades racionales13•
68
Praxis como modo de ser del hombre
lo y está dotado de su propia estructura procesual y su propio término, por el otro. Pe
ro no es menos cierto que cuanro más rica y compleja sea la articulación total de sentido
laxa tenderá a ser la relación que vincula a dicho acto con el sustrato kinético particu
lar a través del cual adquiere expresión y realización en una determinada situación de
acción. Esto explica que en el caso de los actos más específicamente humanos, como
son los actos que pertenecen al dominio de la técnica y, sobre todo, al de la m oral, re
sulte poco menos que imposible el intento de fij ar de modo preciso y exhaustivo las
condiciones materiales de realización de los diferentes tipos de actos, pues toda tipo
logía presupone aquí, de antemano, ya un determinado conj unto de condiciones mar
co, en muchos casos también de tipo convencional, q ue definen el sentido de lo que
se pretende realizar en cada caso. Por lo mismo, todas las indicaciones que se preten
da dar por medio del recurso a esquemas de acción poseen en este ámbito, como el
propio Aristóteles lo hace notar enfáticamente, un carácter meramente aproximativo
y provisional, que, por lo demás, presupone siempre ya, de uno u otro modo, lo mis
mo q ue se pretende ejemplificar o ilustrar por recurso a tales esquemas, y que no es
otra cosa q ue el entramado total de conexiones de sentido que s ustentan, en cada ca
so, la realización del acto l 9 .
Ahora bien -y aquí puede residir un aspecto n uclear de la intuición que lleva a
Aristóteles a la caracterización de toda praxis como enérgeia, incluso cuando la acción
se realiza y expresa a través de un determinado movimiento procesual-, en tal eleva
ción al plano del sentido, y desde la perspectiva interna a la propia praxis, el s ustrato
kinético de una determinada acción ya no comparece, como tal, en su materialidad,
sino, más bien, sólo en su significado, esto es, en su aporte específico a la unidad total
de sentido de la que forma parte. Dicha unidad de sentido está presente y vigente como
tal, en todos y cada uno de los momentos de la realización efectiva de la correspon
diente acción, al menos, allí donde la acción no se ve afectada por impedimentos sobre
vinientes. Bajo tales condiciones, el sustrato kinético de la acción se limita a desplegar
su función específica de vehiculización del sentido constitutivo de la acción, retrayén
dose él mismo al trasfondo en su materialidad, y sustrayéndose así a todo acceso temá
tico. De este modo, el sentido constitutivo de la acción despliega su presencia y s u
vigencia d e u n modo unitario, que n o s r � ;spersa con las fases del s ustrato kinético a
través del cual se expresa y realiza. Por lo mismo, puede decirse, por ejemplo, que, en
s u sentido constitutivo, la acción misma está, como tal, completa en cada instante
de su realización. Así, por ejemplo, en cada instante del desarrollo de la acción de dar
limosna, el agente q ue la l leva a cabo, a la vez, es y ha sido ya generoso, independiente
mente de si el resultado efectivo al que conduce el proceso kinético subyacente coin
cide o no con el esperado. En este punto se advierte, pues, la diferencia estructural de
la praxis con las acciones productivas que caen bajo el dominio de la poíesis, ya q ue en
el caso de éstas últimas no puede decirse que la acción haya sido llevada a cabo, si el
resultado exterior al que apunta el proceso kinético subyacente no ha sido efectiva
mente alcanzado20. Justamente en lo que tiene de productivo, la poíesis guarda una rela
ción diferente y m ucho más estrecha con su sustrato kinético q ue la praxis, ya que el
cumplimiento de la propia poíesis no puede alcanzarse más que a través de la conclu
sión exitosa de los correspondientes procesos subyacentes.
Praxis como modo de ser del hombre
¿Implica el carácter de enérgeia de toda práxis que, a diferencia de lo que ocurre con la
poíesis y la kínesis, en general, la praxis misma queda inmune frente a la posibilidad del
truncamiento y el fracaso? Desde luego que no, mucho menos allí donde la praxis debe
expresarse y realizarse en concreto a través de un determinado sustrato kinético. Sin embar
go, hay que asumir, en cualquier caso, que en el ámbito de la práxis los fenómenos defec
tivos que dan cuenta de la posibilidad del truncamiento y el fracaso tienen ellos mismos
una estructura específica, que refleja, en definitiva, la peculiar relación que la propia
práxis mantiene con su sustrato !cinético y, de modo más general aún, con su materialidad,
en el sentido amplio que incluye también el entorno exterior en el cual la práxis debe rea
lizarse. El reconocimiento del hecho de que toda acción y todo obrar humano debe reali
zarse siempre, de uno u otro modo, en un contexto de condiciones exteriores que le vie
nen dadas de antemano, y que se caracterizan por su carácter de particularidad y, en cierto
modo, de irrepetibilidad (cf. EN I I 7, 1 1 07a3 1 ; véase también I I I 1 , l l 1 0b6 y s.; VI 8,
l 1 4 l b l 6; VI 1 2 , l 1 43a32; Poi. I I 8, 1 269a l 1 y s.), provee un punto de partida básico de
la concepción aristotélica de la praxis, del cual Aristóteles deriva importantísimas con
secuencias sistemáticas no sólo en el plano de la teoría de la acción, sino también en el de
la ética normativa21 . Este hecho puede formularse diciendo que obrar es siempre obrar en
una determinada situación. Ello implica que toda práxis está caracterizada por poseer, ade
más de lo que antes he denominado una estructura teleológica, también, y con la misma
originalidad, una estructura situativa. Ambas no están simplemente yuxtapuestas una jun
to a otra, sino que lo propio de toda práxis reside, por así decir, en una suerte de tensión
productiva entre la orientación teleológica, por un lado, y la sujeción situacional, por el
otro. El primer aspecto da cuenta de la apertura de la praxis al horizonte de las posibili
dades, y el segundo, en cambio, de su irreducible facticidad.
