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Portada
Sinopsis
Portadilla
Primera parte. Solo tú y yo
Trey
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Axel
Axel
Trey
Axel
Trey
Segunda parte. Solo contigo
Trey
Axel
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Axel
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Axel
Trey
Axel
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Axel
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Axel
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Axel
Axel
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Trey
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Epílogo
Créditos
Gracias por adquirir este eBook
Victoria Vílchez
Primera parte
Solo tú y yo
Trey
King y yo éramos casi de la misma altura, aunque él era algo más estilizado
y delgado. En el momento en que sus caderas se asentaron contra mi culo,
una ráfaga de calor se extendió desde la zona en todas direcciones. Me sentí
aturdido, casi borracho de nuevo, como si el alcohol hubiera regresado de
golpe a mi cabeza. Aunque... en realidad toda mi sangre se concentraba
ahora mucho más al sur.
Y, como el gilipollas que era esa noche, no se me ocurrió otra cosa que
echarme a reír. Mi pecho vibró bajo su brazo y todo mi cuerpo se sacudió
carcajada tras carcajada.
—Mira por dónde, si resulta que el chico de oro sabe reírse —murmuró
King, demasiado cerca de mi oído—. Pensaba que todo lo que hacías era
gruñir.
Seguíamos plantados en mitad de la acera y, aunque habíamos dejado
atrás la casa de Chad y no había nadie en los alrededores, estaba seguro de
que no era una buena idea dejar que King me sostuviera de la manera en
que lo hacía. Supongo que, de no estar borracho, me habría apartado de él.
Pero en ese momento me sentía demasiado bien para ir a ningún lado y no
encontré ánimos para preocuparme.
Tampoco él se movió. En todo caso, su brazo se apretó más en torno a
mi pecho.
—Estás totalmente borracho, Donovan —susurró, y sus labios rozaron la
curva de mi oreja.
Mi erección creció aún más si cabe y estuve a punto de gemir. El calor
de su aliento revoloteando sobre mi piel me hizo saber que no pensaba
retirarse. Lo lógico habría sido preguntarle por qué demonios no me soltaba
de una vez, pero no había nada racional en lo que estaba sucediendo. Mis
neuronas se habían ido todas de vacaciones.
—Tienes que caminar y meterte en el coche si no quieres que las cosas
se pongan intensas —continuó hablándome en susurros. Cuando la parte
baja de su cuerpo empujó hacia delante, descubrí que yo no era el único que
estaba excitado.
Mierda, tenía una polla dura apretada contra el culo. La polla de Axel
King. Y, joder, no parecía precisamente pequeña...
—Camina —ladró entonces, y el tono áspero y autoritario que empleó
me erizó la piel.
Con la boca seca, me lamí los labios solo Dios sabe por qué razón, y mi
propia polla mostró su entusiasmo palpitando. Me pareció una buena idea
bajar la mano para recolocarla, pero cuando eché un vistazo por encima del
hombro descubrí que King se percataba del movimiento.
Resopló y solo entonces se movió. Deslizó el brazo hasta mi cintura y se
colocó a mi lado.
—Putos borrachos —farfulló, y su voz sonó mucho más exasperada.
Al menos no había comentado nada sobre el hecho de que ambos
estábamos felizmente empalmados.
—¿Qué pasa? ¿El rey nunca se emborracha? —señalé, aún con un rastro
de risa empujando cada palabra a través de mis labios a pesar del nudo de
nervios que apretaba mi estómago.
Al día siguiente ya me volvería loco por todo aquello. Aunque me dije
que, con suerte, no lo recordaría y esa posibilidad me envalentonó, lo cual
seguro que era una pésima idea. Otra más.
Pensé que no iba a contestar a mi patético ataque. Alcanzamos su coche,
desbloqueó las puertas y me abrió la del pasajero antes de decir:
—Eres adorable, Donovan, pero métete en el puto coche. Ya.
King emanaba irritación. Y eso solo lo hacía todo mejor. Bien, lo quería
tan cabreado como yo lo había estado antes de beberme hasta el agua de los
jarrones. Lo quería furioso y jodido.
Me eché a reír al pensar en joderlo... o en que él me jodiera a mí.
—No vas a reírte tanto mañana.
—No, seguro que no —repuse arrastrando las palabras de una forma
lamentable, incluso yo era consciente de eso—. Pero hoy es divertido.
Aunque tú no eres divertido. Eres gilipollas. Y un capullo...
Un capullo que acababa de sentarme en el asiento y me estaba
abrochando el cinturón de seguridad como si fuera un niño pequeño, con
mucha más paciencia de la que yo seguramente habría mostrado en la
misma situación.
Su aroma atravesó la niebla de alcohol que me rodeaba y se coló en mis
pulmones. Olía demasiado bien. A limpio y a alguna otra mierda deliciosa
que me hizo querer hundir la cara en el hueco de su cuello y lamer su piel
hasta descubrir de qué se trataba. Quería saborearlo.
Pero ¿qué demonios? ¿De dónde salían todos esos pensamientos? No iba
a olerlo y mucho menos a lamerlo. Ni a tocarlo, joder.
—Tú también eres la hostia —señaló con su sarcasmo característico
aflorando de nuevo—. Pero la próxima vez que me insultes, procura que tu
polla piense igual que tú y a lo mejor me lo tomo en serio.
Bajé la vista hasta mi regazo, donde el bulto resultaba evidente, y me
tragué un vergonzoso gemido. Mis mejillas se incendiaron y, aun así, tuve
el valor suficiente para dirigir la mirada hacia su entrepierna.
Bueno, estaba claro que su polla tampoco parecía ponerse de acuerdo
con su propio dueño.
—El alcohol me pone cachondo —me defendí, avergonzándome a mí
mismo. Más aún.
King se irguió y me observó desde fuera del coche. Con los brazos
cruzados sobre el pecho y sin hacer nada para ocultar su erección, el tipo
lucía como un puto dios del sexo. Salvaje y listo para arremeter contra mí.
Me pregunté si había rechazado a la rubia porque bateaban en el mismo
equipo o si era ella la que había provocado que la cremallera de su pantalón
estuviera a punto de reventar. ¿Era Axel King gay?
—¿Por qué? ¿Estás interesado? —preguntó, y me di cuenta muy tarde de
que había dicho al menos la última parte en voz alta.
—¿Eh? —fue todo lo que salió de mi boca.
Me dedicó otra de sus sonrisas arrogantes y cerró la puerta. Trotó
alrededor del coche y se acomodó detrás del volante mientras yo intentaba
asimilar si se me estaba insinuando. ¿O era yo el que me había insinuado
antes?
Joder, las cosas se me estaban yendo de las manos por momentos. No me
atraían los hombres, lo mío eran las tetas y los coños, y, desde luego, no me
atraía el gilipollas de Axel King. Si de repente descubriera que era gay o
bisexual, estaba seguro de que aquel idiota no sería mi tipo en absoluto.
¿Y por qué me lo estaba planteando siquiera?
—Llévame a casa de una vez —gruñí. Cerré los ojos y dejé caer la
cabeza contra la parte superior del asiento.
—Di «por favor».
El tono juguetón me hizo abrir los ojos. King se había girado hacia mí y
esperó a que lo mirara para llevarse la mano a la entrepierna y colocar todo
el material en su sitio sin rastro de vergüenza. Y había mucho que colocar.
Estaba seguro de que solo trataba de provocarme y que de un momento a
otro soltaría el clásico «No soy gay, solo te estoy jodiendo». Pero se limitó
a mirarme mientras, a su vez, yo lo observaba con un interés enfermizo,
demasiado ansioso para alguien que se consideraba heterosexual.
No supe lo que vio en mi rostro, pero las comisuras de sus labios se
fueron arqueando lentamente y una sonrisa le llenó la cara de tal manera
que perdió toda la arrogancia de golpe. Durante un instante, pareció mucho
más joven y, lo que era seguro, también un poco menos capullo. Parpadeó
con ojos curiosos y se lamió los labios en un gesto que, por un motivo que
ni me planteé entender, me resultó jodidamente sexy.
¿Cómo me sentiría si fuera mi boca la que lamiera? ¿O mi polla? Joder.
Tragué saliva, repentinamente acalorado, casi febril. Se me enturbió la
mirada y no fui capaz de ver nada salvo esos malditos labios gruesos y de
aspecto suave.
Cuando quise darme cuenta estaba inclinado sobre el hueco entre los
asientos. Tan cerca de King que sentí su aliento en mis propios labios y, una
vez más, su olor le hizo cosas raras a mi cuerpo. Aquello era una puta
locura.
Sin embargo, no me retiré. Me quedé ahí, como un gilipollas embobado
y cachondo. Porque resultaba bastante evidente que estaba cachondo. Eso
tendría que haberme preocupado, seguro, pero en ese momento no lo hacía
en absoluto.
Demasiado alcohol.
—Voy a llevarte a casa antes de que hagas alguna estupidez —ladró, y
ahora parecía enfadado de nuevo.
Joder con los cambios de humor. El tipo iba de un extremo a otro en
cuestión de segundos. Y lo peor era que de las dos formas resultaba
atractivo. Y un gilipollas. Ambas cosas a la vez.
Le brindé una sonrisita sucia, la que normalmente reservaba para captar
la atención de alguna chica y conseguir un revolcón. No tenía ni idea de qué
me proponía ni de por qué estaba actuando así, pero el cóctel molotov que
Cop me había hecho tragar esa noche era un seguro de vida al que me
agarraría como la maldita Kate Winslet en Titanic.
«Por cierto, en la tabla cabíais los dos. Todos lo sabemos, Kate.»
Fue King el que puso fin al concurso de meadas que habíamos
establecido. Giró la cara y arrancó el coche. Me ignoró por completo
durante todo el trayecto, y eso que no aparté los ojos de él en ningún
momento. No reconoció mi presencia hasta que tuvo que sacarme del coche
y arrastrarme por toda la parte delantera de la casa que compartíamos. Era
una casita de dos plantas muy cerca del campus y a pocos metros de la
costa, con una pequeña terraza, cuatro dormitorios y un espacio decente
para hacer vida común. Cocina, un amplio salón y dos baños, aunque uno
de ellos estaba en la habitación principal y Cop se lo había apropiado, dado
que eran sus padres los que nos habían conseguido el alquiler a un precio
ridículo para la zona. Los demás compartíamos el del pasillo, y fue a ese al
que me llevó King.
—Deberías darte una ducha para despejarte y no acabar vomitando.
Me sostuvo por las caderas en un gesto que se me antojó posesivo y
demasiado íntimo para dos casi extraños que apenas si habían empezado a
convivir juntos un puñado de días antes. Si se hubiese tratado de Cooper,
seguramente yo estaría desparramado sobre él y riéndome de sus intentos de
devolverme la sobriedad, y él estaría maldiciendo y acordándose de toda mi
familia.
Pero era King quien me agarraba y sus dedos los que se clavaban en mi
carne.
—Estás deseando verme desnudo, ¿verdad? —farfullé, más pagado de
mí mismo de lo que debería para lo borracho que estaba.
—Sí, no he dejado de pensar en eso desde que llegué. —Vale, eso era
sarcasmo. ¿O no?—. ¿Puedes desnudarte tú solo sin abrirte la cabeza contra
el lavabo?
Sí, por el tono, era sarcasmo, y también una buena dosis de irritación.
Igual era yo quien me estaba imaginando cosas.
Sin esperar mi respuesta, sus manos volaron hasta el dobladillo de mi
camiseta y comenzó a quitármela. El roce de sus nudillos contra mi
estómago despertó de nuevo esa jodida sensación de estar quemándome de
dentro afuera, y la cosa no mejoró en absoluto cuando la palma de su mano
se extendió sobre mi pectoral. Se me endureció el pezón bajo sus dedos y
ahogué un gemido.
A esas alturas, mi polla ya se las prometía muy felices. Estaba claro que
no había recibido el mensaje de que King era un tío y eso no iba a pasar.
Aunque... ¿quería yo que pasara? ¿Lo quería él?
—Deja de comportarte como un niño, Donovan. No tengo paciencia para
esta mierda.
La dureza con que me lanzó el reproche hizo que me bajara del tren de la
perversión de inmediato. Levanté la mirada y le permití que me quitara la
camiseta por la cabeza, repentinamente abochornado.
Inspiré hondo, lo cual fue una pésima idea porque su aroma me golpeó y
trajo consigo una vez más un montón de pensamientos decadentes y
perversos. Joder, quería lamer la curva de su cuello. No podía dejar de
pensar en eso.
—Quiero lamerte —solté sin más. Estaba claro que esa noche había
decidido ponerme en ridículo de todas las formas posibles.
King se rio y el sonido que brotó de su garganta fue tan masculino, grave
y delicioso que hizo eco en todas las partes equivocadas de mi cuerpo. En
partes que definitivamente no deberían verse afectadas por la risa de un
hombre, y menos aún de un compañero de equipo.
—Está claro que necesitas una ducha. Con agua fría —añadió, y no
pareció cabreado o avergonzado por mi comentario.
El campus contaba con una nutrida comunidad LGBTIQ+ y se
enorgullecía de ser tolerante e inclusivo, pero en lo concerniente a los
deportistas aún había mucho camino que recorrer en ese aspecto. Ni uno
solo de mis compañeros, ni que yo supiera tampoco de los miembros de
otros equipos de la universidad, se había declarado abiertamente gay, bi u
otra cosa que no fuera heterosexual al cien por cien. El mundo del deporte
seguía siendo un lugar poco seguro para mostrar una orientación que se
saliera de lo heteronormativo. Supuse que, además, ninguno quería ser el
que diera el primer paso para salir del armario.
Pero si King hubiera encontrado ofensivo mi comentario, supongo que
me lo habría reprochado o se habría apartado. O tal vez solo era un tipo
tolerante. No tenía manera de saberlo, como tampoco estaba en un estado
que me permitiera pensar qué demonios estaba haciendo yo.
Me apoyé contra el borde del lavabo en el mismo instante en que los
dedos de King se cerraron sobre el botón de mis vaqueros, lo cual fue de
agradecer porque, en cuanto obtuve una visión de sus manos en mis
pantalones, empezó a darme vueltas la cabeza y el aire huyó de mis
pulmones de golpe. Incluso puede que mi corazón se saltara algún latido.
King se quedó paralizado cuando jadeé. Elevé la vista y me encontré con
sus ojos entrecerrados, pero esta vez me estaba mirando de una forma muy
distinta, casi... apreciativa, y desde luego también parecía dispuesto a saltar
sobre mí en cualquier momento. Lo que no sabía era si me golpearía o sus
planes eran muy distintos.
Pasó un segundo. Otro. Y luego otro más. Y el ambiente del pequeño
espacio en el que nos encontrábamos se cargó de tensión sexual y de un
montón de preguntas que ninguno formuló en voz alta.
En ese preciso instante no supe muy bien quién de los dos se abalanzó
sobre el otro, pero de repente me encontré su boca apretada contra la mía y
mis manos en su culo. Gemí contra sus labios y eso le dio la oportunidad de
hundir la lengua en el interior de mi boca. Al primer roce comprendí que
acababa de cometer un error fatal.
No iba a ser capaz de parar.
King sabía bien. Joder, más que eso, sabía a menta fresca, a cielo y a
pecado, todo en uno. A puro sexo. Y el muy cabrón se apropió de mi
voluntad con tanta facilidad que resultó vergonzoso. Empujó y empujó.
Lamió. Mordió. Y succionó mi lengua de un modo en el que creí que iba a
correrme en los pantalones. Apreté su culo con ambas manos y restregué sin
ningún pudor mi polla contra la suya. La sensación resultó extraña, pero me
hizo gemir de nuevo; maldita sea, dudaba que nada me hubiera hecho sentir
tan cachondo antes.
No me dio tregua. Y tampoco yo la quería. Me devoró con ferocidad.
Firme y contundente, sin permitirme escapar ni retroceder. Tiró de mi labio
inferior entre sus dientes y luego lo lamió, y yo tuve que apretarme con más
fuerza contra él para mitigar la necesidad cruda de obtener algo de alivio.
Joder, ¿por qué demonios cada roce de nuestras bocas y cada caricia era
tan exquisito? ¿Tan... correcto? ¿Tan deliciosamente desgarrador y tan
excitante?
—Deberíamos... parar —murmuró, aunque acto seguido me lamió la
comisura, agarró mi nuca y se hundió de nuevo en mi boca. Más. Eso es. Yo
también quería más—. Pídeme que pare, Donovan. Pídemelo, joder.
No dije ni una palabra. Metí las manos bajo su camiseta y le clavé las
uñas en los músculos de la espalda. Y él redobló sus besos salvajes. No
había nada contenido o suave en ellos. Y yo no quería que lo hubiera. No en
ese momento. Incluso cuando su erección se clavaba en mi estómago,
grande y tan dura como la mía.
Eso tendría que haberme vuelto loco, y no de la mejor de las maneras.
Nunca había besado a un hombre. Mi experimento con Craig palidecía
en comparación con lo que estaba sucediendo en aquel baño y, desde luego,
no habíamos estado ni remotamente cerca de besarnos en ningún momento.
Pero no quería que King parase.
Y no lo hizo. No al menos durante lo que me pareció una eternidad.
Continuó bebiéndose mi aliento, lamió mi mandíbula y mordisqueó la zona
de mi mentón áspera por la sombra del vello incipiente, y el roce de su
propia barba sobre mi piel envió latigazos de placer a lo largo de mi
columna todo el tiempo. Mantuvo una mano en mi nuca y otra en mi
cadera, y juro que deseé que la moviera hacia mi polla y descubrir cómo me
sentiría si eso sucedía.
Definitivamente, esa noche no tenía ni idea de lo que estaba haciendo,
porque fui yo el que metió el brazo entre nosotros y presionó su erección
con la palma de mi mano. Se me fue la cabeza hacia atrás cuando mis dedos
se cerraron sobre su eje duro, como si fuera a mí mismo al que estuviese
acariciando y no pudiera soportar el placer de ese toque rudo.
Pero entonces King se retiró de golpe y todo se desvaneció. Su calor se
extinguió, su aroma se disipó y ya no hubo más humedad sobre mi piel o
mis labios. No más lengua. Ni besos. Ni roces descarados, exigentes y
excitantes.
Me quedé sin nada de un segundo al siguiente.
Vacío.
La realidad me alcanzó y me golpeó con dureza. Y todo lo que pude
preguntarme fue hasta qué punto acababa de cagarla.
Axel
Me quería morir.
No, borra eso. Me había muerto y luego había ido a alguna clase de
realidad alternativa en la que...
—Joder —mascullé, todavía aturdido a pesar de que era más de
mediodía y yo aún estaba en la cama.
No había hecho otra cosa más que maldecir desde que me había
despertado. Desnudo, me había despertado completamente desnudo y con
una resaca de las que te hacían desear meter la cabeza en el váter y
mantenerla ahí hasta que tu estómago dejase de hacer piruetas.
Para empeorarlo todo, tenía una erección matutina que pedía atención a
gritos, aunque la noche anterior la hubiera recibido de sobra.
—Joder —escupí de nuevo.
Al menos no había restos de semen sobre mí. Lo más gracioso era que
no recordaba haberme limpiado en absoluto. Lo que sí recordaba demasiado
bien era lo duro que me había corrido. Mierda, había visto putas estrellas y
fuegos artificiales. Para el caso, bien podría haber sido Cuatro de Julio.
Y el culpable de todo, además del alcohol de mi sangre, había sido...
King. Axel King, el nuevo quarterback de mi equipo y compañero de piso.
Genial. Todo aquello era una mierda épica y genial.
Me froté los ojos en un intento de ganar lucidez o perder la memoria, no
lo tenía muy claro. Lo que fuera que hiciera que mi pulso dejara de
taladrarme los oídos y apartara de mi mente la imagen de King bombeando
mi polla como si hubiera nacido con ella en la mano. Como si ese fuese el
lugar en el que estaba destinada a estar.
Traté de no ceder al pánico. Cosas como aquella ocurrían todo el tiempo,
¿no? Alcohol, necesidad, curiosidad. Lo que fuera. No significaba nada.
No era un imbécil homófobo, no me malentendáis. Me daba igual a
quién se tirara King o cualquier otra persona, pero cuando se trataba de mí
mismo..., la idea resultaba abrumadora.
Estaba acojonado. Y excitado, eso también.
Pero no quería estarlo. Eso sería un follón en el que no tenía ánimos para
meterme. Menos aún con King. ¡Santo Dios! El tipo ni siquiera me caía
bien. Era un gilipollas y un prepotente que esperaba que la gente le hiciera
la ola al pasar.
Y lo hacían. La gran mayoría de los fanáticos del campus, tíos y tías por
igual, lo habían adorado desde el mismo segundo en el que había puesto un
pie en nuestra universidad.
Resoplé, cabreado conmigo mismo. Recordaba la noche anterior a
trozos, pero estaba bastante seguro de que prácticamente le había suplicado.
Lo peor era que se había sentido tan bien que... quería repetir.
Me mandé a la mierda a mí mismo y salí de la cama. Estaba a medias
nervioso y a medias expectante por lo que sucedería cuando me encontrara
con él. Tan muerto de miedo como curioso. Y cachondo, imposible olvidar
eso dado el dolor de huevos que tenía.
Me cubrí con un pantalón de deporte y me fui directo al baño.
Prácticamente corrí de una habitación a otra para no encontrarme con nadie.
Necesitaba una ducha. Y una paja. Y seguramente también jurarme a mí
mismo que lo de la noche anterior no se iba a repetir.
Haría como si nada hubiese sucedido, y esperaba que King hiciera lo
mismo.
Sí, eso sería. «Ante la duda, niégalo todo.»
Al final no necesité negar una mierda. Cuando terminé de ducharme y
me vestí, salí al salón y me di cuenta de que no había nadie más en la casa.
Era sábado, así que a esas horas Cooper seguramente estuviera en la casa de
la fraternidad. Grayson me había mandado un mensaje para decirme que iba
a entrenar a la playa y luego comería con algunos de sus compañeros de
clase. Y a saber dónde demonios estaba King, aunque tampoco me
importaba. O eso me decía.
Respiré más o menos tranquilo hasta que empezó a oscurecer. Entonces
cogí las llaves de mi coche, la cartera y el móvil y salí corriendo de la casa
como si el lugar hubiera estallado en llamas.
No quería ver a King. No habría sabido qué decir ni cómo comportarme.
Y no había decidido aún cómo iba a lidiar con todo aquello, por mucho que
me dijera que lo ignoraría y lo olvidaría. Teniendo en cuenta que mis
pensamientos no habían dejado de regresar a lo sucedido la noche anterior,
era más fácil decirme que podía negarlo que cumplirlo.
Ni siquiera tuve fuerzas para comer algo por ahí. Tenía el estómago
revuelto y el insistente dolor de cabeza no terminaba de desaparecer, a pesar
de haberme tragado las dos pastillas que había encontrado por la mañana en
mi mesilla de noche; cortesía de King, supuse.
Para cuando regresé a casa, mi estado de ánimo era lamentable y,
físicamente, parecía haber atravesado alguna clase de infierno en las últimas
horas. Tal vez hubiera sido así.
Dadas las múltiples fiestas que se organizaban cualquier fin de semana,
no esperaba encontrarme a todos mis compañeros de piso en casa. Había
pensado que a esas horas de la noche estarían emborrachándose por ahí; las
pretemporadas de los distintos equipos y el comienzo de las clases eran
inminentes, y todo el mundo aprovechaba para volverse un poco loco,
aunque no era que un montón de universitarios necesitasen una excusa para
hacerlo de forma habitual.
—¡Ey! ¿Dónde te habías metido? —preguntó Cooper en cuanto crucé la
puerta de entrada.
Grayson y él estaban sentados uno junto al otro en el sofá, con sendos
mandos entre las manos y la vista fija en la pantalla plana que dominaba la
habitación. Había cajas de pizza en la mesa, botellines de cerveza vacíos, y
ambos vestían de manera informal, con ropa de deporte y camisetas viejas.
Vale, así que tocaba noche de videojuegos; nada de fiesta. No era del
todo extraño, pero habría dado cualquier cosa porque ese no fuera el plan
aquel día.
—Por ahí, dando una vuelta —murmuré, lo cual no era mentira.
Me había dedicado a vagar sin rumbo. Había pasado un rato aparcado
frente a la playa, mirando sin ver el mar y tratando por todos los medios que
mi mente no volviera una y otra vez a King.
Spoiler: no había conseguido una mierda.
Avancé hasta situarme de pie junto al sofá, totalmente tenso y alerta. No
había ni rastro de él en el salón, pero la esperanza de que no estuviera en
casa se marchitó y murió un par de segundos después, cuando el rey en
persona cruzó la puerta de la cocina con una bolsa de patatas fritas en una
mano y más cervezas en la otra.
Juro que dejé de respirar.
—Vaya mierda llevabas anoche —se burló de mí, derrumbándose en una
de las butacas a un lado del televisor.
Luché contra la extraña necesidad de mirarlo. Quería mirarlo, pero a la
vez no quería hacerlo en absoluto. Me sentía como si estuviesen tirando de
mí en dos direcciones distintas y fuese a partirme por la mitad y dejar al
descubierto toda la vergonzosa miseria de mi interior.
No le contesté, aunque Cop y Grayson se rieron y se lanzaron a parlotear
sobre otros detalles de la fiesta. Gray habló de su ligue y de lo bien que le
había ido la noche con ella y yo desconecté. Era hiperconsciente de la
presencia de King en la habitación y de cada una de las veces que
intervenía. Del sonido de su voz y su risa. De cada movimiento o del modo
en que se reacomodó en el asiento en un par de ocasiones.
Incluso cuando no miré ni una sola vez en su dirección, sabía lo que
estaba haciendo en todo momento. Resultaba un poco espeluznante.
—Vas a echar raíces ahí plantado —señaló Cop, dándome un golpecito
con el mando en el muslo.
Continuaba de pie e inmóvil. Tieso como un palo. Parecía un gilipollas,
la verdad. Así que opté por fingir que no estaba a punto de tener un ataque
de pánico y fui a sentarme en la butaca libre. Tuve que pasar junto a King y,
por azar o no, mi pierna rozó su rodilla. Apenas si fue un leve toque, pero a
mí se me aceleró la respiración y el pulso rebotó en mis oídos a un nivel
preocupante. La habitación se hizo de repente mucho más pequeña y mi
cuerpo prácticamente vibró. Además, ¿por qué hacía tanto calor allí dentro?
Tal vez estuviera sufriendo un derrame cerebral.
Una vez sentado, esperé a recuperar un poco el control de mí mismo
antes de atreverme a mirar a King. Mis otros dos amigos se lanzaban pullas
y empujones y estaban pendientes de la partida, así que decidí arriesgarme.
Mala idea.
En cuanto le puse los ojos encima, no fui capaz de apartar la vista de él.
Llevaba una camiseta sin mangas que dejaba al aire sus brazos y un
pantalón corto de algodón. Se hallaba despatarrado en la butaca, lo cual me
daba una buena panorámica de sus poderosos muslos y... mucha carne algo
más arriba. Se me secó la boca al instante cuando llegué a la conclusión de
que no parecía que llevase ropa interior.
Me obligué a elevar la mirada. La atención de King estaba centrada en la
pantalla, así que me encontré bebiéndome con avidez cada línea de su perfil
relajado, la curva de sus labios llenos, su firme mentón y los pómulos altos
y bien dibujados. No parecía en absoluto preocupado; es más, el muy
imbécil no miró en mi dirección ni una sola vez ni me prestó la más mínima
atención.
Robé un trozo de pizza de una de las cajas abandonadas sobre la mesa y
me forcé a masticar y tragar. Estaba fría y no era mi preferida, pero no
podría haberla disfrutado de todas formas. Lo más probable era que,
teniendo en cuenta las volteretas que estaba dando mi estómago, la
vomitara poco después.
No fui muy consciente del tiempo que pasé callado y observando a King.
Cooper y Grayson discutían y se lanzaban insultos entre risas, picados por
el juego, y de vez en cuando él hacía alguna aportación. No sabría repetir ni
una sola palabra de lo que ninguno dijo, aunque en alguna de las ocasiones
que se dirigieron a mí supongo que respondí con «sí» o «no» o un «mmm»
adecuado, porque ninguno de ellos señaló mi aparente estupidez.
Me picaba la piel y mis músculos protestaban a intervalos regulares,
cargados de tensión. Hasta que contemplé cómo King, sin volverse hacia
mí, se llevaba la mano al lateral de la cara que quedaba de mi lado y se
rascaba disimuladamente la sien con el dedo corazón. Supe que el gesto
estaba dedicado a mí cuando esbozó una media sonrisa burlona y, sin
apartar la mirada del televisor, se reclinó en la butaca como lo haría un rey
en su trono.
«Gilipollas.»
—Me voy a la cama —dije a nadie en particular, poniéndome en pie.
—Vamos, tío, échate una partida con nosotros. Es sábado por la noche
—intervino Cop, lanzándome una rápida mirada.
Gray aprovechó su despiste para tomar ventaja en el juego, lo cual
desembocó en un montón de maldiciones saliendo por la boca de mi mejor
amigo.
King se rio y... ladeó la cabeza para mirarme por fin.
Nuestras miradas se encontraron a mitad de camino. Me dije que tenía
que ignorarlo y empezar a caminar hacia el pasillo, pero no logré moverme.
Mantenía esa estúpida sonrisa bravucona en su rostro, aunque me dio la
sensación de que su expresión se tornaba más suave e interrogativa segundo
a segundo.
«¿Estás bien?», pareció que me preguntaba.
«Vete a la mierda, King», me esforcé por transmitirle.
Solo entonces reuní el ánimo para dar media vuelta y largarme. Grité un
absurdo e innecesario «portaos bien» por encima del hombro y me
encaminé hacia mi dormitorio a grandes zancadas, desesperado por
encerrarme allí y alejarme así de King.
Joder, y aquello no había hecho más que empezar. En el momento en que
los entrenamientos dieran comienzo, íbamos a tener que pasar un montón
de horas juntos. La sola idea de compartir vestuario con él era ya de por sí
aterradora...
Ya estaba casi en el territorio seguro de mi habitación cuando oí unos
pasos acercarse a mi espalda. No me dio tiempo a entrar. Alguien me agarró
del brazo y abortó mi vergonzosa huida.
—Eh, espera —murmuró en voz baja King.
Me deshice de su agarre de un tirón y él retrocedió un poco con las
manos en alto. Y, a pesar de que ya no me estaba tocando, el brazo me
hormigueaba allí donde lo había hecho.
Abrí y cerré el puño para deshacerme de la sensación y él debió de
tomárselo como la advertencia de un ataque inminente. Su mirada bajó
hasta mi puño y, al levantarla de nuevo, su expresión era mucho más dura.
Cautelosa pero también oscura.
—¿Todo bien? —se interesó, pese a la hostilidad que flotaba en el
ambiente.
No iba a pegarle, joder, yo no era esa clase de tío. Pero supongo que eso
él no lo sabía. A pesar de que me sentí como una mierda por darle esa
impresión, no fui capaz de hacer nada por corregir lo erróneo de su
percepción.
De nuevo, notaba la piel tirante como una vieja camiseta que se ha
quedado demasiado pequeña y mi pulso se había desbocado. Sabía que si
me inclinaba un poco hacia delante sería capaz de detectar ese olor
exquisito que desprendía y que no había logrado quitarme de la cabeza en
todo el día, y por un segundo sentí el impulso de deslizar la mano por su
brazo y colarla a través del hueco de la camiseta para llegar hasta su pecho.
«Su puta madre.»
—Perfecto —me obligué a contestar, y pronunciar esa única palabra
requirió de toda mi fuerza de voluntad.
Odié que mi voz saliera casi jadeante. Odié que el tipo me afectara de
esa manera tan visceral.
Odiaba al puto Axel King. Punto.
—No parece que estés bien.
—Me importa una mierda lo que parezca.
El tipo se atrevió a lanzarme una de sus sonrisas espléndidas y me
desconcertó por un momento que el pasillo oscuro se iluminase como si un
rayo golpease el espacio entre nosotros. ¿De verdad? ¿Qué sería lo
próximo? ¿Lanzarle corazones por los ojos? ¿O empezar a mear purpurina?
¿Qué coño me pasaba?
—Mantente alejado de mí, King. —La advertencia habría resultado más
efectiva si no hubiera parecido un perro jadeante. Solo me faltaba ponerme
a mover el rabo como un cachorrillo entusiasmado, lo cual no estaba muy
lejos de suceder si él continuaba observándome con esa intensidad tan
abrumadora.
—Está bien —dijo finalmente, y luego bajó la voz aún más—. No me
cruzaré en tu camino, pero no hagas como si no te hubiera gustado lo que
sucedió anoche, porque tu polla dura y tus gemidos necesitados dejaron
bien claro lo mucho que lo disfrutaste.
Mis mejillas se incendiaron y se me cerró la garganta de golpe. No lo
había creído capaz de evocar nada de lo sucedido ni de lanzármelo a la cara
con tanta tranquilidad. Mientras yo me deshacía bajo el peso de su mirada,
él no parecía en modo alguno afectado. Lucía calmado y controlado. Todo
arrogancia y serenidad.
Y lo odié aún más por eso.
—Te corriste en mi puta mano, Donovan —se jactó con tal naturalidad
que parecía estar hablando del tiempo.
Lo agarré de la camiseta para lanzarlo al interior de la habitación y cerré
la puerta tras de mí; no tenía ninguna intención de contarle a Cop o a
Grayson lo que había ocurrido y no quería que oyeran la conversación. Sin
embargo, cuando me encontré a solas con King en mi dormitorio,
comprendí que no había sido mi idea más brillante.
Al parecer, últimamente solo tenía ideas de mierda.
Las imágenes de King inclinado sobre mí, machacándome sin
compasión, se desataron en mi mente y mi polla se endureció en cuestión de
segundos. La cosa no mejoró cuando me di cuenta del llamativo bulto que
lucía el propio King. Joder, el tipo no llevaba ropa interior y el pantalón
suelto que vestía no hacía nada por contenerlo.
Nos medimos el uno al otro con la mirada, y durante un instante eterno
ninguno de los dos se movió ni dijo nada. El aire del ambiente se cargó a
nuestro alrededor hasta resultar abrumador y asfixiante, justo igual que la
noche anterior.
Olía tanto a sexo que ni siquiera era gracioso.
—Y tú ibas a chupármela —me defendí, como si aquello se tratase de
alguna competición de comentarios estúpidos e irrelevantes.
Se cruzó de brazos y sus comisuras se elevaron junto con una de sus
cejas. Antes de ser consciente de lo que estaba haciendo, me encontré
apreciando el modo en el que sus bíceps se tensaban y la franja de piel de su
estómago que quedaba al descubierto. Luego, mis ojos cayeron una vez más
hasta su entrepierna.
Mi polla dio una sacudida, claramente interesada en lo que sucedía en el
interior de sus pantalones, y no pude evitar mascullar una maldición.
Esto no podía estar ocurriendo. King no podía estar allí plantado, tan
sereno y despreocupado, además de claramente divertido, y yo no podía
estar duro como una roca frente a él. Excitado de un modo febril, y
preguntándome si su ofrecimiento para chupármela aún tenía validez o,
peor todavía, cómo se sentiría si fuese yo el que me metiese su polla en la
boca.
No, nada de eso era real.
—Joder.
—¿Eso es una invitación? —inquirió el muy gilipollas, con tanto descaro
que quise darle un puñetazo.
Pero lo peor fue que no supe qué contestarle.
Axel
Los días se arrastraron uno detrás de otro durante las dos siguientes
semanas. Comenzaron los entrenamientos. Grayson no pertenecía al equipo
de fútbol, pero también era un atleta, aunque lo suyo fuera el voleibol. Así
que todos estábamos tratando de retomar la forma que habíamos perdido
durante las vacaciones y acomodarnos a la nueva rutina de ejercicio,
ejercicio y más ejercicio.
A pesar de que me machaqué en el campo y pasé horas en el gimnasio,
estaba tenso como el infierno y de un humor lamentable. Por mucho que me
esforzase para desgastarme hasta que lo único que pudiera hacer fuera caer
rendido en mi cama al final del día, nunca resultaba suficiente. Apenas
había visto a King fuera de los entrenamientos, y no tenía claro si él me
evitaba a mí o yo a él.
Bien, mentira. Yo seguro que lo evitaba a toda costa, pero la idea de que
él estuviera haciendo lo mismo me provocaba un absurdo malestar en la
boca del estómago que no sabía cómo sobrellevar. No podía dejar de pensar
en lo que había sucedido entre nosotros. Daba igual lo mucho que me
empeñara en apartar las imágenes explícitas que mi mente me lanzaba de
modo aleatorio y en los momentos menos adecuados: King con la mano
alrededor de mi polla, King susurrándome obscenidades al oído, King
sonriéndome, cerniéndose sobre mi entrepierna y atragantándose con mi
erección... (Eso no había ocurrido, pero a mi imaginación no parecía
importarle.) Y había otras fantasías mucho más sucias, unas en las que no
quería pensar y que implicaban a King a mi espalda empujando y
machacándome de forma salvaje hasta clavarme al puto colchón.
Estaba jodido. Muy jodido. Y no de la manera divertida.
También me sentía aterrorizado, pero la cuestión era que estaba más
cachondo que asustado, lo cual era peligroso, porque, si seguía así, acabaría
abalanzándome sobre él la próxima vez que nos cruzásemos en el pasillo y
suplicándole que me follara de una vez por todas.
