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Índice

Portada
Sinopsis
Portadilla
Primera parte. Solo tú y yo
Trey
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Axel
Axel
Trey
Axel
Trey
Segunda parte. Solo contigo
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Trey
Axel
Epílogo
Créditos
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Sinopsis

En cuanto Axel King se traslada a mi universidad se convierte en el


quarterback estrella del equipo. Todo el mundo parece adorarlo, a
pesar de que se comporta como un idiota arrogante, y yo me
descubro buscándolo en cada habitación en la que entro,
sintiéndome de una forma como nunca antes lo había hecho.
Una noche, después de una fiesta, terminamos besándonos. A
partir de ese momento, King parece empeñado en torturarme con su
presencia y yo… Yo solo trato de sobrevivir a sus sonrisas oscuras y
pecaminosas, a sus roces descuidados y al hecho de que no puedo
dejar de pensar en lo mucho que quiero volver a besarlo.
Sucumbir a Axel King parece una mala idea desde el principio,
pero resistirse ha dejado de ser una opción. Solo él ha conseguido
meterse bajo mi piel y calarme hasta los huesos. Y lo que no eran
más que una serie de encuentros salvajes se ha convertido en algo
mucho más profundo. Sin embargo, cuando descubro que solo ha
estado jugando conmigo, lo único que se me ocurre es huir.
Pero no importa lo mucho que trate de alejarme. Escapar de él
es, en realidad, lo único que Axel King nunca me permitirá que
haga.
SOLO JUNTOS

Victoria Vílchez
Primera parte
Solo tú y yo
Trey

No tenía ni idea de lo que me estaba pasando. En realidad, no entendía una


mierda de nada.
«Esto se está volviendo espeluznante. Y raro. Jodidamente raro», me dije
mientras continuaba observando al idiota de King.
Axel King era la nueva estrella en ascenso del equipo de fútbol
americano universitario en el que yo también jugaba. El maldito
quarterback. Arrogante, mordaz y demasiado pagado de sí mismo; su fama
lo precedía. Cada vez que alguien lo llamaba por su apellido, lo que ocurría
a menudo porque era algo común en el campo y fuera de él, yo estaba
convencido de que el tipo debía de pensar que sus vasallos le estaban
rindiendo pleitesía o alguna mierda por el estilo.
Se creía el puto rey.
Y por alguna razón yo no podía dejar de mirarlo. Y no tenía nada que ver
con que estuviera acomodado en un sillón justo enfrente de mí.
No sabía en qué momento había ocurrido. Llevaba dos semanas con
nosotros, después de que lo captaran en una universidad menor y le hicieran
una oferta que, al parecer, no había podido rechazar. King venía a rellenar el
hueco que había dejado nuestro capitán al graduarse y ser fichado para
jugar en la NFL. Carter, nuestro anterior quarterback, le había dejado el
listón muy alto, pero King no estaba dando muestras de que la presión le
afectara en absoluto.
Para empeorar la situación, acababa de convertirse también en mi nuevo
compañero en el piso que ya compartía con mi mejor amigo, Cooper, y con
Grayson, otro de mis amigos.
Y yo seguía observándolo como un puto acosador.
Bajé la vista de su rostro hasta sus piernas fibrosas, lo cual no mejoró en
absoluto la extraña emoción que retorcía mi estómago desde que había
llegado a la fiesta de Chad, uno de mis compañeros de equipo.
Al menos, King estaba demasiado ocupado tonteando con la rubia que
prácticamente se le había subido al regazo como para darse cuenta de mis
insistentes miradas. El tipo no debía de ser muy perspicaz, porque, a pesar
de que la chica no dejaba de restregarse contra su polla, aún no había
movido ficha para llevarla arriba. Cualquier otro miembro del equipo
probablemente estaría ya jodiéndola de la mejor manera posible.
Sinceramente, eso era justo lo que ella parecía creer que ocurriría.
—Tío, tienes cara de estar demasiado sobrio. —Cooper se inclinó para
echar un vistazo al interior de mi vaso. Al comprobar que estaba vacío, lo
cambió por el suyo—. Bebe. En cuanto empecemos la temporada, no
tendrás oportunidad.
—No es como si estuviera planeando emborracharme.
No, claro que no, porque estaba demasiado entretenido diseccionando
cada puto centímetro de King.
Le di un trago al vaso que mi amigo me había pasado y me bebí la mitad
de golpe, lo cual resultó una idea de mierda.
—Pero ¡¿qué cojones, Cop?!
Lo que fuera que llevara la bebida bajó por mi garganta como fuego
líquido y apenas si pude evitar ponerme a toser como un adolescente con su
primer trago.
Cooper sonrió de oreja a oreja y le dio un golpecito al vaso de plástico.
—Lo necesitas. Pareces a punto de ponerte a reventar cristales o bocas,
no estoy muy seguro de cuál de los dos.
Le dediqué una mirada asesina antes de darme cuenta de que tenía razón.
¿Por qué demonios me sentía como si en cualquier momento fuera a salirme
de mi propia piel? Estaba tenso como el infierno y muy inquieto. Los
músculos de la mandíbula me dolían de tanto apretar los dientes.
Mi mirada voló de nuevo hacia el frente, directa al rostro de King. Había
apartado un poco a la rubia, que no parecía demasiado feliz por eso, y
charlaba con Chad. Y mientras oía de fondo cómo Cop me instaba a
terminarme la bebida, todo a lo que podía prestar atención era al modo en
que los labios del jodido rey del campo se abrían y se cerraban mientras
hablaba.
Por Dios, ¿qué mierda iba mal conmigo?
Me bebí el resto de la bomba de Cop con otro largo trago que me dejó
atontado. Quizá, en vez de emborracharme como un imbécil, tendría que
haberme levantado, dar la noche por terminada e irme a casa. Pero, de algún
modo, Cooper se las arregló para mantener una charla banal conmigo,
rellenar mi bebida una y otra vez y asegurarse de que, después de un rato,
ya no me preocupase nada que no fuera conseguir mantenerme consciente y
en pie.
Para cuando llegó la medianoche ya me sentía un poco más como yo
mismo. Un «yo» borracho, eso sí, pero la tensión de mis hombros se había
evaporado y volvía a reír mientras escuchaba los comentarios y las bromas
de mi mejor amigo.
Por supuesto, King tuvo que elegir ese momento para acercarse a
nosotros.
Me envaré sin poder evitarlo. Mi pecho se elevó cuando inspiré
profundamente y la sensación de que la piel me apretaba demasiado regresó
aún con más intensidad que antes.
—Tíos, me marcho. ¿Alguien a quien tenga que llevar? —King enarcó
las cejas y su mirada alternó entre Cooper y yo. Grayson hacía rato que se
había perdido escaleras arriba con una chica bajita y morena.
Cop se rio como si King hubiera contado un chiste que solo él
comprendiese, y me dije que había llegado la hora de que mi amigo soltase
el vaso y dejara de beber, aunque yo no estaba mucho mejor que él. Dejé
que mi espalda encontrara la pared tras de mí y eso me dio cierta
estabilidad. La casa continuaba llena de gente: compañeros de clase, de
equipo, hermanos de fraternidad, amigos de amigos... De algún modo, Chad
siempre organizaba las fiestas más multitudinarias.
—Tienes pinta de necesitar dormir la mona, Donovan —señaló King con
una media sonrisa y esos putos ojos del color del cielo totalmente centrados
en mí.
La bruma del alcohol se despejó lo suficiente como para que me
percatara de que estaba mirándole los labios de nuevo. Tenía el superior
levemente más grueso y su boca lucía llena y suave. Su lengua salió y se
humedeció el inferior, y yo contemplé el movimiento con una atención
obsesiva.
Mi polla dio una sacudida en el interior de mis pantalones.
«Ah, no, eso sí que no», me dije con algo muy similar al pánico trepando
por mi garganta.
Tanto King como Cop me miraban a la espera de una respuesta, y puede
ser que yo empezara a balbucear incoherencias que ni siquiera recuerdo.
Cuando quise darme cuenta, King me estaba empujando a través de la sala
en dirección a la salida.
El calor de su mano, apoyada en la parte baja de mi espalda, encontró el
modo de traspasar la tela de mi camiseta y calarme hasta llegar a la piel.
Tropecé hacia delante en un intento de separarme de él y tomar algo de
distancia, pero todo lo que conseguí fue estar a punto de besar el suelo y
que King tuviera que sujetarme por los hombros.
Ese nuevo toque lo empeoró todo aún más. Se me aceleró el pulso de la
misma manera en que siempre lo hacía cuando estaba a punto de iniciarse
una nueva jugada en el campo, y el latido de mi corazón reverberó en mis
oídos hasta que ya no pude oír la música, las risas o las voces del resto de
los invitados.
—Vaya, está claro que has aprovechado bien la noche, chico de oro.
Que se dirigiera a mí así me enfureció, pero también le hizo cosas raras a
mi cuerpo, ya jodido de por sí. Mi estómago se apretó y me pregunté si iba
a vomitar, y mi polla ya medio dura comenzó a hincharse y a empujar
contra la cremallera de mis vaqueros.
Miré por encima del hombro para encontrarme los fríos ojos azules de
King observándome. Solo que ahora ya no eran fríos, sino que desprendían
una calidez inesperada, y tampoco eran del todo azules; había pequeños
destellos de verde salpicando la parte más cercana a sus pupilas.
—Todo esto es culpa de Cop —me defendí, aunque no me refería al
hecho de que estuviera ebrio como pocas veces antes.
Cooper había sido el idiota que nos había metido a King en casa, justo en
el dormitorio de al lado del mío, al colgar el dichoso anuncio en la red
online del campus. Y ahora yo tenía que lidiar con la mierda que el tipo me
estaba haciendo. Como si no fuera a tener suficiente con verlo en cada
entrenamiento en cuanto empezáramos la pretemporada.
No era la primera vez que miraba dos veces a un tío. Había tenido una
breve... historia con mi compañero en la residencia durante el primer año de
universidad, justo antes de que el curso llegara a su fin y todos volviésemos
a nuestras casas para pasar las vacaciones. Ni siquiera recuerdo cómo había
terminado con Craig masturbándome y tampoco había querido pensar más
en ello. Habíamos estado jodidamente borrachos y todo había sido un
experimento, solo eso. O al menos eso era lo que había pensado hasta el
momento, dado que después de Craig no había vuelto a fijarme en ningún
otro hombre ni a hacer nada similar.
Hasta ese día.
Hasta King.
«Bien, solo es el alcohol. Estás borracho y cachondo», me convencí a mí
mismo, ignorando la parte en la que había estado pendiente de él durante las
dos semanas que llevaba en el campus.
—Vamos, Donovan. Llevemos tu mierda al coche. Quiero irme a dormir.
Lo dejé arrastrarme fuera de la casa y por la acera, aunque esta vez fui
capaz de caminar por mí mismo —más o menos— y evitar sus toques.
—¿Y la rubia? Parecía bastante interesada. —¿Y a mí qué demonios me
importaba dónde estaba la rubia o por qué no se la estaba tirando? Joder.
Tenía que cerrar la boca.
Una risa suave, aunque cargada de malicia, llegó desde mi espalda. Me
detuve para mirar a King. El aire fresco de la noche estaba obrando su
magia y empezaba a ser capaz de pensar con algo de lucidez. No mucha.
Pero al menos pude mantenerme erguido mientras giraba y le echaba un
nuevo vistazo al capullo que tenía frente a mí.
El tipo era atractivo, eso estaba claro. Hombros anchos, brazos fibrosos y
caderas estrechas, con un buen conjunto de abdominales al que puede que le
hubiera echado un par de mis miradas de acosador cuando él iba sin
camiseta por la casa. El pelo, de un negro imposible, le caía sobre la frente
y se le enroscaba detrás de las orejas y en la nuca, despeinado y tal vez
demasiado largo, y lucía una piel clara acorde con el tono pálido de sus
ojos.
«Está tremendo», admití mentalmente, y acto seguido me horroricé ante
el pensamiento.
Las cosas no mejoraron por el sur de mi cuerpo. Estaba claro que mi
polla se había empeñado en que esa noche iba a tener algo de acción y no
estaba recibiendo el mensaje de que King estaba fuera de los límites.
Sus cejas se elevaron y, una vez más, esbozó una media sonrisa
arrogante. El imbécil ni siquiera necesitaba sonreír del todo para que
pareciese que te estaba perdonando la vida, pero igualmente consiguió
provocarme un estremecimiento.
Por Dios, ¿en qué me estaba convirtiendo? Parecía una jodida
adolescente poniéndole ojitos al chico popular del instituto.
—¿Te interesa dónde la meto y dónde no, Donovan? Porque te veo muy
pendiente de mis movimientos.
—Vete a la mierda, King —le espeté al tiempo que le sacaba el dedo
medio.
Fui a darle un empujón —o a lanzarme sobre él, aún no estoy del todo
seguro—, pero mi coordinación no era exactamente la habitual, así que
acabé tropezando con mis propios pies. Su mano se cerró sobre mi muñeca,
su otro brazo terminó enredado en mi cintura y su pecho presionó contra mi
espalda.
Mierda.
Trey

King y yo éramos casi de la misma altura, aunque él era algo más estilizado
y delgado. En el momento en que sus caderas se asentaron contra mi culo,
una ráfaga de calor se extendió desde la zona en todas direcciones. Me sentí
aturdido, casi borracho de nuevo, como si el alcohol hubiera regresado de
golpe a mi cabeza. Aunque... en realidad toda mi sangre se concentraba
ahora mucho más al sur.
Y, como el gilipollas que era esa noche, no se me ocurrió otra cosa que
echarme a reír. Mi pecho vibró bajo su brazo y todo mi cuerpo se sacudió
carcajada tras carcajada.
—Mira por dónde, si resulta que el chico de oro sabe reírse —murmuró
King, demasiado cerca de mi oído—. Pensaba que todo lo que hacías era
gruñir.
Seguíamos plantados en mitad de la acera y, aunque habíamos dejado
atrás la casa de Chad y no había nadie en los alrededores, estaba seguro de
que no era una buena idea dejar que King me sostuviera de la manera en
que lo hacía. Supongo que, de no estar borracho, me habría apartado de él.
Pero en ese momento me sentía demasiado bien para ir a ningún lado y no
encontré ánimos para preocuparme.
Tampoco él se movió. En todo caso, su brazo se apretó más en torno a
mi pecho.
—Estás totalmente borracho, Donovan —susurró, y sus labios rozaron la
curva de mi oreja.
Mi erección creció aún más si cabe y estuve a punto de gemir. El calor
de su aliento revoloteando sobre mi piel me hizo saber que no pensaba
retirarse. Lo lógico habría sido preguntarle por qué demonios no me soltaba
de una vez, pero no había nada racional en lo que estaba sucediendo. Mis
neuronas se habían ido todas de vacaciones.
—Tienes que caminar y meterte en el coche si no quieres que las cosas
se pongan intensas —continuó hablándome en susurros. Cuando la parte
baja de su cuerpo empujó hacia delante, descubrí que yo no era el único que
estaba excitado.
Mierda, tenía una polla dura apretada contra el culo. La polla de Axel
King. Y, joder, no parecía precisamente pequeña...
—Camina —ladró entonces, y el tono áspero y autoritario que empleó
me erizó la piel.
Con la boca seca, me lamí los labios solo Dios sabe por qué razón, y mi
propia polla mostró su entusiasmo palpitando. Me pareció una buena idea
bajar la mano para recolocarla, pero cuando eché un vistazo por encima del
hombro descubrí que King se percataba del movimiento.
Resopló y solo entonces se movió. Deslizó el brazo hasta mi cintura y se
colocó a mi lado.
—Putos borrachos —farfulló, y su voz sonó mucho más exasperada.
Al menos no había comentado nada sobre el hecho de que ambos
estábamos felizmente empalmados.
—¿Qué pasa? ¿El rey nunca se emborracha? —señalé, aún con un rastro
de risa empujando cada palabra a través de mis labios a pesar del nudo de
nervios que apretaba mi estómago.
Al día siguiente ya me volvería loco por todo aquello. Aunque me dije
que, con suerte, no lo recordaría y esa posibilidad me envalentonó, lo cual
seguro que era una pésima idea. Otra más.
Pensé que no iba a contestar a mi patético ataque. Alcanzamos su coche,
desbloqueó las puertas y me abrió la del pasajero antes de decir:
—Eres adorable, Donovan, pero métete en el puto coche. Ya.
King emanaba irritación. Y eso solo lo hacía todo mejor. Bien, lo quería
tan cabreado como yo lo había estado antes de beberme hasta el agua de los
jarrones. Lo quería furioso y jodido.
Me eché a reír al pensar en joderlo... o en que él me jodiera a mí.
—No vas a reírte tanto mañana.
—No, seguro que no —repuse arrastrando las palabras de una forma
lamentable, incluso yo era consciente de eso—. Pero hoy es divertido.
Aunque tú no eres divertido. Eres gilipollas. Y un capullo...
Un capullo que acababa de sentarme en el asiento y me estaba
abrochando el cinturón de seguridad como si fuera un niño pequeño, con
mucha más paciencia de la que yo seguramente habría mostrado en la
misma situación.
Su aroma atravesó la niebla de alcohol que me rodeaba y se coló en mis
pulmones. Olía demasiado bien. A limpio y a alguna otra mierda deliciosa
que me hizo querer hundir la cara en el hueco de su cuello y lamer su piel
hasta descubrir de qué se trataba. Quería saborearlo.
Pero ¿qué demonios? ¿De dónde salían todos esos pensamientos? No iba
a olerlo y mucho menos a lamerlo. Ni a tocarlo, joder.
—Tú también eres la hostia —señaló con su sarcasmo característico
aflorando de nuevo—. Pero la próxima vez que me insultes, procura que tu
polla piense igual que tú y a lo mejor me lo tomo en serio.
Bajé la vista hasta mi regazo, donde el bulto resultaba evidente, y me
tragué un vergonzoso gemido. Mis mejillas se incendiaron y, aun así, tuve
el valor suficiente para dirigir la mirada hacia su entrepierna.
Bueno, estaba claro que su polla tampoco parecía ponerse de acuerdo
con su propio dueño.
—El alcohol me pone cachondo —me defendí, avergonzándome a mí
mismo. Más aún.
King se irguió y me observó desde fuera del coche. Con los brazos
cruzados sobre el pecho y sin hacer nada para ocultar su erección, el tipo
lucía como un puto dios del sexo. Salvaje y listo para arremeter contra mí.
Me pregunté si había rechazado a la rubia porque bateaban en el mismo
equipo o si era ella la que había provocado que la cremallera de su pantalón
estuviera a punto de reventar. ¿Era Axel King gay?
—¿Por qué? ¿Estás interesado? —preguntó, y me di cuenta muy tarde de
que había dicho al menos la última parte en voz alta.
—¿Eh? —fue todo lo que salió de mi boca.
Me dedicó otra de sus sonrisas arrogantes y cerró la puerta. Trotó
alrededor del coche y se acomodó detrás del volante mientras yo intentaba
asimilar si se me estaba insinuando. ¿O era yo el que me había insinuado
antes?
Joder, las cosas se me estaban yendo de las manos por momentos. No me
atraían los hombres, lo mío eran las tetas y los coños, y, desde luego, no me
atraía el gilipollas de Axel King. Si de repente descubriera que era gay o
bisexual, estaba seguro de que aquel idiota no sería mi tipo en absoluto.
¿Y por qué me lo estaba planteando siquiera?
—Llévame a casa de una vez —gruñí. Cerré los ojos y dejé caer la
cabeza contra la parte superior del asiento.
—Di «por favor».
El tono juguetón me hizo abrir los ojos. King se había girado hacia mí y
esperó a que lo mirara para llevarse la mano a la entrepierna y colocar todo
el material en su sitio sin rastro de vergüenza. Y había mucho que colocar.
Estaba seguro de que solo trataba de provocarme y que de un momento a
otro soltaría el clásico «No soy gay, solo te estoy jodiendo». Pero se limitó
a mirarme mientras, a su vez, yo lo observaba con un interés enfermizo,
demasiado ansioso para alguien que se consideraba heterosexual.
No supe lo que vio en mi rostro, pero las comisuras de sus labios se
fueron arqueando lentamente y una sonrisa le llenó la cara de tal manera
que perdió toda la arrogancia de golpe. Durante un instante, pareció mucho
más joven y, lo que era seguro, también un poco menos capullo. Parpadeó
con ojos curiosos y se lamió los labios en un gesto que, por un motivo que
ni me planteé entender, me resultó jodidamente sexy.
¿Cómo me sentiría si fuera mi boca la que lamiera? ¿O mi polla? Joder.
Tragué saliva, repentinamente acalorado, casi febril. Se me enturbió la
mirada y no fui capaz de ver nada salvo esos malditos labios gruesos y de
aspecto suave.
Cuando quise darme cuenta estaba inclinado sobre el hueco entre los
asientos. Tan cerca de King que sentí su aliento en mis propios labios y, una
vez más, su olor le hizo cosas raras a mi cuerpo. Aquello era una puta
locura.
Sin embargo, no me retiré. Me quedé ahí, como un gilipollas embobado
y cachondo. Porque resultaba bastante evidente que estaba cachondo. Eso
tendría que haberme preocupado, seguro, pero en ese momento no lo hacía
en absoluto.
Demasiado alcohol.
—Voy a llevarte a casa antes de que hagas alguna estupidez —ladró, y
ahora parecía enfadado de nuevo.
Joder con los cambios de humor. El tipo iba de un extremo a otro en
cuestión de segundos. Y lo peor era que de las dos formas resultaba
atractivo. Y un gilipollas. Ambas cosas a la vez.
Le brindé una sonrisita sucia, la que normalmente reservaba para captar
la atención de alguna chica y conseguir un revolcón. No tenía ni idea de qué
me proponía ni de por qué estaba actuando así, pero el cóctel molotov que
Cop me había hecho tragar esa noche era un seguro de vida al que me
agarraría como la maldita Kate Winslet en Titanic.
«Por cierto, en la tabla cabíais los dos. Todos lo sabemos, Kate.»
Fue King el que puso fin al concurso de meadas que habíamos
establecido. Giró la cara y arrancó el coche. Me ignoró por completo
durante todo el trayecto, y eso que no aparté los ojos de él en ningún
momento. No reconoció mi presencia hasta que tuvo que sacarme del coche
y arrastrarme por toda la parte delantera de la casa que compartíamos. Era
una casita de dos plantas muy cerca del campus y a pocos metros de la
costa, con una pequeña terraza, cuatro dormitorios y un espacio decente
para hacer vida común. Cocina, un amplio salón y dos baños, aunque uno
de ellos estaba en la habitación principal y Cop se lo había apropiado, dado
que eran sus padres los que nos habían conseguido el alquiler a un precio
ridículo para la zona. Los demás compartíamos el del pasillo, y fue a ese al
que me llevó King.
—Deberías darte una ducha para despejarte y no acabar vomitando.
Me sostuvo por las caderas en un gesto que se me antojó posesivo y
demasiado íntimo para dos casi extraños que apenas si habían empezado a
convivir juntos un puñado de días antes. Si se hubiese tratado de Cooper,
seguramente yo estaría desparramado sobre él y riéndome de sus intentos de
devolverme la sobriedad, y él estaría maldiciendo y acordándose de toda mi
familia.
Pero era King quien me agarraba y sus dedos los que se clavaban en mi
carne.
—Estás deseando verme desnudo, ¿verdad? —farfullé, más pagado de
mí mismo de lo que debería para lo borracho que estaba.
—Sí, no he dejado de pensar en eso desde que llegué. —Vale, eso era
sarcasmo. ¿O no?—. ¿Puedes desnudarte tú solo sin abrirte la cabeza contra
el lavabo?
Sí, por el tono, era sarcasmo, y también una buena dosis de irritación.
Igual era yo quien me estaba imaginando cosas.
Sin esperar mi respuesta, sus manos volaron hasta el dobladillo de mi
camiseta y comenzó a quitármela. El roce de sus nudillos contra mi
estómago despertó de nuevo esa jodida sensación de estar quemándome de
dentro afuera, y la cosa no mejoró en absoluto cuando la palma de su mano
se extendió sobre mi pectoral. Se me endureció el pezón bajo sus dedos y
ahogué un gemido.
A esas alturas, mi polla ya se las prometía muy felices. Estaba claro que
no había recibido el mensaje de que King era un tío y eso no iba a pasar.
Aunque... ¿quería yo que pasara? ¿Lo quería él?
—Deja de comportarte como un niño, Donovan. No tengo paciencia para
esta mierda.
La dureza con que me lanzó el reproche hizo que me bajara del tren de la
perversión de inmediato. Levanté la mirada y le permití que me quitara la
camiseta por la cabeza, repentinamente abochornado.
Inspiré hondo, lo cual fue una pésima idea porque su aroma me golpeó y
trajo consigo una vez más un montón de pensamientos decadentes y
perversos. Joder, quería lamer la curva de su cuello. No podía dejar de
pensar en eso.
—Quiero lamerte —solté sin más. Estaba claro que esa noche había
decidido ponerme en ridículo de todas las formas posibles.
King se rio y el sonido que brotó de su garganta fue tan masculino, grave
y delicioso que hizo eco en todas las partes equivocadas de mi cuerpo. En
partes que definitivamente no deberían verse afectadas por la risa de un
hombre, y menos aún de un compañero de equipo.
—Está claro que necesitas una ducha. Con agua fría —añadió, y no
pareció cabreado o avergonzado por mi comentario.
El campus contaba con una nutrida comunidad LGBTIQ+ y se
enorgullecía de ser tolerante e inclusivo, pero en lo concerniente a los
deportistas aún había mucho camino que recorrer en ese aspecto. Ni uno
solo de mis compañeros, ni que yo supiera tampoco de los miembros de
otros equipos de la universidad, se había declarado abiertamente gay, bi u
otra cosa que no fuera heterosexual al cien por cien. El mundo del deporte
seguía siendo un lugar poco seguro para mostrar una orientación que se
saliera de lo heteronormativo. Supuse que, además, ninguno quería ser el
que diera el primer paso para salir del armario.
Pero si King hubiera encontrado ofensivo mi comentario, supongo que
me lo habría reprochado o se habría apartado. O tal vez solo era un tipo
tolerante. No tenía manera de saberlo, como tampoco estaba en un estado
que me permitiera pensar qué demonios estaba haciendo yo.
Me apoyé contra el borde del lavabo en el mismo instante en que los
dedos de King se cerraron sobre el botón de mis vaqueros, lo cual fue de
agradecer porque, en cuanto obtuve una visión de sus manos en mis
pantalones, empezó a darme vueltas la cabeza y el aire huyó de mis
pulmones de golpe. Incluso puede que mi corazón se saltara algún latido.
King se quedó paralizado cuando jadeé. Elevé la vista y me encontré con
sus ojos entrecerrados, pero esta vez me estaba mirando de una forma muy
distinta, casi... apreciativa, y desde luego también parecía dispuesto a saltar
sobre mí en cualquier momento. Lo que no sabía era si me golpearía o sus
planes eran muy distintos.
Pasó un segundo. Otro. Y luego otro más. Y el ambiente del pequeño
espacio en el que nos encontrábamos se cargó de tensión sexual y de un
montón de preguntas que ninguno formuló en voz alta.
En ese preciso instante no supe muy bien quién de los dos se abalanzó
sobre el otro, pero de repente me encontré su boca apretada contra la mía y
mis manos en su culo. Gemí contra sus labios y eso le dio la oportunidad de
hundir la lengua en el interior de mi boca. Al primer roce comprendí que
acababa de cometer un error fatal.
No iba a ser capaz de parar.
King sabía bien. Joder, más que eso, sabía a menta fresca, a cielo y a
pecado, todo en uno. A puro sexo. Y el muy cabrón se apropió de mi
voluntad con tanta facilidad que resultó vergonzoso. Empujó y empujó.
Lamió. Mordió. Y succionó mi lengua de un modo en el que creí que iba a
correrme en los pantalones. Apreté su culo con ambas manos y restregué sin
ningún pudor mi polla contra la suya. La sensación resultó extraña, pero me
hizo gemir de nuevo; maldita sea, dudaba que nada me hubiera hecho sentir
tan cachondo antes.
No me dio tregua. Y tampoco yo la quería. Me devoró con ferocidad.
Firme y contundente, sin permitirme escapar ni retroceder. Tiró de mi labio
inferior entre sus dientes y luego lo lamió, y yo tuve que apretarme con más
fuerza contra él para mitigar la necesidad cruda de obtener algo de alivio.
Joder, ¿por qué demonios cada roce de nuestras bocas y cada caricia era
tan exquisito? ¿Tan... correcto? ¿Tan deliciosamente desgarrador y tan
excitante?
—Deberíamos... parar —murmuró, aunque acto seguido me lamió la
comisura, agarró mi nuca y se hundió de nuevo en mi boca. Más. Eso es. Yo
también quería más—. Pídeme que pare, Donovan. Pídemelo, joder.
No dije ni una palabra. Metí las manos bajo su camiseta y le clavé las
uñas en los músculos de la espalda. Y él redobló sus besos salvajes. No
había nada contenido o suave en ellos. Y yo no quería que lo hubiera. No en
ese momento. Incluso cuando su erección se clavaba en mi estómago,
grande y tan dura como la mía.
Eso tendría que haberme vuelto loco, y no de la mejor de las maneras.
Nunca había besado a un hombre. Mi experimento con Craig palidecía
en comparación con lo que estaba sucediendo en aquel baño y, desde luego,
no habíamos estado ni remotamente cerca de besarnos en ningún momento.
Pero no quería que King parase.
Y no lo hizo. No al menos durante lo que me pareció una eternidad.
Continuó bebiéndose mi aliento, lamió mi mandíbula y mordisqueó la zona
de mi mentón áspera por la sombra del vello incipiente, y el roce de su
propia barba sobre mi piel envió latigazos de placer a lo largo de mi
columna todo el tiempo. Mantuvo una mano en mi nuca y otra en mi
cadera, y juro que deseé que la moviera hacia mi polla y descubrir cómo me
sentiría si eso sucedía.
Definitivamente, esa noche no tenía ni idea de lo que estaba haciendo,
porque fui yo el que metió el brazo entre nosotros y presionó su erección
con la palma de mi mano. Se me fue la cabeza hacia atrás cuando mis dedos
se cerraron sobre su eje duro, como si fuera a mí mismo al que estuviese
acariciando y no pudiera soportar el placer de ese toque rudo.
Pero entonces King se retiró de golpe y todo se desvaneció. Su calor se
extinguió, su aroma se disipó y ya no hubo más humedad sobre mi piel o
mis labios. No más lengua. Ni besos. Ni roces descarados, exigentes y
excitantes.
Me quedé sin nada de un segundo al siguiente.
Vacío.
La realidad me alcanzó y me golpeó con dureza. Y todo lo que pude
preguntarme fue hasta qué punto acababa de cagarla.
Axel

—Olvida la ducha y vete a la cama —rugí con voz inflexible.


Donovan respiraba a trompicones. Mi propio pecho subía y bajaba a un
ritmo frenético mientras observaba el atractivo lío en el que se había
convertido mi nuevo compañero de equipo. Tenía el pelo rubio alborotado,
los labios hinchados y enrojecidos, las pupilas dilatadas y las mejillas
coloreadas por la vergüenza de un modo adorable.
Lástima que estuviera tan borracho, porque no podía negar que estaba
deseando arrancarle los pantalones, inclinarlo sobre el lavabo y follármelo
hasta que le temblasen las rodillas y ninguno de los dos pudiera mantenerse
en pie.
Según todas mis indagaciones —y había hecho unas cuantas—, Trey
Donovan era heterosexual. Pero la manera en que había respondido a mis
besos contaba algo muy diferente. Y, a decir verdad, yo había querido que
fuera así desde el momento en el que le había puesto los ojos encima dos
semanas antes. Que no dejara de mirarme también había sido una señal,
aunque él se creyera muy discreto al respecto.
«No te enredes con él, imbécil.»
Un supuesto hetero borracho gritaba problemas, yo lo sabía muy bien,
sin contar con que vivíamos y entrenábamos juntos. Yo no escondía mi
orientación sexual, aunque tampoco la iba gritando a los cuatros vientos.
Que mi antiguo equipo hubiera sido más o menos discreto al respecto y lo
hubiera aceptado bien —al menos, en su mayoría— no indicaba que eso
fuera a suceder también aquí. Era un recién llegado y no estaba seguro de
querer agitar tan pronto ese avispero.
Fuera como fuese, tampoco pensaba reprimirme. Mis días de vivir en el
armario se habían acabado hacía ya un año y no tenía ninguna intención de
volver a él.
Al día siguiente Donovan me odiaría, eso seguro. Los rumores en el
vestuario no tardarían en comenzar, las miradas de reojo y los
comportamientos extraños a mi alrededor, como si el mero hecho de que un
tío al azar se paseara junto a mí con solo una toalla cubriéndolo fuera
suficiente como para que babeara por él.
—Largo, Donovan —le espeté con más dureza de la que pretendía. Me
importaba una mierda lo que pensase de mí, pero no quería que creyese que
me había aprovechado de su ebriedad, así que suavicé mi tono al añadir—:
Vamos, te ayudaré a llegar hasta tu habitación.
A lo mejor volver a tocarlo no era una buena idea, pero me guardaría mis
manos para mí mismo y mantendría el estúpido coqueteo al mínimo. Para
empezar, ni siquiera debería haber coqueteado con él de camino aquí.
—Siento todo esto. No volverá a ocurrir —agregué cuando no se movió.
Parecía jodidamente asustado, y eso me hizo sentir mal a muchos niveles.
Me armé de paciencia para soportar los siguientes minutos y lo que, a la
mañana siguiente, preveía como un día muy largo y jodido.
—Me has besado —farfulló titubeante, y estuve a punto de echarme a
reír.
—Tú también.
Más que besarlo, lo había devorado. Y, por mucho que me hubiera dicho
que tenía que parar, apenas si había podido contenerme hasta que las cosas
habían ido demasiado lejos. Esperaba que al menos pudiera agradecerme
eso.
Se lamió los labios como si intentase recuperar los restos de mi sabor de
ellos. Mala idea, joder. Yo quería más. Quería volver a besarlo y hacerle
otras muchas cosas para las que no creía que estuviese preparado. La idea
de que a él le sucediera lo mismo no hacía nada por aplacar mi erección ni
favorecía la decisión de mantenerme fuera de su camino.
Avancé hacia él despacio y con las manos en alto.
—Te ayudo.
Cuando no se movió ni me lanzó un puñetazo, me decidí a envolver un
brazo en torno a su espalda y recostarlo contra mí para darle apoyo. En
realidad, ya no se veía tan borracho, pero lo último que quería era que
tropezara y acabara haciéndose daño de camino a su dormitorio.
Se puso rígido en cuanto empezamos a andar para salir del baño, aunque
un momento después su cuerpo perdió la tensión y se amoldó a mi costado.
Joder, su piel desnuda ardía bajo mis dedos, e incluso cuando apestaba a
alcohol —y sabía parecido— anhelé volver a deslizar las manos sobre su
cuerpo para dibujar todos los músculos de su torso. Quería tomarme mi
tiempo para lamer sus abdominales, sus pezones, hacerlo gemir y que me
rogara para que me metiera su polla en la boca o lo follase.
Apreté los dientes para apartar el pensamiento y nos arrastré a todos
juntos por el pasillo: Donovan, yo y mi miseria.
No había sentido esa clase de tirón en las entrañas por alguien desde
hacía mucho. Incluso cuando mi anterior equipo estaba lleno de tipos
geniales, nadie había despertado mi interés; gracias a Dios, porque ninguno
de ellos había dado muestras de quererlo. Mis últimas relaciones no habían
ido más allá de algunas mamadas y frotamientos en locales gais a los que
acudía de vez en cuando. Y la última vez que había hecho algo parecido a
salir con alguien..., bueno, digamos que las cosas no habían terminado
demasiado bien.
A los veintidós años, no era que hubiera decidido sentar la cabeza ni
mucho menos, pero restregarme en un bar oscuro contra otro tío empezaba
a resultar agotador y vacío. No obstante, mucho más lo sería enredarme con
alguien que no tenía claro si le gustaban las pollas o no.
Lo solté sobre la cama y me alejé. De haber sido otro, tal vez podría
haberlo ayudado a quitarse los vaqueros, pero eso estaba fuera de toda
discusión, dada la tensión que había flotado en el ambiente. Donovan rehuía
mi mirada y era de nuevo el tipo gruñón que había conocido a mi llegada al
campus, solo que ahora, en vez de acosarme con sus miraditas suspicaces,
parecía querer salir corriendo y no echar la vista atrás.
Bueno, mierda, estaba claro que se sentía incómodo.
—Da un grito si necesitas algo —le dije de todas formas. Me froté la
nuca, más inseguro de lo que era normal para mí, y le acerqué la papelera
por si acababa vomitando en mitad de la noche.
Luego salí al pasillo, cerré la puerta y me apoyé en la pared durante un
minuto eterno. Me pregunté en qué demonios había estado pensando al
devolverle el beso, porque definitivamente había sido él quien lo había
iniciado todo. Pero, bien, estaba borracho. Muy borracho. Y era bastante
probable que no supiera lo que estaba haciendo.
Me di una palmadita mental al recordar que me había retirado a tiempo.
Posiblemente, Donovan pasaría una noche de mierda y se levantaría con la
madre de todas las resacas. Con suerte, incluso lo olvidaría todo.
Suspiré y fui hasta el armario del baño. Recogí su camiseta del suelo y la
dejé doblada en el toallero. Luego tomé un par de analgésicos y, en la
cocina, me hice con una botella de agua del frigorífico. Eso lo ayudaría a
capear con algo de dignidad las consecuencias de su borrachera.
Ni siquiera lo pensé demasiado cuando regresé a su dormitorio. Giré el
pomo y abrí la puerta despacio. Esperaba encontrarlo desmayado sobre la
colcha, algo bastante probable dada la mierda que llevaba encima.
Pero Donovan no estaba dormido. Eso habría sido mucho pedir.
El aire de la habitación desapareció de repente y, por mucho que me
esforcé, no fui capaz de llevar nada al interior de mis pulmones. Y el escaso
control que había ganado sobre mi erección se esfumó por completo.
Con los ojos cerrados, Donovan estaba tumbado en el mismo lugar en el
que lo había dejado, pero sus pantalones estaban ahora bajados hasta la
mitad de sus muslos, junto con su ropa interior, y su mano se movía sobre la
dura longitud de su polla. Arriba y abajo. Una y otra vez. A un ritmo lento y
sugerente, como si no quisiera apresurarse. Como si deseara disfrutar lo
máximo posible de cualquiera que fuese la imagen que evocaba su mente
mientras se masturbaba.
Su muñeca giró al llegar a la gruesa cabeza y un gemido abandonó sus
labios entreabiertos; el sonido reverberó en la habitación e hizo palpitar mi
propia polla. Todo mi cuerpo en realidad.
«Oh, mierda.»
Ni siquiera se había dado cuenta de que yo estaba allí. Y no era como si
mis pies fueran a moverse en un futuro inmediato. Sabía que tenía que dar
media vuelta y salir de la habitación lo más rápido posible, pero estaba
paralizado. No podía apartar los ojos de la sugerente escena. De su espalda
arqueada ni del modo en que apretaba la parte posterior de la cabeza contra
la almohada. De los músculos de su abdomen contrayéndose con cada
bombeo de su mano. La curva de sus musculosos glúteos contra el
colchón...
La visión era demasiado sexy. Lo más erótico que había contemplado
jamás.
Parecía totalmente perdido en su propio placer. Tan necesitado de él que
deseé ser yo el que se lo concediese. Mi mano, la que estuviera cerrada
alrededor de su polla. Mis dedos, los que lo acariciaran. Joder, quería mi
boca sobre él y mi polla en su culo. Y follarlo una y otra vez hasta el olvido
y más allá.
Un nuevo gemido torturado se elevó en el interior del dormitorio y me di
cuenta de que había salido de mi garganta. La cabeza de Donovan giró
hacia la puerta de golpe y sus ojos se abrieron y se clavaron en mí.
La botella de agua que tenía en la mano resbaló y cayó al suelo, y era
probable que las pastillas hubieran corrido la misma suerte. No me
consideraba un tío fácilmente impresionable y no era como si, conviviendo
con otros tipos en el pasado, no hubiera pillado alguna vez a algún
compañero de piso en una actitud comprometida. Pero nada de aquello se le
acercaba siquiera...
—Hostia puta —aspiré entre dientes, porque no había más palabras que
mi cerebro fuera capaz de conjurar.
Donovan permaneció callado, con la boca abierta pero sin decir nada, y
su mano, aunque se había detenido, continuaba sobre su polla erecta. Su
expresión era de absoluto pánico; sin embargo, había también un calor
ardiente en sus ojos que no disminuyó mientras nos mirábamos en silencio.
Traté de recobrar al menos parte de la compostura. Alguno de los dos
tenía que hacer o decir algo, así que me dije que bien podría ser yo; más que
nada porque no tenía mi polla en la mano, y supongo que eso me daba
alguna clase de rara ventaja.
Tragué la saliva que se me había acumulado en la boca y gané firmeza
en cuestión de segundos. Recogí la botella y las pastillas, avancé hasta la
cama y lo dejé todo en la mesilla. No lo miré, pero juro que no se movió en
ningún momento. Supuse que el pánico no se lo permitía.
Me aclaré la garganta antes de tratar de hablar, aunque no tenía ni idea
de qué decir.
—¿Necesitas algo más?
No hubo respuesta. Me obligué a mirarlo y... Joder, mis ojos se desviaron
hacia su entrepierna como atraídos por un puto imán. Su erección no solo
no se había desinflado, sino que parecía estar aún más duro que antes.
Se me hizo la boca agua.
Elevé la mirada hasta su rostro congestionado y el rubor se extendió por
todo su cuello y alcanzó sus mejillas de un modo delicioso. Donovan era un
tipo grande, apenas unos centímetros más bajo que yo, y tenía una espalda
ancha y unos hombros firmes. Brazos musculosos y un pecho bien
construido y digno de admiración. Pero su cara era una auténtica locura. Era
el clásico californiano con pelo rubio más claro en las puntas, ojos verdes,
pómulos cincelados, dos putos hoyuelos que apenas si había sacado a
relucir desde mi llegada —aunque los había visto en un par de ocasiones
cuando bromeaba con Cooper— y unos labios de aspecto suave y
totalmente follables.
Era un maldito sueño húmedo, y que estuviera semidesnudo no ayudaba
en nada a mantener mis oscuras fantasías a raya.
Me incliné sobre la cama y sus manos volaron a los lados de su cuerpo;
sus dedos se cerraron sobre la colcha, pero de inmediato una de ellas
recuperó su lugar y se apretó en torno a la base de su erección.
—Mierda —gimió, y yo perdí la cabeza.
Cuando quise darme cuenta estaba ya sentado entre sus piernas y mis
manos ascendían por el interior de sus muslos.
Le lancé un manotazo para que se soltara.
—Aparta. Yo lo haré. —Su cuerpo se arqueó en cuanto lo rodeé y soltó
una florida maldición entre dientes—. Esto es lo que en realidad quieres,
¿verdad?
Mi confianza se elevó al mismo ritmo que él dejaba escapar suaves
gemidos y su estómago se contraía. Estaba totalmente duro y la humedad se
le acumulaba en la punta, prueba de lo cerca que estaba de correrse.
Pero yo era un cabrón y quería que durara. Joder, podría hacer aquello
toda la noche.
Durante un rato, deslicé la mano arriba y abajo con lentitud y la presión
justa para que resultara placentero pero no suficiente. Y cuando Donovan
gimoteó pidiendo más, no pude evitar sonreír.
—Te la chuparía si no creyera que mañana vas a volverte loco por eso.
—Agarró mi mano y me detuvo, incorporándose ligeramente sobre la
almohada. De nuevo entrando en pánico—. Tranquilo, nadie lo sabrá. No
diré una palabra. Ahora, dime que lo quieres.
Mantuve mi mano inmóvil, con sus dedos aún envolviendo los míos,
pero le di un pequeño apretón. En sus ojos, la bruma del alcohol había sido
sustituida por una turbia necesidad; sin embargo, necesitaba saber que de
verdad deseaba que lo tocara. Ya tendríamos mierda suficiente al día
siguiente...
Arqueé una ceja cuando no dijo nada y, tras unos segundos, comencé a
apartarme. Pero Donovan se aferró a mi muñeca y tiró de mí hasta casi
hacerme caer sobre él.
—Hazlo, joder. Hazlo de una vez —escupió. Sonreí con arrogancia y él
me soltó un par de insultos, pero continuó agarrándome y añadió—: No
significa nada.
Mi sonrisa se amplió y entré en modo gilipollas.
—Te vas a correr tan fuerte que volverás rogando a por más.
No le di tiempo a argumentar nada en contra. Comencé a masturbarlo
con un ritmo furioso y exigente mientras le acariciaba las pelotas con la otra
mano. Eso lo volvió loco. Empezó a retorcerse sobre la cama y a gemir de
tal modo que agradecí que nuestros otros dos compañeros de piso se
hubieran quedado en la fiesta; no había forma de que nadie que lo oyera
ignorara lo que estaba sucediendo en aquella habitación.
—Joder, estás muy cachondo, ¿verdad? Te encanta esto —señalé, aunque
yo no estaba mucho mejor. Me dolía la polla de lo duro que estaba y sabía
que luego tendría que acabarlo yo mismo; no creía que Donovan fuera a
ofrecerse como voluntario para ayudarme.
Pero en aquel momento me daba igual.
Los siguientes minutos fueron frenéticos. Bombeándolo sin compasión,
tracé con los dedos de la otra mano su cadera, el costado de su torso, las
líneas de sus abdominales, y ascendí hasta su pecho. Al primer roce con uno
de sus pezones, Donovan empezó a murmurar cosas sin sentido. Lo
pellizqué una y otra vez, provocándolo. Era tan jodidamente receptivo a
cualquiera de mis toques que me estaba volviendo loco. Gruñó, maldijo y
rogó por más, de tal modo que pensé que terminaría pidiéndome que lo
follara.
Si no hubiera bebido, al menos podría haber tanteado su entrada con los
dedos. Me moría por descubrir lo apretado que estaría y si sería tan sensible
como parecía. Mi propia polla daba la impresión de estar a punto de hacer
un agujero en los pantalones para salir a comprobarlo, pero no iba a
asustarlo pidiéndole más de lo que parecía preparado para dar. Estaba claro
que no había hecho nada como aquello antes.
Y, sinceramente, no me planteé en absoluto ser egoísta con él. Quería
que disfrutara cada segundo, aunque yo no obtuviera nada a cambio.
—Mierda. Estoy... estoy casi... —farfulló, y abrió los ojos para mirarme.
El mundo se congeló durante un instante cuando nuestras miradas se
encontraron. Su piel brillaba con una capa de sudor y sus labios lucían
hinchados. Sus ojos estaban completamente nublados por el placer. Joder,
quería besarlo y volver a probar su sabor. Y quería que de verdad se corriera
como nunca antes. Quería un montón de cosas de él. Y su expresión me
hizo creer que Donovan quería exactamente lo mismo.
No podía esperar para ver el espectáculo que sería su rostro cuando por
fin se corriera.
Pasé el pulgar sobre la cabeza de su polla y luego por la parte más
sensible bajo esta. Donovan no apartó la mirada, pero sus párpados cayeron
un poco y jadeó una maldición.
—Necesito chupártela —admití en voz alta, a riesgo de parecer un puto
desesperado—, pero si no quieres...
No me dejó terminar la frase. Exhaló un profundo gruñido, su cuerpo
convulsionó y chorros de semen se dispararon por todas partes,
cubriéndome la mano, su estómago y hasta su pecho. Se derrumbó sobre la
almohada un instante después, aunque continué bombeándolo hasta la
última gota y sus músculos temblaron por las réplicas de lo que sabía que
había sido un potente orgasmo.
Y..., mierda, su expresión resultaba absolutamente deliciosa. Se perdió de
tal manera que creo que yo también me perdí un poco con él. Las líneas
duras de su rostro se suavizaron, sus párpados cayeron del todo, los labios
suaves e hinchados se abrieron...
Era lo más hermoso que había visto jamás.
—Oh, joder —farfulló sin aliento, cubriéndose los ojos con el brazo—.
Mierda. Mierda. Mierda.
Sí, seguramente eso lo resumía todo bastante bien.
Trey

Me quería morir.
No, borra eso. Me había muerto y luego había ido a alguna clase de
realidad alternativa en la que...
—Joder —mascullé, todavía aturdido a pesar de que era más de
mediodía y yo aún estaba en la cama.
No había hecho otra cosa más que maldecir desde que me había
despertado. Desnudo, me había despertado completamente desnudo y con
una resaca de las que te hacían desear meter la cabeza en el váter y
mantenerla ahí hasta que tu estómago dejase de hacer piruetas.
Para empeorarlo todo, tenía una erección matutina que pedía atención a
gritos, aunque la noche anterior la hubiera recibido de sobra.
—Joder —escupí de nuevo.
Al menos no había restos de semen sobre mí. Lo más gracioso era que
no recordaba haberme limpiado en absoluto. Lo que sí recordaba demasiado
bien era lo duro que me había corrido. Mierda, había visto putas estrellas y
fuegos artificiales. Para el caso, bien podría haber sido Cuatro de Julio.
Y el culpable de todo, además del alcohol de mi sangre, había sido...
King. Axel King, el nuevo quarterback de mi equipo y compañero de piso.
Genial. Todo aquello era una mierda épica y genial.
Me froté los ojos en un intento de ganar lucidez o perder la memoria, no
lo tenía muy claro. Lo que fuera que hiciera que mi pulso dejara de
taladrarme los oídos y apartara de mi mente la imagen de King bombeando
mi polla como si hubiera nacido con ella en la mano. Como si ese fuese el
lugar en el que estaba destinada a estar.
Traté de no ceder al pánico. Cosas como aquella ocurrían todo el tiempo,
¿no? Alcohol, necesidad, curiosidad. Lo que fuera. No significaba nada.
No era un imbécil homófobo, no me malentendáis. Me daba igual a
quién se tirara King o cualquier otra persona, pero cuando se trataba de mí
mismo..., la idea resultaba abrumadora.
Estaba acojonado. Y excitado, eso también.
Pero no quería estarlo. Eso sería un follón en el que no tenía ánimos para
meterme. Menos aún con King. ¡Santo Dios! El tipo ni siquiera me caía
bien. Era un gilipollas y un prepotente que esperaba que la gente le hiciera
la ola al pasar.
Y lo hacían. La gran mayoría de los fanáticos del campus, tíos y tías por
igual, lo habían adorado desde el mismo segundo en el que había puesto un
pie en nuestra universidad.
Resoplé, cabreado conmigo mismo. Recordaba la noche anterior a
trozos, pero estaba bastante seguro de que prácticamente le había suplicado.
Lo peor era que se había sentido tan bien que... quería repetir.
Me mandé a la mierda a mí mismo y salí de la cama. Estaba a medias
nervioso y a medias expectante por lo que sucedería cuando me encontrara
con él. Tan muerto de miedo como curioso. Y cachondo, imposible olvidar
eso dado el dolor de huevos que tenía.
Me cubrí con un pantalón de deporte y me fui directo al baño.
Prácticamente corrí de una habitación a otra para no encontrarme con nadie.
Necesitaba una ducha. Y una paja. Y seguramente también jurarme a mí
mismo que lo de la noche anterior no se iba a repetir.
Haría como si nada hubiese sucedido, y esperaba que King hiciera lo
mismo.
Sí, eso sería. «Ante la duda, niégalo todo.»
Al final no necesité negar una mierda. Cuando terminé de ducharme y
me vestí, salí al salón y me di cuenta de que no había nadie más en la casa.
Era sábado, así que a esas horas Cooper seguramente estuviera en la casa de
la fraternidad. Grayson me había mandado un mensaje para decirme que iba
a entrenar a la playa y luego comería con algunos de sus compañeros de
clase. Y a saber dónde demonios estaba King, aunque tampoco me
importaba. O eso me decía.
Respiré más o menos tranquilo hasta que empezó a oscurecer. Entonces
cogí las llaves de mi coche, la cartera y el móvil y salí corriendo de la casa
como si el lugar hubiera estallado en llamas.
No quería ver a King. No habría sabido qué decir ni cómo comportarme.
Y no había decidido aún cómo iba a lidiar con todo aquello, por mucho que
me dijera que lo ignoraría y lo olvidaría. Teniendo en cuenta que mis
pensamientos no habían dejado de regresar a lo sucedido la noche anterior,
era más fácil decirme que podía negarlo que cumplirlo.
Ni siquiera tuve fuerzas para comer algo por ahí. Tenía el estómago
revuelto y el insistente dolor de cabeza no terminaba de desaparecer, a pesar
de haberme tragado las dos pastillas que había encontrado por la mañana en
mi mesilla de noche; cortesía de King, supuse.
Para cuando regresé a casa, mi estado de ánimo era lamentable y,
físicamente, parecía haber atravesado alguna clase de infierno en las últimas
horas. Tal vez hubiera sido así.
Dadas las múltiples fiestas que se organizaban cualquier fin de semana,
no esperaba encontrarme a todos mis compañeros de piso en casa. Había
pensado que a esas horas de la noche estarían emborrachándose por ahí; las
pretemporadas de los distintos equipos y el comienzo de las clases eran
inminentes, y todo el mundo aprovechaba para volverse un poco loco,
aunque no era que un montón de universitarios necesitasen una excusa para
hacerlo de forma habitual.
—¡Ey! ¿Dónde te habías metido? —preguntó Cooper en cuanto crucé la
puerta de entrada.
Grayson y él estaban sentados uno junto al otro en el sofá, con sendos
mandos entre las manos y la vista fija en la pantalla plana que dominaba la
habitación. Había cajas de pizza en la mesa, botellines de cerveza vacíos, y
ambos vestían de manera informal, con ropa de deporte y camisetas viejas.
Vale, así que tocaba noche de videojuegos; nada de fiesta. No era del
todo extraño, pero habría dado cualquier cosa porque ese no fuera el plan
aquel día.
—Por ahí, dando una vuelta —murmuré, lo cual no era mentira.
Me había dedicado a vagar sin rumbo. Había pasado un rato aparcado
frente a la playa, mirando sin ver el mar y tratando por todos los medios que
mi mente no volviera una y otra vez a King.
Spoiler: no había conseguido una mierda.
Avancé hasta situarme de pie junto al sofá, totalmente tenso y alerta. No
había ni rastro de él en el salón, pero la esperanza de que no estuviera en
casa se marchitó y murió un par de segundos después, cuando el rey en
persona cruzó la puerta de la cocina con una bolsa de patatas fritas en una
mano y más cervezas en la otra.
Juro que dejé de respirar.
—Vaya mierda llevabas anoche —se burló de mí, derrumbándose en una
de las butacas a un lado del televisor.
Luché contra la extraña necesidad de mirarlo. Quería mirarlo, pero a la
vez no quería hacerlo en absoluto. Me sentía como si estuviesen tirando de
mí en dos direcciones distintas y fuese a partirme por la mitad y dejar al
descubierto toda la vergonzosa miseria de mi interior.
No le contesté, aunque Cop y Grayson se rieron y se lanzaron a parlotear
sobre otros detalles de la fiesta. Gray habló de su ligue y de lo bien que le
había ido la noche con ella y yo desconecté. Era hiperconsciente de la
presencia de King en la habitación y de cada una de las veces que
intervenía. Del sonido de su voz y su risa. De cada movimiento o del modo
en que se reacomodó en el asiento en un par de ocasiones.
Incluso cuando no miré ni una sola vez en su dirección, sabía lo que
estaba haciendo en todo momento. Resultaba un poco espeluznante.
—Vas a echar raíces ahí plantado —señaló Cop, dándome un golpecito
con el mando en el muslo.
Continuaba de pie e inmóvil. Tieso como un palo. Parecía un gilipollas,
la verdad. Así que opté por fingir que no estaba a punto de tener un ataque
de pánico y fui a sentarme en la butaca libre. Tuve que pasar junto a King y,
por azar o no, mi pierna rozó su rodilla. Apenas si fue un leve toque, pero a
mí se me aceleró la respiración y el pulso rebotó en mis oídos a un nivel
preocupante. La habitación se hizo de repente mucho más pequeña y mi
cuerpo prácticamente vibró. Además, ¿por qué hacía tanto calor allí dentro?
Tal vez estuviera sufriendo un derrame cerebral.
Una vez sentado, esperé a recuperar un poco el control de mí mismo
antes de atreverme a mirar a King. Mis otros dos amigos se lanzaban pullas
y empujones y estaban pendientes de la partida, así que decidí arriesgarme.
Mala idea.
En cuanto le puse los ojos encima, no fui capaz de apartar la vista de él.
Llevaba una camiseta sin mangas que dejaba al aire sus brazos y un
pantalón corto de algodón. Se hallaba despatarrado en la butaca, lo cual me
daba una buena panorámica de sus poderosos muslos y... mucha carne algo
más arriba. Se me secó la boca al instante cuando llegué a la conclusión de
que no parecía que llevase ropa interior.
Me obligué a elevar la mirada. La atención de King estaba centrada en la
pantalla, así que me encontré bebiéndome con avidez cada línea de su perfil
relajado, la curva de sus labios llenos, su firme mentón y los pómulos altos
y bien dibujados. No parecía en absoluto preocupado; es más, el muy
imbécil no miró en mi dirección ni una sola vez ni me prestó la más mínima
atención.
Robé un trozo de pizza de una de las cajas abandonadas sobre la mesa y
me forcé a masticar y tragar. Estaba fría y no era mi preferida, pero no
podría haberla disfrutado de todas formas. Lo más probable era que,
teniendo en cuenta las volteretas que estaba dando mi estómago, la
vomitara poco después.
No fui muy consciente del tiempo que pasé callado y observando a King.
Cooper y Grayson discutían y se lanzaban insultos entre risas, picados por
el juego, y de vez en cuando él hacía alguna aportación. No sabría repetir ni
una sola palabra de lo que ninguno dijo, aunque en alguna de las ocasiones
que se dirigieron a mí supongo que respondí con «sí» o «no» o un «mmm»
adecuado, porque ninguno de ellos señaló mi aparente estupidez.
Me picaba la piel y mis músculos protestaban a intervalos regulares,
cargados de tensión. Hasta que contemplé cómo King, sin volverse hacia
mí, se llevaba la mano al lateral de la cara que quedaba de mi lado y se
rascaba disimuladamente la sien con el dedo corazón. Supe que el gesto
estaba dedicado a mí cuando esbozó una media sonrisa burlona y, sin
apartar la mirada del televisor, se reclinó en la butaca como lo haría un rey
en su trono.
«Gilipollas.»
—Me voy a la cama —dije a nadie en particular, poniéndome en pie.
—Vamos, tío, échate una partida con nosotros. Es sábado por la noche
—intervino Cop, lanzándome una rápida mirada.
Gray aprovechó su despiste para tomar ventaja en el juego, lo cual
desembocó en un montón de maldiciones saliendo por la boca de mi mejor
amigo.
King se rio y... ladeó la cabeza para mirarme por fin.
Nuestras miradas se encontraron a mitad de camino. Me dije que tenía
que ignorarlo y empezar a caminar hacia el pasillo, pero no logré moverme.
Mantenía esa estúpida sonrisa bravucona en su rostro, aunque me dio la
sensación de que su expresión se tornaba más suave e interrogativa segundo
a segundo.
«¿Estás bien?», pareció que me preguntaba.
«Vete a la mierda, King», me esforcé por transmitirle.
Solo entonces reuní el ánimo para dar media vuelta y largarme. Grité un
absurdo e innecesario «portaos bien» por encima del hombro y me
encaminé hacia mi dormitorio a grandes zancadas, desesperado por
encerrarme allí y alejarme así de King.
Joder, y aquello no había hecho más que empezar. En el momento en que
los entrenamientos dieran comienzo, íbamos a tener que pasar un montón
de horas juntos. La sola idea de compartir vestuario con él era ya de por sí
aterradora...
Ya estaba casi en el territorio seguro de mi habitación cuando oí unos
pasos acercarse a mi espalda. No me dio tiempo a entrar. Alguien me agarró
del brazo y abortó mi vergonzosa huida.
—Eh, espera —murmuró en voz baja King.
Me deshice de su agarre de un tirón y él retrocedió un poco con las
manos en alto. Y, a pesar de que ya no me estaba tocando, el brazo me
hormigueaba allí donde lo había hecho.
Abrí y cerré el puño para deshacerme de la sensación y él debió de
tomárselo como la advertencia de un ataque inminente. Su mirada bajó
hasta mi puño y, al levantarla de nuevo, su expresión era mucho más dura.
Cautelosa pero también oscura.
—¿Todo bien? —se interesó, pese a la hostilidad que flotaba en el
ambiente.
No iba a pegarle, joder, yo no era esa clase de tío. Pero supongo que eso
él no lo sabía. A pesar de que me sentí como una mierda por darle esa
impresión, no fui capaz de hacer nada por corregir lo erróneo de su
percepción.
De nuevo, notaba la piel tirante como una vieja camiseta que se ha
quedado demasiado pequeña y mi pulso se había desbocado. Sabía que si
me inclinaba un poco hacia delante sería capaz de detectar ese olor
exquisito que desprendía y que no había logrado quitarme de la cabeza en
todo el día, y por un segundo sentí el impulso de deslizar la mano por su
brazo y colarla a través del hueco de la camiseta para llegar hasta su pecho.
«Su puta madre.»
—Perfecto —me obligué a contestar, y pronunciar esa única palabra
requirió de toda mi fuerza de voluntad.
Odié que mi voz saliera casi jadeante. Odié que el tipo me afectara de
esa manera tan visceral.
Odiaba al puto Axel King. Punto.
—No parece que estés bien.
—Me importa una mierda lo que parezca.
El tipo se atrevió a lanzarme una de sus sonrisas espléndidas y me
desconcertó por un momento que el pasillo oscuro se iluminase como si un
rayo golpease el espacio entre nosotros. ¿De verdad? ¿Qué sería lo
próximo? ¿Lanzarle corazones por los ojos? ¿O empezar a mear purpurina?
¿Qué coño me pasaba?
—Mantente alejado de mí, King. —La advertencia habría resultado más
efectiva si no hubiera parecido un perro jadeante. Solo me faltaba ponerme
a mover el rabo como un cachorrillo entusiasmado, lo cual no estaba muy
lejos de suceder si él continuaba observándome con esa intensidad tan
abrumadora.
—Está bien —dijo finalmente, y luego bajó la voz aún más—. No me
cruzaré en tu camino, pero no hagas como si no te hubiera gustado lo que
sucedió anoche, porque tu polla dura y tus gemidos necesitados dejaron
bien claro lo mucho que lo disfrutaste.
Mis mejillas se incendiaron y se me cerró la garganta de golpe. No lo
había creído capaz de evocar nada de lo sucedido ni de lanzármelo a la cara
con tanta tranquilidad. Mientras yo me deshacía bajo el peso de su mirada,
él no parecía en modo alguno afectado. Lucía calmado y controlado. Todo
arrogancia y serenidad.
Y lo odié aún más por eso.
—Te corriste en mi puta mano, Donovan —se jactó con tal naturalidad
que parecía estar hablando del tiempo.
Lo agarré de la camiseta para lanzarlo al interior de la habitación y cerré
la puerta tras de mí; no tenía ninguna intención de contarle a Cop o a
Grayson lo que había ocurrido y no quería que oyeran la conversación. Sin
embargo, cuando me encontré a solas con King en mi dormitorio,
comprendí que no había sido mi idea más brillante.
Al parecer, últimamente solo tenía ideas de mierda.
Las imágenes de King inclinado sobre mí, machacándome sin
compasión, se desataron en mi mente y mi polla se endureció en cuestión de
segundos. La cosa no mejoró cuando me di cuenta del llamativo bulto que
lucía el propio King. Joder, el tipo no llevaba ropa interior y el pantalón
suelto que vestía no hacía nada por contenerlo.
Nos medimos el uno al otro con la mirada, y durante un instante eterno
ninguno de los dos se movió ni dijo nada. El aire del ambiente se cargó a
nuestro alrededor hasta resultar abrumador y asfixiante, justo igual que la
noche anterior.
Olía tanto a sexo que ni siquiera era gracioso.
—Y tú ibas a chupármela —me defendí, como si aquello se tratase de
alguna competición de comentarios estúpidos e irrelevantes.
Se cruzó de brazos y sus comisuras se elevaron junto con una de sus
cejas. Antes de ser consciente de lo que estaba haciendo, me encontré
apreciando el modo en el que sus bíceps se tensaban y la franja de piel de su
estómago que quedaba al descubierto. Luego, mis ojos cayeron una vez más
hasta su entrepierna.
Mi polla dio una sacudida, claramente interesada en lo que sucedía en el
interior de sus pantalones, y no pude evitar mascullar una maldición.
Esto no podía estar ocurriendo. King no podía estar allí plantado, tan
sereno y despreocupado, además de claramente divertido, y yo no podía
estar duro como una roca frente a él. Excitado de un modo febril, y
preguntándome si su ofrecimiento para chupármela aún tenía validez o,
peor todavía, cómo se sentiría si fuese yo el que me metiese su polla en la
boca.
No, nada de eso era real.
—Joder.
—¿Eso es una invitación? —inquirió el muy gilipollas, con tanto descaro
que quise darle un puñetazo.
Pero lo peor fue que no supe qué contestarle.
Axel

Era muy consciente de que estaba presionando a Donovan de forma


peligrosa. Parecía a punto de explotar, aunque no creía que fuera a hacerlo
en el mal sentido. Tal vez volviera a lanzarse sobre mí, algo que no me
habría importado en absoluto. O quizá estaba equivocado y terminara
sacándome a empujones de su habitación.
Lo que estaba claro era que se encontraba bordeando el límite.
Y yo no podía evitar seguir empujándolo.
—Te encantó lo que te hice —señalé, dejando que mi espalda reposara
contra la puerta cerrada.
Grayson y Cooper estaban en el salón, a unos pocos metros de distancia
en la planta baja, pero podía oír el eco de sus gritos y risas, lo que
significaba que no podía pasar nada en la habitación sin que probablemente
acabaran enterándose. No era como si yo tuviera algo que esconder, pero
Donovan apenas si podía asumir lo de la noche anterior, así que me dije que
tenía que comportarme.
Pero comportarme no se me daba bien en general, y con Donovan me
resultaba aún más difícil. Era demasiado excitante presionar y escarbar en
su interior para comprobar hasta dónde podía llegar. Cuán lejos podía
empujarlo.
No negó mi afirmación. Yo sabía que lo había disfrutado. Joder, el tipo
había explotado en mi mano como un puñetero volcán en erupción. Había
gemido todo el tiempo y se había mostrado tan necesitado y ansioso que
estaba deseando poder contemplarlo así de nuevo. Pero esta vez lo quería
sobrio y quería que rogara. Quería que suplicara para obtener lo que yo
podía darle.
Me impulsé hacia delante y avancé hasta él. En cuanto comencé a
moverme, dio un paso hacia atrás. Y luego otro. Y otro. Hasta que tropezó
con su escritorio y ya no tuvo adónde ir. La puerta ni siquiera tenía el
pestillo echado y sabía que los otros podrían irrumpir en cualquier momento
en la habitación.
Pero eso solo lo hacía todo más excitante.
El pánico fue apoderándose de su expresión conforme me acercaba a él,
aunque había mucho más detrás de su mirada horrorizada. Curiosidad,
deseo, ansiedad y un ardor tan profundo que hizo que mi propia sangre se
me calentara en las venas.
Incluso asustado, el tipo resultaba jodidamente atractivo. Y yo sabía que
cuando se corría lo era aún más. La noche anterior lo había visto ceder a
mis caricias y caer, y había caído con mucha fuerza; todo un espectáculo
para la vista.
—¿Qué demonios haces? —preguntó con un suspiro tembloroso.
—Mmm... —Levanté la mano y dejé que mis uñas arañaran el débil
rastro de barba de su mandíbula.
Podría haberme dado un manotazo, apartarme de él, detenerme con un
simple «no». Yo me habría marchado, no era tan capullo. Pero no lo hizo.
Sus fosas nasales se ensancharon cuando tomó aire de forma brusca y yo
empujé su barbilla hacia arriba. No se resistió, y su docilidad solo espoleó
aún más mi deseo de continuar empujándolo. Quería arrancarle la ropa y
desmontar su cuerpo pieza a pieza hasta que no fuera más que pura
necesidad. Hasta que sollozara y lloriqueara por mi polla. Hasta que se
derritiera por mi causa. Por mí.
—No puedes tocarme —balbuceó con un tono débil.
Le dediqué la sonrisa más arrogante que fui capaz de conjurar, una que
decía «Puedo hacer lo que quiera». Ni siquiera necesité decirlo en voz alta,
y juraría que él lo comprendió perfectamente. Y que lo aceptó.
Un suave rubor ascendió por su cuello. Tragó de forma audible. El tipo
que tenía frente a mí no se parecía en nada al que había visto durante las
dos semanas anteriores. Trey Donovan era el clásico chico californiano,
todo un tópico andante, y, por regla general, cuando pensaba que yo no
miraba, hacía alarde del encanto y la seguridad que se esperaba de alguien
como él. Encantador y divertido, aunque frente a mí gruñera demasiado a
menudo.
Pero no ahora, no cuando lo estaba tocando. Y aunque había prometido
no repetir lo sucedido la noche anterior y mantenerme alejado de él por el
bien de ambos, resultaba demasiado tentador.
—Cop y Gray... —farfulló, pero no fue capaz de terminar la frase.
—Tranquilo, chico de oro, no se van a enterar.
Sus labios se entreabrieron y exhaló un suspiro titubeante, como si
apenas alcanzara a llevar aire a sus pulmones. Me lamí los labios y su
mirada de inmediato se movió hacia mi boca, lo cual solo me hizo sonreír
de nuevo.
Estaba tan tenso que parecía que en cualquier momento fuera a
quebrarse bajo mi tacto, y la sensación que eso me provocaba resultaba casi
abrumadora. Adictiva.
Tracé un camino descendente por el lateral de su cuello con la punta de
los dedos. Suave y despacio. Y la piel se le erizó. Joder, era tan tan
receptivo a cada uno de mis toques. Incluso cuando luchaba contra ello, su
cuerpo respondía de forma inmediata. Sin engaños ni fingimientos. Había
una extraña vulnerabilidad en el hecho de que no fuera capaz de esconder
sus reacciones que solo me hacía desearlo más y más.
Continué bajando por su torso hasta alcanzar el dobladillo de su camiseta
y deslicé la mano bajo la tela para volver a ascender con la misma calma.
Los músculos de su abdomen ondularon y se mordió el labio inferior, y sus
dientes se clavaron aún con más fuerza cuando froté uno de sus pezones.
Hizo un ruidito con la parte posterior de la garganta que fue directo a mi
polla. Y me pregunté si sería así como sonaría si le follaba la boca.
—Te gusta esto, ¿verdad? —pregunté mientras continuaba torturándolo.
Apenas fue capaz de asentir, y puede que me emocionara más de la
cuenta cuando por fin lo consiguió.
Lo empujé contra el escritorio y aprisioné sus caderas con las mías,
mostrándole lo mucho que me gustaba también a mí. Mi pantalón de
algodón y la ausencia de ropa interior no hacían nada por ocultar mi
erección y sabía que él se había fijado en el salón; me había estado mirando
todo el rato, creyendo que no me daba cuenta. Y tal vez fuera precisamente
la manera ansiosa en la que lo había hecho lo que me había empujado a
seguirlo hasta su dormitorio.
Sujeté su cadera con una mano y le lamí el cuello hasta llegar al hueco
tras su oreja. Donovan se estremeció y un gemido ahogado escapó de entre
sus labios. Joder, si seguía así iba a olvidarme de que mis compañeros de
piso estaban abajo e iba a darle todo por lo que parecía estar rogando.
Rodeé con la mano su erección a través de la tela de sus vaqueros y
apreté. Se le cerraron los ojos y, acto seguido, masculló una maldición.
—Abre los ojos, chico de oro. Mírame. —Obedeció con rapidez y lo
premié con dos placenteros tirones—. Quieres esto, ¿verdad? Te mueres por
sentir mi mano alrededor de tu polla.
No contestó, pero no fue necesario. Empezó a empujarse contra mi mano
en cuanto se dio cuenta de que no iba a moverla más. Tan necesitado. Tan
jodidamente ansioso.
—Eso es. Hazlo tú mismo —lo alenté. Deslicé la otra mano a su espalda
y apreté una de sus duras nalgas—. Muéstrame lo mucho que lo quieres.
—Vete a la mierda, King —replicó, pero no se detuvo. Ahogué una
carcajada para no alertar a los otros y que vinieran a comprobar qué era lo
que resultaba tan divertido. Donovan gimoteó—: Oh, mierda. Joder.
Aceleró el balanceo, follándose mi mano con abandono. Su cabeza cayó
hacia atrás y tuve que agarrarle la nuca para obligarlo a mirarme. Quería
verlo, joder. Quería contemplar cómo perdía los putos sesos mientras iba en
busca de su orgasmo y se deshacía contra mí.
Mi polla palpitaba al ritmo de sus embestidas, necesitada de un poco de
acción, pero la visión de Donovan luchando por más fricción resultaba
demasiado deliciosa como para que me plantease hacer algo al respecto. Era
una puta fantasía húmeda.
Me incliné sobre su oído.
—En algún momento, te desnudarás para mí, abrirás la piernas y me
pedirás que te folle. Y amarás cada jodido segundo que pases con mi polla
enterrada en tu culo.
—Mierda, King. Deja... Cállate, joder —balbuceó medio ido, con los
párpados apenas abiertos y jadeando en busca de aire. Empujando con más
y más fuerza. Más rápido. Pura necesidad y lujuria.
Prácticamente sollozaba por liberarse.
Estaba a punto de correrse, así que...
Di un paso atrás y retiré la mano. Y durante unos pocos segundos
Donovan continuó sacudiéndose contra la nada.
—¿Qué coño...? ¿Por qué demonios te has apartado? —protestó
frustrado, y ni siquiera moderó el volumen de su voz para evitar llamar una
atención indeseada.
Su respiración no era más que una serie de jadeos encadenados, sus ojos
estaban vidriosos y tenía el labio inferior hinchado por habérselo estado
mordisqueando todo el tiempo. Y, bueno..., la abultada parte delantera de
sus pantalones lucía una pequeña mancha húmeda.
Le dediqué una sonrisa oscura y maliciosa y me encogí de hombros.
Retrocedí hasta la puerta sin mirarlo, no por vergüenza, sino más bien
como... una dulce venganza. Sí, lo estaba torturando y lo sabía.
—Acaba tú mismo, chico de oro. Seguro que sabes cómo hacerlo.
Solo cuando estuve junto a la puerta me giré hacia él. Parecía totalmente
desarmado. Medio tirado sobre el escritorio y con la frustración y la ira
luchando claramente por apropiarse de su expresión. Creo que incluso
temblaba, y me requirió una buena cantidad de autocontrol no regresar
sobre mis pasos y darle el alivio que tanto necesitaba.
Me crucé de brazos y no dije una palabra. Solo me quedé allí,
observando al maldito chico de oro. Mi compañero de piso. Mi compañero
de equipo. Era condenadamente hermoso, no tenía sentido negarlo.
Pero lo quería rogando... Quería que lo deseara. Que me deseara.
—Eres un cabrón —escupió, incluso cuando resultaba evidente que
estaba perdido y desconcertado.
—Y tú estás deseando que te la chupe.
Abrió la boca para replicar, pero lo que fuera que viera en mis ojos lo
disuadió y la cerró antes de dejar ir palabra alguna.
—Buenas noches, Donovan.
No esperé para que me deseara lo mismo. No creía que fuera a hacerlo.
Abrí la puerta y me largué.
Trey