Aunque no desarrolla un tratamiento específico del tema, Aristóteles se muestra par
ricularmente sensible, a la hora de reconocer los principales aspectos vinculados con la es
rructura situativa de la praxis. Por una parte, elabora un concepto específico de posibili
ad, destinado, como tal, a dar cuenta del tipo específico de contingencia con el cual se
'e, de hecho, confrontada la práxis. Excesivamente apegada a la caracterización genérica
e la práxis como un modo de acceso al ámbito de aquello que puede ser de otra manera
( . ENVI 5, 1 1 40b2 y s.: endéchetai to prakton állos échein), es decir, al ámbito de lo con-
- gente, la interpretación especializada tendió muchas veces a pasar por alto el importantí
simo hecho de que esta caracterización de la noción de contingencia, de corte puramente
' ico-modal, queda ulteriormente especificada en otros contextos por referencia a crite
de índole fáctica. Así, Aristóteles insiste en el hecho de que lo que puede contar como
ible desde el punto de vista práctico es tan sólo aquello que efectivamente "está en nues
poder" (to eph' hemín), porque podemos realizarlo ya sea nosotros mismos, ya sea a tra-
, de otras personas, por ejemplo, amigos (cf. 111 4, 1 1 1 1 b33; I I I 5, 1 1 1 2a3 1 ; l l l 2b26-
. para expresiones de valor comparable, véase I I I 4, 1 1 1 1 b25 y s.: ta auto(i) praktá; 111
- l l l 2a34: ta di' hautoú praktá; etc.). Aristóteles enfatiza, en reiteradas ocasiones, que es
Filosofía de la acción
72
Praxis como modo de ser del hombre
no deje al agente ningún tipo de alcernacivas, al punto de que lo que el agente "hace" ya no
pueda considerarse, en ningún aspecto, como expresión de sus propios deseos e inten-
iones, por cuanto ya no responde a decisiones o iniciativas de su parce, sino que se le
impone forzosamente desde fuera, sin que el agente mismo -que, en rigor, es aquí, más
bien, sujeto pasivo de lo que acontece- coopere en nada. Así ocurre, por ejemplo, cuan
º una tempestad en alca mar produce un naufragio o bien en casos en los que alguien
se encuentra en poder de secuestradores, etc. (cf. III l , 1 1 1 Oa l -4). En otros casos, que
nformidad con la situación" (kata ton kairón) (cf. 1 1 1 Oa l 3 y s.). Así, por ejemplo,
die carga un navío para arrojar la carga en medio de la travesía, pero, anee una sicua
' ón de peligro cierto de naufragio, cualquier capitán sensato optaría por arrojar la car
por la borda, con el fin de preservar la vida de la tripulación ( cf 1 1 1 Oa8- l 1 ) . Que el
está aquí "en conformidad con la situación" no quiere decir, por cierto, que las cir
scancias concretas de la acción determinen el fin, en el sentido de hacer aparecer co-
o fin algo que no formara ya de antemano parte de los objetivos y expectativas del
""f>ence, en este caso concreto, la conservación de la vida, la propia y la de personas cer
canas. Más bien, Aristóteles apunta al hecho de que no infrecuencemence las circunscan
-
concretas de la acción obligan, sobre la marcha, a una más o menos profunda re
rmulación de la fijación de prioridades de corco plazo, de modo cal que aquello que
dicho contexto de acción se daba, en principio, por garantizado, y quedaba así rele-
73
Filosofía de la acción
Conclusión
74
Praxis como modo de ser del hombre
a partir de los aspectos que dan cuenta de las condiciones exteriores de su realización.
Como se vio, son, más bien, los aspectos vinculados con la articulación unitaria de sen
tido constitutiva de la acción los que proveen el punto de partida de la concepción aris
totélica. Por lo mismo, y contra lo que suele dar por sentado un grupo importante de
intérpretes actuales de su pensamiento, Aristóteles no aborda el ámbito de la genuina
praxis partiendo del ámbito de la kínesis.
Ahora bien, esta peculiar orientación metódica no impide que Aristóteles logre echar
considerable luz sobre la relación que la propia praxis mantiene con su sustrato kinético y,
de modo más general, con su propia materialidad. Por el contrario, puede decirse incluso
que es justamente el punto de partida en la consideración de la acción como una cierta uni
dad de sentido lo que le permite poner más nítidamente de relieve el peculiar papel que
cumplen los aspectos vinculados con la materialidad de la acción y con sus condiciones exte
riores de realización. Y, de hecho, entre todos los pensadores de la Grecia clásica, Aristóte
les debe contar, sin duda alguna, como aquel que más sensibilidad ha puesto de manifiesto
a la hora de dar cuenta de la dimensión de irreductible facticidad del obrar humano, vincu
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Política
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77
Filosofía de la acción
Notas
1 Para una presencación del origen y desarrollo del movimiento de rehabilitación de la filosofía prácti
ca así como de las principales tesis programáticas del así llamado "neo-aristotelismo", véase Volpi, 1 980
y 1 999. Como ejemplo de la concinuidad de la filosofía práctica aristotélica en el pensamienco italia
no, también en conexión con la pervivencia de l a tradición tomista y la vigorosa corriente de incer
pretación especializada vinculada originalmence con ella, aunque dorada de una marcada oriencación
hacia el debate filosófico concemporáneo, hay que mencionar la obra del profesor E. Berti, autor, entre
muchos otros escritos dedicados a temas del área, de una excelence exposición sincética de la proble
mática de la filosofía práctica (véase Berti, 2004). Esta presentación puede concar, a la vez, como un
testimonio de la productividad que, desde el punco de vista histórico y sisremárico, pueden poseer aún
los enfoques de inspiración aristotélica. Para un incenro de conjunco de recuperación de la concep
ción aristotélica de la filosofía práctica, desde la perspectiva de la problemática de las ciencias sociales
y la teoría política, tal como éstas se presentaban a fines de los años sesenta en Alemania, véase la in
justamente poco considerada monografía de H. Schweizer sobre la así llamada "lógica de la praxis"
(Schweizer, 1 97 1 ) . Siguiendo a Aristóteles, Schweizer idencifica en la desfiguradora interpretación téc
nica de la praxis el origen del irreconciliable divorcio posterior y todavía imperante entre los ámbitos
de la teoría y la praxis.
2 Para una evaluación de la actualidad de Aristóteles en los diferentes ámbiros del pensamiento filosófico
y científico, véase la colección de ensayos contenida en Buchheim-Flashar-King, 2003.