—Ey, ¿vais a lo de esta noche en Phi Delta? —La pregunta fue lanzada
al interior del vestuario por Jules, uno de los defensas.
Acabábamos de terminar el entrenamiento y yo apestaba. Me había
llevado un sermón del coordinador ofensivo sobre estar centrado y no
perder el objetivo de vista, sobre mucho trabajo y menos juergas, como si
me pasara las noches de fiesta en fiesta. Resultaba gracioso, porque solo
había ido a una en las últimas dos semanas y con la única intención de
buscar un polvo sin complicaciones con alguien pequeño y bonito que no
midiera uno ochenta y cinco, tuviera el pelo negro ni una voz profunda y
sexy. Que no fuera un cabrón mandón y arrogante. Ah, sí, y sin nada
colgando entre las piernas.
Había sido un desastre. No porque no lograra un ligue. No era un
gilipollas prepotente como King, pero yo sabía que gustaba a las chicas, y
conseguir a alguna dispuesta a darse un revolcón conmigo no solía ser
nunca un problema. Pero cuando me había encontrado en un rincón oscuro,
apretándome contra las curvas de una de mis compañeras de clase, su
lengua en mi boca y mis manos sobre su culo, todo me había parecido...
equivocado.
Mi libido se había declarado en huelga indefinida y yo había tenido que
salir de la fiesta a toda prisa tras balbucear una burda excusa.
Lo peor era que, en cuanto pensaba en King, no tenía ningún problema
en ponerme duro como una piedra. Así que estaba sobreviviendo a base de
pajas. A ese paso se me caería de tanto machacármela, y ni siquiera
resultaba tan placentero como lo había sido con el idiota de King.
Cooper, sentado en el banco a mi lado, me dio un empujón con el
hombro que me devolvió al presente.
—¿Vas a ir o vas a seguir comportándote como un imbécil?
—Estoy bien —repetí, porque Cop parecía sospechar que me pasaba
algo y me había interrogado varias veces al respecto.
«Estoy bien» era mi respuesta comodín en esos días. Una mierda, vamos.
Y mi mejor amigo no tenía intención de comprarlo. Me conocía demasiado
bien.
—¿Vas o no? —insistió mientras se deshacía de las zapatillas.
Ladeé la cabeza y lo miré. No llevaba camisa y estaba muy en forma,
como todos en el equipo. Traté de admirarlo con ojos apreciativos y
descubrir si me resultaba guapo o había algún indicio de atracción, pero no
me provocó absolutamente nada. Claro que llevábamos años siendo amigos,
pensar en él de otro modo resultaba... perturbador. Era casi como un
hermano para mí.
Agité la cabeza y deseé poder frotar el interior de mi cerebro con agua y
jabón para borrar el decadente pensamiento.
—Vale. Iré —cedí finalmente. No quería que creyese que tenía algún
problema con él, y quizá una fiesta me distrajera.
A lo mejor incluso mi cuerpo colaboraba y consiguiera un poco de
alivio.
Por alguna estúpida conexión de ideas, ese pensamiento me hizo levantar
la vista y buscar a King a través del vestuario. Su taquilla estaba en el otro
extremo de la sala y él se encontraba de espaldas a mí, concentrado en
quitarse la equipación. Durante esas dos semanas, yo había sido lo
suficientemente inteligente como para no tentar mi suerte y había evitado
mirarlo en el vestuario. Lo último que necesitaba era una erección rodeado
de tipos semidesnudos o directamente en pelotas, y estaba bastante seguro
de que eso era lo que sucedería si me paraba a observarlo más de dos
segundos seguidos.
Pero resultó que no necesitaba mirarlo siquiera. Mi cuerpo reaccionaba a
su mera presencia en cuanto él entraba en la misma habitación. Había algo
magnético, oscuro e intenso en el modo en que todo se despertaba dentro de
mí cuando King estaba alrededor; una llamada que arrastraba cada uno de
mis músculos y mis huesos en su dirección.
Si nos cruzábamos en el pasillo de casa, me estremecía. Si entraba en el
baño después de que él se duchase, la boca se me hacía agua al captar el
aroma de su piel húmeda mezclado con el de su gel flotando en el ambiente.
Me ponía tan cachondo que había tenido que buscar en Google si los
humanos éramos capaces de desprender feromonas o alguna mierda
parecida para atraer a otras personas como perros lujuriosos.
Los resultados que había arrojado la búsqueda no habían sido nada
alentadores ni concluyentes, pero yo estaba convencido de que me estaba
volviendo loco y de que la cosa no iba a mejorar hasta que hiciera algo para
remediarlo.
King debió de sentir mis ojos taladrándole la nuca. Volvió la cabeza en
mi dirección y me dedicó una de sus sonrisas de bastardo arrogante por
encima del hombro. Acto seguido, tiró de su camiseta interior y la parte
superior de su cuerpo quedó al descubierto, dándome una vista apenas
parcial de sus abdominales cincelados con exquisita perfección, su costado
derecho y uno de sus pezones oscuros.
Me incliné para ocultar la amenaza del principio de una erección. Cooper
continuaba desvistiéndose a mi lado, ajeno al intercambio de miradas entre
King y yo y, gracias a Dios, también a mi evidente excitación.
Alargué todo lo que pude el tedioso proceso de deshacerme de mi propio
equipo. Resultaba una bendición que las duchas fueran individuales y
contaran con puertas para salvaguardar la intimidad de los jugadores,
porque ya me habría puesto en evidencia más de una vez de tener duchas
comunes. Aun así, no tenía ninguna intención de coincidir con King por el
pasillo que llevaba hasta ellas. Esperaría hasta que el tipo se metiera en una
para entrar en otra —lo más lejos posible de él—, ducharme en tiempo
récord, vestirme y salir corriendo del vestuario.
Joder, me daría un infarto si seguía así.
A lo mejor era mejor abordarlo y... Mierda, lo que fuera. Terminar con
eso de una vez.
—Genial, tío. Las chicas de Delta Gamma estarán allí. Necesito echar un
polvo —aseguró Cooper, aún centrado en la fiesta de esa noche.
—Amén a eso, hermano —repliqué entre dientes.
Cop, ya desnudo, me palmeó la espalda y soltó una carcajada antes de
encaminarse hacia las duchas. Yo aún tenía la mayoría de las protecciones
puestas. Me movía como una octogenaria moribunda cruzando un paso de
peatones interminable.
—A lo mejor así dejas de gruñir todo el tiempo —sentenció mi amigo
antes de perderse por el pasillo.
La mayoría de los chicos ya estaban duchándose. Chad y Jules se reían
de alguna broma a pocos pasos y, con el rabillo del ojo, vi a King
inclinándose hacia delante con los dedos enrollados en la cinturilla del
pantalón. Tiró hacia abajo muy despacio, casi como si se estuviera
desnudando para mí. Dos profundos hoyuelos asomaron en la parte alta de
sus nalgas y luego todo su musculoso y exquisito culo quedó en exposición.
Me lamí los labios en un acto reflejo.
Desde luego que estaba jodido si el culo de un tipo me hacía salivar.
Cuando quise darme cuenta, ya no lo observaba de reojo, sino que lo
estaba mirando abiertamente. Mis ojos se pasearon con una ansiedad
vergonzosa por todo su cuerpo. La curva de su espalda baja, la redondez de
sus nalgas, los músculos que ondulaban con sus movimientos...
Mierda, ahora ya estaba completamente duro.
Ahogué un gemido de vergüenza para no llamar la atención de mis otros
compañeros y bajé la vista al suelo. Esa mierda acabaría conmigo. Era una
auténtica tortura, y estaba claro que no podía continuar así.
Después de un momento, una sombra se cernió sobre mí. Ni siquiera
necesité comprobarlo para saber de quién se trataba. Los pies y la mitad
inferior de las piernas de King entraron en mi campo de visión, y también el
borde de una toalla. Al menos no estaba plantado frente a mí desnudo,
porque no estaba muy seguro de lo que pasaría si levantaba la barbilla y me
encontraba su polla justo delante de los ojos.
Continué desatándome las zapatillas con una calma que ni de lejos sentía
y recé para que no se percatara del temblor de mis dedos.
—Juegas como el culo, chico de oro.
Gruñí. Eso era culpa suya, pero no había manera de negar que había sido
un desastre en el entrenamiento de ese día; en los de las últimas dos
semanas en realidad.
—Creo que lo que necesitas es un buen polvo —agregó, y la diversión
quedó patente en su voz.
Jodido capullo arrogante. Él sabía lo que me hacía. Lo sabía. Y le
encantaba.
—Que te jodan, King.
—Eso se podría arreglar —replicó, y esta vez no detecté burla alguna en
sus palabras.
«Mierda.»
¿Estaba insinuando que yo podría...? Imágenes de King a cuatro patas
sobre mi cama, gloriosamente desnudo y sudoroso, gimoteando bajo mi
cuerpo y apretado alrededor de mi polla se desparramaron por mi mente
como un castillo de naipes que se derrumbara bajo la más suave brisa.
Por mucho que tratara de negarlo, llevaba dos semanas imaginando a
King follándome hasta dejarme sin sentido, y la idea resultaba tan atractiva
que mis pajas no duraban más allá de un par de minutos. Era más que
vergonzoso. Pero no podía negar que la idea que acababa de sembrar en mi
mente le hacía una clara competencia. Cualquiera de las dos me valdría,
dijera lo que dijese eso de mí, aunque era probable que King solo me
estuviera tomando el pelo.
Levanté la mirada por inercia.
Error.
King tenía una mano en torno a la toalla para mantenerla sobre sus
caderas. La profunda «V» de sus oblicuos y el resto de sus abdominales
eran una verdadera delicia. Su otra mano se hallaba sobre su pectoral
izquierdo y se acariciaba el pezón de forma distraída; un puto pezón
perforado. Una barrita de metal lo atravesaba de lado a lado y la zona se
veía un poco enrojecida, aunque a él no parecía dolerle en absoluto mientras
se tocaba. ¿Cuándo demonios se había hecho aquello?
—¿Te has hecho un piercing? —inquirí, y para mi vergüenza soné
jadeante y... excitado.
—¿Te gusta? —Se inclinó hasta que su cabeza quedó junto a la mía y, en
un tono ronco y peligroso para mi cordura, añadió—: Puedo dejar que lo
lamas. Apuesto a que podrías correrte haciéndolo, chico de oro. Ni siquiera
tendría que tocarte.
Mi cabeza giró como un látigo en dirección al lugar donde antes estaban
Chad y Jules, pero no había rastro de ellos. Ni siquiera me había dado
cuenta de que se iban. Joder, lo que me hacía King no era normal.
—Estás lleno de mierda —le espeté, recomponiéndome a duras penas.
—Lo que estoy es jodidamente cachondo. Y tú también pareces necesitar
liberar tensión. Métete en la última ducha del pasillo y espérame allí. —
Abrí la boca para protestar, mandarlo a la mierda o reírme, lo que fuera.
Cualquier cosa. Pero King cortó mis protestas antes incluso de que pudiera
lanzarle algún argumento decente—. Hazlo, Donovan. Ya.
Me levanté, me arranqué el resto del equipo tan deprisa que a punto
estuve de caerme de bruces al suelo e hice exactamente lo que me había
ordenado. Mi cuerpo no dudó ni un segundo. Fue realmente patético.
Estaba aún más jodido de lo que pensaba, eso estaba claro. Pero no podía
esperar para descubrir lo que King me tenía preparado.
Trey
Tenía una crisis de identidad sexual. Bueno, igual ya era un poco tarde para
eso. Teniendo en cuenta lo que había sucedido en las duchas del vestuario
una semana atrás, la heterosexualidad quedaba descartada.
No era tan imbécil como para no ser consciente de ello. No sabía si era
solo por King o de repente los tíos estaban en el menú del día para mí. La
verdad era que, en los últimos días, me había encontrado observando a otros
hombres en el campus en más de una ocasión, pero ninguno me provocaba
nada ni remotamente parecido a lo que despertaba King. Ni de lejos.
En realidad, no me interesaba otro tío que no fuera él.
El tipo me había roto. Ya ni siquiera conseguía mirar a una chica y
encontrar algo interesante en unas tetas, y no hablemos de mis torpes y
exasperantes intentos de satisfacerme a mí mismo.
Había perdido la cuenta de las veces que me había masturbado después
de nuestro encuentro. Estaba constantemente cachondo e insatisfecho.
Tenso como el jodido infierno y con un hambre eterna que no encontraba
forma de saciar.
Con la certeza innegable de mi atracción por King flotando sobre mi
cabeza a cada hora de cada día, y sabiendo que en el fondo quería repetir...
No, mentira, quería más de lo que habíamos hecho. Lo quería todo. Solo
que no me atrevía a buscarlo o pedirlo, y él no parecía en absoluto
interesado en mí.
Había afirmado que quería follarme antes de largarse y dejarme en la
ducha exhausto y tembloroso y tan satisfecho como no recordaba haberlo
estado antes. Mierda, nunca en toda mi vida había tenido un orgasmo como
aquel. Lo que me había hecho ni siquiera tenía nombre. Me había obligado
a suplicar, y al final sabía que habría dicho o hecho cualquier cosa para
conseguir lo que deseaba.
—Tío, vuelve a la Tierra. —Cop encajó su codo en mis costillas y casi
me caigo de la silla.
Eché un rápido vistazo a mi alrededor. Estábamos en una de nuestras
pocas clases comunes, rodeados de otros compañeros y con el profesor
inmerso en una disertación tediosa y sin fin que no me ayudaba en absoluto
a interesarme por sus cavilaciones. No sabía ni de lo que estaba hablando.
—Necesito que me confirmes lo del sábado para decírselo a Maddox,
aunque deberías saber que ya cuenta contigo. Todos tienen que estar allí.
Rebusqué en mi mente. ¿Qué demonios había el viernes? En cuanto lo
recordé, me derrumbé sobre el respaldo con un quejido.
—¿En serio tenemos que hacerlo?
Cop movió las cejas de un modo que pretendía ser insinuante, pero que
resultó perturbador. Sonrió como un capullo y asintió.
—La subasta es por una buena causa, y la fraternidad tiene que ganar
algunos puntos después del desastre de la última fiesta.
El sábado anterior las cosas se habían salido de madre en nuestra
hermandad. La seguridad del campus había terminado por aparecer, el
decano estaba furioso y se nos había limitado la realización de eventos
festivos. Pero una recaudación de fondos benéfica siempre era bien recibida,
solo que conseguir pasta en esa ocasión conllevaba que se nos subastara. A
nosotros. Cada miembro tendría una cita con su compradora, una cena o
algo por el estilo, que acabaría en sexo o no según el deseo de los
implicados, aunque, como era obvio, esa última parte no constaba en el
dosier que le habían pasado al decano para que aprobara el evento. Solo era
uno de esos secretos a voces de los que nadie hablaba pero que todos
conocían.
—Lexi ha dicho que pujará por mí —comentó Cop, frotándose las
manos como un puto pervertido, aunque quién era yo para juzgarlo después
de mi sesión con King.
Le puse los ojos en blanco a pesar de que me alegré por él. Llevaba
persiguiendo a esa chica varias semanas y ella no dejaba de darle largas. Tal
vez hubiera decidido rendirse por fin y esa fuera la oportunidad que mi
amigo estaba esperando.
—¿Adónde vas a llevarla? —pregunté bajando la voz porque alguien
siseó a mi espalda.
Mientras él se lanzaba a hablarme del restaurante en el que ya tenía una
reserva y del resto de sus planes, me planteé quién podría pujar por mí. No
era como si hubiera tonteado con nadie en el último mes, lo cual era raro,
porque normalmente siempre estaba tanteando el terreno aquí y allá. Ni
siquiera me requería un gran esfuerzo, no podía evitarlo. Y las chicas solían
responder bien a mis avances.
No supe cómo esa línea de pensamiento me llevó hasta King. De nuevo.
Parecía que últimamente no pensaba en otra cosa que no fuese él. ¿Se
habría acabado? ¿Habría perdido el interés en mí? King también formaba
parte de la fraternidad, ¿quién pujaría por él? ¿Y qué haría con su cita...?
Gruñí, y Cop me dio otro codazo de advertencia.
—¿Qué te pasa? —inquirió, después de asegurarse de que el profesor
seguía a lo suyo.
Agité la cabeza en una negativa. Había pensado en contarle lo que había
sucedido. Cooper Adams era mi mejor amigo desde el primer año de
universidad, congeniamos enseguida y confiábamos casi de un modo ciego
en el otro. No creía que reaccionara mal al hecho de que me hubiera
enrollado con un tío (aunque a lo mejor lo de que se tratase de King sí que
lo hacía enloquecer un poco). Más bien se sorprendería, luego me daría una
torpe palmadita en la espalda y me soltaría alguna mierda sobre sexo seguro
y dar o recibir, como si lo viera.
Pero sobre Grayson y mis otros compañeros de equipo o fraternidad no
estaba demasiado seguro. Tampoco sabría qué decirles en realidad. ¿Ahora
era gay? ¿Bisexual? Joder, no tenía ni idea. Las etiquetas eran una mierda, y
el hecho de que mi polla estuviera negándose a responder ante nadie que no
fuera King no ayudaba en nada.
Bien. No tenía que ponerle un nombre. Tampoco era como si fuera a
salir con King o algo así. Por lo que sabía, ni siquiera creía que nada de
aquello se repitiera. Para bien o para mal, la actitud de Axel King no había
variado conmigo. En el campo teníamos una química excelente y él la
aprovechaba para maximizar el éxito de cada jugada; su trato era cordial,
supongo. Comentaba conmigo o con otros algunos detalles en los
entrenamientos y bromeaba con todos en el vestuario. Su arrogancia no
había disminuido, pero sí que me había dado cuenta de que tras ella, en
realidad, no había una maldad implícita. Era más como una forma de
pinchar a los que estaban a su alrededor y forzarlos a dar lo mejor de sí
mismos.
O tal vez eso era pura mierda y yo estaba empezando a lanzarle
corazones por los ojos cada vez que lo miraba, cualquiera sabe.
—¿Comemos juntos? —sugirió Cop, pero yo volví a negar.
—Tengo una montaña monstruosa de tareas esperándome. Necesito
adelantar algo de trabajo y estudiar un poco si quiero mantener mis notas.
Voy a encerrarme en mi habitación y no salir de allí en toda la tarde.
Nos despedimos al final de la clase y yo me fui directo a nuestra casa.
Grayson estaba sentado a la mesa de la cocina, comiéndose un sándwich de
algo que no fui capaz de identificar; tenía una capacidad especial para
mezclar ingredientes sin sentido y disfrutar de ello como si se tratase de una
exquisitez.
—Ey, ¿cómo va? —lo saludé mientras me inclinaba en el interior del
frigorífico en busca de algo de pasta que había preparado el día anterior.
Mis aptitudes culinarias apestaban un poco. Mucho, a decir verdad. Me
desenvolvía lo justo y con lo más básico, y en escasas ocasiones, como ese
día, podía enorgullecerme de haber dejado comida lista para no tener que
ponerme a preparar cualquier cosa sobre la marcha. A Cooper se le daba
aún peor. Grayson... Bueno, a la vista estaba, comía casi cualquier cosa que
pudiera masticar. Y a King, por lo que yo sabía, no se le daba del todo mal.
—Saca el pollo también —dijo una voz grave a mi espalda.
Hablando del diablo.
Agarré un recipiente con pollo y ensalada y me giré para entregárselo.
Me lo encontré justo detrás de mí, demasiado cerca; mi cuerpo vibró al
percibir el calor que emanaba de él y su adictivo olor. King me sonrió como
si le hubiera ofrecido las llaves del cielo. Joder, resultaba perturbador lo
mucho que me afectaba su sonrisa.
Aparté la vista y lo rodeé para coger un tenedor y encaramarme a la
encimera con mi almuerzo. Grayson y él se pusieron a charlar enseguida.
Aunque Gray no estaba en el equipo, King comentó algunas de las
estrategias que el entrenador Meyer había esbozado para el próximo partido
esa misma mañana. Y luego Grayson le habló de un encuentro informal de
voleibol que había disputado en la playa unos días atrás.
—Deberíais venir conmigo el domingo. Tengo que entrenar, pero luego
podríamos echar un par de partidos. Amistosos —agregó, aunque todos
sabíamos lo competitivo que era y que nada para él era amistoso. Siempre
jugaba para ganar.
—El sábado es la subasta —señalé tras masticar un bocado y tragar—.
No sé en qué estado terminaremos, pero dudo que consigas hacer madrugar
a Cop para ir a tragar arena a la playa.
Percibí los ojos de King sobre mí y me dije que no debía mirarlo. Dio
igual. Bastaron un par de segundos para que mi atención se desplazara hacia
él y lo encontrara observándome con una intensidad abrumadora. No
recordaba que me hubiera mirado así en toda la semana.
Me lamí el labio inferior en un acto reflejo, y eso solo consiguió un
desvío de mis ojos hacia su propia boca y luego más abajo, justo hasta el
lugar de su pecho en el que un pequeño bulto sobresalía bajo la tela de su
camiseta; no había dejado de preguntarme cómo sería lamerle el piercing y
si eso se la pondría dura.
Seguro que a mí sí; ya estaba medio empalmado.
Con un calor repentino ascendiendo por mi cuello, me aclaré la garganta
y dirigí la vista hacia Grayson. Él era terreno seguro.
—¿Vas a venir a la subasta a reírte un poco de nosotros?
Grayson no era muy partidario de las fraternidades. No estaba en
ninguna ni había querido estarlo, pero siempre se apuntaba a una fiesta, y
más si le daba la oportunidad de burlarse de sus amigos.
Me lanzó una mano y chocó los cinco.
—Puedes apostar por ello. Estoy deseando que os gane alguna tía que no
os atraiga una mierda y ver cómo os las arregláis —se burló—. Aunque a
Cop le irá bien, le gustan todas.
No era una exageración. Cuando se trataba de mujeres, Cop era como
una ONG, siempre dispuesto a ayudar de la forma más altruista. Sabía que
él quería que Lexi ganara su puja, pero no lloraría si era otra la que
terminaba con él.
Yo sí que iba a tener un problema. Y pensar que cualquiera podría pujar
por King me revolvía las entrañas de un modo preocupante. Comprendí que
estaba celoso, y a punto estuve de soltar una carcajada nerviosa. No podía
dejar de preguntarme si su postor sería una chica o él arreglaría las cosas
para que fuera un tío. Yo no había dicho una palabra sobre nosotros ni sobre
su orientación sexual, tampoco sabía si era gay o bisexual o lo que sea. Pero
ya había oído algún rumor sobre él y su antigua universidad. Nadie había
asegurado nada, pero la idea estaba ahí, flotando en el ambiente. Aunque
creo que la mayoría del equipo elegía no prestarle atención. Su labor en el
campo y en los entrenamientos era impecable; se mataba a trabajar y no se
rendía nunca, así que todos estaban contentos teniéndolo allí.
¿Cambiaría eso si se confirmaba el rumor? ¿Le importaría a él? No veía
a King entrando en pánico ni retrocediendo ante nadie, tampoco negándolo.
Seguro que soltaría alguna contundente afirmación y los desafiaría a todos a
decir una mierda ofensiva al respecto. Ni siquiera creo que le importara lo
más mínimo lo que pensaran de él, y esa seguridad en sí mismo resultaba
tan atrayente como todo lo demás.
También era molesta. Supongo que por eso lo había odiado tanto al
conocerlo. Ahora, lo admiraba un poco en secreto. Aunque nunca se me
habría ocurrido decírselo.
—¿Os dais cuenta de que os pagan por follar? —se rio Grayson.
Me incliné hacia él y le di una colleja.
—Gilipollas, ganar la puja no implica un polvo.
Arqueó las cejas, porque todos sabíamos cómo acababan muchas de las
citas que tenían lugar la noche de la tradicional subasta. Joder, éramos
jóvenes y la universidad era ese punto en el que todos queríamos un poco
de divertido descontrol. No era raro que las parejas acabaran dándose un
revolcón, pero no se pagaba por eso.
—A más de uno no le vendría mal —intervino King, con una de sus
expresiones cargadas de oscuridad y malicia—. Hay mucha tensión en el
vestuario últimamente. ¿No crees..., Donovan?
Me dio un microinfarto cuando pensé que soltaría un «chico de oro» para
dirigirse a mí. De repente me sudaban las manos y, sí, estaba muy muy
tenso. Lo fulminé con la mirada, consciente de que sabía lo que estaba
haciéndome y, no solo eso, lo estaba disfrutando.
Aquel era su modus operandi.
—¿Lo dices por ti? —reuní el ánimo para decir. Al parecer, aún podía
mantener algo de dignidad cuando se trataba de él.
No mucha, pero la suficiente.
King soltó una carcajada que rebotó en las paredes y se hizo eco en sitios
inadecuados de mi cuerpo. Profunda y rica, como su voz, su risa casi
parecía estar desafiándome.
—Yo obtengo siempre lo que quiero. Y me gusta esperar por ello, nunca
es bueno apresurarse.
—Tío, vaya masoquista estás hecho —señaló Grayson.
«Joder, si tú supieras...» Masoquista no, pero sádico lo era un rato.
—La recompensa luego es mucho más satisfactoria, créeme, no hay nada
como ver a alguien derrumbarse y rogar pidiendo más.
Mi cara se incendió. Cabrón arrogante. Sabía que hablaba de mí. La
alternativa, que estuviera refiriéndose a otro tío, o a una mujer, me cabreó
aún más que el hecho de que estuviera lanzándome pullas delante de
nuestro compañero de piso. Pero no quería lidiar con lo que eso significaba
en ese momento.
Grayson se rio y, esta vez, chocó los cinco con él antes de empezar a
recoger los restos de su almuerzo. King arqueó las cejas en mi dirección
aprovechando la distracción.
—Que te jodan —vocalicé en silencio.
Su dedo osciló, señalándome a mí primero y luego su pecho. Sus
comisuras se curvaron una vez más, provocándome con una promesa oscura
de dolor y placer. Acto seguido, desapareció por el pasillo y Grayson
también se marchó a su habitación a estudiar.
Cuando quise darme cuenta, llevaba un buen rato allí sentado, sin comer
ni moverme ni pensar en nada que no fuera King, su maldita sonrisa y su
cuerpo de escándalo y esa irritante manera que tenía de empujarme al límite
y luego desentenderse de mí.
Aquella mierda realmente apestaba, pero yo no podía esperar para
obtener una dosis más.
Trey
Tres días.
Habían pasado setenta y dos putas horas en las que Axel me había
evitado como a un apestado, esta vez de una forma tan descarada que no
dejaba lugar a dudas de lo que estaba haciendo. Apenas estaba en casa;
llegaba casi de madrugada y se marchaba al amanecer. En los
entrenamientos no actuaba de forma muy diferente con el resto, pero solo se
dirigía a mí cuando era estrictamente necesario.
Así que, esa tarde en particular, me cansé de esperar.
Axel aún seguía en el campo ahora desierto. Incluso el equipo técnico se
había largado ya. Solo quedaba él y un aspirante a quarterback novato al
que le estaba dando algunas indicaciones. Cualquier cosa con tal de no
tropezarse conmigo en el vestuario. O, peor aún, en las duchas.
Bien, era perfecto. Cuanto más se retrasase, mejor. Los demás se
largarían y solo quedaríamos él y yo, y el novato.
Me mantuve en la sombra del túnel que conducía hasta los vestuarios.
Observando y esperando. Todavía llevaba todo el equipo encima, así que
me entretuve jugueteando con el casco. También me dediqué a comerme a
Axel con los ojos. El uniforme le sentaba muy bien, y su culo... Joder, era
una locura. No podía apartar los ojos de él.
Ryn, el novato, resopló exhausto después de una carrera. Axel le dio un
golpecito en el hombro cuando se le acercó y le dijo algo. Los dos rieron.
Luego, con una nueva palmada de ánimo, echaron a andar en mi dirección.
Retrocedí un poco por el pasillo. No quería que me viera hasta que ya no
pudiera encontrar alguna excusa para volver al campo. Lo creía capaz de
embaucar al pobre Ryn y someterlo a otra ronda de pases eternos solo para
evitarme.
Cuando me descubrió a mitad de camino, su espalda se tensó y sus dedos
se apretaron sobre el borde del casco, que llevaba en la mano. Saludé a Ryn
con un gesto de la cabeza que él me devolvió. Sabía que Axel no iba a
detenerse por propia iniciativa, así que no me quedó más remedio que
decirle:
—Necesito hablar contigo un momento.
Ryn se giró, pero Axel continuó andando como si no me hubiera oído en
absoluto.
Y luego Cooper decía que yo era el terco.
—¡King! —lo llamé de nuevo.
Prosiguió su camino, ignorándome incluso delante de un perplejo Ryn.
El pobre chico no sabía muy bien qué hacer, pero me desentendí de él. No
permitiría que Axel se escaqueara esa vez.
Me adelanté y le corté el paso. Cuando trató de rodearme sin siquiera
dignarse mirarme, terminó con la escasa paciencia que me quedaba. King
era corpulento y quizá un poco más alto, pero yo era algo más ancho y
estaba en tan buena forma como cualquier otro miembro del equipo. Podía
con él.
Lo agarré y lo estampé contra la pared, presionando con todo mi cuerpo
para evitar que se moviera. Le ladré un «largo de aquí» demasiado duro a
Ryn, quien, gracias a Dios, se apresuró a perderse por el pasillo sin hacer
ninguna pregunta aunque resultó evidente que tenía muchas.
—Suéltame ahora mismo, Donovan.
Me reí en su cara a pesar del tono brusco e inflexible que empleó
conmigo. Se podía ir a la mierda si pensaba que perdería mi ventaja y lo
dejaría largarse. Tal como había dicho Cop, yo era tenaz y perseverante
cuando quería algo.
Y ahora quería a King.
—No hasta que hables conmigo.
—Tengo cosas que hacer.
—Que te jodan, King. Lo único que tienes que hacer es correr lejos de
mí como llevas haciendo desde el sábado por la noche. —Aplané las palmas
de las manos sobre sus hombreras y apreté mis caderas contra las suyas
cuando él me empujó para liberarse.
Al no conseguirlo de esa forma, me agarró de los costados. Por un
instante creí que me lanzaría por los aires, pero no hizo nada más. Sus
manos permanecieron totalmente inmóviles, aunque sus dedos se cerraron
en torno a la tela de mi camiseta.
—¿Qué demonios quieres, Donovan?
Había planeado un largo discurso y un montón de preguntas que quería
que él contestase. No entendía qué había cambiado tanto hacía tres noches
para que se volviese tan frío conmigo. Ya habíamos pasado por algo similar
en las semanas anteriores, pero incluso cuando yo lo había evitado o él
jugaba un poco al gato y al ratón conmigo, siempre había habido alguna
mirada burlona o una sonrisa oscura y provocadora por su parte; una señal
de que la rueda de algún modo seguía girando para nosotros.
Esto era diferente. Era como si... estuviera enfadado y me castigase con
su indiferencia. Y no tenía ni idea de por qué.
Así que, de todo cuanto podía decir, simplemente elegí la verdad:
—A ti.
Las dos palabras quedaron suspendidas en el aire que flotaba entre
nuestras bocas, ahora un poco más próximas que un segundo antes. Debía
de haberme inclinado sobre él al responder o algo así, y lo que fue seguro
era que Axel ya no estaba luchando contra mí.
Nos miramos el uno al otro durante un minuto eterno. Yo, con la
expresión desafiante del que no está escondiendo nada y tampoco tiene
nada que perder y él, con algo de sorpresa, calidez y otra emoción que no
atiné a interpretar destellando en el fondo de sus ojos.
Mis dedos aferraron la camiseta sobre sus hombros y se convirtieron en
puños casi por inercia mientras esperaba una respuesta a mi confesión. Y
cuando vi que no iba a decir nada, me lancé de cabeza al desastre sin
importar las consecuencias.
No fue una decisión difícil de tomar en realidad. Puede que yo hubiera
estado decidido a tener una charla con él, pero Axel era una especie de
debilidad para mí, una jodida fuerza gravitatoria a la que no podía
sustraerme por mucho que lo intentara. Su boca estaba demasiado cerca, su
aliento olía como el paraíso y el aroma rico de su colonia y su piel se
mezclaba con el sudor tras el intenso entrenamiento. Incluso aunque ambos
llevásemos aún las protecciones encima, tampoco ayudaba sentir su cuerpo
duro contra el mío.
Lo había echado de menos durante esos tres días. Necesitaba besarlo. Y
eso fue justo lo que hice.
Cerré el espacio entre nuestras bocas sin prisa, dándole la oportunidad de
rechazarme si así lo quería. Pero no lo hizo. Se quedó quieto mientras le
lamía la comisura del labio de forma tentativa, esperando que se abriese
para mí. Y cuando mi petición silenciosa de acceso fue aceptada, deslicé
con cuidado la lengua en su interior.
Axel respondió enseguida. Y fue dulce y lento, y tierno, y también
jodidamente delicioso. Nunca nos habíamos besado así. Ni siquiera había
besado a una chica así alguna vez. Tan despacio. Como si ninguna otra cosa
importase más que degustar el sabor del otro. Como si todo a nuestro
alrededor se hubiese detenido al primer roce de labios, el mundo entero se
hubiera desintegrado y solo quedásemos nosotros en pie. Hubo suaves
gemidos que no supe de quién de los dos provenían; tal vez de ambos. Le
acaricié la lengua y él respiró en mi boca. El beso se hizo más profundo,
pero no más ansioso. No, había una calma que fluía entre nosotros y que
resultaba tan sensual y erótica como cualquier otro de los momentos
íntimos que hubiésemos compartido hasta entonces.
No supe el tiempo que pasamos besándonos de esa forma. Otra manera
de devorarnos que amé de inmediato y a la que sabía que no quería
renunciar.
—Joder, chico de oro —gruñó dejando caer la cabeza contra la pared y
cerrando los ojos.
Bien. De nuevo era su chico de oro, así que eso tenía que ser bueno. Un
momento, ¿su chico de oro? ¿Suyo?
¿Qué demonios...?
Aparté ese detalle para otro instante. No tenía la claridad mental
necesaria para pensar en lo que eso significaba. Y también me daban un
poco de miedo las conclusiones a las que pudiera llegar.
Axel abrió los ojos de nuevo y echó un vistazo a lo largo del pasillo
vacío. Cuando su mirada se posó otra vez en mí, comprendí que estaba
dispuesto a argumentar alguna clase de burda excusa para alejarse de nuevo.
Lo supe. Había poco en él de su arrogancia y del descaro al que me había
acostumbrado, y eso era muy mala señal.
Pensé en Cop y en lo que había dicho sobre Cara, y decidí no darle
margen a Axel para que retrocediera, al menos figuradamente, porque su
cuerpo continuaba contra la pared y el mío, sobre él, presionando todos los
puntos importantes a pesar de las malditas protecciones. Nuestros cascos
habían caído al suelo y terminado uno al lado del otro en cuanto lo había
arrastrado contra el muro; verlos juntos fue casi como tener una epifanía.
Como si de algún modo ese hubiera sido el lugar exacto en el que tuvieran
que estar.
Como si esa fuera la manera en la que tenía que ser.
—Mira, Trey...
—Oh, vamos. Cállate de una puta vez —lo corté exasperado.
Sin permitirle hacer ninguna otra aportación o concluir lo que fuera a
decir, le brindé una sonrisa sucia y lo agarré de la camiseta. Lo sostuve
durante unos pocos segundos muy cerca de mí. Dejé que mis ojos vagaran
por su rostro y atrapé mi labio inferior entre los dientes cuando a él se le
aceleró la respiración. Su expresión se tornó menos contenida; el deseo
haciéndose cargo por fin.
Dispuesto a ser yo quien lo torturase por una vez, lo estampé contra el
muro a su espalda y Axel jadeó.
—Deja de evitarme, maldita sea —gruñí contra su boca.
Quería sumergirme en Axel. Meterme bajo su piel como él había hecho
conmigo. Su sabor aún estaba fresco en mi mente por el beso anterior, pero
yo quería más. Más. Mucho más. Me había vuelto adicto a su cuerpo, a sus
caricias y sus besos de la mejor de las maneras. Y al diablo con él si creía
que podía seguir esquivándome todo el tiempo.
Tampoco pensaba darle una oportunidad.
Apoyé los brazos a los lados de su cabeza y arremetí contra él de nuevo.
Esta vez no hubo suavidad o cautela. Ni tampoco ningún cuidado. Fue un
beso duro y exigente. Salvaje. Un choque de dientes húmedo. Un ataque.
Una puta declaración de intenciones a la que esperé que no fuera capaz de
resistirse. Hundí la lengua en su boca como si me perteneciese, y muy
pronto él reaccionó y me plantó cara. Peleamos como dos idiotas ebrios de
deseo por el control del beso, tomando lo que el otro ofrecía incluso sin
querer entregar más de lo que recibíamos; ambos dispuestos a ganar en lo
que quiera que fuese aquello.
Axel no era la clase de tipo que se rendía y yo lo sabía, así que resultaba
aún más extraño que se hubiera alejado de mí en los días anteriores. Pero en
cuanto traté de vencerlo en su propio juego, todo volvió a encajar como un
puzle perfecto de deseo crudo y placer. Tiró de mí y sus manos apresaron
mi culo para apretarme más contra él. Yo sonreí en el beso, satisfecho.