Los días se arrastraron uno detrás de otro durante las dos siguientes
semanas. Comenzaron los entrenamientos. Grayson no pertenecía al equipo
de fútbol, pero también era un atleta, aunque lo suyo fuera el voleibol. Así
que todos estábamos tratando de retomar la forma que habíamos perdido
durante las vacaciones y acomodarnos a la nueva rutina de ejercicio,
ejercicio y más ejercicio.
A pesar de que me machaqué en el campo y pasé horas en el gimnasio,
estaba tenso como el infierno y de un humor lamentable. Por mucho que me
esforzase para desgastarme hasta que lo único que pudiera hacer fuera caer
rendido en mi cama al final del día, nunca resultaba suficiente. Apenas
había visto a King fuera de los entrenamientos, y no tenía claro si él me
evitaba a mí o yo a él.
Bien, mentira. Yo seguro que lo evitaba a toda costa, pero la idea de que
él estuviera haciendo lo mismo me provocaba un absurdo malestar en la
boca del estómago que no sabía cómo sobrellevar. No podía dejar de pensar
en lo que había sucedido entre nosotros. Daba igual lo mucho que me
empeñara en apartar las imágenes explícitas que mi mente me lanzaba de
modo aleatorio y en los momentos menos adecuados: King con la mano
alrededor de mi polla, King susurrándome obscenidades al oído, King
sonriéndome, cerniéndose sobre mi entrepierna y atragantándose con mi
erección... (Eso no había ocurrido, pero a mi imaginación no parecía
importarle.) Y había otras fantasías mucho más sucias, unas en las que no
quería pensar y que implicaban a King a mi espalda empujando y
machacándome de forma salvaje hasta clavarme al puto colchón.
Estaba jodido. Muy jodido. Y no de la manera divertida.
También me sentía aterrorizado, pero la cuestión era que estaba más
cachondo que asustado, lo cual era peligroso, porque, si seguía así, acabaría
abalanzándome sobre él la próxima vez que nos cruzásemos en el pasillo y
suplicándole que me follara de una vez por todas.
—Ey, ¿vais a lo de esta noche en Phi Delta? —La pregunta fue lanzada
al interior del vestuario por Jules, uno de los defensas.
Acabábamos de terminar el entrenamiento y yo apestaba. Me había
llevado un sermón del coordinador ofensivo sobre estar centrado y no
perder el objetivo de vista, sobre mucho trabajo y menos juergas, como si
me pasara las noches de fiesta en fiesta. Resultaba gracioso, porque solo
había ido a una en las últimas dos semanas y con la única intención de
buscar un polvo sin complicaciones con alguien pequeño y bonito que no
midiera uno ochenta y cinco, tuviera el pelo negro ni una voz profunda y
sexy. Que no fuera un cabrón mandón y arrogante. Ah, sí, y sin nada
colgando entre las piernas.
Había sido un desastre. No porque no lograra un ligue. No era un
gilipollas prepotente como King, pero yo sabía que gustaba a las chicas, y
conseguir a alguna dispuesta a darse un revolcón conmigo no solía ser
nunca un problema. Pero cuando me había encontrado en un rincón oscuro,
apretándome contra las curvas de una de mis compañeras de clase, su
lengua en mi boca y mis manos sobre su culo, todo me había parecido...
equivocado.
Mi libido se había declarado en huelga indefinida y yo había tenido que
salir de la fiesta a toda prisa tras balbucear una burda excusa.
Lo peor era que, en cuanto pensaba en King, no tenía ningún problema
en ponerme duro como una piedra. Así que estaba sobreviviendo a base de
pajas. A ese paso se me caería de tanto machacármela, y ni siquiera
resultaba tan placentero como lo había sido con el idiota de King.
Cooper, sentado en el banco a mi lado, me dio un empujón con el
hombro que me devolvió al presente.
—¿Vas a ir o vas a seguir comportándote como un imbécil?
—Estoy bien —repetí, porque Cop parecía sospechar que me pasaba
algo y me había interrogado varias veces al respecto.
«Estoy bien» era mi respuesta comodín en esos días. Una mierda, vamos.
Y mi mejor amigo no tenía intención de comprarlo. Me conocía demasiado
bien.
—¿Vas o no? —insistió mientras se deshacía de las zapatillas.
Ladeé la cabeza y lo miré. No llevaba camisa y estaba muy en forma,
como todos en el equipo. Traté de admirarlo con ojos apreciativos y
descubrir si me resultaba guapo o había algún indicio de atracción, pero no
me provocó absolutamente nada. Claro que llevábamos años siendo amigos,
pensar en él de otro modo resultaba... perturbador. Era casi como un
hermano para mí.
Agité la cabeza y deseé poder frotar el interior de mi cerebro con agua y
jabón para borrar el decadente pensamiento.
—Vale. Iré —cedí finalmente. No quería que creyese que tenía algún
problema con él, y quizá una fiesta me distrajera.
A lo mejor incluso mi cuerpo colaboraba y consiguiera un poco de
alivio.
Por alguna estúpida conexión de ideas, ese pensamiento me hizo levantar
la vista y buscar a King a través del vestuario. Su taquilla estaba en el otro
extremo de la sala y él se encontraba de espaldas a mí, concentrado en
quitarse la equipación. Durante esas dos semanas, yo había sido lo
suficientemente inteligente como para no tentar mi suerte y había evitado
mirarlo en el vestuario. Lo último que necesitaba era una erección rodeado
de tipos semidesnudos o directamente en pelotas, y estaba bastante seguro
de que eso era lo que sucedería si me paraba a observarlo más de dos
segundos seguidos.
Pero resultó que no necesitaba mirarlo siquiera. Mi cuerpo reaccionaba a
su mera presencia en cuanto él entraba en la misma habitación. Había algo
magnético, oscuro e intenso en el modo en que todo se despertaba dentro de
mí cuando King estaba alrededor; una llamada que arrastraba cada uno de
mis músculos y mis huesos en su dirección.
Si nos cruzábamos en el pasillo de casa, me estremecía. Si entraba en el
baño después de que él se duchase, la boca se me hacía agua al captar el
aroma de su piel húmeda mezclado con el de su gel flotando en el ambiente.
Me ponía tan cachondo que había tenido que buscar en Google si los
humanos éramos capaces de desprender feromonas o alguna mierda
parecida para atraer a otras personas como perros lujuriosos.
Los resultados que había arrojado la búsqueda no habían sido nada
alentadores ni concluyentes, pero yo estaba convencido de que me estaba
volviendo loco y de que la cosa no iba a mejorar hasta que hiciera algo para
remediarlo.
King debió de sentir mis ojos taladrándole la nuca. Volvió la cabeza en
mi dirección y me dedicó una de sus sonrisas de bastardo arrogante por
encima del hombro. Acto seguido, tiró de su camiseta interior y la parte
superior de su cuerpo quedó al descubierto, dándome una vista apenas
parcial de sus abdominales cincelados con exquisita perfección, su costado
derecho y uno de sus pezones oscuros.
Me incliné para ocultar la amenaza del principio de una erección. Cooper
continuaba desvistiéndose a mi lado, ajeno al intercambio de miradas entre
King y yo y, gracias a Dios, también a mi evidente excitación.
Alargué todo lo que pude el tedioso proceso de deshacerme de mi propio
equipo. Resultaba una bendición que las duchas fueran individuales y
contaran con puertas para salvaguardar la intimidad de los jugadores,
porque ya me habría puesto en evidencia más de una vez de tener duchas
comunes. Aun así, no tenía ninguna intención de coincidir con King por el
pasillo que llevaba hasta ellas. Esperaría hasta que el tipo se metiera en una
para entrar en otra —lo más lejos posible de él—, ducharme en tiempo
récord, vestirme y salir corriendo del vestuario.
Joder, me daría un infarto si seguía así.
A lo mejor era mejor abordarlo y... Mierda, lo que fuera. Terminar con
eso de una vez.
—Genial, tío. Las chicas de Delta Gamma estarán allí. Necesito echar un
polvo —aseguró Cooper, aún centrado en la fiesta de esa noche.
—Amén a eso, hermano —repliqué entre dientes.
Cop, ya desnudo, me palmeó la espalda y soltó una carcajada antes de
encaminarse hacia las duchas. Yo aún tenía la mayoría de las protecciones
puestas. Me movía como una octogenaria moribunda cruzando un paso de
peatones interminable.
—A lo mejor así dejas de gruñir todo el tiempo —sentenció mi amigo
antes de perderse por el pasillo.
La mayoría de los chicos ya estaban duchándose. Chad y Jules se reían
de alguna broma a pocos pasos y, con el rabillo del ojo, vi a King
inclinándose hacia delante con los dedos enrollados en la cinturilla del
pantalón. Tiró hacia abajo muy despacio, casi como si se estuviera
desnudando para mí. Dos profundos hoyuelos asomaron en la parte alta de
sus nalgas y luego todo su musculoso y exquisito culo quedó en exposición.
Me lamí los labios en un acto reflejo.
Desde luego que estaba jodido si el culo de un tipo me hacía salivar.
Cuando quise darme cuenta, ya no lo observaba de reojo, sino que lo
estaba mirando abiertamente. Mis ojos se pasearon con una ansiedad
vergonzosa por todo su cuerpo. La curva de su espalda baja, la redondez de
sus nalgas, los músculos que ondulaban con sus movimientos...
Mierda, ahora ya estaba completamente duro.
Ahogué un gemido de vergüenza para no llamar la atención de mis otros
compañeros y bajé la vista al suelo. Esa mierda acabaría conmigo. Era una
auténtica tortura, y estaba claro que no podía continuar así.
Después de un momento, una sombra se cernió sobre mí. Ni siquiera
necesité comprobarlo para saber de quién se trataba. Los pies y la mitad
inferior de las piernas de King entraron en mi campo de visión, y también el
borde de una toalla. Al menos no estaba plantado frente a mí desnudo,
porque no estaba muy seguro de lo que pasaría si levantaba la barbilla y me
encontraba su polla justo delante de los ojos.
Continué desatándome las zapatillas con una calma que ni de lejos sentía
y recé para que no se percatara del temblor de mis dedos.
—Juegas como el culo, chico de oro.
Gruñí. Eso era culpa suya, pero no había manera de negar que había sido
un desastre en el entrenamiento de ese día; en los de las últimas dos
semanas en realidad.
—Creo que lo que necesitas es un buen polvo —agregó, y la diversión
quedó patente en su voz.
Jodido capullo arrogante. Él sabía lo que me hacía. Lo sabía. Y le
encantaba.
—Que te jodan, King.
—Eso se podría arreglar —replicó, y esta vez no detecté burla alguna en
sus palabras.
«Mierda.»
¿Estaba insinuando que yo podría...? Imágenes de King a cuatro patas
sobre mi cama, gloriosamente desnudo y sudoroso, gimoteando bajo mi
cuerpo y apretado alrededor de mi polla se desparramaron por mi mente
como un castillo de naipes que se derrumbara bajo la más suave brisa.
Por mucho que tratara de negarlo, llevaba dos semanas imaginando a
King follándome hasta dejarme sin sentido, y la idea resultaba tan atractiva
que mis pajas no duraban más allá de un par de minutos. Era más que
vergonzoso. Pero no podía negar que la idea que acababa de sembrar en mi
mente le hacía una clara competencia. Cualquiera de las dos me valdría,
dijera lo que dijese eso de mí, aunque era probable que King solo me
estuviera tomando el pelo.
Levanté la mirada por inercia.
Error.
King tenía una mano en torno a la toalla para mantenerla sobre sus
caderas. La profunda «V» de sus oblicuos y el resto de sus abdominales
eran una verdadera delicia. Su otra mano se hallaba sobre su pectoral
izquierdo y se acariciaba el pezón de forma distraída; un puto pezón
perforado. Una barrita de metal lo atravesaba de lado a lado y la zona se
veía un poco enrojecida, aunque a él no parecía dolerle en absoluto mientras
se tocaba. ¿Cuándo demonios se había hecho aquello?
—¿Te has hecho un piercing? —inquirí, y para mi vergüenza soné
jadeante y... excitado.
—¿Te gusta? —Se inclinó hasta que su cabeza quedó junto a la mía y, en
un tono ronco y peligroso para mi cordura, añadió—: Puedo dejar que lo
lamas. Apuesto a que podrías correrte haciéndolo, chico de oro. Ni siquiera
tendría que tocarte.
Mi cabeza giró como un látigo en dirección al lugar donde antes estaban
Chad y Jules, pero no había rastro de ellos. Ni siquiera me había dado
cuenta de que se iban. Joder, lo que me hacía King no era normal.
—Estás lleno de mierda —le espeté, recomponiéndome a duras penas.
—Lo que estoy es jodidamente cachondo. Y tú también pareces necesitar
liberar tensión. Métete en la última ducha del pasillo y espérame allí. —
Abrí la boca para protestar, mandarlo a la mierda o reírme, lo que fuera.
Cualquier cosa. Pero King cortó mis protestas antes incluso de que pudiera
lanzarle algún argumento decente—. Hazlo, Donovan. Ya.
Me levanté, me arranqué el resto del equipo tan deprisa que a punto
estuve de caerme de bruces al suelo e hice exactamente lo que me había
ordenado. Mi cuerpo no dudó ni un segundo. Fue realmente patético.
Estaba aún más jodido de lo que pensaba, eso estaba claro. Pero no podía
esperar para descubrir lo que King me tenía preparado.
Trey

Había algo oscuro y pecaminoso en la manera en que King me ladraba


órdenes y mi cuerpo respondía a ellas por inercia. Era excitante y
vergonzoso al mismo tiempo. No necesitaba esfuerzo ni ningún tipo de
coacción para ejercer influencia sobre mí, solo esa voz rica, pausada y
autoritaria derramándose en mis oídos y sacudiéndome de pies a cabeza
como un maldito tsunami.
Entré en la última ducha del pasillo sin siquiera preocuparme de llevar
una toalla conmigo. Abrí el grifo y, con las manos apoyadas en la pared, me
metí bajo el chorro de agua caliente. El corazón me sacudía las costillas con
cada latido, pero, aun así, había algo calmante en el hecho de estar allí
plantado esperando a que King apareciera. Tal vez, después de todo, me
gustaba que me diera órdenes.
Quizá era más fácil así y podía decirme que me estaba limitando a
obedecer.
No tenía ni idea. Pero cuando oí ruido a mi espalda y el clic de la puerta
cerrándose, no me moví. A pesar de la existencia de dichas puertas, en el
campus no debían de sentirse tan comprometidos con la privacidad de los
estudiantes como para añadir un pestillo, así que debería haber estado más
preocupado. Uno de mis compañeros de equipo podía equivocarse de puerta
o sentirse especialmente gracioso —algo de lo más habitual— e irrumpir en
la ducha en cualquier momento. Y podía oír el sonido de otros grifos
abiertos y hasta algún intercambio de comentarios de un cubículo a otro, lo
cual debería haber bastado como recordatorio de lo mucho que podían
torcerse las cosas si encontraban a King allí conmigo.
El pensamiento se desvaneció de mi mente cuando unas grandes manos
me sujetaron de las caderas. Me tensé durante un par de segundos, pero
entonces los pulgares de King se movieron en círculos sobre mi piel,
despacio, con una suavidad que resultaba casi tierna, y mis músculos se
relajaron bajo ese contacto.
Pasamos unos pocos minutos así, en silencio, como si de algún modo nos
estuviéramos acostumbrando a la presencia del otro de nuevo o alguna
mierda profunda por el estilo. Hasta que sentí el aliento de King
revoloteando junto a mi oído. Pegó su pecho a mi espalda y sentí el metal
frío de su pezón contra la piel. Luego acomodó su polla entre mis nalgas
como si ese fuera su sitio, lo cual igual no iba muy desencaminado dados
los últimos acontecimientos.
Me estremecí, pero ni me di la vuelta ni lo rechacé. Mi desesperación
estaba ya muy lejos como para salir de allí corriendo y escandalizado y, si
era honesto conmigo mismo, lo único que había conseguido King era
excitarme aún más.
—No tengo un condón y no puedo follarte —susurró, y yo tuve que
apretar los párpados y los labios para evitar dejar escapar un torpe jadeo. Su
melodiosa risa resonó en el estrecho espacio cuando lo percibió. Cabrón—.
Además, estoy seguro que te pondrías a gemir a gritos y todos sabrían
exactamente lo que estamos haciendo. Y tú no quieres eso, ¿no es así?
—Te encanta oírte hablar, ¿verdad? —repliqué en un susurro, y lo
acompañé de algunas maldiciones también en voz baja.
A pesar del ruido del agua corriendo, cualquiera que oyera a dos tipos
murmurando en el interior de una de las duchas no tardaría en preguntarse
qué demonios estaba pasando. Y no estaba seguro de cómo se tomarían mis
compañeros de equipo la idea de que su quarterback y su mejor running
back no solo se ponían de acuerdo en las jugadas dentro del campo.
La rica risa de King llenó el aire una vez más. Joder, el tío de verdad
estaba encantado de conocerse.
—En realidad, lo que me gusta es cómo reaccionas tú cuando me oyes
hablar. Resulta... embriagador.
Se estaba burlando de mí, pero me obligué a aguantar. También a no
ceder con tanta facilidad a sus exigencias. Bien podría conservar aunque
solo fuera un poco de dignidad, si es que aún me quedaba algo de eso.
—¿Vas a chupármela o no? —gruñí, y casi, casi, logré no sonar
mortalmente desesperado.
King acabaría conmigo, esa era una certeza de la que no tenía ninguna
duda.
—Mmm..., ¿eso te gustaría, chico de oro? —Hizo una pausa para lamer
las gotas de agua que resbalaban por mi cuello y sus manos, hasta ahora
inmóviles en mis caderas, comenzaron a moverse. Sus dedos se extendieron
por mi espalda. Arriba y abajo. Firmes y resueltos—. Haré algo mejor.
—¿Calentarme y luego largarte como la última vez?
Esperé su respuesta conteniendo el aliento, porque quería saber si eso era
lo que se proponía. Necesitaba saberlo. No volví a respirar hasta que él
contestó:
—No esta vez.
Bueno, al menos no acabaría con dolor de huevos y masturbándome de
nuevo. Aunque esa fue una suposición quizá demasiado precipitada, porque
King me agarró una mano y me hizo envolver los dedos alrededor de la
base de mi erección. Siseé cuando apretó mis dedos con los suyos. No supe
si de alivio, dolor o placer; en realidad, no tenía ni idea de lo que King le
hacía a mi cuerpo.
—Tócate. Ve despacio. Y no pienses siquiera en correrte hasta que yo te
lo diga.
—Eres un imbécil. Apuesto a que lo sabes.
—No es la primera vez que me lo dicen —murmuró, y el aguijón de los
celos que me atravesó el pecho me pilló desprevenido. ¿Qué mierda era
eso? ¿Qué me importaba a mí a quién se hubiera follado antes?—. Pero
admito que nunca en una situación como esta.
Eso me calmó de una forma absurda. No quise pensar en lo que
significaba. No iba a pensar en otra cosa más que en encontrar alivio a las
dos semanas de tortura y anhelo por las que había pasado.
—Sigue tocándote —dijo a continuación, retirando su mano de la mía.
Sinceramente, eso no era ni de lejos suficiente. Ni a mi mano ni a mi
polla les hizo demasiada gracia la orden. Últimamente se habían hecho
íntimas y estaban muy cansadas la una de la otra. Y yo estaba un poco harto
también. Frustrado. Pero hice lo que me dijo. Tal vez porque sus manos se
deslizaron de un lado a otro y de repente estaban por todas partes. En mi
pecho. En mis hombros. A lo largo de mis costados. Siguiendo la línea de
mi columna. Presionando mis muslos. Apretándome el culo. En cualquier
parte menos en mi polla. Cómo no.
Gruñí, aún más frustrado.
No quería masturbarme. Quería que fuera él quien me tocara. Quería su
mano rodeándome y bombeando, joder. Lanzándome a otro de esos
orgasmos en los que me quedaba medio ciego y apenas podía respirar. Pero,
al parecer, lo que yo quisiera no le importaba una mierda a King.
Sus labios se posaron en mi nuca y la sensación fue... sorprendentemente
cálida.
—Apuesto a que, si te pidiera que abrieras las piernas para mí, me
preguntarías cuánto.
—Oh, joder, vete al infierno —escupí cada vez más malhumorado,
aunque creo que ambos sabíamos que eso era justo lo que haría.
Pero no pensaba admitirlo.
Resistir. Resistir. Resistir.
Podía hacerlo.
No rogaría. Ni suplicaría. «Que se joda el puto King.»
Una de sus manos bajó hasta la curva de mi espalda y alcanzó mi culo, y
entonces se detuvo.
—¿Has estado alguna vez con un hombre, chico de oro?
—Deja de llamarme así —solté, solo para ganar tiempo. Admitir mi
escasa experiencia no me hundiría más en la miseria; ya había caído
bastante profundo en ese charco.
Me agarró del pelo y dio un tirón. Mi cabeza colgó hacia atrás,
exponiendo mi garganta y mi boca a la vez, y cerré los ojos para no tener
que ver su rostro. Sabía que me rompería del todo si lo miraba.
—Bueno, tienes este pelo tan rubio y adorablemente alborotado, y toda
esta piel bronceada. Eres dorado y... bonito.
¿Qué mierda quería decir? ¿«Bonito»? ¿En serio? ¿Eso era lo que le
parecía? Algunas chicas me habían dicho que era sexy, guapo o incluso
atractivo. Que estaba bueno. «Bonito» ni siquiera era algo que se le decía a
un tío, ¿no? ¿O sí?
Ni siquiera fui capaz de decidir si me gustaba o no el halago. Y tampoco
tuve más oportunidad de pensar en ello porque King siguió a lo suyo.
—Responde a la pregunta. ¿Has hecho esto alguna vez?
—No. No de esta forma —admití finalmente.
Se quedó callado un rato, y eso me puso nervioso. ¿Se iba a echar atrás?
Juré que lo mataría si se largaba en ese momento. No podía ser así de
capullo.
Pero entonces su mano volvió a moverse y sus dedos pasaron con
suavidad sobre mi agujero. El puto aire de aquella mierda de sitio enano
desapareció en cuanto me rozó y tuve que luchar para continuar respirando,
además de para no correrme.
Me dije que reprimir el impulso no tenía nada que ver con que él me
hubiera dicho que no podía hacerlo. No, no era eso. Solo que ni de coña iba
a terminar tan rápido.
—Esto... ¿está bien? —preguntó con una voz algo más suave, aunque la
oscuridad y ese tono ronco persistieron.
Fue la primera vez que me dio la sensación de que dudaba. Me
desconcertó aún más que eligiera ese momento para distribuir una serie de
besos por mi espalda. Casi resultó cariñoso. Y mentiría si dijera que no
quería sentir la suavidad de sus labios también sobre mi boca otra vez.
Llenarme de su sabor y respirarlo como un adicto que esnifa su dosis
después de demasiado tiempo esperando por ello.
—¿Está bien? —insistió con una nueva pasada de sus dedos alrededor de
mi entrada.
—Sí.
Se me estaban aflojando las rodillas y mi mano se movía de forma
errática sobre mi eje. Ni siquiera estaba apretando ni dándome otra cosa que
no fueran pasadas muy poco satisfactorias que no hacían nada por resultar
placenteras. Dios, ¿a quién quería engañar? Me estaba tocando a mí mismo
solo porque él me había dicho que lo hiciera. Pero su tacto, su sola
presencia tan cerca de mí eran como una droga, y yo necesitaba más.
Presionó un poco con la punta del dedo. No parecía estar tratando de ir
más allá. Era una especie de tanteo, pero me estaba volviendo loco de todas
formas. Mi cuerpo era como un maldito cable de alta tensión y mis
músculos no dejaban de vibrar y de estremecerse.
—Haz algo de una vez —exigí con otro de mis estúpidos susurros. Joder,
todo aquello era irreal.
—No corras tanto. Si quieres una paja rápida, puedes hacértela tú
mismo.
Se retiró y me maldije por joderlo todo. Dios, no quería que parara, pero
tampoco estaba dispuesto a rogar.
Maldito King.
Por suerte, no se marchó. El tipo sabía hasta dónde apretar, cuándo tocar,
cuánto exigir y cuándo esperar. Volvió a deslizar la polla entre mis nalgas y
comenzó a balancearse mientras me sujetaba por las caderas.
Mierda. Tenía una polla en el culo; no dentro, eso estaba bastante claro.
Y lo peor era que ese detalle ni siquiera era una buena noticia para mí. Me
dieron ganas de reír, pero no era divertido. Era jodido y lamentable que lo
necesitara tanto y de esa forma. Que necesitara a Axel King.
—Tan perfecto, chico de oro —gimió el muy cabrón, mientras no dejaba
de frotarse contra mi culo.
A pesar de lo frustrante que resultaba, también era lo más erótico que
había experimentado jamás.
A la mierda.
—Vamos, King, no me hagas esto.
Aceleró sus movimientos. Si el tipo se corría antes de que yo lo hiciera,
lo mataría. Lo juro. Lo asfixiaría con mis propias manos. Aunque, visto el
hormigueo que sentía en la base de mi columna y lo apretadas que estaban
mis pelotas, lo mismo acababa corriéndome solo porque él encontrara su
propia liberación.
Y eso... eso sí que resultaba inquietante. Y patético.
Me di un par de tirones y ahogué los gimoteos que mi garganta parecía
tan feliz de dejar salir. King por fin se detuvo. Se recostó sobre mí y sus
dedos juguetearon esta vez con mis pezones. Para entonces, cualquiera de
sus toques era una mezcla de placer y dolor. Así que cuando envolvió los
dedos en torno a mi erección vi estrellas de colores tras mis párpados. Joder,
vi la Luna, el Sol, toda la Vía Láctea y hasta el puto universo en expansión.
—Oh, sí, joder. Sí..., sí. Sí, no pares —balbuceé sin sentido.
Percibí su sonrisa contra la piel de mi hombro, pero había dejado de
importarme lo mucho que estuviera divirtiéndose a mi costa.
—Qué ansioso.
—Cabrón.
—Me vas a matar, chico de oro. No puedo esperar a follarte para verte
suplicar por más.
—Imbécil —seguí insultándolo, pero mi voz era débil y carecía de
convicción.
De puta madre. Ahora resultaba que me gustaba lo que me decía. Me
excitaba que murmurara cosas sucias en mi oído y hasta que pensara que
era bonito. King me había jodido de todas las formas posibles menos de la
que realmente necesitaba.
Se rio, y yo no pude evitar soltar una carcajada también, a pesar de que
su mano estaba acelerándose y...
—Mierda, se siente tan bien...
No me paré a pensar si me hacía parecer vulnerable confesar algo así.
Aquello era demasiado bueno para no decirlo en voz alta.
—Baja el tono si no quieres que tengamos compañía. —Mi polla se
sacudió como si le interesara la idea.
¡Santo Dios! Me estaba convirtiendo en un pervertido. No quería otras
manos sobre mí que no fueran las de King —y eso ya era preocupante y se
merecía un estudio aparte—, pero estaba visto que me excitaba el hecho de
que pudieran pillarnos.
—Vaya, te gusta la idea. —¿Cómo lo sabía?—. Eres una caja de
sorpresas, Donovan.
De un empujón, y sin mediar ningún aviso, me lanzó contra los azulejos.
Tropecé hacia delante y a duras penas me mantuve erguido.
—¿Qué demonios va mal contigo, King?
Cuando traté de girarme para encararlo, él me sujetó contra la pared.
—Abre las piernas. —Oh, mierda. Había dicho que no tenía condones.
Y, aun así, ¿qué creéis que hice yo? En cuanto obedecí, King soltó otra de
esas pecaminosas carcajadas oscuras—. Eres realmente obediente. Me
encanta eso, chico de oro. No sabes lo duro que me pones.
Se apretó contra mí para hacérmelo notar, así que sí que lo sabía. No creí
que fuera algo de lo que debiera sentirme orgulloso, pero, en el fondo, me
encantó saber que lo atraía de esa manera.
Lo preocupante era que King no era precisamente pequeño, y yo no
estaba seguro de que todo eso fuese a caber dentro de mi culo. No sin
mucho dolor.
Cuando sentí que se agachaba a mi espalda, eché un vistazo por encima
del hombro.
—Tío, ¿qué haces ahora?
La sonrisa que me brindó fue diabólica y su mirada, pura y abrasadora
lujuria. Me mordió la nalga y siseé. Eso iba a dejar una marca, joder. Pero
antes de poder echárselo en cara, el tipo me separó las nalgas y todo se
convirtió en un infierno de calor y placer.
—Mierda. Oh, Diiios. E-eso... eso no-ooo... —Sí, ahora tartamudeaba.
En mi favor diré que King estaba lamiendo mi agujero y... nunca pensé que
admitiría algo así, ni que tuviera oportunidad de comprobarlo siquiera, pero
era como estar en el puto cielo—. Joder, joder. King...
Su nombre atravesó mis labios como algo entre un gruñido y un gemido.
O un sollozo. Fuera lo que fuese, hablaba de necesidad cruda y un deseo
feroz.
—¿Esto te gusta?
Él lo sabía. Solo preguntaba para oírmelo decir, pero contesté de todas
formas:
—Sí, joder. No pares.
Eché otro vistazo por encima de mi hombro. Si la sola imagen de King
arrodillado no era ya de por sí estimulante, él volvió a hundirse entre mis
nalgas. Lamió despacio, en círculos y de arriba abajo. No supe si había o no
un patrón para sus caricias húmedas, pero me iba a matar. Me estaba
muriendo en un placer agónico que no mejoró cuando empezó a follarme
con la lengua.
—Oh, mierda. Estoy... muy cerca —me obligué a advertirle a
regañadientes.
Estaba a punto en realidad. Lo único que me mantenía entero era que
estaba apretando los dedos con fuerza en torno a la base de mi polla para
evitar correrme. Me estaba reprimiendo solo para complacerlo. Estaba claro
que me había trastornado por completo.
Como suponía, King se retiró y yo sollocé. ¡Sollocé! Esta vez no hubo
duda, estaba lloriqueando.
Mierda, mierda y más mierda.
Ese tipo me volvería loco.
No, ya lo estaba. Y solo podía esperar que me diera suficiente de esa
locura como para acabar saciándome y terminar con lo que fuera todo
aquello.
Axel

Me gustaba Donovan. No ya por la manera en que respondía a mí y a mis


provocaciones, no por su cuerpo musculoso y sólido, ni porque fuera
bonito, que lo era, además de absurdamente guapo, con ese nido de ondas
doradas y su expresión de niño bueno enfurruñado con el mundo. Me
gustaba por la forma en que luchaba consigo mismo y no se permitía ceder
a pesar de que lo estaba deseando, pero, incluso con toda esa batalla interior
que mantenía, también dejaba claro lo mucho que le gustaba que lo tocase y
no decía ninguna gilipollez. Al menos, no gilipolleces de importancia.
En el campo, durante los partidos, los insultos homofóbicos estaban a la
orden del día, aunque cada vez más árbitros, entrenadores y demás personal
trataban de imponer un poco de su autoridad para evitar ese tipo de ataques
sin importar la orientación de quien los recibía. Pero, lejos de sus oídos,
había palabras despreciables y humillantes que seguían oyéndose como una
cantinela vieja y rancia que nadie parecía querer contener. No todos eran
así, la verdad, pero sí muchos. En el caso de Trey, aun cuando había
confesado no tener experiencia con alguien de su mismo sexo, me daba la
sensación de que estaba más centrado en resistirse a mí por ser yo que
porque fuera un tío.
Lo que pasaba era que se le daba de pena, y eso me encantaba. Trey
Donovan me hacía sentir como hacía mucho que no me sentía. Tan excitado
que, joder, dolía. Física y emocionalmente.
Lamerle el culo a un tipo cualquiera no era mi estilo; sin embargo, lo
estaba disfrutando tanto como él. Y eso resultaba casi peligroso, porque no
estaba seguro de adónde iba a llevarnos el tira y afloja que nos traíamos
entre manos.
¿Diversión? ¿Un poco de buen sexo? Sí y sí. Joder, apúntame a eso. Pero
las cosas se estaban poniendo desconcertantemente intensas y ni siquiera
habíamos follado aún. Tras dos semanas evitándolo, o más bien tratando de
ignorarlo, yo tenía tantas ganas como él. Así que, ¿por qué no caer en la
tentación y quitarla de mi camino de una vez por todas? Claro que no había
planeado toda esa mierda de la ducha y que Donovan me llevara tan al
límite.
Empezaba a pensar que una sola vez con él no resultaría suficiente.
—King —pronunció mi nombre con una larga exhalación que sonó
como música para mis oídos. Una canción excitante y deliciosa.
Incluso cuando era evidente que se estaba esforzando para no hacer
ruido, no podía evitar que algunos de esos sonidos tan sexys salieran de
entre sus labios. Cada vez que gemía o que, como ahora, murmuraba mi
apellido con voz temblorosa y necesitada, todo mi cuerpo se sacudía de
deseo y mi polla rogaba por la atención que se le estaba negando.
Continué lamiéndolo y estirándolo con la lengua. Sin compasión. De una
forma salvaje y voraz, y me dije que podría pasar horas así, arrodillado a su
espalda, oyendo cada suspiro y cada susurro, disfrutando del temblor de sus
muslos y de su necesidad de obtener más de lo que iba a poder darle en ese
momento. Ahora me arrepentía de no haber cogido un condón cuando lo
había seguido hasta las duchas.
Pero llegaríamos a eso. En algún momento no muy lejano, me follaría a
Donovan y disfrutaría de cada maldito segundo. Y me aseguraría de que él
también lo hiciera.
—No puedo más —gimoteó, totalmente devastado.
Había apoyado la mejilla en los azulejos y había dejado de tocarse, pero
decidí no decir nada al respecto. No paraba de empujarse hacia atrás, contra
mi lengua, buscando más y más con un abandono desvergonzado que
resultaba aún más excitante. Joder, era un espectáculo absoluto contemplar
cómo la necesidad brotaba de él, cómo se derretía con cada embestida de mi
lengua y su agujero se contraía y se relajaba de forma alternativa en busca
de alivio o de algo más grueso a lo que aferrarse.
Deslicé la mano por su espalda y él se estremeció.
—Tan entregado. Joder, Donovan, eres demasiado sexy. Si supieras las
cosas que planeo hacerte.
Tembló y dejó ir un murmullo exasperado que me hizo sonreír. Quería
alargar el momento todo lo posible, pero era muy consciente de que los
grifos se iban cerrando en las otras duchas. El sonido del agua cayendo era
ahora solo un vago rumor de fondo. Los demás estarían ya vistiéndose y
saliendo de allí, y cada segundo que pasamos juntos aumentaba las
posibilidades de que alguien nos pillara.
Al parecer, la idea de que eso ocurriera excitaba a Donovan. Pero estaba
seguro de que no agradecería que Cooper, Chad o cualquier otro lo
descubriera con mi lengua hundida en el culo.
Me erguí a su espalda y Donovan gimió una protesta cuando me aparté
de él. Dios, contemplar el modo en el que se deshacía frente a mis ojos
probablemente bastaría para llevarme al orgasmo. Sus gemidos, su piel lisa
y tensa sobre los músculos, esa hostilidad que desprendía y que desaparecía
tan pronto como invadía su espacio...
Se me estaba metiendo bajo la piel tan rápido que apenas era consciente
de ello, y mucho menos me sentía con fuerzas para evitarlo.
—Aguanta un poco más —le dije, deslizando un brazo en torno a su
cintura y presionando mi pecho contra su espalda.
Mi nuevo piercing restalló de dolor con el roce. Me lo había hecho solo
unos días atrás y aún estaba demasiado sensible, pero apostaba a que no
tardaría en sacarle partido. Los ojos de Donovan se habían abierto en una
expresión casi cómica al descubrirlo, y la idea de su lengua jugueteando con
el metal hacía que se me acelerara la respiración y un oscuro placer se
enroscara en la base de mi espalda.
—Dime lo que quieres que haga.
—Mierda, King. Ya lo sabes.
Sonreí, pero él no podía verme. Así que agarré un mechón de su pelo
rubio y tiré para que ladeara la cabeza. Tenía su boca a unos pocos
centímetros de distancia. Su labio inferior lucía hinchado y enrojecido, y
apostaba a que no había dejado de mordérselo en todo ese tiempo. Ese
detalle se confirmó cuando hundió los dientes en él en el mismo instante en
que nuestras miradas se encontraron.
Jodida mierda. Trey Donovan era precioso, y dudaba haber empleado ese
adjetivo para ninguno de mis rollos anteriores.
Me miró con los párpados apenas abiertos y los ojos completamente
turbios. Parecía al límite, a punto de permitir que su cuerpo cediera y se
derrumbara sobre el suelo. Lo sostuve contra mi pecho y empujé las caderas
para frotar mi erección contra su culo. Sus dientes se clavaron con más
fuerza sobre la fina piel y apenas si pudo evitar jadear.
—Pídemelo —exigí, porque aún no había acabado de torturarlo. Sus
reacciones eran demasiado estimulantes para detenerme—. No te lo daré
hasta que oiga cómo me lo pides. Hasta que sepa que eso es lo que de
verdad quieres.
Cerró los ojos y una línea profunda atravesó su frente. Quise aplanarla
con los dedos hasta hacerla desaparecer, pero me contuve y me dediqué a
espolearlo aún más; me estaba convirtiendo en un adicto a sus viscerales
reacciones.
—¿Quieres que te la chupe? ¿Mis dedos follándote el culo? Solo tienes
que pedirlo amablemente y te lo daré.
Puede que Donovan estuviera deshecho y más allá de sus límites, pero
yo... Tuve que admitir ante mí mismo que le daría cualquier cosa que me
pidiera en ese momento. Aunque eso no era algo que él tuviera que saber.
—Eres un jodido sádico, King.
—Pídelo, chico de oro —insistí, y para ayudarlo a decidirse recorrí su
muslo con la mano hasta alcanzar su ingle.
Estiré los dedos y mis yemas rozaron apenas la base de su erección, que
se sacudió en respuesta al toque. El tipo estaba tan cerca y a la vez tan lejos
de liberarse que debía de resultarle muy muy doloroso.
Bien, lo quería ansioso y dolorido, tan necesitado de mí que no pudiera
resistirse. Después de esas dos semanas, había quedado claro que yo no
podía sustraerme a la atracción que sentía por él. Algo que tampoco iba a
hacerle saber. No me expondría de esa manera; ni siquiera sabía muy bien
qué demonios me pasaba con él.
—King —gruñó empujando el culo contra mi polla, frotándose
desesperado, y supe que había ganado.
Tardó unos pocos segundos más en romperse del todo y ceder, pero
esperé con paciencia, a sabiendas de que ya era mío.
«Mío.»
La palabra se repitió en mi mente y, joder, me gustó. Me gustó
demasiado.
—Chúpamela.
—Mmm... A lo mejor si me lo pides de forma más educada —tarareé
divertido y satisfecho.
Maldijo para sí, pero lo oí de todas formas.
—Por... favor.
—¿Por favor qué, chico de oro? —Se retorció entre mis brazos y
presioné la mano contra su ingle un poco más—. Vamos, sé que eres un tipo
muy amable cuando quieres.
Lo sujeté por el pelo, consciente de que trataría de esconderse de mí.
Creo que le habría gustado ser capaz de fulminarme con la mirada, pero no
le quedaban fuerzas. Lo tenía justo donde quería. Necesitado de mí.
Totalmente consumido por el deseo.
—Chúpamela, por favor —gimió por fin.
Le dediqué una media sonrisa arrogante y otro tirón de pelo. Su cuello se
tensó, dejando a la vista los tendones y sus músculos; entreabrió los labios y
sus ojos descendieron hasta mi boca. No se resistiría si lo besaba. Es más,
estaba seguro de que me devolvería el beso con entusiasmo.
Pero iba a darle otro uso a mi boca en ese momento.
Lo hice girar y lo empujé con brusquedad hacia la pared. Ni siquiera le
importó. En cuanto me arrodillé frente a él, se le cerraron los párpados y su
cabeza rebotó contra los duros azulejos, aunque enseguida abrió los ojos de
nuevo y bajó la vista para mirarme.
—Oh, mierda. —La maldición atravesó sus labios con tal vehemencia
que no pude evitar sonreír. Luego, simplemente, me lo tragué entero—.
Joder. Oh, Dios. Aaah.
Empezó a decir una incoherencia tras otra. Oí otro golpe, probablemente
su cabeza estampándose de nuevo contra la pared. Mientras dejaba que mi
lengua recorriera su dura longitud de arriba abajo, le agarré la mano y la
llevé hasta mi propio pelo.
Me eché hacia atrás.
—Vamos, chico de oro, fóllame la boca.
No tuve que decírselo dos veces, aunque me di cuenta de que tardó un
par de segundos en procesar la información y lo que significaba. Pero, en
cuanto lo hizo, sus dedos se cerraron en un puño alrededor de varios
mechones de pelo y sus caderas embistieron de golpe. Empujó hasta el
fondo de mi garganta y yo gemí a su alrededor, lo que a su vez le arrancó a
él un brusco jadeo.
Me agarré a sus muslos y lo ayudé a impulsarse, y se lo di todo. Joder,
quería darle placer de una forma casi enfermiza. No estaba seguro de quién
de los dos estaba disfrutando más de todo aquello.
Cuando Donovan encontró por fin un ritmo cómodo, yo me retiré.
—Oh, Dios. No..., por favor... King, por favor —sollozó, y yo me eché a
reír, aunque estaba tan al límite como él.
Sabía que podría correrme con dos simples tirones, pero no hice nada
por tocarme. Lo observé desde abajo con una sonrisa de imbécil total.
Apenas se habría sostenido en pie si no hubiera sido porque estaba apoyado
contra la pared. Inspiró profundamente y movió la mano hasta mi mejilla.
Luego, su pulgar frotó mi labio inferior despacio, y el gesto se sintió casi
más íntimo que el hecho de que hubiera estado golpeando el fondo de mi
garganta hasta atragantarme con su polla un momento antes.
Me rehíce un poco y le di un apretón en el culo para empujarlo contra mi
boca. Rodeé la cabeza hinchada con la punta de la lengua en una especie de
remolino sin fin y luego lamí la zona sensible bajo esta. Su respiración
tropezó de nuevo. Estaba a punto, y yo lo sabía. Le había dado y quitado a
mi antojo, y no estaba seguro de cuánto tiempo llevábamos allí dentro, así
que decidí darle lo que quería de una vez por todas.
Envolví mis labios a su alrededor y él se deslizó sobre mi lengua hacia el
fondo. Lo animé a moverse con un golpecito en el muslo mientras estiraba
la otra mano y pellizcaba uno de sus pezones. Su estómago se contrajo y esa
jodida tableta que lucía onduló.
—Me estás... matando —gimió torturado, y luego añadió—: Voy a
correrme, Axel.
Mi mano voló hasta mi propia polla al oír mi nombre de pila derramarse
entre sus labios como chocolate líquido. Tan caliente, espeso y delicioso
que sacudió partes extrañas de mí. Donovan empujó y volvió a empujar.
Una y otra y otra vez. Se desató por fin del todo y yo se lo permití. Esta vez
no lo detendría. No me retiraría. Lo observé mientras me follaba la garganta
sin titubeos, rindiéndose de un modo que me hizo amar cada segundo que
pasó persiguiendo su propio placer sin tener ninguna consideración
conmigo. Aun así, sabía que no estaba furioso ni enfadado por lo que estaba
haciendo. Lo estaba disfrutando con una entrega ciega.
Por fin.
—Te encanta esto, ¿verdad? —murmuró mientras me machacaba, y yo
traté de reírme a su alrededor, algo difícil cuando su polla me llenaba la
boca.
El gorjeo de mi risa vibró a través de él, y eso fue más de lo que pudo
soportar. Intentó empujarme hacia atrás para apartarme, pero yo me aferré a
sus muslos.
—Joder, King. Joder... No...
Chorros calientes de su semen me llenaron la boca y se deslizaron por mi
garganta dolorida cuando tragué a su alrededor. Lo chupé con fuerza y
saboreé cada gota de un orgasmo que lo sacudió de pies a cabeza. Tuve que
sujetarlo contra la pared con una mano para que no se derrumbara entre
incoherencias, totalmente devastado por la potencia del clímax.
No aparté la mirada de su rostro ni un segundo. Era jodidamente
precioso. Su expresión... ¡Santo Dios! Podría vivir viendo esa imagen todos
los putos días y no me cansaría de ello.
No me aparté de él hasta que el último de sus estremecimientos se
desvaneció y fue capaz de abrir los ojos y devolverme la mirada. Solo
entonces, me puse en pie frente a él. Sonreí de un modo sucio y cruel y
envolví mi erección con la mano. La fricción se sintió aún mejor cuando me
di cuenta de que Donovan bajaba la vista para contemplar cómo iba en
busca de mi propia liberación.
No se movió ni trató de tocarme, solo se sostuvo contra los azulejos y
miró y miró.
Bombeé, fuerte y rápido. No iba a tardar una mierda en correrme, y que
Donovan pareciera no ser capaz de apartar los ojos de mí empujó el
hormigueo de mis pelotas hasta que ya no hubo marcha atrás.
Me acerqué y lo arrinconé. No lo toqué, pero apenas si había espacio
entre nuestros cuerpos.
—¿Vas a dejar que me corra sobre ti, chico de oro? Lo quieres, ¿verdad?
Joder, di que sí, porque yo quiero ensuciarte de todas las formas posibles.
Lo oí tragar con fuerza. No había pánico en sus ojos y, por el momento,
tampoco arrepentimiento. En realidad, tenía el aspecto de alguien bien
jodido y satisfecho.
—Sss-sí —tartamudeó, y eso fue todo cuanto necesité para derramarme
sobre su estómago.
La potencia de mi propio orgasmo me sorprendió incluso a mí, y tuve
que plantar una de las manos en la pared mientras me vaciaba para evitar
caer de nuevo de rodillas sobre el suelo.
No había terminado de correrme sobre él y ya quería hacerlo todo de
nuevo. Apenas si comprendía el hambre insaciable que Donovan despertaba
en mí.
Nos quedamos unos pocos minutos en silencio. No se oía ya nada fuera,
y en el interior el sonido del agua cayendo y nuestras respiraciones
aceleradas parecían haber alcanzado el volumen de un mar de truenos
restallando en mitad de una tormenta.
No estaba seguro de que no nos hubiera oído alguno de nuestros
compañeros, pero me importaba una mierda que así fuera.
Dejé que el agua me cubriera y me enjuagué con rapidez. Acto seguido,
me di media vuelta, agarré la toalla y le lancé una última mirada antes de
deslizarme hacia el pasillo.
—No puedo esperar a follarte —le dije.
Luego, me marché.
Trey

Tenía una crisis de identidad sexual. Bueno, igual ya era un poco tarde para
eso. Teniendo en cuenta lo que había sucedido en las duchas del vestuario
una semana atrás, la heterosexualidad quedaba descartada.
No era tan imbécil como para no ser consciente de ello. No sabía si era
solo por King o de repente los tíos estaban en el menú del día para mí. La
verdad era que, en los últimos días, me había encontrado observando a otros
hombres en el campus en más de una ocasión, pero ninguno me provocaba
nada ni remotamente parecido a lo que despertaba King. Ni de lejos.
En realidad, no me interesaba otro tío que no fuera él.
El tipo me había roto. Ya ni siquiera conseguía mirar a una chica y
encontrar algo interesante en unas tetas, y no hablemos de mis torpes y
exasperantes intentos de satisfacerme a mí mismo.
Había perdido la cuenta de las veces que me había masturbado después
de nuestro encuentro. Estaba constantemente cachondo e insatisfecho.
Tenso como el jodido infierno y con un hambre eterna que no encontraba
forma de saciar.
Con la certeza innegable de mi atracción por King flotando sobre mi
cabeza a cada hora de cada día, y sabiendo que en el fondo quería repetir...
No, mentira, quería más de lo que habíamos hecho. Lo quería todo. Solo
que no me atrevía a buscarlo o pedirlo, y él no parecía en absoluto
interesado en mí.
Había afirmado que quería follarme antes de largarse y dejarme en la
ducha exhausto y tembloroso y tan satisfecho como no recordaba haberlo
estado antes. Mierda, nunca en toda mi vida había tenido un orgasmo como
aquel. Lo que me había hecho ni siquiera tenía nombre. Me había obligado
a suplicar, y al final sabía que habría dicho o hecho cualquier cosa para
conseguir lo que deseaba.
—Tío, vuelve a la Tierra. —Cop encajó su codo en mis costillas y casi
me caigo de la silla.
Eché un rápido vistazo a mi alrededor. Estábamos en una de nuestras
pocas clases comunes, rodeados de otros compañeros y con el profesor
inmerso en una disertación tediosa y sin fin que no me ayudaba en absoluto
a interesarme por sus cavilaciones. No sabía ni de lo que estaba hablando.
—Necesito que me confirmes lo del sábado para decírselo a Maddox,
aunque deberías saber que ya cuenta contigo. Todos tienen que estar allí.
Rebusqué en mi mente. ¿Qué demonios había el viernes? En cuanto lo
recordé, me derrumbé sobre el respaldo con un quejido.
—¿En serio tenemos que hacerlo?
Cop movió las cejas de un modo que pretendía ser insinuante, pero que
resultó perturbador. Sonrió como un capullo y asintió.
—La subasta es por una buena causa, y la fraternidad tiene que ganar
algunos puntos después del desastre de la última fiesta.
El sábado anterior las cosas se habían salido de madre en nuestra
hermandad. La seguridad del campus había terminado por aparecer, el
decano estaba furioso y se nos había limitado la realización de eventos
festivos. Pero una recaudación de fondos benéfica siempre era bien recibida,
solo que conseguir pasta en esa ocasión conllevaba que se nos subastara. A
nosotros. Cada miembro tendría una cita con su compradora, una cena o
algo por el estilo, que acabaría en sexo o no según el deseo de los
implicados, aunque, como era obvio, esa última parte no constaba en el
dosier que le habían pasado al decano para que aprobara el evento. Solo era
uno de esos secretos a voces de los que nadie hablaba pero que todos
conocían.
—Lexi ha dicho que pujará por mí —comentó Cop, frotándose las
manos como un puto pervertido, aunque quién era yo para juzgarlo después
de mi sesión con King.
Le puse los ojos en blanco a pesar de que me alegré por él. Llevaba
persiguiendo a esa chica varias semanas y ella no dejaba de darle largas. Tal
vez hubiera decidido rendirse por fin y esa fuera la oportunidad que mi
amigo estaba esperando.
—¿Adónde vas a llevarla? —pregunté bajando la voz porque alguien
siseó a mi espalda.
Mientras él se lanzaba a hablarme del restaurante en el que ya tenía una
reserva y del resto de sus planes, me planteé quién podría pujar por mí. No
era como si hubiera tonteado con nadie en el último mes, lo cual era raro,
porque normalmente siempre estaba tanteando el terreno aquí y allá. Ni
siquiera me requería un gran esfuerzo, no podía evitarlo. Y las chicas solían
responder bien a mis avances.
No supe cómo esa línea de pensamiento me llevó hasta King. De nuevo.
Parecía que últimamente no pensaba en otra cosa que no fuese él. ¿Se
habría acabado? ¿Habría perdido el interés en mí? King también formaba
parte de la fraternidad, ¿quién pujaría por él? ¿Y qué haría con su cita...?
Gruñí, y Cop me dio otro codazo de advertencia.
—¿Qué te pasa? —inquirió, después de asegurarse de que el profesor
seguía a lo suyo.
Agité la cabeza en una negativa. Había pensado en contarle lo que había
sucedido. Cooper Adams era mi mejor amigo desde el primer año de
universidad, congeniamos enseguida y confiábamos casi de un modo ciego
en el otro. No creía que reaccionara mal al hecho de que me hubiera
enrollado con un tío (aunque a lo mejor lo de que se tratase de King sí que
lo hacía enloquecer un poco). Más bien se sorprendería, luego me daría una
torpe palmadita en la espalda y me soltaría alguna mierda sobre sexo seguro
y dar o recibir, como si lo viera.
Pero sobre Grayson y mis otros compañeros de equipo o fraternidad no
estaba demasiado seguro. Tampoco sabría qué decirles en realidad. ¿Ahora
era gay? ¿Bisexual? Joder, no tenía ni idea. Las etiquetas eran una mierda, y
el hecho de que mi polla estuviera negándose a responder ante nadie que no
fuera King no ayudaba en nada.
Bien. No tenía que ponerle un nombre. Tampoco era como si fuera a
salir con King o algo así. Por lo que sabía, ni siquiera creía que nada de
aquello se repitiera. Para bien o para mal, la actitud de Axel King no había
variado conmigo. En el campo teníamos una química excelente y él la
aprovechaba para maximizar el éxito de cada jugada; su trato era cordial,
supongo. Comentaba conmigo o con otros algunos detalles en los
entrenamientos y bromeaba con todos en el vestuario. Su arrogancia no
había disminuido, pero sí que me había dado cuenta de que tras ella, en
realidad, no había una maldad implícita. Era más como una forma de
pinchar a los que estaban a su alrededor y forzarlos a dar lo mejor de sí
mismos.
O tal vez eso era pura mierda y yo estaba empezando a lanzarle
corazones por los ojos cada vez que lo miraba, cualquiera sabe.
—¿Comemos juntos? —sugirió Cop, pero yo volví a negar.
—Tengo una montaña monstruosa de tareas esperándome. Necesito
adelantar algo de trabajo y estudiar un poco si quiero mantener mis notas.
Voy a encerrarme en mi habitación y no salir de allí en toda la tarde.
Nos despedimos al final de la clase y yo me fui directo a nuestra casa.
Grayson estaba sentado a la mesa de la cocina, comiéndose un sándwich de
algo que no fui capaz de identificar; tenía una capacidad especial para
mezclar ingredientes sin sentido y disfrutar de ello como si se tratase de una
exquisitez.
—Ey, ¿cómo va? —lo saludé mientras me inclinaba en el interior del
frigorífico en busca de algo de pasta que había preparado el día anterior.
Mis aptitudes culinarias apestaban un poco. Mucho, a decir verdad. Me
desenvolvía lo justo y con lo más básico, y en escasas ocasiones, como ese
día, podía enorgullecerme de haber dejado comida lista para no tener que
ponerme a preparar cualquier cosa sobre la marcha. A Cooper se le daba
aún peor. Grayson... Bueno, a la vista estaba, comía casi cualquier cosa que
pudiera masticar. Y a King, por lo que yo sabía, no se le daba del todo mal.
—Saca el pollo también —dijo una voz grave a mi espalda.
Hablando del diablo.
Agarré un recipiente con pollo y ensalada y me giré para entregárselo.
Me lo encontré justo detrás de mí, demasiado cerca; mi cuerpo vibró al
percibir el calor que emanaba de él y su adictivo olor. King me sonrió como
si le hubiera ofrecido las llaves del cielo. Joder, resultaba perturbador lo
mucho que me afectaba su sonrisa.
Aparté la vista y lo rodeé para coger un tenedor y encaramarme a la
encimera con mi almuerzo. Grayson y él se pusieron a charlar enseguida.
Aunque Gray no estaba en el equipo, King comentó algunas de las
estrategias que el entrenador Meyer había esbozado para el próximo partido
esa misma mañana. Y luego Grayson le habló de un encuentro informal de
voleibol que había disputado en la playa unos días atrás.
—Deberíais venir conmigo el domingo. Tengo que entrenar, pero luego
podríamos echar un par de partidos. Amistosos —agregó, aunque todos
sabíamos lo competitivo que era y que nada para él era amistoso. Siempre
jugaba para ganar.
—El sábado es la subasta —señalé tras masticar un bocado y tragar—.
No sé en qué estado terminaremos, pero dudo que consigas hacer madrugar
a Cop para ir a tragar arena a la playa.
Percibí los ojos de King sobre mí y me dije que no debía mirarlo. Dio
igual. Bastaron un par de segundos para que mi atención se desplazara hacia
él y lo encontrara observándome con una intensidad abrumadora. No
recordaba que me hubiera mirado así en toda la semana.
Me lamí el labio inferior en un acto reflejo, y eso solo consiguió un
desvío de mis ojos hacia su propia boca y luego más abajo, justo hasta el
lugar de su pecho en el que un pequeño bulto sobresalía bajo la tela de su
camiseta; no había dejado de preguntarme cómo sería lamerle el piercing y
si eso se la pondría dura.
Seguro que a mí sí; ya estaba medio empalmado.
Con un calor repentino ascendiendo por mi cuello, me aclaré la garganta
y dirigí la vista hacia Grayson. Él era terreno seguro.
—¿Vas a venir a la subasta a reírte un poco de nosotros?
Grayson no era muy partidario de las fraternidades. No estaba en
ninguna ni había querido estarlo, pero siempre se apuntaba a una fiesta, y
más si le daba la oportunidad de burlarse de sus amigos.
Me lanzó una mano y chocó los cinco.
—Puedes apostar por ello. Estoy deseando que os gane alguna tía que no
os atraiga una mierda y ver cómo os las arregláis —se burló—. Aunque a
Cop le irá bien, le gustan todas.
No era una exageración. Cuando se trataba de mujeres, Cop era como
una ONG, siempre dispuesto a ayudar de la forma más altruista. Sabía que
él quería que Lexi ganara su puja, pero no lloraría si era otra la que
terminaba con él.
Yo sí que iba a tener un problema. Y pensar que cualquiera podría pujar
por King me revolvía las entrañas de un modo preocupante. Comprendí que
estaba celoso, y a punto estuve de soltar una carcajada nerviosa. No podía
dejar de preguntarme si su postor sería una chica o él arreglaría las cosas
para que fuera un tío. Yo no había dicho una palabra sobre nosotros ni sobre
su orientación sexual, tampoco sabía si era gay o bisexual o lo que sea. Pero
ya había oído algún rumor sobre él y su antigua universidad. Nadie había
asegurado nada, pero la idea estaba ahí, flotando en el ambiente. Aunque
creo que la mayoría del equipo elegía no prestarle atención. Su labor en el
campo y en los entrenamientos era impecable; se mataba a trabajar y no se
rendía nunca, así que todos estaban contentos teniéndolo allí.
¿Cambiaría eso si se confirmaba el rumor? ¿Le importaría a él? No veía
a King entrando en pánico ni retrocediendo ante nadie, tampoco negándolo.
Seguro que soltaría alguna contundente afirmación y los desafiaría a todos a
decir una mierda ofensiva al respecto. Ni siquiera creo que le importara lo
más mínimo lo que pensaran de él, y esa seguridad en sí mismo resultaba
tan atrayente como todo lo demás.
También era molesta. Supongo que por eso lo había odiado tanto al
conocerlo. Ahora, lo admiraba un poco en secreto. Aunque nunca se me
habría ocurrido decírselo.
—¿Os dais cuenta de que os pagan por follar? —se rio Grayson.
Me incliné hacia él y le di una colleja.
—Gilipollas, ganar la puja no implica un polvo.
Arqueó las cejas, porque todos sabíamos cómo acababan muchas de las
citas que tenían lugar la noche de la tradicional subasta. Joder, éramos
jóvenes y la universidad era ese punto en el que todos queríamos un poco
de divertido descontrol. No era raro que las parejas acabaran dándose un
revolcón, pero no se pagaba por eso.
—A más de uno no le vendría mal —intervino King, con una de sus
expresiones cargadas de oscuridad y malicia—. Hay mucha tensión en el
vestuario últimamente. ¿No crees..., Donovan?
Me dio un microinfarto cuando pensé que soltaría un «chico de oro» para
dirigirse a mí. De repente me sudaban las manos y, sí, estaba muy muy
tenso. Lo fulminé con la mirada, consciente de que sabía lo que estaba
haciéndome y, no solo eso, lo estaba disfrutando.
Aquel era su modus operandi.
—¿Lo dices por ti? —reuní el ánimo para decir. Al parecer, aún podía
mantener algo de dignidad cuando se trataba de él.
No mucha, pero la suficiente.
King soltó una carcajada que rebotó en las paredes y se hizo eco en sitios
inadecuados de mi cuerpo. Profunda y rica, como su voz, su risa casi
parecía estar desafiándome.
—Yo obtengo siempre lo que quiero. Y me gusta esperar por ello, nunca
es bueno apresurarse.
—Tío, vaya masoquista estás hecho —señaló Grayson.
«Joder, si tú supieras...» Masoquista no, pero sádico lo era un rato.
—La recompensa luego es mucho más satisfactoria, créeme, no hay nada
como ver a alguien derrumbarse y rogar pidiendo más.
Mi cara se incendió. Cabrón arrogante. Sabía que hablaba de mí. La
alternativa, que estuviera refiriéndose a otro tío, o a una mujer, me cabreó
aún más que el hecho de que estuviera lanzándome pullas delante de
nuestro compañero de piso. Pero no quería lidiar con lo que eso significaba
en ese momento.
Grayson se rio y, esta vez, chocó los cinco con él antes de empezar a
recoger los restos de su almuerzo. King arqueó las cejas en mi dirección
aprovechando la distracción.
—Que te jodan —vocalicé en silencio.
Su dedo osciló, señalándome a mí primero y luego su pecho. Sus
comisuras se curvaron una vez más, provocándome con una promesa oscura
de dolor y placer. Acto seguido, desapareció por el pasillo y Grayson
también se marchó a su habitación a estudiar.
Cuando quise darme cuenta, llevaba un buen rato allí sentado, sin comer
ni moverme ni pensar en nada que no fuera King, su maldita sonrisa y su
cuerpo de escándalo y esa irritante manera que tenía de empujarme al límite
y luego desentenderse de mí.
Aquella mierda realmente apestaba, pero yo no podía esperar para
obtener una dosis más.
Trey

—Ha venido mucha gente —comenté asomándome a la sala por un lado de


la cortina.
La subasta benéfica era una tradición para mi fraternidad y en todo el
campus, pero esa vez se habían superado todas las previsiones. Claro que se
decía por ahí que la puja por el idiota de King iba a estar muy muy reñida.
El presidente de la fraternidad, Maddox Wright, estaba que no cabía en sí
mismo, sabiendo que sería todo un éxito y que tal vez eso llevara al decano
a replantearse el castigo que nos había impuesto. O al menos a reducir su
duración.
Maddox nos había alentado a darlo todo, como si hubiera una manera
mejor o peor que otra de estar plantados en el escenario mientras te
iluminaban con un foco de dos millones de vatios y los asistentes lanzaban
cantidades al aire a grito limpio.
Un montón de chicas murmuraban entre sí, los chicos reían; aquello
parecía una exposición de carne lista para ser degustada.
—He oído que varios miembros del equipo de waterpolo van a pujar por
King —comentó Jude Hall, uno de los hermanos novatos.
Ladeé la cabeza para contemplar su expresión, buscando señales en su
rostro sobre lo que pensaba de eso, y juraría que el tío prácticamente estaba
babeando sobre la cortina. ¿Por King? ¿Por el equipo de waterpolo? A
saber. Pero parecía muy interesado, eso seguro.
Me encogí de hombros y traté de no ceder a la amargura que ascendió
desde mi estómago y me llenó la boca. Alguien pujaría por King, mujer u
hombre, a lo mejor incluso el puto equipo masculino de waterpolo al
completo. Joder, estaba convencido de que el tipo podría darles lo suyo a
todos ellos sin siquiera despeinarse.
Y eso me consumía por dentro de una forma insana.
Maldije para mí, aunque no debí de ser muy discreto porque Jude me
lanzó una mirada interrogante para la que no tenía una respuesta adecuada.
¿En serio me estaba colgando de King?
Un escalofrío me recorrió la espalda al pensar en esa posibilidad. A lo
mejor solo tenía que dejar que me follara y ya está. Ir de frente, pedírselo y
solucionar el tema como quien se arranca una tirita solo para descubrir que
la piel de debajo ya está completamente curada. Tenía muy claro que ni yo
era un enfermo ni ser gay, una enfermedad. Pero King sí que era una droga,
no tenía dudas, y yo me había hecho adicto al subidón que me producía su
mera presencia.
No, ni siquiera eso, le bastaba con existir, sin importar lo lejos o cerca
que estuviese de mí.
Tenía a King bajo la piel, en el pecho, en el estómago. En los huesos y
los músculos. Lo tenía metido hasta el fondo —y eso no era una bromita
jocosa ni un juego de palabras—, pero no era suficiente. Quería más.
—¿Has pujado por alguien? —preguntó Chad, acercándose hasta el lugar
desde donde Jude y yo continuábamos observando la sala cada vez más
llena. No sabía si le hablaba a él o a mí.
Fruncí el ceño.
—¿Nosotros también podemos pujar?
Tanto Chad como Jude asintieron, pero fue Chad el que contestó:
—Se aprobó en la última reunión, a la que, por cierto, no viniste. Los
hermanos también podemos pujar, pero la cita tendrá lugar otra noche, dado
que hoy tenemos que salir con nuestros compradores.
Chad no hizo referencia a que todos los subastados eran tíos, y me alegró
ver que no le daba mayor importancia. A lo mejor resultaba que yo era el
único idiota que estaba preocupado por quién se la metía a quién.
Aunque todo aquello de las pujas y los subastados seguía sonando de lo
más turbio. Menos mal que lo que se recaudase iría destinado a un
programa de entretenimiento infantil para niños que estaban hospitalizados.
A lo mejor eso nos salvaba del infierno al que estaba seguro de que iríamos
de cabeza.
—Ya hay algunas pujas cerradas —agregó Jude con timidez. El tipo era
algo introvertido y aún le costaba soltarse con varios hermanos alrededor.
—¿Por qué nunca me entero de nada? —inquirí, y Chad me brindó otro
reproche silencioso por no asistir a la reunión—. ¿Y cómo va a haber pujas
cerradas si no hemos empezado?
Chad se lanzó a contar entonces algo sobre pujas anónimas en sobres
cerrados y otros detalles que aumentaron lo turbio y retorcido del asunto.
Davis iba a estar encantado con todo aquello.
—¿Anónimas? —repetí, y resultó curioso que eso fuera todo lo que se
me había quedado de su larga explicación.
Chad asintió.
—Pero creo que ya se han cerrado. Había algún tipo de plazo...
Dejé de escuchar su parloteo, lamentando no haber pujado por King.
Joder, habría sido perfecto. Pero de todas formas no era como si tuviera en
realidad mucho dinero que emplear en aquello, a quién iba a engañar.
La idea de que fuera King el que hubiera pujado por mí se me pasó por
la cabeza, pero la descarté enseguida. El tipo no pagaría por algo que, de
cualquier manera, empezaba a resultar obvio que podía conseguir gratis.
—Axel King. Nuestro quarterback. No hay mucho más que decir —
bromeó Maddox, que ejercía de maestro de ceremonias con su habitual
desparpajo.
Dadle un micrófono a ese hombre y una oportunidad para lucirse y él
hará uso de su descarada labia para conseguir cualquier cosa que se
proponga. Tenía un don y mucha cara dura.
En un ademán exagerado, barrió con ambas manos la figura de King
sobre el escenario, atrayendo toda la atención hacia él y provocando un
montón de risitas femeninas y masculinas entre el público. Nos habían
pedido un atuendo más o menos formal, por lo que yo llevaba un pantalón
de vestir negro, zapatos y una camisa de botones gris. King vestía
zapatillas, unos vaqueros rotos y desteñidos y un jersey que se le pegaba al
pecho y al abdomen de forma deliciosa; estaba increíble, el muy idiota.
Mejor que ninguno de los demás, por mucho que nos hubiésemos arreglado.
Con el pelo negro apenas peinado, el jersey remangado hasta los codos y la
sombra de una sonrisa perversa en los labios, parecía alguna clase de dios
oscuro; un Hades en su mejor forma, sexy como el infierno.
«Puto King.»
Su puja fue una locura. Había brazos levantados por todas partes
mientras él se limitaba a permanecer ahí en medio, con las manos en los
bolsillos, observando cómo hombres y mujeres se lo disputaban sin ningún
pudor. Sí, no los conté porque resultaba complicado seguir el ritmo, pero
parecía que medio equipo de waterpolo estaba pujando por él.
En un momento dado, King recorrió la sala de un vistazo y su mirada
tropezó conmigo. Yo me encontraba en uno de los laterales, esperando mi
turno, porque estaba un poco ansioso y el ambiente detrás del escenario
resultaba demasiado frenético para mí.
Sin dejar de mirarme, sus comisuras se curvaron un poco más hasta dar
lugar a una sonrisa en toda regla.
«¿Y bien? ¿No vas a pujar, chico de oro?», parecía querer decirme.
Traté de transmitirle algo así como: «En tus sueños, idiota». Pero la
verdad era que hacía rato que las pujas por él habían excedido el límite de
mis escasos recursos. Y no estaba seguro de que, aunque hubiera podido,
me hubiese atrevido a realizar una oferta abierta delante de todos.
Bueno, sí, tal vez era un imbécil cobarde.
King ladeó la cabeza, aún con los ojos fijos en mí, y se lamió la
comisura del labio. Sin darme cuenta, me encontré avanzando por el pasillo
lateral de la sala y me acerqué al escenario para verlo mejor. Como una
polilla que no pudiera evitar danzar hacia la luz aunque eso supusiese
perecer bajo las llamas.
Me detuve en cuanto fui consciente de que me había movido y no tenía
ni idea de lo que me proponía; seguramente, hacer el ridículo. Realmente
estaba en racha en esos días.
Pero desde allí descubrí un brillo desconcertante en sus ojos, alguna otra
pregunta que no supe descifrar y tal vez... ¿ira? ¿Decepción? El destello fue
tan fortuito y tan fugaz, y King se cerró tan rápido de nuevo que no estuve
seguro de que no lo hubiera imaginado todo.
Retomó su pose arrogante y apartó la mirada de mí, lo cual hizo que por
alguna razón estúpida mi estómago se desplomara y fuese yo el que seguro
que sí se sintió decepcionado.
Me deslicé entre bastidores. No quería saber quién ganaba su puja. Haría
lo que había ido a hacer: venderme al mejor postor, salir con quien fuera
que me ganara y cumplir. No iba a ir más allá de una cena y algo de charla
banal, lo tenía bastante claro.
Y eso me enfureció.
Para cuando fue mi turno, estaba de un humor de perros. Hubo varias
chicas interesadas en mí; incluso Tracey, una morena preciosa con la que
sabía que me había enrollado en algún momento entre primer y segundo
curso, levantó la mano en más de una ocasión.
Fue horrible, la verdad. No quería una cita, solo irme a casa, meterme en
mi dormitorio y hundirme en la cama hasta que la inconsciencia me
atrapara y no me dejara ir. Joder, me sentía como un niño malcriado al que
no se le permitía salirse con la suya. Y eso aumentó aún más mi cabreo, y
así en un ciclo que se retroalimentaba todo el tiempo en un bucle infinito.
—Sabe sonreír, lo prometo —comentó Maddox durante mi subasta
mientras otra mano se elevaba entre el público.
Yo ya ni miraba de quién se trataba, me importaba una mierda. No podía
creer que tuviera un ataque de celos por King.
Me recordé que se trataba de una causa benéfica y me forcé a sonreír
para seguirle el juego a Maddox, al que no se lo estaba poniendo nada fácil.
Pero fue todo lo que él necesitó para imprimirle un entusiasmo excesivo.
—¿Veis? Nuestro chico de oro es hasta bonito cuando sonríe.
«Mierda, ¿qué?»
Levanté la cabeza y lo miré. ¿Qué demonios acababa de decir?
Se oyeron varias risas y busqué a King entre el público por inercia,
aunque el foco que me estaba haciendo sudar sumía en sombras toda la
parte central de la sala. King no estaba en los laterales, que era la única
parte que podía ver, pero podría haberse ido al fondo o sentarse entre los
demás ahora que ya lo habían subastado.
¿Le habría dicho algo a Maddox? ¿O la manera en la que se había
referido a mí nuestro presidente solo era una casualidad?
Joder, iba tener un ataque o algo así. Mi corazón comenzó a latir de
forma errática. Me sudaban las manos, todo el cuerpo en realidad, y mi
estómago no dejaba de retorcerse.
Apreté los puños y me exigí calma.
No funcionó.
Tiré del cuello de mi camisa, agobiado. Estaba seguro de que mi
expresión reflejaba el horror que me estaba devorando por dentro. Se me
emborronó la vista y todo lo que pude ver fueron manchas de luz danzando
a través de una neblina oscura. No sabía si estaba sufriendo una crisis de
ansiedad, me estaba dando un golpe de calor o había pillado alguna clase de
virus estomacal. Pero lo que sí sabía era que no tardaría en empezar a
vomitar y apenas conseguía llevar aire a mis pulmones.
Temblando, se me aflojaron las rodillas y supe... supe con toda certeza
que iba a desmayarme de un momento a otro.
Tres, dos, uno...
Alguien me rodeó con los brazos por la espalda y me sujetó con firmeza.
Cuando un familiar aroma me envolvió, me dejé ir del todo; mis músculos
se relajaron y me derrumbé contra un pecho amplio y reconfortante.
—Te tengo, Trey —susurraron en mi oído.
Fue la primera vez que Axel King me llamó por mi nombre.
Axel

—Apartaos, joder —gruñí al resto de los chicos.