Véase, en conexión con el problema aquí aludido, el diagnóstico de Narali, 2004: 1 33 - 1 37 acerca de las
deficiencias que poseerían, a l a hora de dar cuenta de la concepción aristotélica, canto el enfoque elemen
rarizante de la acción, dominante en la tradición analítica, como el enfoque propio de muchas de las con
cepciones de origen continenral, que se caracterizarían por partir de acciones emblemáticas y logradas,
y no elemencales. Por su parte, el propio Narali -con cuya posición la desarrollada aquí y en mi mono
grafía de 1 996 tiene importantes punros de contacto- enfatiza el hecho de que la aproximación de Aris
tóteles a la noción de acción, a diferencia de la que caracteriza a la filosofía contemporánea, no está regi
da centralmenre por el objetivo de establecer diferencias entre la acción humana y el movimiento físico,
pero tampoco por el de prescribir un modelo de acción ejemplar que valga como criterio universal de
evaluación (cf. Natali, 2004: 1 37). Aunque coincido, en lo fundamental, con este diagnóstico, pienso
que el punto central a tener en cuenta no está C"'1tenido en la alternativa presentada por Narali, y se re
fiere, más bien, al problema metódico que plantea una determinada aproximación al ámbito del obrar
humano como cal, según dicha aproximación posea un carácter elementarizante y analítico o, más bien,
holísrico y fenomenológico. Y en este preciso respecro, la posición de Narali no parece estar libre de cier
ra ambigüedad, pues aparece formulada de un modo que podría dar a entender que las mencionadas
características constituyen, en alguna medida, deficiencias de la concepción aristotélica, frente a los enfo
ques contemporáneos. Sin embargo, el problema específico referido a si se debe o no proceder en este
terreno a partir de una comparación de acciones humanas y movimientos naturales es, como cal, un pro
blema de carácter metódico, cuya resolución, por sí o por no, tiene consecuencias decisivas para el dise
no general de la teoría que en cada caso se busca desarrollar. Por otra parte, Natali señala acertadamen
te que, para Aristóteles, el problema de la acción no constituye un asunto independiente, sino que queda
enmarcardo, desde el comienzo, en el problema más amplio referido a la búsqueda del bien humano y
la felicidad (cf. Natali, 2004: 1 37). Con esto, Narali se aproxima, de hecho, al punco de partida metó
dico que da lugar al tipo de interpretación que pretendo desarrollar aquí.
4 El alemán parece ser aquí, hasta cierto punto, una excepción . En efecto, mientras que términos como el
inglés ''action': el francés "action" y el italiano ''azione" se emplean, al menos, con canta extensión como
el término castellano 'acción', en la medida en que pueden ser aplicados en contextos que aluden a pro
cesos de carácter puramente mecánico, en alemán se reserva el término "Handlung''. fundamentalmente,
para el ámbito del obrar humano, y se emplean, en cambio, otros términos, tales como, por ejemplo,
"Wirkung''. allí donde se pretende hacer referencia a la producción meramente mecánica de determi
nados efectos. Así, por caso, respecto de cosas cales como el agua, el fuego o un medicamento, se puede
Praxis como modo de ser del hombre
hablar de una determinada Wírkung, pero no de Handlung, justamente en contextos en los cuales noso
tros hablaríamos de la "acción" del agua o del fuego, del medicamento, etc., etc.
Véase LSJ s. v. prásso esp. !: "pass chrough" , "pass over", y Ill: "achieve", "effecr", "accomplish". La idea cen
tral en el significado originario parece ser la de atravesar de punta a punta, por completo, una cierra exten
sión. De ahí, una doble familia de significados derivados, a saber: los que enfatizan el aspecto del "pasar por"
o "a través de" algo (cf II: "experience certain fortunes", "fare well or ill"), y los que enfatizan el aspecto de
acabamiento y logro (cf III). Todo esro parece concordar bien con lo que indicaría la etimología general
mente aceptada, que vincula el verbo prattein con la raíz per-lprii-, de la que derivan también peíro ("reco
rrer", "atravesar") y peiráo ("emprender", "intentar", "procurar") . Véase Chantraine III s. v. prásso.
En EE II 3, 1 220b26 y s. Aristóteles menciona a la praxis como un caso de movimiento procesual (kí
nesis). Pero, como el contexto muestra claramente, la analogía vale sólo con referencia a la continuidad
y la duración el tiempo (cf. b26: he kínesis... synechés), como rasgo común canco de los procesos natura
les, como de las acciones humanas, allí donde éstas son consideradas de modo puramente exterior, desde
la perspectiva nivelada correspondiente a la tercera persona: cal como los meros procesos, las acciones
son dacables y pueden ser medidas en su duración. Pero cuando se las considera exclusivamente desde
dicha perspectiva y con arreglo sólo a cales aspectos, se accede a las acciones de un modo cendencialmence
reduccivo y nivelador, que no hace justicia a la especificidad de su estructura interna. Atendiendo a su
peculiar estructura interna, Aristóteles suele considerar a la praxis, más bien, como un caso de "acto" o
"actividad" (enérgeia), que, como cal, está completo en cada instante, y no como un caso de movimien
ro procesual, que mientras dura es esencialmente inacabado (cf. Met. IX 6, 1 048bl 8-28; para la impor
tante distinción aristotélica entre enérgeia y kínesis y sus consecuencias sistemáticas, véase Ackrill, 1 965;
Liske, 1 99 1 ; Nacali, 2004: 3 1 -52). Sobre algunas de las razones que subyacen a esca consideración de la
praxis como un cierto cipo de enérgeia vuelvo más abajo. Tampoco el pasaje de EE II 6, l 222b28 y s., en
el cual se afirma que el hombre es un principio de movimiento (arche kinéseos), por ser la acción (praxis)
un movimiento (kínesis}, provee un genuino testimonio en favor de la posibilidad de acceder a l a espe
cificidad de la praxis a partir de la comparación con el movimiento natural. En efecto, la referencia a la
posibilidad de considerar a la praxis como una kínesis no tiene orro alcance que el de enfatizar de qué
modo también en el caso del obrar humano, y a pesar de su variabilidad, el origen de las acciones pue
de explicarse en términos causales, aun cuando el principio que explica aquí la producción de la acción
no sea él mismo inmutable. Por lo demás, muy poco anees de las líneas citadas Aristóteles enfatiza que,
entre los vivientes, sólo el hombre es agente de praxis, ya que de ninguna otra cosa podríamos decir que
actúa (prattein) (cf. 1 222b l 8- 2 1 ) .