Sin saberlo, me estaba brindando la victoria.
Metí la mano entre nuestros cuerpos para tantear la erección que sabía
que me encontraría y gemí frustrado cuando mis dedos tropezaron con su
suspensorio.
—Esto es una mierda —solté mientras su boca se desviaba hasta mi
garganta y me chupaba el cuello con una agresividad apenas contenida.
Axel rio contra mi piel y el sonido vibró a través de mi carne. Oh, sí, esa
risa. Ahí estaba Axel King de nuevo. Había una promesa oscura tras ella;
una orden exigente y una oferta de más y más placer al mismo tiempo.
Dar y tomar. Pedir y entregar. Así éramos juntos.
El reverberar de una serie de pisadas al fondo del pasillo llegó
demasiado tarde a mis oídos, aturdido como estaba por los besos y los
mordiscos que Axel estaba dejando a lo largo de mi cuello. Y supongo que
a él le ocurrió lo mismo, porque no nos detuvimos hasta que un silbido bajo
atravesó la neblina sexual en la que ambos estábamos sumidos.
Giramos la cabeza de golpe solo para descubrir a Cooper en mitad del
pasillo, con las manos en las caderas, su bolsa colgada del hombro y una
sonrisa burlona que me hizo saber que iba a estar jodiéndome con aquello
durante mucho mucho tiempo.
Axel me empujó lejos de él en cuanto fue capaz de reaccionar. Traté de
no tomármelo como algo personal, pero no me gustó de todas formas.
—Todavía queda gente ahí dentro —comentó Cop, señalando la puerta
del vestuario. Ni siquiera se molestó en disimular su diversión—. Así que,
si no queréis que alguien grabe vuestra sesión de arrumacos cachondos y la
suba a YouTube, deberíais llevaros esto a un lugar más privado.
Agarré a Axel del brazo en cuanto me di cuenta de que echaba a andar
hacia mi mejor amigo; no creí que tuviera buenas intenciones.
—Quieto ahí.
Al oír la orden que le dediqué, la sonrisa de Cooper se amplió hasta que
prácticamente se le salió de la cara. Estaba provocando a Axel; joder, yo
también lo habría atormentado un poco de no ser porque parecía a punto de
lanzarse sobre mi mejor amigo y arreglarle la cara a puñetazos.
—Supongo que os habéis reconciliado por fin —dijo Cop entonces, y se
puso a aplaudir con el entusiasmo de un crío de cinco años frente a un
pastel de chocolate.
Reprimí la risa por su estupidez y tuve que tirar con más fuerza de Axel,
quien, al ver que lo retenía y no estaba balbuceando alguna lamentable
excusa, se giró por fin hacia mí.
—¿Lo sabe? ¿Se lo has contado?
—Sí, así que ahórrate el derroche de testosterona. No tienes que ir allí a
defender mi honor —me reí sin poder evitarlo.
La mirada de Axel fue de mi rostro hacia el final del pasillo, luego de
vuelta a mí y, por último, otra vez hasta Cooper.
—Gilipollas —le espetó enseñándole un dedo.
Para entonces yo ya me estaba riendo abiertamente. Señor, todo aquello
era un poco irreal. En realidad, tendría que haberme inquietado un poco la
posibilidad de que, en vez de Cooper, fuera otro de mis compañeros de
equipo el que nos hubiera descubierto, pero, por más que busqué algo de
preocupación en mi interior, no fui capaz de hallar nada.
—Yo también te quiero, King —replicó Cop, devolviendo la grosería
con un gesto igual de obsceno—. Os veo en casa.
Lanzó un beso al aire y luego se alejó en dirección a la salida, silbando
como un idiota y riéndose de sus propias bromas.
Y así fue como Axel y yo nos quedamos de nuevo a solas. Él se volvió
hacia mí con las cejas enarcadas y una pregunta formulándose
silenciosamente en su expresión.
—Necesito una ducha —solté encogiéndome de hombros.
Y, siguiendo el ejemplo de mi mejor amigo, eché a andar hacia el
vestuario entre risas y dejé a Axel King plantado en el túnel.
Tenía la sospecha de que no continuaría ignorándome a partir de ese
momento.
Axel
Los siguientes días se fusionaron uno con el otro en una especie de locura
sexual que implicó un montón de momentos robados con Axel. Resultaba
incluso divertido la forma en que ambos tratábamos de encontrar huecos y
situaciones para quedarnos a solas.
Él no me preguntó más acerca de cuánto le había contado a Cop o si
había alguien más que supiera lo que estaba ocurriendo entre nosotros, y
tampoco trató de llevar las cosas a un nuevo nivel. De repente me daba la
sensación de que había ajustado el tempo y había bajado las revoluciones
conmigo, aunque no dudaba en seguir torturándome siempre que podía.
En casa, lanzaba pullas cuando Cop o Grayson estaban presentes, me
metía mano bajo la mesa de la cocina o me acorralaba en el pasillo el
tiempo suficiente como para ponerme nervioso y luego me dejaba con
ganas de más.
Era un cabrón, pero yo también aprendí que tenía cierto poder sobre él.
Una de las mañanas en las que todos corríamos de un lado a otro antes
de salir de casa rumbo a nuestras respectivas clases, me colé a hurtadillas en
el baño del pasillo cuando Axel estaba duchándose. Cop aún se estaba
vistiendo en su dormitorio y Grayson se hallaba en la cocina desayunando.
Eché el pestillo sin hacer ruido y me deslicé en silencio hasta la ducha.
Me alegré de que la cortina fuese casi transparente, porque la figura
desnuda que se perfilaba del otro lado era una maravilla visual que todo el
mundo debería admirar al menos una vez en la vida. Axel se encontraba
bajo el chorro con la cabeza hundida entre los hombros y ligeramente
encorvado hacia delante, y el agua le caía por la espalda y por el culo. El
tipo era una obra de arte de músculos firmes, piel clara y pelo oscuro.
Me lamí los labios de anticipación mientras me desnudaba con rapidez y
me coloqué tras él. Axel dio un respingo en cuanto lo agarré de las caderas.
Trató de girarse, pero lo mantuve inmóvil y le besé la nuca.
—Grayson aún tiene que ducharse —murmuró en voz baja.
La advertencia era clara; sin embargo, no había manera de que me
detuviese. Empujé contra su culo. Ya estaba lo suficientemente duro como
para que lo notara, y a él estaba claro que no le iba mucho mejor. Recorrí su
pecho con las palmas de las manos, sus muslos, su ingle, y Axel dejó caer la
cabeza sobre mi hombro.
—Gray se marcha este fin de semana a ver a sus padres —le susurré al
oído—, y pienso enviar a Cop a la casa de la fraternidad.
Íbamos a tener la casa para nosotros solos, lo que significaba poder hacer
todo el ruido que quisiésemos. Las noches anteriores no había habido
ninguna excursión nocturna. Meyer nos había machacado con dos
entrenamientos diarios y, entre eso y las clases, todos llegábamos a casa y
nos derrumbábamos donde primero pillábamos; a veces ni siquiera
llegábamos a nuestros respectivos dormitorios. Salvo Grayson, que no
pertenecía al equipo, a Cooper, Axel y a mí apenas nos quedaba energía
para hacer otra cosa.
Las comisuras de sus labios se curvaron y se ladeó para lamer el agua
que descendía por mi garganta. Lo hice girar y empujé una mano contra su
pecho, pegándolo a la pared. Acto seguido, caí de rodillas.
—Joder, Trey —gimió. Hubo un breve destello de sorpresa en su
expresión.
Hasta ese momento, digamos que yo había sido más de recibir que de
dar, lo que suponía que Axel me había chupado hasta sacarme la vida por la
polla un montón de veces sin esperar nada a cambio. Nunca presionó.
Nunca trató de exigirme más. Aunque lo había masturbado y nos habíamos
frotado con y sin ropa hasta corrernos sobre el otro.
—Te voy a dar un pequeño adelanto de lo que va a suceder esta noche —
le dije a continuación, tomándolo en la mano.
Quería aquello. No solo chuparlo y volverlo completamente loco del
mismo modo que él lo hacía conmigo. Quería..., deseaba y necesitaba que
me follara. Lo había sabido aquella noche en su habitación y lo sabía ahora.
Y era muy consciente de que Axel solo lo estaba retrasando por mí, para
darme tiempo a que me acostumbrara a la idea. Además, estaba seguro de
que se las apañaría para que al final se lo rogase.
Pero yo también podía hacerle suplicar.
Sin apartar la vista de su rostro, lamí la punta de su erección muy
despacio. Axel volvió a gemir y cerró los ojos, pero enseguida los abrió de
nuevo; estaba claro que no pensaba perderse ni un segundo de aquello. No
era como si yo tuviera alguna idea de lo que en realidad estaba haciendo,
aunque me había asegurado de ver un montón de porno de mamadas y
supuse que bastaría con reproducir lo que a mí me gustaba. Quería que lo
disfrutase. Joder, quería que lo desease todo el tiempo. Que perdiera el
control. Que fuera más Axel que King, si es que eso tenía sentido.
Así que, sin perder el tiempo, me lo tragué hasta el fondo. Fue una idea
de mierda, porque mis habilidades de garganta profunda dejaban mucho que
desear y me atraganté en el momento en que la cabeza de su polla me
golpeó de lleno.
—Mierda —maldije entre toses, a pesar de que a él se le escapó algo
entre un jadeo y un gruñido increíblemente sexy.
—Oh, joder —masculló. Enredó los dedos en mi pelo y me mantuvo
inmóvil para que no repitiera la hazaña—. Ve despacio. No hay nada que
demostrar —agregó, como si supiera lo que estaba intentando.
—Guíame —le pedí entonces, apartando a un lado el pudor—. Dime lo
que tengo que hacer.
Él se estremeció y sus dedos se hundieron un poco más en mi pelo.
—Chico de oro, vas a matarme si sigues diciendo esas cosas. —Hizo una
pausa e inspiró despacio—. Abre.
Mi propia erección ganó volumen con esa única palabra.
Definitivamente, tenía alguna fijación con Axel dándome órdenes, pero no
me importaba una mierda. Pensaba disfrutar al máximo cualquier
perversión siempre que fuera con él.
Hice lo que me había dicho y, mientras él susurraba indicaciones y las
cosas se calentaban más y más, fui ganando seguridad. Lo lamí, lo chupé y
lo llevé una y otra vez sobre mi lengua, en cada ocasión un poco más
profundo. Más ansioso. No podía evitar gemir mientras lo hacía. Sabía bien
y..., joder, me gustaba la sensación de tenerlo en la boca tanto como me
gustaba oír los ruidos que él no podía evitar dejar escapar.
—Trey, joder, es... No voy a tardar en correrme.
Gemí de nuevo a su alrededor al oír el modo en que mi nombre se
derramó entre sus labios. Como una plegaria. Como una súplica. Su voz
impregnada del placer que yo le estaba proporcionando.
Me retiré y alcé la mirada con una sonrisa de capullo total.
—Chico de oro... —me advirtió con un tono grave y exigente.
Rodeé mi propia erección con la mano y los ojos de Axel se clavaron en
mi entrepierna mientras me daba una serie de fuertes bombeos. Estaba tan
excitado que empezaba a creer que podría correrme solo chupándosela.
Dudaba que fuera algo de lo que estar orgulloso, pero, joder, Axel era capaz
de llevarme al límite incluso sin proponérselo. Hacía brotar una necesidad
en mí que nunca antes había sentido con una chica; tampoco con un chico,
si mi torpe experiencia de novato de primer año contaba algo.
—Te la pone dura chupármela. —No era una pregunta, así que no
contesté.
Él sabía que sí. Joder, me encantaba. No sabía por qué no lo había hecho
antes, pero tal vez solo era el momento exacto para aquello. Quizá Axel
había sabido que necesitaba ese tiempo y ser yo el que tomara la iniciativa.
—Tú me la pones dura —admití. No tenía sentido negarlo y, es más,
quería que lo supiera.
—No sabes lo que me hace verte ahí de rodillas.
Si era algo similar a lo que yo sentía cuando era él quien se arrodillaba
para mí, tenía una ligera idea. Volví a sonreírle y llevé una mano de vuelta a
su polla. Siseó en cuanto cerré los dedos alrededor de la base y lo hizo de
nuevo cuando descendí hasta sus pelotas y comencé a jugar con ellas.
Abrió la boca para hablar, pero elegí ese momento para cerrar mis labios
alrededor de la cabeza hinchada y goteante, y lo que quiera que fuera a
decir se convirtió en un gruñido de placer. Continué chupándolo mientras
me masturbaba, demasiado cachondo por lo que le estaba haciendo como
para esperar mi turno. Creo que eso lo llevó aún más al límite, porque se
inclinó para verme mientras no dejaba de trabajarlo con la boca y la lengua.
Sus caderas comenzaron a impulsarse en golpes cortos y superficiales. Y,
cuando por fin logré llevarlo hasta el fondo, se desató del todo, fuera de
control.
—Oh, joder. Trey. Sí, eso es... Justo así... Mierda.
Ver a Axel King balbucear, tan perdido en el momento, en su placer,
resultó casi más de lo que podía soportar. Chupé con más fuerza hasta
arrancarle otra ronda de esos deliciosos gruñidos y luego le dediqué un
asentimiento al tiempo que me detenía.
Lo entendió sin problemas.
Yo me quedé quieto y él sujetó mi cabeza y me folló la boca, y resultó
vergonzoso lo mucho que me gustó. Con cada vibración que mis gemidos
enviaban a través de su eje, Axel se perdía más y más.
Me llevó dos tirones derramarme sobre mi puño en una explosión que
me dejó medio ciego. Creo que incluso Axel debió de percibir los potentes
temblores de mi orgasmo.
—Dios, me voy a correr... —Trató de hacerme retroceder, pero yo
coloqué una mano alrededor de su muslo y lo mantuve en el interior de mi
boca—. Joder, no tienes...
La protesta murió en sus labios cuando lo apreté con más fuerza y los
primeros chorros de semen me llenaron la boca. Y, aunque ya me había
corrido, gemí con él mientras me tragaba hasta la última gota. Los
balbuceos, los jadeos y los gruñidos de Axel fueron sin duda la mejor parte,
aunque el sabor ni siquiera me pareció desagradable, y supe que no iba a ser
la última vez que hiciera aquello.
Axel resbaló por la pared hasta sentarse en el suelo. Apoyó la parte
trasera de la cabeza en los azulejos y cerró los ojos. Apenas parecía ser
capaz de respirar.
En cuanto los abrió, le disparé una sonrisa de arrogancia que podría
haber competido con las que tanto le gustaba dedicarme. En un movimiento
que no fui capaz de prever, me agarró de la nuca y me tiró sobre él para
darme un beso abrasador. Yo apenas si había recuperado el aliento, pero la
forma en que volcó tanta pasión y desesperación en aquel beso resultó casi
tan excitante como lo sucedido unos segundos antes.
Cuando ya creía que me desmayaría por la falta de oxígeno, me soltó.
Apoyó la frente contra la mía y me mantuvo anclado a él con una mano en
el lateral de mi cuello.
—Me vuelves loco —confesó a duras penas. Deslizó el pulgar arriba y
abajo por mi piel con suavidad y me brindó una sonrisa sincera, repleta de
una ternura poco común en él.
No supe quién de los dos parecía más aturdido, lo que sí sabía era que
nunca me cansaría de aquello. De tenerlo haciéndome arder en un segundo
y, al segundo siguiente, comportándose con tanto cuidado y... cariño.
—Eres demasiado sexy para mi propio bien —continuó elogiándome,
con los ojos fijos en los míos.
Depositó varios besos sobre mi boca y tiró más de mí para subirme a su
regazo, lo cual, por alguna estúpida razón, me calentó la cara. ¿Era normal
que me sintiera avergonzado por estar sentado a horcajadas sobre él cuando
acababa de dejar que se corriera en mi boca? No estaba seguro, pero,
incluso abochornado como estaba, también me sentí reconfortado. Deseado.
Incluso querido. Necesitado.
Era un auténtico placer. Él. Todo él.
Hasta que se oyeron un par de golpes en la puerta.
—¡Deja de machacártela ahí dentro y sal de una vez, King! Voy a llegar
tarde —gritó Grayson desde el exterior del baño.
Juro que oí de fondo a Cooper reírse. Apostaba a que mi mejor amigo
sabía exactamente que Axel no estaba solo, y mucho menos
machacándosela.
—¡Ya voy, joder! —gritó él de vuelta, y luego bajó la voz para dirigirse a
mí—: Si se queda esperando fuera...
—No importa. Da igual —lo interrumpí. No quería que se preocupase
por eso, Y lo estaba; yo sabía que lo estaba.
Ni una sola vez me había echado en cara que estuviésemos
escondiéndonos de todos, a pesar de que él no tenía por qué. Le debía eso.
Axel suspiró mientras se ponía de pie y me llevaba consigo.
—No quiero que hagas nada para lo que no estés listo, Trey. Y tampoco
que lo hagas pensando en mí o en lo que yo desee.
Una vez más, acallé sus protestas, en esta ocasión tapándole la boca con
una mano.
—Estoy más que preparado para esta noche. Tú y yo. Quiero que me
folles —afirmé, a sabiendas de que no era de eso de lo que estaba hablando
en realidad.
Pero no iba a discutir mi salida del armario en ese momento. Si salía del
baño y Grayson nos pillaba, que así fuera. Sinceramente, empezaba a darme
cuenta de que tener que pasar el día esperando poder quedarme con Axel a
solas no era suficiente, como tampoco lo era no poder besarlo a veces en
mitad de la acera o cuando nos cruzábamos en clase o en cualquier otro
lugar, a la vista de todos.
Ahora solo me faltaba averiguar cuánto más quería de Axel King y de lo
que teníamos. Y también si él sentía lo mismo.
Axel
No pude evitar sentirme algo conmocionado cuando llegué a casa esa tarde.
Después de nuestro excitante encuentro en la ducha a primera hora, no
había vuelto a ver a Trey en todo el día. Me había pasado el almuerzo en la
biblioteca con uno de mis grupos de estudio y, aunque le había mandado un
par de mensajes para ver si estaría con Cooper esa tarde en la casa de la
fraternidad, resultó que Maddox había reclutado a Cop para alguna clase de
montaje festivo que iban a llevar a cabo de cara al fin de semana. Ya había
perdido la cuenta de todo lo que ese tipo estaba haciendo para ganarse de
nuevo el favor del decano; no le envidiaba el puesto.
Así que cuando crucé el umbral y el aroma delicioso de la comida me
golpeó, me pregunté quién demonios se había atrevido a cocinar algo en
aquella casa. Sinceramente, ninguno estaba muy dotado en el aspecto
culinario.
El misterio quedó resuelto cuando entré en el salón y me encontré a Trey
inclinado sobre la mesa frente al sofá, abriendo un montón de envases de
comida para llevar. La luz estaba apagada y, en cambio, había un montón de
velas por todos lados iluminando la estancia. Eché un vistazo a mi alrededor
y, poco a poco, una sonrisa se fue extendiendo por mi cara sin que pudiera
evitarlo.
Me crucé de brazos y durante un momento no dije nada. Trey se irguió y
se frotó la nuca, y ese excitante sonrojo que tanto había aprendido a
apreciar le cubrió el cuello y las mejillas casi de inmediato.
—Empiezo a pensar que de verdad estás intentando llevarme a la cama
esta noche —señalé sin ocultar la diversión—. Aunque contigo soy un tío
fácil. No necesitabas esto.
Puso los ojos en blanco y resopló, pero la broma cumplió su cometido y
sus hombros se aligeraron. Creo que, a veces, Trey todavía se sentía
sobrepasado por lo que había entre nosotros, fuera lo que fuese, de ahí que
no hubiera querido presionarlo para llegar hasta el final.
También yo estaba un poco abrumado en realidad. Trey me aturdía.
Aunque me moría de ganas de enterrarme en él y descubrir lo bien que se
sentiría su cuerpo apretándose en torno a mi polla.
—¿Qué has pedido? —inquirí cuando percibí que aún estaba algo
avergonzado.
Dios, ese chico era una puta delicia.
—Tailandés.
No añadió ninguna otra explicación, pero no resultaba necesario. La
tailandesa era una de mis comidas favoritas, y que él se hubiera dado
cuenta...
Me metí las manos en los bolsillos para no ir hasta él, agarrarlo de los
hombros y devorarlo entero. No recordaba que nadie hubiera hecho antes
algo así por mí.
—Gracias —dije en un susurro bajo pero que estuve seguro de que él
oyó.
Me había fijado en Trey Donovan desde el momento en que mi traslado
se hizo efectivo y visité aquella casa después de encontrar el anuncio en el
que se alquilaba una habitación. Lo había observado luego en los
entrenamientos y cuando Maddox me admitió sin casi tener que pasar
prueba alguna en la fraternidad. Y lo había deseado desde ese primer
momento, a pesar de que, al principio, había estado bastante seguro de que
no tenía ninguna posibilidad con él, más que nada porque parecía
totalmente heterosexual.
Ahora, viéndolo allí plantado frente a mí y evocando cada instante en el
que lo había tocado, besado y torturado sin tregua solo por el placer de oír
los sensuales sonidos que salían de su garganta, empezaba a creer que no
era yo el que lo había atraído y atrapado, sino él quien me había hecho caer.
Y qué jodida manera de caer.
—Es solo comida —señaló recuperándose de su breve ataque de timidez
—. Iré a por los cubiertos. ¿Qué quieres beber? Hay cerveza, vino e incluso
una botella de whisky que tengo escondida en mi habitación.
Sí, todos solíamos escondernos el alcohol unos a otros. Vivir con tres
tipos más, a cuál más fiestero y borracho, tenía sus inconvenientes.
—Cerveza está bien.
Cuando pasó por mi lado en dirección a la cocina, no pude evitar
agarrarlo de la nuca y atraerlo hacia mí. Tenerlo entre mis brazos resultaba
cada vez mejor, significara eso lo que significase.
Arrastré la nariz por su cuello y aspiré su olor. Desprendía un aroma a
gel y... a él. A Trey. A puto deseo implacable y feroz que siempre conseguía
ponerme medio duro incluso con el más breve de los roces.
—Voy a hacértelo tan bien que no querrás que salga de ti jamás —
susurré en su oído.
Trey hizo un ruidito agudo y necesitado que me hizo sonreír. Luego me
llamó imbécil, me empujó y se largó a la cocina refunfuñando sobre lo
sádico que era.
Compartimos la cena mientras veíamos el comienzo de una película a la
que ninguno de los dos prestó demasiada atención, y cuando acabamos lo
convencí para continuar viéndola, a pesar de que Trey parecía decidido a
arrastrarme escaleras arriba. Me tumbé en el sofá y tiré de él hasta que lo
tuve casi sobre mí. Encontrarme acurrucado con un tipo no era habitual para
mí, no desde hacía mucho, y los recuerdos ni siquiera eran del todo buenos.
Pero con Trey disfrutaba de cada segundo. Y él por fin pareció relajarse y
dejar de vibrar nervioso de un lado a otro.
Me pregunté si no habría sido mejor asaltarlo cualquier día al azar y
hacer aquello casi por sorpresa, porque estaba claro que él había estado
pensando mucho en lo que quería que sucediera esa noche y había una
especie de zumbido inquieto en cada palabra que decía y en cada uno de sus
gestos.
Sin embargo, resultaba tan evidente lo mucho que lo quería, cuánto me
deseaba, que no pude evitar sentir una vergonzosa satisfacción al respecto.
Joder, yo también lo deseaba a él de una forma casi obsesiva.
Pasé un largo rato acariciándole la espalda, deslizando los dedos arriba y
abajo por su columna mientras ambos fingíamos que nos enterábamos de
algo de lo que ocurría en la pantalla. Despacio, tracé las líneas de sus
músculos hasta que estos se aflojaron y Trey prácticamente se derritió
contra mi pecho. Lo siguiente que supe fue que había empezado a besar su
cuello. Le di pequeños mordiscos, y creo que una parte posesiva de mí que
desconocía por completo pero que no dejaba de aflorar últimamente intentó
dejarle un par de marcas. Cuando Trey se frotó con un torpe disimulo contra
mi muslo, dejé ir mi mano más abajo y la colé bajo la cinturilla de su
pantalón y su bóxer. Su respiración se aceleró. No apartó la vista de la
pantalla ni hizo comentario alguno, pero, un instante después, se le escapó
un jadeo al percibir el roce de mi dedo sobre su agujero.
La presión de su entrepierna contra mi muslo creció y su erección resultó
entonces más que evidente.
—¿Te gusta? —pregunté presionando levemente con la yema del dedo
en su entrada.
Trey se mordió el labio para reprimir el gemido que estaba seguro de
que, de otra forma, se le habría escapado como respuesta. Simplemente
asintió, mirándome por fin.
Apreté un poco más solo para ver cómo reaccionaba. No pensaba hacer
nada de aquello sin lubricante; le facilitaría las cosas todo lo que pudiera y,
joder, no solo quería que fuera fácil para él. Quería que fuera jodidamente
bueno.
«Tal vez...»
—Podrías ser tú el que me follase hoy.
Parpadeó aturdido. Y luego volvió a parpadear. Abrió la boca y la cerró.
—¿De verdad? —replicó finalmente, y el tono entre sorprendido y
esperanzado me arrancó una carcajada.
—Tendrías que verte la cara —me burlé. Me moví hasta quedar sobre él
—. Pero sí, puedes hacerlo. Y no creas que no lo disfrutaría. Disfrutaría de
cualquier cosa que me dieses, chico de oro.
Vale, a lo mejor no había querido confesar algo así ni sonar tan
desesperado. Solo que era verdad. Trey no era el único necesitado de los
dos.
Me clavó las uñas en los brazos cuando le mordí el lóbulo de la oreja y
luego se lo chupé hasta arrancarle otro de esos excitantes gemidos.
—Me gusta esa idea. Mucho en realidad. No creía que tú... —
tartamudeó, y yo me retiré para verle la cara y arqueé una ceja.
—¿Que pudiera ser pasivo? No es algo que haya hecho mucho —
confesé, aunque eso era un eufemismo—. Pero estoy seguro de que me
gustaría contigo.
Se le enturbiaron los ojos de tal modo que supe que, en ese instante,
había un montón de imágenes pervertidas deslizándose por su mente. Tardó
un segundo en agitar la cabeza.
—No. Quiero que seas tú esta noche. Llevo semanas imaginándolo. Pero
te tomo la palabra —añadió de forma apresurada, y tuve que reírme.
—Bien, porque yo también llevo mucho tiempo pensando en ello —
repuse metiendo de nuevo la cabeza en el hueco de su cuello—. Desde la
primera vez que te vi.
La confesión le hizo soltar una exhalación brusca. Empujé mi polla
contra la suya durante un momento para que supiera lo que me hacía, lo
duro que me ponía estar allí tumbado sobre él hablando de follarlo. Pero
enseguida me retiré y me puse en pie. Le tendí la mano.
—Vamos, te quiero en mi cama. —No dudó ni un segundo en agarrar
mis dedos y levantarse—. Voy a hacer que pierdas la puta cabeza, chico de
oro.
—Te veo muy seguro de ti mismo.
Me permití sonreírle. Perverso y oscuro. Provocador.
—No te haces una idea de lo mucho que pienso disfrutar de esto.
Tracé sus costados con la yema de los dedos sin apartar la vista de su rostro.
La expresión de Trey era un puto festín para los sentidos. La forma en la
que dejaba caer los párpados solo a medias, el aliento que silbaba a través
de sus labios entreabiertos, cómo sus fosas nasales se expandían en
determinados momentos y el suave rubor de sus mejillas.
Era precioso.
Le aparté la mano de mi erección para evitar que las cosas fueran
demasiado deprisa; si no tenía cuidado, acabaría por correrme antes de
metérsela. Y no estaba dispuesto a que eso sucediera.
Ni de coña.
Me incliné hacia un lado y saqué el lubricante y un condón del cajón
superior de la mesilla. Trey me agarró de la muñeca antes de que pudiera
lanzar el preservativo sobre la colcha y sostuvo nuestras manos unidas en
alto.
—Has visto mis pruebas y yo las tuyas —comentó, y supe con exactitud
lo que estaba diciendo. Lo que me preguntaba. Asentí y él añadió—: Quiero
sentirte.
—Mierda, Trey.
Me precipité sobre su boca una vez más. Insaciable. Demasiado
desbordado por las emociones como para encontrar algo más que decir.
A todos los atletas del campus se nos sometía a análisis periódicos y ya
hacía días que Trey y yo habíamos compartido los resultados con el otro.
Ambos estábamos limpios. Pero lo que aquello suponía iba más allá.
Implicaba que esto era nuestro, que estábamos al cien por cien el uno con el
otro.
—Solo tú y yo —murmuré contra sus labios.
—Solo tú y yo —repitió él, y no pude evitar gemir de aprobación ante la
sincera aceptación.
Esa parte posesiva de mí que solo Trey despertaba se dio golpes en el
pecho como un jodido animal. No quería algo casual con él; lo quería para
mí. Solo para mí. Y de una forma aún más estúpida y egoísta, me sentí
satisfecho de que fuera conmigo con quien iba a descubrir lo bien que podía
sentirse estar con otro hombre.
Bajé por su cuerpo dejando un rastro de besos húmedos a mi paso. Entre
beso y beso, no podía evitar levantar la vista para observar su rostro y
comprobar que todo estaba bien. Que se sentía cómodo y tan excitado como
yo, aunque su erección goteante dejaba pocas dudas al respecto y el calor
que desprendían sus ojos prácticamente me quemaba la piel.
Me lo metí en la boca y gemí alrededor de su gruesa cabeza al probarlo.
Olía y sabía tan bien. Joder, podría haberme pasado la vida chupándolo y,
aun así, no habría tenido suficiente de Trey Donovan.
Sin dejar de lamerlo, me embadurné los dedos de lubricante y los llevé
hasta su entrada. Trey dio un respingo y se echó a reír. Fue una risita
nerviosa que me hizo levantar la cabeza y brindarle una mirada
tranquilizadora.
—Iremos tan lejos como desees. O no iremos en absoluto si eso es lo que
quieres.
—No, quiero esto. Lo quiero todo —se apresuró a contestar.
Hundió la mano en mi pelo revuelto y tironeó de varios mechones, luego
me empujó contra su polla con tal descaro que fui yo el que se echó a reír.
—Alguien está necesitado de cariño.
—Oh, cállate y chupa, Axel —protestó, y yo aproveché sus quejas para
presionar un dedo en su agujero.
Cualquier otra cosa que fuera a decir murió en su garganta y se
transformó en un quejido ansioso. Lo tanteé con cuidado, muy lentamente;
en un primer momento me limité a trazar círculos y a presionar de forma
muy leve, intentando que se relajara. Pero luego me dije que había algo
mucho más efectivo y que yo ya sabía que le haría perder la cabeza.
Aparté los dedos, empujé su pierna para abrirlo más y lamí el apretado
anillo, y acto seguido me perdí en él con todo lo que tenía. Lo apuñalé con
la lengua una y otra vez, empleando mis dedos para continuar acariciando la
piel de alrededor y sus muslos. Y Trey se deshizo bajo mi lengua como un
helado derritiéndose al sol en un desierto abrasador.
Hundí un dedo en su interior, sobrepasando por fin la primera barrera de
músculos, y él gimoteó. Dios, estaba tan apretado que no sabía cómo
encontraría la manera de entrar en él y no correrme en el acto.
Mantuve mi boca sobre él, dándole largas pasadas con la lengua a su eje
y a sus pelotas, al tiempo que bombeaba en su culo con un dedo primero y
luego con dos. No podía dejar de contemplar cómo desaparecían dentro de
él y apenas si quería imaginarme cómo sería cuando fuera mi polla la que lo
llenara.
—Eres jodidamente sexy —le dije mientras él no paraba de revolverse
bajo mi toque. Cuando empezó a salir al encuentro de mis dedos, estuve a
punto de perder la cabeza—. ¿Quieres más? ¿Es eso?
—Deja de ser un capullo y fóllame de una vez —masculló. Tan ansioso.
Tan necesitado. Tan absolutamente rendido.
Me reí solo porque sabía que eso lo sacaría de quicio.
—Un momento... —Doblé mis dedos en busca de ese punto que sabía
que terminaría con sus reproches y, cuando di con él, todo su cuerpo se
sacudió—. Ah, ahí está. ¿Decías?
—Oh, mierda. Mierda. Mierda... Qué bien se siente, joder.
Solté otra carcajada.
—Será aún mejor cuando lo golpee con mi polla.
Me dio un tirón de pelo y me hizo levantar la cabeza.
—¿Y a qué demonios estás esperando? Estoy listo. —La última palabra
salió más aguda que el resto cuando rocé de nuevo su próstata—. Vamos,
por favor... Por favor.
—Así está mejor —repuse, pero no dejé de torturarlo.
Necesitaba prepararlo bien y que se deshiciera casi por completo antes
de ir más allá. Yo no era precisamente pequeño, y esa era la primera vez
para Trey. Cuanto más necesitado estuviera, menos molestias sentiría.
Así que durante un rato alterné las atenciones de mi boca sobre su
erección y los golpes en su interior, a pesar de que yo mismo estaba tan
duro que resultaba doloroso. Necesitaba tanto entrar en él que sentía que
moriría si no lo hacía.
Cuando Trey no fue más que un lío derrotado de gemidos, amenazas
hacia mi persona y un montón de jadeos necesitados, retiré los dedos por
fin.
—¿Quieres que me dé la vuelta? —preguntó, repentinamente tímido a
pesar de lo que había estado haciéndole hasta hacía un segundo.
Negué con la cabeza sin pensarlo siquiera.
—Quiero verte todo el tiempo. Necesito ver tu cara cuando te corras.
Incluso con la piel enrojecida y cubierta de sudor, más de ese dulce
sonrojo se acumuló en su rostro. Dios, era una delicia. Todo él. Era
demasiado receptivo. Demasiado. Y acabaría matándome en algún
momento.
Agarré mi erección y me coloqué en su entrada. Estaba tan ansioso como
él.
—Relájate para mí. Iré despacio.
Mientras empujaba en su interior, no dejé de acariciarlo. No quería
apartar las manos de él. No podía apartarlas de él.
—Oh, mierda. Arde —gimoteó Trey, haciéndome reír—. No te rías,
joder. No ayuda —me reprochó, pero él también empezó a reírse y tuve que
parar.
—Mejora mucho, te lo aseguro. Solo relájate y déjame entrar.
—Eso es fácil de decir para ti. No es a ti al que están taladrando con ese
puto monstruo que tienes entre las piernas —rio fingiendo una indignación
que yo sabía que no sentía.
—Gracias, supongo. Pero que sepas que eso será lo próximo que
hagamos.
La sola mención de esa posibilidad hizo que apretara la parte trasera de
la cabeza contra la almohada y su espalda se arqueara. Me hundí aún más
en él sin siquiera tener que empujar. Ambos gemimos a la vez. Joder, era
demasiado... Demasiado cálido, apretado y perfecto. Como si estuviera
hecho para mí y yo para él.
Lo que fuera que estuviera pensando después de mi sugerencia lo ayudó
a relajarse. El hecho de que pudiéramos bromear y reírnos juntos de todo
aquello me golpeó en una parte profunda del pecho y perdí el aliento
durante unos pocos segundos. Estar con Trey, tocarnos, besarnos y follarnos
era no solo sexy y placentero, resultaba... divertido. Todo él era increíble.
Cuando me asenté por completo, bajé la vista y, joder, tuve que
quedarme quieto para no convertirme en un adolescente sin experiencia que
disparaba a la primera de cambio. La visión de ese punto exacto en el que
nuestros cuerpos se unían, verlo estirado a mi alrededor...
Levanté la mirada.
—¿Estás bien?
—Eres grande —fue todo lo que dijo. Luego exhaló una nueva risa
repleta de hoyuelos que apretó un poco más el nudo de mi garganta y
añadió—: Es muy raro, pero se siente bien. Jodidamente bien.
—Me alegra oír eso, porque voy a empezar a moverme y te va a gustar
aún más.
¡El muy idiota me puso los ojos en blanco! Así que me retiré y embestí
sin previo aviso, y entonces el gesto se repitió pero de forma totalmente
involuntaria.
—Joder, Axel.
—Eso hago. Joderte.
Me reí y continué machacándolo. No había rastro de dolor o molestia en
su expresión, lo cual me espoleó hasta encontrar un ritmo con el que cada
golpe le provocaba un nuevo gemido.
Yo tenía algo de experiencia. Había follado con un buen número de tipos
desde la adolescencia, pero ninguno de ellos podía compararse con lo que
me hacía sentir Trey en ese momento. Sus reacciones me saturaban los
sentidos. Me hacía sentir borracho de él.
Con sus muslos abiertos sobre los míos, me incliné para poder besarlo.
—Te sientes como la puta perfección, chico de oro —murmuré en sus
labios.
Le mordí el inferior hasta hacerlo sisear y continúe empujando una y otra
vez. Sin darle tregua ni un pequeño descanso para recuperarse de mis
embestidas. Lo follé con tanta fuerza que estaba seguro de que al día
siguiente iba a tener problemas para caminar. Pero en ese momento... En
ese momento Trey no parecía tener ninguna queja al respecto. Solo pedía
más y más, y yo quería dárselo todo.