La mayoría se había largado enseguida con sus respectivas citas, pero un
pequeño grupo permanecía allí para asegurarse de que Donovan estaba
bien. Ni siquiera lo había pensado cuando lo vi palidecer de un modo
enfermizo y tambalearse sobre el escenario. Llegué justo a tiempo para
evitar que cayera de bruces y me lo llevé a la parte trasera de la sala en
brazos.
En ese instante estaba tumbado sobre un viejo sofá y su cabeza estaba
sobre mis muslos. Aquello no le iba a gustar en absoluto cuando se
despertase, pero parecía que se encontraba bien y yo iba a quedarme justo
donde estaba hasta que volviera en sí del todo. Había comprobado su pulso,
y su respiración se había suavizado y era pausada y regular.
Me dije que estaría bien.
—Largaos de una vez. Yo me quedo con él.
Maddox se adelantó.
—Tienes a los de waterpolo esperando. —Hizo un gesto burlón con las
cejas y yo no pude evitar reírme.
—Dales las gracias de mi parte a esos capullos por cumplir. —Maddox
frunció el ceño sin entender—. Quedé en que pagaría mi propia puja. No
hay cita para mí.
Conocía a los chicos de waterpolo porque su capitán era un viejo amigo
del instituto. Había acordado que pujarían por mí como un favor personal y
yo lo pagaría. Tener a esos tipos gritando cantidades de un segundo al
siguiente había animado bastante las cosas e iba a tener que rascarme el
bolsillo a lo grande, pero había merecido la pena. Quería contribuir a la
causa con todo lo que pudiera, pero no deseaba una cita. Me corrijo: no
quería una cita que no fuera con el tipo que ahora dormitaba sobre mis
piernas, y estaba convencido de que él no había empleado las pujas
anónimas para ganarme.
Yo, por el contrario, tenía ahora la única cita con él que se había
vendido, dado que la subasta pública no había llegado a su fin.
La mirada de Maddox osciló entre mi rostro y el de Donovan y arqueó
las cejas curioso. No resultaba difícil adivinar lo que estaba pensando, ya
que él era el único que conocía la identidad de los que habían pujado
mediante el sistema de sobres. También hablaba por sí solo el modo en que
me había aferrado al chico de oro en el escenario y lo había cargado en
brazos entre bambalinas, así como que lo hubiera acomodado a medias
sobre mí.
Le hice un leve gesto de negación con la cabeza y Maddox me guiñó un
ojo. Dio una palmada y comenzó a dispersar a los más rezagados,
enviándolos con sus citas de una vez.
Al fin.
Aquellos tipos eran como jodidas viejas cotillas, ansiosos por cualquier
chisme jugoso.
Al quedarme solo, enredé los dedos en los rizos rubios de Donovan. Los
deslicé por su barbilla, por su sien, y luego continué jugueteando con su
pelo de forma distraída. Mierda, no había planeado nada de aquello. Sí lo de
la cita y la puja, por supuesto, pero no sabía por qué lo estaba haciendo.
Me reí de mí mismo. No era de los que se autoengañaban o se contaban
mentiras hasta convertirlas en realidad; lo había hecho durante algún tiempo
en el pasado y había aprendido por las malas que no servía de nada. Desde
entonces, solía ir a por lo que quería y no me rendía hasta obtenerlo. Pero la
manera en que Donovan me atraía, la forma en que no podía dejar de pensar
en él y evocar cada segundo de lo que había sucedido en la ducha del
vestuario me volvía loco.
Así que, al parecer, me lo estaba negando a mí mismo solo para
comprobar si de verdad lo quería tanto. O alguna mierda similar que no
entendía ni yo.
Me recosté sobre el sofá, apoyé la nuca en el respaldo y miré al techo.
Luego me permití cerrar los ojos un rato. Mis músculos se relajaron, pero
mis manos continuaron acariciando sin descanso el pelo de Donovan.
Resultaba relajante.
Calma, eso era lo que sentía. Incluso cuando me dedicaba a provocarlo
siempre que podía, cuando decidía evitarlo para luego volver a buscarle las
cosquillas, Trey Donovan hacía que todo... encajase en mi interior. Lo que
fuera que significase eso.
Se removió y bajé la vista para mirarlo. Sus ojos se agitaron tras los
párpados un instante antes de que los abriera. Pestañeó un par de veces
aturdido, hasta que debió de comprender dónde y con quién estaba.
Retrocedió bruscamente por el sofá hasta la parte más alejada de mí.
—Mierda, ¿qué...? —Volvió a parpadear y se pasó la mano por la cara—.
Joder.
—¿Estás bien?
Me miró como si me estuviera viendo por primera vez. Parecía
desconcertado y también algo asustado. Yo solía aprovechar ese miedo en
mi favor la mayoría de las veces cuando se trataba de él, pero decidí que no
era el momento para juegos.
—Te desmayaste.
Apoyó los codos en las rodillas, hundió la cabeza entre las manos y
exhaló con pesadez.
—No me digas —replicó un momento después con evidente sarcasmo,
aunque también sonó cansado—. ¿Mi cita?
—Tu puja se canceló y era la última, así que todos se han ido ya.
No traté de acercarme a él. Parecía un animal acorralado a punto de
saltar y morder si alguien se le acercaba.
Echó un vistazo a su alrededor, como si, a pesar de mis palabras,
esperase encontrar a alguien más allí. O tal vez solo quería asegurarse de
que nadie nos estaba escuchando.
—¿Y tu cita...? —terció titubeante, sin levantar la cabeza para mirarme.
Un leve rubor le cubrió las mejillas y lo hizo recuperar parte del color
que había perdido su rostro. Al menos ahora no parecía un muerto viviente.
Me permití sonreír, aunque estaba claro que evitaba mirarme por todos
los medios. Quería que lo hiciera. Que me viera. Así que, visto que parecía
encontrarse un poco mejor, me desplacé por el sofá un poco más cerca y le
pasé una mano por la nuca. Se estremeció en cuanto lo toqué. Aferré su
cuello con más firmeza y lo obligué a volver la cabeza hacia mí.
—Los chicos de waterpolo pueden esperar.
—¿Chicos? ¿En plural?
Mi sonrisa se amplió al oír su tono. Mierda, estaba celoso. Había dejado
caer la pregunta con lo que pretendía que fuera indiferencia, pero las
palabras se deslizaron entre sus labios con un filo cortante sin que pudiera
evitarlo.
El chico de oro me quería para él.
Bien. Porque yo estaba deseando tenerlo solo para mí también, al menos
mientras descubríamos por qué demonios no parecía que pudiéramos
mantenernos apartados el uno del otro. Posiblemente, la atracción no hiciera
más que aumentar hasta su punto álgido y luego caería sin más.
Perderíamos interés y las cosas volverían de nuevo a su sitio de forma
natural.
—Sí, en plural —repliqué, y me callé el detalle de que había amañado
mi puja para no tener que salir con nadie.
Su mandíbula se apretó, y juro que oí sus dientes rechinar. A pesar de lo
que Donovan creyera, yo no era de los que se dedicaban a jugar con la
comida. Solía ser muy claro con mis ligues y establecía normas desde el
principio. Solo sexo. Revolcones esporádicos para divertirnos y cubrir una
necesidad. Nada de sentimientos. Nada de acurrucarse o de citas. Y nada de
esperar que nos convirtiéramos en algo más.
Al menos así había sido en el último año. Aunque, claro, casi todo
habían sido rollos de una noche en un bar cualquiera.
Y ahora resultaba que había pagado para tener una cita con él. Una de la
que Donovan ni siquiera tenía constancia.
—Tal vez quieras empezar ya. Vas a estar muy ocupado complaciendo a
tanta gente —me espetó, y se retiró un poco para deshacerse de la mano que
mantenía en su nuca—. Estoy perfectamente. Puedes largarte.
Arqueé las cejas. No daba la impresión de estar bien en absoluto. Mejor
sí, pero no bien del todo. Por Dios, se había desmayado en el escenario y
parecía que hubiera sido atropellado por un tren de mercancías.
Me puse en pie.
—Vamos. Te acompaño a casa.
—Jódete, King. No necesito que me hagas de niñera.
También él se puso en pie. Tiró de su camisa para sacársela del pantalón.
Le quedaba como un guante y revelaba un estómago liso y firme, pero
intenté no comérmelo con los ojos.
—Pues te estás comportando como un crío, así que a lo mejor sí que
necesitas supervisión después de todo.
Se encaró conmigo en un movimiento que no fui capaz de prever. Un
segundo estaba a un par de metros, dispuesto a largarse sin mirar atrás, y al
siguiente se encontraba plantado frente a mí. Su boca a un suspiro de
distancia y su cuerpo erguido en toda su altura.
Ni siquiera pestañeé. Me lamí los labios con toda la intención y mi polla
comenzó a ganar volumen al descubrir el modo en que me estaba mirando.
Jodido chico de oro. Era casi absurdo lo que conseguía hacerle a mi cuerpo
con solo respirar en mi dirección.
—¿Quieres algo? —ronroneé, provocándolo a sabiendas.
Sus fosas nasales se hincharon cuando inspiró, furioso. Pero también
estaba excitado, podía verlo. Le brillaban los ojos y apenas era capaz de
dominar su aliento agitado.
—Quiero que te alejes y me dejes en paz. Acaba con esta mierda.
—No es eso lo que quieres —rebatí, dejando que mi tono de voz
descendiera hasta que prácticamente se convirtió en un gruñido contra su
boca.
Me aventuré a deslizar la punta de la lengua sobre su labio inferior.
Donovan tembló de pies a cabeza con el toque. Si mi cuerpo no era dueño
de sus reacciones cuando estaba cerca de él, al suyo a duras penas le iba
mucho mejor. Era como ver despertar y abrirse una puta flor tras el
amanecer. De alguna manera, vibrábamos en una extraña sintonía que nos
mantenía a ambos al borde de un maldito precipicio, con un pie en tierra
firme y el otro en el aire, dispuestos a caer en cualquier momento.
Y yo quería caer, joder. Y quería llevármelo conmigo.
—No. Es. Lo. Que. Quieres —repetí, acompañando cada palabra de una
mirada de advertencia. De un poco del calor que se filtraba desde mis
huesos a mi piel. De una parte del profundo deseo que me quemaba de
dentro afuera.
No preveía que contestara, pero el chico de oro debía de sentirse
aventurero. O temerario tal vez.
—¿Y qué es lo que quiero según tú? —gruñó devolviéndome la
advertencia.
Pero su cuerpo se inclinó un poco más hacia mí y su pecho rozó el mío.
Ni siquiera creía que fuera del todo consciente de cómo bailábamos el uno
alrededor del otro. De esa fuerza que parecía acercarnos sin remedio.
Mi réplica fue más directa esta vez. Lamí su boca de un lado a otro, y sus
labios respondieron entreabriéndose por reflejo. No creo que lo hiciera de
forma intencionada.
Una sonrisa tiró de la comisura de los míos; no arrogante o altiva, como
en otras ocasiones, pero sí provocadora. Una especie de desafío a su
voluntad.
—Eres un completo...
—Bésame, joder —lo corté, y su boca se estrelló de inmediato contra la
mía.
Gimió al primer contacto de mi lengua, y el sonido fue directo a mi
polla. Era como apretar un interruptor.
—Mierda —murmuró en el beso, pero sus manos se aferraron a mi
cuello y sus dedos se hundieron en el nacimiento de mi pelo.
Giré con él entre los brazos y lo empujé sobre el sofá. No le di tiempo a
protestar; un segundo después, estaba sobre él.
—Voy a darte lo que quieres —gruñí abriéndole el pantalón y tirando de
su ropa interior hacia abajo.
Había una desesperación ansiosa en el modo en que me movía, fui muy
consciente de ello. Pero no me paré a pensar en lo que significaba. Donovan
ya estaba completamente duro. Liberé su erección y la envolví con los
dedos, y él hundió la cabeza en el respaldo del sofá. Su espalda se arqueó de
una forma deliciosa. Era como si estuviera ofreciéndose a mí en alguna
clase de sacrificio voluntario. Tan dispuesto. Tan jodidamente ansioso por
más.
—Joder, King. Estás... Esto no es...
Me encantaba cuando se ponía a balbucear cosas sin sentido.
Le levanté la camisa sobre el pecho para descubrir su estómago. Me
incliné y lamí los surcos de sus abdominales. Donovan tenía un cuerpo
espectacular. Voluminoso pero, aun así, firme y elegante. Y su sabor en mi
boca resultaba adictivo. Estimulante de una modo totalmente nuevo para
mí.
Por Dios, quería lamerlo de pies a cabeza como un jodido helado y
disfrutar de esos soniditos que no parecía capaz de reprimir cuando lo
tocaba. Era tan receptivo y se abandonaba de tal manera cuando dejaba de
estar a la defensiva conmigo...
Lo besé aquí y allá, e incluso mordí la carne a mi alcance. También
chupé su piel hasta que estuve seguro de que le dejaría alguna marca. Y
sonreí como un estúpido cuando advertí manchas enrojecidas en su costado.
Acaricié las costillas y el centro de su pecho, y luego afiancé una mano en
su cadera. Lentamente, tracé la línea descendente de su oblicuo con el
pulgar, provocándole un escalofrío que sacudió todo su cuerpo.
Su polla se erguía hinchada y preciosa entre nosotros. La cabeza húmeda
con su excitación y pidiendo a gritos que me la metiera en la boca de una
vez. No quise decepcionarla.
—Oh, mierda —farfulló, y sus manos volaron hasta mi pelo.
Contemplé su rostro mientras lo chupaba, pero había dejado caer los
párpados. Así que me retiré un poco.
—Mírame, chico de oro. Mira lo que te hago.
Abrió los ojos con esfuerzo, turbios por el placer. Su dedos tiraron de mi
pelo hasta que resultó casi doloroso, pero no me importó en absoluto. Verlo
perder el control era casi tan satisfactorio como todo lo demás.
—Te encanta joderme de todas las formas posibles, ¿verdad? —
preguntó, aunque ambos sabíamos la respuesta.
Sonreí a su alrededor, todo lo que fui capaz mientras me lo tragaba hasta
el fondo de la garganta. Y el escaso ánimo que parecía haber reunido para
lanzarme el reproche se evaporó. A partir de ese momento, las cosas se
aceleraron y caímos por el borde del precipicio sin que nos importara una
mierda lo que encontraríamos abajo. Él empujaba y yo tomaba. Y joder si
no estaba encantado de hacerlo.
No suplicó, pero no hacía falta. El modo en que se retorcía, los gemidos
que lanzaba al aire, la forma en que sus dedos se me clavaban en el cuero
cabelludo y sus uñas en la piel... Mierda, podría haberme corrido
contemplándolo así. Tan desatado. Resultaba intoxicante.
Rodeé sus pelotas con una mano y di un suave tirón, y todo su cuerpo
vibró. Me retiré lo justo para poder hablar:
—Eres un puto espectáculo, chico de oro.
—No pares, joder —ladró incorporándose un poco para mirarme.
Tuve que reírme.
—Ah, pero eso no sería divertido. —Llevé mi mano un poco más atrás y
froté los pliegues de su agujero.
Donovan gruñó alguna incoherencia, pero sus ojos continuaron fijos en
mí. Arqueé las cejas mientras mis dedos giraban en círculos en torno a su
entrada. Por un momento temí que le inundara el pánico o se apartara; sin
embargo, también él parecía estar desafiándome. Incluso cuando su pecho
subía y bajaba a un ritmo preocupante y tenía los dientes clavados con
fuerza en el labio inferior. Mechones de pelo rubio le caían alrededor de la
cara.
Forcé un poco el índice en su interior y él siseó. Tenía un sobre de
lubricante en el bolsillo trasero del pantalón, también condones, así que no
había ningún impedimento para que lo follara allí mismo, si él accedía a
que lo hiciera, claro estaba.
Aunque se deshiciera con cada caricia y yo no parase de provocarlo, no
iba a dar nada por sentado. Era su primera vez y..., mierda, quería hacerlo
bueno para él. Necesitaba que lo deseara y lo disfrutara.
Y que luego volviera a por más.
Trey

«Joder. Joder. Joder.»


Inspiré bruscamente cuando King empujó un poco la punta de su dedo.
Fue suave, pero me tensé de todos modos. No porque no lo quisiera, sino
porque me estaba volviendo loco y lo quería demasiado.
No apartó los ojos de mí y yo tampoco desvié la mirada. Permanecía
plantado delante, con una rodilla hincada en el suelo y la otra pierna
doblada, de manera que aquello casi parecía una proposición de
matrimonio. Claro que, teniendo en cuenta que tenía un dedo empujando en
mi agujero, se trataba de algo mucho más sucio y menos romántico.
—¿Quieres... ? —comenzó a decir.
—Sí.
Soltó una carcajada y pequeñas arruguitas se le amontonaron en los
laterales de los ojos de una forma que encontré adorable, lo cual casi
resultaba más preocupante que todo lo que estaba sucediendo entre
nosotros. Por mucho que me fastidiara reconocerlo, en el fondo sabía que
King no era tan idiota ni arrogante como yo había pensado en un principio.
Salvo cuando se trataba de mí, porque entonces sacaba a relucir toda esa
mierda descarada y se comportaba como un capullo para exasperarme.
Pero, con los demás, en los entrenamientos o cuando estaba por el campus,
me había ido percatando de algunos detalles que no coincidían en absoluto
con la imagen que tenía de él.
Lo había observado más de lo que quería admitir. Era un buen
compañero de equipo, nunca le negaba ayuda a nadie y trataba con respeto
a los novatos de la fraternidad, algo que no se podía decir de todos. Lo
había visto trabajar mano a mano con algunos de los tipos que solían
calentar regularmente el banquillo después de que el entrenador diera por
finalizado un entrenamiento; les daba consejos o los ayudaba en la sala de
máquinas del gimnasio sin hacer ningún tipo de alarde al respecto.
Por qué yo estaba pensando en eso precisamente en ese instante no lo
sabía; tal vez era que contemplarlo arrodillado, o el modo en que no había
dudado en hacerlo tampoco en las duchas para chuparme como si le fuera la
vida en ello, despertaba una extraña calidez en mí.
Joder, podría acostumbrarme a tener a King a mis pies. Y también a ser
yo el que se arrodillase para él.
Se retiró un poco y su mano desapareció, pero esa vez me dio la
sensación de que no trataba de torturarme. Frunció el ceño. Colocó la mano
de nuevo en torno a mi polla y comenzó a acariciarme despacio aunque con
firmeza.
Las pelotas se me apretaron tanto que pensé que me correría de un
segundo al siguiente. Dios, ¿por qué demonios era tan fabuloso todo lo que
me hacía?
Tiró del botón de sus vaqueros y se bajó la cremallera mientras
continuaba bombeándome sin pausa. Me reí al comprobar que, de nuevo, no
llevaba nada bajo el pantalón.
—¿Problemas con la ropa interior? —inquirí, y cuando quise darme
cuenta me había movido y estaba sosteniendo su cara con una mano.
Me brindó una media sonrisa tan sucia que se me escapó un gemido. Su
pulgar se movió en círculos sobre la cabeza de mi polla, extendiendo la
humedad de la punta de un modo perverso.
—Me gusta estar siempre listo.
Y con esa afirmación, se tumbó sobre mí. Su erección empujó contra la
mía y la sensación fue una jodida locura. Se me arqueó la espalda y mis
caderas presionaron más contra las suyas. Era tan bueno... Tan placentero...
Todo él. Todo lo que hacía o cómo me tocaba.
—Eso es. Vamos allá, chico de oro —murmuró frotándose durante un
momento contra mí.
Luego se separó lo justo para colar las manos entre nuestros cuerpos y
agarrar nuestras pollas juntas. Una punzada de decepción me sacudió el
estómago al comprender que no intentaba ir más lejos. Había creído que lo
haría. Que me follaría de una vez por todas.
Tal vez no tenía condones. De nuevo. Aunque... yo sí que tenía. Los
había cogido antes de salir solo por si acaso. O eso me dije. Pero no
encontré la valentía para hacérselo saber. ¿Qué mierda podía decir? «Ey,
King, tengo condones, puedes follarme el culo si quieres. Lo estoy
deseando.»
Gemí mi vergüenza, lo cual solo llevó a que él comenzara a
masturbarnos con más fuerza. La fricción era casi demasiado. Y como si
King pensara exactamente lo mismo, soltó una de sus manos y se la llevó a
la espalda. Sacó de alguna parte un sobrecito y casi esperé que fuera un
preservativo.
No fue así.
Era lubricante.
Lo abrió con los dientes y derramó su contenido sobre su otra mano.
—Eso está mejor, chico de oro, ¿verdad?
«No del todo», pensé para mí. Pero un instante después el pensamiento
voló de mi mente. Cada movimiento de su mano se lo llevó más y más
lejos, y yo ni siquiera me esforcé por contener los jadeos que cada golpe me
arrancaba del fondo del pecho.
—Dios, qué bueno. No pares —le pedí, y él también gimió.
Saber que aquello lo excitaba tanto como a mí, que él también
disfrutaba, resultaba un afrodisíaco incomparable y muy potente. Cuando se
inclinó hacia delante, sus labios rozaron mi mentón y deseé... Mierda,
quería que me besara. Lo necesitaba.
—King, por favor —murmuré. Estaba cerca, demasiado cerca.
—Todavía no. Vas a correrte conmigo.
Lo peor fue que no me planteé desobedecerlo en ningún momento. Así
de jodido me tenía aquel tipo.
Aproveché para meter una mano bajo su jersey y pasar los dedos por su
nuevo piercing, arrancándole un siseo que me hizo sentir ridículamente
orgulloso.
King no me besó. Hundió la cara en mi cuello y gruñó, redoblando el
ritmo hasta que creí que no podría contenerme. Percibí el contacto húmedo
de su lengua en la garganta y sus dientes arrastrándose tras ella. Luego un
mordisco en el lóbulo y el aliento entrecortado revoloteando alrededor de
mi oído. Pequeños y suaves jadeos escapaban entre sus labios mientras él
también se dejaba arrastrar por el placer que estaba a punto de derribarme y
lanzarme de cabeza al éxtasis.
—Lo quiero ahora. Dámelo —gruñó con tono áspero.
Como si su voz ronca y exigente no hubiera sido mi perdición por sí
misma, los dientes de King se hundieron con fuerza en mi cuello y
desataron los hilos que mantenían mi escasa cordura contenida; también los
que contenían mi orgasmo. El dolor del mordisco se entremezcló con una
oleada de placer crudo que me sacudió desde los dedos de los pies hasta el
último pelo de la cabeza. Me barrió de abajo arriba, asolándolo todo a su
paso, e hizo que toda la puta sala se iluminara a mi alrededor.
King me destrozó por completo.
Chorros de semen se derramaron por todas partes, el suyo y el mío,
porque él también comenzó a temblar sobre mí mientras se corría. Sus
dientes apretaron más mi carne y eso solo aumentó aún más la potencia de
mi orgasmo.
Una eternidad después, me soltó y exhaló algo muy similar a un rugido
que me calentó la sangre y el pecho.
—Joder, creo que me estoy muriendo —me reí, cayendo hacia atrás,
porque no había forma alguna de que hiciera frente a todo lo que sentía en
ese momento.
También él dejó salir una carcajada y su rostro se encajó de nuevo contra
mi cuello.
—Necesito un minuto para moverme —oí que decía. Sus labios rozaron
mi piel y enviaron aún más de esas deliciosas descargas a mis pelotas.
No me importaba si se tomaba un día entero. De alguna forma, me
encontré pasando mis brazos alrededor de su espalda para sostenerlo,
aunque tuve cuidado de no apretarlo demasiado para evitar que su jersey
acabara manchándose con el lío que habíamos montado sobre mi estómago.
Lo estaba abrazando. Estaba abrazando a Axel King.
Madre mía. Aquello era todavía peor de lo que pensaba.
Pero él no se retiró. Me dejó mantenerlo contra mi cuerpo hasta que
nuestras respiraciones se estabilizaron. Mi corazón era otro tema;
continuaba golpeándome las costillas con tanta fuerza que me pregunte si él
podría oírlo.
Tiré de King para subirlo al sofá y se derrumbó a mi lado. Echó un
vistazo a mi abdomen cubierto de esperma y volvió a reírse. Su risa fue
entonces mucho más relajada y abierta, menos oscura. Pero, igualmente, le
hizo cosas raras a mi cuerpo y, peor aún, a mi mente.
—Estás hecho un desastre.
—Bueno, esta noche han intentado venderme, me he desmayado delante
de medio campus y luego me has masturbado hasta sacarme la vida por la
polla. Tengo derecho a parecer...
—¿Jodido? —intervino él, y soltó otra carcajada. Mierda, me encantaba
que se riese así.
—No del todo. —Le guiñé un ojo. Supongo que me sentía un poco
aventurero.
King levantó la mano y me frotó la mejilla con el pulgar. Durante un
momento no dijimos nada más; solo estábamos él y yo y su dulce caricia
sobre mi piel. Nos miramos en silencio y la atmósfera se cargó de ese algo
intenso y abrumador que siempre nos envolvía cuando coincidíamos en la
misma habitación, aunque ahora parecía ligeramente diferente.
Íntimo.
Cómplice.
Aterrador.
—Vamos a limpiarte y salgamos de aquí. Necesito comer algo —dijo
finalmente, alejándonos del territorio inexplorado y desconocido al que nos
habíamos asomado sin querer—. Invítame a una buena hamburguesa, chico
de oro.
Se puso en pie y buscó alrededor hasta dar con una vieja camiseta. Pobre
del idiota que se la hubiera dejado allí; la prenda no iba a tener un final
digno.
Pensé que me la lanzaría y se arreglaría su propia ropa. Pero volvió a
arrodillarse frente a mí y me limpió él mismo. Para cuando ambos
estuvimos decentes y listos y nos dirigimos uno al lado del otro hacia la
salida, no podía dejar de desear saber más de él y obtener más de esos
destellos amables de King.
Me gustaba cuando ladraba y me provocaba, pero aquello era algo nuevo
e igual de atrayente.
Era hora de admitir que King me tenía cogido por las pelotas.
Y también que yo no quería que las soltara.
Axel

No le confesé a Donovan que teníamos una cita pendiente. No supe muy


bien por qué se lo oculté. Quizá era el hecho de que yo no me metía en
citas. O que en realidad sí que deseaba tener una con él. No era capaz de
ponerme de acuerdo conmigo mismo al respecto.
Nos fuimos en mi coche a un restaurante a las afueras del campus. La
noche era un poco más fresca de lo habitual y yo no tenía ganas de caminar,
la verdad. Estaba destrozado. Donovan me había desarmado y luego había
unido todas las piezas de nuevo con una habilidad exquisita, pero me había
dejado agotado física y emocionalmente; esto último era lo más... extraño.
Comimos como cerdos. Ambos teníamos buen apetito, y esa misma
mañana nuestro coordinador ofensivo se había ensañado especialmente con
nosotros. Comenzamos a charlar mientras devorábamos nuestras
hamburguesas, patatas fritas, alitas... Un poco de todo.
Me encontré hablándole de mi anterior equipo, de algunos de los amigos
que había tenido que dejar atrás, aunque no eran demasiados, e incluso de
parte de mi salida del armario con unos padres que se mostraron un poco
distantes frente a mi revelación, pero que tampoco montaron un drama. Más
bien se limitaron a ignorar ese detalle de mi vida. Supongo que mi miedo a
su reacción había superado con mucho la realidad.
Donovan no hizo ninguna gran aportación mientras se lo contaba. Veía
las dudas en sus ojos y mis antiguos miedos reflejados en su rostro. Ni
siquiera estaba seguro de cómo se sentía al respecto o de si lo nuestro no era
para él más que un experimento alocado que recordaría avergonzado en el
futuro, en una preciosa casa junto a una bonita chica y con un par de críos
correteando a su alrededor; un futuro sobre el cual ni siquiera sabía por qué
estaba pensando.
Pero tuve que admitir que me inquietaba preguntarle directamente sobre
su sexualidad. No sabía si estaba preparado para la respuesta que pudiera
darme y, si solo se trataba de curiosidad por su parte, supongo que podía
esperar un poco más para descubrirlo. Cuando me hubiera saciado de él.
—¿Qué hay de ti? —pregunté, y agitó las manos frente a él con cierto
frenesí.
—No, yo... Yo no he...
Apreté los labios para no reírme.
—Me refiero a tu familia, chico de oro. ¿Viven cerca?
Sus mejillas se colorearon al comprender que no le estaba preguntando
por su salida del armario, dado que resultaba obvio que no se había
producido y que tal vez nunca lo hiciera.
Puede que ese pensamiento me molestara un poco, pero lo aparté a un
lado y me puse a interrogarlo sobre sus padres y la posible existencia de
algún hermano o hermana. Así fue como me enteré de que tenía un
hermano menor que vendría a estudiar a nuestra misma universidad el
próximo semestre. Caleb Donovan se había tomado algo así como un año
sabático, pero ahora estaba listo para retomar sus estudios.
También me contó que su padre era obrero de la construcción y su madre
enfermera, y que se habían conocido cuando él tuvo un pequeño accidente
laboral en sus primeros años de profesión. Habló con claridad de lo mucho
que se habían sacrificado para enviarlo a la universidad y de cómo la cosa
se pondría aún peor con la incorporación de su hermano a los estudios.
Había cariño en sus palabras y mucho respeto, y eso me gustó.
A pesar de que seguía pensando en él como en el chico de oro por su
aspecto, Donovan no era un idiota engreído incapaz de valorar lo que sus
padres hacían por él.
Y luego estaba yo, sin problemas de dinero, pero sí con una falta clara de
compromiso por parte de mis propios padres con su labor. A veces creía que
declararme gay no les había afectado mucho porque, en realidad, no se
preocupaban por mi bienestar en general. Al menos, no de la forma en que
me habría gustado.
La conversación se aligeró después de eso y continuó mientras
regresábamos a casa conduciendo. Hablamos de películas, libros y series de
televisión. De música. De las clases. Todo fluyó con facilidad hasta que
cruzamos el umbral de nuestra residencia y nos dimos de bruces con
Cooper.
—Oh, hola —soltó Donovan turbado.
Hice lo posible por no reírme. Resultaba tan jodidamente transparente y
tan adorable que deseé empotrarlo contra la pared y besarlo. Pero no lo
hice, por supuesto.
Durante un instante demasiado largo, Cop nos observó con el ceño
fruncido y una extraña atención, como si supiera que había tenido la polla
de su mejor amigo en la mano unas horas antes. Luego el momento pasó.
Cooper se levantó del sillón y avanzó hasta Donovan.
—¿Qué tal estás, capullo?
Él resopló ante su preocupación.
—Estoy bien. Solo fue un golpe de calor o algo así.
—Te desmayaste como una primorosa dama de la corte con un corsé
demasiado apretado, tío. Te quedaste blanco como el papel.
Donovan le dio un empujón para apartarlo mientras continuaba
gruñendo, a medias avergonzado por las burlas de su amigo.
—Ese foco era una tortura lumínica —se quejó, y Cop se partió de risa.
Yo sonreí, contemplando la dinámica entre ellos con evidente curiosidad.
Resultaba obvio que se sentían muy cómodos el uno con el otro, pero no
había ni rastro de esa vibración excitante que emanaba de Donovan cuando
se relacionaba conmigo.
Exhalé un suspiro de alivio sin ser muy consciente de que había estado
conteniendo el aliento. Y luego me dije que era hora de largarme a mi
habitación antes de decir o hacer alguna tontería. O de que ideas extrañas se
asentaran y echaran raíces en mi cabeza.
—Me voy a la cama.
—Yo también estoy exhausto —indicó Donovan.
Cooper no parecía muy contento. Más bien estaba muy muy aburrido.
—Vamos, tío, mi cita ha sido un desastre de veinte minutos. Tómate una
cerveza conmigo y sácame de mi miseria. ¿Qué tal una partida al Call of
Duty?
No me quedé a escuchar la respuesta de Donovan. Me largué escaleras
arriba, dejándolos a ambos atrás.
Necesitaba algo de espacio. Y aire, también un poco de puto aire.
De repente, me costaba respirar.

Donovan estaba en mi cama. Bueno, al menos esperaba que fuera él


quien había entrado en mi dormitorio a hurtadillas de madrugada y se había
deslizado bajo la colcha. Porque si se trataba de una excursión de Cooper o
de Grayson, las cosas iban a ponerse muy raras en los próximos minutos.
Rodé para darme la vuelta y me encontré al chico de oro acurrucado de
lado, con la cabeza sobre mi almohada, los ojos cerrados y, al parecer,
tranquilamente dormido.
¿Qué demonios hacía allí?
No tenía respuesta para eso, así que me quedé un rato observándolo.
Donovan era, definitivamente, muy bonito. Por mucho que eso lo jodiera.
Tenía unos perfectos labios gruesos que pedían a gritos ser besados, un pelo
dorado y sedoso para hundir los dedos a placer y unos rasgos masculinos y
armoniosos. Y yo probablemente parecía un acosador mirándolo en mitad
de la noche, claro que había sido él quien se había metido en mi cama.
Deslicé los dedos por su hombro y fui bajando, arrastrando tan solo la
yema contra la piel caliente y suave de su costado. Hasta que, una vez bajo
las sábanas, mi mano tropezó con algo de tela. No llevaba camiseta, pero se
había dejado el bóxer puesto; al contrario que yo, que estaba totalmente
desnudo.
Me preguntaba si se habría dado cuenta de ello al acostarse a mi lado.
—Jodido Trey... Donovan —me corregí enseguida, incluso cuando no
hubiera nadie para oírlo.
Llamarlo así se había sentido demasiado bien cuando lo había abrazado
sobre el escenario horas atrás, pero era mucho más... íntimo.
—Lo he oído —dijo con una voz no tan somnolienta como habría sido
de esperar. Así que no estaba dormido del todo. No abrió los ojos ni se
movió, pero añadió—: Y también soy muy consciente de que llevas media
hora mirándome como un pervertido.
Sonreí y, sin pensarlo, me incliné y le robé un beso fugaz que me supo a
poco y que me sorprendió más a mí que a él.
—Dijo alguien que se mete en camas ajenas en mitad de la noche. —
Hice una pausa—. ¿Qué haces aquí, chico de oro?
—Vivo aquí.
Esa era una gran evasiva, pero le di una tregua y no lo señalé.
—Bien. —Metí la mano bajo la cinturilla de su bóxer y le apreté una
nalga con más bien poca consideración.
Luego empujé un poco más y lo atraje hacia mí. Pero entonces fue él
quien lanzó otra pregunta complicada:
—¿Qué estamos haciendo, King?
Unas semanas antes, sin duda le habría dicho que yo solo intentaba
meterme en su culo; sin embargo, había tenido varias oportunidades para
hacerlo y..., bueno, allí estábamos, prácticamente desnudos, charlando entre
susurros sobre un colchón perfecto para clavarlo a él y conseguir mi
objetivo de una vez por todas. Pero yo no me estaba moviendo y, por una
vez, tampoco trataba de provocarlo.
Rodé para quedar boca arriba y, solo entonces, Trey abrió los ojos y se
incorporó hasta apoyarse en un codo. Me miró, pero no dijo nada. Parecía
creer que yo tendría todas las respuestas, cuando en realidad no sabía una
mierda de qué era aquello, qué demonios nos pasaba o por qué parecía
incapaz de quitarle las manos de encima y no paraba de volver una y otra
vez a por más.
—No lo sé.
Donovan se rio en voz baja.
—Esto es una novedad. El gran King no sabe algo.
—Hay un montón de cosas que no sé —admití sin ningún recelo, y le
sonreí porque sabía que solo estaba burlándose de mí.
Me ladeé de nuevo y coloqué una mano en su cadera. Él respondió
arqueando las cejas.
¿Era eso una invitación?
Dejé caer la mano hasta la parte delantera. Joder, ya estaba duro. Apreté
para darle fricción y Trey correspondió el gesto con un sonidito de
aprobación que aumentó mi propia excitación.
—Quiero estar dentro de ti —solté de repente, sin saber de dónde había
venido la urgencia de ese pensamiento. O, ya puestos, por qué simplemente
no había dicho que quería follármelo. Así que me apresuré a continuar—:
Sé que no lo has hecho antes y podemos ir todo lo despacio que quieras o
necesites. Si no te gusta, pararé en cuanto me lo digas. En cualquier
momento. Sin explicaciones ni culpa. Y no volveré a...
Detuvo mi repentina diarrea verbal presionando un dedo contra mi boca.
—Vaya —fue todo lo que dijo. Hice amago de retirar la mano de su
entrepierna, pero él la sujetó para mantenerla en el sitio—. Yo también lo
quiero.
En cuanto esas cuatro palabras salieron de sus labios, una sonrisa
maliciosa se apropió de mi rostro. Joder, quería hacerle tantas cosas que me
daba vueltas la cabeza y no sabía ni por dónde empezar.
Abrí la boca y le lamí el dedo que mantenía contra mis labios, y luego lo
chupé con tanto descaro y lascivia que podríamos haber estado rodando una
película porno.
—Axel —me advirtió.
«Mierda.»
Tardé un segundo en quitar su mano de mi camino y me lancé sobre él.
Asalté su boca con avaricia y supe que nada me había sabido nunca tan bien
como Trey en ese momento. Lo aplasté contra el colchón y me lo bebí a
tragos largos. Le metí la lengua hasta la garganta con una desesperación
desconocida para mí, pero sabiendo que estaba con el único hombre que
podía provocármela. Lamí y mordí, y juro que podría haber pasado toda la
noche haciéndolo si él no hubiera empezado a empujar sus caderas hacia
arriba, frotándose contra mi polla de forma insistente.
Trey parecía de pronto más ansioso que nunca, y a mí encantaba. Me
gustaba que necesitara más de mí y que su cuerpo lo traicionara con tanta
transparencia y tan a menudo.
—Dilo otra vez.
—Yo también...
—No, mi nombre. Dilo.
Apretó la cabeza contra la almohada para ganar algo de espacio y poder
verme bien la cara. A saber qué fue lo que encontró, pero me lanzó una
sonrisa de imbécil que yo conocía muy bien; la empleaba mucho con él.
—Eso te pone cachondo, ¿no?
—Podría correrme solo oyéndotelo decir —admití sin vergüenza alguna
—. No eres consciente de lo que me haces, chico de oro.
Alargó el cuello y me lamió la barbilla en una clara provocación.
—Ya, bueno, supongo que entonces estamos a la par.
Trey

Estaba nervioso. Y ansioso. Y cachondo.


Joder, sentía tantas cosas a la vez que apenas si podía dejar de vibrar
sobre el colchón. Axel —sí, ahora era Axel y no King— devoraba mi boca
como alguien hambriento al que por fin le hubieran servido una comida y
no fuera capaz de controlar la gula. Resultaba abrumador. Y ponía en
evidencia que me deseaba tanto como yo a él.
Bien. Habría sido muy jodido que no fuera así.
Meterme a hurtadillas en su cama había sido una apuesta arriesgada,
pero yo... me había rendido. Quería eso más de lo que había deseado nunca
cualquier otra cosa. Lo quería todo. Con él.
No terminaba de encajar las piezas de lo que se suponía que era ahora;
¿bisexual, tal vez? No lo sabía y no me importaba. Y desde luego no iba a
preocuparme de descubrirlo justo en ese momento.
Ya llegaría a cruzar ese río más adelante y, si no lo hacía nunca, por mí
estaba bien. Podía vivir sabiendo que me gustaba Axel King. Que lo
deseaba solo a él.
A la mierda las etiquetas y a la mierda todo.
Las manos de Axel estaban por todos lados. Parecía como si no pudiera
obtener suficiente de mi piel, como si necesitase asegurarse de que
realmente estábamos allí; mi cuerpo bajo el suyo y mis labios abiertos para
él. Saqueó mi boca a placer, con astucia y de forma minuciosa. Se aseguró
de que sus caricias despertaran cada rincón, menos los que yo quería que
fuesen despertados, claro estaba. Si no hubiera sido así, no se habría tratado
de él.
Le gustaba torturarme. Le encantaba oírme rogar por más. Deshacerme
pedazo a pedazo con sus manos y su lengua hasta que no quedase nada de
mí. Y yo disfrutaba con ello, para qué negarlo. Disfrutaba demasiado.
Incluso cuando ladraba órdenes como lo haría un capitán a sus tropas,
esperando que se cumplieran de inmediato y con total diligencia.
Joder, era sexy de una manera que no sabía ni por dónde empezar a
explicar y mucho menos podía comprender.
Su cuerpo empujó contra el mío y nuestras pollas se deslizaron una sobre
otra en un baile sin fin. Una y otra y otra vez, llevándome al límite y...
Santo Dios, estaba seguro de que Axel no había hecho más que empezar.
Tendría suerte si no me convertía de pronto en un eyaculador precoz.
Alcancé su espalda y le clavé las uñas, y él gruñó y chupó aún con más
fuerza mi cuello. Apoyó un codo al lado de mi cabeza y me miró. Estaba
seguro de que yo tenía un aspecto lamentable; el pelo revuelto, la piel
enrojecida y los labios hinchados, pero él lucía espectacular. Como un
puñetero Dios. Con esa sonrisa de pecador que jamás se arrepentía de
ninguno de sus pecados. Dispuesto a ir de cabeza al infierno y llevarme con
él.
—No podemos hacer esto ahora.
—¡¿Qué?! ¿Por qué? —La voz me salió demasiado aguda y con un leve,
y patético, tinte de pánico.
Joder, estaba de verdad desesperado.
Axel tanteó mi mandíbula con la yema de los dedos y repasó luego la
curva de mis labios. Su expresión se suavizó, aunque ambos respirábamos a
trompicones, y sus ojos adquirieron un brillo casi dulce, mucho más tierno,
a pesar de que continuaban ardiendo de deseo.
—Pienso hacerte gritar mi nombre todo el tiempo, chico de oro. Y esta
casa no tiene paredes suficientemente gruesas para eso.
—A lo mejor eres tú el que acaba gritando —repliqué sin dejar de
frotarme contra él como un perro en celo; sin embargo, comprendí
enseguida lo que no estaba diciendo.
Era de madrugada, todo estaba en silencio y nuestros compañeros de
piso dormían en aquella misma planta. Cooper o Grayson podían
despertarse e incluso levantarse a por agua o al baño. Todos solíamos
dormir con las puertas cerradas, por lo que, si oían algo, bien podrían
imaginar que Axel se había traído a alguien y estaba teniendo una sesión de
sexo salvaje. Solo que Cop nos había visto llegar juntos y, además, los dos
reconocerían mi voz. No nos engañemos, había muchas posibilidades de
que yo acabara olvidándome de todo y gimiendo sin control o gritando, por
vergonzoso que resultara reconocerlo.
Inspiré resignado y empujé a Axel con suavidad para apartarlo.
Frustrado y a la vez borracho de excitación como estaba, en realidad no me
planteé lo que el gesto daba a entender. Bien podría haberle dicho que no
importaba si nuestros amigos se enteraban o si lo hacía el vecindario entero.
Axel se había detenido solo por mí; él ya estaba fuera del armario. Joder,
medio equipo de waterpolo había pujado abiertamente por él esa noche y
nadie había dicho una palabra al respecto.
Pero no pensé en nada de eso, y él se retiró y se dejó caer boca arriba a
mi lado. Durante un rato, nos quedamos allí inmóviles. En honor a la
verdad, yo estaba demasiado concentrado intentando apagar el ardor que me
corría por las venas, así que tardé bastante en darme cuenta de lo mucho
que se alargó el silencio entre nosotros.
Hasta que habló por fin y me dijo:
—Vuelve a tu habitación, Donovan.
Vaya. No «Trey», ni siquiera «chico de oro». Fue como recibir una
invitación a salir de su dormitorio con patada en el culo incluida.
Ladeé la cabeza para observarlo.
Tenía un brazo bajo la nuca y, con el otro, había tirado de la colcha hacia
arriba para cubrir su desnudez. Mantuvo la vista fija en el techo. No me
miró, a pesar de que debió de percibir mis ojos sobre él, y no había nada en
su expresión que me diera una pista sobre lo que estaba pensando.
—Es lo mejor —insistió cuando no me moví.
—¿Quieres que me vaya?
Odié cada palabra de esa pregunta. Mi voz salió tan necesitada... Tan
herida... Fue realmente lamentable sin importar que yo ya hubiera aceptado
lo mucho que lo deseaba. Y fue peor aún cuando él respondió con un
contundente «sí».
Oh, joder. ¿Por qué estaba tan dolido? ¿Por qué demonios de repente me
sentía tan mal?
Le eché un nuevo vistazo solo para comprobar que no había ni rastro de
su actitud provocadora ni de esa malicia que yo ya encontraba encantadora
a su manera. A la manera King.
No. No había nada en su rostro que indicara que estaba bromeando o que
aquello solo era otra de sus tretas para sacarme de quicio. No intentaba
llevarme al límite.
Solo deshacerse de mí.
Se tapó el rostro con un brazo mientras yo salía del dormitorio con tanta
rapidez que me golpeé la cadera con la cómoda y un dedo del pie contra la
puerta. Apenas si procesé el dolor de ambos golpes.
En ese momento, había otras cosas que dolían más.
El día siguiente llegó y me encontró con algo similar a una resaca. La
noche anterior no había bebido nada, pero la sensación era casi la misma.
No había sido capaz de conciliar el sueño salvo por breves instantes aquí y
allá en los que apenas si llegué a desfallecer del todo.
Una mierda, vamos.
Grayson se había largado a la playa a entrenar y King no estaba en casa
cuando me levanté, mientras que Cop roncaba en su cama con una placidez
que deseé para mí y que yo iba a joderle de un momento a otro.
Necesitaba hablar con alguien o me volvería loco.
Mi mejor amigo estaba tirado boca abajo, con un hombro y un brazo
colgando por el borde del colchón y la cara enterrada en la almohada. Le di
un manotazo al que no reaccionó, así que al final tuve que zarandearlo un
poco.
Compuse una expresión de lo más inocente cuando finalmente abrió un
ojo y alzó la cabeza para mirarme.
—Bien, ya estás despierto.
—Tienes un aspecto de mierda —farfulló. Frunció el ceño, aún medio
dormido, y echó un vistazo a su alrededor—. ¿Llego tarde a clase otra vez?
Me tumbé en el lado libre de la cama antes de contestarle:
—Es domingo. —Hice una pausa que él llenó refunfuñando sobre qué
demonios estaba haciendo yo entonces—. Necesito hablar.
—Estás bromeando, ¿no? Quiero dormir.
A pesar de sus protestas, se quedó esperando a que continuara. Supongo
que el hecho de que estuviese allí, con la pinta de un maldito zombi, al
menos debió de despertar su curiosidad.
O su compasión.
—¿Qué pasa? —inquirió cuando no dije nada, y yo continué titubeando
—. Vamos, me has jodido el sueño y te has tumbado aquí como si fuera el
puto diván de un terapeuta. Así que empieza a largar de una vez o...
—Me he liado con King.
Traté de obtener de su rostro alguna clase de indicio de lo que estaba
pensando sobre lo que acababa de decir, pero a esas alturas casi me daba
igual. Además, Cop era mi mejor amigo; confiaba en él.
—Define «liarse» —replicó con cierta cautela tras una pausa tal vez un
poco larga.
—Besos. Pajas —gemí avergonzado, y seguramente ruborizado como un
jodido colegial. Estaba claro que Axel me había arruinado por completo—.
Puede que también...
—Oh, espera, espera, espera. ¿Habéis follado?
Su expresión se iluminó como un maldito cartel de Las Vegas. El tipo de
verdad estaba entusiasmado con aquello, lo cual resultaba tranquilizador,
aunque también un poco raro.
—Mmm... No, eso no.
Para entonces ya se había sentado en la cama y me estaba mirando como
un niño el día de Navidad.
—Oh, joder. Entonces eres bi. O gay. ¿Pansexual? —prosiguió con un
torpe movimiento de cejas, y me tuve que reír—. Mierda, había rumores
sobre King y, bueno, lo del equipo de waterpolo anoche en la puja fue
bastante revelador, aunque al parecer estaba amañado —prosiguió
imparable—. Pero, amigo mío, ¿tú y él? Pensaba que lo odiabas. ¡Oh, eso
es! Toda esa hostilidad no era más que tensión sexual no resuelta. Se trata
de eso, ¿no?
—¿Amañado? —tercié yo, porque no sabía a qué se refería.
Pero él desechó mi pregunta con un gesto de la mano.
Tendría que haber sabido que a Cooper le importaría de poco a nada todo
aquello y no le daría mayor importancia. A lo largo de los años que
llevábamos siendo amigos, nunca me había defraudado, había estado ahí
para mí a cada paso y yo lo había estado también para él. Eso me quitó un
peso de encima; no sé cómo lo habría sobrellevado si hubiera descubierto
que aquello suponía un problema para nuestra amistad. Habría sido un
golpe duro.
—Espera —sus ojos chispearon con evidente diversión, y me preparé
para alguna de sus payasadas—, ¿tú eres el que da o el que recibe?
Empezó a reírse sin control, y yo lo empujé y lo saqué del colchón por el
otro lado de la cama hasta que terminó en el suelo. Ni siquiera entonces
dejó de reírse, el muy cabrón. Se quedó sentado sobre la alfombra y se
apoyó en la cama como si estuviera esperando al camarero en una barra de
bar.
—Esa es una pregunta muy poco educada por tu parte. Y ya te he dicho
que no hemos follado.
—Tengo otras muchas preguntas —siguió burlándose él. Un segundo
después, su sonrisa se apagó un poco—. Si estás aquí en plan terapia,
supongo que hay algo que no va bien. ¿Te arrepientes?
Negué.
—No. Estoy bien.
—¿Y King?
Resoplé. Le tendí una mano y, cuando la estrechó, tiré de él para subirlo
de nuevo a la cama.
—No es la clase de tipo que se arrepiente de algo así.
—Demasiado seguro de sí mismo —aportó Cop, y luego comenzó a
tantearme—. ¿Entonces...? ¿Cuál es el problema? ¿No quieres salir del
armario? Tío, hay una considerable comunidad queer en el campus, no creo
que sea para tanto.
Mis cejas salieron disparadas hacia arriba.
—¿Queer? ¿Desde cuándo estás tú tan puesto con la terminología?
—Esa es una conversación para otro día. Estamos hablando de ti —
replicó, y me brindó una sonrisita de capullo total—. ¿Te preocupa lo que
pensará el equipo? ¿Los chicos de la fraternidad?
—Te das cuenta de que son casi las mismas personas, ¿no?
Nuestra fraternidad era la que aunaba a la mayoría de los atletas del
campus; sí, éramos los deportistas borrachos de la universidad. Y, sí, había
miembros de otros equipos deportivos, pero prácticamente todo el nuestro
formaba parte de ella.
—Lo que sea. ¿Es eso? Porque, si es así..., que los jodan, Trey. Haz lo
que quieras; nadie debería tener nada que decir al respecto.
Me encogí de hombros. Yo sabía que lo de Axel no era un experimento y
tampoco curiosidad o alguna mierda por el estilo; puede que no fuera a dar
una rueda de prensa y hacer una salida del armario frente a todos en plan
revelación del año, pero el hecho de que todo se hubiera torcido la noche
anterior después de que Axel mencionase la posibilidad de que Grayson o
Cop nos descubriesen me picaba de una forma muy desagradable.
—No sé. Anoche... King me echó de su habitación.
—¿Después de que follarais?
Lo empujé de nuevo, aunque me eché a reír, y él se había parapetado de
tal forma en el colchón que no hubo manera de moverlo. En realidad,
agradecía que se lo tomara todo con su característico buen humor.
—Ya te he dicho que no llegamos tan lejos, pero no sé si dije o hice algo
que no le gustó.
Mi elección de palabras, por supuesto, solo podía desembocar en nuevas
pullas por parte de Cop sobre lo que le gustaba o no a King en la cama. Así
que estuvimos un buen rato diciendo tonterías. Me di cuenta de lo fácil que
me lo estaba poniendo y de lo estúpido que había sido al tratar de ocultarle
lo que pasaba entre Axel y yo. Siempre nos lo habíamos contado todo. Él
conocía gran parte de los problemas por los que había pasado mi hermano
el año anterior y yo me sabía al dedillo la historia del borracho de su padre
y el modo en que lo había abandonado cuando Cop solo era un adolescente.
Rato después, tras una cantidad de bromas y pullas considerable, yo no
había encontrado ninguna de las respuestas que buscaba —aunque tampoco
estaba seguro de cuáles eran las preguntas—, pero me sentía mucho mejor.
—¿Recuerdas a Cara Robinson, el primer año de universidad? —Asentí
sin saber muy bien adónde quería llegar—. Joder, la perseguiste sin
descanso todo un semestre, tío. Al principio ella ni siquiera miraba más de
tres segundos en tu dirección, pero terminó cayendo.
—No es que me disguste este paseo por los recuerdos, pero ¿qué tiene
eso que ver con nada?
El estómago de Cooper gruñó y él se arrastró fuera de la cama. Llevaba
puesto solo un pantalón corto y, durante un breve instante, mientras
esperaba que aclarase lo que trataba de decirme, intenté contemplarlo con
los mismos ojos con los que miraba a Axel...
No.
Fue un «no» enorme. Cop no me atraía en absoluto. Confirmado.
Solté una carcajada.
—¿Qué?
—No eres mi tipo, tío —señalé, y casi pareció genuinamente ofendido.
Pero no quería darle más cuerda para sus bromas, así que me centré—.
Cara. ¿Qué pasa con ella?
—Ah, sí. Si hay algo que eres es tenaz. Y terco como una mula, colega.
Hasta el aburrimiento. Así que, si te gusta King, ve a por él.
—No es tan sencillo —repuse, aunque no pensaba confesarle que cuando
estaba con Axel terminaba siempre convertido en un tipo necesitado y
ansioso. ¿Cómo demonios iba a ir yo a por él si me ponía a vibrar de
excitación con tan solo una de sus miradas?
Me lanzó una sonrisa mientras le echaba un vistazo a su móvil.
—Lo bueno nunca lo es. Habladlo y soluciónalo. O chúpasela y ya verás
como pronto se olvida de todo. Eso siempre funciona. —Se encogió de
hombros. Dios, era de verdad un capullo y se lo estaba pasando genial a mi
costa—. Y ahora ve a vestirte y acompáñame a la fraternidad. Maddox
quiere verme para hablar de no sé qué evento. Podemos pillar unos tacos de
camino. Invitas tú. Es mi tarifa por ejercer de terapeuta sexual.
Puse los ojos en blanco.
—El Taco Bell ni siquiera está de camino.
—Ahora sí. ¡Venga, muévete! ¿O tengo que ir yo a sacarte las cosas del
armario? —se burló como el idiota que era. Un idiota al que quería mucho.
Lo mandé a la mierda y me fui hacia la puerta, no sin antes mostrarle de
buena gana el dedo corazón.
Sus carcajadas me acompañaron todo el camino hasta mi dormitorio.
Trey

Tres días.
Habían pasado setenta y dos putas horas en las que Axel me había
evitado como a un apestado, esta vez de una forma tan descarada que no
dejaba lugar a dudas de lo que estaba haciendo. Apenas estaba en casa;
llegaba casi de madrugada y se marchaba al amanecer. En los
entrenamientos no actuaba de forma muy diferente con el resto, pero solo se
dirigía a mí cuando era estrictamente necesario.
Así que, esa tarde en particular, me cansé de esperar.
Axel aún seguía en el campo ahora desierto. Incluso el equipo técnico se
había largado ya. Solo quedaba él y un aspirante a quarterback novato al
que le estaba dando algunas indicaciones. Cualquier cosa con tal de no
tropezarse conmigo en el vestuario. O, peor aún, en las duchas.
Bien, era perfecto. Cuanto más se retrasase, mejor. Los demás se
largarían y solo quedaríamos él y yo, y el novato.
Me mantuve en la sombra del túnel que conducía hasta los vestuarios.
Observando y esperando. Todavía llevaba todo el equipo encima, así que
me entretuve jugueteando con el casco. También me dediqué a comerme a
Axel con los ojos. El uniforme le sentaba muy bien, y su culo... Joder, era
una locura. No podía apartar los ojos de él.
Ryn, el novato, resopló exhausto después de una carrera. Axel le dio un
golpecito en el hombro cuando se le acercó y le dijo algo. Los dos rieron.
Luego, con una nueva palmada de ánimo, echaron a andar en mi dirección.
Retrocedí un poco por el pasillo. No quería que me viera hasta que ya no
pudiera encontrar alguna excusa para volver al campo. Lo creía capaz de
embaucar al pobre Ryn y someterlo a otra ronda de pases eternos solo para
evitarme.
Cuando me descubrió a mitad de camino, su espalda se tensó y sus dedos
se apretaron sobre el borde del casco, que llevaba en la mano. Saludé a Ryn
con un gesto de la cabeza que él me devolvió. Sabía que Axel no iba a
detenerse por propia iniciativa, así que no me quedó más remedio que
decirle:
—Necesito hablar contigo un momento.
Ryn se giró, pero Axel continuó andando como si no me hubiera oído en
absoluto.
Y luego Cooper decía que yo era el terco.
—¡King! —lo llamé de nuevo.
Prosiguió su camino, ignorándome incluso delante de un perplejo Ryn.
El pobre chico no sabía muy bien qué hacer, pero me desentendí de él. No
permitiría que Axel se escaqueara esa vez.
Me adelanté y le corté el paso. Cuando trató de rodearme sin siquiera
dignarse mirarme, terminó con la escasa paciencia que me quedaba. King
era corpulento y quizá un poco más alto, pero yo era algo más ancho y
estaba en tan buena forma como cualquier otro miembro del equipo. Podía
con él.
Lo agarré y lo estampé contra la pared, presionando con todo mi cuerpo
para evitar que se moviera. Le ladré un «largo de aquí» demasiado duro a
Ryn, quien, gracias a Dios, se apresuró a perderse por el pasillo sin hacer
ninguna pregunta aunque resultó evidente que tenía muchas.
—Suéltame ahora mismo, Donovan.
Me reí en su cara a pesar del tono brusco e inflexible que empleó
conmigo. Se podía ir a la mierda si pensaba que perdería mi ventaja y lo
dejaría largarse. Tal como había dicho Cop, yo era tenaz y perseverante
cuando quería algo.
Y ahora quería a King.
—No hasta que hables conmigo.
—Tengo cosas que hacer.
—Que te jodan, King. Lo único que tienes que hacer es correr lejos de
mí como llevas haciendo desde el sábado por la noche. —Aplané las palmas
de las manos sobre sus hombreras y apreté mis caderas contra las suyas
cuando él me empujó para liberarse.
Al no conseguirlo de esa forma, me agarró de los costados. Por un
instante creí que me lanzaría por los aires, pero no hizo nada más. Sus
manos permanecieron totalmente inmóviles, aunque sus dedos se cerraron
en torno a la tela de mi camiseta.
—¿Qué demonios quieres, Donovan?
Había planeado un largo discurso y un montón de preguntas que quería
que él contestase. No entendía qué había cambiado tanto hacía tres noches
para que se volviese tan frío conmigo. Ya habíamos pasado por algo similar
en las semanas anteriores, pero incluso cuando yo lo había evitado o él
jugaba un poco al gato y al ratón conmigo, siempre había habido alguna
mirada burlona o una sonrisa oscura y provocadora por su parte; una señal
de que la rueda de algún modo seguía girando para nosotros.
Esto era diferente. Era como si... estuviera enfadado y me castigase con
su indiferencia. Y no tenía ni idea de por qué.
Así que, de todo cuanto podía decir, simplemente elegí la verdad:
—A ti.
Las dos palabras quedaron suspendidas en el aire que flotaba entre
nuestras bocas, ahora un poco más próximas que un segundo antes. Debía
de haberme inclinado sobre él al responder o algo así, y lo que fue seguro
era que Axel ya no estaba luchando contra mí.
Nos miramos el uno al otro durante un minuto eterno. Yo, con la
expresión desafiante del que no está escondiendo nada y tampoco tiene
nada que perder y él, con algo de sorpresa, calidez y otra emoción que no
atiné a interpretar destellando en el fondo de sus ojos.
Mis dedos aferraron la camiseta sobre sus hombros y se convirtieron en
puños casi por inercia mientras esperaba una respuesta a mi confesión. Y
cuando vi que no iba a decir nada, me lancé de cabeza al desastre sin
importar las consecuencias.
No fue una decisión difícil de tomar en realidad. Puede que yo hubiera
estado decidido a tener una charla con él, pero Axel era una especie de
debilidad para mí, una jodida fuerza gravitatoria a la que no podía
sustraerme por mucho que lo intentara. Su boca estaba demasiado cerca, su
aliento olía como el paraíso y el aroma rico de su colonia y su piel se
mezclaba con el sudor tras el intenso entrenamiento. Incluso aunque ambos
llevásemos aún las protecciones encima, tampoco ayudaba sentir su cuerpo
duro contra el mío.
Lo había echado de menos durante esos tres días. Necesitaba besarlo. Y
eso fue justo lo que hice.
Cerré el espacio entre nuestras bocas sin prisa, dándole la oportunidad de
rechazarme si así lo quería. Pero no lo hizo. Se quedó quieto mientras le
lamía la comisura del labio de forma tentativa, esperando que se abriese
para mí. Y cuando mi petición silenciosa de acceso fue aceptada, deslicé
con cuidado la lengua en su interior.
Axel respondió enseguida. Y fue dulce y lento, y tierno, y también
jodidamente delicioso. Nunca nos habíamos besado así. Ni siquiera había
besado a una chica así alguna vez. Tan despacio. Como si ninguna otra cosa
importase más que degustar el sabor del otro. Como si todo a nuestro
alrededor se hubiese detenido al primer roce de labios, el mundo entero se
hubiera desintegrado y solo quedásemos nosotros en pie. Hubo suaves
gemidos que no supe de quién de los dos provenían; tal vez de ambos. Le
acaricié la lengua y él respiró en mi boca. El beso se hizo más profundo,
pero no más ansioso. No, había una calma que fluía entre nosotros y que
resultaba tan sensual y erótica como cualquier otro de los momentos
íntimos que hubiésemos compartido hasta entonces.
No supe el tiempo que pasamos besándonos de esa forma. Otra manera
de devorarnos que amé de inmediato y a la que sabía que no quería
renunciar.
—Joder, chico de oro —gruñó dejando caer la cabeza contra la pared y
cerrando los ojos.
Bien. De nuevo era su chico de oro, así que eso tenía que ser bueno. Un
momento, ¿su chico de oro? ¿Suyo?
¿Qué demonios...?
Aparté ese detalle para otro instante. No tenía la claridad mental
necesaria para pensar en lo que eso significaba. Y también me daban un
poco de miedo las conclusiones a las que pudiera llegar.
Axel abrió los ojos de nuevo y echó un vistazo a lo largo del pasillo
vacío. Cuando su mirada se posó otra vez en mí, comprendí que estaba
dispuesto a argumentar alguna clase de burda excusa para alejarse de nuevo.
Lo supe. Había poco en él de su arrogancia y del descaro al que me había
acostumbrado, y eso era muy mala señal.
Pensé en Cop y en lo que había dicho sobre Cara, y decidí no darle
margen a Axel para que retrocediera, al menos figuradamente, porque su
cuerpo continuaba contra la pared y el mío, sobre él, presionando todos los
puntos importantes a pesar de las malditas protecciones. Nuestros cascos
habían caído al suelo y terminado uno al lado del otro en cuanto lo había
arrastrado contra el muro; verlos juntos fue casi como tener una epifanía.
Como si de algún modo ese hubiera sido el lugar exacto en el que tuvieran
que estar.
Como si esa fuera la manera en la que tenía que ser.
—Mira, Trey...
—Oh, vamos. Cállate de una puta vez —lo corté exasperado.
Sin permitirle hacer ninguna otra aportación o concluir lo que fuera a
decir, le brindé una sonrisa sucia y lo agarré de la camiseta. Lo sostuve
durante unos pocos segundos muy cerca de mí. Dejé que mis ojos vagaran
por su rostro y atrapé mi labio inferior entre los dientes cuando a él se le
aceleró la respiración. Su expresión se tornó menos contenida; el deseo
haciéndose cargo por fin.
Dispuesto a ser yo quien lo torturase por una vez, lo estampé contra el
muro a su espalda y Axel jadeó.
—Deja de evitarme, maldita sea —gruñí contra su boca.
Quería sumergirme en Axel. Meterme bajo su piel como él había hecho
conmigo. Su sabor aún estaba fresco en mi mente por el beso anterior, pero
yo quería más. Más. Mucho más. Me había vuelto adicto a su cuerpo, a sus
caricias y sus besos de la mejor de las maneras. Y al diablo con él si creía
que podía seguir esquivándome todo el tiempo.
Tampoco pensaba darle una oportunidad.
Apoyé los brazos a los lados de su cabeza y arremetí contra él de nuevo.
Esta vez no hubo suavidad o cautela. Ni tampoco ningún cuidado. Fue un
beso duro y exigente. Salvaje. Un choque de dientes húmedo. Un ataque.
Una puta declaración de intenciones a la que esperé que no fuera capaz de
resistirse. Hundí la lengua en su boca como si me perteneciese, y muy
pronto él reaccionó y me plantó cara. Peleamos como dos idiotas ebrios de
deseo por el control del beso, tomando lo que el otro ofrecía incluso sin
querer entregar más de lo que recibíamos; ambos dispuestos a ganar en lo
que quiera que fuese aquello.
Axel no era la clase de tipo que se rendía y yo lo sabía, así que resultaba
aún más extraño que se hubiera alejado de mí en los días anteriores. Pero en
cuanto traté de vencerlo en su propio juego, todo volvió a encajar como un
puzle perfecto de deseo crudo y placer. Tiró de mí y sus manos apresaron
mi culo para apretarme más contra él. Yo sonreí en el beso, satisfecho.
Sin saberlo, me estaba brindando la victoria.
Metí la mano entre nuestros cuerpos para tantear la erección que sabía
que me encontraría y gemí frustrado cuando mis dedos tropezaron con su
suspensorio.
—Esto es una mierda —solté mientras su boca se desviaba hasta mi
garganta y me chupaba el cuello con una agresividad apenas contenida.
Axel rio contra mi piel y el sonido vibró a través de mi carne. Oh, sí, esa
risa. Ahí estaba Axel King de nuevo. Había una promesa oscura tras ella;
una orden exigente y una oferta de más y más placer al mismo tiempo.
Dar y tomar. Pedir y entregar. Así éramos juntos.
El reverberar de una serie de pisadas al fondo del pasillo llegó
demasiado tarde a mis oídos, aturdido como estaba por los besos y los
mordiscos que Axel estaba dejando a lo largo de mi cuello. Y supongo que
a él le ocurrió lo mismo, porque no nos detuvimos hasta que un silbido bajo
atravesó la neblina sexual en la que ambos estábamos sumidos.
Giramos la cabeza de golpe solo para descubrir a Cooper en mitad del
pasillo, con las manos en las caderas, su bolsa colgada del hombro y una
sonrisa burlona que me hizo saber que iba a estar jodiéndome con aquello
durante mucho mucho tiempo.
Axel me empujó lejos de él en cuanto fue capaz de reaccionar. Traté de
no tomármelo como algo personal, pero no me gustó de todas formas.
—Todavía queda gente ahí dentro —comentó Cop, señalando la puerta
del vestuario. Ni siquiera se molestó en disimular su diversión—. Así que,
si no queréis que alguien grabe vuestra sesión de arrumacos cachondos y la
suba a YouTube, deberíais llevaros esto a un lugar más privado.
Agarré a Axel del brazo en cuanto me di cuenta de que echaba a andar
hacia mi mejor amigo; no creí que tuviera buenas intenciones.
—Quieto ahí.
Al oír la orden que le dediqué, la sonrisa de Cooper se amplió hasta que
prácticamente se le salió de la cara. Estaba provocando a Axel; joder, yo
también lo habría atormentado un poco de no ser porque parecía a punto de
lanzarse sobre mi mejor amigo y arreglarle la cara a puñetazos.
—Supongo que os habéis reconciliado por fin —dijo Cop entonces, y se
puso a aplaudir con el entusiasmo de un crío de cinco años frente a un
pastel de chocolate.
Reprimí la risa por su estupidez y tuve que tirar con más fuerza de Axel,
quien, al ver que lo retenía y no estaba balbuceando alguna lamentable
excusa, se giró por fin hacia mí.
—¿Lo sabe? ¿Se lo has contado?
—Sí, así que ahórrate el derroche de testosterona. No tienes que ir allí a
defender mi honor —me reí sin poder evitarlo.
La mirada de Axel fue de mi rostro hacia el final del pasillo, luego de
vuelta a mí y, por último, otra vez hasta Cooper.
—Gilipollas —le espetó enseñándole un dedo.
Para entonces yo ya me estaba riendo abiertamente. Señor, todo aquello
era un poco irreal. En realidad, tendría que haberme inquietado un poco la
posibilidad de que, en vez de Cooper, fuera otro de mis compañeros de
equipo el que nos hubiera descubierto, pero, por más que busqué algo de
preocupación en mi interior, no fui capaz de hallar nada.
—Yo también te quiero, King —replicó Cop, devolviendo la grosería
con un gesto igual de obsceno—. Os veo en casa.
Lanzó un beso al aire y luego se alejó en dirección a la salida, silbando
como un idiota y riéndose de sus propias bromas.
Y así fue como Axel y yo nos quedamos de nuevo a solas. Él se volvió
hacia mí con las cejas enarcadas y una pregunta formulándose
silenciosamente en su expresión.
—Necesito una ducha —solté encogiéndome de hombros.
Y, siguiendo el ejemplo de mi mejor amigo, eché a andar hacia el
vestuario entre risas y dejé a Axel King plantado en el túnel.
Tenía la sospecha de que no continuaría ignorándome a partir de ese
momento.
Axel