Véase, e n este sentido, los diferentes significados del término phjsis que Aristóteles considera y carac
teriza en Met. V 4 y en Fís. I I 1 , y que corresponden codos ellos a diferentes especies del significado sin
gular-distributivo del término. El significado colectivo, ausente en la tematización expresa de la noción
de naturaleza, aparece, en cambio, en contextos menos vinculantes desde el punto de visea sistemático,
especialmente, en sentencias de corte cuasi-aforístico referidas al universo en su conjunto (cf p. ej. Met.
III 3, 1 005a33; l 6, 987b2; Poi. II 8, l 267b28) o a determinadas características que parecerían corres
ponderle, en particular, la de representar un orden que excluye lo que es en vano (cf. DC II 8, 290a3 l ;
DA IlI 9 , 432b2 l ; y también D C 1 4 , 27 1 a33, donde se dice que "la naturaleza y l a divinidad" no hacen
nada en vano) , o bien que despierta la impresión de constituir la obra de un artífice inteligente (cf. PA
11 9, 654b3 I ; CA 1 23, 73 l a24; 11 6, 743b23). Para las principales razones que explican el hecho de que
sea el significado singular-discribucivo el que orienta el empleo técnico de la noción de naturaleza por
parte de Aristóteles, remito a la breve discusión en Vigo ( 1 994) p. 44 y ss.
Si lo dicho hasta aquí es correcto, se adviene de inmediato que la decisión de Charles de buscar el pun- ';;)
ro de partida para la reconstrucción de la concepción aristotélica de la acción en la noción de lo que él ¿¡
mismo denomina "acros (o acciones) básicos" (basic acts, basic actions} -por oposición a los actos (accio- ,"';
nes) no básicos, que están dirigidos a fines u objetivos, y de los cuales los primeros serían los compo- •'
nemes elementales {cf Charles, 1 984: 62 y ss.)- está muy lejos de ser indiscutible, y no resulca simple
mente obvia o inocua, desde el punto de visea de la orientación metódica que prescribe implícitamente.
Lo que Charles temaciza bajo la noción de "acto básico" es lo que, de un modo menos comprometido y,
lílSi'ifL,�O r1 ·: .. , :: ···:- t. r.¡¡V �Óf;CSS
.
.. :2CO. í O O.
Filosofía de la acción
a mi juicio, bastante más preciso, podría denominarse el sustrato kinético o procesual de las genuinas ac
ciones, allí donde éstas son consideradas en atención al aspecto de expresión y exteriorización que habitual
mente comportan, y en la medida en que involucran el movimiento de los miembros o el cuerpo del
agente. Pero como el propio Charles señala, dada la distinción que Aristóteles asume entre praxis y kíne
sis, ningún "acto básico" de este tipo puede ser una genuina praxis, ni tampoco una genuina praxis pue
de ser un "acco básico", aun cuando sean ambos realizados por el mismo agente, ocurran al mismo tiem
po y puedan ser considerados, al modo de Davidson, como la "misma" acción bajo diferentes descripciones
(cf. Charles, 1 984: 65). Más allá de la gran cantidad de elementos altamente valiosos que contiene el tra
tamiento de Charles, lo que habría que preguntarse aquí es por qué se debería escoger partir metódica
mente de cales "acros básicos", para dar cuenta de la estructura de la genuina praxis, y en qué sentido se
los ha de considerar "básicos", cuando todo hace pensar, más bien, que constituyen meramente el sopor
te kinético o procesual para la realización y la exteriorización de las genuinas acciones. Esta dimensión
de "materialidad", por así decir, de la acción es justamente la que nunca se anuncia como tal, allí donde
la acción logra su cometido y alcanza así su propia realización. Y ya he sostenido más arriba que Aris
tóteles carece de una noción genérica de acción que permita cubrir las acciones humanas y los movimien
tos de los animales, para no hablar de los procesos de carácter puramente mecánico.
9 Un ejemplo representativo del uso de la noción de proaíresis con referencia a la opción por un determi
nado modo de vida viene dado por la caracterización del incontinente (akratés). al cual Aristóteles con
sidera como "malo a medias" (hemipóneros), y no como perverso o vicioso, por ser buena (epieikés) su
proaíresis (cf. r.N V I I 1 1 , l l 52al 5 - 1 8) , y ello a pesar de que sus acciones particulares coincidan habi
tualmente con las del intemperante (akólastos). Este último vive según su propia proaíresis, pero ha op
tado por un modo de vida fundamentalmente errado, desde el punto de vista moral. En cambio, el
incontinente no logra traducir en concrero sus propias convicciones y traiciona, por así decir, su propia
representación de la vida buena en la situación particular de acción. Por ello, Aristóteles señala que el
incontinente vive y actúa en contra de las convincciones racionales que se corresponden con su propia
proaíresis (cf. VII 9, 1 1 5 1 a 1 9-3 1 ; véase también VII 6, 1 l 48a 1 3- 1 7), lo cual no impide, por cierto, que
sus acciones particulares deban ser consideradas ser voluntarias e imputables (cf. VII 1 1 , l l 52al 5 y s.).