Cambié de ángulo y el siguiente golpe encontró su objetivo. Trey
comenzó a balbucear un montón de maldiciones y yo tuve que esforzarme
para no ceder al intenso cosquilleo que había empezado a trepar por mi
columna.
—Oh, sí. Justo ahí. Ah, mierda... Dios, tócame, por favor.
Sin esperar respuesta, trató de agarrarse con una mano mientras la otra se
cerraba en un puño sobre la colcha. Le di un manotazo y lo aparté.
—Aún no.
—Por favor... Necesito correrme. Por favor, Axel.
—Me encanta oírte suplicar —afirmé clavándolo al colchón con todo lo
que tenía. Cada vez más duro. Más profundo. Más. Más. Más.
Quería meterme tan dentro de él que no fuera capaz de sacarme jamás.
—Eres un... sádico de mierda —farfulló, pero no dejó de empujarse
contra mí.
Entonces, salí de él.
Otra ronda de maldiciones abandonó sus labios junto con los restos de su
aliento entrecortado. Tenía los ojos totalmente vidriosos y parecía tan
hambriento... Me rodeé la polla con la mano y me di un par de tirones
bruscos solo para recuperar un poco el control.
Trey se incorporó sobre los codos y me dio una patada en el muslo. Yo
me reí.
—Eres un cabrón. Estaba a punto.
Una sonrisa torcida tironeó de mis comisuras mientras plantaba las
manos en sus muslos y ascendía por ellos. Froté su entrada con los dedos y
él volvió a desplomarse sobre el colchón con un suspiro. Pero ese fue todo
el descanso que le di.
La tortura se alargó. Lo saqué de la cama y lo doblé sobre mi escritorio,
y le di otra ronda intensa de bombeos, asegurándome de estimular su
próstata con cada golpe. Lo empujé contra la pared y, con una de sus
rodillas encajada en el hueco de mi codo, lo abrí y volví a apuñalarlo sin
descanso. Lo hice recorrer todo mi dormitorio y lo follé de todas las
maneras que se me ocurrió, llevándolo al límite en cada ocasión pero
retrocediendo justo antes de que lo traspasara. Hasta que caímos de nuevo
sobre la cama y Trey aseguró que se desmayaría si no lo dejaba correrse de
inmediato.
Gemimos y nos reímos por igual, y Trey me lanzó floridos insultos
entremezclados con un montón de jadeos y peticiones perversas.
Yo estaba a punto de reventar, pero sabía que, cuando finalmente fuera a
por ello, nos correríamos de forma explosiva.
Volví a tumbarlo bajo mi cuerpo y esa vez ya no hubo más juegos. Me
hundí en él lentamente, pero eso fue lo único que hice despacio. Luego, lo
destrocé y me destrocé a mí mismo hasta que ya no hubo vuelta atrás.
Agarrado a sus caderas con tanta fuerza que supe que iban a quedarle
marcas y alentado por los sonidos que salían de su garganta, me dejé llevar
por fin del todo.
—Tócate. Déjame ver cómo te corres para mí —le pedí a duras penas.
No le llevó más que un par de golpes. Su cuerpo convulsionó mientras se
derramaba sobre su puño y su estómago. Y se apretó de tal forma en torno a
mi polla que me lanzó de cabeza a mi propio orgasmo. La potencia del
placer que me recorrió de arriba abajo fue tal que vi putos fuegos artificiales
detrás de mis párpados y juro que mi corazón se detuvo durante un instante
demasiado largo.
—Joder —exclamé con los dientes apretados mientras lo llenaba, chorro
tras chorro, sin dejar de bombear en su interior.
El placer creció y creció, y se mantuvo arriba durante una eternidad. Y
resultó aún más increíble mientras oía a Trey gruñir y jadear a través de su
propio orgasmo devastador.
—Mierda —me quejé, derrumbándome sobre él.
Sabía que no podía quedarme ahí; no era precisamente ligero y lo estaba
aplastando, pero no tenía claro que pudiera mover las piernas o, ya puestos,
ninguna otra parte del cuerpo. Pero entonces los brazos de Trey me
rodearon y dejó ir un largo suspiro contra mi oído que me provocó un tipo
muy distinto de estremecimiento.
Escondí el rostro en el hueco de su cuello y traté de recuperar el aliento.
Y la cordura.
—Ha sido...
No terminó la frase, pero lo entendí de todas formas. Había sido más.
Más de lo que esperaba. Más que cualquier polvo que hubiera echado.
Había sido más que un polvo en realidad. Al menos para mí. Había sido
brutal, sí. Pero también cómplice e íntimo. Y en ese momento me di cuenta
de que necesitaba hacérselo saber de alguna forma.
Busqué su boca y, con una delicadeza que contrastaba con el salvajismo
que había empleado hasta entonces, lo besé muy despacio. Ya sin prisa y sin
más expectativa que la de sentir la calidez de su boca y poder saborearlo.
De poder transmitirle esa sensación que empujaba en mi pecho, que me
ahogaba y a la vez me daba aliento.
Lo besé tanto y con tanta calma que deseé no dejar de hacerlo jamás.
Nunca.
—Solo tú y yo —murmuré para mí, anhelando que, de algún modo,
fuera siempre así para nosotros.
Trey
Había una tía metiéndole mano a mi novio. Una chica bajita y morena y con
unas curvas que supuse que un hetero apreciaría mucho más que yo.
Apreté los dientes para no ir hasta donde estaban y..., no sé, tal vez
besarlo delante de toda la puñetera universidad para que supieran que Trey
Donovan, el sexy y precioso running back del equipo de fútbol, estaba
saliendo conmigo.
Tenía a un montón de aficionados y hermanos alrededor, desglosando y
comentando una a una las jugadas que nos habían llevado a la victoria en el
partido de esa noche, como si yo no hubiera estado en el puto campo todo el
tiempo. Como si no hubiera sudado la camiseta hasta casi desfallecer y me
hubiera llevado varios placajes que aún dolían.
Normalmente, esa parte me encantaba porque adoraba hablar de fútbol.
Pero en ese instante no veía el momento de quitármelos de encima y
regresar junto a Trey.
Solo que, ¿qué pretendía? Se suponía que éramos amigos, compañeros
de equipo y de piso. Nada más. Eso era lo que habíamos acordado, y puede
que yo me hubiera sentido un poco decepcionado cuando Trey lo aceptó sin
más. Dios, sí, sabía que la culpa era mía por no hablarle claro. Y lo peor de
todo era que yo ya había estado ahí, en esa misma situación. Joder, tenía
hasta la camiseta de recuerdo y una marca invisible en el pecho que aún
dolía de vez en cuando.
—Perdonad un momento —dejé caer, sin pararme a comprobar si mi
repentina interrupción resultaba o no maleducada.
No me dirigí hacia la zona de la cocina, adonde en realidad quería ir,
junto a Trey, sino que me deslicé hacia la puerta a toda prisa y sin establecer
contacto visual con nadie, no fuera que me detuvieran de nuevo. Necesitaba
respirar algo de aire fresco, a pesar de que acabábamos de llegar.
Gracias a Dios, antes de mi huida, un breve vistazo fue suficiente para
ver que al menos Trey había tomado algo de distancia con la morena y la
chica ya no estaba sobre él, aunque continuaban hablando.
Bien, hablar no era nada malo. Podía hablar con quien quisiera. Joder,
podía incluso tontear con ella si luego regresaba conmigo, me dije. No supe
si eso revelaba una confianza absoluta o resultaba patético. No podía
pensar.
Avancé por el camino de entrada hasta dejar atrás el revuelo que se había
formado alrededor de la casa. No paraba de llegar más y más gente; no tenía
ni idea de cómo iban a meterse todos en el interior, por muy grande que
fuera. Llegué hasta el borde de la carretera y me hice a un lado, luego
retrocedí un poco y me apoyé en el tronco de uno de los árboles del jardín.
Incluso con mi experiencia anterior, nunca me había sentido tan
vulnerable ni tan expuesto. Ni tan inseguro. Ni tan perdido, joder.
Traté de calmarme. Sabía que aquello no era solo por ver a una chica
tontear con Trey. Por Dios, cuando iba por el campus se lo comían con los
ojos; yo me lo comía con los ojos continuamente. Trey, con su aire de chico
de oro californiano y su bonito rostro, llamaba la atención incluso más que
yo. Era un tipo de sonrisa fácil y hoyuelos, algo que no se podía decir de
mí. Yo era el de las miradas perturbadoras y las risas más... oscuras.
Trey era todo luz y, de algún modo, yo me estaba ahogando en la
oscuridad sin querer.
—Ey, King. —Levanté la mirada del suelo, porque al parecer llevaba un
rato mirándome las zapatillas como si fueran la cosa más fascinante del
mundo, y me encontré con Grayson.
Solté una carcajada al descubrir que el tipo llevaba puesto solo una bolsa
de basura que por detrás apenas si debía de taparle el culo. Esperaba que al
menos tuviera algo debajo, porque, si no, iba a terminar enseñando toda la
artillería esa noche.
—Déjame adivinar: ¿una apuesta?
Asintió con pesar, aunque tampoco parecía muy estresado por tener que
acudir a la fiesta pospartido de aquella guisa. Sinceramente, esa clase de
cosas ocurrían a menudo en el campus y aún con más frecuencia en nuestra
fraternidad. Aunque Grayson no pertenecía a ella, supuse que vivir con tres
hermanos lo estaba llevando por el mal camino.
—No preguntes.
—Casi prefiero no saberlo —tercié yo. No estaba en mi mejor momento.
—¿No vas a entrar?
Hundí las manos en los bolsillos y eché un vistazo por encima del
hombro hacia la casa. La música llegaba a través de la puerta y las ventanas
abiertas, si es que a esa cosa machacona sin ritmo alguno podía
considerársela como tal.
—Dentro de un momento.
Grayson arqueó las cejas. Siguió el rumbo de mi mirada y luego sus ojos
estuvieron sobre mí de nuevo, curiosos y casi algo desconcertados.
—¿Trey y tú... os habéis peleado?
Fue mi turno para parecer aturdido. Mierda, Grayson lo sabía. Ni
siquiera necesité preguntárselo para confirmarlo. Estaba escrito por todo su
rostro. Lo gracioso era que parecía apenado por la idea de que Trey y yo
hubiéramos podido tener una pelea o algo por el estilo.
Tuve que echarme a reír mientras negaba.
—Estamos bien. Solo estoy tomando el aire.
Se rehízo enseguida al oír mi respuesta y me sonrió con ese particular
estilo que tenía. Grayson podía ser un idiota a veces, pero más del tipo
idiota encantador. Amable. Era un buen tío. Un buenazo en realidad.
—Bien. Voy dentro. Tengo que hacer mi gran aparición.
Le hice un gesto con la mano en dirección a la casa y él se encaminó
hacia la entrada. Luchó todo el camino con la parte baja de la bolsa.
Acabaría tirando de más, el plástico se desgarraría y daría todo un
espectáculo, pero, en fin, no sería lo peor ni lo más raro que sucediese en el
campus.
Apenas cinco minutos después estaba listo para volver dentro. Supuse
que podía pasar una noche divertida con todos mis amigos y sin
comportarme como un gilipollas cada vez que alguien se acercara a Trey.
Al día siguiente tendría una nueva charla con él. Continuaba decidido a
no presionarlo para hacer de lo nuestro algo oficial, pero necesitaba contarle
cómo me sentía. Y, sobre todo, por qué. Aunque esa parte iba a ser un poco
más difícil.
—¿Agobiado por tus fans? —Oh, esa voz. Esa jodida voz y su dueño...
Me giré para encontrar a Trey a unos pocos pasos de mí. Lo contemplé
de arriba abajo y me bebí cada línea y cada curva de su cuerpo y su rostro.
En los últimos días había descubierto que Trey tenía la capacidad de
sorprenderme cada vez que lo miraba, como si fuera descubriendo más y
más detalles diminutos y deliciosos de él en cada ocasión. Como la pequeña
marca que tenía bajo la barbilla y que apenas se apreciaba si no lo mirabas
de cerca. O el modo en que desviaba a veces solo los ojos cuando se
sonrojaba pero enseguida volvía a ponerlos sobre mí. Cómo retenía un poco
el aliento cuando yo decía su nombre. O cómo su cuerpo vibraba si extendía
la mano sobre su pecho. Los rizos que se le formaban sobre la nuca cuando
tenía el pelo mojado.
También me había hecho descubrir muchas cosas sobre mí mismo.
Lo furiosamente que lo deseaba.
Lo mucho que me gustaba.
Todo lo que me hacía sentir en un nivel tan profundo de mi pecho que no
sabía ni que existía.
Deseé tirar de él y besarlo. Y abrazarlo. Respirarlo.
Sentirlo.
Pero no me moví. Solo... me encogí de hombros.
—Hay demasiada gente ahí dentro.
Y una morena follándoselo con los ojos. Pero eso solo lo pensé, porque
ese parecía ser el nivel de mis pensamientos esa noche.
—Todos menos tú —rio él, aunque estaba... inquieto.
Comenzó a balancear su peso de un pie a otro; uno más de mis
descubrimientos recientes sobre él. Había algo que quería decir. Y una parte
de mí, la parte que estaba cagada de miedo y todavía esperaba que Trey me
cerrara la puerta en las narices con un «eh, era todo una broma. Solo me
gustan las tías» o un «no me interesa estar contigo», se estremeció.
Para mi sorpresa, fue él quien preguntó:
—¿Qué pasa?
—Necesito que me beses y no preguntes —escupí sin pensar.
Fue una petición cobarde y muy egoísta por mi parte, pero supongo que
Trey Donovan era más valiente y menos estúpido que yo, porque ni siquiera
había acabado de hablar y ya tenía sus labios sobre mi boca y sus brazos
rodeándome.
Y así, solo gracias a él, la oscuridad se disolvió y todo mi mundo brilló
de nuevo.
No regresamos a la fiesta, sino que nos fuimos a casa. Trey no me
preguntó qué era exactamente lo que me rondaba la cabeza, pero supongo
que, tan bien como yo había aprendido a leerlo, él estaba empezando a
diferenciar mis estados de ánimo.
Debería haberlo hablado con él entonces, pero, en cambio, lo llevé arriba
apenas entramos y medio minuto después ya lo había desnudado. Luego, lo
besé y adoré su cuerpo como si él fuera un jodido dios y follarlo, mi
religión. No fue tan salvaje como aquella primera vez, sino mucho más
pausado. Tierno.
Hicimos el amor.
Creo que mi lengua y mis manos recorrieron cada centímetro de su piel,
y mis embestidas se transformaron en algo más lánguido y minucioso. Solo
aceleré el ritmo al final, cuando Trey rogaba por algo de alivio y yo estaba
deshecho y roto después de verter cada emoción de mi interior en él y
entregárselo todo. Todo lo que tenía, y lo que no, se lo di esa noche. Casi
como si supiera que a la mañana siguiente lo nuestro se iría a la mierda y
me estuviera preparando para decirle adiós.
Como una despedida.
Solo que en vez de palabras le di orgasmos, y seguramente eso fue un
gran error. Pero ¿qué sabía yo? Solo quería amarlo, supongo.
¿Amarlo?
Amarlo.
Joder.
Resulta curioso cómo pueden cambiar las cosas en cuestión de unos pocos
segundos. Con una frase. Una sola palabra incluso. Una decisión en
apariencia inofensiva. La elección de nuestra ropa una mañana. Un retraso
de unos pocos minutos a la espera del café. Girar a la izquierda en vez de a
la derecha en cualquier cruce... Tomamos tantas y tantas de esas pequeñas
decisiones a lo largo del día que, si nos parásemos a pensarlo, seguramente
nos volveríamos locos.
La mañana en que descubrí que King estaba saliendo con otro tío, a
pesar del extraño presentimiento —acerca del cual no había estado
equivocado—, supongo que podría haber discurrido de forma muy
diferente. Podría haber decidido quedarme un rato más en la cama. Tomar
una ducha o, simplemente, mear antes de dirigirme al piso inferior. Podría
haber remoloneado entre las sábanas de King, que olían a él y mí. A
nosotros.
«Solo tú y yo.»
Jodido mentiroso.
Me había llevado un período indefinido de tiempo, del que no fui
demasiado consciente, tomar otra de esas decisiones, aunque entonces se
trató de una más relevante, más directa y mucho más desesperada. Pero
cuando finalmente las compuertas de una dolorosa ira se abrieron de par en
par en mi pecho y arrasaron con la decepción, el desconcierto y el
sentimiento humillante de haber sido usado y descartado sin más, me vestí,
cogí las llaves del coche, la cartera y el móvil apenas cargado y salí de la
casa como un jodido huracán de categoría cinco dispuesto a asolar todo a
mi paso.
Recuerdo apenas a King intentando detenerme y gritando mi nombre
después. También recuerdo que le di un empujón para apartarlo de mi
camino que casi lo derriba, y que si no lo encadené con un derechazo fue
porque me dije que no merecía la pena.
Y, sí, recuerdo que había más gente por medio. Primero solo su padre y
el idiota de su representante, y luego Cooper llegó en ropa interior desde la
planta de arriba preguntando qué demonios estaba pasando.
Vi un coche junto a la acera. Vi a alguien dentro. Y me obligué a apartar
la mirada para no ir hasta allí y comprobar por mí mismo el aspecto que
tenía aquel tipo. El novio de King.
Su maldito novio.
Me sentí herido, furioso, dolorido, traicionado. Me sentí como una
mierda. Perdido. Jodido de la peor de las maneras.
Así que cogí mi coche y me fui.
Supongo que podría haber decidido quedarme. Esperar a que Matthew
King y Jeremy Foster se marcharan y tratar de hablar con King hijo.
Aunque estaba claro que él debía acudir a su maldita reunión, por lo que yo
tendría entonces que haber esperado su regreso pacientemente para
mantener una charla que no quería mantener en absoluto. Eso habría sido...
más ¿maduro?
A la mierda la madurez.
Aunque King no firmase ese contrato de representación ni se
comprometiera a mantener su discreta historia de amor lejos de los medios,
la cuestión era que tenía una historia que sí era secreta, pero para mí.
Aunque mandara a su padre a la mierda, eso no cambiaría el hecho de
que me había mentido y se había reído de mí todo ese tiempo. Joder, no era
como si nos hubiésemos jurado amor eterno, pero... dolía igual.
Dolía mucho.
Y yo no tenía ni idea de cómo lidiar con ese dolor.
Me largué a casa de mis padres, aunque eso suponía conducir alrededor
de tres horas. En mi estado, tuve suerte de llegar de una pieza, más aún
teniendo en cuenta que me había sentido muy tentado de parar en cualquier
bar de carretera y buscar respuestas en el fondo de una botella de whisky. Si
no las encontraba, seguramente conseguiría acabar inconsciente o tan
aturdido que todo dejaría de importar.
Por suerte, aún conservaba algo de sensatez y no me detuve salvo para
echar gasolina y comprar algo de comer por si en algún momento lograba
deshacerme del nudo que me apretaba el estómago y conseguía tragar algo
de alimento.
Eso, por supuesto, no ocurrió.
Llegué a mi destino a mediodía, casi desfallecido y con los nervios
destrozados. A juego con mi corazón.
—¡Trey! —exclamó mi madre en cuanto abrió la puerta y me encontró
plantado en el porche.
Se precipitó con tanta rapidez sobre mí para darme un abrazo que dudo
que se percatara de mi lamentable estado. Claro que eso cambió cuando
retrocedió y me hizo una de sus inspecciones visuales de madre que solían
terminar con un «estás más delgado... vamos a prepararte algo decente de
comer». Luego refunfuñaría sobre lo mal que comía en la universidad y
diría que mis entrenadores nos exigían demasiado mientras me arrastraba
hasta la cocina.
Sin embargo, no fue así esta vez.
—¿Qué ha pasado, cariño? —Sin esperar respuesta, me envolvió de
nuevo con sus brazos.
A pesar de que mi madre era bajita y su cabeza apenas me llegaba a la
mitad del pecho, me hizo sentir pequeño. Pero su abrazo de algún modo fue
lo único que mantuvo todos los pedazos de mí unidos entre sí y evitó que
me desarmara frente a sus ojos.
Dios, ni siquiera comprendía por qué me sentía tan mal. Durante el
trayecto hasta allí, una parte de mí había tratado de convencer al resto de
que no era para tanto. Sí, había follado mucho y muy a menudo con King.
Habíamos hecho un montón de cosas que yo jamás habría imaginado que
haría y se había sentido bien, demasiado bien. Pero solo era eso. Una
aventura sexual muy intensa. Un lío en la universidad. Diversión. Un
pasatiempo.
Creo que esa parte de mí estaba tratando de sobrevivir. Fue el mejor
mecanismo de defensa que encontró, supongo. Y yo la alenté. No pude
evitarlo.
La alternativa...
Bien, no iba a pensar en ello.
—Vamos dentro.
Me dejé arrastrar al interior del hogar de mi infancia. No parecía que mi
padre estuviera allí, algo que agradecí. No iba a poder enfrentarme a los dos
a la vez.
—¿Caleb está arriba?
—No, está en la piscina. Estamos solos.
Suspiré, aunque no supe si sentirme aliviado por la ausencia de mi
hermano. Adoraba a Caleb, incluso cuando él se había empeñado durante
un tiempo en apartarnos a todos. El último año había sido duro para mi
hermano pequeño, pero las cosas habían mejorado mucho.
—No esperaba que nos visitaras este fin de semana. Pero hay comida de
sobra.
—Siempre hay comida aquí, mamá —señalé, y la voz me salió áspera, a
pesar de que estaba tratando de bromear y agradecía que mi madre no
estuviese ya sobre mí, interrogándome.
—Bien —dijo girándose para encararme—. ¿Quieres comer o dormir?
Pareces necesitar algo de descanso, cariño.
Me apartó el pelo enredado de la frente. No me había peinado, afeitado o
lavado la cara siquiera antes de salir en desbandada de mi casa en el
campus. Y eso, sumado a mi estado emocional, no creo que me hiciera
ganar puntos de buen aspecto.
—Podría echarme una siesta —mentí.
A pesar de estar agotado, no podría dormirme ni aunque mi vida
dependiera de ello, pero eso me haría ganar algo de tiempo cuando las
preguntas empezaran a llegar, lo cual no tardaría mucho en suceder.
—Sube entonces. Te preparé algo mientras.
—No tienes por qué molestarte... —comencé a quejarme, pero la mirada
de advertencia que me dedicó fue suficiente para que me diera media vuelta
y me dirigiera a la planta alta sin poner más objeciones.
Discutir con mi madre en cuestiones de comida era inútil, una guerra
perdida de antemano. Y yo sabía qué batallas podía ganar con ella y cuáles
no. Esa, definitivamente, no la ganaría.
—Trata de descansar, Trey —me aconsejó mientras yo ya ascendía por
los escalones de dos en dos, necesitado de espacio y soledad.
La preocupación dulce de su voz me acompañó de camino a mi antigua
habitación. Pero, aunque me sentí bien al estar de vuelta en casa, no fue
suficiente como para hacerme olvidar el motivo por el que había acabado
allí.
Lo peor era que no iba a poder quedarme mucho tiempo. Huir no era lo
mío, pero habría deseado unos días libres y lejos de todo y de todos..., si
bien no podía faltar a clase o a los entrenamientos sin una muy buena
excusa.
Supuse que el hecho de que te rompieran el puto corazón no estaba entre
ellas.
Rebusqué hasta dar con un viejo cargador y poder enchufar el móvil. La
pantalla se iluminó con un buen puñado de notificaciones, tanto llamadas
como mensajes, pero lo silencié del todo, lo coloqué boca abajo y me
derrumbé sobre la cama.
Toda esa mierda del mundo real iba a tener que esperar.
—Bueno, Trey... —Caleb levantó una mano para silenciar el inicio del
interrogatorio de mi madre.
—Dale una tregua, mamá. Ni siquiera ha acabado aún.
Cuando Alice Donovan creía que alguno de sus hijos se había metido en
un lío o le estaba ocultando algo, llevaba a cabo toda una operación de
localización y rescate. El procedimiento se basaba en cocinar sin descanso
durante varias horas, luego cebarte como si fueras un pavo de Navidad y,
cuando tu cerebro estaba demasiado concentrado en hacer la digestión y tus
neuronas flotaban en una nube de placer gastronómico, ella entraba a matar.
Te lanzaba preguntas una detrás de otra hasta que estabas lo suficientemente
confundido como para ser incapaz de contarle cualquier cosa que no fuese
la verdad.
En realidad, yo apenas había comido. Me había dedicado a mover los
alimentos de un lado a otro del plato, y eso de por sí ya era bastante
preocupante. Adoraba la cocina de mi madre tanto como la de mi padre; al
menos él todavía no estaba en casa para ver mi lamentable caída.
—Estoy bien, mamá —dije para tranquilizarla, aunque dudaba mucho
que eso funcionase con ella.
Sin embargo, lo que fuera que hubiese visto en mi rostro a mi llegada
consiguió que no actuara como era habitual. A esas alturas ya debería
haberme tenido contra las cuerdas y, si eso no hubiera funcionado, estaría
también torturando a Caleb para arrancarle una confesión. Sabía lo unidos
que estábamos.
Sentí el deseo de preguntarle cuánto hacía que sabía que Caleb era gay o
si lo había sospechado desde siempre. ¿Le habría dado yo también alguna
idea al respecto? No había llevado a muchas chicas a casa, la verdad, pero
salí con algunas en el instituto de las que mis padres tuvieron conocimiento
y, en una ocasión, traje conmigo a una compañera de la universidad en
Acción de Gracias. No estábamos saliendo, aunque nos habíamos enrollado
un par de veces, pero ella no tenía con quién pasar las fiestas y yo se lo
propuse a sabiendas de que en casa siempre había comida de más y un
hueco en la mesa. Estaba seguro de que, como mínimo, mi madre había
pensado que íbamos en serio y lo de «Solo somos amigos, mamá» era una
excusa.
—Echaba de menos una buena comida casera —comenté. Eso le daría
cuerda para desvariar sobre lo poco que me cuidaba desde que me había ido
a la universidad, y prefería oírla refunfuñar al respecto que tener que dar
otras explicaciones—. Y mañana por la mañana no tengo clase.
Odiaba mentirle, pero necesitaba al menos otra noche más de calma
antes de regresar al campus y tener que enfrentarme a... lo que había dejado
atrás. Me perdería unas cuantas clases, pero llegaría a tiempo para ir a
entrenar. Es más, pensaba ir directo al campo. Todo mi equipo estaba allí,
así que no tenía que pasar por casa para nada.
Luego ya vería cómo me las arreglaba para no perder los papeles y
acabar gritándole a King.
No. No se merecía ni siquiera eso.
«Olvídalo», me dije. Pero resultaba más difícil cumplirlo. Una vez que lo
tuviera delante... Era demasiado consciente de lo que me hacía una sola de
sus miradas. No quería acabar derrumbándome y darle la satisfacción de
comprobar lo mucho que me había destrozado. Necesitaba conservar
aunque fuera algo de mi dignidad.
¿Ya tenía a alguien en su vida? Bien, pues que se quedara con él.
—¿Habrá fiesta de Halloween en la hermandad? —preguntó Caleb en
voz demasiado alta.
Mi madre perdió interés y se concentró en ir enjuagando los utensilios
que había empleado para el banquete de rescate.
Le sonreí a mi hermano en agradecimiento por la maniobra de despiste.
Caleb sabía perfectamente cómo funcionaba mi fraternidad. Por supuesto
que habría fiesta de Halloween. Teníamos fiestas incluso cuando no había
nada que celebrar. La de Halloween era una de las más importantes del año.
Esperaba que Maddox hubiera hecho entrar en razón al decano, porque
habría un motín si nos prohibían montar algo ese día.
—¿Por qué no te vienes? Lo pasaremos bien —le propuse. Mi madre me
lanzó una mirada rápida que me dijo que no estaba segura de que esa fuera
una buena idea.
No le dije nada en ese momento, pero, si Caleb decidía venirse al
campus para poder acudir a la fiesta, me aseguraría de hacerles saber a mis
padres que cuidaría de él. Creo que incluso le vendría bien. Después de
todo, el semestre siguiente iba a regresar a la universidad, ese podría ser un
buen modo de retomar cierta normalidad e ir preparándose para tratar con
un círculo más amplio de personas.
—¿De verdad quieres que vaya? —La duda en su voz me rompió un
poco el corazón, y creo que también ablandó a mi madre.
—Creo que deberías ir —le dijo ella mientras yo asentía—. Así a lo
mejor consigues que tu hermano coma algo decente aunque sea durante
unos días.
—¡Eh, tampoco es que Caleb sepa cocinar mucho mejor que yo!
Mi madre sonrió mientras su mirada iba del uno al otro, negando con la
cabeza pero transmitiendo con el gesto más cariño del que probablemente
nos merecíamos.
—Bien, me apunto entonces —sentenció mi hermano.
—Vendré a buscarte.
—Puedo conducir —replicó, ligeramente exasperado.
—Vendré a buscarte, enano.
Eso me hizo ganarme un empujón, pero Caleb soltó una carcajada. Solo
lo llamaba así cuando quería fastidiarlo, y en los últimos meses eso no
había ocurrido a menudo. A lo mejor nos habíamos equivocado un poco al
ir de puntillas a su alrededor todo el tiempo y necesitaba también que lo
empujásemos de vez en cuando.
Me incliné y le golpeé el hombro con el mío.
—Te echo una carrera hasta el centro del lago.
Mi madre empezó a gritarnos de inmediato, pero Caleb ya se había
puesto en pie.
—¡Acabáis de comer! ¡Os dará un corte de digestión!
Me acerqué a ella mientras me quitaba las zapatillas a toda prisa y le di
un beso en la mejilla.
—Estaremos bien, mamá.
Mi hermano se estaba deshaciendo de la camiseta e iba de camino a la
puerta de atrás. No podía dejar de reírme mientras trataba por todos los
medios de quitarme los jodidos vaqueros. Pero Caleb estaba ya a punto de
salir al jardín trasero; si le dejaba ganarme terreno en tierra, podía ir
olvidándome de superarlo en el agua. Así que di dos tirones y me quedé
solo con el bóxer.
—¡Tramposo! —le grité mientras, a su vez, mi madre nos pedía que
tuviésemos cuidado, como si el diminuto lago que había a unos cientos de
metros de casa estuviera plagado de tiburones o algo por el estilo.
—Dios, eres muy lento, Trey. ¡Te estás haciendo viejo! —gritó él en
respuesta, ya desde el porche trasero.
Habíamos hecho aquello cientos de veces desde que éramos unos críos.
En muchas ocasiones, era la forma de resolver incluso las disputas que
surgían entre nosotros. Y ahora... ahora yo necesitaba cualquier cosa que
mantuviera mi mente alejada de la universidad, el campus y mi inevitable
regreso.
Lejos de Axel King.
Así que no creí que pudiera haber nada mejor que una competición
contra mi hermano. Correr y nadar como dos locos. Seguramente, iba a
darme una paliza. Pero incluso eso me sentaría bien en aquel momento.
Trey había dejado muy claro que no quería saber nada de mí, lo cual había
sido un duro y doloroso golpe. Uno muy grande que no había esperado. O
sí. Pero que no encontraba manera de soportar. Los siguientes días fueron...
Bueno, apestaron. No había mejor manera de resumirlo. Intenté hacerlo lo
mejor posible para que la hostilidad de su trato no afectara a mi desempeño
en los entrenamientos y el resto de nuestros compañeros no tuviera que
lidiar con el malestar de los entrenadores.
No supe si lo conseguí del todo, aunque he de decir que Trey parecía
estar esforzándose también por el bien común del equipo. En casa, la
historia era muy diferente. Me ignoraba, pasaba mucho tiempo encerrado en
su dormitorio o simplemente se largaba a la casa de la fraternidad, la
biblioteca o solo Dios sabe dónde para no tener que verme.
Cooper y Grayson se quedaron varados en medio. No les envidiaba el
lugar, la verdad. Incluso cuando yo sabía que Cop apoyaba a muerte a su
mejor amigo, se mantuvo más o menos al margen y no alteró el
comportamiento que tenía hacia mí; fue una suerte, porque la mierda
parecía venirme de todos lados en esos días.
Acumulaba varios correos de Foster y llamadas de mi padre sin
contestar, y sabía que no podía retrasarlo mucho más. También había
recibido unas cuantas llamadas de un número desconocido que podía
imaginar a quién pertenecía, pero al que tenía claro que sí que no
contestaría. Nunca.
Para colmo, estaba hasta arriba de trabajos de clase y Maddox se había
empeñado en que todos colaborásemos con la preparación de Halloween; al
final, había logrado convencer de alguna forma al decano Davis de que
éramos lo suficientemente responsables como para tener derecho a celebrar
más fiestas.
Otro pobre al que le iban a caer hostias más temprano que tarde. No
había manera de que una festividad como Halloween terminara sin alguna
escenita, disturbio o incluso con media hermandad borracha y corriendo por
el campus vestidos tan solo con una máscara o algún lamentable
espectáculo similar. Si el decano hubiera sido listo, le habría prohibido a
Maddox cualquier cosa que supusiera tener alcohol y hermanos en una
misma estancia. Pero a saber en qué estaba pensando ese tipo.
Así que, para cuando la semana llegó y pasó, y el martes previo a
Halloween se nos echó encima, todo lo que sabía de Trey era que su
hermano vendría a pasar unos días. Y que me odiaba, eso también había
quedado bien claro.
Las cosas no pintaban bien para mí. Había dejado de intentar hablar con
él o darle cualquier tipo de explicación. Era terco como él solo, había que
reconocérselo. Y yo estaba que me subía por las paredes.
Siempre que Trey entraba en la cocina o en el salón y yo estaba allí, mis
nervios se iluminaban como un árbol de Navidad. Ese hecho continuaba
sorprendiéndome y pillándome desprevenido por muchas veces que
ocurriera. Y se volvía peor según los días avanzaban.
Estaba desesperado. Y jodido. Como no lo había estado nunca antes.
Sentado en el sillón, continué mirando la pantalla de mi móvil. Tenía un
e-mail de Foster abierto y llevaba alrededor de veinte minutos leyéndolo y
releyéndolo, y aún no sabía qué contestar.
Cuando oí la puerta principal abrirse, me incliné hacia atrás para
contemplar cómo una versión más pequeña y algo más joven de Trey
irrumpía en la casa. Miró alrededor y enseguida me descubrió allí sentado.
Por algún motivo estúpido, me puse en pie mientras él avanzaba hacia mí
dando saltitos con un entusiasmo que resultó encantador, incluso logró
hacerme sonreír un poco.
—Hola —me saludó alegremente.
—Hola.
—Tú debes de ser King —dijo dándome un nada disimulado y
concienzudo repaso de pies a cabeza.
Caleb Donovan estaba rodeado de ese mismo halo de energía radiante
que tanto me había atraído de Trey desde el principio y tenía una sonrisa
igual de reconfortante, aunque no era como si hubiera visto mucho la de su
hermano últimamente.
—Axel —lo corregí, y estreché la mano que me tendía—. Y tú debes de
ser Caleb, el hermano de Trey. Os parecéis mucho.
No me había pasado por alto el hecho de que, las pocas veces que se veía
obligado a dirigirse a mí, Trey había empezado a llamarme de nuevo por mi
apellido. Pero no quería que fuera la norma también para su familia. Daba
igual que eso ya no significase nada.
—Estaba deseando conocer al tipo que ha conseguido que mi hermano
se replantee su sexualidad —soltó a bocajarro, sin ningún tipo de
vergüenza.
Una estúpida sonrisa se extendió por mi cara. Era directo y eso me
gustaba; antes de que yo me hubiera hundido en mi propia mierda, habría
dicho algo similar. Decidí ser... comedido con él, a pesar de que me
emocionó un poco la idea de que Trey le hubiera hablado de mí.
Seguro que no le había dicho nada bueno.
—Yo no diría tanto. En realidad, creo tu hermano me odia.
Eché un vistazo por encima de su hombro en dirección a la entrada,
esperando ver a Trey aparecer en cualquier momento. No podía estar muy
lejos. Sabía que había sido él quien había ido a buscar a Caleb.
—Tal vez lo hace. Un poco. No eres su persona favorita en el mundo
ahora mismo. No habéis hablado aún, ¿verdad? —Hizo una mueca, como si
no estuviera de acuerdo con su hermano en eso, y me pregunté cuánto
sabría. No parecía que él me odiase. Su expresión varió un momento
después y se tornó mucho más juguetona—. Bueno, piénsalo un poco, Axel,
odiamos a las personas que nos hacen daño solo cuando de verdad nos
importan. Así que...
Capté de inmediato lo que estaba sugiriendo.
Me gustaba cada vez más aquel tío. Igual incluso podría encontrar en él a
un aliado inesperado que me echase una mano con Trey.
Pero lo que había dicho me hizo pensar en Levy y en el rencor que le
guardaba. Estaba muy seguro de que los sentimientos que había albergado
por él alguna vez apenas eran un pálido reflejo de lo que sentía por Trey,
pero la verdad era que puede que aún odiara un poco a Levy. Solo que, más
que porque hubiera estado enamorado de él, porque había sido la única
persona con la que había creído poder contar en un momento muy delicado
de mi vida. Cuando había dado un paso adelante para exponer mi
sexualidad al mundo, había estado realmente aterrado. Había sentido tanto
miedo a ser rechazado, a quedarme solo...; resultaba irónico que, de todas
formas, hubiera estado igual de solo antes de hacerlo, pero no había sido
consciente de ello.