Tuve que soportar estoicamente ver a Trey quitándose el equipo y


desnudándose por completo a pocos metros de mí sin poder hacer nada al
respecto. Ryn y otro de los chicos me asaltaron en cuanto entré en el
vestuario para contarme no sé qué mierda. No les estaba haciendo ningún
caso, la verdad, aunque procuré soltar un «ajá» aquí y allá y asentir con la
cabeza para que pareciera que les prestaba atención. Sin embargo, mis ojos
se desviaban continuamente hacia Trey. Y continuaron haciéndolo cuando
se largó a la ducha sin molestarse en coger una toalla para taparse y me
brindó una espectacular visión de su precioso culo.
Había sido yo el que lo había apartado. Yo había iniciado ese estúpido
baile entre nosotros en primer lugar y luego, al parecer, había salido
corriendo. Pero tenía mis motivos.
Tres noches antes, había acabado demasiado jodido para mi gusto
cuando Trey retrocedió por miedo a que nuestros compañeros de piso lo
pillaran metido en mi cama. Y puede que me hubiera entrado un poco el
pánico al descubrir lo mucho que eso me había molestado.
Dios, era casi una ironía.
Me gustaba Trey. En realidad, me gustaba mucho. No había podido dejar
de pensar en él en semanas y me había costado toda mi fuerza de voluntad
mostrarme frío con él durante esos tres días. Y os aseguro que no había
nada frío en lo que le hacía a mi cuerpo cada vez que estábamos en la
misma habitación. Joder, incluso cuando no lo tenía a la vista, la mitad del
tiempo terminaba con una dolorosa erección entre las piernas al recordar lo
bien que me hacía sentir tenerlo aprisionado bajo mi cuerpo.
Resultaba preocupante. O revelador, según se mirara.
Peor aún, ahora estaba desconcertado. Trey le había hablado a Cooper de
nosotros y, si las burlas de este eran muestra de algo, parecía que se lo había
tomado bastante bien. A mí me daba igual lo que pensara Cooper, pero era
el mejor amigo de Trey y no quería que las cosas se pusieran raras o
incómodas entre ellos por mi culpa. Lo que me llevaba de nuevo al inicio:
estaba preocupándome por el chico de oro de una forma en la que hacía
mucho tiempo que no lo hacía por nadie.
Por Dios, ni siquiera me lo había follado; eso no podía ser bueno.
Me pasé la mano por la cara frustrado y traté de no reírme de mí mismo.
Estaba siendo ridículo.
Para cuando por fin logré que Ryn me soltara, Trey había regresado de la
ducha. Al menos ya se había rodeado las caderas con una toalla, pero su
piel dorada estaba cubierta de gotitas que sentí el impulso desesperado de
lamer. El pelo le caía chorreando alrededor de la cara y pequeños riachuelos
de agua le corrían por el cuello y sobre los hombros.
Sus ojos verdes destellaron con diversión cuando me descubrió
devorándolo con la mirada desde el otro lado del vestuario. Lucía tan
satisfecho y pagado de sí mismo...
Bien, si quería jugar, jugaríamos. Y yo iría con todo.
Me deshice una a una de las protecciones que aún llevaba encima y de la
ropa hasta quedar completamente desnudo. Sonreí cuando se le aceleró un
poco la respiración. Ryn y Jules todavía estaban charlando a pocos pasos de
nosotros y, aunque Trey hubiera puesto al tanto de lo nuestro a su mejor
amigo, dudaba que quisiera darles el espectáculo a los chicos.
Se mordisqueó el labio de esa forma en que lo hacía cuando estaba
ansioso y que a mí siempre me ponía duro.
De espaldas a nuestros compañeros, y antes de coger una toalla y
taparme, le regalé un explícito plano frontal, mostrándole exactamente lo
que estaba provocando. Fui muy consciente de que yo no era el único
afectado; el modo en que una mancha de rubor ascendió por su pecho y su
cuello, la manera en que sus labios se entreabrieron en busca de aire, el
bulto que empezaba a formarse bajo su propia toalla... Resultaba una
verdadera delicia, y estaba claro que yo no podría tener suficiente de él
hasta que lo metiera en mi cama y me permitiera hacerle todas las cosas
perversas que deseaba.
—¿Me esperas para volver a casa? —pregunté al pasar por su lado.
Lo que de verdad quería hacer era estamparlo contra su taquilla,
arrancarle de encima la toalla y caer de rodillas frente a él para saborearlo
hasta que me doliera la mandíbula. Pero eso no iba a suceder. Por el
momento.
Es más, planeaba ser yo quien lo hiciese arrodillarse y tragar. ¿Se
atrevería Trey? Durante nuestros encuentros, había sido yo el que lo había
tocado la mayoría del tiempo. ¿Se sentiría cómodo si fuese al revés? ¿Lo
desearía tanto como yo? Había estado más que dispuesto a dejarme follarlo,
pero tal vez aún lo cohibiera —o, en el peor de los casos, incluso le
provocara repulsión— chupársela a otro tío. Había tías a las que tampoco
les gustaba de todas formas.
—Está bien —dijo con un leve temblor.
—Bien.
Estaba decidido a encontrar respuestas a todas las preguntas que Trey
Donovan me hacía plantearme, aun cuando algunas ni siquiera tuvieran que
ver con el sexo.
—Siento la mierda de estos días —dejé caer después de que la camarera
nos trajera las bebidas y se marchase de nuevo.
En vez de largarnos a casa, habíamos terminado en una de las cafeterías
del campus. Ambos estábamos muertos de hambre y, a no ser que Gray o
Cooper hubieran hecho la compra para todos en un arranque de
responsabilidad y bondad infinita, teníamos poca esperanza de que quedara
algo comestible en el frigorífico.
El ambiente entre nosotros se había vuelto de nuevo relajado y... fácil.
Era una de las cosas que más cómodo me hacían sentir cuando estaba con
Trey. Incluso tras el derroche de hostilidad fingido del que había hecho gala
las primeras semanas después de mi llegada, era un tipo de trato fácil,
divertido, y al que no parecía faltarle nunca un tema de conversación. Yo,
muchas veces, no era en exceso hablador, aunque me gustaba ayudar y
relacionarme con los otros miembros del equipo y los hermanos de la
fraternidad. Todos me habían recibido con los brazos abiertos y me habían
hecho un hueco entre ellos con rapidez. Pero con Trey me sentía... bien.
Capaz de hablarle de cualquier tema que me propusiera.
—Dime una cosa, sé que dijiste que no, pero ¿alguna experiencia previa
con otro tío?
No se encogió en el asiento ni se lanzó a comprobar si había alguien
cerca que pudiera oír la pregunta, y eso, en cierto modo, me tranquilizó. En
realidad, no apartó los ojos de mí y su mirada se llenó de algo muy similar
a... calidez.
—Oh, ya veo —repuso con calma—. Sigues esperando que me vuelva
loco por esto, ¿no?
¿Era así? Sí, supongo que una parte de mí creía que en algún momento
Trey retrocedería, me daría una excusa de mierda y confesaría que esto no
había sido otra cosa que curiosidad o alguna clase de experimento sexual.
No sería ni el primer ni el último tío heterosexual que tanteaba sus límites
en la universidad y luego fingía que no había pasado nada.
Trey suspiró cuando mi silencio le dio la respuesta que buscaba.
—Supongo que no puedo culparte por creerlo. —Esperó mientras la
camarera colocaba sendos platos frente a nosotros, nos deseaba buen apetito
y se marchaba para ocuparse de otra mesa—. Puede que le haya dado
algunas vueltas, pero ha sido más..., no sé, he estado aturdido, por decirlo
de algún modo.
—No tienes que darme explicaciones.
Joder, no quería presionarlo. No con algo así. Y parecía vulnerable. No
podía ser fácil de manejar para él sentirse atraído de repente por otro
hombre. Mi caso había sido muy distinto; yo había sido consciente de ser
gay desde muy joven, aunque luego tardase en compartir ese detalle con el
resto del mundo.
Trey agitó la cabeza de un lado a otro y jugueteó con la comida de su
plato. De vez en cuando, afloraba en él una timidez que dudaba que
mostrara demasiado a menudo. Y... también me gustaba eso.
Joder, me gustaba todo él. Incluso cuando se comportaba como un
impertinente. Incluso cuando me mandaba a la mierda.
—Tuve un par de interacciones con mi compañero de habitación el
primer año de universidad —confesó finalmente, con un suave rubor
destacando de forma preciosa en sus mejillas.
—Vaya, vaya —me reí algo sorprendido. Eso era algo que ocurría más
de lo que nadie quería admitir, pero, en su caso, no sé por qué no me lo
esperaba.
—No fue nada en realidad. Solo... —Hizo un gesto evasivo con la mano
y me dije que lo dejaría estar. Tampoco era que quisiera pensar demasiado
en Trey montándoselo con otro tío—. Un par de pajas.
Solté una carcajada mientras su rostro enrojecía aún con más intensidad.
—Eres jodidamente adorable, Trey.
Mi comentario puso fin a esa parte de la conversación. Luego giró en
torno al equipo, nuestras posibilidades de ganar el próximo partido y
nuestras expectativas de jugar al fútbol de modo profesional. Aunque Trey
admitió que no creía que eso fuera a suceder, yo tenía muchas esperanzas
para mí al respecto; un par de reclutadores se habían interesado y sabía que
estaban siguiendo mi evolución después del traslado de equipo.
Jugar en la NFL era el sueño de toda mi vida.
Comenzó a lloviznar poco antes de que terminásemos de cenar y
tuvimos que lanzarnos por el aparcamiento a la carrera. De toda formas,
acabamos calados hasta los huesos. Manipulé la calefacción en cuanto nos
subimos a mi coche con la ropa empapada pero el ánimo encendido. Su
coche había quedado a las puertas del campo de entrenamiento.
Cuando lo miré, Trey estaba abrochándose ya el cinturón. El pelo le
chorreaba y se le pegaba a la frente, oscurecido por la humedad. En un
impulso, estiré la mano y le aparté un mechón, y mi pulgar se demoró más
de lo debido sobre la piel de su sien. Ese simple contacto envió una
descarga por todo mi brazo, y juraría que Trey se estremeció.
Un instante después estábamos besándonos como un par de quinceañeros
cachondos. Le metí las manos en la sudadera solo para descubrir que no
llevaba nada bajo ella, pero enseguida me apartó para ser él quien se
aventurara a acariciar mi pecho. Sus dedos tantearon con suavidad la barrita
de metal de mi pezón y no pude evitar gemir en su boca.
—Qué sensible —se burló, pero luego pareció pensarlo mejor—. ¿Te
duele?
—No lo suficiente como para que quiera que pares.
La zona continuaba curándose aún, pero los eventuales destellos de dolor
no podían competir con lo extraordinario de sus toques.
No estoy seguro del tiempo que pasamos besándonos y acariciándonos
tanto por encima como por debajo de la ropa húmeda. Fue todo... incluso un
poco inocente. Ninguno de los dos trató de llevarlo más allá, a pesar de que
creo que yo no era el único al que le dolían las pelotas de pura necesidad.
Pero, de algún modo, y a pesar de todas las veces que lo había torturado,
quería tomármelo con calma con Trey. Tal vez fuera por esa inocencia con
la que había admitido su inexperiencia; quizá porque no quería que se
asustara y me alejara. O a lo mejor solo era que yo estaba acojonado y era
muy consciente de que, una vez tuviera a Trey Donovan en mi cama y le
hiciera todo lo que anhelaba hacerle, no habría manera de que lo dejara ir.
No, no habría marcha atrás para mí después de eso.
Creo que ya no la había incluso entonces, solo que yo todavía no lo
sabía.
Trey

Los siguientes días se fusionaron uno con el otro en una especie de locura
sexual que implicó un montón de momentos robados con Axel. Resultaba
incluso divertido la forma en que ambos tratábamos de encontrar huecos y
situaciones para quedarnos a solas.
Él no me preguntó más acerca de cuánto le había contado a Cop o si
había alguien más que supiera lo que estaba ocurriendo entre nosotros, y
tampoco trató de llevar las cosas a un nuevo nivel. De repente me daba la
sensación de que había ajustado el tempo y había bajado las revoluciones
conmigo, aunque no dudaba en seguir torturándome siempre que podía.
En casa, lanzaba pullas cuando Cop o Grayson estaban presentes, me
metía mano bajo la mesa de la cocina o me acorralaba en el pasillo el
tiempo suficiente como para ponerme nervioso y luego me dejaba con
ganas de más.
Era un cabrón, pero yo también aprendí que tenía cierto poder sobre él.
Una de las mañanas en las que todos corríamos de un lado a otro antes
de salir de casa rumbo a nuestras respectivas clases, me colé a hurtadillas en
el baño del pasillo cuando Axel estaba duchándose. Cop aún se estaba
vistiendo en su dormitorio y Grayson se hallaba en la cocina desayunando.
Eché el pestillo sin hacer ruido y me deslicé en silencio hasta la ducha.
Me alegré de que la cortina fuese casi transparente, porque la figura
desnuda que se perfilaba del otro lado era una maravilla visual que todo el
mundo debería admirar al menos una vez en la vida. Axel se encontraba
bajo el chorro con la cabeza hundida entre los hombros y ligeramente
encorvado hacia delante, y el agua le caía por la espalda y por el culo. El
tipo era una obra de arte de músculos firmes, piel clara y pelo oscuro.
Me lamí los labios de anticipación mientras me desnudaba con rapidez y
me coloqué tras él. Axel dio un respingo en cuanto lo agarré de las caderas.
Trató de girarse, pero lo mantuve inmóvil y le besé la nuca.
—Grayson aún tiene que ducharse —murmuró en voz baja.
La advertencia era clara; sin embargo, no había manera de que me
detuviese. Empujé contra su culo. Ya estaba lo suficientemente duro como
para que lo notara, y a él estaba claro que no le iba mucho mejor. Recorrí su
pecho con las palmas de las manos, sus muslos, su ingle, y Axel dejó caer la
cabeza sobre mi hombro.
—Gray se marcha este fin de semana a ver a sus padres —le susurré al
oído—, y pienso enviar a Cop a la casa de la fraternidad.
Íbamos a tener la casa para nosotros solos, lo que significaba poder hacer
todo el ruido que quisiésemos. Las noches anteriores no había habido
ninguna excursión nocturna. Meyer nos había machacado con dos
entrenamientos diarios y, entre eso y las clases, todos llegábamos a casa y
nos derrumbábamos donde primero pillábamos; a veces ni siquiera
llegábamos a nuestros respectivos dormitorios. Salvo Grayson, que no
pertenecía al equipo, a Cooper, Axel y a mí apenas nos quedaba energía
para hacer otra cosa.
Las comisuras de sus labios se curvaron y se ladeó para lamer el agua
que descendía por mi garganta. Lo hice girar y empujé una mano contra su
pecho, pegándolo a la pared. Acto seguido, caí de rodillas.
—Joder, Trey —gimió. Hubo un breve destello de sorpresa en su
expresión.
Hasta ese momento, digamos que yo había sido más de recibir que de
dar, lo que suponía que Axel me había chupado hasta sacarme la vida por la
polla un montón de veces sin esperar nada a cambio. Nunca presionó.
Nunca trató de exigirme más. Aunque lo había masturbado y nos habíamos
frotado con y sin ropa hasta corrernos sobre el otro.
—Te voy a dar un pequeño adelanto de lo que va a suceder esta noche —
le dije a continuación, tomándolo en la mano.
Quería aquello. No solo chuparlo y volverlo completamente loco del
mismo modo que él lo hacía conmigo. Quería..., deseaba y necesitaba que
me follara. Lo había sabido aquella noche en su habitación y lo sabía ahora.
Y era muy consciente de que Axel solo lo estaba retrasando por mí, para
darme tiempo a que me acostumbrara a la idea. Además, estaba seguro de
que se las apañaría para que al final se lo rogase.
Pero yo también podía hacerle suplicar.
Sin apartar la vista de su rostro, lamí la punta de su erección muy
despacio. Axel volvió a gemir y cerró los ojos, pero enseguida los abrió de
nuevo; estaba claro que no pensaba perderse ni un segundo de aquello. No
era como si yo tuviera alguna idea de lo que en realidad estaba haciendo,
aunque me había asegurado de ver un montón de porno de mamadas y
supuse que bastaría con reproducir lo que a mí me gustaba. Quería que lo
disfrutase. Joder, quería que lo desease todo el tiempo. Que perdiera el
control. Que fuera más Axel que King, si es que eso tenía sentido.
Así que, sin perder el tiempo, me lo tragué hasta el fondo. Fue una idea
de mierda, porque mis habilidades de garganta profunda dejaban mucho que
desear y me atraganté en el momento en que la cabeza de su polla me
golpeó de lleno.
—Mierda —maldije entre toses, a pesar de que a él se le escapó algo
entre un jadeo y un gruñido increíblemente sexy.
—Oh, joder —masculló. Enredó los dedos en mi pelo y me mantuvo
inmóvil para que no repitiera la hazaña—. Ve despacio. No hay nada que
demostrar —agregó, como si supiera lo que estaba intentando.
—Guíame —le pedí entonces, apartando a un lado el pudor—. Dime lo
que tengo que hacer.
Él se estremeció y sus dedos se hundieron un poco más en mi pelo.
—Chico de oro, vas a matarme si sigues diciendo esas cosas. —Hizo una
pausa e inspiró despacio—. Abre.
Mi propia erección ganó volumen con esa única palabra.
Definitivamente, tenía alguna fijación con Axel dándome órdenes, pero no
me importaba una mierda. Pensaba disfrutar al máximo cualquier
perversión siempre que fuera con él.
Hice lo que me había dicho y, mientras él susurraba indicaciones y las
cosas se calentaban más y más, fui ganando seguridad. Lo lamí, lo chupé y
lo llevé una y otra vez sobre mi lengua, en cada ocasión un poco más
profundo. Más ansioso. No podía evitar gemir mientras lo hacía. Sabía bien
y..., joder, me gustaba la sensación de tenerlo en la boca tanto como me
gustaba oír los ruidos que él no podía evitar dejar escapar.
—Trey, joder, es... No voy a tardar en correrme.
Gemí de nuevo a su alrededor al oír el modo en que mi nombre se
derramó entre sus labios. Como una plegaria. Como una súplica. Su voz
impregnada del placer que yo le estaba proporcionando.
Me retiré y alcé la mirada con una sonrisa de capullo total.
—Chico de oro... —me advirtió con un tono grave y exigente.
Rodeé mi propia erección con la mano y los ojos de Axel se clavaron en
mi entrepierna mientras me daba una serie de fuertes bombeos. Estaba tan
excitado que empezaba a creer que podría correrme solo chupándosela.
Dudaba que fuera algo de lo que estar orgulloso, pero, joder, Axel era capaz
de llevarme al límite incluso sin proponérselo. Hacía brotar una necesidad
en mí que nunca antes había sentido con una chica; tampoco con un chico,
si mi torpe experiencia de novato de primer año contaba algo.
—Te la pone dura chupármela. —No era una pregunta, así que no
contesté.
Él sabía que sí. Joder, me encantaba. No sabía por qué no lo había hecho
antes, pero tal vez solo era el momento exacto para aquello. Quizá Axel
había sabido que necesitaba ese tiempo y ser yo el que tomara la iniciativa.
—Tú me la pones dura —admití. No tenía sentido negarlo y, es más,
quería que lo supiera.
—No sabes lo que me hace verte ahí de rodillas.
Si era algo similar a lo que yo sentía cuando era él quien se arrodillaba
para mí, tenía una ligera idea. Volví a sonreírle y llevé una mano de vuelta a
su polla. Siseó en cuanto cerré los dedos alrededor de la base y lo hizo de
nuevo cuando descendí hasta sus pelotas y comencé a jugar con ellas.
Abrió la boca para hablar, pero elegí ese momento para cerrar mis labios
alrededor de la cabeza hinchada y goteante, y lo que quiera que fuera a
decir se convirtió en un gruñido de placer. Continué chupándolo mientras
me masturbaba, demasiado cachondo por lo que le estaba haciendo como
para esperar mi turno. Creo que eso lo llevó aún más al límite, porque se
inclinó para verme mientras no dejaba de trabajarlo con la boca y la lengua.
Sus caderas comenzaron a impulsarse en golpes cortos y superficiales. Y,
cuando por fin logré llevarlo hasta el fondo, se desató del todo, fuera de
control.
—Oh, joder. Trey. Sí, eso es... Justo así... Mierda.
Ver a Axel King balbucear, tan perdido en el momento, en su placer,
resultó casi más de lo que podía soportar. Chupé con más fuerza hasta
arrancarle otra ronda de esos deliciosos gruñidos y luego le dediqué un
asentimiento al tiempo que me detenía.
Lo entendió sin problemas.
Yo me quedé quieto y él sujetó mi cabeza y me folló la boca, y resultó
vergonzoso lo mucho que me gustó. Con cada vibración que mis gemidos
enviaban a través de su eje, Axel se perdía más y más.
Me llevó dos tirones derramarme sobre mi puño en una explosión que
me dejó medio ciego. Creo que incluso Axel debió de percibir los potentes
temblores de mi orgasmo.
—Dios, me voy a correr... —Trató de hacerme retroceder, pero yo
coloqué una mano alrededor de su muslo y lo mantuve en el interior de mi
boca—. Joder, no tienes...
La protesta murió en sus labios cuando lo apreté con más fuerza y los
primeros chorros de semen me llenaron la boca. Y, aunque ya me había
corrido, gemí con él mientras me tragaba hasta la última gota. Los
balbuceos, los jadeos y los gruñidos de Axel fueron sin duda la mejor parte,
aunque el sabor ni siquiera me pareció desagradable, y supe que no iba a ser
la última vez que hiciera aquello.
Axel resbaló por la pared hasta sentarse en el suelo. Apoyó la parte
trasera de la cabeza en los azulejos y cerró los ojos. Apenas parecía ser
capaz de respirar.
En cuanto los abrió, le disparé una sonrisa de arrogancia que podría
haber competido con las que tanto le gustaba dedicarme. En un movimiento
que no fui capaz de prever, me agarró de la nuca y me tiró sobre él para
darme un beso abrasador. Yo apenas si había recuperado el aliento, pero la
forma en que volcó tanta pasión y desesperación en aquel beso resultó casi
tan excitante como lo sucedido unos segundos antes.
Cuando ya creía que me desmayaría por la falta de oxígeno, me soltó.
Apoyó la frente contra la mía y me mantuvo anclado a él con una mano en
el lateral de mi cuello.
—Me vuelves loco —confesó a duras penas. Deslizó el pulgar arriba y
abajo por mi piel con suavidad y me brindó una sonrisa sincera, repleta de
una ternura poco común en él.
No supe quién de los dos parecía más aturdido, lo que sí sabía era que
nunca me cansaría de aquello. De tenerlo haciéndome arder en un segundo
y, al segundo siguiente, comportándose con tanto cuidado y... cariño.
—Eres demasiado sexy para mi propio bien —continuó elogiándome,
con los ojos fijos en los míos.
Depositó varios besos sobre mi boca y tiró más de mí para subirme a su
regazo, lo cual, por alguna estúpida razón, me calentó la cara. ¿Era normal
que me sintiera avergonzado por estar sentado a horcajadas sobre él cuando
acababa de dejar que se corriera en mi boca? No estaba seguro, pero,
incluso abochornado como estaba, también me sentí reconfortado. Deseado.
Incluso querido. Necesitado.
Era un auténtico placer. Él. Todo él.
Hasta que se oyeron un par de golpes en la puerta.
—¡Deja de machacártela ahí dentro y sal de una vez, King! Voy a llegar
tarde —gritó Grayson desde el exterior del baño.
Juro que oí de fondo a Cooper reírse. Apostaba a que mi mejor amigo
sabía exactamente que Axel no estaba solo, y mucho menos
machacándosela.
—¡Ya voy, joder! —gritó él de vuelta, y luego bajó la voz para dirigirse a
mí—: Si se queda esperando fuera...
—No importa. Da igual —lo interrumpí. No quería que se preocupase
por eso, Y lo estaba; yo sabía que lo estaba.
Ni una sola vez me había echado en cara que estuviésemos
escondiéndonos de todos, a pesar de que él no tenía por qué. Le debía eso.
Axel suspiró mientras se ponía de pie y me llevaba consigo.
—No quiero que hagas nada para lo que no estés listo, Trey. Y tampoco
que lo hagas pensando en mí o en lo que yo desee.
Una vez más, acallé sus protestas, en esta ocasión tapándole la boca con
una mano.
—Estoy más que preparado para esta noche. Tú y yo. Quiero que me
folles —afirmé, a sabiendas de que no era de eso de lo que estaba hablando
en realidad.
Pero no iba a discutir mi salida del armario en ese momento. Si salía del
baño y Grayson nos pillaba, que así fuera. Sinceramente, empezaba a darme
cuenta de que tener que pasar el día esperando poder quedarme con Axel a
solas no era suficiente, como tampoco lo era no poder besarlo a veces en
mitad de la acera o cuando nos cruzábamos en clase o en cualquier otro
lugar, a la vista de todos.
Ahora solo me faltaba averiguar cuánto más quería de Axel King y de lo
que teníamos. Y también si él sentía lo mismo.
Axel

No pude evitar sentirme algo conmocionado cuando llegué a casa esa tarde.
Después de nuestro excitante encuentro en la ducha a primera hora, no
había vuelto a ver a Trey en todo el día. Me había pasado el almuerzo en la
biblioteca con uno de mis grupos de estudio y, aunque le había mandado un
par de mensajes para ver si estaría con Cooper esa tarde en la casa de la
fraternidad, resultó que Maddox había reclutado a Cop para alguna clase de
montaje festivo que iban a llevar a cabo de cara al fin de semana. Ya había
perdido la cuenta de todo lo que ese tipo estaba haciendo para ganarse de
nuevo el favor del decano; no le envidiaba el puesto.
Así que cuando crucé el umbral y el aroma delicioso de la comida me
golpeó, me pregunté quién demonios se había atrevido a cocinar algo en
aquella casa. Sinceramente, ninguno estaba muy dotado en el aspecto
culinario.
El misterio quedó resuelto cuando entré en el salón y me encontré a Trey
inclinado sobre la mesa frente al sofá, abriendo un montón de envases de
comida para llevar. La luz estaba apagada y, en cambio, había un montón de
velas por todos lados iluminando la estancia. Eché un vistazo a mi alrededor
y, poco a poco, una sonrisa se fue extendiendo por mi cara sin que pudiera
evitarlo.
Me crucé de brazos y durante un momento no dije nada. Trey se irguió y
se frotó la nuca, y ese excitante sonrojo que tanto había aprendido a
apreciar le cubrió el cuello y las mejillas casi de inmediato.
—Empiezo a pensar que de verdad estás intentando llevarme a la cama
esta noche —señalé sin ocultar la diversión—. Aunque contigo soy un tío
fácil. No necesitabas esto.
Puso los ojos en blanco y resopló, pero la broma cumplió su cometido y
sus hombros se aligeraron. Creo que, a veces, Trey todavía se sentía
sobrepasado por lo que había entre nosotros, fuera lo que fuese, de ahí que
no hubiera querido presionarlo para llegar hasta el final.
También yo estaba un poco abrumado en realidad. Trey me aturdía.
Aunque me moría de ganas de enterrarme en él y descubrir lo bien que se
sentiría su cuerpo apretándose en torno a mi polla.
—¿Qué has pedido? —inquirí cuando percibí que aún estaba algo
avergonzado.
Dios, ese chico era una puta delicia.
—Tailandés.
No añadió ninguna otra explicación, pero no resultaba necesario. La
tailandesa era una de mis comidas favoritas, y que él se hubiera dado
cuenta...
Me metí las manos en los bolsillos para no ir hasta él, agarrarlo de los
hombros y devorarlo entero. No recordaba que nadie hubiera hecho antes
algo así por mí.
—Gracias —dije en un susurro bajo pero que estuve seguro de que él
oyó.
Me había fijado en Trey Donovan desde el momento en que mi traslado
se hizo efectivo y visité aquella casa después de encontrar el anuncio en el
que se alquilaba una habitación. Lo había observado luego en los
entrenamientos y cuando Maddox me admitió sin casi tener que pasar
prueba alguna en la fraternidad. Y lo había deseado desde ese primer
momento, a pesar de que, al principio, había estado bastante seguro de que
no tenía ninguna posibilidad con él, más que nada porque parecía
totalmente heterosexual.
Ahora, viéndolo allí plantado frente a mí y evocando cada instante en el
que lo había tocado, besado y torturado sin tregua solo por el placer de oír
los sensuales sonidos que salían de su garganta, empezaba a creer que no
era yo el que lo había atraído y atrapado, sino él quien me había hecho caer.
Y qué jodida manera de caer.
—Es solo comida —señaló recuperándose de su breve ataque de timidez
—. Iré a por los cubiertos. ¿Qué quieres beber? Hay cerveza, vino e incluso
una botella de whisky que tengo escondida en mi habitación.
Sí, todos solíamos escondernos el alcohol unos a otros. Vivir con tres
tipos más, a cuál más fiestero y borracho, tenía sus inconvenientes.
—Cerveza está bien.
Cuando pasó por mi lado en dirección a la cocina, no pude evitar
agarrarlo de la nuca y atraerlo hacia mí. Tenerlo entre mis brazos resultaba
cada vez mejor, significara eso lo que significase.
Arrastré la nariz por su cuello y aspiré su olor. Desprendía un aroma a
gel y... a él. A Trey. A puto deseo implacable y feroz que siempre conseguía
ponerme medio duro incluso con el más breve de los roces.
—Voy a hacértelo tan bien que no querrás que salga de ti jamás —
susurré en su oído.
Trey hizo un ruidito agudo y necesitado que me hizo sonreír. Luego me
llamó imbécil, me empujó y se largó a la cocina refunfuñando sobre lo
sádico que era.
Compartimos la cena mientras veíamos el comienzo de una película a la
que ninguno de los dos prestó demasiada atención, y cuando acabamos lo
convencí para continuar viéndola, a pesar de que Trey parecía decidido a
arrastrarme escaleras arriba. Me tumbé en el sofá y tiré de él hasta que lo
tuve casi sobre mí. Encontrarme acurrucado con un tipo no era habitual para
mí, no desde hacía mucho, y los recuerdos ni siquiera eran del todo buenos.
Pero con Trey disfrutaba de cada segundo. Y él por fin pareció relajarse y
dejar de vibrar nervioso de un lado a otro.
Me pregunté si no habría sido mejor asaltarlo cualquier día al azar y
hacer aquello casi por sorpresa, porque estaba claro que él había estado
pensando mucho en lo que quería que sucediera esa noche y había una
especie de zumbido inquieto en cada palabra que decía y en cada uno de sus
gestos.
Sin embargo, resultaba tan evidente lo mucho que lo quería, cuánto me
deseaba, que no pude evitar sentir una vergonzosa satisfacción al respecto.
Joder, yo también lo deseaba a él de una forma casi obsesiva.
Pasé un largo rato acariciándole la espalda, deslizando los dedos arriba y
abajo por su columna mientras ambos fingíamos que nos enterábamos de
algo de lo que ocurría en la pantalla. Despacio, tracé las líneas de sus
músculos hasta que estos se aflojaron y Trey prácticamente se derritió
contra mi pecho. Lo siguiente que supe fue que había empezado a besar su
cuello. Le di pequeños mordiscos, y creo que una parte posesiva de mí que
desconocía por completo pero que no dejaba de aflorar últimamente intentó
dejarle un par de marcas. Cuando Trey se frotó con un torpe disimulo contra
mi muslo, dejé ir mi mano más abajo y la colé bajo la cinturilla de su
pantalón y su bóxer. Su respiración se aceleró. No apartó la vista de la
pantalla ni hizo comentario alguno, pero, un instante después, se le escapó
un jadeo al percibir el roce de mi dedo sobre su agujero.
La presión de su entrepierna contra mi muslo creció y su erección resultó
entonces más que evidente.
—¿Te gusta? —pregunté presionando levemente con la yema del dedo
en su entrada.
Trey se mordió el labio para reprimir el gemido que estaba seguro de
que, de otra forma, se le habría escapado como respuesta. Simplemente
asintió, mirándome por fin.
Apreté un poco más solo para ver cómo reaccionaba. No pensaba hacer
nada de aquello sin lubricante; le facilitaría las cosas todo lo que pudiera y,
joder, no solo quería que fuera fácil para él. Quería que fuera jodidamente
bueno.
«Tal vez...»
—Podrías ser tú el que me follase hoy.
Parpadeó aturdido. Y luego volvió a parpadear. Abrió la boca y la cerró.
—¿De verdad? —replicó finalmente, y el tono entre sorprendido y
esperanzado me arrancó una carcajada.
—Tendrías que verte la cara —me burlé. Me moví hasta quedar sobre él
—. Pero sí, puedes hacerlo. Y no creas que no lo disfrutaría. Disfrutaría de
cualquier cosa que me dieses, chico de oro.
Vale, a lo mejor no había querido confesar algo así ni sonar tan
desesperado. Solo que era verdad. Trey no era el único necesitado de los
dos.
Me clavó las uñas en los brazos cuando le mordí el lóbulo de la oreja y
luego se lo chupé hasta arrancarle otro de esos excitantes gemidos.
—Me gusta esa idea. Mucho en realidad. No creía que tú... —
tartamudeó, y yo me retiré para verle la cara y arqueé una ceja.
—¿Que pudiera ser pasivo? No es algo que haya hecho mucho —
confesé, aunque eso era un eufemismo—. Pero estoy seguro de que me
gustaría contigo.
Se le enturbiaron los ojos de tal modo que supe que, en ese instante,
había un montón de imágenes pervertidas deslizándose por su mente. Tardó
un segundo en agitar la cabeza.
—No. Quiero que seas tú esta noche. Llevo semanas imaginándolo. Pero
te tomo la palabra —añadió de forma apresurada, y tuve que reírme.
—Bien, porque yo también llevo mucho tiempo pensando en ello —
repuse metiendo de nuevo la cabeza en el hueco de su cuello—. Desde la
primera vez que te vi.
La confesión le hizo soltar una exhalación brusca. Empujé mi polla
contra la suya durante un momento para que supiera lo que me hacía, lo
duro que me ponía estar allí tumbado sobre él hablando de follarlo. Pero
enseguida me retiré y me puse en pie. Le tendí la mano.
—Vamos, te quiero en mi cama. —No dudó ni un segundo en agarrar
mis dedos y levantarse—. Voy a hacer que pierdas la puta cabeza, chico de
oro.
—Te veo muy seguro de ti mismo.
Me permití sonreírle. Perverso y oscuro. Provocador.
—No te haces una idea de lo mucho que pienso disfrutar de esto.

Estaba cachondo a niveles desconocidos. Habíamos subido al piso de


arriba a trompicones, intentando besarnos y tocarnos por todas partes
durante el camino; había sido un milagro que no hubiésemos acabado
tropezando y rodando escaleras abajo. Por mucho que ahondara en su boca,
no podía obtener suficiente de Trey. Me sentía totalmente ebrio y a la vez
más lúcido que nunca.
En cuanto cruzamos la puerta, lo acorralé contra la pared y me dediqué a
devorarlo sin tregua alguna. Lamí su cuello, sus clavículas. Mordisqueé la
piel de sus hombros. Lo ataqué con un hambre feroz y él me devolvió cada
beso y cada caricia con idéntico ímpetu y pasión. Nos arrancamos la ropa el
uno al otro como dos desesperados que apenas si tuvieran el menor control
sobre sus impulsos.
No estaba seguro de que yo lo tuviera. No estaba seguro de nada, salvo
de que necesitaba estar dentro de Trey. Meterme bajo su piel y quedarme
allí para siempre.
Caímos en un lío de brazos y piernas sobre el colchón, jadeando y riendo
a la vez. Trey no era de los que permanecían callados, y no solo porque
apenas si pudiera contener sus gemidos y todos esos ruiditos deliciosos que
yo adoraba. Decía lo que pensaba en cada momento. Lo que sentía. Aunque
eso supusiera enrojecer hasta la raíz del pelo. Y eso resultaba demasiado
sexy para mi propio bien.
Tumbado boca arriba, y conmigo sentado a horcajadas sobre sus muslos,
Trey estiró los brazos y me pasó las palmas de las manos por el pecho.
Jugueteó con el piercing y sus dedos dibujaron mis músculos casi con
devoción, y yo no pude evitar estremecerme. Luego, una de sus manos se
desvió y recorrió mi eje de arriba abajo. Para entonces, yo estaba duro como
una roca, más de lo que creía haberlo estado nunca.
Eso era lo que me hacía Trey Donovan. Y lo hacía muy bien.
—Sí, joder. Me encanta que me toques —solté casi sin querer.
Me gustaba que no titubeara, que estuviera tan entregado a mí y a lo que
hacíamos como yo lo estaba a él. Y supe que me hallaba en lo cierto al
señalarme a mí mismo que había sentido miedo de que retrocediera y me
dejara tirado. No quería que esto fuera algo casual o puntual para él.
Quería más de nosotros. Juntos.
Axel

Tracé sus costados con la yema de los dedos sin apartar la vista de su rostro.
La expresión de Trey era un puto festín para los sentidos. La forma en la
que dejaba caer los párpados solo a medias, el aliento que silbaba a través
de sus labios entreabiertos, cómo sus fosas nasales se expandían en
determinados momentos y el suave rubor de sus mejillas.
Era precioso.
Le aparté la mano de mi erección para evitar que las cosas fueran
demasiado deprisa; si no tenía cuidado, acabaría por correrme antes de
metérsela. Y no estaba dispuesto a que eso sucediera.
Ni de coña.
Me incliné hacia un lado y saqué el lubricante y un condón del cajón
superior de la mesilla. Trey me agarró de la muñeca antes de que pudiera
lanzar el preservativo sobre la colcha y sostuvo nuestras manos unidas en
alto.
—Has visto mis pruebas y yo las tuyas —comentó, y supe con exactitud
lo que estaba diciendo. Lo que me preguntaba. Asentí y él añadió—: Quiero
sentirte.
—Mierda, Trey.
Me precipité sobre su boca una vez más. Insaciable. Demasiado
desbordado por las emociones como para encontrar algo más que decir.
A todos los atletas del campus se nos sometía a análisis periódicos y ya
hacía días que Trey y yo habíamos compartido los resultados con el otro.
Ambos estábamos limpios. Pero lo que aquello suponía iba más allá.
Implicaba que esto era nuestro, que estábamos al cien por cien el uno con el
otro.
—Solo tú y yo —murmuré contra sus labios.
—Solo tú y yo —repitió él, y no pude evitar gemir de aprobación ante la
sincera aceptación.
Esa parte posesiva de mí que solo Trey despertaba se dio golpes en el
pecho como un jodido animal. No quería algo casual con él; lo quería para
mí. Solo para mí. Y de una forma aún más estúpida y egoísta, me sentí
satisfecho de que fuera conmigo con quien iba a descubrir lo bien que podía
sentirse estar con otro hombre.
Bajé por su cuerpo dejando un rastro de besos húmedos a mi paso. Entre
beso y beso, no podía evitar levantar la vista para observar su rostro y
comprobar que todo estaba bien. Que se sentía cómodo y tan excitado como
yo, aunque su erección goteante dejaba pocas dudas al respecto y el calor
que desprendían sus ojos prácticamente me quemaba la piel.
Me lo metí en la boca y gemí alrededor de su gruesa cabeza al probarlo.
Olía y sabía tan bien. Joder, podría haberme pasado la vida chupándolo y,
aun así, no habría tenido suficiente de Trey Donovan.
Sin dejar de lamerlo, me embadurné los dedos de lubricante y los llevé
hasta su entrada. Trey dio un respingo y se echó a reír. Fue una risita
nerviosa que me hizo levantar la cabeza y brindarle una mirada
tranquilizadora.
—Iremos tan lejos como desees. O no iremos en absoluto si eso es lo que
quieres.
—No, quiero esto. Lo quiero todo —se apresuró a contestar.
Hundió la mano en mi pelo revuelto y tironeó de varios mechones, luego
me empujó contra su polla con tal descaro que fui yo el que se echó a reír.
—Alguien está necesitado de cariño.
—Oh, cállate y chupa, Axel —protestó, y yo aproveché sus quejas para
presionar un dedo en su agujero.
Cualquier otra cosa que fuera a decir murió en su garganta y se
transformó en un quejido ansioso. Lo tanteé con cuidado, muy lentamente;
en un primer momento me limité a trazar círculos y a presionar de forma
muy leve, intentando que se relajara. Pero luego me dije que había algo
mucho más efectivo y que yo ya sabía que le haría perder la cabeza.
Aparté los dedos, empujé su pierna para abrirlo más y lamí el apretado
anillo, y acto seguido me perdí en él con todo lo que tenía. Lo apuñalé con
la lengua una y otra vez, empleando mis dedos para continuar acariciando la
piel de alrededor y sus muslos. Y Trey se deshizo bajo mi lengua como un
helado derritiéndose al sol en un desierto abrasador.
Hundí un dedo en su interior, sobrepasando por fin la primera barrera de
músculos, y él gimoteó. Dios, estaba tan apretado que no sabía cómo
encontraría la manera de entrar en él y no correrme en el acto.
Mantuve mi boca sobre él, dándole largas pasadas con la lengua a su eje
y a sus pelotas, al tiempo que bombeaba en su culo con un dedo primero y
luego con dos. No podía dejar de contemplar cómo desaparecían dentro de
él y apenas si quería imaginarme cómo sería cuando fuera mi polla la que lo
llenara.
—Eres jodidamente sexy —le dije mientras él no paraba de revolverse
bajo mi toque. Cuando empezó a salir al encuentro de mis dedos, estuve a
punto de perder la cabeza—. ¿Quieres más? ¿Es eso?
—Deja de ser un capullo y fóllame de una vez —masculló. Tan ansioso.
Tan necesitado. Tan absolutamente rendido.
Me reí solo porque sabía que eso lo sacaría de quicio.
—Un momento... —Doblé mis dedos en busca de ese punto que sabía
que terminaría con sus reproches y, cuando di con él, todo su cuerpo se
sacudió—. Ah, ahí está. ¿Decías?
—Oh, mierda. Mierda. Mierda... Qué bien se siente, joder.
Solté otra carcajada.
—Será aún mejor cuando lo golpee con mi polla.
Me dio un tirón de pelo y me hizo levantar la cabeza.
—¿Y a qué demonios estás esperando? Estoy listo. —La última palabra
salió más aguda que el resto cuando rocé de nuevo su próstata—. Vamos,
por favor... Por favor.
—Así está mejor —repuse, pero no dejé de torturarlo.
Necesitaba prepararlo bien y que se deshiciera casi por completo antes
de ir más allá. Yo no era precisamente pequeño, y esa era la primera vez
para Trey. Cuanto más necesitado estuviera, menos molestias sentiría.
Así que durante un rato alterné las atenciones de mi boca sobre su
erección y los golpes en su interior, a pesar de que yo mismo estaba tan
duro que resultaba doloroso. Necesitaba tanto entrar en él que sentía que
moriría si no lo hacía.
Cuando Trey no fue más que un lío derrotado de gemidos, amenazas
hacia mi persona y un montón de jadeos necesitados, retiré los dedos por
fin.
—¿Quieres que me dé la vuelta? —preguntó, repentinamente tímido a
pesar de lo que había estado haciéndole hasta hacía un segundo.
Negué con la cabeza sin pensarlo siquiera.
—Quiero verte todo el tiempo. Necesito ver tu cara cuando te corras.
Incluso con la piel enrojecida y cubierta de sudor, más de ese dulce
sonrojo se acumuló en su rostro. Dios, era una delicia. Todo él. Era
demasiado receptivo. Demasiado. Y acabaría matándome en algún
momento.
Agarré mi erección y me coloqué en su entrada. Estaba tan ansioso como
él.
—Relájate para mí. Iré despacio.
Mientras empujaba en su interior, no dejé de acariciarlo. No quería
apartar las manos de él. No podía apartarlas de él.
—Oh, mierda. Arde —gimoteó Trey, haciéndome reír—. No te rías,
joder. No ayuda —me reprochó, pero él también empezó a reírse y tuve que
parar.
—Mejora mucho, te lo aseguro. Solo relájate y déjame entrar.
—Eso es fácil de decir para ti. No es a ti al que están taladrando con ese
puto monstruo que tienes entre las piernas —rio fingiendo una indignación
que yo sabía que no sentía.
—Gracias, supongo. Pero que sepas que eso será lo próximo que
hagamos.
La sola mención de esa posibilidad hizo que apretara la parte trasera de
la cabeza contra la almohada y su espalda se arqueara. Me hundí aún más
en él sin siquiera tener que empujar. Ambos gemimos a la vez. Joder, era
demasiado... Demasiado cálido, apretado y perfecto. Como si estuviera
hecho para mí y yo para él.
Lo que fuera que estuviera pensando después de mi sugerencia lo ayudó
a relajarse. El hecho de que pudiéramos bromear y reírnos juntos de todo
aquello me golpeó en una parte profunda del pecho y perdí el aliento
durante unos pocos segundos. Estar con Trey, tocarnos, besarnos y follarnos
era no solo sexy y placentero, resultaba... divertido. Todo él era increíble.
Cuando me asenté por completo, bajé la vista y, joder, tuve que
quedarme quieto para no convertirme en un adolescente sin experiencia que
disparaba a la primera de cambio. La visión de ese punto exacto en el que
nuestros cuerpos se unían, verlo estirado a mi alrededor...
Levanté la mirada.
—¿Estás bien?
—Eres grande —fue todo lo que dijo. Luego exhaló una nueva risa
repleta de hoyuelos que apretó un poco más el nudo de mi garganta y
añadió—: Es muy raro, pero se siente bien. Jodidamente bien.
—Me alegra oír eso, porque voy a empezar a moverme y te va a gustar
aún más.
¡El muy idiota me puso los ojos en blanco! Así que me retiré y embestí
sin previo aviso, y entonces el gesto se repitió pero de forma totalmente
involuntaria.
—Joder, Axel.
—Eso hago. Joderte.
Me reí y continué machacándolo. No había rastro de dolor o molestia en
su expresión, lo cual me espoleó hasta encontrar un ritmo con el que cada
golpe le provocaba un nuevo gemido.
Yo tenía algo de experiencia. Había follado con un buen número de tipos
desde la adolescencia, pero ninguno de ellos podía compararse con lo que
me hacía sentir Trey en ese momento. Sus reacciones me saturaban los
sentidos. Me hacía sentir borracho de él.
Con sus muslos abiertos sobre los míos, me incliné para poder besarlo.
—Te sientes como la puta perfección, chico de oro —murmuré en sus
labios.
Le mordí el inferior hasta hacerlo sisear y continúe empujando una y otra
vez. Sin darle tregua ni un pequeño descanso para recuperarse de mis
embestidas. Lo follé con tanta fuerza que estaba seguro de que al día
siguiente iba a tener problemas para caminar. Pero en ese momento... En
ese momento Trey no parecía tener ninguna queja al respecto. Solo pedía
más y más, y yo quería dárselo todo.
Cambié de ángulo y el siguiente golpe encontró su objetivo. Trey
comenzó a balbucear un montón de maldiciones y yo tuve que esforzarme
para no ceder al intenso cosquilleo que había empezado a trepar por mi
columna.
—Oh, sí. Justo ahí. Ah, mierda... Dios, tócame, por favor.
Sin esperar respuesta, trató de agarrarse con una mano mientras la otra se
cerraba en un puño sobre la colcha. Le di un manotazo y lo aparté.
—Aún no.
—Por favor... Necesito correrme. Por favor, Axel.
—Me encanta oírte suplicar —afirmé clavándolo al colchón con todo lo
que tenía. Cada vez más duro. Más profundo. Más. Más. Más.
Quería meterme tan dentro de él que no fuera capaz de sacarme jamás.
—Eres un... sádico de mierda —farfulló, pero no dejó de empujarse
contra mí.
Entonces, salí de él.
Otra ronda de maldiciones abandonó sus labios junto con los restos de su
aliento entrecortado. Tenía los ojos totalmente vidriosos y parecía tan
hambriento... Me rodeé la polla con la mano y me di un par de tirones
bruscos solo para recuperar un poco el control.
Trey se incorporó sobre los codos y me dio una patada en el muslo. Yo
me reí.
—Eres un cabrón. Estaba a punto.
Una sonrisa torcida tironeó de mis comisuras mientras plantaba las
manos en sus muslos y ascendía por ellos. Froté su entrada con los dedos y
él volvió a desplomarse sobre el colchón con un suspiro. Pero ese fue todo
el descanso que le di.
La tortura se alargó. Lo saqué de la cama y lo doblé sobre mi escritorio,
y le di otra ronda intensa de bombeos, asegurándome de estimular su
próstata con cada golpe. Lo empujé contra la pared y, con una de sus
rodillas encajada en el hueco de mi codo, lo abrí y volví a apuñalarlo sin
descanso. Lo hice recorrer todo mi dormitorio y lo follé de todas las
maneras que se me ocurrió, llevándolo al límite en cada ocasión pero
retrocediendo justo antes de que lo traspasara. Hasta que caímos de nuevo
sobre la cama y Trey aseguró que se desmayaría si no lo dejaba correrse de
inmediato.
Gemimos y nos reímos por igual, y Trey me lanzó floridos insultos
entremezclados con un montón de jadeos y peticiones perversas.
Yo estaba a punto de reventar, pero sabía que, cuando finalmente fuera a
por ello, nos correríamos de forma explosiva.
Volví a tumbarlo bajo mi cuerpo y esa vez ya no hubo más juegos. Me
hundí en él lentamente, pero eso fue lo único que hice despacio. Luego, lo
destrocé y me destrocé a mí mismo hasta que ya no hubo vuelta atrás.
Agarrado a sus caderas con tanta fuerza que supe que iban a quedarle
marcas y alentado por los sonidos que salían de su garganta, me dejé llevar
por fin del todo.
—Tócate. Déjame ver cómo te corres para mí —le pedí a duras penas.
No le llevó más que un par de golpes. Su cuerpo convulsionó mientras se
derramaba sobre su puño y su estómago. Y se apretó de tal forma en torno a
mi polla que me lanzó de cabeza a mi propio orgasmo. La potencia del
placer que me recorrió de arriba abajo fue tal que vi putos fuegos artificiales
detrás de mis párpados y juro que mi corazón se detuvo durante un instante
demasiado largo.
—Joder —exclamé con los dientes apretados mientras lo llenaba, chorro
tras chorro, sin dejar de bombear en su interior.
El placer creció y creció, y se mantuvo arriba durante una eternidad. Y
resultó aún más increíble mientras oía a Trey gruñir y jadear a través de su
propio orgasmo devastador.
—Mierda —me quejé, derrumbándome sobre él.
Sabía que no podía quedarme ahí; no era precisamente ligero y lo estaba
aplastando, pero no tenía claro que pudiera mover las piernas o, ya puestos,
ninguna otra parte del cuerpo. Pero entonces los brazos de Trey me
rodearon y dejó ir un largo suspiro contra mi oído que me provocó un tipo
muy distinto de estremecimiento.
Escondí el rostro en el hueco de su cuello y traté de recuperar el aliento.
Y la cordura.
—Ha sido...
No terminó la frase, pero lo entendí de todas formas. Había sido más.
Más de lo que esperaba. Más que cualquier polvo que hubiera echado.
Había sido más que un polvo en realidad. Al menos para mí. Había sido
brutal, sí. Pero también cómplice e íntimo. Y en ese momento me di cuenta
de que necesitaba hacérselo saber de alguna forma.
Busqué su boca y, con una delicadeza que contrastaba con el salvajismo
que había empleado hasta entonces, lo besé muy despacio. Ya sin prisa y sin
más expectativa que la de sentir la calidez de su boca y poder saborearlo.
De poder transmitirle esa sensación que empujaba en mi pecho, que me
ahogaba y a la vez me daba aliento.
Lo besé tanto y con tanta calma que deseé no dejar de hacerlo jamás.
Nunca.
—Solo tú y yo —murmuré para mí, anhelando que, de algún modo,
fuera siempre así para nosotros.
Trey

—Creo que me has roto el culo.


Axel soltó una carcajada oscura que fue casi como una promesa de
repetir lo más pronto posible todo lo que me había hecho la noche anterior.
Sí, me molestaba un poco al andar y al sentarme, y al hacer cualquier
cosa que no fuera tumbarme y no moverme en absoluto; aunque tal vez
incluso así notara un ligero palpitar. Pero ese dolor era un recordatorio
magnífico de lo que había sucedido en su dormitorio. Joder, no podía
evocar un momento en el que hubiera disfrutado tanto nunca con una chica.
Ni sentirme tan tan satisfecho o complacido. Ni haberme corrido tan duro y
durante tanto tiempo. Había sido una locura, aunque el muy idiota de Axel
se lo hubiera tomado con mucha calma para llevarme hasta el orgasmo,
torturándome lo indecible por el camino.
Y, sí, yo estaba deseando repetir.
—Lo sé. Lo haremos —señaló él, y comprendí que había dicho lo último
en voz alta—. Cuando te recuperes —se burló a continuación.
Lo empujé contra la isla de la cocina para quitarlo de mi camino.
Capullo presuntuoso.
Solo que, después del maratón desenfrenado de perversiones, y de
limpiar el desastre de mi estómago, había dormido en la cama de ese mismo
capullo presuntuoso. Mierda, me había acurrucado contra él, disfrutando de
su calor y del aroma a sexo —de nuestros olores mezclados para formar
solo uno— que flotaba en la habitación. Había depositado un montón de
besos suaves en su boca y él me los había devuelto. Y la inconsciencia me
había alcanzado envuelto entre sus brazos mientras Axel rozaba los labios
contra la piel de mi nuca.
Claro que esa mañana, apenas un rato antes, me había despertado con su
cabeza entre las piernas y la mejor mamada que me hubieran hecho alguna
vez. Y luego yo le había devuelto el favor en la ducha.
—Me muero de hambre —comenté rebuscando en los armarios.
—Suelo tener ese efecto. —Le mostré el dedo corazón, pero tuve que
reprimir la sonrisa que amenazó con desbaratar mi actitud exasperada—.
Venga, vistámonos. Te invito a desayunar.
Fue lo que terminamos haciendo. Condujimos en mi coche a una
cafetería que servía unos desayunos increíbles y devoramos juntos una
cantidad ingente de comida: huevos, beicon, tostadas y hasta un montón de
tortitas bañadas en sirope. Íbamos a tener que hacer mucho ejercicio para
quemar todas esas calorías o el entrenador nos echaría una buena bronca,
aunque, dada la sesión de la noche anterior, tal vez no fuera tan necesario.
Me sobresalté cuando alguien se deslizó en el asiento a mi lado. Había
estado tan pendiente de Axel mientras me hablaba de una de las asignaturas
que cursaba ese semestre que ni siquiera había visto entrar a Cooper.
—Tenéis un brillito... —Agitó un dedo en círculos en el aire entre
nosotros, burlón—. ¿Me he perdido algo?
—Nada que sea de tu incumbencia —replicó Axel a la defensiva.
Él ya sabía que Cop estaba al tanto de todo, pero me dio la sensación de
que aquella réplica cortante era más por mí que por él mismo. Al fin y al
cabo, era yo el culpable de que nos escondiésemos.
Cooper alzó las manos y se rio, dirigiéndose a mí.
—Tu novio es muy protector.
Mi mirada voló hasta Axel mientras la palabra «novio» flotaba alrededor
de la mesa. En realidad, no habíamos hablado de lo que éramos. Hasta el
día anterior yo ni siquiera había sabido muy bien lo que estaba haciendo;
ahora, después de lo sucedido esa noche, lo que sí tenía claro era que no iba
a poder mantenerme apartado de él nunca más ni permitiría que él se
apartara de mí. Ya no porque me hubiera dado el mejor orgasmo de mi vida,
y luego otro muy similar esa misma mañana, sino por cómo me había
mirado después. El modo en el que sus ojos habían recorrido mi rostro con
cierta ansiedad, buscando tal vez alguna señal de arrepentimiento. Había
desprendido un aire vulnerable del que me parecía casi imposible que fuera
capaz tratándose de él.
Dios, no me arrepentía. Quería más.
—Oh, vaya —añadió Cop—. Aún no habéis tenido esa conversación,
¿no es así? La estoy cagando.
En su defensa diré que mi amigo parecía genuinamente preocupado.
Deseché su inquietud con un gesto de la mano, aunque por la mirada que
me dedicó Axel supe que él también quería conocer la respuesta a esa
pregunta.
Le sonreí, más que nada porque encontré divertido el hecho de
convertirme en el novio de Axel King. ¡Santo Dios! Todo aquello seguía
siendo en cierta medida un poco extraño. Pero me gustaba la idea más de lo
que iba a permitirme exteriorizar en ese momento. Así que llevé la
conversación por otros derroteros. Cooper se quedó con nosotros y poco
después apareció Grayson cubierto de arena de playa y vestido con un
bañador tipo bermuda, una camiseta raída y las chanclas. Estaba claro que
había regresado directo de casa de sus padres a la playa y venía de jugar
alguno de esos partidos amistosos que nunca eran amistosos para él.
—Cop me ha enviado un mensaje. Me muero de hambre, invitadme a
desayunar —soltó de cualquier manera, ocupando el lugar junto a Axel.
Agité los dedos en su dirección.
—Hola a ti también.
Acabamos llenando tres mesas cuando más y más amigos nuestros
fueron apareciendo. Aquella cafetería servía los mejores desayunos de todo
el campus, y no era raro que todos terminásemos allí en fin de semana;
éramos unos vagos con una alta necesidad de calorías y a los que no les
gustaba demasiado acercarse a la cocina. O, peor aún, ir al supermercado
siquiera.
Maddox, luciendo unas gafas de sol que no se quitó en ningún momento
y que hablaban de una noche movidita, se estiró desde el otro lado de la
mesa para llamar la atención de Axel. El presidente de nuestra fraternidad
no estaba en el equipo de fútbol, sino en el de hockey, pero no se perdía
ninguno de nuestros partidos.
—¿Preparado para el partido contra UCLA?
Al cabo de dos semanas teníamos un encuentro especialmente difícil
contra nuestros competidores más cercanos y siempre había líos y más de
una pelea en el campo que a veces se trasladaba a las gradas o fuera del
estadio. Pero sabía que Maddox se refería más bien al rumor que corría por
ahí sobre una posible visita de reclutadores de conocidas agencias
deportivas. No era más que un rumor, aunque había muchas papeletas, dado
que Axel había llamado la atención de varios equipos.
Yo estaba seguro de que él acabaría jugando de forma profesional. Tenía
un brazo asesino y un instinto natural para saber a quién lanzar y cómo y
cuándo hacerlo. Era rápido y preciso. Y, mierda, ¿era orgullo de novio lo
que estaba sintiendo?
Axel estaba contestándole a Maddox, pero no se perdía ninguna de mis
reacciones. Lo descubrí conteniendo una sonrisita burlona y supe que debía
de estar sonrojándome de nuevo. Era jodidamente molesto que, incluso
cuando no hacía nada ni me estaba provocando, Axel King siempre
consiguiese colarse bajo mi piel y poner todo mi mundo patas arriba.

Esas dos semanas fueron largas y agotadoras. También estuvieron llenas


de encuentros fortuitos —o no tan fortuitos— entre Axel y yo. Se colaba en
mi cama cada noche o era yo el que asaltaba su dormitorio, lo cual era todo
un riesgo porque yo era incapaz de mantenerme en silencio con su boca
sobre mi cuerpo o su polla en mi culo. Grayson aún no sabía nada de lo que
estaba pasando entre sus compañeros de piso, así que di gracias porque
durmiera como un muerto; no había otra manera de que no nos hubiera oído
alguna vez. O eso, o estaba siendo muy discreto al respecto y esperaba que
lo confesásemos. Pero Gray siempre había sido muy sincero y, en realidad,
creo que era el menos malicioso de nosotros. Era un tipo leal y sencillo que
decía lo que pensaba, a veces sin darse cuenta siquiera de lo directo que
podía llegar a resultar. La verdad, no creía que tuviera ni idea.
Además de esos encuentros nocturnos, Axel y yo repetimos mamadas en
las duchas del vestuario y una vez estuvimos a punto de ser sorprendidos en
un rincón oscuro de la biblioteca metiéndonos mano como dos adolescentes
salidos que acabasen de descubrir que tenían una polla y cómo usarla.
—Tenemos una cita pendiente —me dijo ese día, mientras tratábamos de
recuperar la movilidad de las piernas después de un orgasmo
particularmente intenso, y luego confesó que había pagado por ello.
También admitió que ahora quería que tuviésemos una cita de verdad, al
margen de la puja que había hecho para conseguirla.
Axel era... intenso. Y sacaba una parte igual de intensa de mí que nunca
había sabido que tenía. Me ponía la carne de gallina con tan solo un roce
descuidado de sus dedos sobre la nuca. O conseguía que me endureciese en
mitad de un entrenamiento con una mirada oscura y ardiente, lo cual era
una mierda absoluta porque lo último que quería era ir por ahí, frente al
equipo de entrenadores y mis compañeros, con una maldita erección en los
pantalones.
También hubo otros momentos no tan salvajes. Un día tratamos de
cocinar juntos el almuerzo: carne, algo de puré de patatas y unas pocas
verduras para no sentirnos demasiado culpables. Pero Axel se entretuvo
besándome contra la encimera más de la cuenta. Quemamos casi todo y la
cocina acabó hecha un desastre que tuvimos que limpiar después de pedir
unas pizzas.
Nos reímos todo el tiempo y nos burlamos el uno del otro incluso
mientras tratábamos de eliminar restos de puré de un armario que a saber
cómo habían llegado hasta ahí.
También tratamos de estudiar juntos. Cuando Cooper, Grayson o alguno
de los otros se unía a nosotros, las cosas funcionaban más o menos bien,
pero solos... Bueno, era complicado no desearlo todo el tiempo, incluso
cuando yo sabía que las miradas de mucha gente empezaban a volverse
hacia nosotros y quedarse ahí más tiempo del normal. Nuestra amistad
llamaba la atención. Pero no me importaba demasiado, tanto si estábamos
por el campus como si nos encontrábamos solos frente al televisor,
compartiendo un bol de palomitas y contándonos chistes horribles.
Sí, Axel tenía un sentido del humor terrible. Supongo que era bueno
saber que no era perfecto en todo.
Como fuera, dos semanas me parecieron casi toda una vida con él,
embotellada y concentrada y con multitud de momentos dulces o sexys, a
veces ambos a la vez.
El partido contra UCLA llegó y fue una mierda épica. Los derribamos y
barrimos el césped con ellos, y aún nos quedó tiempo para alardear quizá
más de lo debido. Pero así era en ocasiones el fútbol, y esa vez nos lo
habíamos ganado. Además, ojeadores de dos equipos nacionales habían
estado allí para presenciarlo y también un conocido agente deportivo, lo
cual podría traducirse en buenas noticias para Axel.
La fiesta posterior, después de una buena ronda de palmaditas en la
espalda del equipo técnico y un montón de gritos y bromas en el vestuario,
se trasladó a la casa de nuestra fraternidad. El campus entero parecía estar
allí y, cuando Axel y yo entramos junto con Cooper y Jules, tuve por
primera vez el deseo de gritarles a todos lo bien que me sentía por estar allí
con mi novio (mi novio secreto, porque sí que habíamos hablado ya de ello,
pero quedamos en mantener un perfil bajo y no llamar la atención). Fue
quizá un sentimiento estúpido, pero sentía la necesidad de presumir de él,
supongo. No estaba seguro. Solo sabía que empezaba a no sentirme cómodo
por tener que ocultarlo, no importaba que hubiésemos hablado de ello.
Axel lo había sugerido y yo no había creído necesario llevarle la
contraria, pero me preguntaba si él solo lo había hecho por mí o temía la
reacción del equipo. Creo que todos sabían ya que Axel era gay, pero
tampoco había hecho demasiado alarde frente a ellos, más aún después de
que confesara que se había compinchado con el equipo de waterpolo en la
subasta y que los chicos no habían ido en serio al pujar por él. O no tan en
serio al menos.
Es decir, al final todos lo sabían, pero no lo habían visto con sus propios
ojos, y eso aún podía marcar la diferencia entre la tolerancia y los
problemas.
Tardamos media hora en conseguir cruzar la entrada. Todos querían
felicitarnos por la victoria y el quarterback siempre se llevaba mucha
atención cuando ganábamos. Cuando dos integrantes del maldito equipo de
waterpolo se acercaron a él con una sonrisa coqueta en los labios, estuve a
punto de agarrar a Axel del brazo y declararlo de mi propiedad allí mismo.
Por Dios, yo jamás había sido de esos tipos celosos que iban por ahí
derrochando testosterona y tratando a las chicas —chico en este caso—
como ganado al que hubiera que marcar.
—Voy a por algo de beber —solté escabulléndome en dirección a la
cocina.
Cooper me siguió y Jules se quedó con Axel. Me dije que era del todo
irracional sentirme tan posesivo con él. Estaba conmigo, pero era una
persona; no era mío, joder.
—Estás celoso —se burló Cop, que me conocía demasiado bien.
—Como un verdadero gilipollas —admití entre dientes.
No tenía sentido negarlo. Solo conseguiría más burlas por parte de mi
mejor amigo. Incluso cuando no me hubiera visto nunca así, era
transparente para él.
—No quiero meter cizaña, pero ¿se puede saber por qué no lo decís y
listo? Al menos así los demás sabrían que no está disponible —comentó
con no poca razón. Luego, con una risita que debería haberme advertido de
lo que se avecinaba, añadió—: Y lo mismo para ti.
Alguien me rodeó por detrás. Bajé la vista hasta mi cintura y me
encontré dos brazos estilizados y dos manos demasiado pequeñas rematadas
con unas uñas pintadas de rojo. Resultó curioso lo mucho que me
desconcertó la imagen.
—Trey —ronroneó una voz femenina contra mi espalda.
America, o Mare, como yo siempre la había llamado, se deslizó a mi
alrededor, de modo que acabó frotando sus tetas por todo mi costado. Nos
habíamos enrollado un par de veces en segundo, pero ella había empezado a
salir en serio poco después con un compañero de una de sus clases y todo se
había acabado ahí.
—¿Sabes? Estoy libre de nuevo. Estrenando soltería —aclaró
canturreando, como si la primera parte de su insinuación no hubiera
resultado suficiente.
Era simpática, bonita y tenía una delantera espectacular, además de
buenas curvas, pero todo en lo que podía pensar en ese momento era en
quitármela de encima. Me parecía... incorrecto. Totalmente equivocado.
Demasiado pequeña para mí y demasiado... femenina, supongo. Pero lo más
relevante fue que pensé: «No es Axel. No es él».
Y fue entonces, antes siquiera de reaccionar y hacerla retroceder, cuando
me di cuenta de que sentía algo más que atracción por Axel y de que lo que
teníamos era mucho más que un montón de sexo del bueno.
Estaba enamorado del maldito, arrogante y precioso Axel King.
Y eso me aterrorizó por completo.
Axel

Había una tía metiéndole mano a mi novio. Una chica bajita y morena y con
unas curvas que supuse que un hetero apreciaría mucho más que yo.
Apreté los dientes para no ir hasta donde estaban y..., no sé, tal vez
besarlo delante de toda la puñetera universidad para que supieran que Trey
Donovan, el sexy y precioso running back del equipo de fútbol, estaba
saliendo conmigo.
Tenía a un montón de aficionados y hermanos alrededor, desglosando y
comentando una a una las jugadas que nos habían llevado a la victoria en el
partido de esa noche, como si yo no hubiera estado en el puto campo todo el
tiempo. Como si no hubiera sudado la camiseta hasta casi desfallecer y me
hubiera llevado varios placajes que aún dolían.
Normalmente, esa parte me encantaba porque adoraba hablar de fútbol.
Pero en ese instante no veía el momento de quitármelos de encima y
regresar junto a Trey.
Solo que, ¿qué pretendía? Se suponía que éramos amigos, compañeros
de equipo y de piso. Nada más. Eso era lo que habíamos acordado, y puede
que yo me hubiera sentido un poco decepcionado cuando Trey lo aceptó sin
más. Dios, sí, sabía que la culpa era mía por no hablarle claro. Y lo peor de
todo era que yo ya había estado ahí, en esa misma situación. Joder, tenía
hasta la camiseta de recuerdo y una marca invisible en el pecho que aún
dolía de vez en cuando.
—Perdonad un momento —dejé caer, sin pararme a comprobar si mi
repentina interrupción resultaba o no maleducada.
No me dirigí hacia la zona de la cocina, adonde en realidad quería ir,
junto a Trey, sino que me deslicé hacia la puerta a toda prisa y sin establecer
contacto visual con nadie, no fuera que me detuvieran de nuevo. Necesitaba
respirar algo de aire fresco, a pesar de que acabábamos de llegar.
Gracias a Dios, antes de mi huida, un breve vistazo fue suficiente para
ver que al menos Trey había tomado algo de distancia con la morena y la
chica ya no estaba sobre él, aunque continuaban hablando.
Bien, hablar no era nada malo. Podía hablar con quien quisiera. Joder,
podía incluso tontear con ella si luego regresaba conmigo, me dije. No supe
si eso revelaba una confianza absoluta o resultaba patético. No podía
pensar.
Avancé por el camino de entrada hasta dejar atrás el revuelo que se había
formado alrededor de la casa. No paraba de llegar más y más gente; no tenía
ni idea de cómo iban a meterse todos en el interior, por muy grande que
fuera. Llegué hasta el borde de la carretera y me hice a un lado, luego
retrocedí un poco y me apoyé en el tronco de uno de los árboles del jardín.
Incluso con mi experiencia anterior, nunca me había sentido tan
vulnerable ni tan expuesto. Ni tan inseguro. Ni tan perdido, joder.
Traté de calmarme. Sabía que aquello no era solo por ver a una chica
tontear con Trey. Por Dios, cuando iba por el campus se lo comían con los
ojos; yo me lo comía con los ojos continuamente. Trey, con su aire de chico
de oro californiano y su bonito rostro, llamaba la atención incluso más que
yo. Era un tipo de sonrisa fácil y hoyuelos, algo que no se podía decir de
mí. Yo era el de las miradas perturbadoras y las risas más... oscuras.
Trey era todo luz y, de algún modo, yo me estaba ahogando en la
oscuridad sin querer.
—Ey, King. —Levanté la mirada del suelo, porque al parecer llevaba un
rato mirándome las zapatillas como si fueran la cosa más fascinante del
mundo, y me encontré con Grayson.
Solté una carcajada al descubrir que el tipo llevaba puesto solo una bolsa
de basura que por detrás apenas si debía de taparle el culo. Esperaba que al
menos tuviera algo debajo, porque, si no, iba a terminar enseñando toda la
artillería esa noche.
—Déjame adivinar: ¿una apuesta?
Asintió con pesar, aunque tampoco parecía muy estresado por tener que
acudir a la fiesta pospartido de aquella guisa. Sinceramente, esa clase de
cosas ocurrían a menudo en el campus y aún con más frecuencia en nuestra
fraternidad. Aunque Grayson no pertenecía a ella, supuse que vivir con tres
hermanos lo estaba llevando por el mal camino.
—No preguntes.
—Casi prefiero no saberlo —tercié yo. No estaba en mi mejor momento.
—¿No vas a entrar?
Hundí las manos en los bolsillos y eché un vistazo por encima del
hombro hacia la casa. La música llegaba a través de la puerta y las ventanas
abiertas, si es que a esa cosa machacona sin ritmo alguno podía
considerársela como tal.
—Dentro de un momento.
Grayson arqueó las cejas. Siguió el rumbo de mi mirada y luego sus ojos
estuvieron sobre mí de nuevo, curiosos y casi algo desconcertados.
—¿Trey y tú... os habéis peleado?
Fue mi turno para parecer aturdido. Mierda, Grayson lo sabía. Ni
siquiera necesité preguntárselo para confirmarlo. Estaba escrito por todo su
rostro. Lo gracioso era que parecía apenado por la idea de que Trey y yo
hubiéramos podido tener una pelea o algo por el estilo.
Tuve que echarme a reír mientras negaba.
—Estamos bien. Solo estoy tomando el aire.
Se rehízo enseguida al oír mi respuesta y me sonrió con ese particular
estilo que tenía. Grayson podía ser un idiota a veces, pero más del tipo
idiota encantador. Amable. Era un buen tío. Un buenazo en realidad.
—Bien. Voy dentro. Tengo que hacer mi gran aparición.
Le hice un gesto con la mano en dirección a la casa y él se encaminó
hacia la entrada. Luchó todo el camino con la parte baja de la bolsa.
Acabaría tirando de más, el plástico se desgarraría y daría todo un
espectáculo, pero, en fin, no sería lo peor ni lo más raro que sucediese en el
campus.
Apenas cinco minutos después estaba listo para volver dentro. Supuse
que podía pasar una noche divertida con todos mis amigos y sin
comportarme como un gilipollas cada vez que alguien se acercara a Trey.
Al día siguiente tendría una nueva charla con él. Continuaba decidido a
no presionarlo para hacer de lo nuestro algo oficial, pero necesitaba contarle
cómo me sentía. Y, sobre todo, por qué. Aunque esa parte iba a ser un poco
más difícil.
—¿Agobiado por tus fans? —Oh, esa voz. Esa jodida voz y su dueño...
Me giré para encontrar a Trey a unos pocos pasos de mí. Lo contemplé
de arriba abajo y me bebí cada línea y cada curva de su cuerpo y su rostro.
En los últimos días había descubierto que Trey tenía la capacidad de
sorprenderme cada vez que lo miraba, como si fuera descubriendo más y
más detalles diminutos y deliciosos de él en cada ocasión. Como la pequeña
marca que tenía bajo la barbilla y que apenas se apreciaba si no lo mirabas
de cerca. O el modo en que desviaba a veces solo los ojos cuando se
sonrojaba pero enseguida volvía a ponerlos sobre mí. Cómo retenía un poco
el aliento cuando yo decía su nombre. O cómo su cuerpo vibraba si extendía
la mano sobre su pecho. Los rizos que se le formaban sobre la nuca cuando
tenía el pelo mojado.
También me había hecho descubrir muchas cosas sobre mí mismo.
Lo furiosamente que lo deseaba.
Lo mucho que me gustaba.
Todo lo que me hacía sentir en un nivel tan profundo de mi pecho que no
sabía ni que existía.
Deseé tirar de él y besarlo. Y abrazarlo. Respirarlo.
Sentirlo.
Pero no me moví. Solo... me encogí de hombros.
—Hay demasiada gente ahí dentro.
Y una morena follándoselo con los ojos. Pero eso solo lo pensé, porque
ese parecía ser el nivel de mis pensamientos esa noche.
—Todos menos tú —rio él, aunque estaba... inquieto.
Comenzó a balancear su peso de un pie a otro; uno más de mis
descubrimientos recientes sobre él. Había algo que quería decir. Y una parte
de mí, la parte que estaba cagada de miedo y todavía esperaba que Trey me
cerrara la puerta en las narices con un «eh, era todo una broma. Solo me
gustan las tías» o un «no me interesa estar contigo», se estremeció.
Para mi sorpresa, fue él quien preguntó:
—¿Qué pasa?
—Necesito que me beses y no preguntes —escupí sin pensar.
Fue una petición cobarde y muy egoísta por mi parte, pero supongo que
Trey Donovan era más valiente y menos estúpido que yo, porque ni siquiera
había acabado de hablar y ya tenía sus labios sobre mi boca y sus brazos
rodeándome.
Y así, solo gracias a él, la oscuridad se disolvió y todo mi mundo brilló
de nuevo.
No regresamos a la fiesta, sino que nos fuimos a casa. Trey no me
preguntó qué era exactamente lo que me rondaba la cabeza, pero supongo
que, tan bien como yo había aprendido a leerlo, él estaba empezando a
diferenciar mis estados de ánimo.
Debería haberlo hablado con él entonces, pero, en cambio, lo llevé arriba
apenas entramos y medio minuto después ya lo había desnudado. Luego, lo
besé y adoré su cuerpo como si él fuera un jodido dios y follarlo, mi
religión. No fue tan salvaje como aquella primera vez, sino mucho más
pausado. Tierno.
Hicimos el amor.
Creo que mi lengua y mis manos recorrieron cada centímetro de su piel,
y mis embestidas se transformaron en algo más lánguido y minucioso. Solo
aceleré el ritmo al final, cuando Trey rogaba por algo de alivio y yo estaba
deshecho y roto después de verter cada emoción de mi interior en él y
entregárselo todo. Todo lo que tenía, y lo que no, se lo di esa noche. Casi
como si supiera que a la mañana siguiente lo nuestro se iría a la mierda y
me estuviera preparando para decirle adiós.
Como una despedida.
Solo que en vez de palabras le di orgasmos, y seguramente eso fue un
gran error. Pero ¿qué sabía yo? Solo quería amarlo, supongo.
¿Amarlo?
Amarlo.
Joder.

Rodé sobre el colchón. La luz ya se colaba a través de las cortinas e


iluminaba toda la habitación. Trey estaba boca abajo, con el rostro ladeado
hacia mí y la expresión placentera de alguien bien jodido, lo cual me
satisfacía a niveles alarmantes. Quería contemplar esa misma expresión
todas las mañanas. Incluso si llegaba la oferta que el entrenador me había
dicho que una agencia parecía querer hacerme y conseguía jugar en la NFL,
quería a Trey allí. Donde quiera que fuese ese «allí».
A mi lado.
Conmigo.
«Solo tú y yo.»
Me escabullí hasta la planta baja con la esperanza de encontrar algo en la
cocina con lo que prepararnos el desayuno antes de que Trey se despertara.
Íbamos a tener que sentarnos los cuatro y diseñar algún tipo de reparto de
tareas o alguna mierda así, porque no era normal que nunca tuviésemos
nada.
Encontré cereales y una botella de leche que, por el olor, debía de
haberse abierto en el siglo pasado. Algunas barritas y bebidas energéticas y
demasiado alcohol para tratarse de una casa que compartían cuatro
deportistas.
Dios, éramos lo peor.
Cuando decidí rendirme, coger un par de chocolatinas y regresar arriba
diciéndome que tendríamos que salir a desayunar fuera otra vez, llamaron a
la puerta de la entrada y me desvié para ir a comprobar de quién se trataba.
Habría esperado casi cualquier cosa: Cooper con resaca y un tío colgado
del cuello o Grayson con un biquini hecho reciclando la bolsa de basura de
la noche anterior. O, ya puestos, incluso a todos mis hermanos de la
fraternidad vestidos con esa misma indumentaria.
Pero no era Cooper, ni Grayson ni mis hermanos, y no hubo ningún
biquini de por medio. Incluso siendo gay, eso habría resultado alentador.
Trey

Algo iba mal.