En el caso de la incontinencia se trata, como es sabido, de un caso paradigmático del tipo de fenómenos
conocidos actualmente como fenómenos de irracionalidad interna. Con codo, el hecho de que el prin
cipio racional de acción, vinculado con la opción racional por un modo de vida correcto, aunque no
posea la debida eficacia motivacional, quede, sin embargo, preservado como cal, en el caso del inconti
nente, hace que éste deba ser considerado como moralmente mejor que el intemperante (cf. VII 9,
1 1 5 1 a24 y ss.) (para una discusión más amplia de esta caracterización del incontinente, en contraste con
el caso del intemperante, véase Vigo, 1 999: 35 1 -357). En otros contextos diferentes se encuentran emple
os igualmente interesantes e instructivos de la noción de proaíresis, en el sentido estricto que remite a la
opción por un determinado modo de vida. Un caso especialmente señalado viene dado por los pasajes
en los que Aristóteles contrasta la actitud propia del filósofo, por un lado, y la propia del dialéctico y el
sofista, por el otro, por referencia a una diferencia que, en lo esencial, concierne no tanro a los ins
trumentos conceptuales o argumentativos de que se echa mano en cada caso, cuanto, más bien, a la elec
ción de un determinado modo de vida (proaíresis tolÍ bíou) (cf. Met. VI 2, 1 004b22-26; véase también
Ret. l l . 1 3 5 5b l 5-2 1 ; RS l 2, l 72bl l : he sophistikeproaíresis).
11 1 Aristóteles aborda específicamente el problema de la producción del movimiento animal y la acción
humana tanto en MA (cf. 6-7) como en DA (cf. I I I 9- 1 3) . Tal como lo pone de manifiesto la estructu
ra formal del silogismo práctico, el facror desiderativo interviniente en la producción del movimiento
(animal) o la acción (humana) apunta a su objetivo o fin, mientras que el factor cognitivo opera la de
terminación de los medios necesarios para alcanzar el fin deseado. El factor desiderativo queda docu
mentado en la premisa mayor, llamada también "premisa del bien". por contener una referencia al fin o
bien perseguido; el factor cognitivo en la premisa menor, llamada también "premisa de lo posible", por
remitir a los medios que el sujeto del movimiento o acción puede arbitrar para asegurarse la consecución
de tal fin (cf. 7. 70 1 a23-25). Un sencillo ejemplo ofrecido por Aristóteles basta para ilusrrar el punto: 1)
premisa mayor: "deseo beber"; 2 ) premisa menor: "esro es bebida"; 3 ) conclusión: movimiento (animal)
80
Praxis como modo de ser del hombre
o acción (humana) de beber (cf. 7, 70 l a32-33). Para una excelente discusión de conjunto de la concep
ción aristotélica del silogismo práctico, véase Nussbaum, 1 978: 1 84-2 1 0 . Nussbaum enfatiza acerta
damente que el silogismo práctico no aparece en Aristóteles como un instrumento destinado específica
mente a hacer posible la derivación de acciones correctas a partir de principios generales de acción dados
de antemano, sino, más bien, como un esquema formal para la explicación teleológica del movimiento
animal y la acción humana.
1 1 Para este aspecto y su papel central en la concepción aristotélica de la racionalidad práctica, véase Vigo,
1 996: 249-28 5 . El aspecto de referencia anticipativa al propio horizonte de futuro y a una cierta repre
sentación global de la propia vida, que resulta esencial para la concepción aristotélica de la racionalidad
práctica, no siempre ha sido reconocido en su genuino alcance por los intérpretes. Véase, sin embargo,
Irwin, 1 988: 338-339; Sherman, 1 989: 72-75; Reeve, 1 992: 9 1 -94. Desde luego, el énfasis sobre la
apertura al horizonte futuro de las propias posibilidades y sobre el papel que desempeña la referencia a
una cierta representanción global de la propia vida no queda restringido al tratamiento de la proaíresis,
simado como tal en el plano correspondiente a la teoría de la acción, sino que juega un papel importante
también dentro del modelo teórico que Aristóteles elabora en el ámbito de la ética normativa y la teoría
política. En efecto, en la concepción aristotélica no sólo la prudencia (phrónesis), en tanto referida al obje
tivo de la vida buena en general (pros to eil zen hólos) (cf. EN VI 5, l 1 40a25-28), y de capacidades estre
chamente asociadas a ella, tales como la buena deliberación o el buen consejo (euboulía) (cf. VI 1 0 ,
l 1 42b3 1 -33), sino también instituciones tales como la casa (oikía) (cf. Poi. I 2, 1 252b 1 2- 1 4), el matrimo
nio (cf. EN VIII 1 4 , 1 1 62 a l 9-22) y el propio Estado (cf. VIII 1 1 , l 1 60a2 1 -33) quedan caracterizadas
en su función específica no por referencia al beneficio inmediato o a determinados bienes particulares,
sino, más bien, por referencia al buen logro de la vida, como un codo.
11 Esto vale incluso allí -y peculiarmente allí- donde, con ocasión de la situación particular de acción, el
agente de praxis justamente no logra traducir adecuadamente en concreto su propia representación acer
ca de lo que sería para él mismo una vida buena o mejor, de modo tal que no logra hacer justicia a su
propia comprensión de sí mismo. Esto ocurre del modo más nítido en el caso de los fenómenos de irra
cionalidad interna, en particular en el caso de la acción incontinenre. Como es sabido, en el libro VII de
NE Aristóteles dedica un extenso y detallado tratamiento al fenómeno de la incontinencia (akrasía), des
tinado, entre otras cosas, a mostrar de qué modo es posible que el agente de praxis obre de modo volun
tario o intencional en conrra de sus propias creencias acerca de lo que sería mejor para él mismo, algo
que Sócrates había descartado, sin más, como imposible. La peculiar apertura al horizonte del futuro y
la referencia a una representación global de la propia vida, como una cierta unidad de sentido, lejos de
quedar, sin más, desactivadas en el caso del agenre que obra de modo inconrinente, anuncian, más allá
de la situación particular de acción, su persistente operatividad y vigencia, en la perspectiva retrospecti
va, a través de los fenómenos del arrepentimiento y el quedar en deuda ame sí mismo, que Aristóteles
considera esenciales para caracterizar la disposición interior del incontinente (cf. VII 9, l 1 50b29-3 1 ) ,
por oposición a l intemperante, que, j ustamente por n o sentir ya arrepentimiento alguno, resulta incu
rable (cf. VII 8, l l 50a 1 9-22). Desde el punto de vista de su peculiar estructura temporal, la inconti
nencia puede caracterizarse, pues, como una suene de transitoria "caída en el presente", que, como tal,
sólo resulta posible para aquel que, como el agente de praxis, se elevado siempre ya más allá de coda situa
ción particular de acción, en dirección de un horizonte futuro de fines de mediano y largo plazo, a tra
vés de la referencia a una representación global de la propia vida, como una cierta unidad de sentido.