—Un consejo —añadió Caleb ante mi silencio—. Si tienes algún plan
maestro, más vale que redobles tus esfuerzos. Mi hermano es
particularmente terco cuando se le mete algo en la cabeza.
—Me he dado cuenta.
—Y creo que ahora está empeñado en permanecer lejos de tu camino.
Venga, pregúntame por qué.
No tuve oportunidad de hacerlo. Alguien se aclaró la garganta y me
encontré a Trey en la entrada, con los brazos cruzados sobre el pecho y una
actitud claramente a la defensiva. Nuestras miradas se cruzaron y el aire de
la habitación pareció desaparecer durante un puñado de segundos. Dios, era
precioso. Incluso cuando se mostraba tan serio y distante.
Jodidamente precioso.
Y aún había calor en sus ojos cuando me miraba, por mucho que tratara
de esconderlo tras los muros que había erigido a causa de mi supuesta
traición.
—He preparado pasta al pesto. Por si os apetece comer algo antes de la
fiesta —le dije, para no quedarme callado.
Esa era otra novedad. En los últimos días me había dedicado a cocinar
para todos. Había dejado un tarro vacío con una nota en la encimera para
que los demás aportaran su parte, y ahora, por fin, teníamos comida en los
armarios. Yo mismo hacía la compra. Tal vez fuera mi modo de
disculparme, el único que había encontrado.
—Cocinar te da puntos extras —murmuró Caleb por un lado de la boca,
inclinándose en mi dirección, aunque no estaba seguro de que Trey no lo
estuviese escuchando.
Reprimí la sonrisa que amenazaba con asomar a mis labios; no creía que
Trey la agradeciera. Pero definitivamente Caleb me caía bien. Muy bien.
—Saldremos a comer algo por ahí —replicó Trey.
Bien, supongo que era de esperar.
Caleb echó a andar de vuelta a la entrada, pero lo oí resoplar.
—Me gusta la pasta al pesto.
—No, no te gusta.
—Claro que me gusta —insistió Caleb.
Trey recogió del suelo el bolso con las cosas de su hermano y ambos
giraron hacia la escalera. Pero Caleb se detuvo un momento.
—Irás a la fiesta, ¿verdad? —me preguntó. Asentí. Ellos irían, así que yo
iba a estar allí también, y no porque mi ánimo fuera especialmente festivo
—. Bien, y ¿de qué vas a disfrazarte?
La cabeza de Trey se ladeó ligeramente, como si tratara de escuchar mi
respuesta a pesar de que ya había empezado a subir la escalera.
Desde mis primeros y torpes intentos de hablar con él, no había vuelto a
insistir. No quería convertirme para Trey en lo que mi ex era para mí. No
quería ser ese tío que no sabe cuándo parar. Pero, allí plantado, me di cuenta
de que mantenerme alejado de él nunca había parecido funcionar para
nosotros. Después de todo, yo había insistido y presionado desde el
principio. Había luchado hasta derribarlo y, joder, sabía que Trey había
disfrutado cayendo conmigo.
Pensé en el calor parpadeante que había visto un instante antes en sus
preciosos ojos verdes. En lo que había sugerido Caleb acerca de redoblar
los esfuerzos...
A lo mejor lo estaba haciendo todo mal de nuevo. ¿Era eso lo que había
intentado decirme Caleb? Tal vez Trey solo necesitaba que yo siguiera
esforzándome por llegar hasta él. Al menos, se merecía una explicación. No
importaba que todo fuera fruto de un malentendido; él creía que yo lo había
engañado.
—Es una sorpresa —respondí por fin.
Caleb me devolvió la sonrisa y fue tras los pasos de su hermano.
Saqué el teléfono y llamé a Cop en cuanto oí una puerta cerrarse en el
piso superior.
—Necesito un favor. ¿Sabes de qué va a ir disfrazado Trey a la fiesta? —
solté en cuanto contestó.
Me llevó un rato convencer a Cooper de que no estaba planeando nada
para atormentar a su mejor amigo, o al menos no en el mal sentido, pero al
final me dio lo que buscaba. Colgué y me puse a redactar la respuesta para
Foster casi de inmediato. Una vez que le envié un mensaje escueto en el que
concluía asegurándole que nos veríamos el jueves, cogí la cartera y las
llaves del coche. Caleb y Trey bajaban ya de vuelta a la planta baja, supuse
que para salir a cenar antes de prepararse para la fiesta.
—Comeos la pasta —solté sin pensar, en uno de mis arrebatos
autoritarios. Y luego me largué sin esperar una contestación.
Tenía algo que hacer.
Trey Donovan iba a escucharme. No pensaba dejar de pelear al menos
hasta que me concediera una oportunidad para explicarme. Y si tenía que
darle una buena y generosa dosis de Axel King para ello, que así fuera.
Fue la primera vez que me sentí yo mismo en días.
Trey
—¿Qué te dijo?
—Nada relevante —replicó mi hermano por enésima vez, aunque su
expresión decía otra cosa.
Al llegar a casa, Caleb se había hecho con mi juego de llaves y había
salido volando del coche antes siquiera de que lo detuviese del todo.
Durante el viaje me había preguntado por King, y no parecía demasiado
satisfecho con mi idea de mantenerme lo más lejos posible de él, más que
nada porque decía que yo parecía... miserable. Triste y apagado.
Amargado.
No quise discutir con él al respecto, no era como si tuviera muchas más
opciones. Dudaba demasiado de mí mismo y de mi capacidad de resistencia
cuando se trataba de King como para hacer otra cosa que no fuera alejarme
de él.
Y lo peor era que cada vez me resultaba más difícil ignorarlo.
No era justo que, en lugar de desvanecerse, mi atracción por él pareciera
crecer día a día. Empezaba a lamentar no haberle dado ninguna
oportunidad. Lo echaba de menos tanto que dolía. No solo el sexo, aunque
no negaré que resultaba una parte difícil, más aún cuando mi cuerpo parecía
ajeno ahora tanto a las chicas como a cualquier tío que no fuese él.
Pero también echaba de menos los ratos de charla en el coche de camino
al entrenamiento; encontrármelo a media mañana entre clases y
escondernos en un rincón solo para robarnos unos cuantos besos
apresurados; las veces que habíamos acabado buscando algún lugar en el
que comer porque seguíamos sin ir a hacer la compra; ver una película sin
verla en absoluto, demasiado interesados en lo que el otro estaba contando o
en quitarnos la ropa para acabar hechos un lío de brazos y piernas; incluso
llegar a casa muertos de agotamiento tras un entrenamiento y tener que
esperar a que Gray y Cooper se fueran a sus habitaciones para
derrumbarnos juntos en la cama. Echaba de menos despertarme y
encontrarlo a mi lado, aunque tuviera que salir de puntillas de su dormitorio
para volver al mío. Sus dedos en mi nuca. Los besos suaves y breves. Las
sonrisas cómplices a través de la habitación. Las miradas oscuras que me
aceleraban el pulso.
Y, sobre todo, echaba de menos el modo en que me presionaba, por muy
raro que pareciese, cómo me provocaba en todos los aspectos, incluso en el
campo, y me obligaba a sacar lo mejor de mí mismo.
Lo vivo que me hacía sentir.
En el fondo, quería que King me explicase por qué me había ocultado
que ya había alguien en su vida. Lo necesitaba.
Al menos no había aparecido por casa con ese tipo colgado del brazo ni
tampoco lo había visto en el campus con él. No era que yo estuviera
pendiente de lo que hacía King.
Para nada.
Nop.
Por eso no tenía ni idea de que, tras más de una hora en aquella fiesta,
aún no había ni rastro de él. Claro que sí, muy lógico todo. Llamadlo
«autoengaño».
Me pregunté si al final había decidido no ir, y luego me pregunté por qué
me estaba preguntando eso si no debería importarme en absoluto.
«Maldita sea.»
Caleb me lanzó una mirada maliciosa después de darle un sorbo a su
botella de agua. Me había dicho que no iba a beber, algo que de todas
formas no debería haber hecho porque no tenía edad legal para ello. Aún
estaba tomando un tratamiento para la ansiedad, y el alcohol y las pastillas
no eran una buena combinación. Me alegré de que se mostrara responsable
en ese aspecto, porque no estaba seguro de que yo tuviera la cabeza lo
suficientemente en su sitio como para recordarlo.
—No me extraña que te lo hayas tirado. Es incluso demasiado sexy para
ti.
—¡Eh, ¿qué demonios?! —protesté después de darle un largo trago a mi
cerveza—. ¿Qué se supone que significa eso?
Cooper apareció en ese momento dando botes entre la gente. Traté de no
reírme al descubrir lo que llevaba puesto. Mientras que yo iba disfrazado de
Luke Skywalker —espada láser incluida, por supuesto—, Caleb había
optado por convertirse en un apuesto Han Solo y lucía parte del pecho al
aire y la misma sonrisa canalla que había hecho famoso a Harrison Ford. En
cambio, mi mejor amigo era un hada. Una puñetera hada del bosque.
Llevaba unas alas a la espalda a las que les daba un par de horas de vida a
lo sumo y se había echado medio kilo de purpurina por encima. Alrededor
de las caderas, una tela vaporosa y casi transparente no hacía nada por
ocultar unos atributos muy pocos propios de una criatura tan... etérea.
—Por Dios, Cop, creo que acabo de quedarme ciego —me reí.
Giró sobre sí mismo en un estúpido baile y luego me estampó en la
cabeza la varita que llevaba en la mano. Para mí que había empezado a
beber incluso antes de ponerse el disfraz. Jude Hall apareció tras él vestido
de Príncipe Encantador, lo cual supuso una sorpresa porque la tradición era
que los novatos siempre eran bufones.
A nuestra llegada también había visto a dos de mis compañeros de
equipo, Chad y Jules, caracterizados como las gemelas de El resplandor, lo
cual había resultado perturbador en más de un sentido, y a Maddox como
Jack Torrance, el protagonista de la misma película.
Y, sí, el tipo llevaba incluso un hacha.
Esperaba que fuera de atrezo, porque lo último que necesitábamos era
que alguien acabase en Urgencias esa noche y darle un nuevo motivo al
decano para arremeter contra nosotros.
—¿Dónde está Grayson? —le pregunté a mi mejor amigo.
—Ni siquiera sé de qué va. No lo he visto aún.
«Ni yo a King», pero eso me lo callé.
A pocos pasos de nosotros descubrí a Mare junto con un grupo de chicas.
Me dedicó un entusiasta saludo con la mano y creí que iba a acercarse, pero
luego una de sus amigas le dijo algo y se llevó su atención a otro lado.
Gracias a Dios.
Había un montón de chicas de fraternidades hermanas de la nuestra y ya
habían sido varias las que se habían acercado a coquetear tanto conmigo
como con Caleb. Las caras nuevas solían despertar interés y, además, mi
hermano siempre atraía la atención, solo que ahora yo sabía que no era de la
que él buscaba. Le había presentado a algunos de mis hermanos y otros
pocos compañeros de equipo, pero a su pregunta de si alguno era gay, no
tuve ni idea de qué responder.
Dudaba que King fuera el único. Creo que los había visto a todos en uno
u otro momento liándose con alguna tía, pero... Bueno, miradme a mí;
estaba claro que eso no era para nada vinculante.
A medida que avanzaba la fiesta, las cosas se fueron calentando cada vez
más. Había muchísima gente, música, alcohol en abundancia y disfraces de
lo más esperpénticos, aunque otros eran realmente alucinantes. Caleb,
Cooper y yo repusimos nuestras bebidas y nos fuimos a bailar al gran salón
de la casa, normalmente destinado a las reuniones, que habíamos despejado
de muebles el día anterior entre todos.
Cuando por fin Grayson apareció, lo hizo con solo un bañador Speedo,
uno de esos gorros de los que se usan en la piscina y sus eternas chanclas de
playa. Por Dios, creo que a mi hermanito se le salieron los ojos de las
órbitas en cuanto lo vio.
Caleb y él no habían llegado a coincidir antes, y mi hermano murmuró
algo acerca del destino, supuse que porque practicaba natación y el disfraz
de Gray era el uniforme habitual que él empleaba cuando estaba en la
piscina. Mi compañero de piso no creo que se enterase de que se lo estaba
follando con la mirada —sinceramente, yo también habría preferido vivir en
la ignorancia—, lo único que dijo Grayson fue que iba disfrazado de los
omnipresentes chicos de waterpolo.
Otros que me imaginé que también estarían por allí en algún sitio.
—Ay, madre —exclamó Caleb cuando logró arrancar los ojos del pecho
de Grayson y dejar de babear por él—. Creo que alguien te está lanzando un
desafío.
Me cogió de los hombros y me hizo girar sobre mí mismo. Al otro lado
de la sala, un tipo disfrazado de Darth Vader agitó su espada láser en mi
dirección. Entrecerré los ojos ante lo familiar que me resultó la figura.
Aunque con el casco no había manera de saber de quién se trataba,
sospeché de inmediato.
Cuando la gente comenzó a hacerse a un lado para dejarlo pasar, supe
que solo había una persona capaz de despejarse el camino en una sala
repleta de universitarios borrachos sin mover un solo dedo: King.
Me obligué a no sonreír, a pesar de que estaba ridículo.
No, eso no era verdad. El disfraz no era una de esas mierdas cutres, sino
algo totalmente creíble que parecía sacado directamente de un set de rodaje,
y le quedaba demasiado bien incluso con ese casco enorme sobre la cabeza.
Saber que él estaba debajo resultaba aún más... excitante.
Claro que, en la ficción, era mi padre, lo cual resultaba un poco
espeluznante también. Pero entendí de qué iba todo aquello cuando mi
hermano canturreó:
—Alguien quiere llevarte al lado oscuro...
No tenía duda de que, si había alguien capaz de arrastrarme a cualquier
lugar, oscuro o no, era el maldito Axel King.
—¿Se lo dijiste tú? Alguien ha tenido que chivarle que vendría
disfrazado de Luke.
Caleb negó, pero Cooper, que seguía en su línea de ir por ahí dando
saltitos como una cría de seis años a tope de azúcar —solo que en su caso
era más bien cerveza de barril—, empezó a retroceder disimuladamente con
expresión culpable.
—Traidor —vocalicé sin sonido, pero Cooper se limitó a encogerse de
hombros.
Mi mejor amigo no era el mayor defensor de King, es más, se había
enfurecido y lo había puesto a parir cuando le conté el porqué de mi huida a
casa de mis padres, así que no comprendía a qué venía aquella encerrona.
King se detuvo a varios metros de mí y me apuntó con la espada. No
sabía si reírme o maldecir sus retorcidas ideas. Oí a varias personas
murmurando sobre su identidad y comprendí que nadie, salvo Cooper,
Caleb y yo, debía de saber que bajo el disfraz se encontraba el deseado
quarterback de nuestro equipo.
Le aparté la espada con un golpe de la mía y me volví de espaldas a él.
No iba a entrar en el juego.
No más juegos con King.
—No te muevas de aquí. Voy a por otra cerveza —le dije a Caleb.
Me puso los ojos en blanco y murmuró un «aguafiestas», pero me dejó
marchar. No me di cuenta de que estaba cometiendo un error. Cuando
quería, King no era de los que se rendían, y darle la espalda era una muy
mala idea.
Pésima.
Al menos si querías conservar la cordura y el corazón intactos.
El lado oscuro de la fuerza me siguió de camino a la enorme cocina de la
fraternidad, a la cual no llegué nunca porque en mitad del pasillo que
llevaba hasta ella me vi empujado a través de una de las otras puertas.
Luego, antes de que pudiera reaccionar, me hicieron una llave o alguna
mierda similar y terminé con la mejilla contra la pared de un cuartito de
escobas y el puto Darth Vader empujando todo su cuerpo duro contra mi
espalda.
Sinceramente, nunca creí que fuera a ser el clásico tío que terminaba
excitado por el villano de la historia.
—No soy tu padre —soltó, aprovechándose de que contaba con ese tono
ronco y grave que solía ponerme tan cachondo. Me mordí el labio para
ahogar una carcajada. Incluso cuando se comportaba como un idiota, King
no hacía nada a medias—. Así que tienes dos opciones, chico de oro. O te
bajas los pantalones o... escuchas lo que tengo que decirte.
—Vete a la mierda, King —repliqué en un intento de oponer algo de
resistencia. No era nada fácil cuando su espada láser se me estaba clavando
en la cadera, y no me refería a la del disfraz.
—Bien, al menos ahora me estás hablando. Y si te lo estás preguntando,
quiero que elijas la segunda opción, por mucho que esté deseando abrirte de
piernas y clavarte a la pared.
Presionó un poco más mientras me mantenía uno de los brazos contra la
espalda y con su otra mano agarraba la mía para evitar que pudiera moverla.
Para mi vergüenza, empujé el culo como respuesta a su provocación,
tratando de alcanzar sus caderas. Me convencí de que solo era la reacción
de mi cuerpo a... él. Su olor, su voz, que me tocase de nuevo y me estuviera
provocando como había hecho esas primeras veces en las que yo fingía
odiarlo; era tarde para negar que King despertaba mi necesidad como nadie
más lo hacía. A mi polla claramente le daba igual que fuera un jodido
mentiroso.
Pero a mí no.
—No quiero tus explicaciones.
Vale, ahora yo también mentía.
Sí que las quería, joder. Quería que me dijera que me estaba
equivocando, que lo que había oído era una mentira o solo una media
verdad con una razón de ser. Una razón muy buena, ya que estábamos
pidiendo imposibles.
En realidad, quería rendirme y escucharlo, pero no sabía cómo hacerlo.
Mierda, Cop tenía razón sobre mí. Era terco hasta la estupidez.
—Entonces, ¿quieres mi polla? —me preguntó susurrando las palabras
en mi oído. La piel de la nuca se me erizó y un escalofrío me recorrió la
espalda—. ¿Es eso, chico de oro? ¿Quieres que te baje los pantalones?
¿Que te lama ese dulce y apretado agujero hasta que empieces a suplicar?
Acallé el gemido que me provocó la imagen que se desencadenó en mi
mente.
King me soltó la mano y llevó la suya hasta la cinturilla elástica de mis
pantalones. Cuando pensé que la colaría bajo ella para hacer exactamente lo
que había dicho, y que yo le dejaría hacerlo, la bajó un poco más y presionó
mi erección con la palma a través de la tela. El toque fue demasiado e
insuficiente, todo a la vez. Y me volvió loco.
También terminó demasiado rápido.
—Porque, si eso es lo que quieres, ¿sabes qué? No voy a dártelo hasta
que me escuches. No te lo daré hasta que sepas toda la verdad. Tú eliges,
chico de oro.
Axel
Aliviado. Así era como me sentía después de hablar con Axel. Creía en su
palabra, dijera eso lo que dijese de mí. A lo mejor era yo el ingenuo.
También estaba a punto de explotar.
Por mucho que lo hubiera intentado, no había olvidado lo intenso que era
siempre todo con él, aunque estaba claro que mis recuerdos no le hacían
ninguna justicia. Le bastaba un toque para despertar cada nervio, cada
músculo y cada hueso de mi cuerpo. Como si sus caricias cantaran una
dulce y excitante canción que me hiciera vibrar en sintonía con él y a la que
no pudiera resistirme por mucho que quisiera.
Cuando las cosas habían empezado a avanzar entre nosotros nunca se me
había ocurrido pensar que sería así. Que el buen sexo se convertiría en algo
más. Por Dios, ni siquiera había tenido una relación de verdad con una
chica. No era como si fuese alérgico al compromiso, pero tampoco tenía
prisa por salir en serio con nadie; menos aún en la universidad.
Y ahora no podía dejar de preguntarme qué demonios iba a pasar con
nosotros en el futuro. Qué haría Axel —sí, de nuevo era Axel. Mi Axel.
Mío. Mierda— con Olson & Faulk. Era una oportunidad demasiado buena
para desaprovecharla, aunque ni siquiera quería pensar en las condiciones
que Foster trataría de imponerle.
Axel se separó un poco de mí y buscó mi mirada.
—No debo de estar haciéndolo muy bien. Te oigo pensar desde aquí —
señaló, pero una sonrisita maliciosa comenzó a aflorar a sus labios y
luego...
Cayó de rodillas frente a mí.
—Mierda.
Mi mano voló hasta su cabeza y hundí los dedos entre los mechones de
pelo oscuro, mientras que las suyas fueron directas a la cintura de mi
pantalón. Me lo bajó sin contemplaciones hasta medio muslo, arrastrando el
bóxer al mismo tiempo y liberando mi erección, que saltó orgullosa y
encantada de tener toda su atención.
Pensé que perdería la cabeza cuando contemplé el modo en que se lamió
los labios.
—Siempre tan listo para mí, chico de oro.
—Voy a reventar en cuanto te la metas en la boca —me reí, porque no
había otra cosa que pudiera hacer.
Podía oír los ruidos de la fiesta a través de la puerta; gente que pasaba
por el pasillo, la música, risas, gritos cuando alguien recibía un susto... Mis
hermanos, y mi hermano real, estaban allí. Medio campus parecía estar en
aquella puta fiesta en realidad. Todos a una pared de distancia.
Y Axel King se hallaba a mis pies, de rodillas y a punto de chupármela.
Si eso no era la fantasía húmeda de cualquier tío gay o bisexual, nada
podía serlo. Incluso cuando él convertía algo tan sumiso como estar
arrodillado frente a alguien en un alarde de poderío y control. Bien podría
haber sido yo quien estuviera postrado ante él.
Me estremecí cuando sacó la lengua y la arrastró muy despacio sobre la
humedad que ya me cubría la punta. No apartó los ojos de mi cara mientras
lo hacía y se las arregló para no dejar de sonreír tampoco. Había algo
perverso en contemplarlo sonriendo de ese modo mientras más pasadas de
su lengua caían sobre mí. Como si le gustase tanto que no pudiese evitarlo.
Como si lo disfrutase incluso más que yo.
Gemí ante el pensamiento y mis dedos se enterraron más en su pelo. Me
obligué a no empujar con las caderas y metérsela en la boca de golpe. A
duras penas conseguí estarme quieto.
Pero Axel era... Axel, y parecía conocerme incluso mejor que yo mismo.
—Vamos, chico de oro. Dame todo lo que tengas.
Envolvió los labios a mi alrededor y me tragó entero. Mi cabeza se
descolgó hacia atrás y me di un golpe contra la puerta que resonó en las
paredes. Esperaba que nadie lo hubiera oído y viniera a investigar qué
mierda estaba pasando allí dentro, porque no había manera de que yo
pudiera parar.
—Mierda, Axel. Joooder.
La presión de su garganta cuando tragó a mi alrededor se llevó cualquier
resto de control que albergara. Me retiré y empujé, y luego otra vez. Y otra
más. Axel me animó aferrándose a mis muslos y ayudándome a follarle la
boca con un abandono total. Cada gemido que él exhalaba mientras me
deslizaba sobre su lengua vibraba a través de mi eje y hacía que mis pelotas
se encogiesen.
Era tan placentero... Húmedo y cálido. Pero lo más excitante era la
manera en que él parecía necesitar aquello tanto como yo.
Por Dios, iba a correrme vergonzosamente rápido.
Lo detuve y me incliné un poco para tirar de él hacia arriba.
—Dime que esta mierda tiene una abertura o un acceso fácil. —Tanteé la
tela de su disfraz como un loco y finalmente conseguí apartarla para
descubrir que debajo no llevaba más que un pantalón corto de deporte.
Gemí de puro alivio—. Fóllame. Ahora. Quiero correrme contigo dentro de
mí.
—Sí. Joder, sí. Gracias a Dios.
Me reí del modo desesperado en que lo dijo.
Y luego todo fueron prisas y maldiciones. Me coloqué de cara a la puerta
y planté las manos sobre la madera, y Axel me metió dos dedos en la boca.
—Chupa.
Ni me paré a pensarlo. Los chupé con todo lo que tenía y él los retiró
envueltos en saliva.
—Me alegra que no seas de los que escupen.
Axel soltó una carcajada.
—Alguien ha estado viendo porno últimamente.
Mi réplica no llegó a alcanzar mis labios. Murió en cuanto percibí el
toque húmedo de sus dedos en mi agujero, aunque no pude evitar tensarme
incluso cuando necesitaba tenerlo dentro de mí de un modo desesperado.
—Relájate para mí, chico de oro. Voy a hacerte sentir muy muy bien.
Besó mi cuello, mi nuca, mis hombros. Cualquier zona que quedara a su
alcance. Mientras yo me iba derritiendo poco a poco, él frotaba y
presionaba con suavidad, y apenas un momento después uno de sus dedos
se hundía a través del anillo de músculos. No se molestó en esperar.
Alcanzó ese delicioso punto en mi interior y a mí se me pusieron los ojos en
blanco.
—Oh, joder. Hazlo otra vez —rogué, y él repitió el gesto.
Luego empezó a moverse dentro y fuera, y un instante más tarde añadió
un segundo dedo. Siseé, a medias de placer y a medias de dolor.
—¿Estás bien? Porque puedo parar —ofreció, y sentí la sonrisa en su
voz.
Axel sabía de sobra que no quería que parase. Él lo sabía, al igual que
conocía el modo de provocarme, exigir y darme más placer del que pudiese
haber llegado nunca a imaginar.
—Cállate, imbécil arrogante, y fóllame de una vez.
—Igual si me lo pides con algo más de educación —siguió burlándose.
A lo mejor me había vuelto idiota yo también, porque odiaba que me
provocase y me encantaba al mismo tiempo. Además, había algo en el
hecho de que de nuevo se estuviese comportando así que me volvía loco.
—Tú también lo quieres.
—No sabes cuánto —aceptó, con la boca contra la piel de mi cuello,
mientras me taladraba con dos dedos pero evitaba rozar mi próstata a
sabiendas—. Me muero por joderte ese agujero apretado y caliente hasta
que te olvides de todo lo que no sea yo. No voy a reprimirme, chico de oro.
Quiero que me sigas sintiendo mañana... Eso te recordará que solo se trata
de ti. Solo contigo, Trey. Solo contigo —repitió, susurrando las dos palabras
en mi oído con una voz diferente. Cómplice. Cariñosa.
Dios...
No dije nada. No fui capaz.
Sus dedos desaparecieron, pero no tuve tiempo de protestar por el vacío
que dejaron atrás. La gruesa cabeza de su polla los sustituyó enseguida y
todo lo que pude hacer fue elevar las caderas y ofrecerme a él. Si alguien
me hubiera dicho hacía unos meses que iba a estar ofreciéndole el culo de
esa manera a un tío —a Axel King, nada menos—, seguramente le habría
dicho que me pasase lo que fuese que estuviera fumando.
Pero me daba igual. Quería aquello, joder si lo quería.
Axel empujó de golpe y se deslizó hasta el fondo. Mi cuerpo se sacudió.
Jadeé y él gruñó, y acabé empalado contra la puerta. El ardor mezclado con
un placer profundo y desgarrador.
—Mierda, es demasiado bueno —farfulló él, y yo dejé ir una carcajada.
Pero Axel era un hombre con un objetivo y no dudó en ir a por él. Me
sujetó de las caderas. Hundió los dedos en mi carne y comenzó a follarme
como si aquella fuera la última vez que iba a poder hacerlo. Desde luego,
estaba seguro de que lo iba a notar al día siguiente, pero era demasiado
placentero para pedirle que se detuviera.
Sus embestidas eran una deliciosa tortura. La forma en la que me
sostenía. Los besos en la piel en llamas de mi espalda.
—Más. Joder. Más —le pedí, y el ritmo de sus empujes se recrudeció.
No éramos más que dos animales en celo, y no habría deseado ser otra
cosa en aquel momento. Axel sabía lo que hacía, algo en lo que no quería
pensar demasiado en ese momento. Varió su postura hasta alcanzar de
nuevo el mejor ángulo para apuñalar mi próstata en cada golpe. Una de sus
manos comenzó a moverse sobre mi columna y se inclinó sobre mí hasta
que sus labios siguieron el camino que había trazado con los dedos.
Luego, su boca alcanzó mi nuca y apretó la mejilla contra ella mientras
su brazo me rodeaba la cintura. Su otra mano serpenteó hasta extenderse
sobre mi corazón.
Y, cuando menos lo esperaba, aunque no detuvo sus embestidas ni una
sola vez, susurró en mi oído:
—Solo contigo, Trey Donovan. Solo contigo.
Ni siquiera tuve que tocarme. La caricia de esas palabras y el tono
desgarrador con el que las pronunció fueron suficientes para alcanzarme a
la vez la polla y el pecho. Me corrí sin poder evitarlo y mi corazón se
expandió hasta que creí que explotaría también.
Y a lo mejor no era el momento más adecuado para ese tipo de
revelación, pero, temblando entre sus brazos, cegado por la fuerza de un
orgasmo que me barrió de pies a cabeza y se llevó todo mi aliento, tuve la
certeza de que, aunque hubiera intentado evitar ese pensamiento, no solo
estaba completamente enamorado de Axel King, sino que ya no había
marcha atrás para mí.
Mierda.
Axel
Tuve que sostener a Trey para que no resbalara hasta el suelo. Tampoco yo
estaba mucho mejor. Me temblaban las piernas y respiraba a trompicones.
Me había corrido tan duro y durante tanto tiempo que no sabía muy bien
cómo bajar de nuevo de la nube postorgásmica a la que Trey me había
lanzado.
—Joder, chico de oro... —exhalé, aferrando aún su cintura y con la
frente reposando contra su espalda.
Era tan agradable tenerlo entre mis brazos... Tener su cuerpo envuelto
con el mío. No quería que aquel momento pasase.
—Sí, eso lo define muy bien.
Se echó a reír y su cuerpo se sacudió bajo el mío. En las últimas semanas
había aprendido a apreciar ese sonido, y me di cuenta de que lo había
echado mucho de menos en aquellos días.
No lo solté hasta estar seguro de que ambos recordábamos cómo usar las
piernas. Nos adecentamos e hicimos todo lo posible para limpiar las huellas
de nuestro encuentro. No creía que fuéramos los únicos en haber empleado
la pequeña habitación para echar un polvo rápido durante una fiesta, solo
esperaba que la música y el ruido del exterior hubiesen sido suficientes para
disimular nuestros gemidos. De otro modo, los hermanos podían estar
esperando al otro lado de la puerta para burlarse de quien fuera que
estuviese dentro; no sería la primera vez, y no tenía ninguna intención de
someter a Trey a un bochornoso paseíllo de la vergüenza.
Una vez que todo estuvo en orden y nuestra ropa de nuevo en su sitio,
Trey se apoyó en la puerta y me miró mientras se mordisqueaba el labio
inferior. No podía saber lo que estaba pensando, pero esperaba que no
estuviera arrepintiéndose de lo que había sucedido.
—Ey. —Me acerqué a él y acuné su rostro entre las manos—. ¿Estás
bien? ¿Estamos bien?
Asintió, pero no dijo una palabra.
Arqueé las cejas mientras trazaba círculos sobre su mejilla con el pulgar.
Tenía los labios hinchados y un precioso rubor cubriéndole las mejillas,
además del aspecto de alguien bien jodido, lo cual me hizo sentir
vergonzosamente orgulloso.
—Debería volver con Caleb.
—Puedes salir tú primero. Yo esperaré un poco.
Volvió a reír despreocupadamente y algo se aflojó en mi pecho. No sonó
arrepentido y parecía haber abandonado por fin la guerra silenciosa a la que
me había sometido en los últimos días.
—Cualquiera ha podido vernos entrar. No fuiste muy discreto al
arrastrarme aquí. Y probablemente el pasillo esté lleno de gente.
Suspiré. Yo mejor que nadie sabía lo malo que era que alguien te
empujara a salir del armario cuando aún no estabas preparado, y
literalmente estábamos en un puto armario. No debería haber hecho las
cosas de aquella forma. Lo último que quería era que Trey se viera señalado
por los hermanos o los miembros del equipo.
—Lo siento. Yo no quería... —empecé a decir, pero él me tapó la boca
con la mano.
Ladeó la cabeza y me brindó una sonrisa suave aunque ligeramente
triste.
—Puedo salir solo de aquí o... podemos salir juntos. No me importa.
Pero tú tienes mucho que perder, Axel.
Al principio, no comprendí a lo que se refería. No había hecho una
declaración pública sobre mi orientación sexual, pero era muy consciente de
que ya había multitud de rumores sobre mí. Incluso había tenido algún
encontronazo con un par de compañeros de hermandad en la última semana;
nada grave ni un ataque directo, pero los comentarios malintencionados y
las miradas suspicaces estaban ahí. No todos eran tan tolerantes como
Cooper, Maddox o los chicos de waterpolo. Siempre había algún capullo
homófobo dispuesto a dejar claro lo gilipollas que podía llegar a ser la
gente.
Pero entonces recordé las condiciones de Olson & Faulk. Las cosas
podían ponerse aún peor para mí. Cuando un equipo seleccionaba a un
jugador en los drafts, no solo valoraba su desempeño deportivo o su
potencial en el campo, también se tenían en cuenta otros muchos factores.
Escarbaban en tu pasado, comprobaban tus antecedentes o cualquier
altercado en el que te hubieras visto involucrado, así como cualquier otro
detalle que pudiera perjudicar la reputación del club. Nadie quería un
jugador que se pasaba los días metiéndose en líos o creando escándalos y,
desde luego, el mero hecho de ser gay podía, por sí mismo, hacer que se
replantearan contar conmigo.
—La gente ya está hablando. No es como si no fueran a saberlo de todos
modos. Si tú estás dispuesto a salir de aquí conmigo, no dejaré que lo hagas
solo. —No, no permitiría que Trey estuviera solo de esa manera, como yo
lo había estado. Le mantuve la barbilla alta para que no apartara la vista—.
Mira, es una historia larga y... penosa, pero el resumen de lo mío con Levy
es que él me empujó a salir del armario frente a todos y luego me dejó
tirado para lidiar con las consecuencias. Nunca te haría algo así, pero tú
tampoco puedes hacer esto por mí. Espera hasta que estés listo y hazlo solo
por ti mismo. Solo por ti. Yo... no tengo prisa. Esperaré.
Una tímida curva se apropió de sus comisuras.
—Mmm... Si no tienes cuidado, voy a empezar a pensar que estás en
esto a largo plazo, Axel King.
«No tienes ni idea», pensé para mí. Le acaricié el labio inferior con el
pulgar y luego le robé un beso. Empezó como algo ligero, apenas un roce,
pero no pude evitar profundizar e impregnarme de su sabor. Me encantaba
besarlo. Resultaba totalmente adictivo, y no tenía la impresión de que fuera
a mejorar. Más bien, cada vez resultaba mejor. Real. Perfecto.
Cuando nos separamos, a ambos nos faltaba de nuevo el aliento y yo me
estaba poniendo duro de nuevo.
—¿He dicho yo que no lo esté? —repliqué, y dejé salir mi voz con un
tono bajo y grave cargado de promesas lujuriosas, pero también de algo
más. De la promesa de un «nosotros»—. No voy a dejarte marchar, chico de
oro. No de nuevo.
Parecía que eso era todo lo que habíamos hecho hasta el momento.
Acercarnos y alejarnos. Tomar y luego correr en dirección contraria. Pero
eso se había acabado. Le contaría todo lo que había sucedido con Levy y le
haría comprender. Y si en algún momento Trey quería hacer público lo
nuestro, estaría a su lado para lidiar con quien fuera que se creyese con
derecho a opinar sobre algo que, en realidad, no tenía por qué importar en
absoluto. Sin embargo, tampoco iba a presionarlo; podíamos seguir siendo
discretos al respecto.
—Está bien. Salgamos de aquí —dijo inclinándose para recoger el casco
de mi disfraz y entregándomelo—. Si alguien nos ve, que piense lo que
quiera. Me da igual.
Estaba muy claro que Trey Donovan era mucho más valiente de lo que
yo lo había sido en su momento. Y puede que eso hiciera que la calidez que
había empezado a ocupar mi pecho se extendiera un poco más por mi
cuerpo y se clavara también más hondo.
Cuando iba a abrir la puerta, lo detuve.
—¿Sabes? La noche del partido de UCLA yo también quería decírselo a
todos —admití, porque quería que supiese que me había sentido igual que él
—. Sobre todo, a una morenita con curvas que parecía querer meterse en tus
pantalones. Estaba jodidamente celoso.
Sus cejas salieron disparadas hacia arriba. Parecía sorprendido, como si
fuera imposible que yo tuviera miedo de perder a alguien como él. Por
Dios, Trey no tenía ni idea del hombre tan maravilloso que era.
—¿Lo viste?
—Sí, vi cómo se restregaba contra ti y quise ir allí y arrancarte de sus
brazos. —Me reí, un poco avergonzado—. Patético, lo sé.
Trey sonrió, encantado con mi confesión.
—Bueno, no lo hiciste, así que supongo que el arranque posesivo fue
convenientemente controlado, lo que supone que también confiaste en mí.
¿Por eso saliste de la fiesta?
Hice una mueca.
—Entre otras cosas. A veces... es difícil. No quiero que pienses que
queda nada de lo mío con Levy, pero en ocasiones supongo que lo que pasó
con él me hace desconfiar.