En cuanto me desperté y me encontré solo en la cama de Axel, tuve un
mal presentimiento. La voz lógica de mi cabeza me decía que él podía estar
en el baño o abajo desayunando, algo complicado porque nuestra cocina era
un desastre últimamente, incluso más de lo habitual. Quizá bajaría y lo
encontraría charlando con Cooper o con Grayson. O habría salido a correr
para despejarse... Pero desde la noche anterior Axel había estado
comportándose de un modo extraño, y algo me decía que el hecho de que
no estuviera en la cama conmigo no era un buen presagio.
Tras mi encontronazo con Mare, a la que le había hecho saber que no
estaba interesado de la forma más educada pero firme posible, Gray había
aparecido en la fiesta luciendo tan solo su eterna sonrisa y una bolsa de
basura sobre el cuerpo, lo cual dio lugar a un revuelo considerable entre los
asistentes. Fue él quien me informó de que Axel estaba fuera y que parecía
necesitar un amigo. El modo en que lo dijo casi me hizo preguntarle qué
demonios se estaba callando, pero me centré en el hecho de que Axel se
había escabullido de la celebración y no me había dicho nada al respecto.
Llegué a pensar que había visto a Mare lanzarse sobre mí y estaba
molesto por eso; no habría sido el único que sintiera celos de los dos, la
verdad. Sin embargo, una vez que lo había encontrado en el jardín con
expresión sombría y una actitud cautelosa y retraída, comprendí que se
trataba de algo más que un simple brote de celos irracionales.
No había preguntado cuando me pidió que lo besara casi a las puertas de
nuestra fraternidad. Tampoco cuando me llevó a casa y luego a su
dormitorio. Y menos aún al percibir la necesidad que brotaba de él mientras
me besaba, me acariciaba y empujaba dentro de mí como si fuera a morirse
si no lo hacía. Todo había sido distinto y extraño la noche anterior, aunque
no en todos los casos fue de la peor manera.
La forma en que Axel me había tocado... Bueno, estaba seguro de que
eso no había sido simplemente un polvo. No habíamos follado sin más, y no
era que no me gustase cuando eso sucedía. Pero la noche anterior las
emociones de Axel habían estado dispersas por todas partes. Sobre su
rostro, sus labios y su piel. Y también en esos dos charcos azules que eran
sus ojos y que habían parecido más profundos que nunca y un poco más
tristes que de costumbre.
Así que, si no estaba allí ahora para hablar de ello, mucho me temía que
su ánimo no habría mejorado en absoluto.
Me deslicé fuera de la cama y salí al pasillo. Las puertas de Grayson y
Cooper estaban cerradas y no se oía ningún ruido tras ellas, así que imaginé
que estarían durmiendo la mona; incluso puede que alguno de los dos
hubiera pescado algo en la fiesta y no hubiera pasado la noche en casa. O
que no estuviese solo.
Oí golpes en la puerta principal y me asomé a la parte alta de la escalera
a tiempo para ver a Axel dirigirse hacia la entrada. Sonreí sin querer,
aliviado al saber que estaba en casa después de todo y no había... huido o
algo por el estilo. Estaba claro que me había vuelto un poco paranoico.
Incluso recién levantado, tenía un aspecto jodidamente espectacular. Con
esa mata de pelo oscuro despeinado, el pecho desnudo y tan solo un
pantalón de algodón colgando de las caderas demasiado bajo como para
permitirme echar un buen vistazo a los hoyuelos que se le formaban al final
de la espalda con cada movimiento.
Mi erección matutina me recordó que estaba más que listo para perderme
de nuevo en su cuerpo, y tuve que palmearla para hacerle saber que iba a
tener que esperar un poco.
—¿Qué haces tú aquí? —oí exclamar a Axel en cuanto abrió la puerta.
Aunque me disponía a bajar la escalera, la brusquedad con la que lanzó
la pregunta me hizo detenerme en el acto. Puede que Axel en ocasiones se
mostrara arrogante o algo gruñón, pero, además de ese toque de irritación
que a veces empleaba con Cop cuando se metía con nosotros, su voz
contenía ahora un matiz tenso y alerta que despertó mi propia inquietud.
Quienquiera que hubiera al otro lado de la puerta no levantó la voz tanto
como para que pudiera oír su respuesta. Me asomé un poco más para
comprobar si podía ver algo desde donde estaba sin delatar mi presencia.
Tal vez debería haber bajado y hacerme notar en vez de esconderme y
escuchar a hurtadillas. Pero, de nuevo, me dio la sensación de que había
algo extraño en el comportamiento de Axel. No lo pensé demasiado, solo...
me quedé entre las sombras que me brindaba el pasillo a oscuras y observé.
Descubrí unos zapatos brillantes justo al otro lado del umbral y un par de
piernas enfundadas en un pantalón de traje de aspecto caro. Me incliné un
poco más, pero apenas alcancé a ver la mitad inferior del cuerpo de un
hombre. Tras él había alguien más, al menos otro juego de zapatos igual de
lujosos.
Yo provenía de una familia modesta y con recursos limitados, pero era
muy consciente de que aquellos dos eran hombres de negocios.
—Podrías haber llamado —dijo Axel en respuesta a lo que fuera que el
hombre le había dicho.
Esta vez fui capaz de captar la réplica de una voz con el mismo timbre
grave que la de mi novio y un retumbar serio que rebotó escaleras arriba
hasta llegar a mis oídos.
—Soy tu padre, supongo que se me permite visitarte.
Mierda. Matthew John King. El padre de Axel.
Por lo que me había contado, sus padres no solían prestarle excesiva
atención. Incluso cuando les había confesado que era gay, parecieron
asumirlo sin más, aunque también le habían dado a entender que
mantuviera sus relaciones personales lejos de posibles escándalos. Los King
eran gente adinerada y con cierta reputación; aun así, Axel me había
asegurado que no acostumbraban a inmiscuirse demasiado en sus asuntos.
Hasta que lo hacían.
Que su padre estuviera allí seguramente no era buena señal.
—Vístete. Tu representante y yo queremos hablar contigo.
Axel estiró el brazo y apoyó una mano en el marco de la puerta, como si
quisiera dejar claro que no pensaba invitarlos a entrar. La línea de sus
hombros estaba cargada de tensión y su espalda ganaba rigidez por
momentos, por mucho que la pose que había adoptado fuera en apariencia
relajada. Lo conocía demasiado bien como para no darme cuenta de ello.
—Supongo que mi representante es él —replicó señalando en dirección
al otro tipo—. Un placer, pero no te conozco de nada.
El aludido se adelantó y pude ver que le tendía la mano, aunque seguía
sin ser capaz de contemplar la imagen completa de ambos hombres.
—Jeremy Foster. Tu padre y yo hemos preparado el contrato de
representación con mi agencia y solo queda que lo firmes. Puedes echarle
un vistazo si quieres.
—Sí, eso estaría bien —dijo Axel, el sarcasmo goteando de su voz en
cada palabra.
Me devané los sesos intentando recordar de qué me sonaba ese nombre,
hasta que mi mente colaboró y... ¡Joder! Jeremy Foster era de sobra
conocido en el mundillo del fútbol por formar parte del equipo de Olsen &
Faulk, una de las agencias deportivas más importantes de California. Que
estuvieran dispuestos a representar a Axel era una jodida mierda muy muy
grande; eso quería decir que de verdad había algún club dispuesto a ir tras
él.
Me emocioné tanto que estuve a punto de lanzarme rodando escaleras
abajo, si no hubiera sido porque estaba claro que Axel no parecía compartir
mi entusiasmo en absoluto. Así que no me moví.
—Vamos, Axel —intervino de nuevo su padre—. No nos hagas perder el
tiempo.
—Nadie te ha pedido que vinieras. Y tampoco recuerdo haber hablado
contigo sobre mi elección de representante. Ni sobre una mierda en
particular. ¿Cuánto hace? ¿Dos? ¿Tres meses?
Joder, ¿Axel llevaba tres meses sin hablar con sus padres? Yo hablaba
con los míos casi todas las semanas, y mi hermano Caleb y yo nos
enviábamos un montón de mensajes. Incluso alguno de mis tíos me llamaba
de vez en cuando para ver cómo me iba.
Jeremy debió de ser consciente de lo enrarecido que se había vuelto el
ambiente entre padre e hijo, porque se acercó un poco más a la entrada y,
cuando habló de nuevo, quedó claro que trataba de mostrarse conciliador.
—Tu padre me ha comentado ciertas... condiciones. Podemos negociar
sobre ello, pero tendremos que ser cuidadosos. De todas formas, Matthew
me ha asegurado que no habrá problemas con tu chico para que seáis
discretos.
¿Qué? Pensé que lo había oído mal. No solo por la referencia a unas
condiciones que o mucho me equivocaba o estaban relacionadas con la
orientación sexual de Axel, sino porque no tenía ni idea de que él les
hubiera contado a sus padres nada acerca de nuestra relación.
Un momento. Había conocido a Axel apenas dos meses atrás, si no había
hablado con su padre en tres meses... No era posible. O quizá se lo hubiera
dicho a su madre...
Joder, ¿qué demonios estaba pasando?
—Mi chico —soltó Axel, estirándose para ver más allá de los dos
hombres, y entonces sí que se puso realmente rígido.
Tanto su voz como su cuerpo parecían estar preparándose para recibir
alguna clase de golpe de gracia. No se me escapó que las dos palabras
habían salido como una afirmación y no como una pregunta. Axel sabía
exactamente a quién se referían.
—Está en el coche, esperando. Hemos hablado de todo, pero sería bueno
que estuviera presente en la reunión.
Tardé al menos un par de segundos en asumir lo que acababa de decir el
padre de Axel. Su novio estaba en el coche. Su novio. ¿Qué demonios?
¿Qué novio? Tenía que ser una broma...
Solo que Matthew King, al que por el desprecio que había empleado
resultaba obvio que le desagradaba bastante el hecho de tener a ese tipo en
el coche, no parecía estar gastándole a su hijo una broma.
—Está totalmente dispuesto a mantener lo vuestro en secreto —continuó
explicando Foster, aunque yo estaba tan aturdido que apenas si estaba
escuchando ya. Me sudaban las manos y una sensación incómoda se había
apropiado de mi pecho y mi estómago—. Es un buen arreglo, y podrás
mantener una saludable vida sexual con tu pareja.
Por Dios, incluso sin verlo, pude oír en su voz el guiño pícaro que estaba
seguro que el representante le habría dedicado a Axel. Básicamente, le
daban carta blanca para follar con quien quiera que fuese ese novio —del
que yo no tenía ningún conocimiento— siempre que lo mantuvieran para
ellos mismos y no afectara a una carrera en la NFL que ni siquiera había
comenzado aún.
—Todo arreglado —soltó Matthew—. Tienes una buena oferta para
jugar de forma profesional, Axel. Tus preferencias no tienen por qué
interferir, pero no hay gais en la NFL.
Axel soltó una carcajada que me puso los pelos de punta. Destilaba pura
ira, daba igual que se estuviera riendo. Pero yo seguía atascado en el hecho
de que no estuviera negando que tenía un novio al que su padre conocía y
que, por supuesto, no era yo.
Me dejé caer sobre el primer escalón incluso a riesgo de que me
descubrieran allí arriba. No había manera de que mis piernas continuaran
sosteniéndome.
Axel me había mentido.
Ya estaba saliendo con alguien.
Todo esto, todo lo que habíamos hecho, el estúpido juego de darle caza a
Trey, provocarlo y joderlo, en realidad era solo eso: un puto juego.
—Déjame que te diga que dudo mucho que no haya gais en la NFL,
además de una buena cuota de bisexuales también y otras tantas
orientaciones sexuales distintas —señaló Axel. Sentí náuseas y se me atascó
la respiración. Él seguía sin negar la existencia de una pareja, no era eso
contra lo que peleaba—. Y yo ni siquiera tengo aún una oferta en firme.
—Hay mucho interés por parte de un equipo muy importante —le
rebatió Foster con una alegría que me resultó ofensiva incluso cuando una
parte de mí sentía esa misma alegría por él.
—Ve a vestirte de una vez, Axel. Seguro que quieres ver a Levy.
Levy. El novio de Axel.
Iba a vomitar.
Me puse en pie y me dirigí a mi dormitorio con paso tambaleante e
inseguro. No quería oír nada más. Dios, no quería saber una mierda de todo
aquello. Puede que en los últimos días me hubiera aventurado a imaginarme
un par de veces con Axel a largo plazo, una vida en común. Y no era la
primera vez que pensaba que el hecho de que él no escondiera que era gay
podía conllevar algunos problemas a la hora de que lo ficharan. Una cosa
era la universidad y otra, las grandes ligas. Allí reinaba la ley del silencio y
ningún atleta se había atrevido aún a salir del armario. ¿Qué pasaría si Axel,
que no ocultaba su condición sexual ahora, irrumpiera en ese panorama?
¿Lo querría algún equipo?
Al parecer, así era. Porque ya habían encontrado una fórmula que les
funcionaría: una relación estable y secreta y un novio discreto que a saber
cuánto tiempo llevaba con él.
Accediera Axel o no a ello, lo que estaba claro era que había una tercera
persona en su vida. No, peor aún, yo era esa tercera persona.
En el posible futuro que yo apenas había empezado a vislumbrar, y a
desear, no había espacio para mí. No era más que una mentira.
Y dolía como el demonio, joder.
Me metí en mi dormitorio y eché el pestillo. Cuando traté de contemplar
lo que me rodeaba, me di cuenta de que la humedad se me había acumulado
en los ojos de tal forma que apenas si podía ver nada en realidad.
Mierda, no. No iba a llorar.
No pensaba derrumbarme.
Y de ninguna manera aceptaría que era el gilipollas que había terminado
por entregarle el corazón al arrogante quarterback, futura estrella de la
NFL, y que él acababa de rompérmelo en cientos de pedazos.
«Que te jodan, Axel King.»
Segunda parte
Solo contigo
Trey

Resulta curioso cómo pueden cambiar las cosas en cuestión de unos pocos
segundos. Con una frase. Una sola palabra incluso. Una decisión en
apariencia inofensiva. La elección de nuestra ropa una mañana. Un retraso
de unos pocos minutos a la espera del café. Girar a la izquierda en vez de a
la derecha en cualquier cruce... Tomamos tantas y tantas de esas pequeñas
decisiones a lo largo del día que, si nos parásemos a pensarlo, seguramente
nos volveríamos locos.
La mañana en que descubrí que King estaba saliendo con otro tío, a
pesar del extraño presentimiento —acerca del cual no había estado
equivocado—, supongo que podría haber discurrido de forma muy
diferente. Podría haber decidido quedarme un rato más en la cama. Tomar
una ducha o, simplemente, mear antes de dirigirme al piso inferior. Podría
haber remoloneado entre las sábanas de King, que olían a él y mí. A
nosotros.
«Solo tú y yo.»
Jodido mentiroso.
Me había llevado un período indefinido de tiempo, del que no fui
demasiado consciente, tomar otra de esas decisiones, aunque entonces se
trató de una más relevante, más directa y mucho más desesperada. Pero
cuando finalmente las compuertas de una dolorosa ira se abrieron de par en
par en mi pecho y arrasaron con la decepción, el desconcierto y el
sentimiento humillante de haber sido usado y descartado sin más, me vestí,
cogí las llaves del coche, la cartera y el móvil apenas cargado y salí de la
casa como un jodido huracán de categoría cinco dispuesto a asolar todo a
mi paso.
Recuerdo apenas a King intentando detenerme y gritando mi nombre
después. También recuerdo que le di un empujón para apartarlo de mi
camino que casi lo derriba, y que si no lo encadené con un derechazo fue
porque me dije que no merecía la pena.
Y, sí, recuerdo que había más gente por medio. Primero solo su padre y
el idiota de su representante, y luego Cooper llegó en ropa interior desde la
planta de arriba preguntando qué demonios estaba pasando.
Vi un coche junto a la acera. Vi a alguien dentro. Y me obligué a apartar
la mirada para no ir hasta allí y comprobar por mí mismo el aspecto que
tenía aquel tipo. El novio de King.
Su maldito novio.
Me sentí herido, furioso, dolorido, traicionado. Me sentí como una
mierda. Perdido. Jodido de la peor de las maneras.
Así que cogí mi coche y me fui.
Supongo que podría haber decidido quedarme. Esperar a que Matthew
King y Jeremy Foster se marcharan y tratar de hablar con King hijo.
Aunque estaba claro que él debía acudir a su maldita reunión, por lo que yo
tendría entonces que haber esperado su regreso pacientemente para
mantener una charla que no quería mantener en absoluto. Eso habría sido...
más ¿maduro?
A la mierda la madurez.
Aunque King no firmase ese contrato de representación ni se
comprometiera a mantener su discreta historia de amor lejos de los medios,
la cuestión era que tenía una historia que sí era secreta, pero para mí.
Aunque mandara a su padre a la mierda, eso no cambiaría el hecho de
que me había mentido y se había reído de mí todo ese tiempo. Joder, no era
como si nos hubiésemos jurado amor eterno, pero... dolía igual.
Dolía mucho.
Y yo no tenía ni idea de cómo lidiar con ese dolor.
Me largué a casa de mis padres, aunque eso suponía conducir alrededor
de tres horas. En mi estado, tuve suerte de llegar de una pieza, más aún
teniendo en cuenta que me había sentido muy tentado de parar en cualquier
bar de carretera y buscar respuestas en el fondo de una botella de whisky. Si
no las encontraba, seguramente conseguiría acabar inconsciente o tan
aturdido que todo dejaría de importar.
Por suerte, aún conservaba algo de sensatez y no me detuve salvo para
echar gasolina y comprar algo de comer por si en algún momento lograba
deshacerme del nudo que me apretaba el estómago y conseguía tragar algo
de alimento.
Eso, por supuesto, no ocurrió.
Llegué a mi destino a mediodía, casi desfallecido y con los nervios
destrozados. A juego con mi corazón.
—¡Trey! —exclamó mi madre en cuanto abrió la puerta y me encontró
plantado en el porche.
Se precipitó con tanta rapidez sobre mí para darme un abrazo que dudo
que se percatara de mi lamentable estado. Claro que eso cambió cuando
retrocedió y me hizo una de sus inspecciones visuales de madre que solían
terminar con un «estás más delgado... vamos a prepararte algo decente de
comer». Luego refunfuñaría sobre lo mal que comía en la universidad y
diría que mis entrenadores nos exigían demasiado mientras me arrastraba
hasta la cocina.
Sin embargo, no fue así esta vez.
—¿Qué ha pasado, cariño? —Sin esperar respuesta, me envolvió de
nuevo con sus brazos.
A pesar de que mi madre era bajita y su cabeza apenas me llegaba a la
mitad del pecho, me hizo sentir pequeño. Pero su abrazo de algún modo fue
lo único que mantuvo todos los pedazos de mí unidos entre sí y evitó que
me desarmara frente a sus ojos.
Dios, ni siquiera comprendía por qué me sentía tan mal. Durante el
trayecto hasta allí, una parte de mí había tratado de convencer al resto de
que no era para tanto. Sí, había follado mucho y muy a menudo con King.
Habíamos hecho un montón de cosas que yo jamás habría imaginado que
haría y se había sentido bien, demasiado bien. Pero solo era eso. Una
aventura sexual muy intensa. Un lío en la universidad. Diversión. Un
pasatiempo.
Creo que esa parte de mí estaba tratando de sobrevivir. Fue el mejor
mecanismo de defensa que encontró, supongo. Y yo la alenté. No pude
evitarlo.
La alternativa...
Bien, no iba a pensar en ello.
—Vamos dentro.
Me dejé arrastrar al interior del hogar de mi infancia. No parecía que mi
padre estuviera allí, algo que agradecí. No iba a poder enfrentarme a los dos
a la vez.
—¿Caleb está arriba?
—No, está en la piscina. Estamos solos.
Suspiré, aunque no supe si sentirme aliviado por la ausencia de mi
hermano. Adoraba a Caleb, incluso cuando él se había empeñado durante
un tiempo en apartarnos a todos. El último año había sido duro para mi
hermano pequeño, pero las cosas habían mejorado mucho.
—No esperaba que nos visitaras este fin de semana. Pero hay comida de
sobra.
—Siempre hay comida aquí, mamá —señalé, y la voz me salió áspera, a
pesar de que estaba tratando de bromear y agradecía que mi madre no
estuviese ya sobre mí, interrogándome.
—Bien —dijo girándose para encararme—. ¿Quieres comer o dormir?
Pareces necesitar algo de descanso, cariño.
Me apartó el pelo enredado de la frente. No me había peinado, afeitado o
lavado la cara siquiera antes de salir en desbandada de mi casa en el
campus. Y eso, sumado a mi estado emocional, no creo que me hiciera
ganar puntos de buen aspecto.
—Podría echarme una siesta —mentí.
A pesar de estar agotado, no podría dormirme ni aunque mi vida
dependiera de ello, pero eso me haría ganar algo de tiempo cuando las
preguntas empezaran a llegar, lo cual no tardaría mucho en suceder.
—Sube entonces. Te preparé algo mientras.
—No tienes por qué molestarte... —comencé a quejarme, pero la mirada
de advertencia que me dedicó fue suficiente para que me diera media vuelta
y me dirigiera a la planta alta sin poner más objeciones.
Discutir con mi madre en cuestiones de comida era inútil, una guerra
perdida de antemano. Y yo sabía qué batallas podía ganar con ella y cuáles
no. Esa, definitivamente, no la ganaría.
—Trata de descansar, Trey —me aconsejó mientras yo ya ascendía por
los escalones de dos en dos, necesitado de espacio y soledad.
La preocupación dulce de su voz me acompañó de camino a mi antigua
habitación. Pero, aunque me sentí bien al estar de vuelta en casa, no fue
suficiente como para hacerme olvidar el motivo por el que había acabado
allí.
Lo peor era que no iba a poder quedarme mucho tiempo. Huir no era lo
mío, pero habría deseado unos días libres y lejos de todo y de todos..., si
bien no podía faltar a clase o a los entrenamientos sin una muy buena
excusa.
Supuse que el hecho de que te rompieran el puto corazón no estaba entre
ellas.
Rebusqué hasta dar con un viejo cargador y poder enchufar el móvil. La
pantalla se iluminó con un buen puñado de notificaciones, tanto llamadas
como mensajes, pero lo silencié del todo, lo coloqué boca abajo y me
derrumbé sobre la cama.
Toda esa mierda del mundo real iba a tener que esperar.

Cuando percibí el colchón hundirse a mi espalda no sé cuánto tiempo


después, me había quedado adormilado. Sufrí un breve momento de
confusión mental en el que estuve a punto de estirar la mano, agarrar al
recién llegado y tirarlo sobre mí para besarlo, totalmente convencido de que
se trataba de Axel. Luego, los recuerdos de lo sucedido esa mañana cayeron
en cascada por mi mente y la realidad me abofeteó con tanta contundencia
que se me escapó un suave quejido.
Fue una suerte que lo recordara de todas formas, porque no estaba en la
universidad y no era King, sino mi hermano, el que estaba invadiendo mi
espacio.
Abrí los ojos y me encontré a Caleb tumbado de lado, mirándome. Mi
hermano y yo éramos, en ciertos aspectos, bastante parecidos. También era
rubio, tenía unos ojos verdes apenas un poco más claros que los míos y
lucía un saludable moreno dorado, aunque en su caso estaba salpicado de
pecas en la zona de los hombros, la espalda y el rostro. Ambos éramos
atléticos, pero él era más delgado y pequeño, más similar a nuestra madre,
aunque no tan bajito como ella. Caleb había sido siempre incluso más
extrovertido que yo; alegre y radiante como el puñetero sol. Solo que algo
más de un año atrás empezó a perder parte de esa luz y se retrajo de tal
forma que casi había llegado a parecer otra persona.
Me sonrió y un poco de ese brillo que volvía a emanar de él se derramó
sobre mi rostro.
—Mamá está abajo, preparando comida suficiente como para alimentar a
todo el ejército de Estados Unidos, así que he pensado en subir a comprobar
qué clase de apocalipsis has desatado esta vez para que monte semejante
despliegue. —Cuando no correspondí su broma con otra, como era habitual,
añadió—: ¿Y bien? ¿Qué haces aquí, hermanito?
Me tumbé de espaldas para no tener que hacer frente a la curiosidad de
sus ojos.
—Supongo que os echaba de menos.
Caleb se rio.
—Sé lo mucho que nos quieres, pero dudo que hayas tenido tal ataque de
nostalgia que no hayas podido evitar conducir más de tres horas un
domingo para tener que regresar esta noche o mañana a la universidad.
No sé qué me llevó a soltar lo siguiente que dije con tanta facilidad,
supongo que decidí arrancar la tirita sin más, tal como había hecho con
Cooper. Al mismo tiempo, estaba demasiado cansado como para
inventarme una excusa.
—Me he acostado con un tío.
Ladeé la cabeza. Los ojos de Caleb se habían abierto como platos para
reflejar la sorpresa que le provocó mi confesión. Yo ya estaba a punto de
brindarle una explicación un poco más elaborada, pero entonces él se limitó
a escupir:
—Soy gay.
—Es todo muy... Espera, ¿qué? ¿Cómo que gay? —Se echó a reír de
nuevo, aunque esa vez el sonido adquirió un matiz nervioso—. ¿Me estás
jodiendo? ¿Desde cuándo? ¿Lo saben papá y mamá?
Mis padres iban a alucinar un poco. Ni siquiera tenía muy claro cómo se
tomarían tener un hijo bisexual —o lo que sea que yo fuera—, ahora
también resultaba que Caleb era gay. Estaba claro que estábamos en racha
en la familia.
—Mamá... Bueno, ella lo habría sabido aunque no se lo dijera. Ya sabes
cómo es. Tiene ese radar de emociones y situaciones complicadas que la
alerta cada vez que le escondemos algo.
Me pasé la mano por la cara aturdido. El día se ponía cada vez mejor.
—¿Cuánto hace que lo sabes? Nunca me has dicho nada...
Caleb se encogió de hombros. Parecía más aliviado que asustado por
habérmelo confesado, y supuse que yo me sentía un poco igual. Pero lo mío
era reciente. ¿Lo suyo? No tenía ni idea.
—No sabría decirte un momento en concreto. En realidad, durante el
instituto era muy consciente de que me gustaba más mirar a los chicos en
bañador durante mis entrenamientos en la piscina que a las chicas. Pero me
decía que solo era porque quería mejorar sus tiempos, incluso cuando no
podía apartar los ojos de Jake Longsford, y sus tiempos realmente
apestaban.
Nos echamos a reír a la vez.
Caleb había formado parte del equipo de natación del instituto y, más
tarde, también empezó a competir. Era muy bueno, rápido; nadaba como si
hubiese nacido y crecido en el agua. Antes de marcharme a la universidad,
solía ir a recogerlo de vez en cuando y me quedaba observándolo entrenar.
Recordaba a Jake y, desde luego, también recordaba que nunca había sido
capaz de superar a mi hermano en velocidad.
—Vaya —fue todo lo que dije.
—¿Qué hay de ti? ¿Tan malo fue? Porque tienes un aspecto...
—Lamentable —completé por él, pero luego me di cuenta de que
pensaba que me refería a mi nueva experiencia—. No, no. Eso no. El sexo
fue... bueno. Demasiado bueno, en realidad.
Mierda, no podía creer que de verdad estuviera teniendo esa
conversación con mi hermano.
Caleb esbozó una sonrisita pícara.
—Escúpelo todo.
—Ni de coña. No voy a hablar de sexo contigo, Caleb.
Resopló y puso los ojos en blanco. Todo a la vez.
—No te estoy preguntando esa clase de detalles, aunque escucharé si
quieres contarme lo bien que te sentiste con una po... —Le tapé la boca,
pero no pude evitar reír.
—Ni se te ocurra completar esa frase. Por Dios, eres mi hermano
pequeño.
Tiró de mi mano y se alejó un poco sobre el colchón para evitar que
repitiera la jugada.
—Tengo veinte años, Trey, y no soy precisamente virgen, ¿sabes?
—Para mí vas a ser virgen hasta los treinta como mínimo.
Volvimos a reírnos.
Siempre me había sentido muy protector con Caleb, y ese sentimiento se
agravó después de lo que le había sucedido. Los episodios de ansiedad y el
principio de depresión que había sufrido mi hermano habían mantenido a la
familia Donovan en un estado de inquietud constante y todos habíamos
danzado alrededor de él tratando de ayudarlo como mejor pudimos. Al
final, las horas de terapia y nuestro apoyo habían empezado a surtir efecto,
pero yo seguía manteniendo un ojo en él; también mis padres.
—Entonces, te gustó —canturreó divertido—. Y las chicas, ¿siguen
atrayéndote? ¿O te has cambiado definitivamente a mi bando?
—Ni siquiera sabía que no estabas en mi bando hasta hace cinco
minutos, Caleb —señalé, pero le sonreí de todos modos—. No sé qué
decirte. Ahora mismo me da la sensación de que hace siglos que no miro a
una chica de esa forma, pero tampoco me he fijado en otro chico que no
fuera... él.
Eso despertó aún más la curiosidad de mi hermano.
—Todavía no has dicho su nombre.
—No importa —mentí, demasiado rápido. No quería mencionarlo en voz
alta, no sabía si sería capaz.
Por el momento, pensaba mantenerlo tras los límites de mi mente todo el
tiempo que fuera posible.
—Bueno, a lo mejor no importa... —Su voz fue apagándose hasta morir
y de nuevo hizo eso de mirarme con los ojos abiertos como platos. Casi
pude ver cómo encajaba las piezas en su cabeza: mi repentina visita, mi
aspecto horrible, que hubiera confesado lo bueno que había sido todo con
Él... Caleb me señaló con el dedo y parecía casi escandalizado—. ¡Tú! Oh,
Dios, Trey. Ay, mierda. ¿Te has enamorado de él?
Negué con la cabeza. Una y otra y otra vez.
Mi hermano, claro estaba, no se lo creyó ni por un momento.
Axel

—¡¿Qué demonios le has hecho a Trey?! —me gritó Cooper. Llevaba un


buen rato haciéndolo y no podía culparlo por ello.
Parecía evidente que me lo merecía.
En algún punto entre el momento en que me había despertado esa
mañana y el instante en que abrí la puerta de entrada poco después, todo se
había ido a la mierda. O a lo mejor no, quizá las cosas habían empezado a
torcerse la noche anterior cuando decidí que era mejor ser un capullo
egoísta y buscar refugio en el cuerpo de Trey y en su boca en vez de
sentarme y tener una conversación incómoda con él.
—No estoy seguro —fue todo lo que se me ocurrió ofrecer como
respuesta. Cooper parecía a punto de arrancarme la cabeza, mientras que
Grayson me miraba receloso desde el otro lado de la cocina. Sinceramente,
no sé cuál de sus dos actitudes me hacía sentir más avergonzado de mí
mismo—. Mira, tengo que ir a solucionar algo...
—Y una mierda te vas a ir si no es a buscar a mi mejor amigo —
prosiguió gritando, fuera de sí—. El mismo que ha salido de aquí casi a
puñetazo limpio y se ha subido en un coche en dirección a solo Dios sabe
dónde. Si le ocurre algo malo...
La posibilidad de que Trey sufriera algún tipo de daño me apuñaló el
pecho. Dios, ni siquiera estaba muy seguro de cuánto la había cagado con
él. Podía imaginar que había escuchado algo de la conversación con mi
padre. Era lo único que se me ocurría. Que nos hubiera oído mencionar a
Levy.
Joder, incluso debía de haberlo visto metido en el coche de mi padre.
Yo solo había vislumbrado su perfil a través de la ventanilla trasera y ni
de coña pensaba acercarme a él hasta que no me quedara más remedio. Aún
seguía aturdido por todo lo sucedido y no comprendía cómo demonios
había acabado Levy con mi padre en la puerta de mi casa.
—Tengo que quitarme a mi padre de encima —dije, a sabiendas de que
eso enfurecería más a Cooper.
Pero Matthew King no era de los que aceptaban un «no» por respuesta, y
mucho menos que lo dejaran plantado. Tenía que arreglar aquel lío y
descubrir cómo había llegado a producirse en primer lugar. Eso sin contar
con que la idea de que Olson & Faulk quisiera representarme era justo la
oportunidad que había estado esperando; por Dios, al parecer, los Rams ya
los estaban tanteando y yo ni siquiera había firmado aún el contrato con la
agencia.
Era una completa locura.
La clase de locura que habría querido compartir con Trey. Solo que él se
había largado y no tenía ni idea de adónde podía haber ido.
—Voy a llamar a algunos de los chicos y a su hermano, pero si ninguno
sabe nada de él ya puedes ir preparándote para salir por esa puerta y
encontrarlo —repuso Cooper, y descubrí a Grayson asintiendo en silencio
su conformidad—. Me importa una mierda lo que quiera tu padre. Como si
tienes una cita con el puto presidente.
No podía culpar a Cop por demostrar lealtad hacia su mejor amigo,
tampoco por preocuparse por él. Yo también estaba preocupado, joder.
Mucho. Me sentía frustrado e impotente.
Cooper salió de la cocina maldiciendo.
—Ni siquiera sé por qué se ha ido —le dije a Grayson, aunque no era
verdad. Tenía que ser por lo de Levy. El claxon del coche de mi padre
resonó una vez más en el exterior y yo también maldije—. Llámame si os
enteráis de algo. Tengo que... Volveré en cuanto pueda.
Grayson no dijo una palabra, aunque al menos asintió. Estaba claro que
ninguno de mis compañeros de piso, a los que ya consideraba amigos,
estaba demasiado contento conmigo en ese momento.
Joder, tampoco yo lo estaba.
Debería haberme metido en mi coche y haber seguido a Trey cuando se
marchó. Hacerlo entrar en razón. O al menos pedirle que me dejara explicar
lo que fuera que iba mal.
Salí por la puerta como si estuviera saltando al campo para enfrentarme
al más competitivo de nuestros rivales. En cierta forma, eso era mi padre,
un rival más que una persona cercana o de confianza. Y siempre demasiado
ocupado para mostrar interés por mí hasta que algo lo hacía girarse en mi
dirección.
Esa vez había sido la posibilidad de que jugara en la NFL. Aún no sabía
cómo había llegado todo a sus oídos, tan rápido además, pero tenía que
suponer que alguien del cuerpo técnico de mi equipo se mantenía en
contacto con él. Sería muy típico de mi padre tener a alguien que lo
informase de los avances, las torpezas e incluso los fracasos de su hijo;
cualquier cosa mejor que descolgar el maldito teléfono y llamarme para
preguntarme qué tal me iba todo.
Mi padre me hizo un gesto para que subiera a su coche, pero yo me
acerqué solo lo suficiente para decirle:
—Te sigo.
Ni de broma iba a meterme en su coche.
Me obligué a no mirar hacia el asiento trasero, aunque podía percibir los
ojos de Levy sobre mí. No, no tendría esa discusión con él allí.
Joder, no quería tenerla en realidad en ningún lado. ¿Qué demonios se
suponía que hacía con mi padre? ¿A qué había venido?

La reunión de la que me habían hablado se celebró en un discreto pero


exclusivo reservado de un restaurante aún más exclusivo. Claro que
estábamos hablando del mismísimo Jeremy Foster. Las oficinas de Olson &
Faulk estaban en Los Ángeles, por lo que suponía que aquella era la mejor
alternativa para una reunión de negocios sin tener que desplazarnos hasta
allí.
Para cuando atravesé el lujoso local detrás del camarero que me llevó
hasta el reservado, mi padre, Foster y, cómo no, Levy estaban ya sentados
alrededor de la mesa.
—Él se va. —Señalé a Levy sin llegar a tomar asiento, aunque miré
directamente a mi padre—. No tendrías que haberlo traído.
Mi padre enarcó las cejas levemente. Esa fue toda la reacción que le
arrancó a su rostro inexpresivo mi reproche.
—Pensaba que te gustaría saber que lo apruebo.
Me eché a reír. Joder, aquello era surrealista. Y una mierda muy grande,
eso también.
Levy estaba a punto de abrir la boca, pero le dediqué una mirada asesina
que hizo que volviera a cerrarla. Llevaba el pelo negro más corto que la
última vez que nos habíamos visto, casi rapado, pero el resto de su aspecto
era exactamente el que recordaba. Levy era un tipo grande y también muy
atractivo, incluso cuando no estaba haciendo su mejor despliegue de
encanto, lo cual no ocurría muy a menudo. Era como un maldito encantador
de serpientes.
Ahora, en cambio, casi parecía inocente sentado al lado de Matthew
King. Aunque era muy consciente que no tenía nada que ver con la
inocencia encantadora y transparente de Trey.
No, Trey era auténtico. Mi precioso chico de oro.
Levy debió de malinterpretar que me quedara mirándolo con..., no sé con
qué, pero algo hice mal, porque se atrevió a hablar.
—Hola, cariño. Está bien, ya no hay nada que ocultar.
—Tú eres imbécil —le espeté—. Y si vuelves a llamarme «cariño», te
juro que te arrancaré los putos dientes a puñetazos. Y disfrutaré haciéndolo.
—Ya está bien, Axel —me amonestó mi padre.
Foster parecía querer que se lo tragase la tierra. Estaba dándole un
espectáculo lamentable al tipo que podía hacerme entrar en la NFL. Era mi
sueño. Lo que siempre había deseado. Pero no podía dejar de rememorar
una y otra vez el dolor furioso que había visto en los ojos de Trey cuando
me había apartado de su camino horas antes. Le había hecho daño de alguna
manera y eso me quemaba, joder. Me quemaba como no esperaba que lo
hiciera.
No. Eso era otra mentira.
Trey me importaba demasiado. En poco más de dos meses, el tipo había
traspasado mi piel, los músculos, los huesos... Se había deslizado
sigilosamente hasta llegar a mi corazón. Y se había atrincherado allí dentro
como si mi pecho le perteneciera. Como si yo fuera suyo.
Eso seguramente era lo único verdadero de todo aquello.
—Lárgate, Levy. Ni siquiera tengo ganas de discutir contigo lo mal que
está todo esto. —Hice un gesto con la mano a mi alrededor como si el lugar
fuera un antro oscuro y siniestro de alguna carretera dejada de la mano de
Dios, pero él sabía perfectamente a lo que me refería.
—Puedo explicártelo.
Apreté los dientes y los puños para no perder el control. No era un tipo
agresivo ni siquiera en el campo. Mi misión era lanzar el balón lo más lejos
posible y directo a las manos de uno de mis receptores antes de que me
derribaran o, como mucho, correr como si el mismísimo diablo me
estuviese persiguiendo y anotar yo mismo. Pero, joder, estaba a punto de
ceder, agarrar del cuello a Levy y lanzarlo por los aires solo para hacerlo
desaparecer de mi vista.
Inspiré profundamente y dejé marchar la ira. No ayudaría y, desde luego,
no mejoraría la opinión de Foster sobre mí.
—No quiero que me lo expliques. Los dos sabemos de sobra cómo
sucedió todo.
—Ni siquiera llegamos a romper, sigo siendo tu...
—Ni lo pienses, joder. No te atrevas. —Me giré hacia Foster—. Lo
siento mucho. Deberíamos... ¿Podríamos tener esta reunión en otro
momento?
Jeremy negó sin compasión.
—Esto es importante, Axel. Los Rams han mostrado un gran interés por
ti y mi agencia está dispuesta a representarte y negociar las mejores
condiciones para tu fichaje con ellos, incluso sin pasar por los drafts.
Cerré un momento los ojos. Dios, ¿de verdad tenía que suceder todo de
aquella manera? ¿Por qué a mi padre se le había ocurrido que era una buena
idea traer a Levy para algo así? ¿Y, para empezar, por qué demonios estaba
mi padre en medio de aquello? Yo podía manejarlo. Era adulto y sabía lo
que quería y lo que no.
Pero, claro..., él era Matthew King. De algún lado había sacado yo mi
estúpida arrogancia, y no era de mi madre, eso seguro.
Me senté junto a Foster, negándome a reconocer la presencia de Levy.
Oh, sí, tendríamos un intercambio de palabras a la salida, podía apostar por
ello. Pero él no importaba ahora. Y cuando antes acabase la reunión, antes
podría ir a buscar a Trey y arreglar lo que fuera que hubiera jodido esa vez.
Si es que tenía arreglo.
«Espera un poco, chico de oro. Voy a por ti.»
Trey

—Bueno, Trey... —Caleb levantó una mano para silenciar el inicio del
interrogatorio de mi madre.
—Dale una tregua, mamá. Ni siquiera ha acabado aún.
Cuando Alice Donovan creía que alguno de sus hijos se había metido en
un lío o le estaba ocultando algo, llevaba a cabo toda una operación de
localización y rescate. El procedimiento se basaba en cocinar sin descanso
durante varias horas, luego cebarte como si fueras un pavo de Navidad y,
cuando tu cerebro estaba demasiado concentrado en hacer la digestión y tus
neuronas flotaban en una nube de placer gastronómico, ella entraba a matar.
Te lanzaba preguntas una detrás de otra hasta que estabas lo suficientemente
confundido como para ser incapaz de contarle cualquier cosa que no fuese
la verdad.
En realidad, yo apenas había comido. Me había dedicado a mover los
alimentos de un lado a otro del plato, y eso de por sí ya era bastante
preocupante. Adoraba la cocina de mi madre tanto como la de mi padre; al
menos él todavía no estaba en casa para ver mi lamentable caída.
—Estoy bien, mamá —dije para tranquilizarla, aunque dudaba mucho
que eso funcionase con ella.
Sin embargo, lo que fuera que hubiese visto en mi rostro a mi llegada
consiguió que no actuara como era habitual. A esas alturas ya debería
haberme tenido contra las cuerdas y, si eso no hubiera funcionado, estaría
también torturando a Caleb para arrancarle una confesión. Sabía lo unidos
que estábamos.
Sentí el deseo de preguntarle cuánto hacía que sabía que Caleb era gay o
si lo había sospechado desde siempre. ¿Le habría dado yo también alguna
idea al respecto? No había llevado a muchas chicas a casa, la verdad, pero
salí con algunas en el instituto de las que mis padres tuvieron conocimiento
y, en una ocasión, traje conmigo a una compañera de la universidad en
Acción de Gracias. No estábamos saliendo, aunque nos habíamos enrollado
un par de veces, pero ella no tenía con quién pasar las fiestas y yo se lo
propuse a sabiendas de que en casa siempre había comida de más y un
hueco en la mesa. Estaba seguro de que, como mínimo, mi madre había
pensado que íbamos en serio y lo de «Solo somos amigos, mamá» era una
excusa.
—Echaba de menos una buena comida casera —comenté. Eso le daría
cuerda para desvariar sobre lo poco que me cuidaba desde que me había ido
a la universidad, y prefería oírla refunfuñar al respecto que tener que dar
otras explicaciones—. Y mañana por la mañana no tengo clase.
Odiaba mentirle, pero necesitaba al menos otra noche más de calma
antes de regresar al campus y tener que enfrentarme a... lo que había dejado
atrás. Me perdería unas cuantas clases, pero llegaría a tiempo para ir a
entrenar. Es más, pensaba ir directo al campo. Todo mi equipo estaba allí,
así que no tenía que pasar por casa para nada.
Luego ya vería cómo me las arreglaba para no perder los papeles y
acabar gritándole a King.
No. No se merecía ni siquiera eso.
«Olvídalo», me dije. Pero resultaba más difícil cumplirlo. Una vez que lo
tuviera delante... Era demasiado consciente de lo que me hacía una sola de
sus miradas. No quería acabar derrumbándome y darle la satisfacción de
comprobar lo mucho que me había destrozado. Necesitaba conservar
aunque fuera algo de mi dignidad.
¿Ya tenía a alguien en su vida? Bien, pues que se quedara con él.
—¿Habrá fiesta de Halloween en la hermandad? —preguntó Caleb en
voz demasiado alta.
Mi madre perdió interés y se concentró en ir enjuagando los utensilios
que había empleado para el banquete de rescate.
Le sonreí a mi hermano en agradecimiento por la maniobra de despiste.
Caleb sabía perfectamente cómo funcionaba mi fraternidad. Por supuesto
que habría fiesta de Halloween. Teníamos fiestas incluso cuando no había
nada que celebrar. La de Halloween era una de las más importantes del año.
Esperaba que Maddox hubiera hecho entrar en razón al decano, porque
habría un motín si nos prohibían montar algo ese día.
—¿Por qué no te vienes? Lo pasaremos bien —le propuse. Mi madre me
lanzó una mirada rápida que me dijo que no estaba segura de que esa fuera
una buena idea.
No le dije nada en ese momento, pero, si Caleb decidía venirse al
campus para poder acudir a la fiesta, me aseguraría de hacerles saber a mis
padres que cuidaría de él. Creo que incluso le vendría bien. Después de
todo, el semestre siguiente iba a regresar a la universidad, ese podría ser un
buen modo de retomar cierta normalidad e ir preparándose para tratar con
un círculo más amplio de personas.
—¿De verdad quieres que vaya? —La duda en su voz me rompió un
poco el corazón, y creo que también ablandó a mi madre.
—Creo que deberías ir —le dijo ella mientras yo asentía—. Así a lo
mejor consigues que tu hermano coma algo decente aunque sea durante
unos días.
—¡Eh, tampoco es que Caleb sepa cocinar mucho mejor que yo!
Mi madre sonrió mientras su mirada iba del uno al otro, negando con la
cabeza pero transmitiendo con el gesto más cariño del que probablemente
nos merecíamos.
—Bien, me apunto entonces —sentenció mi hermano.
—Vendré a buscarte.
—Puedo conducir —replicó, ligeramente exasperado.
—Vendré a buscarte, enano.
Eso me hizo ganarme un empujón, pero Caleb soltó una carcajada. Solo
lo llamaba así cuando quería fastidiarlo, y en los últimos meses eso no
había ocurrido a menudo. A lo mejor nos habíamos equivocado un poco al
ir de puntillas a su alrededor todo el tiempo y necesitaba también que lo
empujásemos de vez en cuando.
Me incliné y le golpeé el hombro con el mío.
—Te echo una carrera hasta el centro del lago.
Mi madre empezó a gritarnos de inmediato, pero Caleb ya se había
puesto en pie.
—¡Acabáis de comer! ¡Os dará un corte de digestión!
Me acerqué a ella mientras me quitaba las zapatillas a toda prisa y le di
un beso en la mejilla.
—Estaremos bien, mamá.
Mi hermano se estaba deshaciendo de la camiseta e iba de camino a la
puerta de atrás. No podía dejar de reírme mientras trataba por todos los
medios de quitarme los jodidos vaqueros. Pero Caleb estaba ya a punto de
salir al jardín trasero; si le dejaba ganarme terreno en tierra, podía ir
olvidándome de superarlo en el agua. Así que di dos tirones y me quedé
solo con el bóxer.
—¡Tramposo! —le grité mientras, a su vez, mi madre nos pedía que
tuviésemos cuidado, como si el diminuto lago que había a unos cientos de
metros de casa estuviera plagado de tiburones o algo por el estilo.
—Dios, eres muy lento, Trey. ¡Te estás haciendo viejo! —gritó él en
respuesta, ya desde el porche trasero.
Habíamos hecho aquello cientos de veces desde que éramos unos críos.
En muchas ocasiones, era la forma de resolver incluso las disputas que
surgían entre nosotros. Y ahora... ahora yo necesitaba cualquier cosa que
mantuviera mi mente alejada de la universidad, el campus y mi inevitable
regreso.
Lejos de Axel King.
Así que no creí que pudiera haber nada mejor que una competición
contra mi hermano. Correr y nadar como dos locos. Seguramente, iba a
darme una paliza. Pero incluso eso me sentaría bien en aquel momento.

Mi predicción se cumplió y perdí. Caleb ya no competía de forma


profesional, pero sabía que había retomado su rutina en la piscina. El agua
siempre lo había calmado, aunque durante un tiempo fue parte del
problema, supongo. Así que, en realidad, era muy bueno que estuviera
aprendiendo a hacer las cosas que le gustaban de nuevo sin exigirse más de
lo que podía dar.
Pasé el resto del día en casa, eludiendo las miradas suspicaces de mi
madre. Supongo que decidió no presionarme, tal vez precisamente porque
le asustaba pensar que yo pudiera encerrarme más en mí mismo y repetir la
historia de Caleb. Mi padre llegó y no se mostró en absoluto sorprendido de
encontrarme allí, pero había pocas cosas que sorprendieran a Robert
Donovan. Se limitó a darme un abrazo y a decirme lo mucho que se
alegraba de verme.
En algún momento de la tarde, eché un vistazo a mi móvil. Quería
mandarle un mensaje a Cooper para decirle que estaba bien y que no se
preocupase. Cop me contestó que me vería al día siguiente sin mencionar a
King ni hacer referencia alguna a mi dramática salida de la casa horas atrás.
Claro que eso fue antes de que Caleb confesase que mi mejor amigo lo
había llamado por la mañana para preguntarle si estaba allí. De ahí que mi
hermano interrumpiera una de sus sesiones en la piscina para regresar a
casa antes de tiempo y que Cooper no me hubiera quemado el móvil a
llamadas.
De quien sí tenía un montón era de King, y al menos dos decenas de
mensajes, pero no tuve valor ni fuerzas para leerlos, menos aún para
devolverle la llamada.
Por la noche, terminé tirado en el sillón con mi hermano. Vimos Doctor
Strange, una de nuestras películas favoritas de Marvel, y luego seguimos
con Guardianes de la Galaxia. Él no me preguntó de nuevo cómo se
llamaba el tipo que me había roto el corazón y yo no tuve que confesar que
no tenía ni idea de lo que iba a hacer al día siguiente cuando volviera a
verlo.
Simplemente, nos sentamos el uno junto al otro y lo dejamos estar, como
si hubiera una manera de que, al regresar, las cosas pudieran volver a ser
como antes.
Ojalá.
Axel

La reunión con Foster debería haberme animado un poco. Al menos porque


era muy probable que se tradujera en un contrato con los Rams o, como
mínimo, en mi ingreso en la NFL con cualquier otro equipo. Pero no fui
capaz de reunir ni un ápice de ilusión en todo el día. Apenas acabamos, le
dije a mi padre que hablaríamos en los próximos días, porque tenía muy
claro que íbamos a hablar y a discutir en qué momento había creído tener
derecho a inmiscuirse en mi vida de la forma en que lo había hecho.
Lo de Levy era harina de otro costal.
Después de que yo le estrechara la mano a Foster y le lanzara cuchillos
con los ojos a mi padre a modo de despedida, Levy me siguió fuera del bar.
No me sentía capaz de decidir si quería gritarle en mitad de la acera o bien
no merecía la pena el esfuerzo.
En realidad, yo sabía que no lo merecía, pero seguramente necesitaba
desahogar de algún modo toda la frustración que había acumulado contra él
en las horas anteriores. O, más bien, en los meses anteriores.
—No vas a formar parte de esto —le espeté en cuanto cruzamos la
entrada y salimos a la calle.
—Ya los has oído. Olson & Faulk quieren asegurarse de que no te pillan
en cualquier bar gay recibiendo una mamada de consolación. Vamos, sé que
lo hice mal contigo, pero...
Lo miré de hito en hito. Joder, qué cara más dura tenía.
—«Mal» ni siquiera se acerca. Me empujaste sin descanso hasta que
conseguiste que cediera para que saliésemos juntos del armario y luego me
dejaste tirado —ladré levantando la voz más de lo que pretendía—. Tuve
suerte de que mi equipo estuviera lleno de tipos tolerantes y no hubiera
ningún hijo de puta homofóbico. Y eso ni siquiera me habría importado,
¿sabes? Estaba tan... deslumbrado que habría aguantado por ti. Lo peor de
todo fue lo mucho que insististe. Me obligaste y yo ni siquiera estaba
preparado. Y luego saliste corriendo como un puto cobarde.
—No fue exactamente así.
—¡No me digas cómo fue! ¡Yo estaba allí!
Mierda, tenía que calmarme. ¿Por qué estaba discutiendo de todas
formas? Mi historia con Levy se resumía en un «ni siquiera fue bonito
mientras duró porque a él nunca le importé una mierda en realidad». Era un
tío egoísta y manipulador, y yo me había colgado de él sin saber dónde me
estaba metiendo. Le encantaba la atención y que la gente se partiera la cara
por él, y también medrar y conseguir contactos. Pero a la hora de la
verdad...
Quizá por eso yo había sido tan reacio a ceder a mi atracción con Trey;
en el fondo, y por mucha seguridad que exhibiera, me jodía la mente pensar
que él también retrocediese y se desentendiese de mí. Pero Trey no se
parecía en nada a Levy. Joder, eran como la noche y el día. No podían ser
más diferentes ni aunque lo intentasen.
No había nada de la bondad de Trey en Levy, o de esa sincera
naturalidad que dejaba entrever incluso cuando yo lo había presionado y lo
había perseguido, a pesar de que era evidente que estaba asustado.
—Desaparece de mi vista, ya tengo un novio de verdad. —Eso le hizo
arquear una ceja y un brillo de interés destelló a través del frío de su mirada
—. Y aunque no lo tuviera, tú serías mi último recurso. No, olvídalo. No
serías ni siquiera eso. No sé qué le has dicho a mi padre ni me importa, pero
te aseguro que no voy a volver contigo ni vas a estar involucrado en ningún
aspecto de mi vida.
—He llegado a un acuerdo, Axel.
Me reí. No pude evitarlo. Y mis carcajadas estaban tan cargadas de
cinismo que varios transeúntes se giraron en nuestra dirección.
—¿Un acuerdo para qué? ¿Para calentarme la cama? Joder, estás
enfermo. Ni siquiera sé qué vi en ti la primera vez. Resulta evidente que no
eres más que un montón de mierda.
Se cruzó de brazos y su mandíbula se apretó. Estábamos llamando la
atención, pero no de la forma que le gustaba a Levy.
—No te quedará otra si no quieres mantenerte célibe durante años.
—Antes me la corto que volver a follar contigo. No creas que te
necesito, no lo hago. Sal de mi vida y no vuelvas.
Decidí dar por concluida la discusión. Aquella pelea no iba a ningún
lado, y lo único que podía suceder era que acabásemos llegando a las
manos. No podía creer que mi padre hubiera buscado a Levy para ofrecerle
la polla de su hijo en bandeja a cambio de un contrato con los Rams. Yo ya
sabía que para Matthew King supondría un golpe de gracia en los negocios
que su hijo jugara para uno de los grandes de la NFL, además del extra de
reputación que le daría, pero aquello era demasiado incluso para él.
Y lo peor era que Olson & Faulk estuviera de acuerdo en toda esa
charada. Era de locos. Nadie iba a decirme con quién salir, a quién follar ni
de quién podía enamorarme; en ese aspecto, ni siquiera había elección
posible.
Yo sabía exactamente a quién quería a mi lado.
Me metí en el coche y revisé de nuevo el móvil. No había nada de Trey,
ni una llamada ni un mensaje, a pesar de que yo lo había bombardeado
incluso mientras hablaba con Foster. Pero tenía un mensaje que me hizo
respirar algo más tranquilo. Trey estaba bien, se había ido a casa de sus
padres.
Era Grayson quien me había escrito para decírmelo, y creo que solo lo
había hecho porque sabía que me estaba volviendo loco de preocupación.
Cop no tuvo esa deferencia conmigo. No iba a cabrearme con él. Era el
mejor amigo de Trey y entendía que lo defendiera a vida o muerte; no
habría deseado que fuese de otra manera.
Trey Donovan se merecía todo lo mejor, y yo iba a encontrar el modo de
dárselo.
Tuve un día de mierda. Incluso cuando sabía que Trey estaba con su
familia y que volvería al día siguiente. Cuando llegué a casa después de la
reunión y me di cuenta de que ni siquiera teníamos un maldito paquete de
galletas en la despensa, decidí ir a hacer la compra, ya que nadie parecía
que fuera a presentarse voluntario para pasar tal trago. Creo que, además de
mantenerme ocupado, fue una especie de castigo autoimpuesto. Llené un
carro con todo lo que se me ocurrió; no solo con muchos de los alimentos
preferidos de Trey, sino también con cosas para Grayson y Cooper. Tal vez
eso me hiciera ganar algo de su favor. Ah, y nada de alcohol salvo algunas
cervezas. Ya había bastante de eso en casa.
Me arrastré de vuelta a casa con el maletero lleno de bolsas que luego
tuve que descargar. Grayson me pilló colocándolo todo en los armarios y
alucinó. Joder, creo que incluso le di un poco de pena, porque, sin que
tuviera que pedírselo, se puso a ayudarme.
Estaba tan inquieto que no supe qué hacer conmigo mismo el resto de la
tarde. Para cuando el sol se puso y la oscuridad comenzó a extenderse por el
cielo despejado, yo ya llevaba un rato tirado en una de las tumbonas del
jardín mirando la nada. No podía dejar de pensar en toda la mierda de mi
padre, el contrato de la agencia, la posibilidad de firmar con los Rams y el
imbécil de Levy.
Y en Trey, por supuesto.
Había estado tan cabreado por la mañana... Tan... herido. Claro que, si
hubiera sido yo, no me habría tomado demasiado bien enterarme de la
existencia de Levy. Foster se había referido a él como «mi chico», ¿era eso
lo que Trey había oído? ¿Qué habría pensado?
«Mierda.»
No estaba seguro de que me dejara siquiera explicarme. Tal vez yo no lo
habría hecho; no tenía ni idea, porque si algo tenía claro era que, cuando se
trataba de Trey Donovan, mis reacciones no eran las habituales.
Cerré los ojos y me mantuve allí tumbado, a pesar de que la temperatura
comenzó a descender y yo estaba en manga corta. El frío que pudiera tener
no era nada comparado con la sensación gélida que me devoraba por dentro.
La ira que había acumulado desde que mi padre se había presentado esa
mañana en mi puerta no bastaba para calentarme.
En algún momento de las horas posteriores, Cooper salió y se acomodó
en otra de las tumbonas. Durante un rato no habló, solo se quedó sentado a
mi lado en silencio, como si estuviera decidiendo si había algo que valiera
la pena decirme.
—Deberías ir dentro y dormir un poco —murmuró finalmente—. Él
volverá mañana.
—Lo sé.
Gracias a Grayson. Me habría vuelto loco de no tener en mente que Trey
regresaría al día siguiente al campus; con toda seguridad, de no ser así, me
habría plantado en casa de sus padres.
—Lo que sea que haya pasado entre vosotros...
—Lo arreglaré. Lo prometo —lo corté, porque quería que Cop lo supiera
—. No es lo que parece.
Lamenté de inmediato hacer uso de una excusa tan manida, pero era la
verdad. Puede que Levy y yo no hubiésemos puesto fin de manera oficial a
lo que fuera que habíamos tenido, pero ni siquiera creo que hubiésemos
llegado nunca a poder considerarnos una pareja en realidad. Yo había estado
deslumbrado, por decirlo de algún modo; él se había asegurado de que fuera
así y... tener la atención de alguien contribuyó a ello; supongo que el hecho
de que mis padres apenas si se dignaran ejercer como tales me había vuelto
necesitado de esa atención.
Joder, había sido tan iluso. Tan manipulable y estúpido.
—Él de verdad te importa —señaló a continuación. No fue una pregunta,
pero de todas formas contesté.
—Lo hace. No estoy jugando con él.
Había jugado con Trey, pero no de esa forma. O tal vez un poco sí.
Porque había retrocedido en varias ocasiones y había llegado a ignorarlo, y
comprenderlo en ese momento me hizo sentir aún peor. Joder, ¿era eso lo
que creía Trey? ¿Que lo nuestro había sido alguna clase de juego retorcido
para mí?
La había cagado con él.
—Bien, pues más te vale dejárselo claro y arreglar lo que sea que te traes
entre manos, King. Porque no quiero tener que patearte el trasero.
El tono más ligero me hizo volver la cabeza hacia él. Le brindé una
media sonrisa, aliviado en cierto modo de que pareciera dispuesto a hacer
un alto en aquella especie de guerra fría con la que me estaba castigando.
—No creo que puedas patearme el trasero, Adams.
Cooper era un tío alto, ancho y con un buen número de músculos.
Nuestro equipo técnico se aseguraba de que nos machacásemos en la sala
de pesas tanto como de que entrenásemos en el campo. Y, sí, el tipo tal vez
pudiera darme lo mío, lo había visto arremeter en el campo contra tíos con
casi el doble de peso que él, pero ambos sabíamos que yo era mucho más
rápido. Tendría que pillarme desprevenido.
Sin embargo, Cooper no haría ningún movimiento contra mí sin antes
contar con el beneplácito de su mejor amigo. Y yo planeaba convencer a
Trey de cualquier manera posible para que no llegásemos a ese extremo.
Se levantó, metió las manos en los bolsillos y bajó la barbilla. Había una
advertencia clara en la forma en que me miró.
—Será mejor que no me pongas a prueba.
Asentí a pesar de la amenaza. Respetaba sus motivos. Joder, los aplaudía
incluso. Me habría gustado tener a alguien como Cooper que me respaldase
siempre, sin importar la situación. Pero Levy también se había encargado de
aislarme de cualquiera que pudiera brindarme su apoyo o abrirme los ojos
en lo concerniente a mi relación con él.
Así que, no, yo no tenía un Cooper Adams que peleara por mí.
Se metió en el interior de la casa y yo me quedé allí solo de nuevo, lo
cual parecía una jodida metáfora de mi vida.

En algún momento de la noche debí de arrastrarme hasta el sofá y, por


suerte, mi móvil estaba sobre la mesa de salón y la alarma me despertó por
la mañana a tiempo para mis clases. Me obligué a prepararme y a cumplir
con mis obligaciones, pendiente en todo momento de si Trey hacía su
aparición o me enviaba algún mensaje, lo cual no sucedió.
Tampoco apareció a la hora del almuerzo. Lo sabía porque fui a casa con
la excusa de comer algo y echarme una siesta antes del entrenamiento.
Revisé por enésima vez los mensajes, pero en el chat que tenía abierto con
él lo último era un desesperado «llámame, por favor» sin respuesta.
Para cuando entré en el vestuario esa tarde, empezaba a creer que
Cooper y Grayson me habían mentido solo para deshacerse de mí o que
Trey había decidido incluso pasar del equipo. Si faltaba ese día, me daba
igual lo que dijera Cop, iría a buscarlo y lo traería de vuelta a rastras si era
necesario. No dejaría que hiciera peligrar su puesto en el equipo o las
buenas notas que necesitaba para mantener su beca por mí.
Trey no estaba en el vestuario y no apareció mientras me cambiaba,
pero, al salir del túnel por el mismo pasillo en el que una vez me había
acorralado, lo descubrí en mitad del campo, con las hombreras y el resto de
las protecciones cubriendo su delicioso cuerpo y lanzando el casco al aire y
recogiéndolo una y otra vez mientras esperaba que los entrenadores
comenzaran a ladrar instrucciones.
El pulso se me aceleró y mi estómago hizo un doble salto mortal hacia
atrás al contemplar su rostro. Comencé a andar en su dirección. Como si
detectara mi presencia, sus ojos volaron hacia mí. Pero no me dedicó más
de tres segundos de atención.
Se puso el casco y se acercó a nuestro coordinador ofensivo, y esos tres
segundos fueron todo lo que conseguí de él durante el resto de la tarde.
Trey

¿Cómo de estúpido se puede llegar a ser por un tipo? ¿Cuánta necesidad de


alguien puede uno acumular?
Debajo de las capas de tela y el plástico duro que llevaba encima, me
picaba la piel como si estuviera desarrollando alguna clase de alergia a la
falta de las caricias de King sobre mí. Un cosquilleo continuo en la nuca me
mantenía alerta de cada una de las miradas que me lanzaba y, las veces que
lo tuve cerca de mi posición, su cuerpo tiraba de mí como un puto imán
cuya atracción fuese incapaz de resistir.
Resultaba absurdo, joder.
Ridículo, así era cómo me sentía. Ridículo, expuesto y desprotegido. En
carne viva.
Cooper se acercó a mí trotando mientras los chicos de la línea defensiva
tomaban posiciones. Me pasó una botella de agua y yo me quité el casco
para beberme la mitad; la otra mitad me la tiré por encima de la cabeza.
—¿Cómo estás?
—Estoy bien, Cop. Deja de hacer de mamá gallina. No fue nada. —La
respuesta había salido disparada de mis labios de forma automática, y
estaba claro que no había ni una sola parte de verdad en ella.
Pero no me permitiría a mí mismo hacer de aquello algo más grande de
lo que en realidad era. A todos nos habían dado la patada alguna vez; una
chica, un chico, lo que fuera..., daba igual. No era muy distinto de las veces
en las que una chica por la que me hubiera interesado no me había devuelto
ese interés, me dije, aunque nunca me había afectado al nivel en el que
parecía estar haciéndolo en esa ocasión.
Por regla general, pasaba a la siguiente chica disponible y listo.
—¿Qué tal le va a Caleb? —cambió de tema, algo que agradecí.
—Va a venir por Halloween. Está más tranquilo, creo que le irá bien.
Cooper se alegró de la futura visita de mi hermano y se lanzó a hacer
planes para esos días, hasta que el entrenador Meyer nos preguntó si
queríamos un poco más de tiempo e intimidad para charlar de nuestras
cosas. Por la forma en que lo gritó y el tono irónico, resultaba bastante
obvio que lo que de verdad estaba diciéndonos era que moviésemos el culo
de una puta vez.
Me las arreglé para eludir a King el resto del entrenamiento, aunque creo
que varios de mis compañeros se percataron de la extraña tensión que había
entre nosotros. Ambos formábamos parte de la línea ofensiva, así que a la
hora de practicar ciertas jugadas resultaba inevitable que tuviésemos que
intercambiar algunas frases o indicaciones. Los monosílabos que empleé
como respuesta seguramente les dieron alguna pista de que algo no iba bien.
Pero no hicieron preguntas y yo no tenía pensado contarle a nadie lo
sucedido.
El problema fue que hubo fallos de comunicación. Yo ignoraba
deliberadamente muchas de las instrucciones que lanzaba King y él
parecía... distraído.
—¿Qué demonios se supone que estáis haciendo? —nos amonestó por
quinta vez el coordinador ofensivo. Tal vez fuera la sexta. O la novena,
había perdido la cuenta hacía rato—. ¿Creéis que porque hayáis ganado a
UCLA podéis relajaros y holgazanear en los entrenamientos? ¡King!
¿Dónde te has dejado la concentración? Estás haciendo unos lanzamientos
de mierda. ¿Qué pasa? ¿Ahora que te están tanteando para la NFL te crees
demasiado bueno para estar aquí y hacer tu trabajo?
Me encogí un poco al oír sus reproches. Estábamos haciendo un trabajo
patético ese día, pero no era solo culpa de King. Y dudaba que fuera el
interés de Olson & Faulk lo que lo estaba desconcentrando; era demasiado
perfeccionista y competitivo para tomarse a la ligera incluso el más básico
de los ejercicios de entrenamiento.
—Lo siento, señor —murmuró él—. Estoy distraído.
No eludió la bronca ni planteó una excusa. Muy típico de King, incluso
cuando ambos sabíamos que esa mierda era cosa de los dos. Además, las
malas vibraciones que había entre nosotros estaban afectando también al
resto del equipo.
—¡Os quiero centrados y dejándoos la vida en cada entrenamiento!
—Sí, señor —respondimos todos, porque no había otra cosa que
pudiésemos decir.
Nos dejaron marchar poco después. O más bien nos echaron de allí más
que hartos de nosotros. Me encaminé con paso resuelto hacia el túnel y, con
el rabillo del ojo, vi a King quitarse el casco y venir detrás de mí. Por
suerte, Meyer lo interceptó. Oí cómo le decía que quería hablar con él y
supuse que estaría relacionado con su probable postulación para los drafts.
No me quedé para descubrirlo. Era mi mejor oportunidad para salir de
allí lo más rápido posible. Ni siquiera iba a ducharme; me cambiaría y me
largaría antes de que el entrenador lo liberase.
Lo que no iba a resultar tan fácil sería evitar que King me arrinconara en
casa.
—Ey, ¿qué tal vas, Donovan? —Hice a un lado mi móvil y choqué los
cinco con Maddox.
Estaba en la casa de la fraternidad, porque al parecer ahora era la clase
de tío que huía de las confrontaciones. King me había mandado un mensaje
hacía unos minutos —otro más— pidiéndome que volviera a casa,
diciéndome que quería hablar conmigo.
Ya, bueno, yo no quería hablar con él. Aunque supongo que una parte de
mí deseaba oír lo que tenía que decir y, además, no podía rehuirlo
eternamente. Vivíamos juntos, por Dios. Y si seguíamos cagándola en los
entrenamientos, acabaríamos jugando mal en los partidos; eso podría
suponer que el interés de los Rams o cualquier otro equipo de la NFL en
King decayera.
No pensaba ser responsable de arruinar su carrera profesional incluso
antes de que empezara.
—Todo bien, supongo. ¿Has conseguido ya el visto bueno de Davis para
Halloween?
Maddox resopló y se dejó caer en el enorme sofá del salón. Aunque él no
vivía ya en la casa, pasaba más tiempo allí que en la suya propia. Dirigir
una de las hermandades más antiguas del campus, y de las más
problemáticas, era casi un trabajo a tiempo completo para él.
—Ese tipo es... duro. Me pone de los nervios.
Arqueé las cejas. Maddox era una especie de hombre tranquilo, de los
que no perdían los papeles con facilidad; de otra forma, ya lo habríamos
vuelto loco entre todos hacía tiempo. Era abierto y charlatán, y su paciencia
resultaba legendaria.
Me pregunté cuánto lo estaría presionando el decano para que pareciera
tan derrotado.
—Pero caerá —aseguró con una sonrisita—. Lo tengo a punto de
caramelo...
El comentario sonó casi sexual. O tal vez solo fuera yo y mi mente sucia,
porque de ninguna manera Maddox y el decano podrían...
—Oye, cuando dices que caerá...
—Lo tengo controlado, tío. Cop me ha comentado que Caleb va a venir.
El cambio de tema fue tan radical que me costó un momento recordar
que Maddox conocía a mi hermano.
—Dios, sois una panda de cotillas... —Me reí, y eso me hizo pensar en
lo raro que era que no estuvieran todos ya murmurando acerca de King.
Y de mí.
—Me gusta estar al día de las vidas de mis chicos —se defendió él con
una sonrisa—. ¿Te vas a quedar a dormir?
Fruncí el ceño.
—No. ¿Por qué lo preguntas?
Ya ni siquiera solía quedarme en las noches de fiesta. Despertar en mi
cama era mucho mejor que hacerlo rodeado de un montón de tipos
inconscientes y resacosos en una casa repleta de vasos de plástico, botellas
vacías y pilas de basura; la limpieza era cosa de los novatos, yo ya había
pasado por eso y no estaba interesado en repetir.
Se encogió de hombros y luego, tras levantarse de nuevo, me guiñó un
ojo.
—Soy el jefe, ¿recuerdas? Yo lo sé todo.
Dios, hablaba de King, ¿no? Por muy bocazas que fuera Cooper a veces,
no creía que le hubiera hablado del numerito que había montado dos días
antes. En cuanto a Grayson, no era un hermano, aunque conocía a Maddox.
Y aunque a veces soltaba cosas sin pensar, tampoco lo veía en ese plan.
Además, pasaba más tiempo en la playa entrenando que en el mismo
campus.
—Puedes quedarte si quieres. Ya sabes que hay varias habitaciones
libres, pero...
—Pero ¿qué?
—Nunca me has parecido de los que huyen, Donovan. No empieces
ahora.
Bien, genial. Lo sabía. ¿Quién más estaría al tanto de que estaba
evitando a King? ¿Alguien del equipo habría comentado nuestro
comportamiento patético de esa tarde? En serio, aquellos tipos necesitaban
una vida de la que preocuparse.
Y probablemente yo necesitaba enfrentarme de una vez por todas a lo
que fuera que me esperaba en casa.
«Bien, allá vamos.»
Me pareció probable que King hubiera estado esperando detrás de la
puerta de entrada, porque, en cuanto crucé el umbral, me di de bruces con
él. Mis manos acabaron sobre su pecho y su aroma me envolvió de tal modo
que durante un momento todo lo que pude hacer fue respirarlo como un
yonqui que estuviera atravesando el mono más jodido de su vida. Inhalé sin
control hasta que mis pulmones se saturaron de ese aroma rico y perverso
tan suyo. Era injusto que el tipo oliese a puro pecado, y aún más que sus
músculos se sintiesen tan bien bajo las palmas de mis manos.
En cuanto reaccioné, me eché hacia atrás y lo fulminé con la mirada. Lo
rodeé para ir arriba. Seguía sudado del entrenamiento; sumadle a eso el
viaje de tres horas en coche desde casa de mis padres y seguro que de
ninguna manera yo olía tan bien como él.
Ni siquiera llegué a alcanzar la parte baja de la escalera. Los dedos
largos y elegantes de King se cerraron con firmeza en torno a mi muñeca
para detenerme.
Di un tirón brusco y me solté.
—Ni se te ocurra volver a tocarme —siseé, a pesar del agradable
cosquilleo que se apropió de mi brazo y del calor que afloró en mi piel.
No era que no lo desease; anhelaba su toque. Demasiado. Y me daba
miedo lo poco que tardaría en ceder si le permitía acercarse a mí. Pero
supongo que eso él no lo sabía. En sus ojos destelló algo muy similar al
dolor, lo cual no me ayudó en nada a permanecer firme.
Maldito King.
—Deja que me explique, Trey.
—No quiero saberlo —repliqué retrocediendo con las manos en alto
hacia la escalera. Luego me forcé a encogerme de hombros con una
despreocupación que estaba muy lejos de sentir de verdad—. Follamos y ya
está, King. No creas que esto ha sido nada más. No seas tan ingenuo.
Su mirada se llenó otra vez de ese brillo dolorido y juro que se encogió
un poco, lo cual era casi imposible porque Axel King siempre ocupaba todo
el espacio disponible en cualquier estancia en la que entrase.
Durante un instante estuve a punto de desdecirme. Pero presioné y
presioné en mi interior los sentimientos que trataban de llegar a la
superficie. El recuerdo de sus besos. La solidez de sus caricias. El modo en
que se había hecho dueño y señor de mi cuerpo y mis emociones.
Lo ahogué todo en un montón de resentimiento furioso y no dejé escapar
ninguna expresión que pudiera traicionarme.
Joder, estaba muy muy herido. Más incluso de lo que había creído en un
principio.
Él se pasó la mano por la cara. Luego se la llevó al pelo y bajó la vista,
rehuyendo mis ojos. Bien, supongo que eso me daba la razón. Ni siquiera
era capaz de sostenerme la mirada.
—Enhorabuena por lo de los Rams —añadí, y, como el capullo dolido en
el que me había convertido, le lancé un último golpe—: Y dile a tu novio
que no se preocupe. No estoy interesado en ti.
King levantó la cabeza con un movimiento tan brusco que tuvo que
hacerse daño en el cuello.
—Levy no es mi novio.
Me forcé a subir la escalera antes de que comenzara a creerme más de
sus mentiras. La tentación era grande, no iba a negarlo.
—Pues me parece que él no lo sabe —le dije a medio camino ya de la
planta superior—. ¿Sabes? Casi puedo ver un patrón en tus relaciones. Al
parecer, ninguno de los dos sabíamos una mierda.
«Hijo de puta», pensé para mí, pero el insulto no era para King, tampoco
para su maldito novio secreto.
No, era yo quien me sentía como un cabrón. Yo no era así. Nunca lo
había sido.
De todos modos, no retrocedí. No me disculpé. Y tampoco me atreví
siquiera a mirarlo. Continué subiendo escalones, un pie delante del otro,
casi por inercia. Convencido de que estaba haciendo lo correcto.
Joder, no tenía ni puta idea.
Axel