Para un desarrollo más amplio de la conexión que Aristóteles establece enrre el fenómeno de la inconri
nencia y la estructura temporal de la racionalidad práctica, véase Vigo, 1 999: 34 7 y ss.
Como es sabido, en EN l 6 Aristóteles desarrolla un argumento que busca determinar el contenido nuclear
de la vida feliz por referencia a la función (érgon) propia del hombre (cf. l 097b24- 1 098al 8). Tal fun
ción correspondería a aquellas actividades que dan expresión a las facultades racionales que sólo el hom
bre posee (cf. l 097b34- 1 098a4). La función propia del hombre debe consistir, por tanto, en una activi
dad (enérgeia) del alma en conformidad con la intervención de la facultad racional o, al menos, no sin
dicha intervención (cf. 1 098a7-8). Con codo, la identificación de un género específico de actividad que
resulta exclusivo del hombre no basta todavía para alcanzar el objetivo final del argumento, que consiste
8I
Filosofía de la acción
en la decerminación del concenido macerial de la felicidad, por la sencilla razón de que la noción de
felicidad no es coexcensiva con la de accividad propia y específicamence humana, sino que alude, más
bien, al ejercicio pleno de dicha accividad, es decir, a la vida humana plena o lograda. Como ha enfacizado
acercadamence A. Gómez Lobo, esce aspecco no siempre ha sido considerado en coda su imporcancia por
los incérpreces, pero resulca esencial a los fines del argumenco, porque explica la necesidad de incluir una
referencia a la vircud o excelencia (areté), allí donde se erara de dar cuenca de la conexión exiscence encre
la función específica del hombre y la felicidad, concebida como una vida plena o lograda para el hom
bre (cf. Gómez Lobo, 1 99 1 : 24, 28 s.; véase cambién Vigo, 1 996: 378 y s.). En cal sencido, Ariscóceles
explica que respecco de una accividad genéricamence idéncica la posesión de la vircud da cuenca de la di
ferencia cualicariva que hace que digamos que dicha actividad esrá bien ejecutada y que el que la realiza
es un buen ejecurance. Así, por ejemplo, la diferencia encre un simple guirarrisra y un buen o excelence
guitarrista no concierne al tipo de actividad realizada, sino, más bien, al modo en que se realiza una y la
misma accividad: es la diferencia encre la simple ejecución y la ejecución lograda o excelence de la accivi
dad propia de quien roca la guitarra (cf. EN 1 6, 1 098a8- l 2). Si esco es así, el concenido nuclear de la
represencación de la vida feliz para el hombre debe buscarse no meramence en las accividades facilicadas
por las facultades racionales, sino, más bien, en el ejercicio pleno o virtuoso de dichas actividades. Por ello,
Aristóteles concluye que el bien propiamence humano (to anthrópinon agathón) consisce en una accividad
del alma racional según su vircud propia, y, de haber varias virtudes vinculadas con el ejercicio de las fa
cultades racionales, enconces según la mejor y la más perfecta de ellas (cf. 1 098a l 6- 1 8}. Y ello, agrega
Arisróreles, a lo largo de coda una vida, es decir, de un modo regular y reiterado, y no como algo excep
cional o esporádico, pues una golondrina no hace verano. La felicidad es, pues, un cieno modo de vida,
y no un mero aconcecimienco aislado o una experiencia puncual irrepetible (cf. 1 098al 8-20}.
14 No resulta necesario enfatizar que la noción de "bien" riene aquí un alcance puramence formal-funcio
nal que no prejuzga todavía sobre la distinción encre el bien real y el bien aparence (to phainórnenon a
gathón) (para el cratamienco ariscotélico de esta distinción, véase esp. EN III 6). Como lo había hecho
ya Platón, Aristóteles asume, con la modificaciones del caso, la tesis de origen socrático según la cual lo
que se escoge en cada caso como objetivo o fin de una acción, debe ser considerado como bueno o pre
ferible (sub specie boni), al menos, al momenco de escogerlo y en el mismo respecco en el que se lo esco
ge, lo cual no excluye, por cieno, la posiblidad de error de parce del agence, en el juicio evaluativo que
subyace a su elección. Dado que se orienca a parcir de una noción meramence formal-funcional del bien,
que cubre canco el ámbico del bien real como el del bien aparente, el principio que establece que coda
acción y coda decisión deliberada apunta a un determinado "bien" se sirúa, como ral, en el plano corres
pondience a la ceoría de la acción, y no en el correspondience a la ética normativa. Su verdadero alcance
se comprende cuando se aciende al hecho, puesco de relieve también por aucores contemporáneos como
Oonald Oavidson, de que rrarar de explicar las acciones de un agence, también desde la perspectiva exter
na propia de la tercera persona, implica siempre, al menos, en un primer momenco, intencar racionali
zarlas incernamente, es decir, intencar comprenderlas como acciones que se derivan de las creencias y las
preferencias del agente, resultan consiscentes con ellas, y las expresan en concreco. É sta es j ustamence la
razón por la cual los fenómenos de irracionalidad incerna, cales como la acción inconcinence, plantean
un peculiar desafío explicativo para la reoría de la acción y la racionalidad práctica (cf. Oavidson, 1 982:
169 y s.; 1 98 5 : 1 90). Así lo advirció ya el propio Sócraces, que declaró imposible la inconcinencia, pre
cisamente, para evirar la paradoja que implica rener que acribuir al agente de praxis acciones interna
mente irracionales que poseen, a la vez, carácter intencional o voluntario.