Trey se quedó mirándome un momento sin decir nada. Me sentí tan
expuesto que deseé tragarme mis palabras, pero me dije que, si quería que
las cosas funcionasen con él, no podía seguir siendo un cobarde. Y Trey, de
alguna manera, conseguía que quisiera sacármelo todo de dentro, incluso
cuando había una pequeñísima parte de mí que aún temía que de pronto
comenzara a replantearse qué demonios hacía con un tío y decidiera poner
fin a lo nuestro.
—Sé que hui a casa de mis padres, Axel, pero no voy a salir corriendo
otra vez. No quiero que vivas esperando a que te deje tirado con esto —
señaló agarrándome de la nuca y dejando reposar su frente en la mía—. Me
gustas. Me gustas mucho. Más de lo que lo haya hecho nadie jamás. Ni
siquiera esa morenita con curvas —rio por último—. Aunque es bueno
saber que el gran Axel King tiene sus propias inseguridades.
Tuve que acallar su risa burlona con otro beso profundo y ardiente, y no
quedé satisfecho hasta que su mirada se enturbió y pareció lo
suficientemente aturdido como para recordarme lo mucho que yo le
afectaba también.
Cuando lo conseguí, salimos por fin de la habitación. Trey se dirigió de
inmediato hacia la fiesta en busca de su hermano y yo eché un rápido
vistazo a los lados antes de seguirlo. Entre la gente que iba y venía por el
pasillo, distinguí a un par de hermanos que no nos miraron dos veces pero
que estaba seguro de que nos habían visto salir juntos. Siendo miembros de
la fraternidad, resultaba obvio que sabían que aquello era un puto cuarto
para las escobas y podían imaginar lo que había sucedido allí.
Bien, supongo que no tardaríamos en oír algún rumor al respecto.
—No veo a Caleb —dijo Trey cuando nos deslizamos al interior del
salón en el que había estado con su hermano un rato antes—. Mierda, no
debería haberlo dejado solo tanto tiempo.
—Estará bien. Probablemente esté con Cooper. Además, es mayorcito,
¿qué edad tiene? ¿Diecinueve? ¿Veinte?
Trey parecía de repente preocupado. La fiesta estaba en pleno apogeo y,
con todos disfrazados y tal vez demasiado borrachos, entendía que no
quisiera perder de vista a su hermano, más aún teniendo en cuenta que a
veces ese tipo de celebraciones se nos iban un poco de las manos. Pero
Caleb no parecía de los que necesitaban una niñera.
—Veinte, pero él... ha pasado por mucho últimamente. No creo que haya
bebido, aunque igualmente prometí a mis padres que lo vigilaría.
Por instinto, envolví los dedos alrededor de su mano antes de darme
cuenta de lo que hacía. Resultaba irónico, porque nunca había sido de los
que necesitaban ese tipo de demostraciones en público. Pero si Trey estaba
preocupado por su hermano, debía de tener sus motivos, y yo deseaba
hacerlo sentir mejor de cualquier modo en el que pudiera.
—Demos una vuelta por la casa. Lo encontraremos.
No soltó mi mano cuando tiré de él y yo tampoco quise hacerlo. Era algo
natural y, bueno, supongo que, dado lo difícil que era avanzar por la casa
llena hasta los topes de gente, nadie parecía estar prestándonos atención.
—Tampoco veo a Cooper o a Grayson. Es probable que esté con ellos —
murmuró mientras recorríamos el pasillo en dirección a la cocina.
Dimos vueltas por la casa, que no era precisamente pequeña. Trey estaba
cada vez más nervioso, y me pregunté qué clase de problemas había tenido
Caleb. Supuse que no era el mejor momento para interrogarlo sobre ello y
que Trey me lo contaría cuando se sintiera cómodo para hacerlo.
Al final, salimos al jardín trasero y...
Sí, ese era Caleb.
—Ay, mierda —exclamó Trey, deteniéndose de golpe.
Enarqué las cejas y me eché a reír. Al parecer, la preocupación de Trey
había sido del todo injustificada.
—No creo que lo esté pasando mal —tercié yo. Incliné la cabeza para
tratar de descifrar el lío de brazos y piernas que apenas se vislumbraba entre
las sombras de los árboles. El disfraz de Han Solo de Caleb y su mata de
pelo dorada resultaban inconfundibles—. ¿Quién es el otro? ¿Lo conoces?
—No estoy seguro. —Trey apartó la vista y suspiró—. Quiero
arrancarme los ojos.
—No sabía que tu hermano era gay.
—Yo tampoco hasta hace unos días. Cuando le conté lo nuestro, se lanzó
a salir del armario conmigo.
Rodeé sus hombros con el brazo y lo empujé de vuelta al interior de la
casa.
—Bien, démosle algo de intimidad. No creo que vaya a ir a ningún lado.
Trey soltó una carcajada nerviosa.
—Sí, bueno, necesito una copa para borrar eso de mi mente. O dos.
Mejor dos copas.
—Está bien. Vamos a por algo de alcohol.
No llegamos siquiera a entrar en la cocina. Maddox nos interceptó por el
camino, más sobrio de lo que alguien esperaría en una fiesta que él mismo
había organizado y también mucho más cabreado. Daba un poco de miedo,
más que nada porque llevaba un hacha en la mano y una expresión asesina
que rivalizaba con la del mismísimo Jack Torrance.
A saber qué tripa se le habría roto ahora.
Trey
Había hecho pasta, un básico para mí, y era un milagro que no la hubiera
echado a perder. No podía dejar de pensar en que Axel estaba arriba, en su
habitación, manteniendo una reunión con la que podría ser su agencia
deportiva en un futuro no muy lejano. Sabía que aquello era importante,
muy importante. Podía cambiarle la vida a Axel por completo.
En el pasado, yo había tenido también una buena cuota de sueños en los
que jugaba al fútbol americano de forma profesional en la NFL. La
diferencia era que Axel era lo suficientemente bueno como para
conseguirlo.
Así que cuando oí el sonido de unos pasos firmes y decididos
acercándose a la cocina, me giré hacia la puerta, rezando mentalmente para
que las cosas hubieran ido bien. Axel apareció en el umbral y se detuvo allí,
con los ojos clavados en mí y una expresión indescifrable en el rostro. Un
calor profundo se apoderó de su mirada mientras me observaba, y lo
siguiente que supe fue que se estaba quitando el polo con el que se había
vestido para hablar con Foster.
Tiró de la parte trasera del cuello, se lo quitó por la cabeza y lo lanzó a
un lado sin molestarse en comprobar dónde caía. Su pecho quedó expuesto
y el piercing de su pezón destelló bajo los fluorescentes del techo. Axel
estaba construido de una forma maravillosa, cada músculo, cada valle, cada
línea de su cuerpo era una jodida locura. Sus oblicuos descendían hacia su
ingle junto con un rastro de vello oscuro. Ni siquiera tenía el botón de los
vaqueros abrochado y, por lo bajo que colgaban estos de sus caderas, estaba
bastante seguro de que de nuevo había olvidado la ropa interior.
Se me hizo la boca agua.
Joder, era imponente y precioso, y un montón de cosas más que apenas
podía llegar a procesar con él frente a mí. Axel tenía la capacidad de
absorber todos mis pensamientos coherentes y convertirme en pura
necesidad.
Avanzó hacia mí despacio y su mirada se tornó oscura y lujuriosa. Se me
disparó el pulso mientras retrocedía sin darme cuenta siquiera de que lo
estaba haciendo. Hasta que me topé contra un armario y la encimera se me
clavó en la parte baja de la espalda.
—¿Axel? —lo llamé en voz baja y titubeante.
No contestó. Pero para entonces ya estaba sobre mí. Deslizó una mano
sobre mi nuca y ancló la otra en mi cadera. Creo que nunca lo había visto
así; contenido y desatado a la vez, como si mantuviese alguna clase de
lucha consigo mismo.
Como si estuviera a punto de explotar y arrasarlo todo a su alrededor y lo
único que evitase que eso ocurriera fuera un débil hilo de control.
Parecía al límite. A un paso de quebrarse.
Se cernió sobre mi boca y capturó mis labios como quien toma posesión
de algo que cree suyo por derecho. Y yo me abandoné a él. Dudo que
hubiera podido resistirme y tampoco quería hacerlo. Lo dejé ganar, no
peleé. Lo deseaba con una intensidad que hacía que me doliese el pecho y la
piel. Y lo que fuera que estuviese sucediendo no importaba.
Su lengua buscó la mía con desesperación y se bebió el gemido que
brotó de mi garganta con avidez. Durante un rato, todo lo que pude hacer
fue resistir a sus envites y permitir que me saqueara a placer. Me entregué a
él como quien alza una bandera blanca y finalmente se rinde porque no hay
otra cosa que pueda hacer. Me besó, exigente, y seguramente se llevó partes
de mí que no le había entregado jamás a nadie.
Pero yo lo permití. Y también lo disfruté.
Cuando se retiró apenas la distancia necesaria para mirarme a los ojos y
hablar, yo estaba sin aliento, y cualquier cosa de aquella habitación que no
fuera él había desaparecido.
—Te necesito dentro de mí —afirmó con un tono tan exigente como
necesitado. Todo a la vez.
Aturdido, parpadeé, tratando de encontrar sentido a sus palabras.
—¿Eh?
Volvió a besarme y se llevó un poco más de mi aliento y mi cordura.
—Quiero que me folles. Te quiero. Ahora.
Busqué en su rostro la causa de aquella necesidad desgarradora y
encontré deseo, frustración y un fuego que lo quemaba todo a su paso. Y
me pregunté qué demonios había sucedido en esa reunión como para que
Axel estuviera pidiéndome algo así. Habíamos hablado alguna vez de ello y
él lo había sugerido en varias ocasiones, pero nunca había llegado a
suceder, y yo estaba tan cómodo y disfrutaba tanto con él en la cama que no
me suponía ningún problema.
—Por favor, Trey —gimió mientras su boca descendía por mi cuello.
—Lo que quieras. Haré lo que quieras.
Ni siquiera me molestó el matiz desesperado y complaciente que se filtró
en mi voz. Lo que fuera que había ocurrido, lo que él necesitase, yo quería
dárselo. Y la sola idea de estar dentro de Axel hacía que me diera vueltas la
cabeza.
Mi camiseta desapareció y luego mis manos estaban ya bajándole la
cremallera. Axel no dejó de besar mi piel. Mordisqueando, lamiendo.
Reclamando cada parte de mí.
—Vamos arriba —sugerí, pero él negó. Coló una mano bajo la cinturilla
elástica de mi pantalón y rodeó mi erección con los dedos, haciéndome
gemir.
—No, te necesito ya.
—Joder. Mierda. Joder...
Todo lo que podía hacer era maldecir mientras Axel me bombeaba con
firmeza y lamía mis pezones. Me estaba volviendo loco. A ese paso, no iba
a llegar siquiera a bajarme los pantalones.
—Te necesito —gruñó de nuevo.
Retrocedió, se deshizo de sus zapatillas y sus calcetines y tiró de sus
vaqueros hasta quitárselos de encima. En décimas de segundo, Axel King
estaba frente a mí completamente desnudo y, joder, la vista resultaba
gloriosa. La piel pálida contrastaba con su pelo negro y esos ojos azules que
desprendían el calor de mil soles. Su cuerpo no tenía un gramo de grasa, y
su erección se alzaba furiosa, dura y gruesa, exigiendo una atención que yo
estaba decidido a darle.
Comencé a arrodillarme, pero Axel me detuvo.
—No. Fóllame, Trey. Ya.
Giró y apoyó ambas manos en la isla que dominaba la estancia. Su
espalda se arqueó y el movimiento resaltó la curva suave de su espalda, con
sus dos hoyuelos destacando y un culo duro que era la octava maravilla del
mundo expuesto para mi disfrute. Joder, el tipo era una obra de arte.
Y era todo mío.
Me reí del pensamiento y de lo que suponía. Y Axel reaccionó ante mi
risa tirando de mí y colocándome a su espalda.
No iba a decirle que no. Mierda, en ese momento no podría haberme
negado a nada que me pidiera, incluso le habría entregado el alma y mi puto
corazón..., si es que no lo había hecho ya.
Repasé sus costados con las palmas planas sobre su piel, de arriba abajo,
hasta alcanzar sus caderas. Y juro que me temblaron las manos. O tal vez
era él quien lo hacía. No estaba seguro de nada.
—Eres jodidamente hermoso, Axel King.
Llevé mis dedos entre sus nalgas mientras mi boca se entretenía aquí y
allá. Aspiré su aroma directamente de su piel y no pude evitar sonreír,
incluso cuando el olor fue directo a mi polla y mis labios dejaron escapar un
gruñido bajo y posesivo. Ese olor... Su olor... Nunca habría creído que el
aroma de alguien pudiera hacerme estremecer y apretarme las pelotas de ese
modo. Joder, nunca habría esperado estar inhalando a nadie como un
maldito yonqui.
—¿Qué...? —Mascullé una maldición y se me aflojaron las rodillas al
rozar su agujero y encontrarlo húmedo. Tuve que erguirme un poco e
inspirar profundamente antes de ser capaz de formular una frase coherente
—. ¿Qué has estado haciendo ahí arriba?
—Me he preparado para ti. No sabía si tú... si querrías hacerlo.
—Pensaba que estabas reunido.
—He hecho ambas cosas.
—Espero que no a la vez. —Traté de reír, pero mi voz se convirtió en un
sonido estrangulado.
La imagen de Axel tocándose, hundiendo los dedos en su propio culo,
abriéndose para mí...
—Mierda, cariño —solté antes de poder evitarlo. Oh, Dios, puede que
fuese la primera vez en mi vida que empleaba esa clase de apelativo
afectuoso con alguien—. Me habría encantado verlo. Es más, quiero verlo
en algún momento.
Axel rio, pero sus caderas empujaron hacia atrás buscando más de la
presión de mis dedos y tuve que darle lo que quería. Nunca había hecho
algo así, pero no pude apartar la mirada mientras deslizaba un único dedo
en su interior. Mi polla se sacudió encantada con la visión.
—Oh, mierda. Más. Otro —pidió Axel de inmediato.
Añadí un segundo dedo. No tenía ni idea de lo que hacía, a pesar de que
había visto un montón de porno gay últimamente, así que supuse que era
bueno que Axel ya se hubiera preparado antes de bajar; lo último que quería
era cometer alguna torpeza y hacerle daño. Pero igualmente Axel gimió y
empujó hacia atrás de nuevo, y un momento después estaba follándose a sí
mismo en mis dedos.
Puede que fuera lo más erótico que había contemplado jamás.
—Sí, joder. Eso es —lo animé, sujetándolo por la cadera con la otra
mano y ayudándolo a balancearse. A tomarlo todo.
Levanté la vista poco a poco por su cuerpo, bebiéndome ansioso cada
curva, cada contracción de los músculos de su espalda, el modo en que su
cabeza colgaba hacia atrás y había cerrado los ojos. Sus labios
entreabiertos. Los sonidos que escapan de ellos.
El dulce abandono con el que iba en busca de su placer.
—Estoy listo. Por favor, Trey.
«Por favor.» Axel King suplicando era... más. Joder, lo era todo.
Podría haber caído de rodillas sobre el suelo de no haber estado decidido
a darle exactamente lo que me estaba pidiendo. Me bajé la parte delantera
del pantalón y el bóxer lo suficiente como para liberar mi erección. Estaba
duro como una roca y más que dispuesto para complacerlo, eso si no
acababa perdiéndome a mí mismo en cuanto empujara dentro de él.
Lo que fuera que hubiera sucedido en su dormitorio, en la reunión con
Foster, no podía ser bueno. No si él me necesitaba de aquella forma tan
cruda. Y sabía que cuando todo acabara tal vez no iba a gustarme lo que
descubriría, pero en ese instante el mundo entero podría haberse
derrumbado a nuestro alrededor y yo no me habría detenido.
Retiré los dedos y apenas le di tiempo para recuperarse. Al segundo
siguiente era mi polla la que empujaba en su lugar.
—Diooos. Joder —gemí abrumado en cuanto me rodeó—. Mierda, esto
es... Estás...
No fui capaz de completar una frase mientras me deslizaba poco a poco
hasta el fondo. Resultó casi milagroso que pudiera contenerme para ir
despacio. Me detuve una vez que lo hube llenado del todo y cerré los ojos.
Apreté tanto los párpados que pequeñas luces destellaron tras ellos.
—Estoy bien, puedes moverte.
Me eché a reír y me sentí como un gilipollas a la vez. No me había
parado para darle tiempo a adaptarse a mí, algo en lo que debería haber
pensado, sino porque estaba a punto de correrme como un hijo de puta.
—Necesito un segundo.
Axel se irguió y llevó uno de sus brazos hacia atrás hasta alcanzar mi
nuca. Ladeó la cara para buscar mis labios. Tras un largo beso que no
mejoró en nada mi precario control, apoyó la cabeza en mi hombro. Su culo
presionó mis caderas y su espalda formó un arco perfecto y precioso.
—Lo quiero duro —soltó a bocajarro, y yo gemí pensando en cualquier
cosa que me evitara hacer el ridículo—. Dame todo lo que tengas, chico de
oro. Todo.
Me rehíce lo mejor que pude. Si rápido, duro y sucio era lo que Axel
necesitaba, sería justo lo que recibiría. Y yo disfrutaría cada puto segundo
de ello.
Recorrí su pecho con ambas manos y tironeé de la barrita de metal de su
pezón. Axel gimió y volvió a empujarse contra mí, así que no dudé más.
Anclé ambas manos en sus caderas y creo que le clavé los dedos con tanta
fuerza que estaba seguro que le dejaría marcas.
—Así que duro, ¿eh? —susurré en su oído.
—Quiero sentirte por la mañana. Haz que te sienta, Trey.
No pude negarme. No quise negarme. Yo también quería que lo sintiera.
Todo. Cada embestida. Cada golpe. Cada maldito centímetro de mi polla
dura. No me importaba que acabase andando raro en el maldito
entrenamiento a la mañana siguiente y todos imaginasen lo que habíamos
hecho. Ese día las cosas habían sido más o menos normales en el vestuario,
pero estaba dispuesto a apostar que la calma no duraría. Si alguien nos
había visto en la fiesta de la mano o saliendo del cuarto de las escobas,
acabaría por saberse. Y hablarían. Susurrarían.
Me importaba una mierda.
Arremetí contra él con todo lo que tenía. Axel jadeó con la primera
embestida, pero no me detuve. Lo follé con fuerza y de forma implacable.
Fue sucio y áspero y todo lo que él me había pedido que fuera. El sonido de
nuestros cuerpos chocando una y otra vez, los gemidos y los gruñidos. Los
«más».
Más duro.
Más rápido.
Más. Más. Más.
Sentía a Axel tan bien, tan apretado y cálido, que no sabría decir cómo
conseguí controlarme para no correrme de inmediato. Lo sentía como el
cielo y el infierno a la vez.
Lo sentía mío, joder. Y suyo. Lo sentía nuestro.
—Sí. Sí, Trey. Joder. No pares.
—Oh, mierda, no creo que pudiera parar aunque quisiera.
Fue lo último que dijimos que pudiera resultar coherente. En cuanto
doblé un poco las rodillas y empecé a atacarlo desde otro ángulo, ya no
hubo más palabras. Solo gruñidos, jadeos y gemidos. Dientes y lengua en su
espalda. Dedos hundiéndose en la piel. Y la sensación de estar cayendo una
y otra vez más allá de todo.
No tenía ni idea de si conseguiría regresar. Y menos aún creía que fuera
a hacerlo entero.
Axel
Las cosas se pusieron un poco raras en los siguientes días. No ayudó que
sufriésemos una derrota en el siguiente partido. De repente, el equipo
parecía haber perdido la cohesión en el campo y fue como si cada uno de
nosotros fuese por libre. Axel estaba muy cabreado. Conocía de sobra los
motivos por los que eso estaba sucediendo y, al igual que yo, era muy
consciente de que algunos chicos murmuraban a nuestra espalda y los
rumores corrían por el campus. La noticia de que el quarterback titular
estaba saliendo con uno de los corredores del equipo era un cotilleo
demasiado jugoso como para dejarlo escapar.
Todo aquello me pilló con la guardia baja. Supongo que, hasta entonces,
nunca había prestado demasiada atención a la cantidad de veces que se
empleaba la palabra «maricón» durante un partido. Vi a Axel apretar los
dientes y gruñir respuestas en voz baja a esa clase de insultos mientras
trataba de encadenar un pase que nos acercase a la zona de anotación. No
volvió a perder el control ni una sola vez como en el vestuario, pero en
alguna ocasión hubo empujones y amagos de pelea contra el equipo
contrario; también alguno en el nuestro. Y eso sí que fue de lo más triste.
Él nunca había sido así, no solía permitir que nadie lo sacara de quicio
en el césped ni fuera de él, y no podía dejar de preguntarme si de repente
Axel se estaba tomando todo aquello como una especie de cruzada personal
para defender mi honor. Sabía lo duro que había sido para él salir y
encontrarse solo cuando ese imbécil de Levy lo había dejado atrás, y
aquello parecía su forma de compensarme.
En la fraternidad, el tema no trascendió del mismo modo gracias a
Maddox. Es decir, creo que todos lo sabían, pero no hubo tantas reticencias,
a pesar de que los mismos idiotas que nos señalaban en el equipo eran
también hermanos. No supe cómo lo hacía, pero nuestro presidente se
merecía un homenaje por saber encarrilar a un montón de idiotas que no
hacíamos más que darle disgustos. Después del conato de incendio de la
última vez, el decano nos había prohibido dar más fiestas por un período de
tiempo indefinido, así que los ánimos se fueron caldeando y la gente no
estaba especialmente contenta. Pero, aun así, Maddox se las arregló para
asegurarse de que nadie nos hiciera sentir incómodos.
Axel y yo nos lo tomamos con calma en el campus. Fuimos discretos,
aunque a veces él me lanzaba una de sus miradas oscuras en la biblioteca y
la sensatez huía volando por la ventana más próxima. Era extraño salir con
alguien, y ni siquiera se debía a que fuera un chico. Simplemente, no estaba
acostumbrado a tener una relación. Pero incluso con todo el revuelo y los
problemas que suponía lo nuestro para algunas personas, nunca había sido
tan... feliz.
Mi única preocupación real durante la siguiente semana fue la de que
Axel estuviera lanzando por la borda su futura carrera en la NFL por estar
conmigo.
—¿Has sabido algo más de Foster? —Cuando Axel negó, la culpabilidad
se asentó un poco más en mi pecho—. Deberías llamarlo tú.
Él suspiró y su mandíbula se endureció bajo el rastro de una barba de
tres días, que, por cierto, le sentaba realmente bien. Habíamos tenido la
misma conversación en media docena de ocasiones. Y también sabía que su
padre lo había estado llamando durante toda la semana; Axel no había
respondido ninguna de las veces.
Tiré de él y lo arrastré entre mis piernas abiertas. Habíamos decidido no
salir esa noche porque teníamos partido al día siguiente y el entrenador nos
había dado una larga y apabullante charla sobre el compromiso y nuestra
mierda de rendimiento en los entrenamientos, pero la casa estaba llena de
gente. Cooper había aparecido con Jules y Chad, y luego algunos más de los
chicos se habían ido sumando. Todos estaban apiñados en el salón,
charlando y bromeando mientras se turnaban para machacarse al Call of
Duty, comían pizza como cerdos y se bebían nuestras cervezas.
—Explícame de nuevo por qué no puedo echar a los idiotas de ahí fuera
y llevarte arriba de una vez —repuso Axel, cambiando de tema sin el más
mínimo pudor.
No quería ni oír hablar de Olson & Faulk. En el fondo, me daba la
sensación de que, a pesar de todos sus alardes, él también estaba
preocupado, pero no quería dar muestras de ello para evitar oír lo que sabía
que yo le diría.
—Son nuestros amigos —le dije, e incliné la cabeza para darle acceso a
mi cuello. Fue dejando un rastro de besos hasta alcanzar ese punto detrás de
mi oreja que me volvía loco—, y no era como si nos quedasen muchos. Al
menos, de los buenos.
Se retiró y buscó mis ojos con el ceño fruncido y una expresión asesina
dominando todo su rostro.
—¿Alguien te ha estado molestando?
Sí, Axel King era ferozmente protector, lo cual resultaba gracioso porque
los primeros días habría apostado que no le preocupaba nadie que no fuera
él mismo y, además, si había alguien que me molestaba todo el tiempo era
él, aunque en el buen sentido.
Negué antes de que su imaginación empezase a desbordarse y se pusiera
en modo destructor. Deslicé una mano sobre su nuca y empujé mis caderas
contra las suyas, frotándome de una forma bastante poco discreta.
—Todo está bien —aseguré. Era inútil tratar de luchar contra el mundo.
Por desgracia, estaba lleno de gente intolerante, y yo no estaba dispuesto a
prestarles una atención que no merecían—. Deja de intentar controlarlo
todo. No puedes.
La arruga de su frente tardó unos cuantos segundos en desaparecer, el
tiempo que empleé yo en agarrar su culo y darle un par de apretones.
Contemplar cómo un tipo como Axel cedía y se desmoronaba en la cama —
o fuera de ella— era uno de mis pasatiempos favoritos en esos días.
—Deberías parar si no quieres que eche a esos pocos amigos —se burló.
Sus facciones se relajaron y su expresión se tornó juguetona primero y
mucho más ardiente un segundo después—. O puedes ponerte de rodillas
para mí. Yo vigilo.
Me eché a reír. Lo creía muy capaz de plantearse recibir una mamada
con nuestro salón lleno de gente. Y, por desgracia, mi polla parecía muy de
acuerdo con la sugerencia. No necesitaba que nadie la pervirtiera en
absoluto.
—Eso no va a suceder.
—Ah, ¿no? —Hundió la cara en el hueco de mi cuello y comenzó a
mordisqueármelo mientras sus manos se colaban bajo mi chándal—. A lo
mejor puedo hacerte cambiar de opinión.
Podría hacerlo. Si yo era terco, Axel no se quedaba atrás cuando se
trataba de conseguir lo que quería. Una de sus manos se dirigió a mi culo y
sus dedos estuvieron muy pronto entre mis nalgas.
—King —gemí aturdido cuando rozó mi agujero. Era vergonzoso lo
rápido que podía excitarme y hacerme perder el control.
¿A quién quería engañar? En realidad, yo no tenía ningún control cuando
se trataba de él. Cada vez que me tocaba, el mundo desaparecía para mí.
—Así que ahora soy King. —Sonrió con una lujuria pecaminosa que yo
conocía muy bien.
Si llevarlo al límite y hacer caer a Axel King era mi idea de la diversión
en esos días, continuar torturándome y haciéndome suplicar era la suya. Lo
había convertido casi en un arte. Y no podía negar que yo disfrutaba mucho
de ello.
Su dedo se hundió un poco y a mí se me cerraron los ojos. Incluso
cuando la fricción en seco despertó un ardor incómodo, tuve que apretar los
labios para contener un jadeo. Si uno de los chicos entraba en ese momento
en la cocina y nos pillaba en pleno magreo, iba a darle un ataque. Pero
resultaba complicado resistirse a Axel; no importaba las veces que
hiciéramos aquello, cuánto nos besásemos, nos tocásemos o follásemos,
nunca parecía suficiente.
Nunca tendría suficiente de Axel King.
—¿Irás a casa en Acción de Gracias? —pregunté, solo para distraerme
de la delicia de su toque y de lo bien que olía siempre.
—Ver a mi padre no es una de mis prioridades. Y mi madre... —Lamió
la comisura de mi boca y negó, aparentemente estoico, aunque yo sabía que
era un tema delicado para él.
La relación con su madre no era tan tensa ni estaba tan deteriorada como
la que mantenía con su padre, pero tampoco resultaba muy cercana.
—Ven conmigo... a casa... —tartamudeé, no porque dudara al invitarlo,
sino porque él acababa de alcanzar ese punto sensible en mi interior y
comenzó a presionarlo sin descanso—. Mamá estará... encantada. Joder, no
pares.
Sentí su sonrisa sobre la piel. Cabrón arrogante, le encantaba
convertirme en un idiota desesperado y balbuceante.
—Bonita conversación para mantener con mi dedo en tu culo —se burló
mientras se movía, de modo que su eje endurecido y el mío se deslizaron
uno contra el otro.
Nuevos jadeos escaparon de mi garganta. Me tapó la boca con la otra
mano, riendo, y yo le lancé insultos varios solo con la mirada. Algunos de
nuestros amigos gritaron en el salón en ese momento y se oyeron abucheos
en respuesta. Ambos miramos hacia la puerta para comprobar que solo se
tratase de una de las estúpidas disputas causadas por el videojuego con el
que estaban tan entretenidos.
—Alguien va a pillarnos —farfullé, y mis protestas quedaron
amortiguadas por su mano—. Y si Cop vuelve a enterarse de que nos lo
montamos aquí, empezará a buscar nuevos compañeros de piso.
Siseé cuando un segundo dedo se unió al primero.
—Axel, joder.
—¿Qué pasa, chico de oro? —rio, aunque también estaba sin aliento—.
¿Quieres que pare?
—Capullo.
El insulto solo lo hizo reírse más fuerte. Me volvía loco oírlo reír, casi
tanto como las cosas que le hacía a mi cuerpo. Y supongo que esa era una
señal clara de lo metido que estaba en aquello. De lo hondo que había
llegado a colarse Axel en mi interior, y no hablo de los dedos que me
estaban destrozando en ese momento.
—Te encanta que sea un capullo, chico de oro. Así que ahora dame lo
que quiero —dijo mientras envolvía mi polla dolorida con la otra mano. El
tacto cálido de sus dedos directamente sobre mi piel hizo que me arqueara
en busca de más fricción.
—Oh, mierda. No... no hagas eso.
Arqueó las cejas, divertido por mis evidentes contradicciones.
Mi cuerpo se volvió loco. No sabía muy bien si empujar hacia delante en
su puño cerrado o hacia atrás para clavarme en sus dedos.
—Eres un cabrón.
—Y tú eres precioso cuando estás a punto de correrte. Vamos, un poco
más... Ve a por ello —me animó con un tono oscuro, lujurioso y grave que
aumentó el cosquilleo que se acumulaba en la parte baja de mi columna
vertebral y mis pelotas—. Podría quedarme mirándote hacer esto toda la
puta vida.
Gemí ante la vehemencia de su confesión.
Más gritos llegaron desde el salón, pero yo ya había alcanzado un punto
en el que dudaba que pudiera detenerme aunque irrumpieran en la cocina
todos mis amigos, nuestros compañeros de equipo, la universidad entera o
hasta el mismísimo decano.
Cuando resultó obvio que estaba a punto de explotar, Axel presionó su
boca contra mis labios para acallar mis gemidos y se los tragó mientras yo
me derramaba sobre su puño. Tuve suerte de estar apoyado contra la
encimera y de que me estuviera sujetando, porque de no haber sido así
estaba bastante seguro de que habría acabado desparramado por el suelo.
—Tienes que dejar de hacerme estas cosas —señalé cuando fui capaz de
sentir las piernas de nuevo y obligar a mis cuerdas vocales a funcionar.
No lo decía en serio, ni de coña. Me había corrido más veces en las
últimas semanas que en toda mi vida, incluyendo mi época de adolescente
cachondo, en la que cualquier momento era bueno para machacármela.
Axel se limitó a sonreír como el idiota fanfarrón que era y que sabía
perfectamente lo que me hacía. Incluso cuando él continuaba duro y no
había recibido nada a cambio, parecía totalmente satisfecho.
Se apartó para lavarse las manos y volvió con un montón de servilletas
para limpiarme. Lo observé mientras se afanaba en la tarea con un cuidado
que nadie esperaría de un tipo como él. Solo que yo sabía que Axel King no
era para nada lo que parecía y había un hombre increíble y atento bajo esa
seguridad y arrogancia con la que se desenvolvía habitualmente.
Después de lo que le había sucedido con Levy, y teniendo en cuenta los
padres que tenía, cualquiera habría esperado que se volviera un cínico
egoísta y desconfiado. Pero no había nada egoísta ni cínico en él, no al
menos en el modo en que se comportaba conmigo, y me aterraba la idea de
que eso cambiara si sus sueños terminaban destrozados por mi culpa. No
podía decidir por él ni decirle lo que debía hacer, y me enorgullecía que no
quisiera ajustarse a lo que se esperaba de un jugador de la NFL, que no
tratara de encajar en el molde que la sociedad había estipulado como
aceptable.
Pero... tampoco podía sentarme a contemplar cómo lo perdía todo.
—Tienes que llamar a Foster.
—Trey.
Se cruzó de brazos y se alejó hasta apoyarse en la isla central.
—No, escúchame. Habla con él. Yo... puedo mantenerme al margen. No
me importa...
—¿Esconderte? ¿Meterte en el puto armario conmigo y fingir que no
somos nada? ¿Durante cuánto tiempo, Trey? ¿Cuánto aguantaremos hasta
que tú quieras algo más? O a alguien más... —Lo último lo dijo en un tono
mucho más bajo, apenas audible, pero lo capté de todas formas.
Fui hasta él y acuné su rostro entre las manos. Por Dios, ¿eso era lo que
le preocupaba? ¿Que me cansara de él? ¿De nosotros?
—No puedes apostar toda tu carrera a lo nuestro —me obligué a hacerle
entender, aunque sabía que no le gustaría oírlo. No le estaba diciendo que
no fuésemos a durar, pero no podía poner esa carga sobre mis hombros ni
sobre nuestra relación. Se resentiría y acabaríamos mal de todas formas—.
Tienes que pelear por tus sueños, Axel. Yo estaré ahí para ayudarte a
conseguirlos. Y si tengo que mantenerme al margen, también lo haré. Por ti.
—No quiero seguir hablando de esto.
Trató de deshacerse de mi agarre, pero no lo dejé ir y puede que
empezara a enfadarme por su tozudez. Tal vez no pensé lo que decía o la
frustración me hiciera elegir mal las palabras. Quién sabe.
—No te tenía por un cobarde, King.
Deseé tragarme el comentario en cuanto escapó de mis labios, así como
no haber empleado su apellido para decirle algo así. No había nada cobarde
en él, al contrario. Incluso cuando alguien lo hubiera persuadido con
engaños para salir casi a la fuerza del armario en el pasado, Axel no rehuía
un enfrentamiento, ni en el campo ni fuera de él. Era un hombre increíble y
yo estaba locamente enamorado de cada parte de él. Pero no podía dejar que
se hiciese eso.
—Siento haber dicho eso. No creo que seas un cobarde —añadí, tratando
de eliminar el dolor que rebosaba de sus ojos azules.
No dijo nada y tuve que preguntarme si, tal vez, Axel tenía más miedo a
fracasar y perderlo todo del que daba a entender y yo había tocado una fibra
sensible.
Yo lo habría tenido. En realidad, lo tenía por él. Y supuse que eso era lo
que pasaba cuando amabas a alguien, aunque no se lo hubiera dicho aún.
Las dos palabras vibraron en mi lengua, dispuestas a salir de un instante
a otro para hacerle comprender lo importante que era él para mí. Lo mucho
que me importaban sus sueños y su felicidad. Pero entonces Chad entró en
la cocina gritando que necesitaban más combustible, es decir, cerveza, y
Axel se apartó de mí.
Salió de la estancia sin mirar atrás y yo me quedé allí, mientras Chad
rebuscaba en nuestro frigorífico, esperando ser capaz de encontrar otro
modo, lugar y momento oportuno para hacerle saber a Axel King que lo
amaba como nunca había amado a nadie antes, y también rezando para no
terminar con el corazón roto.
Sí, todo bien. No estaba asustado ni nada...
Trey
Cuando descubrí que Axel no estaba en el salón, sino que se había ido a su
habitación, no fui tras él de inmediato. Esperé hasta que todos nuestros
amigos se largaron. Me dije que era bueno darle un poco de tiempo a solas.
Cooper me preguntó si todo iba bien. Supuse que Axel había pasado por
allí gruñendo y sin molestarse en hablar con nadie, y mi mejor amigo había
intuido que algo había pasado entre nosotros. Cop no había hecho otra cosa
que apoyarnos y se había erigido como nuestro mayor defensor. Di gracias
por contar con su amistad, aunque no le expliqué nada de mi conversación
con Axel; no necesitaba más presión con el tema de Olson & Faulk, ya me
bastaba yo solo para cagarla en ese sentido.
—Me voy arriba —dije una vez que recogimos el desastre de cervezas y
cajas vacías.
Gray se había escaqueado y ya estaba en la cama.
—Recordad: follad bajito —replicó Cop, y tuve que lanzarle un cojín a
la cara.
Aquello se había vuelto una broma recurrente después de que Grayson lo
hubiera comentado tan alegremente en la cocina, y había sustituido al
«buenas noches» en la casa.
Cabrones.
Me dirigí a la habitación de Axel. Entré sin llamar, cerré la puerta y me
apoyé en ella.
Axel se encontraba tumbado en la cama. No dormía aún, a no ser que
hubiera aprendido a hacerlo con los ojos abiertos y clavados en el techo.
Casi podía oír los engranajes de su cerebro girando sin descanso.
—¿Estás bien? —lo tanteé sin moverme de la puerta—. Puedo irme a mi
habitación si quieres.
Ladeó la cabeza para mirarme.
—¿De qué hablas?
—Supongo que eso ha sido nuestra primera pelea real.
Se le suavizaron los rasgos y esbozó una sonrisa antes de hacerme un
gesto para que me acercase.