Trey había dejado muy claro que no quería saber nada de mí, lo cual había
sido un duro y doloroso golpe. Uno muy grande que no había esperado. O
sí. Pero que no encontraba manera de soportar. Los siguientes días fueron...
Bueno, apestaron. No había mejor manera de resumirlo. Intenté hacerlo lo
mejor posible para que la hostilidad de su trato no afectara a mi desempeño
en los entrenamientos y el resto de nuestros compañeros no tuviera que
lidiar con el malestar de los entrenadores.
No supe si lo conseguí del todo, aunque he de decir que Trey parecía
estar esforzándose también por el bien común del equipo. En casa, la
historia era muy diferente. Me ignoraba, pasaba mucho tiempo encerrado en
su dormitorio o simplemente se largaba a la casa de la fraternidad, la
biblioteca o solo Dios sabe dónde para no tener que verme.
Cooper y Grayson se quedaron varados en medio. No les envidiaba el
lugar, la verdad. Incluso cuando yo sabía que Cop apoyaba a muerte a su
mejor amigo, se mantuvo más o menos al margen y no alteró el
comportamiento que tenía hacia mí; fue una suerte, porque la mierda
parecía venirme de todos lados en esos días.
Acumulaba varios correos de Foster y llamadas de mi padre sin
contestar, y sabía que no podía retrasarlo mucho más. También había
recibido unas cuantas llamadas de un número desconocido que podía
imaginar a quién pertenecía, pero al que tenía claro que sí que no
contestaría. Nunca.
Para colmo, estaba hasta arriba de trabajos de clase y Maddox se había
empeñado en que todos colaborásemos con la preparación de Halloween; al
final, había logrado convencer de alguna forma al decano Davis de que
éramos lo suficientemente responsables como para tener derecho a celebrar
más fiestas.
Otro pobre al que le iban a caer hostias más temprano que tarde. No
había manera de que una festividad como Halloween terminara sin alguna
escenita, disturbio o incluso con media hermandad borracha y corriendo por
el campus vestidos tan solo con una máscara o algún lamentable
espectáculo similar. Si el decano hubiera sido listo, le habría prohibido a
Maddox cualquier cosa que supusiera tener alcohol y hermanos en una
misma estancia. Pero a saber en qué estaba pensando ese tipo.
Así que, para cuando la semana llegó y pasó, y el martes previo a
Halloween se nos echó encima, todo lo que sabía de Trey era que su
hermano vendría a pasar unos días. Y que me odiaba, eso también había
quedado bien claro.
Las cosas no pintaban bien para mí. Había dejado de intentar hablar con
él o darle cualquier tipo de explicación. Era terco como él solo, había que
reconocérselo. Y yo estaba que me subía por las paredes.
Siempre que Trey entraba en la cocina o en el salón y yo estaba allí, mis
nervios se iluminaban como un árbol de Navidad. Ese hecho continuaba
sorprendiéndome y pillándome desprevenido por muchas veces que
ocurriera. Y se volvía peor según los días avanzaban.
Estaba desesperado. Y jodido. Como no lo había estado nunca antes.
Sentado en el sillón, continué mirando la pantalla de mi móvil. Tenía un
e-mail de Foster abierto y llevaba alrededor de veinte minutos leyéndolo y
releyéndolo, y aún no sabía qué contestar.
Cuando oí la puerta principal abrirse, me incliné hacia atrás para
contemplar cómo una versión más pequeña y algo más joven de Trey
irrumpía en la casa. Miró alrededor y enseguida me descubrió allí sentado.
Por algún motivo estúpido, me puse en pie mientras él avanzaba hacia mí
dando saltitos con un entusiasmo que resultó encantador, incluso logró
hacerme sonreír un poco.
—Hola —me saludó alegremente.
—Hola.
—Tú debes de ser King —dijo dándome un nada disimulado y
concienzudo repaso de pies a cabeza.
Caleb Donovan estaba rodeado de ese mismo halo de energía radiante
que tanto me había atraído de Trey desde el principio y tenía una sonrisa
igual de reconfortante, aunque no era como si hubiera visto mucho la de su
hermano últimamente.
—Axel —lo corregí, y estreché la mano que me tendía—. Y tú debes de
ser Caleb, el hermano de Trey. Os parecéis mucho.
No me había pasado por alto el hecho de que, las pocas veces que se veía
obligado a dirigirse a mí, Trey había empezado a llamarme de nuevo por mi
apellido. Pero no quería que fuera la norma también para su familia. Daba
igual que eso ya no significase nada.
—Estaba deseando conocer al tipo que ha conseguido que mi hermano
se replantee su sexualidad —soltó a bocajarro, sin ningún tipo de
vergüenza.
Una estúpida sonrisa se extendió por mi cara. Era directo y eso me
gustaba; antes de que yo me hubiera hundido en mi propia mierda, habría
dicho algo similar. Decidí ser... comedido con él, a pesar de que me
emocionó un poco la idea de que Trey le hubiera hablado de mí.
Seguro que no le había dicho nada bueno.
—Yo no diría tanto. En realidad, creo tu hermano me odia.
Eché un vistazo por encima de su hombro en dirección a la entrada,
esperando ver a Trey aparecer en cualquier momento. No podía estar muy
lejos. Sabía que había sido él quien había ido a buscar a Caleb.
—Tal vez lo hace. Un poco. No eres su persona favorita en el mundo
ahora mismo. No habéis hablado aún, ¿verdad? —Hizo una mueca, como si
no estuviera de acuerdo con su hermano en eso, y me pregunté cuánto
sabría. No parecía que él me odiase. Su expresión varió un momento
después y se tornó mucho más juguetona—. Bueno, piénsalo un poco, Axel,
odiamos a las personas que nos hacen daño solo cuando de verdad nos
importan. Así que...
Capté de inmediato lo que estaba sugiriendo.
Me gustaba cada vez más aquel tío. Igual incluso podría encontrar en él a
un aliado inesperado que me echase una mano con Trey.
Pero lo que había dicho me hizo pensar en Levy y en el rencor que le
guardaba. Estaba muy seguro de que los sentimientos que había albergado
por él alguna vez apenas eran un pálido reflejo de lo que sentía por Trey,
pero la verdad era que puede que aún odiara un poco a Levy. Solo que, más
que porque hubiera estado enamorado de él, porque había sido la única
persona con la que había creído poder contar en un momento muy delicado
de mi vida. Cuando había dado un paso adelante para exponer mi
sexualidad al mundo, había estado realmente aterrado. Había sentido tanto
miedo a ser rechazado, a quedarme solo...; resultaba irónico que, de todas
formas, hubiera estado igual de solo antes de hacerlo, pero no había sido
consciente de ello.
—Un consejo —añadió Caleb ante mi silencio—. Si tienes algún plan
maestro, más vale que redobles tus esfuerzos. Mi hermano es
particularmente terco cuando se le mete algo en la cabeza.
—Me he dado cuenta.
—Y creo que ahora está empeñado en permanecer lejos de tu camino.
Venga, pregúntame por qué.
No tuve oportunidad de hacerlo. Alguien se aclaró la garganta y me
encontré a Trey en la entrada, con los brazos cruzados sobre el pecho y una
actitud claramente a la defensiva. Nuestras miradas se cruzaron y el aire de
la habitación pareció desaparecer durante un puñado de segundos. Dios, era
precioso. Incluso cuando se mostraba tan serio y distante.
Jodidamente precioso.
Y aún había calor en sus ojos cuando me miraba, por mucho que tratara
de esconderlo tras los muros que había erigido a causa de mi supuesta
traición.
—He preparado pasta al pesto. Por si os apetece comer algo antes de la
fiesta —le dije, para no quedarme callado.
Esa era otra novedad. En los últimos días me había dedicado a cocinar
para todos. Había dejado un tarro vacío con una nota en la encimera para
que los demás aportaran su parte, y ahora, por fin, teníamos comida en los
armarios. Yo mismo hacía la compra. Tal vez fuera mi modo de
disculparme, el único que había encontrado.
—Cocinar te da puntos extras —murmuró Caleb por un lado de la boca,
inclinándose en mi dirección, aunque no estaba seguro de que Trey no lo
estuviese escuchando.
Reprimí la sonrisa que amenazaba con asomar a mis labios; no creía que
Trey la agradeciera. Pero definitivamente Caleb me caía bien. Muy bien.
—Saldremos a comer algo por ahí —replicó Trey.
Bien, supongo que era de esperar.
Caleb echó a andar de vuelta a la entrada, pero lo oí resoplar.
—Me gusta la pasta al pesto.
—No, no te gusta.
—Claro que me gusta —insistió Caleb.
Trey recogió del suelo el bolso con las cosas de su hermano y ambos
giraron hacia la escalera. Pero Caleb se detuvo un momento.
—Irás a la fiesta, ¿verdad? —me preguntó. Asentí. Ellos irían, así que yo
iba a estar allí también, y no porque mi ánimo fuera especialmente festivo
—. Bien, y ¿de qué vas a disfrazarte?
La cabeza de Trey se ladeó ligeramente, como si tratara de escuchar mi
respuesta a pesar de que ya había empezado a subir la escalera.
Desde mis primeros y torpes intentos de hablar con él, no había vuelto a
insistir. No quería convertirme para Trey en lo que mi ex era para mí. No
quería ser ese tío que no sabe cuándo parar. Pero, allí plantado, me di cuenta
de que mantenerme alejado de él nunca había parecido funcionar para
nosotros. Después de todo, yo había insistido y presionado desde el
principio. Había luchado hasta derribarlo y, joder, sabía que Trey había
disfrutado cayendo conmigo.
Pensé en el calor parpadeante que había visto un instante antes en sus
preciosos ojos verdes. En lo que había sugerido Caleb acerca de redoblar
los esfuerzos...
A lo mejor lo estaba haciendo todo mal de nuevo. ¿Era eso lo que había
intentado decirme Caleb? Tal vez Trey solo necesitaba que yo siguiera
esforzándome por llegar hasta él. Al menos, se merecía una explicación. No
importaba que todo fuera fruto de un malentendido; él creía que yo lo había
engañado.
—Es una sorpresa —respondí por fin.
Caleb me devolvió la sonrisa y fue tras los pasos de su hermano.
Saqué el teléfono y llamé a Cop en cuanto oí una puerta cerrarse en el
piso superior.
—Necesito un favor. ¿Sabes de qué va a ir disfrazado Trey a la fiesta? —
solté en cuanto contestó.
Me llevó un rato convencer a Cooper de que no estaba planeando nada
para atormentar a su mejor amigo, o al menos no en el mal sentido, pero al
final me dio lo que buscaba. Colgué y me puse a redactar la respuesta para
Foster casi de inmediato. Una vez que le envié un mensaje escueto en el que
concluía asegurándole que nos veríamos el jueves, cogí la cartera y las
llaves del coche. Caleb y Trey bajaban ya de vuelta a la planta baja, supuse
que para salir a cenar antes de prepararse para la fiesta.
—Comeos la pasta —solté sin pensar, en uno de mis arrebatos
autoritarios. Y luego me largué sin esperar una contestación.
Tenía algo que hacer.
Trey Donovan iba a escucharme. No pensaba dejar de pelear al menos
hasta que me concediera una oportunidad para explicarme. Y si tenía que
darle una buena y generosa dosis de Axel King para ello, que así fuera.
Fue la primera vez que me sentí yo mismo en días.
Trey

—¿Qué te dijo?
—Nada relevante —replicó mi hermano por enésima vez, aunque su
expresión decía otra cosa.
Al llegar a casa, Caleb se había hecho con mi juego de llaves y había
salido volando del coche antes siquiera de que lo detuviese del todo.
Durante el viaje me había preguntado por King, y no parecía demasiado
satisfecho con mi idea de mantenerme lo más lejos posible de él, más que
nada porque decía que yo parecía... miserable. Triste y apagado.
Amargado.
No quise discutir con él al respecto, no era como si tuviera muchas más
opciones. Dudaba demasiado de mí mismo y de mi capacidad de resistencia
cuando se trataba de King como para hacer otra cosa que no fuera alejarme
de él.
Y lo peor era que cada vez me resultaba más difícil ignorarlo.
No era justo que, en lugar de desvanecerse, mi atracción por él pareciera
crecer día a día. Empezaba a lamentar no haberle dado ninguna
oportunidad. Lo echaba de menos tanto que dolía. No solo el sexo, aunque
no negaré que resultaba una parte difícil, más aún cuando mi cuerpo parecía
ajeno ahora tanto a las chicas como a cualquier tío que no fuese él.
Pero también echaba de menos los ratos de charla en el coche de camino
al entrenamiento; encontrármelo a media mañana entre clases y
escondernos en un rincón solo para robarnos unos cuantos besos
apresurados; las veces que habíamos acabado buscando algún lugar en el
que comer porque seguíamos sin ir a hacer la compra; ver una película sin
verla en absoluto, demasiado interesados en lo que el otro estaba contando o
en quitarnos la ropa para acabar hechos un lío de brazos y piernas; incluso
llegar a casa muertos de agotamiento tras un entrenamiento y tener que
esperar a que Gray y Cooper se fueran a sus habitaciones para
derrumbarnos juntos en la cama. Echaba de menos despertarme y
encontrarlo a mi lado, aunque tuviera que salir de puntillas de su dormitorio
para volver al mío. Sus dedos en mi nuca. Los besos suaves y breves. Las
sonrisas cómplices a través de la habitación. Las miradas oscuras que me
aceleraban el pulso.
Y, sobre todo, echaba de menos el modo en que me presionaba, por muy
raro que pareciese, cómo me provocaba en todos los aspectos, incluso en el
campo, y me obligaba a sacar lo mejor de mí mismo.
Lo vivo que me hacía sentir.
En el fondo, quería que King me explicase por qué me había ocultado
que ya había alguien en su vida. Lo necesitaba.
Al menos no había aparecido por casa con ese tipo colgado del brazo ni
tampoco lo había visto en el campus con él. No era que yo estuviera
pendiente de lo que hacía King.
Para nada.
Nop.
Por eso no tenía ni idea de que, tras más de una hora en aquella fiesta,
aún no había ni rastro de él. Claro que sí, muy lógico todo. Llamadlo
«autoengaño».
Me pregunté si al final había decidido no ir, y luego me pregunté por qué
me estaba preguntando eso si no debería importarme en absoluto.
«Maldita sea.»
Caleb me lanzó una mirada maliciosa después de darle un sorbo a su
botella de agua. Me había dicho que no iba a beber, algo que de todas
formas no debería haber hecho porque no tenía edad legal para ello. Aún
estaba tomando un tratamiento para la ansiedad, y el alcohol y las pastillas
no eran una buena combinación. Me alegré de que se mostrara responsable
en ese aspecto, porque no estaba seguro de que yo tuviera la cabeza lo
suficientemente en su sitio como para recordarlo.
—No me extraña que te lo hayas tirado. Es incluso demasiado sexy para
ti.
—¡Eh, ¿qué demonios?! —protesté después de darle un largo trago a mi
cerveza—. ¿Qué se supone que significa eso?
Cooper apareció en ese momento dando botes entre la gente. Traté de no
reírme al descubrir lo que llevaba puesto. Mientras que yo iba disfrazado de
Luke Skywalker —espada láser incluida, por supuesto—, Caleb había
optado por convertirse en un apuesto Han Solo y lucía parte del pecho al
aire y la misma sonrisa canalla que había hecho famoso a Harrison Ford. En
cambio, mi mejor amigo era un hada. Una puñetera hada del bosque.
Llevaba unas alas a la espalda a las que les daba un par de horas de vida a
lo sumo y se había echado medio kilo de purpurina por encima. Alrededor
de las caderas, una tela vaporosa y casi transparente no hacía nada por
ocultar unos atributos muy pocos propios de una criatura tan... etérea.
—Por Dios, Cop, creo que acabo de quedarme ciego —me reí.
Giró sobre sí mismo en un estúpido baile y luego me estampó en la
cabeza la varita que llevaba en la mano. Para mí que había empezado a
beber incluso antes de ponerse el disfraz. Jude Hall apareció tras él vestido
de Príncipe Encantador, lo cual supuso una sorpresa porque la tradición era
que los novatos siempre eran bufones.
A nuestra llegada también había visto a dos de mis compañeros de
equipo, Chad y Jules, caracterizados como las gemelas de El resplandor, lo
cual había resultado perturbador en más de un sentido, y a Maddox como
Jack Torrance, el protagonista de la misma película.
Y, sí, el tipo llevaba incluso un hacha.
Esperaba que fuera de atrezo, porque lo último que necesitábamos era
que alguien acabase en Urgencias esa noche y darle un nuevo motivo al
decano para arremeter contra nosotros.
—¿Dónde está Grayson? —le pregunté a mi mejor amigo.
—Ni siquiera sé de qué va. No lo he visto aún.
«Ni yo a King», pero eso me lo callé.
A pocos pasos de nosotros descubrí a Mare junto con un grupo de chicas.
Me dedicó un entusiasta saludo con la mano y creí que iba a acercarse, pero
luego una de sus amigas le dijo algo y se llevó su atención a otro lado.
Gracias a Dios.
Había un montón de chicas de fraternidades hermanas de la nuestra y ya
habían sido varias las que se habían acercado a coquetear tanto conmigo
como con Caleb. Las caras nuevas solían despertar interés y, además, mi
hermano siempre atraía la atención, solo que ahora yo sabía que no era de la
que él buscaba. Le había presentado a algunos de mis hermanos y otros
pocos compañeros de equipo, pero a su pregunta de si alguno era gay, no
tuve ni idea de qué responder.
Dudaba que King fuera el único. Creo que los había visto a todos en uno
u otro momento liándose con alguna tía, pero... Bueno, miradme a mí;
estaba claro que eso no era para nada vinculante.
A medida que avanzaba la fiesta, las cosas se fueron calentando cada vez
más. Había muchísima gente, música, alcohol en abundancia y disfraces de
lo más esperpénticos, aunque otros eran realmente alucinantes. Caleb,
Cooper y yo repusimos nuestras bebidas y nos fuimos a bailar al gran salón
de la casa, normalmente destinado a las reuniones, que habíamos despejado
de muebles el día anterior entre todos.
Cuando por fin Grayson apareció, lo hizo con solo un bañador Speedo,
uno de esos gorros de los que se usan en la piscina y sus eternas chanclas de
playa. Por Dios, creo que a mi hermanito se le salieron los ojos de las
órbitas en cuanto lo vio.
Caleb y él no habían llegado a coincidir antes, y mi hermano murmuró
algo acerca del destino, supuse que porque practicaba natación y el disfraz
de Gray era el uniforme habitual que él empleaba cuando estaba en la
piscina. Mi compañero de piso no creo que se enterase de que se lo estaba
follando con la mirada —sinceramente, yo también habría preferido vivir en
la ignorancia—, lo único que dijo Grayson fue que iba disfrazado de los
omnipresentes chicos de waterpolo.
Otros que me imaginé que también estarían por allí en algún sitio.
—Ay, madre —exclamó Caleb cuando logró arrancar los ojos del pecho
de Grayson y dejar de babear por él—. Creo que alguien te está lanzando un
desafío.
Me cogió de los hombros y me hizo girar sobre mí mismo. Al otro lado
de la sala, un tipo disfrazado de Darth Vader agitó su espada láser en mi
dirección. Entrecerré los ojos ante lo familiar que me resultó la figura.
Aunque con el casco no había manera de saber de quién se trataba,
sospeché de inmediato.
Cuando la gente comenzó a hacerse a un lado para dejarlo pasar, supe
que solo había una persona capaz de despejarse el camino en una sala
repleta de universitarios borrachos sin mover un solo dedo: King.
Me obligué a no sonreír, a pesar de que estaba ridículo.
No, eso no era verdad. El disfraz no era una de esas mierdas cutres, sino
algo totalmente creíble que parecía sacado directamente de un set de rodaje,
y le quedaba demasiado bien incluso con ese casco enorme sobre la cabeza.
Saber que él estaba debajo resultaba aún más... excitante.
Claro que, en la ficción, era mi padre, lo cual resultaba un poco
espeluznante también. Pero entendí de qué iba todo aquello cuando mi
hermano canturreó:
—Alguien quiere llevarte al lado oscuro...
No tenía duda de que, si había alguien capaz de arrastrarme a cualquier
lugar, oscuro o no, era el maldito Axel King.
—¿Se lo dijiste tú? Alguien ha tenido que chivarle que vendría
disfrazado de Luke.
Caleb negó, pero Cooper, que seguía en su línea de ir por ahí dando
saltitos como una cría de seis años a tope de azúcar —solo que en su caso
era más bien cerveza de barril—, empezó a retroceder disimuladamente con
expresión culpable.
—Traidor —vocalicé sin sonido, pero Cooper se limitó a encogerse de
hombros.
Mi mejor amigo no era el mayor defensor de King, es más, se había
enfurecido y lo había puesto a parir cuando le conté el porqué de mi huida a
casa de mis padres, así que no comprendía a qué venía aquella encerrona.
King se detuvo a varios metros de mí y me apuntó con la espada. No
sabía si reírme o maldecir sus retorcidas ideas. Oí a varias personas
murmurando sobre su identidad y comprendí que nadie, salvo Cooper,
Caleb y yo, debía de saber que bajo el disfraz se encontraba el deseado
quarterback de nuestro equipo.
Le aparté la espada con un golpe de la mía y me volví de espaldas a él.
No iba a entrar en el juego.
No más juegos con King.
—No te muevas de aquí. Voy a por otra cerveza —le dije a Caleb.
Me puso los ojos en blanco y murmuró un «aguafiestas», pero me dejó
marchar. No me di cuenta de que estaba cometiendo un error. Cuando
quería, King no era de los que se rendían, y darle la espalda era una muy
mala idea.
Pésima.
Al menos si querías conservar la cordura y el corazón intactos.
El lado oscuro de la fuerza me siguió de camino a la enorme cocina de la
fraternidad, a la cual no llegué nunca porque en mitad del pasillo que
llevaba hasta ella me vi empujado a través de una de las otras puertas.
Luego, antes de que pudiera reaccionar, me hicieron una llave o alguna
mierda similar y terminé con la mejilla contra la pared de un cuartito de
escobas y el puto Darth Vader empujando todo su cuerpo duro contra mi
espalda.
Sinceramente, nunca creí que fuera a ser el clásico tío que terminaba
excitado por el villano de la historia.
—No soy tu padre —soltó, aprovechándose de que contaba con ese tono
ronco y grave que solía ponerme tan cachondo. Me mordí el labio para
ahogar una carcajada. Incluso cuando se comportaba como un idiota, King
no hacía nada a medias—. Así que tienes dos opciones, chico de oro. O te
bajas los pantalones o... escuchas lo que tengo que decirte.
—Vete a la mierda, King —repliqué en un intento de oponer algo de
resistencia. No era nada fácil cuando su espada láser se me estaba clavando
en la cadera, y no me refería a la del disfraz.
—Bien, al menos ahora me estás hablando. Y si te lo estás preguntando,
quiero que elijas la segunda opción, por mucho que esté deseando abrirte de
piernas y clavarte a la pared.
Presionó un poco más mientras me mantenía uno de los brazos contra la
espalda y con su otra mano agarraba la mía para evitar que pudiera moverla.
Para mi vergüenza, empujé el culo como respuesta a su provocación,
tratando de alcanzar sus caderas. Me convencí de que solo era la reacción
de mi cuerpo a... él. Su olor, su voz, que me tocase de nuevo y me estuviera
provocando como había hecho esas primeras veces en las que yo fingía
odiarlo; era tarde para negar que King despertaba mi necesidad como nadie
más lo hacía. A mi polla claramente le daba igual que fuera un jodido
mentiroso.
Pero a mí no.
—No quiero tus explicaciones.
Vale, ahora yo también mentía.
Sí que las quería, joder. Quería que me dijera que me estaba
equivocando, que lo que había oído era una mentira o solo una media
verdad con una razón de ser. Una razón muy buena, ya que estábamos
pidiendo imposibles.
En realidad, quería rendirme y escucharlo, pero no sabía cómo hacerlo.
Mierda, Cop tenía razón sobre mí. Era terco hasta la estupidez.
—Entonces, ¿quieres mi polla? —me preguntó susurrando las palabras
en mi oído. La piel de la nuca se me erizó y un escalofrío me recorrió la
espalda—. ¿Es eso, chico de oro? ¿Quieres que te baje los pantalones?
¿Que te lama ese dulce y apretado agujero hasta que empieces a suplicar?
Acallé el gemido que me provocó la imagen que se desencadenó en mi
mente.
King me soltó la mano y llevó la suya hasta la cinturilla elástica de mis
pantalones. Cuando pensé que la colaría bajo ella para hacer exactamente lo
que había dicho, y que yo le dejaría hacerlo, la bajó un poco más y presionó
mi erección con la palma a través de la tela. El toque fue demasiado e
insuficiente, todo a la vez. Y me volvió loco.
También terminó demasiado rápido.
—Porque, si eso es lo que quieres, ¿sabes qué? No voy a dártelo hasta
que me escuches. No te lo daré hasta que sepas toda la verdad. Tú eliges,
chico de oro.
Axel

Había planeado un ataque no tan directo para acercarme a Trey. Quizá


incluso rondarlo un poco antes de hacerle saber que era yo. Pero Caleb, de
algún modo, había sabido quién estaba bajo el casco en cuanto me había
visto al otro lado de la sala. Y Trey tampoco parecía haber tenido ninguna
duda al respecto.
Así que, visto que había intentado largarse e ignorarme otra vez, supuse
que esto tampoco era una mala opción. Claro que la situación me estaba
aturdiendo casi tanto como yo planeaba hacerlo con él. No había contado
con que el tirón que Trey ya ejercía sobre mí, sin tener que hacer
absolutamente nada que no fuera existir, aumentaría de forma exponencial
cuando lo estuviera tocando de nuevo.
Era una tortura. Y el puto casco no ayudaba una mierda.
Dios, me moría de ganas de besarlo. Solo eso. Un beso. Llevaba
demasiado tiempo sin poder saborearlo y... lo echaba de menos a un nivel
en el que ya ni siquiera me iba a molestar en pensar.
Me arranqué el casco y lo lancé a un lado, pero no traté de hacer ningún
otro movimiento que me llevase más cerca de su boca. Trey necesitaba oír
lo que tenía que decirle y, desde luego, yo no iba a poder explicarle nada
con la lengua hundida en su garganta.
Me limité a dejar caer un roce de labios sobre su nuca y luego apoyé la
frente en el mismo lugar. Trey se estremeció al percibir el gesto. Todo su
cuerpo se aflojó, así que solté su brazo y moví los míos hasta colocarlos en
la pared a ambos lados de su cuerpo.
Suspiré.
—Deja que te lo explique, Trey. Por favor...
No recordaba haber suplicado antes por nadie, ni siquiera estando con
Levy. Ni siquiera cuando me encontré tan vulnerable después de hacer
público que era gay y creí que ninguno de mis compañeros de equipo me
miraría igual.
Supongo que era un digno hijo de mi padre y no solo había heredado de
él su arrogancia o la forma de exigir ciertas cosas. O tal vez solo se trataba
de que nunca había deseado la atención y el perdón de alguien con tanta
intensidad como lo hacía con Trey.
Cuando él no contestó, me dije que esa era toda la oportunidad que
necesitaba.
—El chico que trajo mi padre, Levy —aclaré, aunque incluso decir su
nombre hacía que la amargura me cubriera la lengua—, no es mi novio. Ni
siquiera estoy seguro de que lo fuera alguna vez.
Nunca habíamos definido los parámetros de nuestra relación. Incluso
cuando planeamos nuestra salida conjunta del armario, Levy seguía
llamándonos «amigos». Yo siempre había creído que era porque le daba
miedo admitir que éramos algo más mientras tuviésemos que escondernos;
había supuesto que eso cambiaría cuando por fin no tuviésemos que
hacerlo.
De todas formas, eso ni siquiera era lo realmente importante ahora.
—No lo he visto desde hace casi un año —proseguí, con la frente aún
apoyada contra su nuca, respirándolo. Sintiéndolo con todo el cuerpo de una
manera que me hacía desear envolverlo con los brazos y no dejarlo ir jamás
—. Te aseguro que ya no hay nada entre nosotros. Y tampoco lo va a haber.
—Lo oí, King —murmuró Trey. No podía verle la cara, pero estaba
seguro de que había cerrado los ojos y hablaba entre dientes. Casi... dolido
—. Oí lo que tu padre dijo y también lo que dijo tu agente. Olson & Faulk
te quiere controlado, y no deja de ser tu mejor oportunidad para llegar a la
NFL. Por Dios, era el puto Jeremy Foster el que estaba en nuestra puerta, y
ya sabes cómo son las cosas en la liga profesional. Tu vida será un
espectáculo, dentro y fuera del campo...
Lo agarré de los hombros y lo hice girar, pero no le di margen para
escabullirse de entre mis brazos. Su sonrisa de chico de oro estaba ausente y
había arrugas de tensión por todo su rostro. Y en todo en lo que yo podía
pensar era en hacerlas desaparecer a base de toques suaves con las yemas de
los dedos. Quería que sonriese de nuevo. Quería sus hoyuelos de vuelta.
—No me importa lo que mi padre quiera. Para empezar, no debería
inmiscuirse en mis asuntos. Y respecto a Jeremy..., puedo trabajar en eso.
Joder, no tengo que firmar con ellos y, desde luego, no necesito que nadie
me haga de proxeneta para asegurarse de dónde o con quién me acuesto.
Trey me miró a los ojos. Últimamente procuraba no hacerlo demasiado,
así que casi había olvidado lo que le hacía a mi cuerpo tener su mirada
sobre mí. Lo precioso que era el tono verde de sus iris. Lo jodidamente
hermoso que era su rostro. Todo él.
Mierda, no podía dejar de mirar.
—Solo te quiero a ti en mi cama, chico de oro. —Me aseguré de no
llamarlo por su nombre en ese momento, quizá por miedo a terminar
confesando también que, después de todo, ya lo tenía en mi corazón—. Así
que, si no vas a ser tú, prefiero que no haya nadie.
Recorrió mi rostro con una ansiedad que yo conocía de sobra.
Hambriento pero también indeciso. Luchando consigo mismo, con sus
deseos y sus miedos. Oí incluso cómo tragaba con fuerza.
—Tengo que volver a la fiesta. Mi hermano...
Asentí, un poco decepcionado, pero consciente de que no podía obligarlo
a nada. Que presionarlo no era lo adecuado ahora que ya me había
escuchado.
—Te contaré toda la historia con Levy —dije en un último intento
desesperado de conseguir más de él. Una respuesta distinta. Algo a lo que
aferrarme.
No quería recordar lo sucedido con Levy. Cómo había bailado al son de
un tipo al que, en realidad, yo no le importaba en absoluto, y cómo me
había prometido no volver a hacerlo jamás.
Y ahora estaba allí..., rogando por Trey. Y dispuesto a contárselo todo si
eso era lo que necesitaba para no terminar con lo nuestro.
Durante un instante ninguno de los dos se movió. Yo no estaba seguro de
reunir la fuerza necesaria para apartarme de él, y me dio la sensación de que
Trey quería decir algo más. Así que esperé.
Y, mientras lo hacía, disfruté lo indecible de su cercanía aunque solo
fuera por unos segundos más.
—¿No has firmado aún con Olson & Faulk?
—No. No quería tomar una decisión todavía sobre eso. Tienen sus
propias condiciones al respecto.
Él asintió, como si supiera exactamente los términos que la agencia me
había exigido cumplir para representarme. Luego se agachó para pasar bajo
mi brazo y rodeó el pomo de la puerta con la mano. Antes de que la abriera,
volví a sujetarlo por la muñeca. Ladeó la cabeza y me bebí con renovada
desesperación cada línea de su rostro.
Quería decirle algo más. Cualquier cosa que lo retuviera allí. Como si
estar en el interior del maldito cuarto de las escobas fuera a mantenernos de
algún modo a salvo del exterior, lo cual resultaba una auténtica ironía
teniendo en cuenta que yo ya había salido del armario.
Pero fue él quien habló.
—La noche de la fiesta después del partido con UCLA, cuando llegamos
aquí, quise decirles a todos que estábamos juntos —susurró muy bajito, casi
avergonzado, y esbozó una media sonrisa despectiva, como si eso lo hiciera
sentir mal consigo mismo—. Quería gritar que eras mío, ¿sabes?
Agitó la cabeza de un lado a otro en una negativa que no era más que un
reproche hacia sí mismo.
—Y a la mañana siguiente pensaste que era de otro —repuse yo,
acercándome más a él.
Lo tomé de la barbilla y le hice levantar la vista. Sus labios se
entreabrieron. Su respiración se aceleró al tiempo que lo hacía también la
mía.
«Soy tuyo, Trey Donovan. Da igual si lo quieres como si no. No creo
que nunca haya sido tanto de nadie.»
Quise decir esas palabras una a una, hacerle saber que, por mucha
arrogancia que mostrara, por mucho que lo hubiera provocado y empujado
y hubiese tratado de controlar en todo momento las cosas entre nosotros, no
tenía el control en absoluto cuando se trataba de él.
—Axel...
Al oír cómo dejaba salir mi nombre en un suspiro tembloroso, tuve que
emplearme a fondo para no lanzarme sobre él y devorar su boca. En
cambio, uní mi frente a la suya y respiré su aliento. Le acaricié la mejilla
con el pulgar en un gesto tan íntimo que me puso la carne de gallina y envió
oleadas de un cosquilleo nervioso por todo mi cuerpo.
Hacía solo algo más de dos meses que conocía a Trey Donovan. Me
había sentido atraído por aquel hombre desde el momento en que había
puesto los ojos sobre él, pero nunca podría haber imaginado que me haría
caer con tanta fuerza ni tan rápido. No había esperado que despertara el
deseo de ser más. De serlo todo para él.
Yo también había deseado decirles a todos que Trey estaba conmigo esa
misma noche, y debería haber sabido que eso significaba mucho más que
alejar a chicas como la morena con curvas que había ido a por él. Tal vez se
hubiera tratado de un impulso posesivo e irracional, pero además había otra
sensación cálida y reconfortante empujando junto a los celos, la idea de que
todos supieran que el hombre magnífico que tenía ahora delante, el chico de
las sonrisas de oro y el pelo dorado, era alguien importante para mí.
Y que yo podría serlo también para él. Que deseaba serlo para Trey.
—Quiero besarte —dejé escapar con un tono ronco y necesitado casi
irreconocible.
Sediento. En parte salvaje y en parte cargado de la angustia nacida de
saber que tal vez no fuera igual para él. Aún temía que esto solo fuera un
experimento para Trey. O algo casual. Una forma de rascarse el picor, por
así decirlo. El campus estaba repleto de tíos que podían llamar su atención...
Acuné su rostro y me incliné sobre su boca.
—Quiero besarte, Trey —repetí, perdido en el calor que desprendían sus
ojos brillantes.
Y entonces él sonrió. Sonrió de verdad. Sus hoyuelos se revelaron por
fin y el corazón me dio un vuelco en el pecho al contemplar su precioso
rostro iluminado por esa dulce sonrisa.
—Si estás esperando que te ruegue por ello...
Ni siquiera lo dejé terminar. Era todo lo que necesitaba.
Lo besé y su sabor explotó sobre mi lengua de tal forma que me hizo
gemir. Rocé mi lengua contra la suya y dejamos que se enredaran la una en
torno a la otra, ya no peleando por el control, sino jugando con él.
Entregando y tomando por igual. Devorándonos envueltos en el sonido de
los suaves jadeos del otro.
La chaqueta de tela beige, gruesa y áspera que Trey llevaba se mantenía
en torno a su torso tan solo con un cinturón. Tiré de él y las solapas cayeron
a un lado, exponiendo un montón de piel dorada y músculos deliciosos.
Joder, quería lamerle el pecho de arriba abajo. Tocarlo. Morderlo.
—Tu cuerpo... —farfullé mientras bajaba hasta alcanzar uno de sus
pezones— es una puta locura.
Trey rio, pero, en cuanto me metí en la boca la dura protuberancia, su
risa se convirtió en un largo y necesitado gemido.
Nunca había sentido tanta admiración por el cuerpo de alguien. Tanta
reverencia. Joder, quería adorarlo hasta que comprendiera lo loco que me
volvía. Hasta que las caricias de mis manos y mi boca sobre su piel lo
volvieran loco también a él.
—No sé si... No deberíamos... Cualquiera podría... —tartamudeó, tan
excitado como yo.
Solté una carcajada.
—No creo que pueda parar. —Metí la mano entre nuestros cuerpos y la
llevé hasta su entrepierna. Trey escupió una maldición. Estaba duro y tan
listo como yo—. Y no creo que tú quieras que pare.
—No —fue cuanto acertó a decir.
Le di un apretón a su polla y sonreí.
—Entonces, déjame que te enseñe lo bien que puedo hacerte sentir, chico
de oro.
Trey

Aliviado. Así era como me sentía después de hablar con Axel. Creía en su
palabra, dijera eso lo que dijese de mí. A lo mejor era yo el ingenuo.
También estaba a punto de explotar.
Por mucho que lo hubiera intentado, no había olvidado lo intenso que era
siempre todo con él, aunque estaba claro que mis recuerdos no le hacían
ninguna justicia. Le bastaba un toque para despertar cada nervio, cada
músculo y cada hueso de mi cuerpo. Como si sus caricias cantaran una
dulce y excitante canción que me hiciera vibrar en sintonía con él y a la que
no pudiera resistirme por mucho que quisiera.
Cuando las cosas habían empezado a avanzar entre nosotros nunca se me
había ocurrido pensar que sería así. Que el buen sexo se convertiría en algo
más. Por Dios, ni siquiera había tenido una relación de verdad con una
chica. No era como si fuese alérgico al compromiso, pero tampoco tenía
prisa por salir en serio con nadie; menos aún en la universidad.
Y ahora no podía dejar de preguntarme qué demonios iba a pasar con
nosotros en el futuro. Qué haría Axel —sí, de nuevo era Axel. Mi Axel.
Mío. Mierda— con Olson & Faulk. Era una oportunidad demasiado buena
para desaprovecharla, aunque ni siquiera quería pensar en las condiciones
que Foster trataría de imponerle.
Axel se separó un poco de mí y buscó mi mirada.
—No debo de estar haciéndolo muy bien. Te oigo pensar desde aquí —
señaló, pero una sonrisita maliciosa comenzó a aflorar a sus labios y
luego...
Cayó de rodillas frente a mí.
—Mierda.
Mi mano voló hasta su cabeza y hundí los dedos entre los mechones de
pelo oscuro, mientras que las suyas fueron directas a la cintura de mi
pantalón. Me lo bajó sin contemplaciones hasta medio muslo, arrastrando el
bóxer al mismo tiempo y liberando mi erección, que saltó orgullosa y
encantada de tener toda su atención.
Pensé que perdería la cabeza cuando contemplé el modo en que se lamió
los labios.
—Siempre tan listo para mí, chico de oro.
—Voy a reventar en cuanto te la metas en la boca —me reí, porque no
había otra cosa que pudiera hacer.
Podía oír los ruidos de la fiesta a través de la puerta; gente que pasaba
por el pasillo, la música, risas, gritos cuando alguien recibía un susto... Mis
hermanos, y mi hermano real, estaban allí. Medio campus parecía estar en
aquella puta fiesta en realidad. Todos a una pared de distancia.
Y Axel King se hallaba a mis pies, de rodillas y a punto de chupármela.
Si eso no era la fantasía húmeda de cualquier tío gay o bisexual, nada
podía serlo. Incluso cuando él convertía algo tan sumiso como estar
arrodillado frente a alguien en un alarde de poderío y control. Bien podría
haber sido yo quien estuviera postrado ante él.
Me estremecí cuando sacó la lengua y la arrastró muy despacio sobre la
humedad que ya me cubría la punta. No apartó los ojos de mi cara mientras
lo hacía y se las arregló para no dejar de sonreír tampoco. Había algo
perverso en contemplarlo sonriendo de ese modo mientras más pasadas de
su lengua caían sobre mí. Como si le gustase tanto que no pudiese evitarlo.
Como si lo disfrutase incluso más que yo.
Gemí ante el pensamiento y mis dedos se enterraron más en su pelo. Me
obligué a no empujar con las caderas y metérsela en la boca de golpe. A
duras penas conseguí estarme quieto.
Pero Axel era... Axel, y parecía conocerme incluso mejor que yo mismo.
—Vamos, chico de oro. Dame todo lo que tengas.
Envolvió los labios a mi alrededor y me tragó entero. Mi cabeza se
descolgó hacia atrás y me di un golpe contra la puerta que resonó en las
paredes. Esperaba que nadie lo hubiera oído y viniera a investigar qué
mierda estaba pasando allí dentro, porque no había manera de que yo
pudiera parar.
—Mierda, Axel. Joooder.
La presión de su garganta cuando tragó a mi alrededor se llevó cualquier
resto de control que albergara. Me retiré y empujé, y luego otra vez. Y otra
más. Axel me animó aferrándose a mis muslos y ayudándome a follarle la
boca con un abandono total. Cada gemido que él exhalaba mientras me
deslizaba sobre su lengua vibraba a través de mi eje y hacía que mis pelotas
se encogiesen.
Era tan placentero... Húmedo y cálido. Pero lo más excitante era la
manera en que él parecía necesitar aquello tanto como yo.
Por Dios, iba a correrme vergonzosamente rápido.
Lo detuve y me incliné un poco para tirar de él hacia arriba.
—Dime que esta mierda tiene una abertura o un acceso fácil. —Tanteé la
tela de su disfraz como un loco y finalmente conseguí apartarla para
descubrir que debajo no llevaba más que un pantalón corto de deporte.
Gemí de puro alivio—. Fóllame. Ahora. Quiero correrme contigo dentro de
mí.
—Sí. Joder, sí. Gracias a Dios.
Me reí del modo desesperado en que lo dijo.
Y luego todo fueron prisas y maldiciones. Me coloqué de cara a la puerta
y planté las manos sobre la madera, y Axel me metió dos dedos en la boca.
—Chupa.
Ni me paré a pensarlo. Los chupé con todo lo que tenía y él los retiró
envueltos en saliva.
—Me alegra que no seas de los que escupen.
Axel soltó una carcajada.
—Alguien ha estado viendo porno últimamente.
Mi réplica no llegó a alcanzar mis labios. Murió en cuanto percibí el
toque húmedo de sus dedos en mi agujero, aunque no pude evitar tensarme
incluso cuando necesitaba tenerlo dentro de mí de un modo desesperado.
—Relájate para mí, chico de oro. Voy a hacerte sentir muy muy bien.
Besó mi cuello, mi nuca, mis hombros. Cualquier zona que quedara a su
alcance. Mientras yo me iba derritiendo poco a poco, él frotaba y
presionaba con suavidad, y apenas un momento después uno de sus dedos
se hundía a través del anillo de músculos. No se molestó en esperar.
Alcanzó ese delicioso punto en mi interior y a mí se me pusieron los ojos en
blanco.
—Oh, joder. Hazlo otra vez —rogué, y él repitió el gesto.
Luego empezó a moverse dentro y fuera, y un instante más tarde añadió
un segundo dedo. Siseé, a medias de placer y a medias de dolor.
—¿Estás bien? Porque puedo parar —ofreció, y sentí la sonrisa en su
voz.
Axel sabía de sobra que no quería que parase. Él lo sabía, al igual que
conocía el modo de provocarme, exigir y darme más placer del que pudiese
haber llegado nunca a imaginar.
—Cállate, imbécil arrogante, y fóllame de una vez.
—Igual si me lo pides con algo más de educación —siguió burlándose.
A lo mejor me había vuelto idiota yo también, porque odiaba que me
provocase y me encantaba al mismo tiempo. Además, había algo en el
hecho de que de nuevo se estuviese comportando así que me volvía loco.
—Tú también lo quieres.
—No sabes cuánto —aceptó, con la boca contra la piel de mi cuello,
mientras me taladraba con dos dedos pero evitaba rozar mi próstata a
sabiendas—. Me muero por joderte ese agujero apretado y caliente hasta
que te olvides de todo lo que no sea yo. No voy a reprimirme, chico de oro.
Quiero que me sigas sintiendo mañana... Eso te recordará que solo se trata
de ti. Solo contigo, Trey. Solo contigo —repitió, susurrando las dos palabras
en mi oído con una voz diferente. Cómplice. Cariñosa.
Dios...
No dije nada. No fui capaz.
Sus dedos desaparecieron, pero no tuve tiempo de protestar por el vacío
que dejaron atrás. La gruesa cabeza de su polla los sustituyó enseguida y
todo lo que pude hacer fue elevar las caderas y ofrecerme a él. Si alguien
me hubiera dicho hacía unos meses que iba a estar ofreciéndole el culo de
esa manera a un tío —a Axel King, nada menos—, seguramente le habría
dicho que me pasase lo que fuese que estuviera fumando.
Pero me daba igual. Quería aquello, joder si lo quería.
Axel empujó de golpe y se deslizó hasta el fondo. Mi cuerpo se sacudió.
Jadeé y él gruñó, y acabé empalado contra la puerta. El ardor mezclado con
un placer profundo y desgarrador.
—Mierda, es demasiado bueno —farfulló él, y yo dejé ir una carcajada.
Pero Axel era un hombre con un objetivo y no dudó en ir a por él. Me
sujetó de las caderas. Hundió los dedos en mi carne y comenzó a follarme
como si aquella fuera la última vez que iba a poder hacerlo. Desde luego,
estaba seguro de que lo iba a notar al día siguiente, pero era demasiado
placentero para pedirle que se detuviera.
Sus embestidas eran una deliciosa tortura. La forma en la que me
sostenía. Los besos en la piel en llamas de mi espalda.
—Más. Joder. Más —le pedí, y el ritmo de sus empujes se recrudeció.
No éramos más que dos animales en celo, y no habría deseado ser otra
cosa en aquel momento. Axel sabía lo que hacía, algo en lo que no quería
pensar demasiado en ese momento. Varió su postura hasta alcanzar de
nuevo el mejor ángulo para apuñalar mi próstata en cada golpe. Una de sus
manos comenzó a moverse sobre mi columna y se inclinó sobre mí hasta
que sus labios siguieron el camino que había trazado con los dedos.
Luego, su boca alcanzó mi nuca y apretó la mejilla contra ella mientras
su brazo me rodeaba la cintura. Su otra mano serpenteó hasta extenderse
sobre mi corazón.
Y, cuando menos lo esperaba, aunque no detuvo sus embestidas ni una
sola vez, susurró en mi oído:
—Solo contigo, Trey Donovan. Solo contigo.
Ni siquiera tuve que tocarme. La caricia de esas palabras y el tono
desgarrador con el que las pronunció fueron suficientes para alcanzarme a
la vez la polla y el pecho. Me corrí sin poder evitarlo y mi corazón se
expandió hasta que creí que explotaría también.
Y a lo mejor no era el momento más adecuado para ese tipo de
revelación, pero, temblando entre sus brazos, cegado por la fuerza de un
orgasmo que me barrió de pies a cabeza y se llevó todo mi aliento, tuve la
certeza de que, aunque hubiera intentado evitar ese pensamiento, no solo
estaba completamente enamorado de Axel King, sino que ya no había
marcha atrás para mí.
Mierda.
Axel

Tuve que sostener a Trey para que no resbalara hasta el suelo. Tampoco yo
estaba mucho mejor. Me temblaban las piernas y respiraba a trompicones.
Me había corrido tan duro y durante tanto tiempo que no sabía muy bien
cómo bajar de nuevo de la nube postorgásmica a la que Trey me había
lanzado.
—Joder, chico de oro... —exhalé, aferrando aún su cintura y con la
frente reposando contra su espalda.
Era tan agradable tenerlo entre mis brazos... Tener su cuerpo envuelto
con el mío. No quería que aquel momento pasase.
—Sí, eso lo define muy bien.
Se echó a reír y su cuerpo se sacudió bajo el mío. En las últimas semanas
había aprendido a apreciar ese sonido, y me di cuenta de que lo había
echado mucho de menos en aquellos días.
No lo solté hasta estar seguro de que ambos recordábamos cómo usar las
piernas. Nos adecentamos e hicimos todo lo posible para limpiar las huellas
de nuestro encuentro. No creía que fuéramos los únicos en haber empleado
la pequeña habitación para echar un polvo rápido durante una fiesta, solo
esperaba que la música y el ruido del exterior hubiesen sido suficientes para
disimular nuestros gemidos. De otro modo, los hermanos podían estar
esperando al otro lado de la puerta para burlarse de quien fuera que
estuviese dentro; no sería la primera vez, y no tenía ninguna intención de
someter a Trey a un bochornoso paseíllo de la vergüenza.
Una vez que todo estuvo en orden y nuestra ropa de nuevo en su sitio,
Trey se apoyó en la puerta y me miró mientras se mordisqueaba el labio
inferior. No podía saber lo que estaba pensando, pero esperaba que no
estuviera arrepintiéndose de lo que había sucedido.
—Ey. —Me acerqué a él y acuné su rostro entre las manos—. ¿Estás
bien? ¿Estamos bien?
Asintió, pero no dijo una palabra.
Arqueé las cejas mientras trazaba círculos sobre su mejilla con el pulgar.
Tenía los labios hinchados y un precioso rubor cubriéndole las mejillas,
además del aspecto de alguien bien jodido, lo cual me hizo sentir
vergonzosamente orgulloso.
—Debería volver con Caleb.
—Puedes salir tú primero. Yo esperaré un poco.
Volvió a reír despreocupadamente y algo se aflojó en mi pecho. No sonó
arrepentido y parecía haber abandonado por fin la guerra silenciosa a la que
me había sometido en los últimos días.
—Cualquiera ha podido vernos entrar. No fuiste muy discreto al
arrastrarme aquí. Y probablemente el pasillo esté lleno de gente.
Suspiré. Yo mejor que nadie sabía lo malo que era que alguien te
empujara a salir del armario cuando aún no estabas preparado, y
literalmente estábamos en un puto armario. No debería haber hecho las
cosas de aquella forma. Lo último que quería era que Trey se viera señalado
por los hermanos o los miembros del equipo.
—Lo siento. Yo no quería... —empecé a decir, pero él me tapó la boca
con la mano.
Ladeó la cabeza y me brindó una sonrisa suave aunque ligeramente
triste.
—Puedo salir solo de aquí o... podemos salir juntos. No me importa.
Pero tú tienes mucho que perder, Axel.
Al principio, no comprendí a lo que se refería. No había hecho una
declaración pública sobre mi orientación sexual, pero era muy consciente de
que ya había multitud de rumores sobre mí. Incluso había tenido algún
encontronazo con un par de compañeros de hermandad en la última semana;
nada grave ni un ataque directo, pero los comentarios malintencionados y
las miradas suspicaces estaban ahí. No todos eran tan tolerantes como
Cooper, Maddox o los chicos de waterpolo. Siempre había algún capullo
homófobo dispuesto a dejar claro lo gilipollas que podía llegar a ser la
gente.
Pero entonces recordé las condiciones de Olson & Faulk. Las cosas
podían ponerse aún peor para mí. Cuando un equipo seleccionaba a un
jugador en los drafts, no solo valoraba su desempeño deportivo o su
potencial en el campo, también se tenían en cuenta otros muchos factores.
Escarbaban en tu pasado, comprobaban tus antecedentes o cualquier
altercado en el que te hubieras visto involucrado, así como cualquier otro
detalle que pudiera perjudicar la reputación del club. Nadie quería un
jugador que se pasaba los días metiéndose en líos o creando escándalos y,
desde luego, el mero hecho de ser gay podía, por sí mismo, hacer que se
replantearan contar conmigo.
—La gente ya está hablando. No es como si no fueran a saberlo de todos
modos. Si tú estás dispuesto a salir de aquí conmigo, no dejaré que lo hagas
solo. —No, no permitiría que Trey estuviera solo de esa manera, como yo
lo había estado. Le mantuve la barbilla alta para que no apartara la vista—.
Mira, es una historia larga y... penosa, pero el resumen de lo mío con Levy
es que él me empujó a salir del armario frente a todos y luego me dejó
tirado para lidiar con las consecuencias. Nunca te haría algo así, pero tú
tampoco puedes hacer esto por mí. Espera hasta que estés listo y hazlo solo
por ti mismo. Solo por ti. Yo... no tengo prisa. Esperaré.
Una tímida curva se apropió de sus comisuras.
—Mmm... Si no tienes cuidado, voy a empezar a pensar que estás en
esto a largo plazo, Axel King.
«No tienes ni idea», pensé para mí. Le acaricié el labio inferior con el
pulgar y luego le robé un beso. Empezó como algo ligero, apenas un roce,
pero no pude evitar profundizar e impregnarme de su sabor. Me encantaba
besarlo. Resultaba totalmente adictivo, y no tenía la impresión de que fuera
a mejorar. Más bien, cada vez resultaba mejor. Real. Perfecto.
Cuando nos separamos, a ambos nos faltaba de nuevo el aliento y yo me
estaba poniendo duro de nuevo.
—¿He dicho yo que no lo esté? —repliqué, y dejé salir mi voz con un
tono bajo y grave cargado de promesas lujuriosas, pero también de algo
más. De la promesa de un «nosotros»—. No voy a dejarte marchar, chico de
oro. No de nuevo.
Parecía que eso era todo lo que habíamos hecho hasta el momento.
Acercarnos y alejarnos. Tomar y luego correr en dirección contraria. Pero
eso se había acabado. Le contaría todo lo que había sucedido con Levy y le
haría comprender. Y si en algún momento Trey quería hacer público lo
nuestro, estaría a su lado para lidiar con quien fuera que se creyese con
derecho a opinar sobre algo que, en realidad, no tenía por qué importar en
absoluto. Sin embargo, tampoco iba a presionarlo; podíamos seguir siendo
discretos al respecto.
—Está bien. Salgamos de aquí —dijo inclinándose para recoger el casco
de mi disfraz y entregándomelo—. Si alguien nos ve, que piense lo que
quiera. Me da igual.
Estaba muy claro que Trey Donovan era mucho más valiente de lo que
yo lo había sido en su momento. Y puede que eso hiciera que la calidez que
había empezado a ocupar mi pecho se extendiera un poco más por mi
cuerpo y se clavara también más hondo.
Cuando iba a abrir la puerta, lo detuve.
—¿Sabes? La noche del partido de UCLA yo también quería decírselo a
todos —admití, porque quería que supiese que me había sentido igual que él
—. Sobre todo, a una morenita con curvas que parecía querer meterse en tus
pantalones. Estaba jodidamente celoso.
Sus cejas salieron disparadas hacia arriba. Parecía sorprendido, como si
fuera imposible que yo tuviera miedo de perder a alguien como él. Por
Dios, Trey no tenía ni idea del hombre tan maravilloso que era.
—¿Lo viste?
—Sí, vi cómo se restregaba contra ti y quise ir allí y arrancarte de sus
brazos. —Me reí, un poco avergonzado—. Patético, lo sé.
Trey sonrió, encantado con mi confesión.
—Bueno, no lo hiciste, así que supongo que el arranque posesivo fue
convenientemente controlado, lo que supone que también confiaste en mí.
¿Por eso saliste de la fiesta?
Hice una mueca.
—Entre otras cosas. A veces... es difícil. No quiero que pienses que
queda nada de lo mío con Levy, pero en ocasiones supongo que lo que pasó
con él me hace desconfiar.
Trey se quedó mirándome un momento sin decir nada. Me sentí tan
expuesto que deseé tragarme mis palabras, pero me dije que, si quería que
las cosas funcionasen con él, no podía seguir siendo un cobarde. Y Trey, de
alguna manera, conseguía que quisiera sacármelo todo de dentro, incluso
cuando había una pequeñísima parte de mí que aún temía que de pronto
comenzara a replantearse qué demonios hacía con un tío y decidiera poner
fin a lo nuestro.
—Sé que hui a casa de mis padres, Axel, pero no voy a salir corriendo
otra vez. No quiero que vivas esperando a que te deje tirado con esto —
señaló agarrándome de la nuca y dejando reposar su frente en la mía—. Me
gustas. Me gustas mucho. Más de lo que lo haya hecho nadie jamás. Ni
siquiera esa morenita con curvas —rio por último—. Aunque es bueno
saber que el gran Axel King tiene sus propias inseguridades.
Tuve que acallar su risa burlona con otro beso profundo y ardiente, y no
quedé satisfecho hasta que su mirada se enturbió y pareció lo
suficientemente aturdido como para recordarme lo mucho que yo le
afectaba también.
Cuando lo conseguí, salimos por fin de la habitación. Trey se dirigió de
inmediato hacia la fiesta en busca de su hermano y yo eché un rápido
vistazo a los lados antes de seguirlo. Entre la gente que iba y venía por el
pasillo, distinguí a un par de hermanos que no nos miraron dos veces pero
que estaba seguro de que nos habían visto salir juntos. Siendo miembros de
la fraternidad, resultaba obvio que sabían que aquello era un puto cuarto
para las escobas y podían imaginar lo que había sucedido allí.
Bien, supongo que no tardaríamos en oír algún rumor al respecto.
—No veo a Caleb —dijo Trey cuando nos deslizamos al interior del
salón en el que había estado con su hermano un rato antes—. Mierda, no
debería haberlo dejado solo tanto tiempo.
—Estará bien. Probablemente esté con Cooper. Además, es mayorcito,
¿qué edad tiene? ¿Diecinueve? ¿Veinte?
Trey parecía de repente preocupado. La fiesta estaba en pleno apogeo y,
con todos disfrazados y tal vez demasiado borrachos, entendía que no
quisiera perder de vista a su hermano, más aún teniendo en cuenta que a
veces ese tipo de celebraciones se nos iban un poco de las manos. Pero
Caleb no parecía de los que necesitaban una niñera.
—Veinte, pero él... ha pasado por mucho últimamente. No creo que haya
bebido, aunque igualmente prometí a mis padres que lo vigilaría.
Por instinto, envolví los dedos alrededor de su mano antes de darme
cuenta de lo que hacía. Resultaba irónico, porque nunca había sido de los
que necesitaban ese tipo de demostraciones en público. Pero si Trey estaba
preocupado por su hermano, debía de tener sus motivos, y yo deseaba
hacerlo sentir mejor de cualquier modo en el que pudiera.
—Demos una vuelta por la casa. Lo encontraremos.
No soltó mi mano cuando tiré de él y yo tampoco quise hacerlo. Era algo
natural y, bueno, supongo que, dado lo difícil que era avanzar por la casa
llena hasta los topes de gente, nadie parecía estar prestándonos atención.
—Tampoco veo a Cooper o a Grayson. Es probable que esté con ellos —
murmuró mientras recorríamos el pasillo en dirección a la cocina.
Dimos vueltas por la casa, que no era precisamente pequeña. Trey estaba
cada vez más nervioso, y me pregunté qué clase de problemas había tenido
Caleb. Supuse que no era el mejor momento para interrogarlo sobre ello y
que Trey me lo contaría cuando se sintiera cómodo para hacerlo.
Al final, salimos al jardín trasero y...
Sí, ese era Caleb.
—Ay, mierda —exclamó Trey, deteniéndose de golpe.
Enarqué las cejas y me eché a reír. Al parecer, la preocupación de Trey
había sido del todo injustificada.
—No creo que lo esté pasando mal —tercié yo. Incliné la cabeza para
tratar de descifrar el lío de brazos y piernas que apenas se vislumbraba entre
las sombras de los árboles. El disfraz de Han Solo de Caleb y su mata de
pelo dorada resultaban inconfundibles—. ¿Quién es el otro? ¿Lo conoces?
—No estoy seguro. —Trey apartó la vista y suspiró—. Quiero
arrancarme los ojos.
—No sabía que tu hermano era gay.
—Yo tampoco hasta hace unos días. Cuando le conté lo nuestro, se lanzó
a salir del armario conmigo.
Rodeé sus hombros con el brazo y lo empujé de vuelta al interior de la
casa.
—Bien, démosle algo de intimidad. No creo que vaya a ir a ningún lado.
Trey soltó una carcajada nerviosa.
—Sí, bueno, necesito una copa para borrar eso de mi mente. O dos.
Mejor dos copas.
—Está bien. Vamos a por algo de alcohol.
No llegamos siquiera a entrar en la cocina. Maddox nos interceptó por el
camino, más sobrio de lo que alguien esperaría en una fiesta que él mismo
había organizado y también mucho más cabreado. Daba un poco de miedo,
más que nada porque llevaba un hacha en la mano y una expresión asesina
que rivalizaba con la del mismísimo Jack Torrance.
A saber qué tripa se le habría roto ahora.
Trey

—Dime que estás bromeando.


Caleb se encogió de hombros. Estaba fresco como una rosa y, gracias a
Dios, yo tampoco tenía mucha resaca. Supongo que tener que ayudar a
Maddox a desalojar la casa de la fraternidad y que la fiesta acabara de
forma precipitada había contribuido a ello.
Al parecer, las cosas se habían descontrolado un poquitín. Algún incauto
irresponsable le había prendido fuego, adrede o sin querer, a parte de la
decoración frontal de la casa. No había sido más que un pequeño conato de
incendio que enseguida habían apagado, pero eso no evitó que alguien
avisara a la seguridad del campus; estos a su vez sacaron al decano de la
cama y... el resto era historia.
Maddox había acabado gritándonos a todos hasta que su teléfono había
sonado y el mismísimo decano había empezado a gritarle a él a través de la
línea telefónica, lo cual nos dio la excusa perfecta para escaquearnos y dejar
a los novatos la maravillosa tarea de la limpieza.
—No puedes ir en serio. Al menos le preguntarías el nombre antes de
meterle la lengua hasta la garganta —insistí, pero Caleb parecía demasiado
interesado en escarbar en su bol de cereales.
No podía creerme que mi hermano no supiera con quién demonios se
había enrollado. En la fiesta había tanta gente de la propia fraternidad como
otros estudiantes de la universidad, y todo lo que yo había visto del tipo en
la oscuridad del jardín era una larga túnica morada. Ni siquiera sabía de qué
demonios iba disfrazado y mucho menos quién era.
—Tampoco es que hiciéramos mucho.
—Ya, te aseguro que «mucho» era justo lo que parecíais estar haciendo
cuando yo os vi.
Caleb se tragó una risita que me hizo sospechar, pero decidí dejarlo pasar
porque al menos parecía estar bien. Y, bueno, tenía veinte años, no era
ningún niño; él mismo me había dicho que no era precisamente virgen.
—No soy yo el que fue abducido por el lado oscuro de la fuerza —me
reprochó—. Entiendo que ya habéis hecho las paces.
Justo en ese momento, Axel entró en la cocina con el aspecto de un
jodido rey; un rey con el pelo húmedo y despeinado, recién salido de la
ducha y con una escasez de ropa que no le hizo ningún bien ni a mi corazón
ni a mi polla. Llevaba uno de sus pantalones cortos de deporte y el pecho
desnudo. Reprimí una maldición cuando fui consciente de que llevaba un
arañazo en el costado, cortesía de la segunda ronda de sexo que habíamos
tenido al regresar de la fiesta, y un chupetón en la zona de la clavícula.
Desde luego, a él no parecía importarle lo más mínimo. O tal vez no se
hubiera dado cuenta de que los tenía.
Avanzó hasta situarse detrás de mí, deslizó los brazos en torno a mi
cintura y apoyó la barbilla en mi hombro. Hasta entonces no nos habíamos
mostrado cariñosos cuando sabíamos que Cooper o Grayson estaban en
casa, o al menos no fuera de nuestras habitaciones, así que no pude evitar
envararme. Pero Axel no se dio por enterado, o fingió no hacerlo.
Me besó el cuello antes de decir:
—Buenos días. Me muero de hambre.
Mi hermano no perdía detalle del intercambio y sonreía como el maldito
gato de Cheshire, resultaba un poco inquietante. Pero el delicioso aroma de
Axel se me coló por la nariz y él se apretó un poco más contra mí, así que
me olvidé de cualquier inquietud o preocupación y me derretí contra su
pecho.
Tanto Caleb como Cop ya sabían lo nuestro, y dudaba que supusiera un
problema para Grayson. Iba a descubrirlo enseguida, porque fue el siguiente
en entrar en la cocina y Axel no hizo nada para separarse de mí.
—Mierda, me he quedado dormido. Quería madrugar para ir a entrenar
un poco a la playa —exclamó Gray mientras se apresuraba a nuestro
alrededor.
Cogió un bol y una cuchara y le robó el cartón de leche y los cereales a
Caleb. Se sentó a su lado y se puso a tragar como un loco.
—Sois muy monos juntos —soltó con la boca llena, y nos señaló a Axel
y a mí con la cuchara—. Pero follad un poco más bajo, tíos. No necesito
saber lo apretado que está Trey.
Se me calentó la cara de golpe. Estaba seguro de que había enrojecido
desde los dedos de los pies hasta la raíz del pelo. Caleb comenzó a reírse sin
control y Axel no dijo nada, pero cuando miré por encima de mi hombro
descubrí que estaba presionando los labios para no reírse también. Me
guiñó un ojo y se retiró de mi espalda, aunque me dio una palmada en el
culo antes de ponerse a preparar su propio desayuno.
—Sois todos imbéciles.
—Hablando de imbéciles —intervino Grayson, lo cual agradecí porque
quería que la tierra me tragase y me escupiese muy lejos de allí—, ¿me
visteis anoche antes de la estampida del final de la fiesta? Creo que me
enrollé con una chica en el jardín, pero no me acuerdo de nada.
Se me atascó la respiración a mitad de camino entre la garganta y la boca
y estuve a punto de morir ahogado. Mis ojos volaron hasta Caleb, que ahora
parecía aún más interesado en el fondo de su bol de cereales. También
estaba jodidamente ruborizado.
Ay, Dios, no.
El tipo con el que se había liado Caleb no podía ser Gray, ¿verdad? Él
llevaba tan solo un bañador y yo recordaba la túnica morada que vestía el
ligue de mi hermano, pero mi compañero también podría haberla sacado de
cualquier sitio y echársela por encima para cubrirse. No le había visto la
cara, pero de lo que sí estaba seguro era de que el color de pelo coincidía.
Abrí la boca para interrogar a Grayson sobre esa supuesta chica,
temiendo que hubiera estado tan borracho como para no darse cuenta de
que era un tío, pero Caleb levantó la mirada y negó con la cabeza de forma
disimulada al tiempo que me lanzaba una mirada suplicante.
Me callé, pero le devolví la mirada con la advertencia implícita de que
tendríamos una conversación más tarde sobre eso.
Si Grayson se había liado con mi hermano pero creía que lo había hecho
con una chica... Mierda, aquello no era bueno. Por Dios, ¿en qué demonios
había estado pensando Caleb para hacer algo así? Iba a tener que dar
muchas explicaciones.
Decidí no decir nada hasta que hablara con él y escuchara su versión. Y
quedó claro que Axel pensó lo mismo porque, a pesar de que también debía
de haber atado cabos, fue él quien contestó a Gray:
—Ni idea, tío. Había un montón de gente.
—Joder, pues fue jodidamente espectacular, aunque solo sea porque me
puso a mil y llegué a casa con las pelotas...
—Demasiada información —lo corté. Mi amigo tenía tendencia a largar
cualquier cosa que se le pasara por la mente, y no quería saber lo cachondo
que lo había puesto mi hermano pequeño.
Jodida mierda. Aquello era... surrealista.
Axel, en cambio, sonreía y parecía estar pasándoselo de puta madre.
El único miembro del grupo que faltaba, Cooper, entró en la cocina en
ropa interior y rascándose la cabeza, aún más dormido que despierto.
Esperaba que no dijera que se había montado una orgía o alguna mierda
similar. Estaba claro que la noche de Halloween había dado mucho de sí
para los habitantes de esa casa y casi me daba miedo preguntar.
—Ey, capullos. ¿Sabéis algo de Maddox? Tengo el móvil lleno de
mensajes de los novatos. Anoche se largó y no ha aparecido por la casa
todavía.
—No me extrañaría que hubiera dimitido o se hubiera fugado al Caribe.
El decano no estaba muy contento —señalé, aunque la mayoría habíamos
oído los gritos del tipo a través del teléfono de Maddox la noche anterior y
éramos perfectamente conscientes de que íbamos a perder un montón de
privilegios.
Pero Maddox era la cabeza visible que rodaría sobre la alfombra del
despacho de Davis. Pobre de él, no me habría gustado estar en su pellejo.
El desayuno se alargó un rato más entre anécdotas y bromas. Estuve a
punto de intervenir cuando Grayson dijo que se marchaba, preguntó si
alguien quería acompañarlo a la playa y Caleb dijo que se apuntaba. Pero
Axel me susurró que tal vez fuera buena idea que los dejara irse juntos.
Quizá Caleb solo necesitaba un rato a solas con él para aclarar lo que fuera
que hubiera sucedido entre ellos.
Le advertí a mi hermano que tenía que llevármelo a casa esa misma
tarde, y Grayson aseguró que comerían algo por ahí y volverían
directamente después.
—Cuida de él —le dije, y mi amigo frunció el ceño como si le hubiese
pedido que me entregara a su primogénito o algo por el estilo.
Claro que Gray no sabía que lo que en realidad quería decirle era que
fuera... comprensivo. No creía a Caleb capaz de aprovecharse de nadie, ni
de coña. Joder, era un buen tío y lo había pasado mal, y me gustaba pensar
que mis padres nos habían educado mejor que eso. Tenía que darle el
beneficio de la duda.
—Y tú —señalé a mi hermano—. Hablaremos luego.
Asintió, ligeramente avergonzado, y se marchó con Grayson. Yo me
derrumbé en uno de los taburetes, junto a Axel.
—¿Qué pasa? —me preguntó Cop. Me conocía lo suficientemente bien
como para saber que algo me estaba corroyendo por dentro—. Tu hermano
está bien, tío, no te preocupes por él.
Cooper creía que solo estaba siendo protector con Caleb, lo cual era
habitual en mí, así que tuve que contarle lo que Axel y yo habíamos visto
en el jardín durante la fiesta.
—Oh, Dios. Esto es demasiado bueno para ser verdad —se rio, con
lágrimas en los ojos.
Le di un codazo.
—No es gracioso, idiota.
—Un poco sí —terció Axel—. Tranquilo, no creo que Gray se lo tome a
mal. No demasiado al menos, parecía muy... contento.
—Porque cree que era una chica. Joder, seguramente pensará que era un
pibón rubio con buenas tetas. Más vale que Caleb tenga una buena
explicación para esta mierda.
Después de un rato discutiendo sobre el tema, y de pasar de la risa a la
preocupación varias veces, Cooper nos dijo que iba a acercarse hasta la casa
de la fraternidad a ver si encontraba a Maddox. Eran buenos amigos y Cop
a menudo le echaba una mano con la organización y otros detalles de la
institución, así que supuse que estaría preocupado por si el decano había
matado y escondido el cadáver de nuestro presidente solo para deshacerse
de una vez de todos y acabar con el largo historial de problemas que
suponíamos para la universidad.
Con la casa para nosotros, Axel y yo nos trasladamos al salón y nos
dedicamos a holgazanear. Y él por fin me contó todo lo sucedido con Levy
un año atrás.
El muy cabrón lo había manipulado una y otra vez hasta que consiguió
que lo llevara a su casa en varias ocasiones, a sus partidos, a las fiestas...
Axel era popular en su antigua universidad, algo que no me costó creer, y
Levy había querido que le presentara a todo el mundo solo para poder
medrar y aprovecharse para hacer contactos, aunque eso él no lo
comprendió hasta mucho después. La gente había empezado a hablar sobre
ellos, pero a espaldas de Axel, e incluso frente a él, Levy negaba cualquier
sospecha que su amistad pudiera levantar.
Al final, se las había arreglado para que Axel saliese del armario con sus
padres y en el campus. Solo que Levy no siguió sus pasos como había
asegurado que haría; se acojonó tanto que no solo continuó negando que
hubiera nada entre ellos, sino que llegó a burlarse de las inclinaciones del
quarterback. Para entonces, los supuestos amigos de Axel eran también los
suyos, así que ya tenía lo que quería.
—No quiero tener que esconderme, Trey, pero tampoco voy a
presionarte con nada de esto. Lo entiendo, ¿vale? Te aseguro que entiendo
lo confuso que puede ser, las dudas, el miedo... Solo quiero que tengas claro
eso. Nunca te presionaré. Y, de todas formas, aún tengo que solucionar lo de
Olson & Faulk.
Estábamos tumbados en el sofá, apretados el uno contra el otro. Hundí
los dedos en su pelo oscuro y me maravillé de lo cómodo que me sentía
estando allí con él. También me di cuenta de lo mucho que necesitaba
tocarlo todo el tiempo. Yo nunca había sido de dar o recibir muchas
atenciones de esa clase, pero estaba claro que no podía mantener las manos
alejadas de él.
Y me encantaba que a Axel le pasase lo mismo.
—Quieren que lo mantengas en secreto, ¿no? Eso y que tengas a un
chico con el que... aliviarte de forma discreta —comenté con evidente
amargura—. Suena jodidamente retorcido.
—Quieren asegurarse de que no dé lugar a ningún escándalo con el que
luego ellos tendrían que lidiar.
—Sigo sin creer que se metan en algo así. Es tu vida y, si tú quieres estar
fuera y no esconderte, no entiendo por qué deberían tener nada que decir al
respecto. Ni ellos ni nadie.
Pero lo dirían. Todo el mundo hablaría. Sus agentes, el equipo, la NFL al
completo, los aficionados... Su reputación caería y todo sería una pesadilla
de relaciones públicas. No había un solo jugador de la NFL ni de ninguna
otra liga mayor que se hubiera declarado abiertamente gay, y eso daba
mucho que pensar.
—Pero no puedes renunciar a esa posibilidad, Axel —añadí cuando se
quedó en silencio, dándole un ligero tirón de pelo para que me mirase—.
Olson & Faulk es una de las mejores agencias deportivas de California.
—Lo sé. Ni siquiera sé a qué mierda de trato ha llegado mi padre con
Levy. Por Dios, no me cabe en la cabeza que haya tenido el valor de hacer
algo así.
Se quedó mirándome abatido, y juraría que quería decir algo más. Esperé
a que me pidiera que yo fuera su chico. Ese novio secreto que parecía
necesitar según sus futuros agentes. ¿Lo haría yo? ¿Estaba dispuesto a
esconderme de todos y mantenerme al margen una vez que Axel fuese
seleccionado en los drafts? Yo ni siquiera había salido del armario, pero
incluso ahora no me sentía cómodo manteniendo la mentira.
Sin embargo, Axel no dijo nada, y yo tampoco me atreví a sugerirlo.
Axel

Aunque Trey insistió en que no hacía falta, lo acompañé a llevar a Caleb de


regreso a casa de sus padres. Tenía tres largas horas de viaje de ida y otras
tres de vuelta; no quería que pasara todo el camino hasta el campus solo.
Además, podría conducir si él se cansaba; no nos habíamos acostado
precisamente temprano.
Trey no dudó en interrogar a su hermano sobre Grayson. Caleb aseguró
que la noche anterior no le había parecido que estuviera tan borracho,
aunque sí que había bebido, pero precisamente por eso él le había
preguntado si estaba bien con aquello antes de que las cosas se pusieran
intensas entre los dos.
—¿Y por qué demonios no me dijiste quién era cuando te lo pregunté?
—exigió saber Trey, desde detrás del volante.
Caleb resopló.
—Porque sabía que te pondrías como un loco. Es uno de tus amigos y tu
compañero de piso, y tiendes a ser un poco sobreprotector. —Se encogió de
hombros. Sinceramente, no parecía muy arrepentido, aunque sí preocupado
ahora que sabía que Gray no recordaba nada—. Además, creí que él
tampoco te lo contaría.
—Ah, claro, eso es genial. Realmente genial. Así que simplemente
esperabas que no me enterase.
—Escuchad —intervine, y me giré para mirar a Caleb, que ocupaba el
asiento trasero—, hay una posibilidad de que Grayson lo recuerde todo,
pero no quiera recordarlo... No sería la primera vez que un tío hace algo así
borracho y luego se asusta. Y os aseguro que sé de lo que hablo, por
desgracia.
Trey me lanzó una mirada rápida.
—Escúpelo. ¿Qué pasó?
—En segundo año, en una fiesta. Fue un compañero de clase. Todos
estábamos bastante borrachos después de un partido, y lo más gracioso fue
que el tipo tomó la iniciativa. Se me lanzó encima y le pregunté varias
veces si quería parar, y también me aseguré de que no llegásemos
demasiado lejos. Pero al día siguiente no debí de gustarle tanto. Yo sí que se
lo recordé. Fue bastante desagradable, pero básicamente dijo que me había
aprovechado de él...
Trey masculló una palabrota y volvió a mirarme. Esta vez se demoró
unos segundos más y supe en lo que estaba pensando.
—Por eso aquella primera vez entre nosotros... retrocediste.
Asentí.
En aquel baño, había tenido claro que tenía que parar porque no quería
repetir la historia. Aunque me había costado toda mi fuerza de voluntad con
Trey. Parecía tan entregado, tan consciente de lo que sucedía, que apartar
mis manos de él y negarme algo que deseaba con todas mis fuerzas no fue
precisamente fácil.
Claro que, después, en su habitación, habíamos acabado cediendo, lo
cual hablaba con bastante claridad del escaso control que tenía con Trey.
—Así que tal vez Grayson solo está asustado y confuso —concluí. No
creía que fuera tan idiota como el tipo con el que yo había estado, pero
nunca se sabía.
—¿Hablaste con él? —siguió preguntándole Trey a su hermano.
—No pude. Es decir, lo tanteé con disimulo, pero no fui capaz de
contarle que era yo. Sé que está mal, ¿vale? Pero, si no lo recuerda y es
heterosexual, se volverá loco por algo que no se va a repetir.
Trey suspiró. Era evidente que no estaba de acuerdo con la decisión de
su hermano. Yo tampoco creía que fuera lo mejor, pero entendía a Caleb. Si
había creído que Grayson sabía lo que hacía, debían de estar comiéndoselo
los remordimientos, y no era tampoco plato de buen gusto para él. Y no
digamos ya si se daba el caso de que Gray simplemente se lo estuviera
negando todo a sí mismo. Sinceramente, tampoco me creía que Grayson
fuera tan heterosexual como decía ser por muy borracho que fuera, pero me
callé ese detalle.
—No me gusta, Caleb. No me gusta en absoluto.
—Lo sé —gimió él avergonzado—. Lo siento.
Se hizo un silencio espeso e incómodo cuando todos nos quedamos
callados después de eso. Caleb se recostó en el asiento y fingió dormir;
estaba seguro de que solo lo hizo para evitar que siguiésemos
interrogándolo. No pude culparlo.
Me volví hacia Trey. Tenía el labio inferior hinchado debido a su manía
de mordisqueárselo cuando algo lo inquietaba y sus ojos estaban fijos en la
carretera.
—¿Vas a presentarme a tus padres? —solté de repente. Sí, tal vez me
gustaba torturarlo un poco.
—¡¿Qué?! ¿Quieres que lo haga?
No pude evitar sonreír. Dios, era adorable cuando se ponía nervioso.
—Me gustaría, hablas mucho de ellos. Pero basta con que les digas que
soy tu compañero de piso. ¿Saben... algo?
Trey me aseguró que Alice Donovan tenía un radar de secretos
familiares. Había sabido lo de Caleb mucho antes de que este se lo
confesara y, aunque Trey no había confirmado ni desmentido nada en su
última visita, su madre parecía haber captado un rastro, y no le extrañaría
nada que tuviera alguna clase de revelación cuando los viera juntos. Algo
que no tardó en confirmarse, porque cuando por fin llegamos y salió a
recibirnos, percibí la mirada de la mujer sobre mí como un halcón
acechando a su presa.
Se mostró amable y nos invitó a entrar, incluso le sugirió a Trey que nos
quedásemos a dormir. Pero era tarde y teníamos un largo camino de vuelta
al campus. Al día siguiente no solo había clase y entrenamiento, sino que a
mí me esperaba una reunión con Jeremy Foster.
—Gracias, mamá, pero tenemos que irnos.
Me despedí de Caleb con un apretón de manos y le susurré que no se
preocupase demasiado por Gray. No tenía sentido hacerlo.
La señora Donovan me abrazó del mismo modo cariñoso que empleó
con su propio hijo y entonces fue su turno para susurrarme al oído:
—Tú eres el motivo de su última visita, ¿verdad? —Le dirigí un leve
asentimiento. No tenía ni idea de cómo lo sabía, tal vez Caleb se lo hubiera
contado, pero no negaría que había hecho huir a Trey—. Trátalo bien. A
veces es un poco impulsivo, pero tiene un buen corazón.
—Lo tiene. Y lo que pasó no fue culpa suya.
Trey, que hablaba en voz baja con Caleb, debió de percibir que la
despedida duraba más de lo normal, pero no dijo nada hasta que estuvimos
de nuevo en el coche y de camino al campus; conmigo al volante en esa
ocasión.
—Mi madre. ¿Qué te ha dicho? Dime que no fue algo vergonzoso, por
favor.
—Nada de eso. Solo... ha dicho algo que yo ya sabía. Nada importante.
No pareció muy conforme, pero no preguntó más. Estiré la mano y tomé
la suya para colocarla sobre mi muslo.
—Bien, volvamos a casa entonces —suspiró.
Sonreí. Llevábamos algo más de dos meses viviendo juntos, pero «casa»
sonó mejor que nunca cuando él lo dijo. Sonó un poco al hogar que nunca
había tenido y que ni siquiera sabía que quisiera tener.