15 Para la distinción encre enérgeia y kínesis y su aplicación al caso de las acciones, véase arriba noca 6.
1 6 AJ vincularla con la noción de kínesis, conviene apelar aquí al significado relativamence anlplio de la no
ción de poíesis que permite aplicarla canco a aquellas acciones productivas cuyo resultado exterior es, por
así decir, un nuevo "objeco" (p. ej. un arcefacco}, como también a aquellas ocras que apuncan a la pro
ducción de determinados "estados" o "disposiciones" en cosas u objecos dados de ancemano. Un ejem
plo del primer cipo es la actividad del esculror o la del constructor, que proveen ejemplos de acción
producciva a los que Aristóteles apela en un sinnúmero de pasajes, mientras que el segundo tipo de caso
corresponde, por ejemplo, a la acción del médico, entre otros (cf. p. ej. Met. VII 7, 1 032b2 - 1 0 y VII 8,
Praxis como modo de ser del hombre
1 032b 1 5-29, donde la curación producida por la acción del médico es cracada como un caso de poíesis,
en pie de igualdad con el caso de la conscrucción de una casa, etc.) . Por cierto, esca ampliación, por así
decir, del significado del término poíesis implica asumir también una ampliación correspondiente en
el significado del término érgon, si ha de mantenerse esca denominación para aquello que constituye el
correlaro intencional de todo tipo de acción productiva (véase, p. ej . , la mención de la salud como té/os
y como érgon de la acción del médico en EN I l , 1 094a8 y EE I I l , 1 2 1 9a l 5 y s., respectivamente). En
este sentido amplio del término, poíesis alude a un cipo específico acción productiva que se diferencia del
cipo de producción propio de la naturaleza (phjsis), porque se origina, en definitiva, a parcir de capaci
dades específicamente humanas, como el pensamiento (didnoia) y la técnica (téchne) (cf. Met. VII 7,
1 032a25-27). Como es sabido, la récnica es cracada por Arisróreles j ustamente como aquella virtud inte
lectual que garantiza la eficacia y la excelencia en el ámbito de la poíesis (cf. ENVI 4, l l 40a6- 10). Habría,
por cierto, un sentido aún más amplio, y menos vinculante, de la noción de poíesis, que permire referir
la, incluso más allá del ámbito de la acción humana, rambién al ámbito del movimiento animal y los
procesos naturales, en correspondencia con determinados usos no demasiado específicos del verbo poiéo,
en el sentido de "hacer", "producir" o bien "crear", que juega un papel importante en un famoso pasaje
de Platón (cf. Simposio 205b), pero que no provee el punto de partida inmediato de la concepción
aristotélica.
,- Diferentes defensas de la interpretación (predominantemente) aspectual de la distinción entre práxis y
poíesis, se encuentran en Eberc, 1 976 y Charles, 1 986, cuya posición se resume en Vigo, 1 996: 206 n.
52. Véase también Charles, 1 984: 66 y ss. Las acciones puramente interiores que, como las propias de
la contemplación teórica, no necesitan expresarse exteriormente a través de acciones de tipo productivo
ocupan, sin duda, una parcela muy acocada, dentro del conjunto de las actividades humanas. Pero ello
no impide que sean justamente ellas las que proveen el ejemplo oriencacivo básico para el modo en que
Ariscóceles concibe el carácter de enérgeia que corresponde, de uno u oc ro modo, a coda genuina práxis.
Y, de hecho, Aristóteles apela precisamente al caso de la actividad puramente contemplativa, cuando
intenta representarse el cipo de vida que corresponde a la divinidad, y ello en la medida en que cal vida
debe ser concebida como una enérgia absolutamente perfecta, de la que el hombre sólo participa de modo
episódico (cf. Met. XII 7, 1 072b l 4-32) . Para una buena discusión del modo en que Aristóteles caracte
riza la relación encre la actividad del hombre y la de Dios, véase Nacali, 2004: 77- 1 07 .
Por ocra parce, hay que decir que coda acción productiva, correspondiente, como cal, a l género d e la
poíesis, comporta siempre, y necesariamente, también un reverso práctico, en la medida en que, además
de producir un determinado efecto sobre el correspondiente objeto exterior, revierte, además, sobre el
propio sujeto de práxis, a cravés de su contribución al proceso de formación y consolidación de deter
minadas disposiciones habituales o hábitos (héxeis). Para este aspecto, véase Vigo, 1 996: 206 noca 52.
1 � Para la advertencia aristotélica, de crucial importancia metódica, sobre el hecho de que la consideración
de las acciones que lleva a cabo la filosofía práctica debe contentarse con cracar su objeto de un modo
más bien cosco (pachyiós) y meramente esquemático (tjpo(i)), sin pretender el mismo cipo de exactitud
(akríbeia) que puede y debe exigirse en otros ámbitos (p. ej. las matemáticas) donde la particularidad y
variabilidad no cumplen el mismo papel conscirucivo, cf. EN I 1 , 1 094bl 1 -27; véase también II 2, l 1 04al
l O . Con esto se conecta el hecho, cuya importancia ha sido reconocida por destacados intérpretes
(cf. Aubenque, 1 986: 98; Wieland, 1 990: 1 28 y s.) , de que, al margen de identificar unos pocos tipos
de acción y reacción emocional que no pueden contar como adecuados en ningún contexro de acción,
como, p. ej . , el homicidio, el adulterio, el robo y la envidia (cf. II 6, 1 1 07a8 y ss.; EE II 3, 1 2 2 1 b 1 8-26),
Aristóteles no considera posible identificar esquemas de acción cuya realización pueda considerarse como
debida, recomendada o permitida en cualquier cipo de circunstancias. Para una discusión más amplia del
importante problema metódico aquí señalizado, véase Vigo, 1 996: 76- 1 OO. Se podría objetar, tal vez, que
lo dicho acerca de la laxitud de la relación entre el acto y su suscraro kinético no se aplica al caso de acti
vidades elementales como las de comer o beber, por ejemplo, cuya realización efectiva parece quedar muy
acorada en su rango de variabilidad, y que el hombre comparte incluso con los animales. Pero, en el ca
so de los genuinos agentes de práxis, ni siquiera escas acciones elementales quedan excluidas de la in
serción en un contexto más amplio de comprensión, que les concede una significación completamente
Filosofía de La acción
nueva. La posibilidad de obrar sobre la base de una represencación global de la propia vida, característi
ca de los genuinos agences de prlixis, hace que en cada concexro de acción, por elemencal y trivial que en
principio pueda parecer, éstos no traten nunca meramence con cosas u objetos, sino, al mismo tiempo,
siempre también consigo mismos, pues con cada acción ponen en j uego, de uno u otro modo, también
su propio ser coral. Bajo cales condiciones, incluso actividades elemencales encaminadas a la satisfacción
de necesidades virales inmediatas, como el compr v el beber, quedan elevadas al plano de la prlixis y, con
ello, despojadas también de su carácter meramence natural.