—Ven aquí. —Me aproximé a la cama con la misma cautela que un niño
al que han pillado con la mano en el tarro de las galletas y sabe que lo van a
regañar, pero Axel me hizo tumbarme y me rodeó con los brazos de
inmediato—. No es nuestra primera pelea. Me insultabas todo el tiempo y
me odiabas las primeras semanas.
—¿Estamos haciendo la cucharita? —repliqué solo para meterme un
poco con él, tampoco era como si no lo hubiésemos hecho antes. Sí,
supongo que éramos de esos tipos que necesitaban mimos—. Y no te
insulto. No en serio —me corregí, arrancándole una carcajada.
Axel me hacía sentir a veces como un crío y otras como un hombre
invencible. No tenía ni idea de cómo lo conseguía. Pero refugiarme en sus
brazos siempre resultaba muy agradable.
Me apretó más contra su pecho y sentí el metal de su piercing
clavándoseme en la espalda. El entrenador le había echado otra bronca más
por eso. Le había sugerido cubrirlo con cinta en cada entrenamiento y en los
partidos, a pesar de que también le había dicho que si perdía el pezón en un
derribo le estaría bien empleado por imbécil.
Quedó claro que a Meyer no le gustaban demasiado los adornos
corporales de ese tipo.
—No has negado que me odiaras en las primeras semanas...
Me reí.
—No, eso sí es verdad —señalé, y él también se unió a mis carcajadas.
Nos quedamos en silencio, abrazados. Axel besaba mi nuca de vez en
cuando y, cuando no, su aliento flotaba sobre mi piel como una caricia
cálida y reconfortante. Quise confesarle lo que no había podido decir un
rato antes en la cocina, pero no supe si me falló el valor o solo creí mejor
callarme para no alentar más su decisión de luchar contra todo y todos.
Quería a Axel King. Lo amaba. Pero quizá por eso mismo necesitaba que
él tuviera cualquier cosa que desease.
Así que no dije nada. Me dejé llevar por el suave rumor de su respiración
y la sensación reconfortante de su cuerpo contra el mío, y no tardé en
quedarme dormido entre sus brazos.
La victoria tuvo un sabor agridulce ese día, incluso cuando Chad no parecía
demasiado preocupado y me felicitó por mi espectacular carrera como lo
hicieron la mayoría de mis compañeros. Lo que había sucedido en el campo
era solo una breve muestra de lo que podía ocurrirle a Axel en la NFL,
contra lo que tendría que luchar. Ser insultado, juzgado, señalado y vejado,
y tener que morderse la lengua cada vez.
Me convencí de que él tomaría una buena decisión, más que nada porque
me volvería loco mientras lo esperaba en el hotel si me dedicaba a creer lo
contrario.
Pero aún quedaban más sorpresas desagradables por descubrir esa noche.
Y un tropiezo con Matthew King fue solo la primera de ellas. El hombre no
había obtenido la mejor primera impresión de mí, dado que solo nos
habíamos cruzado el día en que apareció en nuestra puerta y yo abandoné la
casa en estampida, pero, a decir verdad, yo tampoco tenía una buena
opinión de él.
Así que supuse que estábamos a la par.
—Un buen partido —comentó una vez crucé la entrada de los vestuarios.
Mi novio ya se había marchado en busca de Foster, y muchos de mis
compañeros iban de camino al hotel o al bar más cercano, al menos, los que
tenían la edad legal para entrar en uno.
Deseé haberme ido con ellos.
—Señor King —lo saludé echándome la bolsa al hombro y poniéndome
en marcha. Me había quedado clavado en el sitio al descubrirlo allí, pero no
tenía ninguna intención de mantener una conversación con él—. Axel ya se
ha ido.
La verdad era que no se me había ocurrido pensar que, en realidad,
estaba esperándome a mí.
—Mi hijo tiene una larga y prometedora carrera por delante —soltó a
pesar de que yo ya había empezado a caminar por el pasillo.
«No te gires. No le hables.»
Me volví muy despacio, ignorando cualquier advertencia de mi cerebro.
Quizá si no hubiera estado tan frustrado y nervioso, habría seguido
adelante. Pero no pude evitarlo.
—Lo sé mejor que usted. Lo veo cada día en los entrenamientos y en
cada partido que disputamos juntos.
Que el hombre estuviera allí esa noche ya era toda una novedad; nunca
asistía a nuestros partidos, así que no entendía que pretendiera darme
lecciones sobre el talento que yo ya sabía que tenía Axel.
La sombra de una media sonrisa asomó a su rostro y resultó curioso que,
a pesar de que me recordarse mucho a la de Axel, despertara el efecto
contrario en mí. Mientras que yo tendía a gravitar de forma inevitable hacia
Axel King y sus preciosas, oscuras y sensuales sonrisas, la de aquel hombre
solo me provocó un visceral rechazo.
—Ah, sí, pero los entrenamientos no es lo único que compartís, ¿no es
así?
—Bueno, usted está casado, no seré yo quien tenga que explicarle cómo
funcionan las relaciones y lo que conllevan.
Resultó evidente que el sarcasmo de mi respuesta no le gustó lo más
mínimo y tampoco lo esperaba. Un hombre como él no estaba
acostumbrado a que nadie le replicara.
Agitó la cabeza de un lado a otro, pero su perturbadora mueca de
desprecio no decayó.
—Descarado —señaló, y su mirada me barrió de pies a cabeza—. No
puedo entender lo que Axel ve en ti, pero sé lo rápido que se cansará...
Puse los ojos en blanco y me adelanté; ya estaba cansado de aquella
pantomima.
—Mire, ahórrese el discurso. De lo que quiera que haya venido a
convencerme, no va a funcionar. Si cree que este es el momento en el que
usted me dice que no soy lo suficientemente bueno para su hijo y yo me
derrumbo o alguna otra gilipollez por el estilo, va a llevarse una gran
decepción. —La voz de mi madre me regañó por mis pésimos modales,
pero, sinceramente, no tenía paciencia para soportar los alardes de alguien
como Matthew King—. Le diré algo: es usted el que no conoce a su hijo y
el que no lo merece, no yo. Ah, y permítame que le diga también que
ejercer de chulo para Axel es... asqueroso y una puta locura. Señor —escupí
en el último momento, aunque sonó de cualquier modo menos respetuoso.
Bien, ya estaba todo dicho. Le di la espalda y me encaminé hacia la
salida, pero de repente el hombre apareció junto a mí.
—A lo mejor quieres ver esto.
De nuevo, una voz me advirtió que era mejor no mirar y que tenía que
salir de allí de una vez. Pero mis ojos se desviaron sin querer hacia la
pantalla del móvil que el padre de Axel sostenía en la mano y la imagen que
mostraba.
—Es de hace apenas cinco minutos. Y ¿sabes qué? No importa lo que te
haya dicho mi hijo, porque mientras él está ahí, tú estás aquí. Solo.
Supe que con ese «él» no se refería a Axel, aunque también salía en la
foto. No. Estaba hablando de Levy, sentado a la misma mesa y justo al lado
de mi novio. Foster se encontraba al otro lado, así como un segundo hombre
que no reconocí, pero que, por su aspecto trajeado y profesional, supuse que
también pertenecería a la agencia.
Esa foto no tenía por qué significar nada. Axel ya me había dicho que en
la videoconferencia Levy también había estado presente y él había exigido
que se largase de la sala antes de empezar a hablar.
Por el ángulo en que estaba tomada, no había forma de discernir la
expresión de Axel; nada indicaba si estaba o no enfadado. Lo único que
dejaba claro era que se había sentado allí junto a él.
Respiré hondo y me dije que no iba a picar.
—Cuando tenga una en la que salgan follando, avíseme.
Durante una pequeña fracción de segundo, casi esperé que dijera que
también la tenía. Pero por suerte eso no sucedió. Yo había animado a Axel a
pensar sobre el posible trato que le ofreciera Olson & Faulk, así que ahora
no podía ponerme como un loco si la agencia había creado algún plan...
Levanté la vista de golpe.
—Oh, joder. No es la agencia. Esto es todo cosa suya, ¿no? ¿Quién de
ellos le debe un favor? ¿Foster? ¿O tal vez es usted amigo de alguno de los
socios propietarios? Está tratando de controlar la carrera de Axel y ese
chico desesperado de atención es la única forma que ha encontrado para
hacerlo.
Me dieron ganas de vomitar. En realidad, todo era una suposición, pero
encajaba tan bien para explicar todo aquel lío... Y la sombra en su mirada
prácticamente me lo confirmó. Un hombre como Matthew King estaba bien
relacionado y, desde el principio, en la agencia habían tenido en cuenta su
opinión, a pesar de que la de Axel era la única firma que necesitaban para
cerrar el trato. ¿Por qué otro motivo habrían aparecido, si no, aquel día con
Levy y un plan ya trazado?
Tuve que suponer que yo no cumplía con lo que fuera que necesitara de
ese chico; integridad, principios..., ni idea. Por lo que sabía, había muchas
cosas de las que carecía el ex de Axel.
Señalé al otro hombre de la foto.
—¿Un amigo suyo? —No pude evitar soltar una carcajada—. De verdad
que no tiene ni idea de quién es Axel.
El tipo apretó los dientes y me lanzó otra más de sus miradas
reprobatorias, una que en circunstancias diferentes me habría hecho desear
encogerme y desaparecer. Axel había heredado de él su talante autoritario y
el afán de control, no me cabía duda, pero el resultado final era algo
totalmente distinto.
—¿Algo más? Porque tengo una victoria que celebrar y un novio al que
esperar en el hotel.
Lo último seguramente sobraba, pero ya puestos...
«Que te jodan, Matthew King.»
No esperé una respuesta. Me largué de allí con paso decidido y la
barbilla alta. Claro que, en cuanto crucé las puertas de salida del estadio, la
seguridad que había demostrado frente al padre de Axel se esfumó de golpe
y no pude evitar preguntarme si, después de algo menos de tres meses
juntos, conocía a Axel King tan bien como creía.
Si Levy estaba en esa reunión, ¿tenía que suponer que Axel se prestaría a
lo que fuese por conseguir ese contrato de representación? Yo mismo lo
había animado a moderar sus opiniones, aunque había creído que toda
aquella mierda del novio de consolación estaba fuera de discusión.
Saqué el móvil y le envié un mensaje a Cooper:
Dónde estás?
Nos alojábamos cerca del estadio, de ahí que los entrenadores no nos
hubieran obligado a marcharnos todos juntos de vuelta. Así que me dirigí de
inmediato hacia allí. De camino, llamé a Axel, aunque como era de esperar
no contestó. Debía de haber silenciado el móvil mientras estaba reunido.
Empezaba a preguntarme si la oferta de Olson & Faulk era en realidad
sincera y el señor King no había presionado para ello. No era que no
creyese que Axel no tenía el talento necesario para recibir una oferta de esa
clase, pero aun así parecía todo demasiado bueno para ser verdad. Y que su
padre estuviera en medio no hacía más que alentar esa sospecha. Axel ya
me había dicho que su interés no se limitaba a algo personal; Matthew King
no buscaba tener un hijo del que presumir o sentirse orgulloso. Para él, todo
giraba en torno al dinero, el poder y los negocios. Y tener un hijo en la NFL
le abriría muchas puertas.
Me dije que no servía de nada darle vueltas y que Axel no tardaría en
regresar y contarme lo sucedido. Había mantenido la calma con su padre y
no había cedido a sus intentos de manipularme. Pero lo curioso de los
miedos era que la mayoría de las veces no respondían a algo racional y se
alimentaban de cualquier mínima inseguridad, y Matthew King había
sembrado la semilla de la duda en mí incluso cuando yo había creído no
estar permitiéndoselo.
«No seas estúpido», me dije.
De qué poco sirvió. En cuanto estuve en el bar rodeado de mis eufóricos
compañeros de equipo y copas y más copas comenzaron a desfilar frente a
mí, mi determinación se coló por el desagüe.
Y supongo que todo lo demás se fue detrás.
Trey
No tuve claro qué fue lo que me despertó, pero cuando abrí un ojo lo
primero que vi fue una espalda ancha y musculosa desnuda, solo que el
tono de piel no era exactamente el que debería...
—¡Joder! —Empujé al tipo fuera de la cama incluso cuando mi mente
turbia por el sueño y la resaca ya había hecho clic y sabía que se trataba de
Cooper.
Mi mejor amigo cayó por el borde del colchón y se oyeron un montón de
quejidos y maldiciones. Pero entonces me di cuenta de que había alguien
más en la habitación.
Axel estaba cruzado de brazos a los pies de la cama, erguido y perfecto,
vestido con vaqueros y un jersey y con una expresión que me resultó
ilegible. La luz entraba ya por la ventana, y tuve que entrecerrar un poco los
ojos para evitar que me chamuscara las pocas neuronas que habían
sobrevivido después de la juerga de la noche anterior.
—¡¿Qué mierda va mal contigo, imbécil?! —protestó Cop, asomando
por el borde del colchón—. Ah, hola, King.
La mirada de mi mejor amigo pasó del tipo terrible que nos estaba
fulminando con la mirada a mí, luego recorrió la cama y las sábanas
revueltas y se miró a sí mismo. Recé para que su pecho fuese lo único que
careciera de ropa, aunque sabía que no había pasado nada; joder, la sola
idea de tocar a Cop con intenciones sexuales me daba más ganas de vomitar
que las que estaba provocándome la resaca.
Pero Axel quizá no estuviera tan seguro.
—¡No es lo que parece! —soltamos Cop y yo a la vez.
Una de las cejas de Axel se elevó hasta desaparecer bajo su pelo oscuro.
—Vestíos si no queréis que el autobús os deje atrás. Salimos dentro de
veinte minutos.
Su voz era... neutra. No parecía contento, pero tampoco tan cabreado
como debería haberlo estado si pensase que Cooper y yo nos habíamos
liado.
—Axel...
—Date una ducha y vístete, Trey. Meyer nos dejará atrás sin dudarlo
después del numerito de anoche.
Quise preguntar. No, en realidad no quería. Habíamos bebido y bebido,
todos los que podíamos hacerlo. Los novatos más jóvenes ni siquiera habían
estado allí, pero los veteranos nos ocupamos de bebernos también la parte
que les correspondía. Recordaba a Cooper sin camiseta y subido a una
mesa, gritando lo duro que les habíamos dado a esos capullos, lo cual no
había sido la mejor elección de palabras, puesto que algunos miembros del
equipo no se sentían cómodos conmigo allí.
Preguntadme si eso me importó.
No. No lo hizo. Supongo que porque mis inseguridades fueron
decreciendo al mismo ritmo que aumentaba mi nivel de alcohol en sangre.
Un idiota, eso era.
—¿Cómo fue la reunión? —me atreví a preguntar mientras Cop luchaba
por encontrar su camiseta por la habitación... en vano.
Seguramente, porque se la había dejado en el bar.
—Ve a ducharte ya, Trey.
Eso no sonaba bien, y yo tenía un épico dolor de cabeza que me dijo que
era mejor hacerle caso y despejarme antes de mantener esa conversación.
Cuando me puse finalmente en pie y pasé por su lado de camino a la
ducha, no pude evitar rozarle el brazo y tratar de darle alguna explicación:
—Esto no es...
—Ya lo sé. ¿Quién crees que os sacó a los dos borrachos del bar y os
trajo hasta aquí?
—Oh.
Axel sonrió apenas, y fue más una mueca exasperada que una verdadera
sonrisa.
—Sí, «oh». Ahora métete en la ducha de una vez, chico de oro.
Suspiré aliviado. Las cosas no debían de estar tan mal si me llamaba así,
¿no?
Cogió su bolsa y se marchó antes de que pudiera obtener algo más de
información. Cooper me miró y, lentamente, una sonrisa enorme empezó a
extenderse por su cara.
—¿Creías que habíamos follado?
—Vete a la mierda, idiota. Solo tuve un breve momento de pánico.
Cooper no dejó de reírse, pero luego señaló:
—Dudo que pudieras engañar a ese tipo aunque lo intentases. Te salen
putos corazones por los ojos cada vez que lo miras.
Le di un empujón y me metí en el baño, aunque sabía que tenía razón.
Incluso borracho, y aunque no era que me hubiera entrado nadie la noche
anterior —o al menos no recordaba que fuera así—, dudaba mucho que
fuese capaz de liarme con nadie, hombre o mujer. Eso, por algún motivo,
me llevó a pensar en Grayson y lo que había sucedido con Caleb. ¿De
verdad no lo recordaba?
Traté de centrarme en eso, no porque fuera un tema en el que quisiera
pensar, sino porque la alternativa, ponerme a darle vueltas de nuevo a la
reunión de Axel con Jeremy o intentar recordar algo de lo sucedido la noche
anterior, tampoco me atraía lo más mínimo. Era aún peor.
Cuando me subí al autobús ya con el motor en marcha, puede que
estuviera duchado y tuviera mejor aspecto, pero me sentía como una
mierda. Me encontré a Axel sentado ya junto a Chad y metido en una
conversación de la que no apartó la atención para mirarme siquiera, así que
avancé por el pasillo y me desplomé en un asiento libre casi al fondo.
Cooper entró detrás mí. Creí que vendría a hacerme compañía y poder
revolcarnos juntos en nuestra miseria, pero contemplé cómo arrancaba a
Chad de su asiento y se apoderaba de él para sentarse junto a Axel. No era
que ellos dos fueran enemigos, es más, estaba seguro de que se respetaban,
pero tampoco eran fanáticos el uno del otro.
Bien, fuera lo que fuese lo que tramara Cop, y el motivo por el que Axel
parecía distante esa mañana, estaba seguro de que me enteraría cuando
llegásemos a casa.
Mientras, iba a lidiar con la mierda de resaca que tenía, mi estúpido
comportamiento y los gritos del entrenador mientras nos maldecía a todos
en al menos siete idiomas distintos. Al parecer, habíamos montado un buen
numerito la noche anterior en el bar y alguien se había peleado con alguien.
Nada de aquello parecía bueno.
Axel
—Explícame por qué tú estás sentado aquí y tu novio, mi mejor amigo para
más señas, se encuentra sentado solo. Anoche estaba como loco —me
reprochó Cop—. Deberías contarle lo que sea que pasara en esa reunión.
—Fui yo quien os encontró montando un espectáculo. Y también el que
tuvo que mediar con el grupito de JT. ¿Recuerdas siquiera la mierda que
estaban lanzándoos cuando llegué? No, seguro que no. Así que no te pongas
exigente conmigo, porque arrastré tu culo y el de Trey por todo el camino
de regreso al hotel mientras nuestro coordinador ofensivo juraba que nos
mataría a todos de una forma lenta y dolorosa.
Joder. No tenía ganas de hacer aquello. No quería hablar ahora con
Cooper y tampoco sabía cómo ir hasta Trey y contarle lo que había hecho.
Porque... ¿y si la había cagado? ¿Y si se asustaba y se alejaba? ¿Y si no
quería saber nada más de mí?
Me pasé la mano por la cara. Traté de ganar algo de espacio en el asiento
estrecho y estirar un poco las piernas. Meyer había dejado de maldecir y
ladrarnos, pero sabía que las cosas no iban a quedarse así cuando
estuviésemos de vuelta en el campus.
Aprovechando que yo no estaba presente en el bar la noche anterior, JT
debía de haberse sentido valiente y los reproches sobre la jugada en la que
habían sancionado a Chad no se habían hecho esperar, incluso cuando
finalmente habíamos ganado el partido. Era lamentable la cantidad de
mierda que aquel tipo había estado soltando por la boca sobre Trey y su
relación conmigo cuando entré en el sitio. Y también lo borracho que me
había encontrado a Trey. Cooper tampoco estaba mucho mejor.
Tal vez eso los hubiera salvado de participar activamente en la pelea.
—Eres un gilipollas —me espetó Cop—. Tu padre asaltó a Trey anoche
después de que te fueras y le dio una pequeña charla sobre lo bueno que
eres tú y la mierda que es él.
—¿Qué?
—Ya me has oído. Estaba esperándolo fuera de los vestuarios. —Gruñí
un par de tacos en voz baja. ¿Qué demonios? Por eso no había estado en la
reunión; era mucho pedir que nos dejara en paz—. Así que digamos que
Trey se vino un poco abajo, incluso cuando le hizo frente a tu padre y
esperó para derrumbarse hasta perderlo de vista.
—Mierda. ¡Joder!
—Ve ahí detrás y dile algo. Espera —dijo cuando hice amago de
levantarme—, ¿firmaste con Foster?
La única respuesta que le di fue una mirada sombría. No me parecía bien
hablarlo con él antes de hacerlo con Trey.
—Mantén tu culo pegado a ese asiento, King —ladró el coordinador
ofensivo cuando me levanté para dirigirme a la parte de atrás del autobús.
El entrenador Meyer, a su lado, me fulminó con una de sus miradas
asesinas y decidí que era mejor obedecer.
Miré a Cooper.
—Genial, ahora estamos atrapados aquí durante todo el camino. Juntos.
El muy idiota me sonrió.
—Todo esto es culpa tuya. Por ser un imbécil y evitar a Trey.
Sí, seguramente tenía la culpa por un montón de decisiones estúpidas,
solo esperaba que la que había tomado la noche anterior no terminara
regresando para morderme el culo, joderme la vida y alejarme de lo único
que en realidad importaba.
Como ya había predicho, nada mejoró para el equipo cuando por fin
llegamos al campus. Nos metieron en la sala en la que normalmente
visionábamos los partidos de nuestros rivales y repasábamos los nuestros y
nos leyeron la cartilla de un modo en el que jamás lo habían hecho antes.
Todo el equipo técnico estaba presente, pero fue el entrenador Meyer quien
pasó no sé cuánto tiempo asegurándose de que comprendiésemos lo
decepcionado y absolutamente cabreado que estaba con nosotros. Fue un
desfile de reproches que nos hizo ir hundiéndonos poco a poco en los
asientos como los niñatos malcriados que éramos. Hubo para todos, dudo
que alguien se salvara; si acaso, los pobres novatos que habían estado
durmiendo en el hotel o bebiéndose las botellitas del minibar a escondidas
mientras el resto la liaba en el local de enfrente. Meyer aseguró que habría
sanciones y castigos para más de uno, y me alegré de que en ese punto le
lanzara una mirada directa a JT.
A mí aún me dolían los nudillos del puñetazo que le había atizado en las
costillas al muy idiota cuando trató de abalanzarse sobre mi novio. Casi era
mejor que Trey no se acordase de nada, porque JT y sus leales seguidores
no habían empleado ninguna palabra bonita para referirse a él.
—Esto tiene que cambiar —exigió el entrenador por último—. O
mejoráis vuestro comportamiento u os echo a todos a la calle. Y los que
tengáis la esperanza de que algún reclutador venga a buscaros id rebajando
las expectativas, porque, si esto acaba por saberse, no dirá nada bueno de
vosotros ni del equipo. Y ya no hablemos de los que estáis aquí con una
beca.
No solo estaba en juego nuestra reputación, sino la del equipo y la de la
universidad. Y desde luego que no ayudaba a atraer atención de la buena.
Más que sumar en mi lista de mierdas que iban a dejarme fuera de la NFL.
Pero lo peor era pensar que Trey podía perderlo todo, su puesto en el
equipo y la posibilidad de terminar su carrera en la universidad. Él estaba
allí con una beca.
—Largaos de aquí, joder. No quiero ni veros.
Con esas poco sutiles palabras, nos enviaron a casa a todos ya pasada la
hora del almuerzo. Cop, Trey y yo nos fuimos en mi coche, pero ninguno
estaba especialmente hablador después de la bronca y, además, dos de los
presentes tenían una resaca de las que hacen historia.
Una vez en casa, Cooper fue directamente a la cocina con un talante más
sombrío de lo habitual en él. Trey, por el contrario, permaneció un momento
en la entrada, como si no supiera qué dirección tomar o en qué punto
estábamos.
Lo agarré por la cintura y encajé su fibroso cuerpo contra el mío. Inspiré
el aroma delicioso de su pelo. Olía al gel del hotel y a niño bonito, como
siempre, y no pude evitar sonreír. Porque, al parecer, ahora todo lo que
tuviera que ver con Trey me hacía sonreír.
—Siento haber sido un imbécil esta mañana —le dije. Había estado
enfadado y supuse que también tenía... miedo.
—Bueno, ese parece ser un estado recurrente entre nosotros. Somos
imbéciles por defecto.
Empujé su barbilla para que me mirase y me perdí un segundo en el
verde precioso e intenso de sus ojos. O tal vez me encontré en él. Trey
conseguía que nunca supiera muy bien cómo sentirme. A veces me daba la
sensación de que desmontaba mi interior y exponía partes de mí que yo no
sabía ni que existían.
—Te eché de menos anoche —suspiró mientras yo acariciaba su mentón
áspero por la sombra de barba que no había tenido tiempo de afeitarse esa
mañana.
—Creo que estabas demasiado borracho para echarme de menos —
repliqué, y él esbozó una mueca culpable—. Cop y tú...
—No pasó nada entre nosotros —se apresuró a interrumpirme, aunque
no fuera eso lo que iba a sugerir.
Deslicé los dedos por su nunca y los enredé en uno de sus mechones
rubios.
—Lo sé. Estaba allí y, aunque no hubiera estado, confío en ti, Trey —
aseguré, y de verdad lo hacía.
El caso era que yo nunca me había sentido con nadie como lo hacía con
él y tampoco había querido que alguien fuera mío como lo deseaba en ese
momento. Era ridículo y... primitivo, supuse, desear hacer de una persona
algo tuyo. Pero no era tanto como algo posesivo que me permitiera decidir
sobre su vida o sus acciones; era más como un sentido de pertenencia.
Como estar en el lugar adecuado con la persona correcta.
Como tener un hogar al que regresar.
Quería que Trey fuese mío para cuidarlo, protegerlo y compartirlo todo
con él. Y eso implicaba un posible futuro en el que yo no podía evitar
pensar. Lo que me llevaba de nuevo a la decisión que había tomado la
noche anterior.
—¿Y bien? —terció él. No había que ser muy listo para saber lo que me
estaba preguntando. Resoplé agotado—. ¿Tan mal fue?
Agité la cabeza en algo que no supe si fue un asentimiento o una
negación. Aquella era una conversación que debíamos tener, yo quería
hablarle de todo lo sucedido, y no iba a cometer de nuevo el error de
retrasarlo a pesar de que me moría de ganas de llevarlo arriba y enterrarme
en su cuerpo hasta que el resto del mundo desapareciese.
Iba a abrir la boca, pero él me la tapó con la mano.
—No. Ahora no. Necesito un poco más de tiempo.
—¿Tiempo para qué?
Se apoderó de mis labios en un beso suave y lánguido que resultó
demasiado breve para lo bien que me hizo sentir.
—No sé lo que ha pasado y... no quiero... Solo... —Inspiró, luchando con
las palabras.
—Ey, no pasa nada. —Lo besé yo esta vez, igual de despacio, solo para
disfrutar del sabor de su boca y del roce excitante de su lengua contra la
mía.
Trey Donovan resultaba embriagador, y si había algo que tenía claro era
que no iba a tener nunca suficiente de él.
—¿Tienes hambre? —cambié de tema, dándole la salida que tanto
parecía necesitar en ese momento. Cuando negó, repasé la sombra oscura
bajo sus ojos con la punta de los dedos—. Tienes un aspecto de mierda,
¿qué tal una siesta? Luego hablaremos.
Se rio ante el poco halagador comentario, pero asintió. Luego empezó a
mordisquearse el labio inferior como hacía siempre cuando estaba inquieto
por algo. Arrastré los dedos hasta su boca y se lo saqué de entre los dientes.
Presioné un poco, hasta que él respondió lamiendo la punta de mi pulgar y
mi polla reaccionó con una sacudida a su toque, claramente interesada en el
giro repentino de los acontecimientos.
Nos arrastramos escaleras arriba y nos metimos en mi habitación. No
necesitamos decirnos nada. En cuanto la puerta se cerró a nuestra espalda,
estaba sobre él. Lo arrinconé contra la pared y me empujé contra su cuerpo
para hacerle sentir lo mucho que lo necesitaba, y el jadeo ahogado que se le
escapó fue señal suficiente para hacerme saber que a él le pasaba lo mismo.
—¿Ves lo que me haces? ¿Lo mucho que te deseo? —susurré en su oído.
Era más que solo deseo, más que la irracional atracción que había sentido
en cuanto había puesto mis ojos sobre él meses atrás.
Era más. Y yo lo quería todo. Con él.
Siempre.
Trey necesitaba saber eso y yo tenía que encontrar la manera de
decírselo sin que se asustara.
Pero en ese instante lo quería dentro de mí. Llevé mi mano hasta la
bragueta de sus vaqueros y presioné la palma contra su eje. Estaba tan duro
como yo, y la sola idea de tenerlo empujando en mi interior me volvía loco.
—Axel —gimió mientras yo buscaba el modo de llegar hasta su piel.
Empujé su sudadera fuera de mi camino, quitándosela por la cabeza, y su
camiseta fue detrás. Los vaqueros y su bóxer acabaron en torno a sus
tobillos, y tuve que arrodillarme frente a él para quitarle las zapatillas y
terminar de liberarlo de la ropa. Cuando levanté la vista para contemplar su
increíble cuerpo desnudo, estar de rodillas a sus pies me pareció el mejor
lugar del mundo.
—Mierda, chico de oro. Eres tan jodidamente perfecto.
Trey me puso los ojos en blanco, pero el brillo alentador en sus pupilas
me dijo que no estaba tan exasperado con mis cumplidos como quería
hacerme creer. Le gustaba. En realidad, creo que le encantaba que le dijera
lo bien que me hacía sentir, lo bien que sabía, lo mucho que lo deseaba...
—Tu ropa sigue ahí —me señaló burlón.
—Puedo solucionarlo.
Nunca me había desnudado tan rápido. Realmente, necesitaba aquello.
Mucho. Con desesperación.
Lo agarré de la nuca y retrocedí con mi boca sobre la suya hasta que mis
piernas tropezaron con el borde del colchón y me dejé caer hacia atrás. Me
subí a la cama y me estiré para sacar el lubricante de la mesilla de noche.
Trey rio de nuevo, y fue el mejor puto sonido que hubiese oído jamás.
—Alguien está un poquitín ansioso.
—Quiero que me folles —fue toda mi respuesta.
Trey arqueó las cejas y, durante un breve instante, me pareció ver la
inseguridad asomarse a sus ojos.
—Está pasando de nuevo —farfulló, para luego añadir—: Después de la
otra reunión. Tú...
Bueno, mierda, sí. Tal vez había un patrón ahí. A lo mejor necesitaba
que Trey también desease sentirme como suyo al margen de lo que el resto
del mundo esperase de mí. A lo mejor quería que se apropiara de mi cuerpo
del mismo modo en que ya parecía haberlo hecho de mi mente y mi
corazón.
Joder, quería que me reclamase. Y tal vez eso era tan sorprendente como
el resto de lo que sucedía entre nosotros.
Nunca me había sentido de nadie. Nunca había soñado siquiera desear
sentirme así.
—Si no quieres...
—Oh, no. Quiero. Lo quiero mucho —repuso con tanta vehemencia que
me hizo sonreír. Hundió una rodilla en el colchón y se arrastró hacia mí—.
Pero luego espero que tú hagas lo mismo por mí, así que tienes prohibido
correrte.
Murmuré una maldición y me agarré la polla en un acto reflejo. Trey me
dio un manotazo en el brazo para apartarlo. Por una vez, parecía ser él
quien estaba dispuesto a torturarme de la mejor de las maneras; claro que, si
era capaz de soportarlo, luego sería yo el que lo machacaría hasta hacerlo
suplicar.
—Trato hecho —acepté, y él ronroneó con la boca contra mi piel.
Tomó mi pezón entre los labios y su lengua jugueteó con la barrita de
metal que lo atravesaba. Ponerme aquella mierda había sido lo mejor que
había hecho en mucho tiempo. De algún modo, cada golpe de su lengua iba
directo a mis pelotas y hacía que lo sintiera por todo el cuerpo.
—Joder, qué bien.
Apoyado sobre los codos, dejé caer la cabeza hacia atrás y cerré los ojos,
sintiéndome en el maldito paraíso. Mis piernas se abrieron para él y Trey se
acomodó entre mis muslos. Fue bajando por mi cuerpo. Su boca recorrió
mis abdominales y se deslizó por los surcos de mis músculos con una
perezosa calma que me sacó de quicio y me excitó aún más al mismo
tiempo.
—Trey.
—Mmm... —murmuró contra mi piel. Me apretó el muslo y me lamió la
punta. Más maldiciones brotaron de entre mis labios. Él rio—. Ahora ya
sabes lo que se siente.
—También entiendo tus insultos —gruñí.
Enredé los dedos en su pelo y empujé su cabeza contra mi polla de una
manera vergonzosa. Trey volvió a reír. Sus carcajadas retumbaron en mi
pecho y le hicieron cosas raras a mi estómago. Y estuve a punto de
confesarle que quería oírlo reírse así siempre conmigo, en la cama o fuera
de ella.
—Voy a hacer que te sientas bien.
No lo dudaba ni por un segundo. Y también sabía que, en venganza, me
torturaría todo lo posible durante el proceso.
No me importó.
—Está bien, soy todo tuyo, chico de oro. Haz que cuente —le dije,
porque era lo más cercano a admitir que no quería ser de nadie más.
Nunca.
Trey
Tener a Axel King desnudo, abierto y expuesto ante mis ojos seguía siendo
absolutamente desconcertante y estimulante al mismo tiempo. También me
aterraba. No la situación en sí; ya había pasado hacía mucho la época de
confusión acerca de sentirme atraído por un chico. Sinceramente, no estaba
aún muy seguro de qué etiqueta se suponía que tenía que ponerme, pero era
algo en lo que tampoco quería pensar o darle demasiada importancia. Me
sentía bien conmigo mismo y con lo que tenía con Axel. Tan bien que no
quería que nada cambiase entre nosotros.
Y la realidad era que su reunión de la noche anterior podía cambiarlo
todo.
Así que yo había dado un paso atrás y, en vez de afrontar de una vez lo
que fuese que hubiera decidido Axel, lo estaba distrayendo con sexo.
Sí, sí. Muy maduro por mi parte, lo sé.
Lamí su eje desde la base hasta la punta sin apartar la mirada de su
rostro. Quería contemplar cada estremecimiento, cada gemido. Saber que
era yo quien los provocaba me hacía sentir jodidamente increíble. Yo era
quien le hacía eso.
Sonreí como un estúpido.
—Date la vuelta.
La orden lo dejó desconcertado durante unos pocos segundos. Así que lo
empujé y lo hice girar sobre el colchón. Pasé una de las almohadas bajo sus
caderas y luego, cuando lo tuve exactamente donde lo quería, acaricié los
costados de su cuerpo de arriba abajo. Sus músculos tensos bajo las palmas
de mis manos eran la mejor sensación de este mundo.
Quería volverlo loco. Aturdirlo de la forma en que él lo hacía conmigo.
Que olvidara todo lo que no fuésemos nosotros en esa habitación. Por el
momento, el mundo real podía irse a la mierda.
Me incliné sobre su espalda y besé cada centímetro de piel a mi alcance
mientras mis caderas se impulsaban hacia delante y mi polla se frotaba
contra su culo. Lo provoqué a sabiendas de que, esa vez, él parecía incluso
más ansioso que yo.
—Deja de jugar —me reprochó, de nuevo gruñendo impaciente.
—Jugar contigo es divertido.
Esto no iba a ser rápido ni desesperado como lo había sido aquel día en
la cocina. A pesar de que me dolían las pelotas por la necesidad de
hundirme en su interior, pensaba tomarme mi tiempo con él. Ni siquiera el
cansancio o la resaca lo estropearían.
Cuando trató de girarse, aplané la palma de la mano contra la curva baja
de su espalda y me eché hacia atrás. Acto seguido, fui a por todas. Hundí la
cara entre sus nalgas y presioné la lengua contra su agujero apretado.
—Oh, mierda, Trey —gimió en un largo suspiro que dejó sus pulmones
vacíos.
Era la primera vez que yo hacía algo así y, joder, puede que fuera aún
más excitante de lo que había esperado.
Lo torturé sin descanso. Bordeé su entrada, trazando círculos a su
alrededor, empujando luego en su interior. Axel prácticamente se deshizo
sobre el colchón. Gimió y pidió más, y yo me sentí vergonzosamente
orgulloso. Y más cachondo que en toda mi vida.
—Eso es... Es...
—Uy, mirad al quarterback tartamudeando.
—Vete a la mierda, idiota.
Mi réplica a eso fue deslizar un dedo dentro de su culo, lo cual acalló
cualquier otra protesta que fuera capaz de conjurar. Vale, a lo mejor había
descubierto la manera de cerrarle la boca a Axel King.
Por una vez, los roles entre nosotros habían cambiado totalmente.
—Dime si está bien así —le pedí mientras jugaba con mi lengua y mi
dedo.
La vez anterior, Axel se había preparado para mí. No quería hacerle
daño, aunque no parecía que ese fuese el caso.
—Más. Dame otro.
—¿Seguro?
Un exigente gruñido fue suficiente para convencerme. Solté una risita y
añadí un segundo dedo. Su culo se apretó de inmediato, pero luego se relajó
enseguida. Volví a lamerlo alrededor mientras retorcía los dedos en busca
de su próstata. Cuando Axel gimió y empujó hacia atrás, supe que la había
encontrado.