La reunión con Foster tuvo lugar por videoconferencia. Parecía una


pérdida de tiempo desplazarme hasta Los Ángeles o que lo hiciera él
teniendo los medios para llevarla a cabo a distancia. Además, cuando la
pantalla cambió y reveló una lujosa sala de juntas, me di cuenta de que
Jeremy Foster no estaba solo.
Mierda.
Mi padre estaba allí, y también el maldito Levy. Me erguí en la silla de la
habitación y eché un vistazo rápido a la puerta cerrada. Trey estaba abajo.
Se había ofrecido a preparar algo de cena mientras yo hablaba con Foster, lo
cual suponía que era una excusa para darme privacidad porque lo más
probable era que él acabase quemando la cocina.
No había contado con que Jeremy avisara a mi padre, ni se me había
pasado por la cabeza en realidad; ya le había dejado claro que no quería que
se involucrase en eso. Empezaba a creer que tenía algún contacto en la
agencia. La única firma que necesitaban en el contrato era la mía, así que la
presencia de mi padre no tenía razón de ser.
—Jeremy —lo saludé, e ignoré a mi padre deliberadamente—. Quiero a
Levy fuera de esto ahora. Tengo mis propias condiciones y, desde luego, él
no forma parte de ellas.
—Axel, vas a... —empezó a decir mi padre.
—No. No voy a discutir más sobre esto. No sé lo que le has ofrecido,
pero sácalo de la sala ahora mismo.
El tono tajante que adopté, muy parecido al que solía emplear él mismo
conmigo, debió de sorprenderlo. No era común que Matthew King cediera
ante nadie, mucho menos frente a mí, pero después de unos segundos
eternos le hizo un gesto con la cabeza a Levy y este se levantó sin protestar.
Esperé hasta que lo vi cruzar la puerta y luego le di incluso unos pocos
segundos más.
—Él está fuera de esto —repetí, dirigiéndome esta vez a Jeremy—. Es
más, os aseguro que no es de fiar, así que espero que le hayáis hecho firmar
algún acuerdo previo de confidencialidad, porque nada evitará que cuente
todo lo que hayáis podido ofrecerle cuando se dé cuenta de que no puede
sacar tajada de otra forma.
Jeremy tamborileó con los dedos sobre la mesa de madera y su mirada
fue de mi padre a mí. Yo crucé los brazos y me recosté en el asiento. Lo de
Levy era una locura, joder, ¿es que ninguno de ellos se daba cuenta? ¿De
verdad esperaban que me comprometiera con algo así? Ni siquiera había
visto a Levy en meses y, desde luego, no lo metería en mi cama ni aunque
no estuviera saliendo con Trey.
—Seré discreto hasta que me seleccionen en los drafts. Luego hablaré yo
mismo con los Rams o con la directiva del club que me fiche y les haré
saber quién soy y lo que no soy. No soy un mentiroso. No me voy a ocultar
durante toda mi carrera, así dure un día o diez años. Y no obligaré a Trey ni
a nadie a ocultarse por mí.
—Eso no es...
—Cállate, papá. Ni siquiera tendrías que estar presente —le espeté. Dios,
igual la estaba cagando con Foster, pero ¿qué más podía hacer? Una cosa
era mantener un perfil bajo mientras esperaba a entrar en la NFL y otra muy
distinta comprometer mi vida personal y todas mis convicciones y mis
principios solo para no ofender a un montón de intolerantes y gilipollas—.
Soy un buen jugador, mis estadísticas no solo rebasan la media con mucho;
son jodidamente espectaculares. Están al nivel de Terry Bradshaw en su
época universitaria, y todos sabemos lo que hizo con los Steelers. Si Olson
& Faulk no está preparado para representar a un jugador gay y luchar por
mis intereses, tal vez tenga que encontrar a otra agencia que pueda hacerlo.
El eco de mi voz reverberó a través de los altavoces, y supuse que lo
hacía también en la sala en la que estaban Foster y mi padre. Dejé que mis
palabras calaran en ellos; sobre todo, en Jeremy. Lo que pensase mi padre a
esas alturas me daba igual.
Quería un futuro en la NFL y también quería a Trey en él. Sabía que era
codicioso desear tenerlo todo, pero no veía por qué tenía que renunciar a
nada. No había hecho nada malo ni había nada malo en mí. Y lo último que
le haría a Trey era obligarlo a ocultarse. Tan malo era que te sacaran del
armario como tener que permanecer a la fuerza en él.
Ni siquiera había querido preguntarle a Trey lo que pensaba al respecto.
Joder, solo llevábamos dos meses y sabía que lo asustaría si me ponía a
hablar de planes de futuro. Apenas acababa de descubrir que le gustaban los
hombres...
Tal vez estaba loco. Quizá estuviera jodiéndolo todo. Pero al menos, si
me equivocaba, sería yo quien lo hiciera. Yo. Con todo lo que era y lo que
no.
Al diablo si Foster o mi padre creían que me doblegaría sin pelear.
Trey

Había hecho pasta, un básico para mí, y era un milagro que no la hubiera
echado a perder. No podía dejar de pensar en que Axel estaba arriba, en su
habitación, manteniendo una reunión con la que podría ser su agencia
deportiva en un futuro no muy lejano. Sabía que aquello era importante,
muy importante. Podía cambiarle la vida a Axel por completo.
En el pasado, yo había tenido también una buena cuota de sueños en los
que jugaba al fútbol americano de forma profesional en la NFL. La
diferencia era que Axel era lo suficientemente bueno como para
conseguirlo.
Así que cuando oí el sonido de unos pasos firmes y decididos
acercándose a la cocina, me giré hacia la puerta, rezando mentalmente para
que las cosas hubieran ido bien. Axel apareció en el umbral y se detuvo allí,
con los ojos clavados en mí y una expresión indescifrable en el rostro. Un
calor profundo se apoderó de su mirada mientras me observaba, y lo
siguiente que supe fue que se estaba quitando el polo con el que se había
vestido para hablar con Foster.
Tiró de la parte trasera del cuello, se lo quitó por la cabeza y lo lanzó a
un lado sin molestarse en comprobar dónde caía. Su pecho quedó expuesto
y el piercing de su pezón destelló bajo los fluorescentes del techo. Axel
estaba construido de una forma maravillosa, cada músculo, cada valle, cada
línea de su cuerpo era una jodida locura. Sus oblicuos descendían hacia su
ingle junto con un rastro de vello oscuro. Ni siquiera tenía el botón de los
vaqueros abrochado y, por lo bajo que colgaban estos de sus caderas, estaba
bastante seguro de que de nuevo había olvidado la ropa interior.
Se me hizo la boca agua.
Joder, era imponente y precioso, y un montón de cosas más que apenas
podía llegar a procesar con él frente a mí. Axel tenía la capacidad de
absorber todos mis pensamientos coherentes y convertirme en pura
necesidad.
Avanzó hacia mí despacio y su mirada se tornó oscura y lujuriosa. Se me
disparó el pulso mientras retrocedía sin darme cuenta siquiera de que lo
estaba haciendo. Hasta que me topé contra un armario y la encimera se me
clavó en la parte baja de la espalda.
—¿Axel? —lo llamé en voz baja y titubeante.
No contestó. Pero para entonces ya estaba sobre mí. Deslizó una mano
sobre mi nuca y ancló la otra en mi cadera. Creo que nunca lo había visto
así; contenido y desatado a la vez, como si mantuviese alguna clase de
lucha consigo mismo.
Como si estuviera a punto de explotar y arrasarlo todo a su alrededor y lo
único que evitase que eso ocurriera fuera un débil hilo de control.
Parecía al límite. A un paso de quebrarse.
Se cernió sobre mi boca y capturó mis labios como quien toma posesión
de algo que cree suyo por derecho. Y yo me abandoné a él. Dudo que
hubiera podido resistirme y tampoco quería hacerlo. Lo dejé ganar, no
peleé. Lo deseaba con una intensidad que hacía que me doliese el pecho y la
piel. Y lo que fuera que estuviese sucediendo no importaba.
Su lengua buscó la mía con desesperación y se bebió el gemido que
brotó de mi garganta con avidez. Durante un rato, todo lo que pude hacer
fue resistir a sus envites y permitir que me saqueara a placer. Me entregué a
él como quien alza una bandera blanca y finalmente se rinde porque no hay
otra cosa que pueda hacer. Me besó, exigente, y seguramente se llevó partes
de mí que no le había entregado jamás a nadie.
Pero yo lo permití. Y también lo disfruté.
Cuando se retiró apenas la distancia necesaria para mirarme a los ojos y
hablar, yo estaba sin aliento, y cualquier cosa de aquella habitación que no
fuera él había desaparecido.
—Te necesito dentro de mí —afirmó con un tono tan exigente como
necesitado. Todo a la vez.
Aturdido, parpadeé, tratando de encontrar sentido a sus palabras.
—¿Eh?
Volvió a besarme y se llevó un poco más de mi aliento y mi cordura.
—Quiero que me folles. Te quiero. Ahora.
Busqué en su rostro la causa de aquella necesidad desgarradora y
encontré deseo, frustración y un fuego que lo quemaba todo a su paso. Y
me pregunté qué demonios había sucedido en esa reunión como para que
Axel estuviera pidiéndome algo así. Habíamos hablado alguna vez de ello y
él lo había sugerido en varias ocasiones, pero nunca había llegado a
suceder, y yo estaba tan cómodo y disfrutaba tanto con él en la cama que no
me suponía ningún problema.
—Por favor, Trey —gimió mientras su boca descendía por mi cuello.
—Lo que quieras. Haré lo que quieras.
Ni siquiera me molestó el matiz desesperado y complaciente que se filtró
en mi voz. Lo que fuera que había ocurrido, lo que él necesitase, yo quería
dárselo. Y la sola idea de estar dentro de Axel hacía que me diera vueltas la
cabeza.
Mi camiseta desapareció y luego mis manos estaban ya bajándole la
cremallera. Axel no dejó de besar mi piel. Mordisqueando, lamiendo.
Reclamando cada parte de mí.
—Vamos arriba —sugerí, pero él negó. Coló una mano bajo la cinturilla
elástica de mi pantalón y rodeó mi erección con los dedos, haciéndome
gemir.
—No, te necesito ya.
—Joder. Mierda. Joder...
Todo lo que podía hacer era maldecir mientras Axel me bombeaba con
firmeza y lamía mis pezones. Me estaba volviendo loco. A ese paso, no iba
a llegar siquiera a bajarme los pantalones.
—Te necesito —gruñó de nuevo.
Retrocedió, se deshizo de sus zapatillas y sus calcetines y tiró de sus
vaqueros hasta quitárselos de encima. En décimas de segundo, Axel King
estaba frente a mí completamente desnudo y, joder, la vista resultaba
gloriosa. La piel pálida contrastaba con su pelo negro y esos ojos azules que
desprendían el calor de mil soles. Su cuerpo no tenía un gramo de grasa, y
su erección se alzaba furiosa, dura y gruesa, exigiendo una atención que yo
estaba decidido a darle.
Comencé a arrodillarme, pero Axel me detuvo.
—No. Fóllame, Trey. Ya.
Giró y apoyó ambas manos en la isla que dominaba la estancia. Su
espalda se arqueó y el movimiento resaltó la curva suave de su espalda, con
sus dos hoyuelos destacando y un culo duro que era la octava maravilla del
mundo expuesto para mi disfrute. Joder, el tipo era una obra de arte.
Y era todo mío.
Me reí del pensamiento y de lo que suponía. Y Axel reaccionó ante mi
risa tirando de mí y colocándome a su espalda.
No iba a decirle que no. Mierda, en ese momento no podría haberme
negado a nada que me pidiera, incluso le habría entregado el alma y mi puto
corazón..., si es que no lo había hecho ya.
Repasé sus costados con las palmas planas sobre su piel, de arriba abajo,
hasta alcanzar sus caderas. Y juro que me temblaron las manos. O tal vez
era él quien lo hacía. No estaba seguro de nada.
—Eres jodidamente hermoso, Axel King.
Llevé mis dedos entre sus nalgas mientras mi boca se entretenía aquí y
allá. Aspiré su aroma directamente de su piel y no pude evitar sonreír,
incluso cuando el olor fue directo a mi polla y mis labios dejaron escapar un
gruñido bajo y posesivo. Ese olor... Su olor... Nunca habría creído que el
aroma de alguien pudiera hacerme estremecer y apretarme las pelotas de ese
modo. Joder, nunca habría esperado estar inhalando a nadie como un
maldito yonqui.
—¿Qué...? —Mascullé una maldición y se me aflojaron las rodillas al
rozar su agujero y encontrarlo húmedo. Tuve que erguirme un poco e
inspirar profundamente antes de ser capaz de formular una frase coherente
—. ¿Qué has estado haciendo ahí arriba?
—Me he preparado para ti. No sabía si tú... si querrías hacerlo.
—Pensaba que estabas reunido.
—He hecho ambas cosas.
—Espero que no a la vez. —Traté de reír, pero mi voz se convirtió en un
sonido estrangulado.
La imagen de Axel tocándose, hundiendo los dedos en su propio culo,
abriéndose para mí...
—Mierda, cariño —solté antes de poder evitarlo. Oh, Dios, puede que
fuese la primera vez en mi vida que empleaba esa clase de apelativo
afectuoso con alguien—. Me habría encantado verlo. Es más, quiero verlo
en algún momento.
Axel rio, pero sus caderas empujaron hacia atrás buscando más de la
presión de mis dedos y tuve que darle lo que quería. Nunca había hecho
algo así, pero no pude apartar la mirada mientras deslizaba un único dedo
en su interior. Mi polla se sacudió encantada con la visión.
—Oh, mierda. Más. Otro —pidió Axel de inmediato.
Añadí un segundo dedo. No tenía ni idea de lo que hacía, a pesar de que
había visto un montón de porno gay últimamente, así que supuse que era
bueno que Axel ya se hubiera preparado antes de bajar; lo último que quería
era cometer alguna torpeza y hacerle daño. Pero igualmente Axel gimió y
empujó hacia atrás de nuevo, y un momento después estaba follándose a sí
mismo en mis dedos.
Puede que fuera lo más erótico que había contemplado jamás.
—Sí, joder. Eso es —lo animé, sujetándolo por la cadera con la otra
mano y ayudándolo a balancearse. A tomarlo todo.
Levanté la vista poco a poco por su cuerpo, bebiéndome ansioso cada
curva, cada contracción de los músculos de su espalda, el modo en que su
cabeza colgaba hacia atrás y había cerrado los ojos. Sus labios
entreabiertos. Los sonidos que escapan de ellos.
El dulce abandono con el que iba en busca de su placer.
—Estoy listo. Por favor, Trey.
«Por favor.» Axel King suplicando era... más. Joder, lo era todo.
Podría haber caído de rodillas sobre el suelo de no haber estado decidido
a darle exactamente lo que me estaba pidiendo. Me bajé la parte delantera
del pantalón y el bóxer lo suficiente como para liberar mi erección. Estaba
duro como una roca y más que dispuesto para complacerlo, eso si no
acababa perdiéndome a mí mismo en cuanto empujara dentro de él.
Lo que fuera que hubiera sucedido en su dormitorio, en la reunión con
Foster, no podía ser bueno. No si él me necesitaba de aquella forma tan
cruda. Y sabía que cuando todo acabara tal vez no iba a gustarme lo que
descubriría, pero en ese instante el mundo entero podría haberse
derrumbado a nuestro alrededor y yo no me habría detenido.
Retiré los dedos y apenas le di tiempo para recuperarse. Al segundo
siguiente era mi polla la que empujaba en su lugar.
—Diooos. Joder —gemí abrumado en cuanto me rodeó—. Mierda, esto
es... Estás...
No fui capaz de completar una frase mientras me deslizaba poco a poco
hasta el fondo. Resultó casi milagroso que pudiera contenerme para ir
despacio. Me detuve una vez que lo hube llenado del todo y cerré los ojos.
Apreté tanto los párpados que pequeñas luces destellaron tras ellos.
—Estoy bien, puedes moverte.
Me eché a reír y me sentí como un gilipollas a la vez. No me había
parado para darle tiempo a adaptarse a mí, algo en lo que debería haber
pensado, sino porque estaba a punto de correrme como un hijo de puta.
—Necesito un segundo.
Axel se irguió y llevó uno de sus brazos hacia atrás hasta alcanzar mi
nuca. Ladeó la cara para buscar mis labios. Tras un largo beso que no
mejoró en nada mi precario control, apoyó la cabeza en mi hombro. Su culo
presionó mis caderas y su espalda formó un arco perfecto y precioso.
—Lo quiero duro —soltó a bocajarro, y yo gemí pensando en cualquier
cosa que me evitara hacer el ridículo—. Dame todo lo que tengas, chico de
oro. Todo.
Me rehíce lo mejor que pude. Si rápido, duro y sucio era lo que Axel
necesitaba, sería justo lo que recibiría. Y yo disfrutaría cada puto segundo
de ello.
Recorrí su pecho con ambas manos y tironeé de la barrita de metal de su
pezón. Axel gimió y volvió a empujarse contra mí, así que no dudé más.
Anclé ambas manos en sus caderas y creo que le clavé los dedos con tanta
fuerza que estaba seguro que le dejaría marcas.
—Así que duro, ¿eh? —susurré en su oído.
—Quiero sentirte por la mañana. Haz que te sienta, Trey.
No pude negarme. No quise negarme. Yo también quería que lo sintiera.
Todo. Cada embestida. Cada golpe. Cada maldito centímetro de mi polla
dura. No me importaba que acabase andando raro en el maldito
entrenamiento a la mañana siguiente y todos imaginasen lo que habíamos
hecho. Ese día las cosas habían sido más o menos normales en el vestuario,
pero estaba dispuesto a apostar que la calma no duraría. Si alguien nos
había visto en la fiesta de la mano o saliendo del cuarto de las escobas,
acabaría por saberse. Y hablarían. Susurrarían.
Me importaba una mierda.
Arremetí contra él con todo lo que tenía. Axel jadeó con la primera
embestida, pero no me detuve. Lo follé con fuerza y de forma implacable.
Fue sucio y áspero y todo lo que él me había pedido que fuera. El sonido de
nuestros cuerpos chocando una y otra vez, los gemidos y los gruñidos. Los
«más».
Más duro.
Más rápido.
Más. Más. Más.
Sentía a Axel tan bien, tan apretado y cálido, que no sabría decir cómo
conseguí controlarme para no correrme de inmediato. Lo sentía como el
cielo y el infierno a la vez.
Lo sentía mío, joder. Y suyo. Lo sentía nuestro.
—Sí. Sí, Trey. Joder. No pares.
—Oh, mierda, no creo que pudiera parar aunque quisiera.
Fue lo último que dijimos que pudiera resultar coherente. En cuanto
doblé un poco las rodillas y empecé a atacarlo desde otro ángulo, ya no
hubo más palabras. Solo gruñidos, jadeos y gemidos. Dientes y lengua en su
espalda. Dedos hundiéndose en la piel. Y la sensación de estar cayendo una
y otra vez más allá de todo.
No tenía ni idea de si conseguiría regresar. Y menos aún creía que fuera
a hacerlo entero.
Axel

—¿Te das cuenta de que Cooper o Grayson podrían haber entrado en


cualquier momento? —señaló Trey—. Todavía pueden hacerlo.
Estábamos tirados en el suelo uno al lado del otro, medio desnudos aún y
con la espalda apoyada contra los armarios de la cocina. Trey todavía
trataba de recuperar el aliento y a mí me temblaban las piernas y me dolía el
culo, aunque era un dolor agradable y más que bienvenido.
Había pasado un tiempo desde la última vez que había dejado que un
tipo me follara. Mucho tiempo. Algo que no había compartido con Trey. De
algún modo, pensaba que eso haría las cosas raras, algo estúpido
seguramente. Pero hacerle saber que era la segunda vez que hacía algo así y
que la primera había sido cuando era un adolescente cachondo y estaba aún
en el instituto... Bueno, me hacía sentir vulnerable y expuesto.
Y, sin embargo, no habría cambiado nada de lo sucedido en aquella
habitación. Lo había deseado. Lo necesitaba. Y Trey había cumplido de una
forma brutal y había superado cualquier expectativa que tuviera al respecto.
Quería repetir. Pronto.
Me eché a reír. A pesar de la mierda de la reunión. A pesar de todo.
Porque Trey hacía eso conmigo. Me hacía reír, me excitaba y arrastraba mis
emociones de un lado a otro como si yo no fuera más que un maldito
muñeco de trapo.
«Joder, chico de oro. ¿Qué has hecho conmigo?»
—No te reirías tanto si Cop nos hubiera pillado con los pantalones
bajados y mi polla en tu culo —repuso Trey, malinterpretando el motivo de
mis carcajadas.
—Habría sido divertido ver su cara, no te creas.
Cop y Gray se lo habían tomado muy bien esa mañana, pero apostaría a
que saldrían corriendo si nos encontraban en una posición tan
comprometida.
—¿Y bien? ¿Vas a contarme qué ha pasado?
Era de esperar que Trey preguntara y yo no sabía muy bien qué decirle.
Qué confesar. Cuánto contar. Cuánto pedirle. Parecía una locura exigirle
comprometer su futuro cuando acabábamos de empezar a salir. Ni siquiera
estábamos en el mismo punto de nuestras vidas. Yo llevaba años sabiendo
que era gay, y en el último no lo había escondido en absoluto, y Trey aún
estaba... asumiendo que le gustaban los hombres. O al menos que yo le
gustaba.
—Mi padre estaba en la reunión. Y Levy —añadí.
Trey se sentó de lado y me encaró.
—¿Bromeas?
—No, por desgracia estaba allí. Aunque se levantó y salió en cuanto
exigí que lo hiciera. También le aseguré a Foster que no firmaría para
esconderme.
Los dedos de Trey se enredaron en un mechón de mi pelo, y suspiró.
—Podría costarte mucho...
Agité la cabeza.
—Hace un año, yo no quería salir. Pero me niego a volver a ocultar lo
que soy ahora que estoy fuera. Si Olson & Faulk no tienen los cojones para
representar a un jugador gay, buscaré a otro. Tiene que haber alguien
dispuesto a pelear por mí.
Trey envolvió mis hombros con un brazo y me deslicé sobre su pecho.
Me abrazó y me apretó contra su cuerpo, y me sentí reconfortado. Y feliz.
Quería aquello cada día. Dentro y fuera de casa. No quería tener que fingir
o negarme a besar a Trey si él quería hacerlo en plena calle..., algo que no
estaba seguro de que fuera a suceder.
Además, sabía que estaba arriesgándolo todo. Mi futuro y mis sueños.
Aunque encontrara un agente al que no le importara representar a un
jugador abiertamente gay, puede que ningún equipo quisiera arriesgarse a
provocar malestar en su vestuario. Y Dios sabía que lo habría, porque al
parecer los gais deseaban a cualquier hombre que se paseara medio desnudo
delante de ellos.
Cerré los ojos.
Todo aquello era una mierda.
—¿Qué te ha dicho Jeremy? ¿Te ha dado algún plazo de tiempo para
decidirte?
Me reí.
—Se lo he dado yo a ellos. Le he dicho que sería discreto hasta los
drafts, eso es todo cuanto estoy dispuesto a ceder.
—Axel...
—No. Yo... —titubeé, no sabía cómo decirle que lo quería a mi lado. No
hasta los drafts, sino también después de ser seleccionado.
Por Dios, quería a Trey Donovan. Estaba jodidamente enamorado de él.
Había caído rápido y duro y sin posibilidad de retorno, y no me importaba
en absoluto. Pero no tenía ni idea de si él sentía algo que se acercase
siquiera. Y de lo poco que sabía era que no podía permitirme simplemente
pasar el rato con él. No ya porque eso le haría aún más daño a mi reputación
y a mi carrera; en cuanto hurgaran en mi pasado, se me etiquetaría de
promiscuo y dos mil mierdas ofensivas más. Lo que no encontraran lo
inventarían. Pero, además de eso, Trey podía romperme el corazón, porque
en algún momento de los últimos dos meses yo se lo había entregado sin
darme cuenta siquiera de que lo hacía.
Pasar el rato con él ya no era una opción para mí.
—¿Tú qué? —me animó a seguir.
—Quiero estar contigo. Quiero ir en serio —solté, rezando para que Trey
no saliera corriendo en dirección contraria.
Cuando no dijo nada, abrí los ojos y me moví para verle la cara. Parecía
desconcertado.
—En serio... Quieres ir en serio —repitió aturdido.
Asentí. ¿De verdad no le había quedado claro aún? A lo mejor toda la
mierda de juegos con los que lo había torturado no había sido mi mejor
idea.
—Sé que es mucho para asumir, y te juro que no espero que lo hagamos
público ni nada de eso si tú no estás preparado —me apresuré a decir. De
repente, necesitaba... convencerlo. Lo quería conmigo—. Haremos lo que
quieras. Y sé que quieres terminar tus estudios de periodismo y luego tal
vez hacer prácticas y buscar un trabajo. No espero que me persigas allá
donde vaya. Pero podemos hacerlo funcionar y podemos...
—Axel, para.
Cerré la boca en el acto. Dios, estaba asustándolo. Planeando su futuro
en función del mío. Aunque no estaba mintiéndole. Funcionaría. Lo
ayudaría a encontrar su propio camino. Haría lo que fuese.
Colocó una mano sobre mi mejilla y no pude evitar cerrar los ojos.
Mierda, su tacto era tan placentero como tenerlo empujando en mi interior.
Eso debería haberme asustado incluso a mí, supongo. Pero no lo hizo.
—Yo también quiero estar contigo, pero... —fruncí el ceño, un «pero»
nunca traía nada bueno— necesito que me prometas que no vas a
condicionar todo tu futuro para estar conmigo. No lo permitiré.
Debería haber sabido que Trey me pediría algo así. Qué ironía que mi
padre hubiera ido en busca de Levy, un tipo que haría cualquier cosa,
incluso joder toda mi carrera, si eso le reportaba alguna clase de beneficio,
cuando debería haber hablado con Trey Donovan.
—Haré lo que pueda —me limité a decir. No quería hacerle ninguna
promesa vacía a Trey.
—No, harás lo que necesites hacer. Tampoco estoy de acuerdo con que
tengas que regresar al armario para jugar en la NFL, porque dudo que eso te
hiciera feliz a la larga. Pero prométeme que harás un esfuerzo para llegar a
un acuerdo.
—¿Me estás pidiendo que oculte esto? —señalé entre ambos y, aunque
no quise que mi voz sonara tan dura, estaba cargada de reproche. Incluso
así, la expresión comprensiva de Trey no varió—. No quiero decir... No voy
a asumir que tú...
Él ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa repleta de ternura. Y recordé
entonces que me había llamado «cariño» mientras follábamos. Así que le
sonreí de vuelta incluso sin ser consciente de que lo hacía. Sonaba tan cursi
y tan fuera de lugar, y aun así...
—No, no quiero que ocultemos nada. No me importa lo que piensen los
demás. Estoy cómodo con esto. Contigo.
Titubeé a pesar de la convicción que transmitían sus palabras. Joder, ¿por
qué tenía que ser todo tan complicado?
Se oyó el tintineo de unas llaves en la puerta de entrada y luego el sonido
de esta abriéndose y cerrándose de nuevo.
—Pero no tan cómodo como para que mis compañeros de piso me pillen
en pelotas y recién follado —rio a continuación, incorporándose de forma
apresurada.
Apenas tuve tiempo de ponerme también en pie y enfundarme los
vaqueros mientras Trey se adecentaba un poco. Cop entró silbando en la
cocina y los dos nos quedamos inmóviles como un par de cervatillos
deslumbrados por los faros de un camión.
Parecíamos tan culpables que era inútil esperar que Cooper no se diera
cuenta de lo que acababa de suceder en nuestra cocina.
—¿En serio? ¡Tenéis no una, sino dos habitaciones, joder! —Señaló a su
alrededor—. Comemos aquí.
Trey y yo estallamos en carcajadas a pesar de la mueca de disgusto de
nuestro compañero de piso. Cop agarró un trapo de cocina y lo lanzó en mi
dirección cabreado. Pero lo único en lo que podía pensar en ese momento
era en que Trey había dicho que quería estar conmigo y en lo jodidamente
bien que eso sonaba.
—Idos a la mierda —continuó protestando Cop—. Sois unos cabrones.
Trey fue hasta su mejor amigo, probablemente para abrazarlo y meterse
un poco más con él, pero Cop saltó hacia atrás.
—Ni se te ocurra tocarme sin darte una ducha antes.
Volví a reírme y los observé divertido, mientras Trey trataba de llegar
hasta él y Cop retrocedía todo el tiempo. Y me sentí feliz.
Lo que fuera que nos esperase ahí fuera lo afrontaría con él.
«Contigo. Solo contigo, Trey Donovan», quise volver a decirle, y en mi
mente sonó a una promesa que sí que podía cumplir.
Axel

Fui consciente de que algo había cambiado en cuanto Trey y yo entramos


en el vestuario. Tal vez fuera precisamente el hecho de que lo hiciéramos
juntos, ya que el día anterior a mí se me había hecho un poco tarde en clase
y Trey se había adelantado. O tal vez no.
El silencio que nos envolvió no resultaba natural en un lugar como
aquel, salvo en los días que perdíamos un partido y estábamos a la espera de
la consiguiente bronca del entrenador. Incluso entonces, solían oírse
maldiciones murmuradas, protestas por alguna jugada fea o injusta y un
montón de insultos cargados de autodesprecio.
Sabía que aquello terminaría ocurriendo, pero de todas formas me pilló
desprevenido, supuse que debido a la naturalidad que habían demostrado
Cooper y Grayson al enterarse de que Trey y yo estábamos saliendo.
Apretando los dientes, me dirigí a mi taquilla, aunque no aparté la vista
de Trey mientras él se encaminaba hacia la suya, al otro lado del vestuario.
Sentí el deseo instintivo de colocarme a su espalda y enfrentarme a
cualquiera que se le ocurriera soltar algo ofensivo. Quería proteger a Trey
de toda aquella mierda sin importar lo que supusiera para mí.
No me quedaría atrás ni me haría a un lado. No dejaría que nadie le
hiciera daño si podía evitarlo. Nunca sería como Levy, y me alegró
comprobar que era así. La mirada que intercambié con Cop me dijo que él
estaba pensando exactamente lo mismo.
Pero cuando creí que Trey agacharía la cabeza e iría directo hasta su
propia taquilla, él simplemente se plantó en mitad de la estancia. Dio una
vuelta sobre sí mismo y enfrentó una a una las miradas de nuestros
compañeros de equipo. No parecía intimidado ni mucho menos
avergonzado.
—Bien, ¿alguien tiene algo que decir? Porque antes de que saltéis al
campo y comencéis a susurrar a mi espalda, prefiero que lo hagáis aquí y
ahora y me lo digáis a la cara.
El orgullo se desbordó en mi pecho. Orgullo por Trey. Por su valentía y
por no bajar la vista o fingir que no se había dado cuenta de lo que estaba
pasando. Me sentí estúpido por no haber imaginado que haría algo así y
también por pensar que necesitaba que yo lo protegiera; ya había quedado
claro quién de los dos era el valiente. Y no, no era yo.
Era Trey Donovan.
Joder, creo que en ese momento me enamoré aún más de él.
Que nadie dijera nada no lo amedrentó, tampoco lo hizo conformarse.
—Sí, Axel y yo estamos juntos. Juntos y muy satisfechos. Así que siento
cargarme vuestras ilusiones de conseguir algún tipo de atención por mi
parte —se burló, con la barbilla alta y una voz firme y clara que hizo que
me endureciera. Joder con el chico de oro—. No, no me interesan vuestros
culos. Lo único que me interesa es salir ahí fuera y ganar partidos. Y, a
riesgo de poner palabras en boca de nuestro quarterback estrella —añadió,
e incluso se permitió mirarme y guiñarme un ojo con todo el descaro del
mundo—, tampoco tenéis nada que hacer con él.
Durante un minuto eterno, en el vestuario no se oyó ni tan siquiera el
sonido de una respiración. Bueno, tal vez el de mi corazón arremetiendo
contra mis costillas como un puñetero cañón. Quería ir hasta Trey y besarlo
delante de todos, y también decirle que estaba enamorado de él.
Pero no creía que fuera el mejor momento para algo así. Sabía lo que
estaba haciendo Trey. Les estaba diciendo a todos que le importaba una
mierda lo que pensasen, pero también que no le interesaba en absoluto
mirarlos dos veces. Que nada había cambiado aunque todo se antojara
diferente. Porque solo era diferente para nosotros, no para ellos.
Sabía que nadie iba a soltar su mierda sobre mí. Desde mi llegada había
dejado claro que no aguantaría ninguna tontería de nadie y, les gustara o no,
necesitaban mi brazo para ganar partidos. Trey también era uno de los
mejores running back que teníamos, pero él llevaba más tiempo alrededor
de aquellos tipos; se conocían, habían compartido vestuario y
entrenamientos durante varios años, así que su traición parecía mayor y los
hacía sentir más incómodos.
Irían más a por él que a por mí.
Por eso me mantuve inmóvil y no dije una palabra, aunque no me
callaría si alguien arremetía contra Trey.
Alguien se aclaró la garganta y todos los ojos de la sala se clavaron en...
Ryn. ¿El novato? ¿En serio? Había estado trabajando con él casi desde mi
llegada al campus. Esperaba no haberme equivocado con aquel chico.
—¿Tú estás con... él? —preguntó, pero no había malicia en su voz, solo
curiosidad y tal vez... ¿decepción?
Oh, vaya, igual alguien había malinterpretado mi interés por ayudarlo a
mejorar su juego.
La risita proveniente de Trey me dijo que él había llegado a la misma
conclusión que yo. Pero esa fue toda la diversión que hubo, porque
entonces llegó justo la clase de mierda que había estado esperando.
—Deberían daros otro vestuario.
Solté una carcajada en cuanto oí la reveladora sugerencia de JT, uno de
nuestros alas defensivas. El tipo era como un jodido armario, pero también
tenía la potencia en carrera de un cohete y, por lo visto, una boca igual de
grande y un cerebro muy pequeño. Era parte importante de nuestra defensa
y no estaba seguro de si los demás lo seguirían, tampoco iba a sentarme a
esperar que eso sucediera.
—No me interesa verte la polla, JT. Tengo una mucho más grande y
bonita justo ahí —señalé en dirección a mi novio.
Cop, ahora situado junto a Trey, se echó a reír y le dio una palmada a su
amigo en el hombro. Y, cuando vio que todas las miradas se dirigían hacia
él, no solo no retrocedió, sino que mantuvo la mano en su hombro y se
quedó pegado a su costado. No se podía negar que Trey tenía toda su
lealtad.
Que algunos compañeros más se unieran a las burlas no debió de
gustarle al imbécil de JT, porque no se le ocurrió otra cosa que murmurar:
—No quiero jugar con maricones.
Y entonces todo se fue al infierno.
Lo vi todo rojo. Joder, ya estaba bien de aquella mierda. Me abalancé en
su dirección a sabiendas de que las cosas no iban a acabar bien para mí,
pero al menos le cerraría la boca a él y, de paso, a todos lo que pensaran
igual. Si no le estampé el puño en la cara fue solo porque Trey llegó a mi
lado antes para sujetarme y, al mismo tiempo, la voz del entrenador Meyer
tronó a lo largo y ancho del vestuario. Y seguramente lo primero fue más
decisivo que lo segundo.
—No merece la pena. Mírame, Axel. Mírame, cariño —me exigió Trey,
mientras el entrenador avanzaba y llegaba también hasta nosotros.
Me centré en Trey. En su rostro. En esos ojos verdes que había
empezado a adorar. En los mechones rubios que caían sobre su frente. Y en
los jodidos labios que había querido besar unos minutos antes.
Inspiré y espiré muy muy despacio en un intento de ganar algo de
control.
—King —me llamó el entrenador con un tono de clara advertencia, pero
luego se giró hacia el lugar en el que JT continuaba de pie, junto a su
taquilla y muy satisfecho de sí mismo, y lo apuntó con el dedo—. A mi
despacho. Ya. Y os lo advierto a todos. Me trae sin cuidado quién sale con
quién, con quién os liais o a quién os lleváis de paseo. ¿De verdad queréis
jugar a ver quién la tiene más larga en mi vestuario? Os lo diré: yo. Así que,
si vuelvo a oír un solo insulto homófobo, racista o discriminatorio en mi
campo o si me entero de que alguien está presionando o molestando a otro
de vosotros por ese motivo, no acabaréis en mi despacho. Os iréis a la puta
calle.
Giré la cabeza de golpe hacia él.
—¿Qué? —exclamé sin poder evitarlo.
Resultaba obvio que Meyer había oído gran parte de lo que había
sucedido en el vestuario; a saber el tiempo que llevaba en la puerta antes de
que JT se pusiera gilipollas y yo saltara para partirle la cara. Pero no
esperaba ni mucho menos que fuera tan tajante. Mi anterior entrenador
había hecho la vista gorda más de una vez, y eso que en mi antiguo equipo
las cosas habían ido bastante bien en general.
—¿Ahora estás sordo, King? ¿Es que no hablo claro? —continuó
gritando—. ¿Y a qué demonios estáis esperando todos? ¡Llegáis tarde al
maldito entrenamiento!
Eso fue suficiente para que todo el mundo se moviera a una velocidad
inaudita. Los retrasos no eran bien tolerados por nadie del equipo técnico y
posiblemente acabáramos recibiendo una sesión mucho más larga y dura de
lo normal por salir de allí tan solo unos minutos más tarde de lo debido.
Observé a Trey mientras se apresuraba a colocarse todas las protecciones
y el equipo y coger su casco. Debió de sentir mis ojos sobre él, porque
levantó la vista y me sonrió.
—¿Qué ha sido eso? —vocalicé, aunque no estaba seguro de que me
entendiera.
Él se encogió de hombros y sus mejillas enrojecieron levemente. Ah, ahí
estaba de nuevo mi chico de oro.
No podía esperar para llegar a casa y demostrarle lo orgulloso que estaba
de él de las formas más perversas posibles...
—Joder —me quejé cuando alguien me golpeó el lateral de la cabeza.
Estaba a punto de empezar a despotricar cuando giré la cara y me
encontré a Meyer plantado a mi lado.
—Deja de tontear, King, y sal de aquí antes de que yo mismo patee tu
culo fuera del puto campo.
—Sí, señor.
Juro que lo oí murmurar algo muy parecido a «jodidos universitarios» y
luego no sé qué acerca de que no le pagaban lo suficiente. Dijera lo que
dijese, y sin importar lo que lo motivara, tenía todos mis respetos por no
mantenerse al margen y mirar hacia otro lado. No era que hubiésemos
ganado la guerra, pero al menos aquella batalla era nuestra.
JT, y cualquiera que estuviera de acuerdo con él, lo pensaría un poco más
la próxima vez. O al menos se aseguraría de que el entrenador no estuviera
oyéndolo. Eso no iba a evitar los insultos susurrados en voz baja en el
césped ni los que pudiésemos recibir de otros equipos o fuera del campo.
Tampoco haría cambiar de opinión a los tipos como JT. Pero, mierda, era
maravilloso tener algo de respaldo por una vez.
Y lo mejor de todo era, sin duda, haber contemplado el modo en que
Trey se defendía y nos defendía frente a un montón de tíos sin pestañear
siquiera.
Si eso no era amor, supongo que no tenía ni idea de lo que podía serlo.
Y no podía negar que deseaba con todas mis fuerzas que fuera eso lo que
Trey sentía por mí.
Trey

Las cosas se pusieron un poco raras en los siguientes días. No ayudó que
sufriésemos una derrota en el siguiente partido. De repente, el equipo
parecía haber perdido la cohesión en el campo y fue como si cada uno de
nosotros fuese por libre. Axel estaba muy cabreado. Conocía de sobra los
motivos por los que eso estaba sucediendo y, al igual que yo, era muy
consciente de que algunos chicos murmuraban a nuestra espalda y los
rumores corrían por el campus. La noticia de que el quarterback titular
estaba saliendo con uno de los corredores del equipo era un cotilleo
demasiado jugoso como para dejarlo escapar.
Todo aquello me pilló con la guardia baja. Supongo que, hasta entonces,
nunca había prestado demasiada atención a la cantidad de veces que se
empleaba la palabra «maricón» durante un partido. Vi a Axel apretar los
dientes y gruñir respuestas en voz baja a esa clase de insultos mientras
trataba de encadenar un pase que nos acercase a la zona de anotación. No
volvió a perder el control ni una sola vez como en el vestuario, pero en
alguna ocasión hubo empujones y amagos de pelea contra el equipo
contrario; también alguno en el nuestro. Y eso sí que fue de lo más triste.
Él nunca había sido así, no solía permitir que nadie lo sacara de quicio
en el césped ni fuera de él, y no podía dejar de preguntarme si de repente
Axel se estaba tomando todo aquello como una especie de cruzada personal
para defender mi honor. Sabía lo duro que había sido para él salir y
encontrarse solo cuando ese imbécil de Levy lo había dejado atrás, y
aquello parecía su forma de compensarme.
En la fraternidad, el tema no trascendió del mismo modo gracias a
Maddox. Es decir, creo que todos lo sabían, pero no hubo tantas reticencias,
a pesar de que los mismos idiotas que nos señalaban en el equipo eran
también hermanos. No supe cómo lo hacía, pero nuestro presidente se
merecía un homenaje por saber encarrilar a un montón de idiotas que no
hacíamos más que darle disgustos. Después del conato de incendio de la
última vez, el decano nos había prohibido dar más fiestas por un período de
tiempo indefinido, así que los ánimos se fueron caldeando y la gente no
estaba especialmente contenta. Pero, aun así, Maddox se las arregló para
asegurarse de que nadie nos hiciera sentir incómodos.
Axel y yo nos lo tomamos con calma en el campus. Fuimos discretos,
aunque a veces él me lanzaba una de sus miradas oscuras en la biblioteca y
la sensatez huía volando por la ventana más próxima. Era extraño salir con
alguien, y ni siquiera se debía a que fuera un chico. Simplemente, no estaba
acostumbrado a tener una relación. Pero incluso con todo el revuelo y los
problemas que suponía lo nuestro para algunas personas, nunca había sido
tan... feliz.
Mi única preocupación real durante la siguiente semana fue la de que
Axel estuviera lanzando por la borda su futura carrera en la NFL por estar
conmigo.
—¿Has sabido algo más de Foster? —Cuando Axel negó, la culpabilidad
se asentó un poco más en mi pecho—. Deberías llamarlo tú.
Él suspiró y su mandíbula se endureció bajo el rastro de una barba de
tres días, que, por cierto, le sentaba realmente bien. Habíamos tenido la
misma conversación en media docena de ocasiones. Y también sabía que su
padre lo había estado llamando durante toda la semana; Axel no había
respondido ninguna de las veces.
Tiré de él y lo arrastré entre mis piernas abiertas. Habíamos decidido no
salir esa noche porque teníamos partido al día siguiente y el entrenador nos
había dado una larga y apabullante charla sobre el compromiso y nuestra
mierda de rendimiento en los entrenamientos, pero la casa estaba llena de
gente. Cooper había aparecido con Jules y Chad, y luego algunos más de los
chicos se habían ido sumando. Todos estaban apiñados en el salón,
charlando y bromeando mientras se turnaban para machacarse al Call of
Duty, comían pizza como cerdos y se bebían nuestras cervezas.
—Explícame de nuevo por qué no puedo echar a los idiotas de ahí fuera
y llevarte arriba de una vez —repuso Axel, cambiando de tema sin el más
mínimo pudor.
No quería ni oír hablar de Olson & Faulk. En el fondo, me daba la
sensación de que, a pesar de todos sus alardes, él también estaba
preocupado, pero no quería dar muestras de ello para evitar oír lo que sabía
que yo le diría.
—Son nuestros amigos —le dije, e incliné la cabeza para darle acceso a
mi cuello. Fue dejando un rastro de besos hasta alcanzar ese punto detrás de
mi oreja que me volvía loco—, y no era como si nos quedasen muchos. Al
menos, de los buenos.
Se retiró y buscó mis ojos con el ceño fruncido y una expresión asesina
dominando todo su rostro.
—¿Alguien te ha estado molestando?
Sí, Axel King era ferozmente protector, lo cual resultaba gracioso porque
los primeros días habría apostado que no le preocupaba nadie que no fuera
él mismo y, además, si había alguien que me molestaba todo el tiempo era
él, aunque en el buen sentido.
Negué antes de que su imaginación empezase a desbordarse y se pusiera
en modo destructor. Deslicé una mano sobre su nuca y empujé mis caderas
contra las suyas, frotándome de una forma bastante poco discreta.
—Todo está bien —aseguré. Era inútil tratar de luchar contra el mundo.
Por desgracia, estaba lleno de gente intolerante, y yo no estaba dispuesto a
prestarles una atención que no merecían—. Deja de intentar controlarlo
todo. No puedes.
La arruga de su frente tardó unos cuantos segundos en desaparecer, el
tiempo que empleé yo en agarrar su culo y darle un par de apretones.
Contemplar cómo un tipo como Axel cedía y se desmoronaba en la cama —
o fuera de ella— era uno de mis pasatiempos favoritos en esos días.
—Deberías parar si no quieres que eche a esos pocos amigos —se burló.
Sus facciones se relajaron y su expresión se tornó juguetona primero y
mucho más ardiente un segundo después—. O puedes ponerte de rodillas
para mí. Yo vigilo.
Me eché a reír. Lo creía muy capaz de plantearse recibir una mamada
con nuestro salón lleno de gente. Y, por desgracia, mi polla parecía muy de
acuerdo con la sugerencia. No necesitaba que nadie la pervirtiera en
absoluto.
—Eso no va a suceder.
—Ah, ¿no? —Hundió la cara en el hueco de mi cuello y comenzó a
mordisqueármelo mientras sus manos se colaban bajo mi chándal—. A lo
mejor puedo hacerte cambiar de opinión.
Podría hacerlo. Si yo era terco, Axel no se quedaba atrás cuando se
trataba de conseguir lo que quería. Una de sus manos se dirigió a mi culo y
sus dedos estuvieron muy pronto entre mis nalgas.
—King —gemí aturdido cuando rozó mi agujero. Era vergonzoso lo
rápido que podía excitarme y hacerme perder el control.
¿A quién quería engañar? En realidad, yo no tenía ningún control cuando
se trataba de él. Cada vez que me tocaba, el mundo desaparecía para mí.
—Así que ahora soy King. —Sonrió con una lujuria pecaminosa que yo
conocía muy bien.
Si llevarlo al límite y hacer caer a Axel King era mi idea de la diversión
en esos días, continuar torturándome y haciéndome suplicar era la suya. Lo
había convertido casi en un arte. Y no podía negar que yo disfrutaba mucho
de ello.
Su dedo se hundió un poco y a mí se me cerraron los ojos. Incluso
cuando la fricción en seco despertó un ardor incómodo, tuve que apretar los
labios para contener un jadeo. Si uno de los chicos entraba en ese momento
en la cocina y nos pillaba en pleno magreo, iba a darle un ataque. Pero
resultaba complicado resistirse a Axel; no importaba las veces que
hiciéramos aquello, cuánto nos besásemos, nos tocásemos o follásemos,
nunca parecía suficiente.
Nunca tendría suficiente de Axel King.
—¿Irás a casa en Acción de Gracias? —pregunté, solo para distraerme
de la delicia de su toque y de lo bien que olía siempre.
—Ver a mi padre no es una de mis prioridades. Y mi madre... —Lamió
la comisura de mi boca y negó, aparentemente estoico, aunque yo sabía que
era un tema delicado para él.
La relación con su madre no era tan tensa ni estaba tan deteriorada como
la que mantenía con su padre, pero tampoco resultaba muy cercana.
—Ven conmigo... a casa... —tartamudeé, no porque dudara al invitarlo,
sino porque él acababa de alcanzar ese punto sensible en mi interior y
comenzó a presionarlo sin descanso—. Mamá estará... encantada. Joder, no
pares.
Sentí su sonrisa sobre la piel. Cabrón arrogante, le encantaba
convertirme en un idiota desesperado y balbuceante.
—Bonita conversación para mantener con mi dedo en tu culo —se burló
mientras se movía, de modo que su eje endurecido y el mío se deslizaron
uno contra el otro.
Nuevos jadeos escaparon de mi garganta. Me tapó la boca con la otra
mano, riendo, y yo le lancé insultos varios solo con la mirada. Algunos de
nuestros amigos gritaron en el salón en ese momento y se oyeron abucheos
en respuesta. Ambos miramos hacia la puerta para comprobar que solo se
tratase de una de las estúpidas disputas causadas por el videojuego con el
que estaban tan entretenidos.
—Alguien va a pillarnos —farfullé, y mis protestas quedaron
amortiguadas por su mano—. Y si Cop vuelve a enterarse de que nos lo
montamos aquí, empezará a buscar nuevos compañeros de piso.
Siseé cuando un segundo dedo se unió al primero.
—Axel, joder.
—¿Qué pasa, chico de oro? —rio, aunque también estaba sin aliento—.
¿Quieres que pare?
—Capullo.
El insulto solo lo hizo reírse más fuerte. Me volvía loco oírlo reír, casi
tanto como las cosas que le hacía a mi cuerpo. Y supongo que esa era una
señal clara de lo metido que estaba en aquello. De lo hondo que había
llegado a colarse Axel en mi interior, y no hablo de los dedos que me
estaban destrozando en ese momento.
—Te encanta que sea un capullo, chico de oro. Así que ahora dame lo
que quiero —dijo mientras envolvía mi polla dolorida con la otra mano. El
tacto cálido de sus dedos directamente sobre mi piel hizo que me arqueara
en busca de más fricción.
—Oh, mierda. No... no hagas eso.
Arqueó las cejas, divertido por mis evidentes contradicciones.
Mi cuerpo se volvió loco. No sabía muy bien si empujar hacia delante en
su puño cerrado o hacia atrás para clavarme en sus dedos.
—Eres un cabrón.
—Y tú eres precioso cuando estás a punto de correrte. Vamos, un poco
más... Ve a por ello —me animó con un tono oscuro, lujurioso y grave que
aumentó el cosquilleo que se acumulaba en la parte baja de mi columna
vertebral y mis pelotas—. Podría quedarme mirándote hacer esto toda la
puta vida.
Gemí ante la vehemencia de su confesión.
Más gritos llegaron desde el salón, pero yo ya había alcanzado un punto
en el que dudaba que pudiera detenerme aunque irrumpieran en la cocina
todos mis amigos, nuestros compañeros de equipo, la universidad entera o
hasta el mismísimo decano.
Cuando resultó obvio que estaba a punto de explotar, Axel presionó su
boca contra mis labios para acallar mis gemidos y se los tragó mientras yo
me derramaba sobre su puño. Tuve suerte de estar apoyado contra la
encimera y de que me estuviera sujetando, porque de no haber sido así
estaba bastante seguro de que habría acabado desparramado por el suelo.
—Tienes que dejar de hacerme estas cosas —señalé cuando fui capaz de
sentir las piernas de nuevo y obligar a mis cuerdas vocales a funcionar.
No lo decía en serio, ni de coña. Me había corrido más veces en las
últimas semanas que en toda mi vida, incluyendo mi época de adolescente
cachondo, en la que cualquier momento era bueno para machacármela.
Axel se limitó a sonreír como el idiota fanfarrón que era y que sabía
perfectamente lo que me hacía. Incluso cuando él continuaba duro y no
había recibido nada a cambio, parecía totalmente satisfecho.
Se apartó para lavarse las manos y volvió con un montón de servilletas
para limpiarme. Lo observé mientras se afanaba en la tarea con un cuidado
que nadie esperaría de un tipo como él. Solo que yo sabía que Axel King no
era para nada lo que parecía y había un hombre increíble y atento bajo esa
seguridad y arrogancia con la que se desenvolvía habitualmente.
Después de lo que le había sucedido con Levy, y teniendo en cuenta los
padres que tenía, cualquiera habría esperado que se volviera un cínico
egoísta y desconfiado. Pero no había nada egoísta ni cínico en él, no al
menos en el modo en que se comportaba conmigo, y me aterraba la idea de
que eso cambiara si sus sueños terminaban destrozados por mi culpa. No
podía decidir por él ni decirle lo que debía hacer, y me enorgullecía que no
quisiera ajustarse a lo que se esperaba de un jugador de la NFL, que no
tratara de encajar en el molde que la sociedad había estipulado como
aceptable.
Pero... tampoco podía sentarme a contemplar cómo lo perdía todo.
—Tienes que llamar a Foster.
—Trey.
Se cruzó de brazos y se alejó hasta apoyarse en la isla central.
—No, escúchame. Habla con él. Yo... puedo mantenerme al margen. No
me importa...
—¿Esconderte? ¿Meterte en el puto armario conmigo y fingir que no
somos nada? ¿Durante cuánto tiempo, Trey? ¿Cuánto aguantaremos hasta
que tú quieras algo más? O a alguien más... —Lo último lo dijo en un tono
mucho más bajo, apenas audible, pero lo capté de todas formas.
Fui hasta él y acuné su rostro entre las manos. Por Dios, ¿eso era lo que
le preocupaba? ¿Que me cansara de él? ¿De nosotros?
—No puedes apostar toda tu carrera a lo nuestro —me obligué a hacerle
entender, aunque sabía que no le gustaría oírlo. No le estaba diciendo que
no fuésemos a durar, pero no podía poner esa carga sobre mis hombros ni
sobre nuestra relación. Se resentiría y acabaríamos mal de todas formas—.
Tienes que pelear por tus sueños, Axel. Yo estaré ahí para ayudarte a
conseguirlos. Y si tengo que mantenerme al margen, también lo haré. Por ti.
—No quiero seguir hablando de esto.
Trató de deshacerse de mi agarre, pero no lo dejé ir y puede que
empezara a enfadarme por su tozudez. Tal vez no pensé lo que decía o la
frustración me hiciera elegir mal las palabras. Quién sabe.
—No te tenía por un cobarde, King.
Deseé tragarme el comentario en cuanto escapó de mis labios, así como
no haber empleado su apellido para decirle algo así. No había nada cobarde
en él, al contrario. Incluso cuando alguien lo hubiera persuadido con
engaños para salir casi a la fuerza del armario en el pasado, Axel no rehuía
un enfrentamiento, ni en el campo ni fuera de él. Era un hombre increíble y
yo estaba locamente enamorado de cada parte de él. Pero no podía dejar que
se hiciese eso.
—Siento haber dicho eso. No creo que seas un cobarde —añadí, tratando
de eliminar el dolor que rebosaba de sus ojos azules.
No dijo nada y tuve que preguntarme si, tal vez, Axel tenía más miedo a
fracasar y perderlo todo del que daba a entender y yo había tocado una fibra
sensible.
Yo lo habría tenido. En realidad, lo tenía por él. Y supuse que eso era lo
que pasaba cuando amabas a alguien, aunque no se lo hubiera dicho aún.
Las dos palabras vibraron en mi lengua, dispuestas a salir de un instante
a otro para hacerle comprender lo importante que era él para mí. Lo mucho
que me importaban sus sueños y su felicidad. Pero entonces Chad entró en
la cocina gritando que necesitaban más combustible, es decir, cerveza, y
Axel se apartó de mí.
Salió de la estancia sin mirar atrás y yo me quedé allí, mientras Chad
rebuscaba en nuestro frigorífico, esperando ser capaz de encontrar otro
modo, lugar y momento oportuno para hacerle saber a Axel King que lo
amaba como nunca había amado a nadie antes, y también rezando para no
terminar con el corazón roto.
Sí, todo bien. No estaba asustado ni nada...
Trey

Cuando descubrí que Axel no estaba en el salón, sino que se había ido a su
habitación, no fui tras él de inmediato. Esperé hasta que todos nuestros
amigos se largaron. Me dije que era bueno darle un poco de tiempo a solas.
Cooper me preguntó si todo iba bien. Supuse que Axel había pasado por
allí gruñendo y sin molestarse en hablar con nadie, y mi mejor amigo había
intuido que algo había pasado entre nosotros. Cop no había hecho otra cosa
que apoyarnos y se había erigido como nuestro mayor defensor. Di gracias
por contar con su amistad, aunque no le expliqué nada de mi conversación
con Axel; no necesitaba más presión con el tema de Olson & Faulk, ya me
bastaba yo solo para cagarla en ese sentido.
—Me voy arriba —dije una vez que recogimos el desastre de cervezas y
cajas vacías.
Gray se había escaqueado y ya estaba en la cama.
—Recordad: follad bajito —replicó Cop, y tuve que lanzarle un cojín a
la cara.
Aquello se había vuelto una broma recurrente después de que Grayson lo
hubiera comentado tan alegremente en la cocina, y había sustituido al
«buenas noches» en la casa.
Cabrones.
Me dirigí a la habitación de Axel. Entré sin llamar, cerré la puerta y me
apoyé en ella.
Axel se encontraba tumbado en la cama. No dormía aún, a no ser que
hubiera aprendido a hacerlo con los ojos abiertos y clavados en el techo.
Casi podía oír los engranajes de su cerebro girando sin descanso.
—¿Estás bien? —lo tanteé sin moverme de la puerta—. Puedo irme a mi
habitación si quieres.
Ladeó la cabeza para mirarme.
—¿De qué hablas?
—Supongo que eso ha sido nuestra primera pelea real.
Se le suavizaron los rasgos y esbozó una sonrisa antes de hacerme un
gesto para que me acercase.
—Ven aquí. —Me aproximé a la cama con la misma cautela que un niño
al que han pillado con la mano en el tarro de las galletas y sabe que lo van a
regañar, pero Axel me hizo tumbarme y me rodeó con los brazos de
inmediato—. No es nuestra primera pelea. Me insultabas todo el tiempo y
me odiabas las primeras semanas.
—¿Estamos haciendo la cucharita? —repliqué solo para meterme un
poco con él, tampoco era como si no lo hubiésemos hecho antes. Sí,
supongo que éramos de esos tipos que necesitaban mimos—. Y no te
insulto. No en serio —me corregí, arrancándole una carcajada.
Axel me hacía sentir a veces como un crío y otras como un hombre
invencible. No tenía ni idea de cómo lo conseguía. Pero refugiarme en sus
brazos siempre resultaba muy agradable.
Me apretó más contra su pecho y sentí el metal de su piercing
clavándoseme en la espalda. El entrenador le había echado otra bronca más
por eso. Le había sugerido cubrirlo con cinta en cada entrenamiento y en los
partidos, a pesar de que también le había dicho que si perdía el pezón en un
derribo le estaría bien empleado por imbécil.
Quedó claro que a Meyer no le gustaban demasiado los adornos
corporales de ese tipo.
—No has negado que me odiaras en las primeras semanas...
Me reí.
—No, eso sí es verdad —señalé, y él también se unió a mis carcajadas.
Nos quedamos en silencio, abrazados. Axel besaba mi nuca de vez en
cuando y, cuando no, su aliento flotaba sobre mi piel como una caricia
cálida y reconfortante. Quise confesarle lo que no había podido decir un
rato antes en la cocina, pero no supe si me falló el valor o solo creí mejor
callarme para no alentar más su decisión de luchar contra todo y todos.
Quería a Axel King. Lo amaba. Pero quizá por eso mismo necesitaba que
él tuviera cualquier cosa que desease.
Así que no dije nada. Me dejé llevar por el suave rumor de su respiración
y la sensación reconfortante de su cuerpo contra el mío, y no tardé en
quedarme dormido entre sus brazos.