2° Como es sabido, Aristóteles piensa que las actividades no procesuales (enérgeiai) están, en cierro modo,
acabadas en cada momento de su realización, j usramence porque no constituyen procesos que se dirijan
como cales hacia fines exteriores a la propia actividad. Aristóteles ilustra el punco por medio del recurso
al concrasre entre dos posibles modos de expresar la ocurrencia de una actividad, desde el punco de vis
ea del aspecto verbal: la formulación infecriva (verbo en tiempo del inftctum) y la formulación perfecti
va (verbo en tiempo del perftctum): en el caso de la actividad procesual la locución en inftctum excluye la
locución en perftctum, miencras que en el caso de la actividad no-procesual la locución en inftctum implica
la locución en perftctum. Así, por ejemplo, si de "X construye" no se sigue "X (ya) ha construido", de "X
aprende" no se sigue "X (ya) ha aprendido" y de "X se sana (escá sanando)" no se sigue "X (ya) se ha sana
do"; en cambio, de "X ve" se sigue "X ha visco", de "X piensa (incelige)" se sigue " X ha pensado ( i nceli
gido)" y de "X vive bien (es feliz)" se sigue "X ha vivido bien (sido feliz)" (cf. Metaftsica IX 6, 1 048b23-
35). La primera serie de ejemplos corresponde a procesos de movimienco o cambio, en los cuales del inftctum
nunca se sigue, sin más, el perftctum (cf. 1 048b3 l -33), mien cras que la segunda serie de ejemplos co
rresponde a accividades esencialmence no procesuales, que, como cales, hacen posible dicha inferencia. Todo
indica que Ariscóceles cree que los accos morales percenecen también al segundo cipo de accividad, y no es
casual que encre los ejemplos mencione cambién el caso de la accividad propia de la vida feliz.
2 1 Para discusiones de aspectos cencrales vinculados con la temática de la siruarividad del obrar en la ética
arisrorélica, véase Harrmann, 1 944; Wieland, 1 990; Vigo, 1 996: 76- 1 6 1 .
2 2 A cal punco j uzga imporrance Aristóteles el aspecro de sujeción al ámbito de lo fácricamence posible que
mentario de EE I I 7-8, se encuentran, encre otros, en Loening, 1 903: 1 03-245; Kenny, 1 979: 3-66;
Broadie, 1 99 1 : 1 24- 1 78; y Sauvé Meyer, 1 993 y 2006.
24 Para una discusión más detallada de las marcas de la situación consideradas aquí por Aristóteles, véase
ocurre con las producciones espontáneas (to aut6maton), lo que Aristóteles denomina tjche, en el sen
tido más preciso del término, constituye un cipo de causalidad accidencal que queda restringido al ám
bito de la prlixis y, con ello, a los agences dorados de proaíresis, que son los únicos que pueden proponer
se diferences cipos de objetivos y buscar diferences modos de realizarlos. En este sencido preciso del término,
no puede hablarse de azar o forcuna con referencia a la naturaleza en general, y ni siquiera con referencia
al comporramienco de los animales o los nifios, los cuales, como Aristóteles declara expresamence, no
hacen nada por azar o forcuna (cf. Fís. II 6, l 97a6-8) . Para las conexiones estructurales encre las acciones
involuntarias por ignorancia y las acciones que producen resultados azarosos, véase la discusión más
amplia en Vigo, 1 996: 1 44- 1 57.
6
2 El aspecro aquí relevado podría explicar también la razón por la cual en su tratamiento de los fenómenos
vinculados con la imputabilidad de las acciones Aristóteles no se orienca a parcir de la proaíresis y de su
objeto correspondiente (to proairet6n), sino, más bien, a parcir de las nociones, menos exigences, de lo
voluncario (to hekoúsion) y lo involuntario (to akoúsion). Si se tiene en cuenca que, como se sefialó ya,
que Aristóteles no parre de casos que corresponden a fenómenos defectivos en los cuales la presuposi
ción prima focie de voluncariedad ya no puede ser sostenida, resulta claro que la discusión se sitúa, des
de el comienw, en el plano correspondiente a las condiciones de mínima que deben quedar satisfechas para
Praxis como modo de ser del hombre
que se esté en presencia de algo que pueda canear todavía como una genuina acción, en contextos panicu
lares en los cuales queda fuera de discusión que el agente no ha logrado realizar en concreto sus propósitos
de un modo que refleje plenamente lo que él mismo pretendía. Por lo mismo, el aspecto correspondienre a
la inserción de la acción panicular en el horizonte de fines de mediano y largo plazo que el agenre asu
me como propios queda tendencialmente relegado al trasfondo, en favor de una focalización sobre los
aspectos relativos a la relación que la acción particular manriene con su propio sustrato kinético y su pro
pia materialidad. Y ello explica, en definitiva, que se opere aquí con una noción, por así decir, residual
de volunrariedad, que queda restringida en su alcance al ámbito demarcado por la pregunra que apunra
a la determinación de los límites denrro de los cuales el agente puede ser hecho responsable por los re
sultados efectivos que sus acciones producen exteriormenre.
:- Véase Hegel, 1 8 2 1 : § 1 1 8, 2 1 8: "Die Handlung [ . . ] als in auGerliches Dasein verserz.c, das sich nach sei
.
nem Zusammenhange in auBerer Norwendigkeit nach allen Seiten enrwickelt, hat mannigfaltige Folgen.
Die Folgen, als die Gestalt, die den Zweck der Handlung zur Seele hat, sind das lhrige (das der Handlung
Angehéirige) , - zugleich aber ist sie, als der in die Auferlichkeit gesetzte Zweck, den auBerlichen Mach
een preisgegeben, welche ganz anderes daran knüpfen, als sie für sich ist, und sie in enrfernte, fremde
Folgen forrwalzen" .
/
Indice
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
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Filosofía de la acción
Andreas Arndt
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Índice