—Sí, joder. Joder —exclamó, seguido de una ristra de maldiciones.
Continué apuñalándolo, inclinado sobre él para susurrarle al oído un
montón de sucias provocaciones y explicarle lo bien que iba a hacerlo
sentir. Alcancé su polla con la otra mano y le di un par de caricias flojas y
totalmente insuficientes. Mi propia polla estaba dura como una piedra y
reclamaba una atención que en ese momento no podía prestarle, lo cual era
una suerte, porque había muchas posibilidades de que me corriera en el acto
si me tocaba.
No tenía ni idea de cómo iba a ser capaz de metérsela y no acabar en dos
segundos.
—Estoy listo. Joder, hazlo ya —se quejó, y yo me reí. Estaba visto que
Axel no era el único imbécil de los dos cuando se trataba de hacer agonizar
al otro.
—No sé, esto es bastante divertido.
—Trey —me advirtió.
—Axel.
Solo tuve que esperar un par de segundos para obtener lo que quería.
Tres, dos...
—Por favor —rogó, empujándose contra mis dedos.
Excitado.
Necesitado.
—Joder —maldije al contemplar la imagen que me estaba brindando.
Busqué sobre la cama el bote de lubricante y me las arreglé para
embadurnarme la polla con él con una sola mano. Un instante después,
retiré los dedos y me coloqué en posición. Sin embargo, no hice nada por
deslizarme en su interior. Tuve que sujetarlo de las caderas para que no
fuera él quien se empalara en mí.
—Vamos, King, dime lo que quieres —me burlé, a pesar de que,
mentalmente, estaba recitando las estadísticas de todo el equipo para evitar
centrarme en lo placentera que resultaba su entrada apretada.
No estaba muy seguro de quién de los dos deseaba más aquello.
—Así que King, ¿eh? ¿Así es como vamos a jugar?
Me reí y le clavé los dedos en la carne porque parecía decidido a tomar
las cosas por su propia mano. Lo nuestro resultaba a veces una cuestión de
provocación, de cruzar los límites del otro a base de exigir una absoluta
rendición. Otras, era más lento, caricias por encima de la ropa y besos
apenas robados. Pero siempre parecía demasiado e insuficiente a la vez. No
creía que fuera a cansarme jamás de tenerlo bajo mi cuerpo; ni encima, ni al
lado. Detrás o delante. Daba igual.
Cedí lo justo para hundirme tan solo unos pocos centímetros en él y...
«Mierda. Mierda. Mierda.»
—Dios, estás demasiado apretado.
—Trey, te juro que...
Empujé lentamente hasta el fondo y la amenaza que fuese a formular
murió en sus labios y se transformó en un largo gemido de placer que no
hizo nada bueno por mi autocontrol. Todo en lo que podía pensar era en no
explotar y que aquello acabase casi antes de haber empezado. ¿Cómo
demonios podía ser tan condenadamente delicioso?
Aparté la vista de su precioso culo redondo y duro y respiré hondo para
calmarme. Me incliné y envolví los brazos alrededor de su cintura. Una
ligera capa de sudor cubría su espalda, y su olor... puede que me hubiese
hecho un poco adicto también a ese aroma tan característico que
desprendía. A todo él.
Creo que fue en ese momento, hundido en él y con su cuerpo contra el
mío, cuando me prometí que lidiaría de cualquier forma necesaria con lo
que fuera que hubiese sucedido en esa reunión.
Mientras Axel se retorcía bajo mi cuerpo y yo le murmuraba al oído lo
bien que me hacía sentir, el modo en que se ajustaba a mí y lo loco que me
volvía, comencé a moverme. Embestidas largas y profundas, muy despacio,
dejando que percibiera cómo cada centímetro de mí se adentraba en su
cuerpo y disfrutando de la sensación de estar haciéndolo mío. Lo poseí. Le
arrebaté la voluntad y, a cambio, le proporcioné todo el placer que fui capaz
de entregarle, a sabiendas de que lo único que anhelaba más que mi propio
disfrute era el suyo. Porque oír los gemidos entrecortados que abandonaban
sus labios cada vez que me empujaba más profundamente suponía perderme
un poco más en él. Me daba vueltas la cabeza. Apenas podía respirar.
Me incorporé llevándomelo conmigo y ambos quedamos de rodillas
sobre el colchón. Axel se arqueó y se clavó aún más en mí, y lanzó su mano
hacia atrás para aferrarse a mi nuca. Su boca buscó la mía. Durante un
puñado de segundos eternos todo lo que hicimos fue besarnos; lengua
contra lengua. Y cuando nos separamos la expresión de Axel era tan
abierta, tan vulnerable y necesitada, tan sinceramente abrumadora que creí
que no sería capaz de sostenerme y sostenerlo a él.
—Más, Trey —pidió; suplicó más bien—. Quiero ser tuyo.
Cuando trató de apartar la vista, tanteé su barbilla para mantener su
cabeza ladeada y obligarlo a mirarme. Deslicé la otra mano hasta su cadera
y empujé desde abajo para conducirme aún más profundo.
—Ya eres mío. Eres todo mío, Axel King. Y vas a seguir siéndolo —le
aseguré con una nueva embestida que apenas si le permitió mantener los
ojos abiertos. Lo apreté contra mi pecho y me aseguré de que entendiera
mis siguientes palabras—. Y yo te pertenezco, ¿me oyes? Solo tú y yo. Solo
contigo.
Axel emitió un jadeo tembloroso. Su cabeza cayó sobre mi hombro.
Empujé. Y empujé. Y seguí hundiéndome en él con todo lo que tenía
mientras él salía a mi encuentro con la misma cruda necesidad de sentirme.
De sentirnos. Juntos.
Cuando no fuimos capaces de mantenernos erguidos, salí de él. Axel
protestó por la pérdida, pero enseguida lo hice tumbarse boca arriba.
—Quiero ver ese precioso rostro cuando no puedas soportarlo más y te
corras en mi polla.
—No pares, por favor.
—Nunca.
Después de eso, todo se aceleró. Aumenté el ritmo de mis embestidas y
busqué ese punto infame en su interior para machacarlo sin descanso. Axel
tiró de mí y, aunque besarse y respirar al mismo tiempo parecía en aquel
momento una utopía, apoyé la frente contra la suya y no abandoné su boca
ni un instante. Más que besarnos, nos bebimos los gemidos y el aliento del
otro como si eso fuera lo único que necesitábamos para llenarnos los
pulmones.
Axel tomó todo lo que le di y yo traté de entregárselo de vuelta con la
misma devoción. Era cálido y apretado, y tan perfecto que sabía que no
podría haber nadie después de él. Porque no solo se trataba de sexo, sino del
sentimiento que se enroscaba en mi pecho cada vez que lo miraba. De lo
bien que me hacían sentir todas esas emociones en mi interior. De lo mucho
que podía perderme en él y encontrarme al segundo siguiente.
—Estás hecho para mí —aseguré con poco más que un gruñido.
Y yo estaba hecho justo a su medida.
—Trey, ya estoy... estoy cerca —balbuceó, abriendo los ojos para
mirarme.
En otro momento, tal vez podría haberme reído por lo aturdido que
parecía, con los ojos vidriosos, cargados de lujuria y rebosando un placer
casi angustioso. Los labios abiertos en un jadeo infinito y entrecortado. El
sonido de esos gemidos llenaba mis oídos junto con el erótico choque entre
nuestros cuerpos, contundente e interminable. Mi propio orgasmo empujaba
desde la base de mi espalda, desenredándose a través de mis músculos y mi
piel.
—Lo quiero. Lo quiero todo de ti —acerté a decirle.
Envolví la mano en torno a su eje y comencé a bombearlo al mismo
ritmo que lo llenaba. Axel apretó la nuca contra la almohada y gimió con
tanta fuerza que supe que, si Cop estaba aún en la casa, no le cabría duda de
lo que estábamos haciendo.
Ajusté la otra mano sobre su cadera todavía con más fuerza. Iban a
quedarle marcas allí, yo también tenía unas cuantas, pero a él no parecía
importarle en absoluto. Estaba demasiado perdido en su placer. Con un
último y poderoso empuje, me hundí profundamente en él. Axel abrió los
ojos y la boca en un grito silencioso. Todos sus músculos se pusieron
rígidos y su cuerpo se sacudió bajo el mío. Mi propia polla comenzó a
palpitar cuando chorros de semen salpicaron su abdomen y su pecho, y su
agujero se apretó con fuerza en torno a mí, enviándome de cabeza a un
orgasmo de cuerpo entero. Cada músculo y cada hueso, cada centímetro de
mi piel vibró y me vacié en su interior durante lo que me pareció una jodida
eternidad.
Ni aun así me detuve, continué entrando y saliendo de él, atravesando mi
propio orgasmo y acompañándolo en el suyo hasta que no quedó más de
nosotros que entregar y me derrumbé sobre él con una exhalación.
Escondí el rostro en el hueco de su cuello, abrumado y exhausto.
Durante varios minutos ninguno dijo nada. Pero Axel me rodeó con los
brazos y deslizó los dedos por mi espalda con suavidad y yo besé la piel de
su garganta como una respuesta silenciosa a sus tiernas caricias.
Estuve a punto de susurrarle que lo amaba. Nunca lo había tenido tan
claro como entonces, pero no quería ser la clase de tipo que dice algo así
después de follar incluso cuando yo sabía que lo que habíamos hecho no era
follar en absoluto.
—Vaya —dijo él finalmente.
Me eché a reír, repentinamente nervioso.
—Sí, eso lo define bien.
Sabía que teníamos que hablar. Dejarlo abandonar aquella cama, o
hacerlo yo, sin mantener una conversación no debería haber sido una
opción después de todo por lo que habíamos pasado. Nuestros encuentros y
desencuentros. Las idas y venidas.
La cabeza aún me daba vueltas y mi corazón continuaba estrellándose
contra mis costillas de un modo preocupante. Pero entonces Axel tomó mi
rostro con una mano y empujó con el pulgar para obligarme a abandonar el
refugio de su cuello. Sus ojos estaban brillantes y su mirada era suave y
cariñosa. Tierna como pocas veces lo había visto.
—Tenemos que hablar, pero hay algo que vamos a hacer antes.
—¿Eh? —Bien, ahora era yo quien balbuceaba.
—Primero ducha, y luego te vienes conmigo.
—No sé si puedo moverme —lloriqueé, y él sonrió.
—Quiero mi cita. Una de verdad.
Arqueé las cejas. Habíamos salido en muchas ocasiones a comer por el
campus, habíamos estado en varias fiestas juntos, aunque nunca como
pareja, o al menos no de forma oficial. Las citas no eran lo mío en realidad;
bueno, a no ser que me remontara al baile de graduación del instituto.
Axel había pagado en la subasta por una cita conmigo y no habíamos
llegado a tenerla, aunque yo sabía que no se trataba de eso.
—¿Vas a llevarme a cenar? —parpadeé, burlón, pero más nervioso de lo
que me habría gustado tener que admitir.
—Haré algo mejor. Y hablaremos de... todo.
Esa pausa no me pareció muy prometedora, pero Axel no me pediría una
cita para confesarme luego que había aceptado las condiciones de Olson &
Faulk y que Levy seguía a bordo en toda aquella locura, ¿verdad? No podía
ser una cita de despedida o algo así. ¿Eso sucedía? ¿Uno se llevaba a su
novio por ahí y le decía que su nueva agencia le había suministrado un
chico para desahogarse entre partido y partido de la NFL?
—Vaya, te sale humo de las orejas.
Rodé hasta quedarme tumbado a su lado, mirando al techo. Pero Axel no
parecía dispuesto a dejarlo pasar. Se apoyó en un codo y se inclinó sobre
mí. Tenía una de esas sonrisas oscuras y provocadoras que yo, en
condiciones normales, disfrutaba tanto. Eso solo consiguió ponerme más
nervioso.
—Eres adorable cuando estás preocupado.
—Y tú, idiota.
Suspiró, aunque sabía que mi respuesta no era más que uno de nuestros
tira y afloja.
—Anoche tomé una decisión.
Esperé, pero no dijo nada más. Mierda, eso no era bueno. Tampoco las
líneas de inquietud que aparecieron en su rostro.
—Te da miedo haberte equivocado —señalé, y no fue una pregunta.
Trazó la línea de mi mandíbula con el pulgar y su uña raspó a través del
rastro de barba de mi mentón, poniéndome la carne de gallina. Luego sus
dedos se deslizaron por mi garganta y mi torso, y sus ojos persiguieron el
movimiento hasta que su mano quedó plana sobre la parte izquierda de mi
pecho. Mi corazón retumbó una vez más con fuerza, casi como si lo
saludara y respondiera a su tacto.
Acto seguido, me besó. Pero no fue como cualquiera de las otras veces.
No, me besó de un modo tan ardiente y profundo, tan crudo y real que creí
que, cuando terminara, encontraría quemaduras sobre mi piel. Sobre mi
alma tal vez.
—Tengo miedo de que te asustes y salgas corriendo, Trey Donovan —
admitió al separarse, y sus ojos azules regresaron a mi rostro—. Tengo
miedo de perderte y no ser capaz de volver a sentirme en casa nunca más
sin ti.
Y con esas pocas palabras, si no lo hubiera estado ya, habría terminado
totalmente enamorado de él. Así que respondí de la única manera en que
podía hacerlo:
—No creo que correr sea ya una opción para mí, Axel King.
Axel
Que el decano quisiera vernos no era una buena señal. Todos en el campus
sabían que, en la escala de fraternidades favoritas del hombre, la nuestra no
solo estaba en el último puesto, sino que había sido desterrada hacía mucho
de la lista.
Hasta ese momento Maddox había jugado bien sus cartas, o lo que fuera
que hiciera con él, y nos había mantenido relativamente a salvo de la ira del
hombre. No quise pensar en si los problemas del equipo habían llegado
también a oídos de Davis y aquello iba más allá de la improvisada hoguera
de Halloween.
Trey y yo acudimos al llamamiento de nuestro presidente juntos y
acompañados de Cooper y Chad. Este último se había acercado a mí en los
vestuarios, al igual que algunos de los chicos, para asegurarme que las
cosas mejorarían y que, básicamente, les daba igual con quién saliese o me
acostase. Y, si era honesto conmigo mismo, sus palabras me habían hecho
sentir bien. No había creído que las necesitase; estaba acostumbrado a
ignorar lo que me rodeaba cuando era necesario y a no dejar entrar a nadie,
pero después del tiempo que llevaba con Trey había comprendido que
buscar esa aceptación, tener gente que se preocupaba por ti, no era una
debilidad.
Estaba aprendiendo a confiar.
—Bien, ¿de que creéis que va todo esto? —inquirí mientras nos
acercábamos a la entrada de la casa.
Cooper fue el primero en responder:
—Veinte pavos a que el decano se ha cansado de Maddox y nos va a
cerrar el chiringuito.
—¿Vosotros también creéis que se la chupa?
Los tres nos giramos de golpe hacia Chad, pero solo Trey fue capaz de
decir algo:
—¿Perdón?
Chad sonrió. En cierto modo, se parecía a Grayson. No en el físico,
porque Chad era más ancho y castaño y no se veía tan despistado como mi
compañero de piso, pero tenía esa actitud despreocupada y, bueno, a veces
soltaba pensamientos aleatorios y sin sentido.
—Venga ya. Decidme que no lo habéis pensado alguna vez —prosiguió
especulando, y ninguno dijo nada. Para ocupar el cargo de decano ese tipo
debía de tener, ¿qué? ¿Doscientos años? Trey se estremeció a mi lado,
seguramente pensando lo mismo—. ¿No creéis que nos han dado
demasiadas oportunidades incluso cuando no dejamos de meter la pata? Ahí
hay algo turbio, estoy seguro.
—Estás enfermo —señaló Trey, y Cooper se echó a reír, asintiendo.
Yo solo arqueé las cejas y les hice un gesto señalando la puerta.
—Entremos y comprobémoslo. Y veo esos veinte. Apuesto a que ese tío
parece mi abuelo y nos dan arcadas a todos solo de pensarlo.
—Dios, ahora no voy a poder dejar de imaginármelo —murmuró
Cooper, lo que hizo que Trey le dedicara una mirada extraña.
Empujé la puerta y los dejé pasar.
—Para lo mucho que decís que os gustan las tetas, pensáis demasiado en
mamadas y sexo gay —susurré entre dientes, aunque estaba seguro de que
tanto Chad como Cop me habían oído.
Trey se rio y me robó un beso al cruzar el umbral. Y tuve que
contenerme para no alargarlo y que el decano nos pillase enrollándonos.
Eso sí, me permití darle un apretón en el culo antes de dejarlo ir.
—No puedes mantener las manos para ti mismo —se burló mientras nos
dirigíamos hacia el salón de reuniones.
Era el mismo en que Trey había bailado con su hermano en la fiesta de
Halloween, pero ahora los muebles estaban de nuevo en su sitio. La réplica
obscena que iba a darle murió en mis labios cuando descubrí a todos los
hermanos sentados ya y a un tipo tras el atril que normalmente habría
ocupado Maddox si aquello hubiera sido una reunión normal de la
fraternidad.
Nuestro presidente estaba de pie, un poco por detrás de Davis, con el
rostro tan inexpresivo que no fui capaz de extraer absolutamente nada de él.
Nunca lo había visto así. Por Dios, era el mismo tipo que nos había
subastado a todos no hacía tanto mientras empleaba su labia incontenible y
halagadora para inflar las pujas y conseguir un montón de dinero.
Aquello tenía que ser malo. Muy malo.
—Señores atletas, qué bien que hayan podido reunirse por fin con
nosotros —dijo el hombre, destilando un sarcasmo corrosivo.
Todos nos apresuramos a ocupar los asientos libres.
Una vez sentados, mi mirada se dirigió hacia la máxima autoridad de la
universidad. Logan Davis no era un octogenario con gafas y chaqueta de
tweed como había imaginado. Seguro que yo había visto una foto suya
alguna vez o habíamos coincidido en algún acto, pero debía de haberlo
borrado de mi mente porque ni siquiera me sonaba. No creía que el tipo
hubiera cumplido los cuarenta, aunque algunas canas asomaban en sus
sienes y la expresión seria con la que nos estaba observando no ayudaba a
que pareciera más joven. Era tan alto como yo y la chaqueta de su traje azul
marino se abrazaba a sus hombros y le caía sobre el pecho con un ajuste
perfecto. Una sombra de barba cubría su mentón y ensalzaba la dureza de
sus rasgos. Resultaba incluso un poco perturbador que el hombre que
dirigía la universidad fuera bastante atractivo.
—Empiezo a creer que tal vez pierda esa apuesta contra Chad —
murmuré inclinándome más cerca de Trey para no tener que levantar la voz.
El silencio que reinaba en la sala era antinatural y, si las miradas
matasen, la universidad habría tenido que realizar un montón de homenajes
funerarios en esos días.
Trey se volvió hacia mí. Sus ojos se estrecharon en dos finas rendijas.
—¿Te gusta ese tío?
Oh, mierda. ¿Ese matiz afilado de su voz eran celos? ¿El chico de oro
estaba celoso?
Le sonreí solo para sacarlo un poco de quicio. Resultaba adorable. Trey
no había comprendido aún hasta qué punto estaba metido en lo nuestro.
Puede que Davis resultara haber sido un bonito espectáculo visual, pero
solo había un hombre al que deseaba en aquella sala, en todo el campus. Por
lo que sabía, en todo el puto mundo en realidad.
Y, no, no era el decano.
—Cuando lleguemos a casa voy a demostrarte lo que me gusta
exactamente —dije dándole un apretón en el muslo que lo hizo saltar en la
silla—. Y voy a disfrutar cada maldito segundo haciéndolo.
—Está bien —comenzó a hablar Davis, interrumpiendo lo que fuera que
Trey fuese a replicar—. Están bajo vigilancia, todos ustedes y esta casa.
Nada de fiestas. Nada de espectáculos penosos o accidentes. Nada de
eventos salvo los que ya he acordado con el señor Wright —continuó,
lanzándole una breve mirada a Maddox por encima del hombro. De nuevo,
si las miradas matasen...—. Esto es lo que obtienen cuando no saben
comportarse como los adultos que se supone que son ni siguen las normas
de esta institución. Todos ustedes van a involucrarse en un montón de
eventos benéficos y servicios a la comunidad a partir de ahora y hasta nueva
orden. Acudirán cuando y a donde se les diga, y lo harán con una sonrisa y
la mejor de sus actitudes. Ustedes. —Señaló en nuestra dirección, donde
estaba sentado la mayoría del equipo de fútbol—. Su entrenador y yo
tenemos planes especiales para su pequeña pandilla de alborotadores,
aunque también están incluidos en los del resto.
Maddox, como si desease que la tierra lo tragase, se mantuvo erguido y
con la boca cerrada. Aunque resultó curioso el modo en que sus ojos
parecían querer perforarle la nuca a Davis cuando habló de planes
especiales. Continué observándolo mientras el decano hablaba acerca de
varios servicios a la comunidad con los que debíamos cumplir si queríamos
que nuestros últimos tropiezos no constaran en el ya de por sí grueso
expediente de nuestra fraternidad.
Fruncí el ceño cuando dijo aquello. Nos estaba castigando, sí, pero
¿Maddox había conseguido que todo se mantuviera fuera del papeleo si
alguna vez alguien escarbaba en nuestra mierda?
—Todos fuera —concluyó Davis, aunque enarcó una ceja cuando
Maddox trató de escabullirse. Ni siquiera necesitó abrir la boca; ese simple
gesto abortó la descarada huida de nuestro líder de inmediato—. Señor
King. Señor Donovan. Quédense.
—Mierda —exclamó Trey.
Sí, estaba claro que las cosas se ponían cada vez mejor para nosotros.
Nos quedamos allí sentados hasta que todo el mundo salió de la sala, lo
cual no tardó mucho en suceder; una casa en llamas no habría hecho que
mis hermanos se movieran más rápido.
—Acérquense —ladró, y juro que Maddox se estremeció ante la
imperturbable y autoritaria voz del hombre.
Lo interrogué con la mirada, pero Maddox solo tomó aire como si le
costase llenar del todo los pulmones y lo dejó salir lentamente.
Joder, sí, había una historia sórdida ahí, estaba cada vez más seguro de
ello.
—He tenido conocimiento del altercado de este fin de semana. Tanto el
entrenador como yo estamos dispuestos a mirar hacia otro lado y no tener
en cuenta que les está terminantemente prohibido abandonar el hotel e irse
de... fiesta antes y después de cualquier partido. Sin mencionar la pelea en
la que se han visto involucrados. —A pesar de que nos estaba dando un
pase, lo que venía a continuación no podía ser alentador, a juzgar por lo
pálido que se había puesto Maddox—. Si bien esperamos cierta
colaboración por su parte.
—¿Qué clase de colaboración? —me permití preguntar.
Mala idea.
Davis me dedicó una de sus miradas asesinas, pero, un instante después,
algo de esa dureza se disolvió cuando Maddox se adelantó y por fin se
decidió a intervenir.
—El periódico de la universidad quiere una entrevista con ambos. Con...
—titubeó. Dios, sabía que no me gustaría lo que iba a decir—. Los dos
como pareja.
Estaba convencido de que había oído a Trey atragantarse.
Una cosa era que no ocultásemos que estábamos juntos. Trey no había
tenido ningún problema con eso; es más, lo había llevado
sorprendentemente bien para un tío que acababa de descubrir que le
gustaban los hombres. Pero una salida pública, reportaje incluido... Eso eran
palabras mayores y toda una declaración de intenciones.
—Esta institución siempre se ha vanagloriado de ser inclusiva y de
mostrar tolerancia cero con cualquier tipo de discriminación...
—Y ahora nos pide —lo interrumpí, luchando por contener mi enfado—,
no, nos obliga a hacer una salida pública. ¿O qué mierda es esto?
—Axel —me advirtió Trey, colocando su mano sobre mi brazo para
calmarme.
Sorprendí a Maddox dándole un toquecito en la parte baja de la espalda
al decano, un suave roce que pretendía ser disimulado, pero del que me
percaté de todas formas. Habría sido divertido confirmar las sospechas de
Chad, incluso perder la apuesta, si no hubiera estado tan cabreado.
—Señor King. Cuide su lenguaje conmigo. No soy uno de sus hermanos.
—Su tono era inflexible, pero de nuevo pareció suavizarse con el toque de
Maddox. Santo Dios, sí que estaban follando—. Sin embargo, les pido esto
como un favor a toda la comunidad queer de nuestra universidad. Son dos
de los atletas más reconocidos del campus; la suya podría ser una historia
que ayudara a mucha gente y contribuyera a darle visibilidad al colectivo.
Por cómo hablaba, lo único que le faltaba era sacar una bandera del
orgullo y ondearla frente a nuestras caras.
Miré a Maddox, que permanecía estoico pero demasiado cerca del
hombre.
«Joooder.»
Tuve que obligarme a concentrarme en Trey y buscar en su rostro alguna
señal de su opinión de todo aquello. Teniendo en cuenta que yo ya había
decidido ir a por todas en mi carrera y no esconder quién era, conceder esa
entrevista no suponía un gran problema para mí. Pero Trey...
Estaba mordisqueándose el labio inferior de forma sistemática y miraba
a Davis como si acabase de pedirle que le donara los riñones o algún otro
órgano vital.
—Lo pensaremos. No puede obligarnos a hacer algo así —repuse yo, ya
que Trey no era capaz de decir nada.
Davis pareció ablandarse un poco más y... Sí, ahora Maddox tenía la
mano claramente sobre su espalda. Ni siquiera trataba ya de ser discreto al
respecto, o a lo mejor no era consciente de lo que hacía, aunque no era que
yo fuera a contárselo a nadie. Maddox era adulto, y Davis, el puto decano
de la universidad. Quise suponer que sabían dónde se estaban metiendo a
pesar de que seguro que había un montón de normas al respecto.
—Gracias. Avísenme cuando tomen una decisión. Maddox puede
comunicármelo.
Reprimí la sonrisa ante su última sugerencia. Incluso con todo aquello
encima, no podía evitar pensar que siempre había gente más jodida que tú.
Davis se despidió de nosotros con una inclinación de cabeza y, antes de
marcharse, le dedicó a Maddox una mirada cargada de algo afilado y suave
a la vez. Sus pisadas resonaron a través del pasillo mientras se alejaba de
nosotros.
Me volví hacia Maddox.
—Bien, ¿cuánto hace que te lo estás follando? —solté tras un tiempo
prudencial.
Maddox tosió algo similar a un gemido avergonzado y Trey dio un
gritito. Y yo...
Joder, yo me tuve que reír.
Trey
—Deja de leer esa basura de una vez —suspiró Cooper desde su silla a mi
lado, dándole un manotazo a mi móvil.
Teníamos unos asientos muy buenos en realidad. Axel nos había
ofrecido, como siempre que jugaba, acceso al palco. Pero yo quería estar
allí, entre los aficionados. Sinceramente, las esposas y las novias de los
jugadores aún me daban un poco de miedo, incluso cuando la mayoría se
habían portado muy bien con nosotros, al menos de puertas para fuera.
—El partido aún no ha empezado —gruñí, mientras leía un hilo de
Twitter con un montón de comentarios sobre Axel.
Había un poco de todo: malos, buenos, ofensivos, despreciables. Un
montón de halagos y mucha mierda también, justo como Luka había
previsto más de un año atrás.
La temporada de Axel como novato con los Rams había sido
espectacular, además de agotadora. El campamento y la pretemporada no
habían resultado precisamente fáciles para él: un equipo nuevo con un
montón de desconocidos, un entrenamiento aún más duro que al que estaba
acostumbrado. Miradas. Susurros. Cuchicheos. Mierda y más mierda
incluso de sus propios compañeros. Recelo en los vestuarios.
Pero también había obtenido apoyo y, conforme los días fueron
avanzando, incluso hizo algunos buenos amigos.
Y, finalmente, respeto.
Claro estaba, había ayudado que fuera seleccionado por los Rams como
número dos en la primera ronda de los drafts.
Todo lo que había logrado hasta el momento le había costado mucho
trabajo y esfuerzo, y morderse la lengua frente a algunos titulares
sensacionalistas, pero eso no había preocupado en realidad a mi novio. No,
él parecía crecerse cuando todo el mundo le exigía más. Más. Mucho más.
Siempre más que al resto.
Ahora comprendía cómo debían de sentirse muchas mujeres que, solo
por el hecho de serlo, a diario se veían forzadas a demostrar constantemente
su valía en entornos laborales tóxicamente masculinos.
Pero no todo había sido malo durante aquellos largos meses. La agencia
de Luka, a pesar de ser nueva y pequeña y no poseer el renombre de otras,
había demostrado ser la mejor opción que Axel hubiera podido elegir;
habían peleado por él con todo lo que tenían. Yo había entrado a formar
parte de su plantilla tras mi graduación, así que sabía de lo que hablaba.
Todo el equipo de Luka se ganaba hasta el último centavo que Axel les
entregaba de su sueldo, eso seguro.
—Ya está. —Me guardé el teléfono en el bolsillo. No tenía sentido
torturarse—. ¿Contento?
—Es tu novio el que se juega su primer campeonato hoy.
Le puse los ojos en blanco y él me dio un empujón, aunque sonreí ante el
recordatorio. No era como si lo hubiera olvidado, pero cada vez que alguien
lo decía en voz alta era como si fuera yo quien estuviese a punto de saltar a
aquel campo para pelear por mi propio trofeo Vince Lombardi.
Teniendo en cuenta que era un novato, Axel había jugado bastantes
minutos durante la temporada, sobre todo hacia el final, cuando el
quarterback titular de los Rams había sufrido una compleja lesión en el
hombro derecho que lo había dejado fuera para el resto de la temporada.
Antes de eso, Axel ya había demostrado ser capaz de trabajar muy bien bajo
presión, pero esa oportunidad fue todo cuanto necesitó para empezar a
asentarse en el seno de su nuevo equipo y ganarse el favor de sus
entrenadores, así como de sus compañeros y de una parte de los
aficionados.
El himno nacional comenzó a resonar a través de todos y cada uno de los
altavoces del estadio y, mierda, creo que nunca me había emocionado tanto
en mi vida. Todo el mundo estaba de pie y las cabezas se alzaron cuando, al
terminar, dos cazas atravesaron el cielo.
—Ay, Dios. Ay, Dios —balbuceé con el corazón a punto de salírseme por
la garganta junto con el desayuno de esa mañana.
Si el ambiente propio de la Super Bowl no hubiese sido suficiente para
que mi entusiasmo se desbordara, el hecho de que Axel estuviera a punto de
saltar al campo para pelear por el campeonato de la NFL era
sencillamente... increíble.
Su sueño. Mi novio, el hombre del que me había enamorado aún más
durante el año anterior, estaba cumpliendo su sueño. Ganaran o perdieran
ese día, lo estaba logrando. Lo había peleado y sufrido. Como él mismo,
como Axel King.
—¿Vas a llorar? —se burló Cop.
—Déjame en paz.
Mi mejor amigo me rodeó los hombros con el brazo. Por mucho que se
metiera conmigo y continuara lanzándonos pullas a Axel y a mí cuando
quedábamos, me había acompañado en cada paso que había dado desde
aquel primer año de universidad. Y no podría haber elegido a nadie mejor
para estar allí conmigo, literalmente además, porque el traidor de mi
hermano y otros de mis amigos sí que estaban en el palco, codeándose con
un montón de celebridades.
Mis ojos se dirigieron de vuelta al campo cuando un jugador se movió
por él.
—Espera..., ¿qué...? ¿Ese es Axel?
Lo era. Su apellido y su número, el siete, se apreciaban con claridad en
la parte trasera de la camiseta. ¿Adónde demonios iba? Se suponía que
habría una actuación y luego se lanzaría la moneda para sortear el saque
inicial. Él no tenía que estar aún ahí.
El público vibró, empujado por los fanáticos de los Rams, que
empezaron a gritar de inmediato mientras Axel corría por el césped. No se
detuvo hasta llegar al centro a pesar de que había un tipo haciéndole señas
como un loco desde el lateral. Lo reconocí como uno de sus entrenadores.
Axel se volvió y levantó la barbilla, y fui consciente enseguida de que
me estaba buscando con la mirada. Él me había dado las entradas y sabía
los asientos que Cooper y yo íbamos a ocupar, pero no tenía ni idea de qué
pretendía. Por Dios, acabarían expulsándolo por interrumpir la ceremonia
de apertura.
—Ese idiota está loco. —Ese fue Cop. Yo no podía hablar.
O creí no poder hacerlo hasta que...
—No, no, no. No está haciendo eso.
Axel acababa de arrodillarse sobre el césped. Los gritos aumentaron
hasta convertirse en un rugido ensordecedor y me pareció que Cooper se
estaba riendo, pero yo dejé de oírlo. Dejé de oír y de ver cualquier cosa que
no fuera a Axel arrodillado sobre el puto césped y con los ojos clavados en
mí. Axel mostrándole al mundo —mostrándome a mí— que nadie podía
elegir por él. Que nadie podía evitar quién era o cómo se sentía.
A quién amaba.
Si hubiera dudado de cuál era la intención final de aquel gesto, las
distintas posibilidades se desvanecieron cuando se señaló el pecho con el
dedo y luego me señaló a mí.
«Solo tú y yo», sabía que trataba de decirme.
Supuse que ahora todos los ojos de los presentes, y hasta las cámaras que
grababan el encuentro, estaban sobre mí. No todos los días uno de los
jugadores de la NFL, un novato, interrumpía el inicio de la Super Bowl para
pedirle matrimonio a su novio. Otro hombre.
Madre mía, aquello nos iba a explotar en la cara de mil formas
diferentes.
Un codazo me hizo bajar la vista y me encontré la mano de Cop
sosteniendo una pequeña caja abierta. La banda lisa de oro blanco destelló
frente a mis ojos y, durante unos segundos, no fui capaz de moverme. Me
limité a parpadear sin más hasta que un nuevo codazo consiguió hacerme
reaccionar y salí de mi trance.
No tuve ni una sola duda. Cogí el anillo y lo deslicé en mi dedo, y luego
levanté la mano en el aire para que Axel pudiera ver cuál era la respuesta.
«Sí. Siempre sí.»
Los aplausos, silbidos y gritos se redoblaron, como si el partido ya
hubiera comenzado y aquella fuera la culminación de una impactante
jugada. No mentiré al respecto, incluso entre la algarabía de voces chillonas
y todo el ruido que llegaba a mis oídos, también alcancé a oír algún
comentario no demasiado agradable. Pero lo aparté de mi mente enseguida,
tan rápido como se desvaneció entre el resto de los sonidos, y no permití
que empañara en lo más mínimo el recuerdo que tendría de aquel momento.
—Te amo, Axel King —murmuré para mí mismo.
Como si supiera lo que estaba diciendo, Axel se tocó la parte posterior
del casco. Había empezado a hacer ese gesto cuando saltaba al campo en
los últimos partidos que disputó en la universidad. Al principio no había
comprendido lo que significaba, hasta que un día en el que estaba tumbado
en la cama a mi lado y yo me entretenía arañándole con suavidad el cuero
cabelludo mientras hablábamos, él prácticamente había empezado a
ronronear y había admitido que adoraba cuando lo acariciaba de ese modo.
Luego, al verlo llevarse la mano a esa zona cada vez que salía al campo,
por fin entendí que era su forma de decirme que me sentía allí con él. Aquel
era su «te amo» gritado de manera silenciosa frente a todo el que estuviera
alrededor para contemplarlo.
—No se puede negar que el cabrón sabe cómo hacer una propuesta —rio
Cooper, y no pude llevarle la contraria.
Axel trotó de vuelta al lateral del campo entre aplausos, saludando como
si fuera un rey paseando frente a sus súbditos. Con esa misma seguridad
con la que se había exhibido ante mí los primeros días. Pero, aunque
desapareció de mi vista, dudaba mucho que fuera a ser capaz de dejar de
verlo arrodillado en el césped durante todo el partido.
Cop señaló mi pantalón.
—Te está vibrando el móvil.
—Mierda. Joder —maldije. Sabía quién era incluso antes de sacármelo
del bolsillo y echarle un vistazo a la pantalla—. Mierda. Mierda. Mierda.
Los gritos de Luka invadieron la línea en cuanto acepté la llamada.
—¡¿Qué demonios, Trey?! ¿Sabías que iba a hacer algo así? ¡Está loco!
—prosiguió despotricando, sin darme opción a replicar—. Esto nos va a
costar un montón de mierda de relaciones públicas. ¿Sabes lo que van a
decir? ¡Joder, lo sabes! ¡Claro que lo sabes! ¡Trabajas para mí, por el amor
de Dios!
—El matrimonio gay es legal en este estado —fue lo único que atiné a
contestar.
Lo era, así que...
Luka soltó una carcajada que no contenía ni una pizca de humor.
—Debería habérmelo dicho. Habríamos... ¡Joder! No sé. Habríamos
hecho algo para preparar a la opinión pública.
Ahora fue mi turno para reírme.
—Luka, ya sabes cómo es. —Me encogí de hombros aunque él no
pudiera verme—. No puedes decirle qué hacer o cómo hacerlo. Estamos
hablando del puto Axel King.
Bueno, en realidad, ahora estábamos hablando de mi futuro marido.
«Solo tú y yo, Axel. Solo contigo.»
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