Unos días después, Grayson se desplomó frente a mí resoplando y con


aspecto derrotado. Intercambié una mirada con Axel y luego miré a Cop,
que se encogió de hombros y siguió devorando su almuerzo. Estábamos en
nuestra cafetería favorita del campus, reponiendo fuerzas después de clase
para afrontar otra sesión maratoniana de entrenamiento. Tras nuestra
reciente derrota, entrenar parecía ser todo lo que hacíamos. Gray estaba
bastante centrado en sus propios entrenamientos, así que no lo habíamos
visto mucho últimamente.
—No la encuentro.
—¿A quién no encuentras? —me aventuré a preguntar, y Grayson me
dedicó una mirada frustrada.
—A ella. ¡La chica de Halloween! —aclaró cuando resultó evidente que
ninguno sabía de lo que hablaba.
Me sentí culpable de inmediato. Finalmente, Caleb no había llegado a
confesarle a mi compañero de piso que era su chica, y tampoco los demás
habíamos dicho nada al respecto. Yo, en realidad, me había olvidado por
completo del incidente. Pero tampoco había esperado que Grayson se
dedicase a buscarla por todo el campus.
Axel se inclinó por encima de la mesa para dirigirse a él.
—¿Y cómo, si puede saberse, pretendes encontrar a alguien a quien no
recuerdas?
Cooper se metió una patata frita en la boca sin perder detalle. Me
pregunté si uno de nosotros tendría valor suficiente para contarle a Grayson
la verdad. ¿Éramos unos amigos terribles? Sí, posiblemente lo fuéramos.
Grayson alzó las manos y negó con la cabeza.
—Era rubia. Tenía el pelo corto, eso lo recuerdo —comentó, y yo gemí
para mí mismo—. Y los ojos de un verde increíble.
—Eso sigue siendo un charco muy grande en el que meter los pies —
repuso Axel, que al parecer no tenía intención alguna de ser él quien le
revelara a Grayson la identidad de su ligue.
—No puedo dejar de pensar en ella.
Madre mía, aquello se ponía cada vez peor. ¿Y si Grayson se
obsesionaba con ese encuentro? ¿Sería tan terrible si descubriera que era mi
hermano al que había estado besando?
«Si solo hubiera sido un beso...», me lamenté en silencio.
Me parecía surrealista que mi amigo no recordase que había estado
magreando a un tío. Caleb era más pequeño y menos musculoso que yo,
pero seguía siendo atlético y fibroso, más alto que la media de cualquier
chica y, lo más importante, por lo enredados que habían estado cuando Axel
y yo los vimos, dudaba que Grayson no hubiera sentido lo que tenía entre
las piernas.
Hice una mueca. Lo último en lo que quería pensar era en mi hermano
empalmándose con uno de mis amigos.
El teléfono de Axel vibró sobre la mesa y nos salvó a todos de tener que
dar una respuesta. Grayson se dejó caer contra el respaldo y se frotó los ojos
con las palmas de las manos, y Cooper regresó a su comida. Axel estiró la
mano y cogió el móvil, y enseguida sus ojos volaron hacia mí.
Supe de quién era la llamada incluso antes de ver el nombre de Jeremy
Foster iluminándose en la pantalla.
—Vamos, cógelo —lo animé. Se había quedado con el teléfono en la
mano y no parecía que tuviera intención de responder.
Podía ser una buena noticia que Jeremy lo estuviese llamando. Axel se
había plantado en la última reunión y le había advertido que no estaba
dispuesto a ser nada más que lo que era; quizá Olson & Faulk fuera a
jugársela con él después de todo. Tenía un futuro prometedor como
quarterback en la NFL, de eso estaba seguro, y también de que los Rams no
serían los únicos interesados en contar con él entre sus filas.
—Vamos, Axel —le insistí, y entonces por fin reaccionó.
Agarró el aparato con más fuerza y se puso en pie para dirigirse al
exterior. Lo observé mientras salía a toda prisa del establecimiento. No
estaba seguro de cómo sentirme; Axel había empezado a divagar el día
anterior cuando me había pedido... ¿qué? ¿Un futuro juntos? ¿Una vida?
¿Un maldito para siempre?
La realidad me alcanzó en ese momento y me dio una bofetada en toda la
cara cuando comprendí que eso era justo lo que quería con Axel. Más.
Todo, lo quería todo con él. Ni siquiera había dudado al plantarme en mitad
del vestuario y afirmar que estábamos juntos, por muy aterrado que me
sintiera.
—Pareces a punto de vomitar —señaló Cop, y Grayson asintió su
acuerdo—. Era de la agencia, ¿no?
Cooper señaló hacia la puerta y yo asentí. Mi mejor amigo sabía que
Axel estaba desafiando todas las normas establecidas; yo mismo se lo había
contado. Y, a pesar de que él habría matado por la oportunidad que suponía
la representación de una importante agencia deportiva para cualquier atleta,
Cooper había mostrado un renovado respecto y admiración por el proceder
de Axel. Todos sabíamos lo que arriesgaba y, seguramente, habría gente que
lo llamaría «estúpido idealista» si supiera lo que estaba haciendo.
Pero yo era muy consciente también de que, por muy entero y firme que
Axel se mostrara, parecer sereno era más su forma de tranquilizarme a mí
que la realidad de sus sentimientos. Había una parte de mí que me gritaba
que no le permitiera hacer aquello. Que jamás me perdonaría si Axel echaba
a perder su futuro solo por una oportunidad de estar conmigo sin tener que
esconder nuestra relación.
—Ahora sí que creo que voy a vomitar —aseguré, empujando mi plato
de comida para apartarlo de mi vista.
Por suerte, Axel regresó más pronto de lo que habría esperado. Su
expresión no delataba nada; no sabía si Foster lo había mandado
definitivamente a la mierda, lo estaba presionando de nuevo o por fin él
habría aceptado sus condiciones. Y durante un minuto demasiado largo
todos lo observamos mientras se acomodaba de nuevo en el asiento.
Nos miró uno por uno, percatándose sin duda del denso silencio y de la
pregunta a la que nadie puso voz. Al final, sus ojos recayeron sobre mí.
Colocó una mano en mi nuca y me atrajo con suavidad para darme un beso
breve en los labios, a pesar de que habíamos acordado no hacer ningún
alarde en público.
—Respira, chico de oro. Solo hemos quedado en reunirnos este fin de
semana después del partido en Los Ángeles.
Esa semana jugábamos fuera de casa, y el calendario de partidos nos
llevaba a la ciudad de los sueños; casi parecía una señal. Y, teniendo en
cuenta lo supersticiosos que éramos a veces los atletas con los rituales
previos a cada partido, sabía que Axel estaría pensando lo mismo.
—¿No te ha dicho nada más? —inquirí, a riesgo de ponerlo más
nervioso.
Nos esperaba un partido difícil, y estaba seguro de que habría más
reclutadores entre el público para echarle un vistazo a su juego. Saber que
al terminar tendría que acudir a una reunión que marcaría su futuro no
contribuiría a aplacar sus inquietudes.
—Todo irá bien.
—Bueno, estaremos en la ciudad adecuada para emborracharnos sin
importar si ganamos o perdemos —intervino Cooper.
No se podía decir que mi mejor amigo no encontrara siempre algo bueno
a lo que agarrarse, más aún si ese algo incluía un poco de fiesta y
descontrol.
—Beber no es bueno —terció Grayson, y todos nos volvimos hacia él.
Parecía un niño enfurruñado al que le hubieran arrebatado su juguete
preferido. Iba a tener que hablar con Caleb y empezar a plantearnos contarle
la verdad. Más todavía teniendo en cuenta que mi hermano se incorporaría
al cabo de unos meses a clases y lo haría en nuestra misma universidad. Sí,
eso iba a ser muy divertido...
—Llegamos tarde al entrenamiento —dijo Axel, poniéndose en pie.
Cooper y yo soltamos un montón de improperios y maldiciones mientras
él se ocupaba de ir a pagar.
Le di un golpecito a Grayson en el hombro.
—Lo arreglaremos —le aseguré, porque no sabía qué más podía decirle.
«La verdad, imbécil. Dile la verdad.»
—No te preocupes. Acabaré dando con ella.
Axel regresó a tiempo para oír la afirmación de Grayson y mascullar por
lo bajo un «suerte con eso».
Sí, estaba claro que éramos todos unos idiotas. Aquello nos explotaría en
la cara más tarde o más temprano.
Ojalá hubiera sabido entonces que no sería lo único en estallar.
Axel

Trey Donovan podía actuar de muchas formas diferentes. Lo había visto


enfrentarse a mí sin titubear y hacerlo de la misma manera ante un vestuario
lleno de tipos con un exceso de testosterona y una excusa para emplearla
contra él. También había contemplado el modo en que se deshacía en mis
brazos o cómo se convertía en un lío de gemidos necesitados y me rogaba
que lo follara, algo a lo que yo jamás tendría voluntad para resistirme. Pero
en el campo era todo concentración y profesionalidad, y una maravilla
visual. Solo había que verlo correr yarda tras yarda. Era versátil como
pocos en nuestro equipo, así que no resultaba extraño que el coordinador
ofensivo me hubiera dado instrucciones de aprovechar nuestra excelente
compenetración en la siguiente jugada.
El estadio vibraba rebosante de público; la mayoría, seguidores de
nuestro rival. Jugar fuera de casa siempre era más difícil, pero la presión no
parecía estar afectándonos por ahora. Contábamos con una ventaja de seis
puntos; no era demasiado y las cosas podían ir cuesta abajo en cualquier
momento, pero estábamos ganando y mi intención era que continuara
siendo así.
Frente a nosotros, la línea defensiva rival empezó a tomar posiciones.
Los tipos eran como jodidas moles de hormigón, con músculos en los
músculos y un deseo evidente de emplearlos en nuestra contra.
—Estáis a punto de empezar a tragar mierda —gruñó uno de ellos.
—Tal vez quieras meterte de una vez el protector en la boca para evitar
ser tú el que se trague algo —replicó Chad desde su posición por delante de
mí.
Dudo que el comentario de Chad tuviese la más mínima connotación
sexual, pero a saber qué demonios se le pasó al otro tipo por la cabeza,
porque su réplica fue directa a un punto sensible:
—Eso os lo dejo a vosotros. He oído que en vuestro vestuario os encanta
meteros pollas en la boca.
Chad se irguió en toda su altura. No era precisamente bajito, y su espalda
me bloqueó la vista del capullo que había hablado.
—Chad —lo llamé, lanzándome hacia delante para sujetarlo—. Ignóralo.
Y tú, capullo, no te pongas celoso solo porque nadie quiere chupártela.
El árbitro ni siquiera parecía estar prestando atención, pero eso
cambiaría al cabo de unos pocos segundos. Si iniciábamos una pelea, el
entrenador nos mataría. Pero si eran ellos los que daban el primer golpe...
El problema era que o mucho me equivocaba, o Foster se encontraba en
algún lugar de las gradas. Y seguramente también habría otros reclutadores
dispuestos a tomar nota de cualquier altercado o conducta antideportiva que
yo u otro de sus posibles fichajes mostrara en el campo. Ya tenía suficientes
problemas como para añadir una pelea sin haber siquiera iniciado la jugada.
Y, lo que era aún más importante, no dejaría que mi mierda salpicara al
resto de mis compañeros.
Trey salió de su posición y se acercó a mí mientras varios tipos de la
línea defensiva rival se cuadraban de hombros en respuesta a mi
provocación.
—Déjalo estar —me dijo agarrándome del brazo.
Alguien tosió un «putos maricones» que convirtió la sangre de mis venas
en un río ardiente de lava. Giré la cabeza para comprobar de quién se
trataba, pero esos imbéciles solo sonreían a la espera de que alguno de
nosotros cediera y se lanzara sobre ellos.
—¿Qué demonios ocurre aquí? —intervino el árbitro por fin, saliendo
del puñetero agujero en el que se hubiera metido.
Tardé un poco más de lo considerado normal en respirar hondo y
contestar:
—Nada, solo una pequeña diferencia de opiniones.
Trey fue amonestado y se le ordenó que retomara su posición, y luego el
árbitro hizo un barrido visual sobre nosotros que me hizo pensar que había
oído más de lo que daba a entender. Aquello era una mierda; los árbitros,
entrenadores, equipos técnicos..., todos sabían lo que ocurría en el campo,
por los pasillos, en los vestuarios. Y nadie hacía nada para evitarlo.
¿Cómo demonios pretendía yo ser quien cambiase algo de eso? ¿Y qué
equipo se arriesgaría a tener altercados en cada partido? No era como si los
insultos no volasen a menudo, independientemente de quién estuviera
enfrente; referencias malintencionadas a la familia, al color de la piel, a los
orígenes de un jugador..., había mucho donde escarbar. Pero cuando tus
propios compañeros también podrían participar de esas opiniones y había
una posibilidad de que se convirtiese en un problema para tu propio
vestuario... Bueno, ningún equipo o entrenador quería eso.
Todos nos preparamos para la siguiente jugada. Chad se inclinó hacia
delante y supe que iba a ir directo a por aquel idiota y lo bloquearía por
completo, lo cual era su función. Pero no sería amable, eso seguro.
—Azul tres diecisiete —canté, ya en posición.
Colocado varios metros a mi espalda, no podía ver la cara de Trey, pero
juro que percibí en el aire la sonrisa que debía de haber asomado a su rostro
al oírme. Era una de las jugadas que habíamos practicado hasta el
agotamiento y que implicaba que él fuera el receptor y, con suerte, acabara
anotando un touchdown. Yo tenía que mantener el balón y darle tiempo para
escabullirse y avanzar por el campo, y luego lograr encadenar uno de mis
pases asesinos directo a sus manos.
—Demuéstrales de qué pasta estás hecho, chico de oro —susurré justo
antes de que todo se pusiera en marcha.
La jugada me daba una oportunidad para lucirme, no había duda, pero lo
que de verdad deseaba en ese instante era que lo hiciera él. Que todos,
rivales o compañeros de equipo, vieran de lo que era capaz Trey Donovan.
Lo poco que importaba el resto cuando era el balón el que estaba en juego.
Que allí todos éramos iguales, sin importar con quién te acostabas o a quién
amabas.
Resultó un pensamiento estúpido, porque posiblemente no había nada
que pudiésemos hacer para impresionar a tipos como aquel idiota. Tampoco
debería preocuparme por ello. Pero resultaba difícil no ceder a la presión.
No desear ser más. Suficiente. Que no se nos cuestionase.
Y supuse que eso no iba a cambiar mientras siguiésemos
escondiéndonos. Lo peor era que tal vez no lo hiciera tampoco aunque
dejásemos de hacerlo.
El balón voló hasta mis manos y retrocedí con la mirada puesta en Trey,
que ya corría por un lateral como si el mismísimo diablo lo estuviera
persiguiendo. La adrenalina se disparó por mi sistema, mi pulso se volvió
frenético. Oí los gritos y fui consciente de los empujones y los derribos que
se iban produciendo a mi alrededor mientras mis compañeros de equipo
evitaban que fuese yo quien cayera.
Y cuando por fin lancé el balón sobre la línea de las treinta yardas, lo
hice con tanta fuerza que juro que creí que mi brazo saldría disparado
detrás.
Trey lo agarró en un salto impecable y..., joder, nunca lo había visto
correr así. No había nadie para cerrarle el paso, e incluso antes de que
alcanzara la zona de anotación resultó obvio que iba a conseguirlo. Los
fanáticos de nuestro rival gritaron su decepción, mientras que los pocos que
nos apoyaban daban saltos y lo celebraban en las gradas.
—¡Joder, sí! Así se hace, chico de oro —aullé eufórico.
Y luego todo se torció.
Trey anotó. No había manera de que no lo consiguiera. Pero Chad estaba
revolcándose en el césped con el gilipollas que nos había insultado
momentos antes. Lanzaba patadas y puñetazos mientras ambos rodaban de
un lado a otro. Todos corrimos hacia ellos, amigos y rivales. Hubo tirones
de ropa. Más insultos. Gruñidos. Y un montón de mierda que no desembocó
en una batalla campal por alguna clase de milagro.
—¡Chad! ¡Suéltalo, Chad! —Lo agarré de la camiseta tratando de
arrastrarlo lejos del tipo. Me llevé un golpe en el costado que me hizo
gruñir, pero no retrocedí hasta que conseguí separarlos.
Por suerte, algunos chicos del otro equipo también intercedieron y
sujetaron a su compañero. El árbitro comenzó a gritarnos. El público gritó.
Los entrenadores gritaron desde la banda también.
Todo el puto mundo gritaba.
—Mierda, Chad.
Cuando Trey apareció a mi lado, su mirada estaba cargada de
preocupación. Pero había algo más ahí, en su expresión, algo que había
visto en un par de ocasiones mientras entrenábamos después de que el
equipo descubriera que estábamos juntos y las jugadas fallaban o alguien no
estaba donde tenía que estar para recibir un pase o ejecutar un bloqueo
efectivo. Algo más inquietante.
—Suéltame. Está bien —gruñó Chad, a sabiendas de que la había cagado
a lo grande.
Lo solté. Solo que nada parecía estar bien en absoluto.
Ganamos. Y fue un milagro. Lo merecíamos, sí, pero no habría resultado
extraño que el árbitro nos hubiera penalizado o el partido se hubiera
suspendido. Supuse que la rápida intervención de todos y que no nos
enzarzásemos los unos con los otros demasiado había contado. Chad, por
supuesto, fue expulsado, y me jodía saber que yo era el motivo por el que
esa pelea había tenido lugar.
El entrenador Meyer nos felicitó por la victoria y nos reprochó nuestro
comportamiento. Todo en la misma frase. El tipo lograba hacerte sentir
como una mierda a la vez que alababa tu trabajo en el campo de una manera
en la que pocos sabrían hacerlo, eso había que reconocérselo.
Trey estaba callado. Demasiado callado para haber contribuido en gran
medida a nuestra victoria. Pero quise pensar que solo se debía a que le
disgustaba la expulsión de uno de nuestros compañeros tanto como a mí o
al propio Chad.
A pesar de la advertencia por parte de Meyer de que fuésemos cautos
con las celebraciones y de que el autobús saldría al día siguiente temprano y
no esperaría por nadie, estaba claro que todos estaban deseando correrse
una buena juerga. Yo tenía que encontrarme con Foster a la salida, pero me
lo tomé con mucha calma.
Necesitaba un par de minutos a solas con Trey. Solo que eso no parecía
que fuese a ocurrir con nuestros compañeros gritando y yendo de un lado a
otro por todo el vestuario.
—¿Está todo bien? —le pregunté, arrodillándome frente al banco en el
que estaba sentado.
Levantó la vista y asintió. Sonrió, pero la alegría no alcanzó sus
preciosos ojos verdes.
—Ese pase... —Silbó a modo de reconocimiento.
—No hablo del partido. Vi tu cara, Trey. Y la mierda de tus
pensamientos estaban por todo tu rostro.
Forzó aún más su sonrisa y, a pesar de que dejó aparecer sus hoyuelos,
juro que el gesto hizo que una punzada de dolor me atravesara el pecho.
—No finjas conmigo —añadí, y puede que mi voz sonara demasiado
dura. Cerré los ojos un instante y me obligué a recuperar el control—. Estás
preocupado.
—Tú también deberías estarlo.
Negué, aunque ni siquiera sabía muy bien qué.
¿Estaba preocupado? Sí, seguro, pero seguía sin querer retroceder o
cambiar mi opinión sobre todo aquello.
—Esa mierda ocurre siempre en el campo, Trey. No es como si no
hubiésemos tenido una pelea antes.
No dijo nada. Con los ojos fijos en el suelo, continuó desvistiéndose en
un silencio que se me antojó casi como un castigo. Pero luego exhaló un
largo suspiro y volvió a levantar la vista para mirarme.
—Solo prométeme que harás lo posible en la reunión con Foster para
que todo vaya bien.
Quise decirle que no podía pedirme eso, pero entendía por qué lo hacía.
También era consciente de que se sentía presionado y albergaba el miedo de
que todo se fuera a la mierda en mi vida y acabase culpándolo a él.
—Esto no es por ti —solté antes de darme cuenta de lo mal que sonaba
—. Es decir, lo es en cierto modo. Pero hago esto por mí, Trey, porque no
quiero vivir la clase de engaño que sería mi vida si finjo ser heterosexual
solo para no tener problemas.
—Dime la verdad. ¿Lo harías si no estuviésemos juntos?
¿Lo haría? ¿O agacharía la cabeza y me contentaría con fingir para no
tener que enfrentarme a la opinión pública o a los juicios de valor sobre mí?
De no tener a Trey, ¿sentiría la necesidad de arriesgarlo todo?
Esa, supuse, era la única pregunta que tendría que haber sabido cómo
contestar.
Trey

La victoria tuvo un sabor agridulce ese día, incluso cuando Chad no parecía
demasiado preocupado y me felicitó por mi espectacular carrera como lo
hicieron la mayoría de mis compañeros. Lo que había sucedido en el campo
era solo una breve muestra de lo que podía ocurrirle a Axel en la NFL,
contra lo que tendría que luchar. Ser insultado, juzgado, señalado y vejado,
y tener que morderse la lengua cada vez.
Me convencí de que él tomaría una buena decisión, más que nada porque
me volvería loco mientras lo esperaba en el hotel si me dedicaba a creer lo
contrario.
Pero aún quedaban más sorpresas desagradables por descubrir esa noche.
Y un tropiezo con Matthew King fue solo la primera de ellas. El hombre no
había obtenido la mejor primera impresión de mí, dado que solo nos
habíamos cruzado el día en que apareció en nuestra puerta y yo abandoné la
casa en estampida, pero, a decir verdad, yo tampoco tenía una buena
opinión de él.
Así que supuse que estábamos a la par.
—Un buen partido —comentó una vez crucé la entrada de los vestuarios.
Mi novio ya se había marchado en busca de Foster, y muchos de mis
compañeros iban de camino al hotel o al bar más cercano, al menos, los que
tenían la edad legal para entrar en uno.
Deseé haberme ido con ellos.
—Señor King —lo saludé echándome la bolsa al hombro y poniéndome
en marcha. Me había quedado clavado en el sitio al descubrirlo allí, pero no
tenía ninguna intención de mantener una conversación con él—. Axel ya se
ha ido.
La verdad era que no se me había ocurrido pensar que, en realidad,
estaba esperándome a mí.
—Mi hijo tiene una larga y prometedora carrera por delante —soltó a
pesar de que yo ya había empezado a caminar por el pasillo.
«No te gires. No le hables.»
Me volví muy despacio, ignorando cualquier advertencia de mi cerebro.
Quizá si no hubiera estado tan frustrado y nervioso, habría seguido
adelante. Pero no pude evitarlo.
—Lo sé mejor que usted. Lo veo cada día en los entrenamientos y en
cada partido que disputamos juntos.
Que el hombre estuviera allí esa noche ya era toda una novedad; nunca
asistía a nuestros partidos, así que no entendía que pretendiera darme
lecciones sobre el talento que yo ya sabía que tenía Axel.
La sombra de una media sonrisa asomó a su rostro y resultó curioso que,
a pesar de que me recordarse mucho a la de Axel, despertara el efecto
contrario en mí. Mientras que yo tendía a gravitar de forma inevitable hacia
Axel King y sus preciosas, oscuras y sensuales sonrisas, la de aquel hombre
solo me provocó un visceral rechazo.
—Ah, sí, pero los entrenamientos no es lo único que compartís, ¿no es
así?
—Bueno, usted está casado, no seré yo quien tenga que explicarle cómo
funcionan las relaciones y lo que conllevan.
Resultó evidente que el sarcasmo de mi respuesta no le gustó lo más
mínimo y tampoco lo esperaba. Un hombre como él no estaba
acostumbrado a que nadie le replicara.
Agitó la cabeza de un lado a otro, pero su perturbadora mueca de
desprecio no decayó.
—Descarado —señaló, y su mirada me barrió de pies a cabeza—. No
puedo entender lo que Axel ve en ti, pero sé lo rápido que se cansará...
Puse los ojos en blanco y me adelanté; ya estaba cansado de aquella
pantomima.
—Mire, ahórrese el discurso. De lo que quiera que haya venido a
convencerme, no va a funcionar. Si cree que este es el momento en el que
usted me dice que no soy lo suficientemente bueno para su hijo y yo me
derrumbo o alguna otra gilipollez por el estilo, va a llevarse una gran
decepción. —La voz de mi madre me regañó por mis pésimos modales,
pero, sinceramente, no tenía paciencia para soportar los alardes de alguien
como Matthew King—. Le diré algo: es usted el que no conoce a su hijo y
el que no lo merece, no yo. Ah, y permítame que le diga también que
ejercer de chulo para Axel es... asqueroso y una puta locura. Señor —escupí
en el último momento, aunque sonó de cualquier modo menos respetuoso.
Bien, ya estaba todo dicho. Le di la espalda y me encaminé hacia la
salida, pero de repente el hombre apareció junto a mí.
—A lo mejor quieres ver esto.
De nuevo, una voz me advirtió que era mejor no mirar y que tenía que
salir de allí de una vez. Pero mis ojos se desviaron sin querer hacia la
pantalla del móvil que el padre de Axel sostenía en la mano y la imagen que
mostraba.
—Es de hace apenas cinco minutos. Y ¿sabes qué? No importa lo que te
haya dicho mi hijo, porque mientras él está ahí, tú estás aquí. Solo.
Supe que con ese «él» no se refería a Axel, aunque también salía en la
foto. No. Estaba hablando de Levy, sentado a la misma mesa y justo al lado
de mi novio. Foster se encontraba al otro lado, así como un segundo hombre
que no reconocí, pero que, por su aspecto trajeado y profesional, supuse que
también pertenecería a la agencia.
Esa foto no tenía por qué significar nada. Axel ya me había dicho que en
la videoconferencia Levy también había estado presente y él había exigido
que se largase de la sala antes de empezar a hablar.
Por el ángulo en que estaba tomada, no había forma de discernir la
expresión de Axel; nada indicaba si estaba o no enfadado. Lo único que
dejaba claro era que se había sentado allí junto a él.
Respiré hondo y me dije que no iba a picar.
—Cuando tenga una en la que salgan follando, avíseme.
Durante una pequeña fracción de segundo, casi esperé que dijera que
también la tenía. Pero por suerte eso no sucedió. Yo había animado a Axel a
pensar sobre el posible trato que le ofreciera Olson & Faulk, así que ahora
no podía ponerme como un loco si la agencia había creado algún plan...
Levanté la vista de golpe.
—Oh, joder. No es la agencia. Esto es todo cosa suya, ¿no? ¿Quién de
ellos le debe un favor? ¿Foster? ¿O tal vez es usted amigo de alguno de los
socios propietarios? Está tratando de controlar la carrera de Axel y ese
chico desesperado de atención es la única forma que ha encontrado para
hacerlo.
Me dieron ganas de vomitar. En realidad, todo era una suposición, pero
encajaba tan bien para explicar todo aquel lío... Y la sombra en su mirada
prácticamente me lo confirmó. Un hombre como Matthew King estaba bien
relacionado y, desde el principio, en la agencia habían tenido en cuenta su
opinión, a pesar de que la de Axel era la única firma que necesitaban para
cerrar el trato. ¿Por qué otro motivo habrían aparecido, si no, aquel día con
Levy y un plan ya trazado?
Tuve que suponer que yo no cumplía con lo que fuera que necesitara de
ese chico; integridad, principios..., ni idea. Por lo que sabía, había muchas
cosas de las que carecía el ex de Axel.
Señalé al otro hombre de la foto.
—¿Un amigo suyo? —No pude evitar soltar una carcajada—. De verdad
que no tiene ni idea de quién es Axel.
El tipo apretó los dientes y me lanzó otra más de sus miradas
reprobatorias, una que en circunstancias diferentes me habría hecho desear
encogerme y desaparecer. Axel había heredado de él su talante autoritario y
el afán de control, no me cabía duda, pero el resultado final era algo
totalmente distinto.
—¿Algo más? Porque tengo una victoria que celebrar y un novio al que
esperar en el hotel.
Lo último seguramente sobraba, pero ya puestos...
«Que te jodan, Matthew King.»
No esperé una respuesta. Me largué de allí con paso decidido y la
barbilla alta. Claro que, en cuanto crucé las puertas de salida del estadio, la
seguridad que había demostrado frente al padre de Axel se esfumó de golpe
y no pude evitar preguntarme si, después de algo menos de tres meses
juntos, conocía a Axel King tan bien como creía.
Si Levy estaba en esa reunión, ¿tenía que suponer que Axel se prestaría a
lo que fuese por conseguir ese contrato de representación? Yo mismo lo
había animado a moderar sus opiniones, aunque había creído que toda
aquella mierda del novio de consolación estaba fuera de discusión.
Saqué el móvil y le envié un mensaje a Cooper:
Dónde estás?

Bar. Celebración. Justo frente


al hotel. Ven ya!

Nos alojábamos cerca del estadio, de ahí que los entrenadores no nos
hubieran obligado a marcharnos todos juntos de vuelta. Así que me dirigí de
inmediato hacia allí. De camino, llamé a Axel, aunque como era de esperar
no contestó. Debía de haber silenciado el móvil mientras estaba reunido.
Empezaba a preguntarme si la oferta de Olson & Faulk era en realidad
sincera y el señor King no había presionado para ello. No era que no
creyese que Axel no tenía el talento necesario para recibir una oferta de esa
clase, pero aun así parecía todo demasiado bueno para ser verdad. Y que su
padre estuviera en medio no hacía más que alentar esa sospecha. Axel ya
me había dicho que su interés no se limitaba a algo personal; Matthew King
no buscaba tener un hijo del que presumir o sentirse orgulloso. Para él, todo
giraba en torno al dinero, el poder y los negocios. Y tener un hijo en la NFL
le abriría muchas puertas.
Me dije que no servía de nada darle vueltas y que Axel no tardaría en
regresar y contarme lo sucedido. Había mantenido la calma con su padre y
no había cedido a sus intentos de manipularme. Pero lo curioso de los
miedos era que la mayoría de las veces no respondían a algo racional y se
alimentaban de cualquier mínima inseguridad, y Matthew King había
sembrado la semilla de la duda en mí incluso cuando yo había creído no
estar permitiéndoselo.
«No seas estúpido», me dije.
De qué poco sirvió. En cuanto estuve en el bar rodeado de mis eufóricos
compañeros de equipo y copas y más copas comenzaron a desfilar frente a
mí, mi determinación se coló por el desagüe.
Y supongo que todo lo demás se fue detrás.
Trey

No tuve claro qué fue lo que me despertó, pero cuando abrí un ojo lo
primero que vi fue una espalda ancha y musculosa desnuda, solo que el
tono de piel no era exactamente el que debería...
—¡Joder! —Empujé al tipo fuera de la cama incluso cuando mi mente
turbia por el sueño y la resaca ya había hecho clic y sabía que se trataba de
Cooper.
Mi mejor amigo cayó por el borde del colchón y se oyeron un montón de
quejidos y maldiciones. Pero entonces me di cuenta de que había alguien
más en la habitación.
Axel estaba cruzado de brazos a los pies de la cama, erguido y perfecto,
vestido con vaqueros y un jersey y con una expresión que me resultó
ilegible. La luz entraba ya por la ventana, y tuve que entrecerrar un poco los
ojos para evitar que me chamuscara las pocas neuronas que habían
sobrevivido después de la juerga de la noche anterior.
—¡¿Qué mierda va mal contigo, imbécil?! —protestó Cop, asomando
por el borde del colchón—. Ah, hola, King.
La mirada de mi mejor amigo pasó del tipo terrible que nos estaba
fulminando con la mirada a mí, luego recorrió la cama y las sábanas
revueltas y se miró a sí mismo. Recé para que su pecho fuese lo único que
careciera de ropa, aunque sabía que no había pasado nada; joder, la sola
idea de tocar a Cop con intenciones sexuales me daba más ganas de vomitar
que las que estaba provocándome la resaca.
Pero Axel quizá no estuviera tan seguro.
—¡No es lo que parece! —soltamos Cop y yo a la vez.
Una de las cejas de Axel se elevó hasta desaparecer bajo su pelo oscuro.
—Vestíos si no queréis que el autobús os deje atrás. Salimos dentro de
veinte minutos.
Su voz era... neutra. No parecía contento, pero tampoco tan cabreado
como debería haberlo estado si pensase que Cooper y yo nos habíamos
liado.
—Axel...
—Date una ducha y vístete, Trey. Meyer nos dejará atrás sin dudarlo
después del numerito de anoche.
Quise preguntar. No, en realidad no quería. Habíamos bebido y bebido,
todos los que podíamos hacerlo. Los novatos más jóvenes ni siquiera habían
estado allí, pero los veteranos nos ocupamos de bebernos también la parte
que les correspondía. Recordaba a Cooper sin camiseta y subido a una
mesa, gritando lo duro que les habíamos dado a esos capullos, lo cual no
había sido la mejor elección de palabras, puesto que algunos miembros del
equipo no se sentían cómodos conmigo allí.
Preguntadme si eso me importó.
No. No lo hizo. Supongo que porque mis inseguridades fueron
decreciendo al mismo ritmo que aumentaba mi nivel de alcohol en sangre.
Un idiota, eso era.
—¿Cómo fue la reunión? —me atreví a preguntar mientras Cop luchaba
por encontrar su camiseta por la habitación... en vano.
Seguramente, porque se la había dejado en el bar.
—Ve a ducharte ya, Trey.
Eso no sonaba bien, y yo tenía un épico dolor de cabeza que me dijo que
era mejor hacerle caso y despejarme antes de mantener esa conversación.
Cuando me puse finalmente en pie y pasé por su lado de camino a la
ducha, no pude evitar rozarle el brazo y tratar de darle alguna explicación:
—Esto no es...
—Ya lo sé. ¿Quién crees que os sacó a los dos borrachos del bar y os
trajo hasta aquí?
—Oh.
Axel sonrió apenas, y fue más una mueca exasperada que una verdadera
sonrisa.
—Sí, «oh». Ahora métete en la ducha de una vez, chico de oro.
Suspiré aliviado. Las cosas no debían de estar tan mal si me llamaba así,
¿no?
Cogió su bolsa y se marchó antes de que pudiera obtener algo más de
información. Cooper me miró y, lentamente, una sonrisa enorme empezó a
extenderse por su cara.
—¿Creías que habíamos follado?
—Vete a la mierda, idiota. Solo tuve un breve momento de pánico.
Cooper no dejó de reírse, pero luego señaló:
—Dudo que pudieras engañar a ese tipo aunque lo intentases. Te salen
putos corazones por los ojos cada vez que lo miras.
Le di un empujón y me metí en el baño, aunque sabía que tenía razón.
Incluso borracho, y aunque no era que me hubiera entrado nadie la noche
anterior —o al menos no recordaba que fuera así—, dudaba mucho que
fuese capaz de liarme con nadie, hombre o mujer. Eso, por algún motivo,
me llevó a pensar en Grayson y lo que había sucedido con Caleb. ¿De
verdad no lo recordaba?
Traté de centrarme en eso, no porque fuera un tema en el que quisiera
pensar, sino porque la alternativa, ponerme a darle vueltas de nuevo a la
reunión de Axel con Jeremy o intentar recordar algo de lo sucedido la noche
anterior, tampoco me atraía lo más mínimo. Era aún peor.
Cuando me subí al autobús ya con el motor en marcha, puede que
estuviera duchado y tuviera mejor aspecto, pero me sentía como una
mierda. Me encontré a Axel sentado ya junto a Chad y metido en una
conversación de la que no apartó la atención para mirarme siquiera, así que
avancé por el pasillo y me desplomé en un asiento libre casi al fondo.
Cooper entró detrás mí. Creí que vendría a hacerme compañía y poder
revolcarnos juntos en nuestra miseria, pero contemplé cómo arrancaba a
Chad de su asiento y se apoderaba de él para sentarse junto a Axel. No era
que ellos dos fueran enemigos, es más, estaba seguro de que se respetaban,
pero tampoco eran fanáticos el uno del otro.
Bien, fuera lo que fuese lo que tramara Cop, y el motivo por el que Axel
parecía distante esa mañana, estaba seguro de que me enteraría cuando
llegásemos a casa.
Mientras, iba a lidiar con la mierda de resaca que tenía, mi estúpido
comportamiento y los gritos del entrenador mientras nos maldecía a todos
en al menos siete idiomas distintos. Al parecer, habíamos montado un buen
numerito la noche anterior en el bar y alguien se había peleado con alguien.
Nada de aquello parecía bueno.
Axel

—Explícame por qué tú estás sentado aquí y tu novio, mi mejor amigo para
más señas, se encuentra sentado solo. Anoche estaba como loco —me
reprochó Cop—. Deberías contarle lo que sea que pasara en esa reunión.
—Fui yo quien os encontró montando un espectáculo. Y también el que
tuvo que mediar con el grupito de JT. ¿Recuerdas siquiera la mierda que
estaban lanzándoos cuando llegué? No, seguro que no. Así que no te pongas
exigente conmigo, porque arrastré tu culo y el de Trey por todo el camino
de regreso al hotel mientras nuestro coordinador ofensivo juraba que nos
mataría a todos de una forma lenta y dolorosa.
Joder. No tenía ganas de hacer aquello. No quería hablar ahora con
Cooper y tampoco sabía cómo ir hasta Trey y contarle lo que había hecho.
Porque... ¿y si la había cagado? ¿Y si se asustaba y se alejaba? ¿Y si no
quería saber nada más de mí?
Me pasé la mano por la cara. Traté de ganar algo de espacio en el asiento
estrecho y estirar un poco las piernas. Meyer había dejado de maldecir y
ladrarnos, pero sabía que las cosas no iban a quedarse así cuando
estuviésemos de vuelta en el campus.
Aprovechando que yo no estaba presente en el bar la noche anterior, JT
debía de haberse sentido valiente y los reproches sobre la jugada en la que
habían sancionado a Chad no se habían hecho esperar, incluso cuando
finalmente habíamos ganado el partido. Era lamentable la cantidad de
mierda que aquel tipo había estado soltando por la boca sobre Trey y su
relación conmigo cuando entré en el sitio. Y también lo borracho que me
había encontrado a Trey. Cooper tampoco estaba mucho mejor.
Tal vez eso los hubiera salvado de participar activamente en la pelea.
—Eres un gilipollas —me espetó Cop—. Tu padre asaltó a Trey anoche
después de que te fueras y le dio una pequeña charla sobre lo bueno que
eres tú y la mierda que es él.
—¿Qué?
—Ya me has oído. Estaba esperándolo fuera de los vestuarios. —Gruñí
un par de tacos en voz baja. ¿Qué demonios? Por eso no había estado en la
reunión; era mucho pedir que nos dejara en paz—. Así que digamos que
Trey se vino un poco abajo, incluso cuando le hizo frente a tu padre y
esperó para derrumbarse hasta perderlo de vista.
—Mierda. ¡Joder!
—Ve ahí detrás y dile algo. Espera —dijo cuando hice amago de
levantarme—, ¿firmaste con Foster?
La única respuesta que le di fue una mirada sombría. No me parecía bien
hablarlo con él antes de hacerlo con Trey.
—Mantén tu culo pegado a ese asiento, King —ladró el coordinador
ofensivo cuando me levanté para dirigirme a la parte de atrás del autobús.
El entrenador Meyer, a su lado, me fulminó con una de sus miradas
asesinas y decidí que era mejor obedecer.
Miré a Cooper.
—Genial, ahora estamos atrapados aquí durante todo el camino. Juntos.
El muy idiota me sonrió.
—Todo esto es culpa tuya. Por ser un imbécil y evitar a Trey.
Sí, seguramente tenía la culpa por un montón de decisiones estúpidas,
solo esperaba que la que había tomado la noche anterior no terminara
regresando para morderme el culo, joderme la vida y alejarme de lo único
que en realidad importaba.

Como ya había predicho, nada mejoró para el equipo cuando por fin
llegamos al campus. Nos metieron en la sala en la que normalmente
visionábamos los partidos de nuestros rivales y repasábamos los nuestros y
nos leyeron la cartilla de un modo en el que jamás lo habían hecho antes.
Todo el equipo técnico estaba presente, pero fue el entrenador Meyer quien
pasó no sé cuánto tiempo asegurándose de que comprendiésemos lo
decepcionado y absolutamente cabreado que estaba con nosotros. Fue un
desfile de reproches que nos hizo ir hundiéndonos poco a poco en los
asientos como los niñatos malcriados que éramos. Hubo para todos, dudo
que alguien se salvara; si acaso, los pobres novatos que habían estado
durmiendo en el hotel o bebiéndose las botellitas del minibar a escondidas
mientras el resto la liaba en el local de enfrente. Meyer aseguró que habría
sanciones y castigos para más de uno, y me alegré de que en ese punto le
lanzara una mirada directa a JT.
A mí aún me dolían los nudillos del puñetazo que le había atizado en las
costillas al muy idiota cuando trató de abalanzarse sobre mi novio. Casi era
mejor que Trey no se acordase de nada, porque JT y sus leales seguidores
no habían empleado ninguna palabra bonita para referirse a él.
—Esto tiene que cambiar —exigió el entrenador por último—. O
mejoráis vuestro comportamiento u os echo a todos a la calle. Y los que
tengáis la esperanza de que algún reclutador venga a buscaros id rebajando
las expectativas, porque, si esto acaba por saberse, no dirá nada bueno de
vosotros ni del equipo. Y ya no hablemos de los que estáis aquí con una
beca.
No solo estaba en juego nuestra reputación, sino la del equipo y la de la
universidad. Y desde luego que no ayudaba a atraer atención de la buena.
Más que sumar en mi lista de mierdas que iban a dejarme fuera de la NFL.
Pero lo peor era pensar que Trey podía perderlo todo, su puesto en el
equipo y la posibilidad de terminar su carrera en la universidad. Él estaba
allí con una beca.
—Largaos de aquí, joder. No quiero ni veros.
Con esas poco sutiles palabras, nos enviaron a casa a todos ya pasada la
hora del almuerzo. Cop, Trey y yo nos fuimos en mi coche, pero ninguno
estaba especialmente hablador después de la bronca y, además, dos de los
presentes tenían una resaca de las que hacen historia.
Una vez en casa, Cooper fue directamente a la cocina con un talante más
sombrío de lo habitual en él. Trey, por el contrario, permaneció un momento
en la entrada, como si no supiera qué dirección tomar o en qué punto
estábamos.
Lo agarré por la cintura y encajé su fibroso cuerpo contra el mío. Inspiré
el aroma delicioso de su pelo. Olía al gel del hotel y a niño bonito, como
siempre, y no pude evitar sonreír. Porque, al parecer, ahora todo lo que
tuviera que ver con Trey me hacía sonreír.
—Siento haber sido un imbécil esta mañana —le dije. Había estado
enfadado y supuse que también tenía... miedo.
—Bueno, ese parece ser un estado recurrente entre nosotros. Somos
imbéciles por defecto.
Empujé su barbilla para que me mirase y me perdí un segundo en el
verde precioso e intenso de sus ojos. O tal vez me encontré en él. Trey
conseguía que nunca supiera muy bien cómo sentirme. A veces me daba la
sensación de que desmontaba mi interior y exponía partes de mí que yo no
sabía ni que existían.
—Te eché de menos anoche —suspiró mientras yo acariciaba su mentón
áspero por la sombra de barba que no había tenido tiempo de afeitarse esa
mañana.
—Creo que estabas demasiado borracho para echarme de menos —
repliqué, y él esbozó una mueca culpable—. Cop y tú...
—No pasó nada entre nosotros —se apresuró a interrumpirme, aunque
no fuera eso lo que iba a sugerir.
Deslicé los dedos por su nunca y los enredé en uno de sus mechones
rubios.
—Lo sé. Estaba allí y, aunque no hubiera estado, confío en ti, Trey —
aseguré, y de verdad lo hacía.
El caso era que yo nunca me había sentido con nadie como lo hacía con
él y tampoco había querido que alguien fuera mío como lo deseaba en ese
momento. Era ridículo y... primitivo, supuse, desear hacer de una persona
algo tuyo. Pero no era tanto como algo posesivo que me permitiera decidir
sobre su vida o sus acciones; era más como un sentido de pertenencia.
Como estar en el lugar adecuado con la persona correcta.
Como tener un hogar al que regresar.
Quería que Trey fuese mío para cuidarlo, protegerlo y compartirlo todo
con él. Y eso implicaba un posible futuro en el que yo no podía evitar
pensar. Lo que me llevaba de nuevo a la decisión que había tomado la
noche anterior.
—¿Y bien? —terció él. No había que ser muy listo para saber lo que me
estaba preguntando. Resoplé agotado—. ¿Tan mal fue?
Agité la cabeza en algo que no supe si fue un asentimiento o una
negación. Aquella era una conversación que debíamos tener, yo quería
hablarle de todo lo sucedido, y no iba a cometer de nuevo el error de
retrasarlo a pesar de que me moría de ganas de llevarlo arriba y enterrarme
en su cuerpo hasta que el resto del mundo desapareciese.
Iba a abrir la boca, pero él me la tapó con la mano.
—No. Ahora no. Necesito un poco más de tiempo.
—¿Tiempo para qué?
Se apoderó de mis labios en un beso suave y lánguido que resultó
demasiado breve para lo bien que me hizo sentir.
—No sé lo que ha pasado y... no quiero... Solo... —Inspiró, luchando con
las palabras.
—Ey, no pasa nada. —Lo besé yo esta vez, igual de despacio, solo para
disfrutar del sabor de su boca y del roce excitante de su lengua contra la
mía.
Trey Donovan resultaba embriagador, y si había algo que tenía claro era
que no iba a tener nunca suficiente de él.
—¿Tienes hambre? —cambié de tema, dándole la salida que tanto
parecía necesitar en ese momento. Cuando negó, repasé la sombra oscura
bajo sus ojos con la punta de los dedos—. Tienes un aspecto de mierda,
¿qué tal una siesta? Luego hablaremos.
Se rio ante el poco halagador comentario, pero asintió. Luego empezó a
mordisquearse el labio inferior como hacía siempre cuando estaba inquieto
por algo. Arrastré los dedos hasta su boca y se lo saqué de entre los dientes.
Presioné un poco, hasta que él respondió lamiendo la punta de mi pulgar y
mi polla reaccionó con una sacudida a su toque, claramente interesada en el
giro repentino de los acontecimientos.
Nos arrastramos escaleras arriba y nos metimos en mi habitación. No
necesitamos decirnos nada. En cuanto la puerta se cerró a nuestra espalda,
estaba sobre él. Lo arrinconé contra la pared y me empujé contra su cuerpo
para hacerle sentir lo mucho que lo necesitaba, y el jadeo ahogado que se le
escapó fue señal suficiente para hacerme saber que a él le pasaba lo mismo.
—¿Ves lo que me haces? ¿Lo mucho que te deseo? —susurré en su oído.
Era más que solo deseo, más que la irracional atracción que había sentido
en cuanto había puesto mis ojos sobre él meses atrás.
Era más. Y yo lo quería todo. Con él.
Siempre.
Trey necesitaba saber eso y yo tenía que encontrar la manera de
decírselo sin que se asustara.
Pero en ese instante lo quería dentro de mí. Llevé mi mano hasta la
bragueta de sus vaqueros y presioné la palma contra su eje. Estaba tan duro
como yo, y la sola idea de tenerlo empujando en mi interior me volvía loco.
—Axel —gimió mientras yo buscaba el modo de llegar hasta su piel.
Empujé su sudadera fuera de mi camino, quitándosela por la cabeza, y su
camiseta fue detrás. Los vaqueros y su bóxer acabaron en torno a sus
tobillos, y tuve que arrodillarme frente a él para quitarle las zapatillas y
terminar de liberarlo de la ropa. Cuando levanté la vista para contemplar su
increíble cuerpo desnudo, estar de rodillas a sus pies me pareció el mejor
lugar del mundo.
—Mierda, chico de oro. Eres tan jodidamente perfecto.
Trey me puso los ojos en blanco, pero el brillo alentador en sus pupilas
me dijo que no estaba tan exasperado con mis cumplidos como quería
hacerme creer. Le gustaba. En realidad, creo que le encantaba que le dijera
lo bien que me hacía sentir, lo bien que sabía, lo mucho que lo deseaba...
—Tu ropa sigue ahí —me señaló burlón.
—Puedo solucionarlo.
Nunca me había desnudado tan rápido. Realmente, necesitaba aquello.
Mucho. Con desesperación.
Lo agarré de la nuca y retrocedí con mi boca sobre la suya hasta que mis
piernas tropezaron con el borde del colchón y me dejé caer hacia atrás. Me
subí a la cama y me estiré para sacar el lubricante de la mesilla de noche.
Trey rio de nuevo, y fue el mejor puto sonido que hubiese oído jamás.
—Alguien está un poquitín ansioso.
—Quiero que me folles —fue toda mi respuesta.
Trey arqueó las cejas y, durante un breve instante, me pareció ver la
inseguridad asomarse a sus ojos.
—Está pasando de nuevo —farfulló, para luego añadir—: Después de la
otra reunión. Tú...
Bueno, mierda, sí. Tal vez había un patrón ahí. A lo mejor necesitaba
que Trey también desease sentirme como suyo al margen de lo que el resto
del mundo esperase de mí. A lo mejor quería que se apropiara de mi cuerpo
del mismo modo en que ya parecía haberlo hecho de mi mente y mi
corazón.
Joder, quería que me reclamase. Y tal vez eso era tan sorprendente como
el resto de lo que sucedía entre nosotros.
Nunca me había sentido de nadie. Nunca había soñado siquiera desear
sentirme así.
—Si no quieres...
—Oh, no. Quiero. Lo quiero mucho —repuso con tanta vehemencia que
me hizo sonreír. Hundió una rodilla en el colchón y se arrastró hacia mí—.
Pero luego espero que tú hagas lo mismo por mí, así que tienes prohibido
correrte.
Murmuré una maldición y me agarré la polla en un acto reflejo. Trey me
dio un manotazo en el brazo para apartarlo. Por una vez, parecía ser él
quien estaba dispuesto a torturarme de la mejor de las maneras; claro que, si
era capaz de soportarlo, luego sería yo el que lo machacaría hasta hacerlo
suplicar.
—Trato hecho —acepté, y él ronroneó con la boca contra mi piel.
Tomó mi pezón entre los labios y su lengua jugueteó con la barrita de
metal que lo atravesaba. Ponerme aquella mierda había sido lo mejor que
había hecho en mucho tiempo. De algún modo, cada golpe de su lengua iba
directo a mis pelotas y hacía que lo sintiera por todo el cuerpo.
—Joder, qué bien.
Apoyado sobre los codos, dejé caer la cabeza hacia atrás y cerré los ojos,
sintiéndome en el maldito paraíso. Mis piernas se abrieron para él y Trey se
acomodó entre mis muslos. Fue bajando por mi cuerpo. Su boca recorrió
mis abdominales y se deslizó por los surcos de mis músculos con una
perezosa calma que me sacó de quicio y me excitó aún más al mismo
tiempo.
—Trey.
—Mmm... —murmuró contra mi piel. Me apretó el muslo y me lamió la
punta. Más maldiciones brotaron de entre mis labios. Él rio—. Ahora ya
sabes lo que se siente.
—También entiendo tus insultos —gruñí.
Enredé los dedos en su pelo y empujé su cabeza contra mi polla de una
manera vergonzosa. Trey volvió a reír. Sus carcajadas retumbaron en mi
pecho y le hicieron cosas raras a mi estómago. Y estuve a punto de
confesarle que quería oírlo reírse así siempre conmigo, en la cama o fuera
de ella.
—Voy a hacer que te sientas bien.
No lo dudaba ni por un segundo. Y también sabía que, en venganza, me
torturaría todo lo posible durante el proceso.
No me importó.
—Está bien, soy todo tuyo, chico de oro. Haz que cuente —le dije,
porque era lo más cercano a admitir que no quería ser de nadie más.
Nunca.
Trey

Tener a Axel King desnudo, abierto y expuesto ante mis ojos seguía siendo
absolutamente desconcertante y estimulante al mismo tiempo. También me
aterraba. No la situación en sí; ya había pasado hacía mucho la época de
confusión acerca de sentirme atraído por un chico. Sinceramente, no estaba
aún muy seguro de qué etiqueta se suponía que tenía que ponerme, pero era
algo en lo que tampoco quería pensar o darle demasiada importancia. Me
sentía bien conmigo mismo y con lo que tenía con Axel. Tan bien que no
quería que nada cambiase entre nosotros.
Y la realidad era que su reunión de la noche anterior podía cambiarlo
todo.
Así que yo había dado un paso atrás y, en vez de afrontar de una vez lo
que fuese que hubiera decidido Axel, lo estaba distrayendo con sexo.
Sí, sí. Muy maduro por mi parte, lo sé.
Lamí su eje desde la base hasta la punta sin apartar la mirada de su
rostro. Quería contemplar cada estremecimiento, cada gemido. Saber que
era yo quien los provocaba me hacía sentir jodidamente increíble. Yo era
quien le hacía eso.
Sonreí como un estúpido.
—Date la vuelta.
La orden lo dejó desconcertado durante unos pocos segundos. Así que lo
empujé y lo hice girar sobre el colchón. Pasé una de las almohadas bajo sus
caderas y luego, cuando lo tuve exactamente donde lo quería, acaricié los
costados de su cuerpo de arriba abajo. Sus músculos tensos bajo las palmas
de mis manos eran la mejor sensación de este mundo.
Quería volverlo loco. Aturdirlo de la forma en que él lo hacía conmigo.
Que olvidara todo lo que no fuésemos nosotros en esa habitación. Por el
momento, el mundo real podía irse a la mierda.
Me incliné sobre su espalda y besé cada centímetro de piel a mi alcance
mientras mis caderas se impulsaban hacia delante y mi polla se frotaba
contra su culo. Lo provoqué a sabiendas de que, esa vez, él parecía incluso
más ansioso que yo.
—Deja de jugar —me reprochó, de nuevo gruñendo impaciente.
—Jugar contigo es divertido.
Esto no iba a ser rápido ni desesperado como lo había sido aquel día en
la cocina. A pesar de que me dolían las pelotas por la necesidad de
hundirme en su interior, pensaba tomarme mi tiempo con él. Ni siquiera el
cansancio o la resaca lo estropearían.
Cuando trató de girarse, aplané la palma de la mano contra la curva baja
de su espalda y me eché hacia atrás. Acto seguido, fui a por todas. Hundí la
cara entre sus nalgas y presioné la lengua contra su agujero apretado.
—Oh, mierda, Trey —gimió en un largo suspiro que dejó sus pulmones
vacíos.
Era la primera vez que yo hacía algo así y, joder, puede que fuera aún
más excitante de lo que había esperado.
Lo torturé sin descanso. Bordeé su entrada, trazando círculos a su
alrededor, empujando luego en su interior. Axel prácticamente se deshizo
sobre el colchón. Gimió y pidió más, y yo me sentí vergonzosamente
orgulloso. Y más cachondo que en toda mi vida.
—Eso es... Es...
—Uy, mirad al quarterback tartamudeando.
—Vete a la mierda, idiota.
Mi réplica a eso fue deslizar un dedo dentro de su culo, lo cual acalló
cualquier otra protesta que fuera capaz de conjurar. Vale, a lo mejor había
descubierto la manera de cerrarle la boca a Axel King.
Por una vez, los roles entre nosotros habían cambiado totalmente.
—Dime si está bien así —le pedí mientras jugaba con mi lengua y mi
dedo.
La vez anterior, Axel se había preparado para mí. No quería hacerle
daño, aunque no parecía que ese fuese el caso.
—Más. Dame otro.
—¿Seguro?
Un exigente gruñido fue suficiente para convencerme. Solté una risita y
añadí un segundo dedo. Su culo se apretó de inmediato, pero luego se relajó
enseguida. Volví a lamerlo alrededor mientras retorcía los dedos en busca
de su próstata. Cuando Axel gimió y empujó hacia atrás, supe que la había
encontrado.
—Sí, joder. Joder —exclamó, seguido de una ristra de maldiciones.
Continué apuñalándolo, inclinado sobre él para susurrarle al oído un
montón de sucias provocaciones y explicarle lo bien que iba a hacerlo
sentir. Alcancé su polla con la otra mano y le di un par de caricias flojas y
totalmente insuficientes. Mi propia polla estaba dura como una piedra y
reclamaba una atención que en ese momento no podía prestarle, lo cual era
una suerte, porque había muchas posibilidades de que me corriera en el acto
si me tocaba.
No tenía ni idea de cómo iba a ser capaz de metérsela y no acabar en dos
segundos.
—Estoy listo. Joder, hazlo ya —se quejó, y yo me reí. Estaba visto que
Axel no era el único imbécil de los dos cuando se trataba de hacer agonizar
al otro.
—No sé, esto es bastante divertido.
—Trey —me advirtió.
—Axel.
Solo tuve que esperar un par de segundos para obtener lo que quería.
Tres, dos...
—Por favor —rogó, empujándose contra mis dedos.
Excitado.
Necesitado.
—Joder —maldije al contemplar la imagen que me estaba brindando.
Busqué sobre la cama el bote de lubricante y me las arreglé para
embadurnarme la polla con él con una sola mano. Un instante después,
retiré los dedos y me coloqué en posición. Sin embargo, no hice nada por
deslizarme en su interior. Tuve que sujetarlo de las caderas para que no
fuera él quien se empalara en mí.
—Vamos, King, dime lo que quieres —me burlé, a pesar de que,
mentalmente, estaba recitando las estadísticas de todo el equipo para evitar
centrarme en lo placentera que resultaba su entrada apretada.
No estaba muy seguro de quién de los dos deseaba más aquello.
—Así que King, ¿eh? ¿Así es como vamos a jugar?
Me reí y le clavé los dedos en la carne porque parecía decidido a tomar
las cosas por su propia mano. Lo nuestro resultaba a veces una cuestión de
provocación, de cruzar los límites del otro a base de exigir una absoluta
rendición. Otras, era más lento, caricias por encima de la ropa y besos
apenas robados. Pero siempre parecía demasiado e insuficiente a la vez. No
creía que fuera a cansarme jamás de tenerlo bajo mi cuerpo; ni encima, ni al
lado. Detrás o delante. Daba igual.
Cedí lo justo para hundirme tan solo unos pocos centímetros en él y...
«Mierda. Mierda. Mierda.»
—Dios, estás demasiado apretado.
—Trey, te juro que...
Empujé lentamente hasta el fondo y la amenaza que fuese a formular
murió en sus labios y se transformó en un largo gemido de placer que no
hizo nada bueno por mi autocontrol. Todo en lo que podía pensar era en no
explotar y que aquello acabase casi antes de haber empezado. ¿Cómo
demonios podía ser tan condenadamente delicioso?
Aparté la vista de su precioso culo redondo y duro y respiré hondo para
calmarme. Me incliné y envolví los brazos alrededor de su cintura. Una
ligera capa de sudor cubría su espalda, y su olor... puede que me hubiese
hecho un poco adicto también a ese aroma tan característico que
desprendía. A todo él.
Creo que fue en ese momento, hundido en él y con su cuerpo contra el
mío, cuando me prometí que lidiaría de cualquier forma necesaria con lo
que fuera que hubiese sucedido en esa reunión.
Mientras Axel se retorcía bajo mi cuerpo y yo le murmuraba al oído lo
bien que me hacía sentir, el modo en que se ajustaba a mí y lo loco que me
volvía, comencé a moverme. Embestidas largas y profundas, muy despacio,
dejando que percibiera cómo cada centímetro de mí se adentraba en su
cuerpo y disfrutando de la sensación de estar haciéndolo mío. Lo poseí. Le
arrebaté la voluntad y, a cambio, le proporcioné todo el placer que fui capaz
de entregarle, a sabiendas de que lo único que anhelaba más que mi propio
disfrute era el suyo. Porque oír los gemidos entrecortados que abandonaban
sus labios cada vez que me empujaba más profundamente suponía perderme
un poco más en él. Me daba vueltas la cabeza. Apenas podía respirar.
Me incorporé llevándomelo conmigo y ambos quedamos de rodillas
sobre el colchón. Axel se arqueó y se clavó aún más en mí, y lanzó su mano
hacia atrás para aferrarse a mi nuca. Su boca buscó la mía. Durante un
puñado de segundos eternos todo lo que hicimos fue besarnos; lengua
contra lengua. Y cuando nos separamos la expresión de Axel era tan
abierta, tan vulnerable y necesitada, tan sinceramente abrumadora que creí
que no sería capaz de sostenerme y sostenerlo a él.
—Más, Trey —pidió; suplicó más bien—. Quiero ser tuyo.
Cuando trató de apartar la vista, tanteé su barbilla para mantener su
cabeza ladeada y obligarlo a mirarme. Deslicé la otra mano hasta su cadera
y empujé desde abajo para conducirme aún más profundo.
—Ya eres mío. Eres todo mío, Axel King. Y vas a seguir siéndolo —le
aseguré con una nueva embestida que apenas si le permitió mantener los
ojos abiertos. Lo apreté contra mi pecho y me aseguré de que entendiera
mis siguientes palabras—. Y yo te pertenezco, ¿me oyes? Solo tú y yo. Solo
contigo.
Axel emitió un jadeo tembloroso. Su cabeza cayó sobre mi hombro.
Empujé. Y empujé. Y seguí hundiéndome en él con todo lo que tenía
mientras él salía a mi encuentro con la misma cruda necesidad de sentirme.
De sentirnos. Juntos.
Cuando no fuimos capaces de mantenernos erguidos, salí de él. Axel
protestó por la pérdida, pero enseguida lo hice tumbarse boca arriba.
—Quiero ver ese precioso rostro cuando no puedas soportarlo más y te
corras en mi polla.
—No pares, por favor.
—Nunca.
Después de eso, todo se aceleró. Aumenté el ritmo de mis embestidas y
busqué ese punto infame en su interior para machacarlo sin descanso. Axel
tiró de mí y, aunque besarse y respirar al mismo tiempo parecía en aquel
momento una utopía, apoyé la frente contra la suya y no abandoné su boca
ni un instante. Más que besarnos, nos bebimos los gemidos y el aliento del
otro como si eso fuera lo único que necesitábamos para llenarnos los
pulmones.
Axel tomó todo lo que le di y yo traté de entregárselo de vuelta con la
misma devoción. Era cálido y apretado, y tan perfecto que sabía que no
podría haber nadie después de él. Porque no solo se trataba de sexo, sino del
sentimiento que se enroscaba en mi pecho cada vez que lo miraba. De lo
bien que me hacían sentir todas esas emociones en mi interior. De lo mucho
que podía perderme en él y encontrarme al segundo siguiente.
—Estás hecho para mí —aseguré con poco más que un gruñido.
Y yo estaba hecho justo a su medida.
—Trey, ya estoy... estoy cerca —balbuceó, abriendo los ojos para
mirarme.
En otro momento, tal vez podría haberme reído por lo aturdido que
parecía, con los ojos vidriosos, cargados de lujuria y rebosando un placer
casi angustioso. Los labios abiertos en un jadeo infinito y entrecortado. El
sonido de esos gemidos llenaba mis oídos junto con el erótico choque entre
nuestros cuerpos, contundente e interminable. Mi propio orgasmo empujaba
desde la base de mi espalda, desenredándose a través de mis músculos y mi
piel.
—Lo quiero. Lo quiero todo de ti —acerté a decirle.
Envolví la mano en torno a su eje y comencé a bombearlo al mismo
ritmo que lo llenaba. Axel apretó la nuca contra la almohada y gimió con
tanta fuerza que supe que, si Cop estaba aún en la casa, no le cabría duda de
lo que estábamos haciendo.
Ajusté la otra mano sobre su cadera todavía con más fuerza. Iban a
quedarle marcas allí, yo también tenía unas cuantas, pero a él no parecía
importarle en absoluto. Estaba demasiado perdido en su placer. Con un
último y poderoso empuje, me hundí profundamente en él. Axel abrió los
ojos y la boca en un grito silencioso. Todos sus músculos se pusieron
rígidos y su cuerpo se sacudió bajo el mío. Mi propia polla comenzó a
palpitar cuando chorros de semen salpicaron su abdomen y su pecho, y su
agujero se apretó con fuerza en torno a mí, enviándome de cabeza a un
orgasmo de cuerpo entero. Cada músculo y cada hueso, cada centímetro de
mi piel vibró y me vacié en su interior durante lo que me pareció una jodida
eternidad.
Ni aun así me detuve, continué entrando y saliendo de él, atravesando mi
propio orgasmo y acompañándolo en el suyo hasta que no quedó más de
nosotros que entregar y me derrumbé sobre él con una exhalación.
Escondí el rostro en el hueco de su cuello, abrumado y exhausto.
Durante varios minutos ninguno dijo nada. Pero Axel me rodeó con los
brazos y deslizó los dedos por mi espalda con suavidad y yo besé la piel de
su garganta como una respuesta silenciosa a sus tiernas caricias.
Estuve a punto de susurrarle que lo amaba. Nunca lo había tenido tan
claro como entonces, pero no quería ser la clase de tipo que dice algo así
después de follar incluso cuando yo sabía que lo que habíamos hecho no era
follar en absoluto.
—Vaya —dijo él finalmente.
Me eché a reír, repentinamente nervioso.
—Sí, eso lo define bien.
Sabía que teníamos que hablar. Dejarlo abandonar aquella cama, o
hacerlo yo, sin mantener una conversación no debería haber sido una
opción después de todo por lo que habíamos pasado. Nuestros encuentros y
desencuentros. Las idas y venidas.
La cabeza aún me daba vueltas y mi corazón continuaba estrellándose
contra mis costillas de un modo preocupante. Pero entonces Axel tomó mi
rostro con una mano y empujó con el pulgar para obligarme a abandonar el
refugio de su cuello. Sus ojos estaban brillantes y su mirada era suave y
cariñosa. Tierna como pocas veces lo había visto.
—Tenemos que hablar, pero hay algo que vamos a hacer antes.
—¿Eh? —Bien, ahora era yo quien balbuceaba.
—Primero ducha, y luego te vienes conmigo.
—No sé si puedo moverme —lloriqueé, y él sonrió.
—Quiero mi cita. Una de verdad.
Arqueé las cejas. Habíamos salido en muchas ocasiones a comer por el
campus, habíamos estado en varias fiestas juntos, aunque nunca como
pareja, o al menos no de forma oficial. Las citas no eran lo mío en realidad;
bueno, a no ser que me remontara al baile de graduación del instituto.
Axel había pagado en la subasta por una cita conmigo y no habíamos
llegado a tenerla, aunque yo sabía que no se trataba de eso.
—¿Vas a llevarme a cenar? —parpadeé, burlón, pero más nervioso de lo
que me habría gustado tener que admitir.
—Haré algo mejor. Y hablaremos de... todo.
Esa pausa no me pareció muy prometedora, pero Axel no me pediría una
cita para confesarme luego que había aceptado las condiciones de Olson &
Faulk y que Levy seguía a bordo en toda aquella locura, ¿verdad? No podía
ser una cita de despedida o algo así. ¿Eso sucedía? ¿Uno se llevaba a su
novio por ahí y le decía que su nueva agencia le había suministrado un
chico para desahogarse entre partido y partido de la NFL?
—Vaya, te sale humo de las orejas.
Rodé hasta quedarme tumbado a su lado, mirando al techo. Pero Axel no
parecía dispuesto a dejarlo pasar. Se apoyó en un codo y se inclinó sobre
mí. Tenía una de esas sonrisas oscuras y provocadoras que yo, en
condiciones normales, disfrutaba tanto. Eso solo consiguió ponerme más
nervioso.
—Eres adorable cuando estás preocupado.
—Y tú, idiota.
Suspiró, aunque sabía que mi respuesta no era más que uno de nuestros
tira y afloja.
—Anoche tomé una decisión.
Esperé, pero no dijo nada más. Mierda, eso no era bueno. Tampoco las
líneas de inquietud que aparecieron en su rostro.
—Te da miedo haberte equivocado —señalé, y no fue una pregunta.
Trazó la línea de mi mandíbula con el pulgar y su uña raspó a través del
rastro de barba de mi mentón, poniéndome la carne de gallina. Luego sus
dedos se deslizaron por mi garganta y mi torso, y sus ojos persiguieron el
movimiento hasta que su mano quedó plana sobre la parte izquierda de mi
pecho. Mi corazón retumbó una vez más con fuerza, casi como si lo
saludara y respondiera a su tacto.
Acto seguido, me besó. Pero no fue como cualquiera de las otras veces.
No, me besó de un modo tan ardiente y profundo, tan crudo y real que creí
que, cuando terminara, encontraría quemaduras sobre mi piel. Sobre mi
alma tal vez.
—Tengo miedo de que te asustes y salgas corriendo, Trey Donovan —
admitió al separarse, y sus ojos azules regresaron a mi rostro—. Tengo
miedo de perderte y no ser capaz de volver a sentirme en casa nunca más
sin ti.
Y con esas pocas palabras, si no lo hubiera estado ya, habría terminado
totalmente enamorado de él. Así que respondí de la única manera en que
podía hacerlo:
—No creo que correr sea ya una opción para mí, Axel King.
Axel

Obligué a Trey a salir de mi cama y meterse en la ducha. Aunque la idea de


ir a por un segundo asalto y ser esta vez yo quien lo follara hasta el olvido
—lo cual se suponía que había sido el plan inicial— era realmente
tentadora, me dije que ya era hora de que hablásemos. Así que nos
duchamos por turnos. No me engañaba a mí mismo: no había manera de
estar en ese espacio estrecho con Trey desnudo y mantener las manos lejos
de él.
Solo que, cuando salí de la ducha, me lo encontré desmayado sobre el
colchón, aún con la toalla en torno a las caderas.
No pude evitar sonreír. Lo tapé con una manta y me dije que bien podía
darle un pequeño descanso, lo cual resultaba incluso oportuno y me
permitiría hacer algunos preparativos para nuestra cita.
Me encontré a Cooper en la planta baja, con unos auriculares puestos y
la música tan alta que podía oírla desde el umbral del salón. Cuando me
descubrió allí, elevó la vista al techo y movió los labios en silencio como si
recitara una plegaria.
—¿Ya habéis terminado? Por Dios, ¿qué mierda hacíais ahí? —Hizo una
mueca, horrorizado al comprender lo que había preguntado en realidad—.
No, joder, ni se te ocurra decirme una palabra. No quiero saberlo.
Me reí, aunque tenía que estar un poco de acuerdo con él. Me dolía el
culo y tenía las caderas llenas de marcas, y me había corrido tan duro que
llegué a creer que me desmayaría. Trey me había destrozado por completo,
pero había sido de la mejor de las maneras. De un forma que no olvidaría
jamás.
No le había mentido a Trey. Más que las consecuencias de mi decisión,
me aterrorizaba la idea de que se asustara. Solo esperaba que él se sintiera
tan en casa conmigo como yo lo hacía con él.
Que... me amara.
—Vamos a salir. Voy a llevar a Trey a... un sitio —comenté mientras
trasteaba en mi teléfono para hacer ciertos arreglos. Cuando levanté la vista,
Cooper me estaba mirando muy serio—. ¿Qué?
—No le rompas el corazón, King. Anoche, cuando me contó el
encuentro con tu padre, estaba destrozado, incluso cuando se había bebido
ya medio bar y trataba de aparentar que no le importaba lo que él pudiera
pensar sobre vuestra relación.
Inspiré hondo y luché contra la necesidad de llamar a mi padre en ese
mismo instante para decirle que se mantuviera lejos de Trey y también de
mí. Lo había creído capaz de muchas cosas, pero no había previsto hasta
dónde parecía dispuesto a llegar para salirse con la suya. Estaba claro que
esperaba obtener un provecho mayor de mi carrera de lo que yo había
creído en un principio.
O eso, o se divertía amargándome la vida y tratando de imponer su
forma de proceder como la única válida. Seguramente, se tratase de ambas
cosas.
—Jamás le haría daño a Trey.
—Bien, porque tengo a todo un equipo de fútbol y una casa llena de
hermanos para romperte las piernas si vuelvo a ver a mi amigo tan
deprimido por ti. O al menos a un buen número de ellos.
—JT —fue todo lo que dije, pero él pareció comprender.
—Creo que el entrenador va a expulsarlo del equipo. He hablado con
varios de los chicos y todos han asegurado que fue él quien provocó la
pelea.
—No fue el único. Tenía a varios de respaldo.
Cooper asintió, aunque dudaba que se acordase de mucho.
Yo todavía estaba esperando una charla a solas con el entrenador. Uno de
los golpes que se habían dado la noche anterior había salido de mis puños y
eso podría traerme pésimas consecuencias. Pero sabía que, de volver a estar
en la misma situación, defendería a Trey con todo lo que tenía.
Nadie, ni siquiera yo, le haría daño a Trey Donovan.
—Voy a cuidar de él —le aseguré sin rastro de duda en la voz.
Era todo cuanto quería. Cuidar a Trey y asegurarme de que era feliz. Y
ser suyo, porque eso era lo que me haría feliz a mí.
Cooper asintió.
—Bien. Me alegro de no tener que matarte entonces. Esconder un
cadáver siempre es un engorro.
Me eché a reír.
—No podrías conmigo, pero lo tendré en cuenta.
Puso los ojos en blanco y deslizó el otro auricular fuera de su oído.
—Solo... asegúrate de mantener a tu padre lejos de Trey.
Asentí.
La puerta se abrió y Grayson atravesó el umbral en bermudas y cubierto
de arena; aquello era ya un clásico para él. Llevaba un balón de voleibol
bajo el brazo y una toalla colgada del hombro. Estaba claro que venía de
entrenar.
—Ey, ¿qué tal fue el partido? He oído por ahí que os metisteis en una
pelea luego.
—¿Así que sabes lo de la pelea pero no te has enterado de que ganamos?
—terció Cooper.
Grayson se encogió de hombros. Estaba claro que en el campus incluso
los rumores tenían su propio sistema de prioridades.
—Dicen que Axel le partió la cara a un tipo del otro equipo. ¿Lo hiciste?
—preguntó, dirigiéndose ahora a mí.
—No le partí la cara a nadie, solo le reorganicé un poco las costillas. Y
fue de nuestro equipo.
Grayson no pareció demasiado sorprendido por ese detalle. Al parecer,
era otro secreto a voces que había algunos idiotas en el equipo de fútbol.
JT tendría ese día un buen cardenal de recuerdo. Es más, lo había visto
en el autobús recolocándose en el asiento varias veces mientras reprimía un
gesto de dolor.
Que lo jodieran, se lo había ganado. Habría sido mucho peor si hubiera
llegado hasta Trey y le hubiera hecho daño. Dudaba que, de ser así, hubiera
podido limitarme a quitárselo de encima con un solo golpe. Yo nunca había
sido de los que empiezan una pelea ni de los que creen que la violencia es la
solución adecuada, pero tampoco de los que permitían que una mole de más
de cien kilos pisoteara a nadie.
—Pero no le contéis mucho a Trey sobre ello. No quiero que se preocupe
ni que oiga la mierda que ese tipo dijo sobre él.
Gray compuso una mueca burlona.
—Oh, qué bonito. Mira a nuestro chico grande, preocupándose de los
sentimientos de nuestro otro chico grande. Sois adorables. ¿Cuándo es la
boda?
Cooper empezó a reírse y juro que yo me quedé en blanco. Casarme no
era algo en lo que hubiera pensado en serio jamás, y Trey y yo llevábamos
saliendo apenas unos meses. Pero la idea de un futuro juntos resultaba
demasiado tentadora. Era justo lo que yo quería, algo que, por otro lado,
nunca había llegado a desear con nadie más.
—¿Por qué? ¿Quieres ser el padrino?
Cop se adelantó con los brazos en alto.
—Ni de coña. Yo voy a ser el padrino.
Se me escapó una carcajada cuando empezaron a discutir entre ellos
como si fuésemos a celebrar una boda al día siguiente. Y, aunque la idea era
ridícula en aquel momento, me dije que quizá más adelante podría llegar a
convertirse en realidad.
Nos desperdigamos por el salón y pasamos un rato hablando sobre el
partido y nuestras posibilidades para llegar a los playoffs. A pesar de que
había pasado mucho menos tiempo con ellos que con Trey, me di cuenta de
que en algún momento había ido surgiendo un sentimiento de comodidad
entre nosotros.
Cooper, incluso con sus amenazas nada sutiles con respecto a su mejor
amigo, era en realidad bastante decente; leal, divertido, abierto, y la clase de
tipo con el que sabías que siempre podrías contar. Grayson se mostraba más
disperso y relajado, soltaba lo primero que le pasaba por la cabeza y podía
llegar a ser incluso un poco ingenuo; nada parecía afectarle demasiado,
salvo, al parecer, el hecho de no haber logrado localizar a la chica de
Halloween. Cuando lo mencionó de pasada, Cooper y yo intercambiamos
una mirada culpable.
Caleb vendría en apenas unos meses a vivir al campus y, teniendo en
cuenta que era el hermano de Trey, seguro que iba a estar mucho por la
casa. En teoría, si me reclutaban en los drafts, parecía casi inevitable que no
pudiera completar mis estudios y tendría que dejar mi habitación libre; lo
más normal sería que Caleb la ocupara...
El timbre de la puerta me sacó de mis cavilaciones. Me levanté de un
salto y me dirigí a la entrada. Allí estaban mis provisiones.
—¿Y eso? —preguntó Grayson, asomándose tras de mí a la puerta
mientras lo metía todo en el maletero de mi coche y le daba una propina al
repartidor.
Me encantaba que en nuestros días pudiera pedirse cualquier cosa a
través de una aplicación y tenerlo en casa en menos de una hora.
—Trey y yo tenemos una cita.
Ni siquiera supe por qué lo dije. Grayson compuso otra de esas
expresiones estúpidas y sus pestañas aletearon de una forma ridícula en mi
dirección. Cooper se unió también a las burlas desde la puerta. En fin, me
importaba una mierda.
—Sois unos cabrones. Ya os llegará el momento, ya. Y entonces seré yo
quien se ría.
Cooper señaló alrededor con el dedo.
—Pero, mientras, vamos a disfrutar de esto todo lo que podamos. Eres
un romántico, King. Quién lo habría dicho.
Grayson y él unieron las manos y se las llevaron al pecho, y me tuve que
reír. Menuda panda de imbéciles estaban hechos.
Pero, incluso con las bromas, estaba nervioso por aquella cita con Trey.
Pensé en ir a despertarlo y luego decidí dejarlo descansar un poco más. Solo
que cuando todos regresamos al interior, él bajaba por la escalera vestido
con unos vaqueros con rotos a la altura de las rodillas y que se aferraban a
sus muslos de una forma increíble y una camiseta de botones de un tono
verde oscuro que resaltaba el color de sus ojos. Se le había secado el pelo
en un adorable lío de mechones rubios y tenía la marca de la almohada en la
mejilla.
Me quedé mirándolo con la boca abierta.
Joder, era precioso.
Y yo probablemente estaba haciendo el ridículo frente a mis otros
compañeros de piso. Me obligué a cerrar la boca y le dediqué a Trey una
sonrisa. Apenas llegó al último escalón, lo atraje hacia mí y le di un beso en
la sien.
—Oooh, qué bonito —se burló Gray.
Cooper se rio.
—Gilipollas —les espetó Trey, y yo no pude hacer otra cosa que darle la
razón.
—¿Podemos llamarlos Trexel? ¿Axrey? —continuó bromeando Gray.
Le mostré el dedo corazón mientras mantenía a Trey contra mi costado.
—Portaos bien y no nos esperéis despiertos, niños —repuse arrastrando
a Trey conmigo hacia el exterior.
Tal vez su idea de una cita era una cena en alguno de los restaurantes
cercanos al campus o algo por el estilo, pero yo ya había decidido adónde
quería llevarlo. Necesitábamos tranquilidad para hablar, y había un sitio
perfecto para ello. Aunque cuando, tras apenas diez minutos de conducción,
aparqué y detuve el motor, Trey parecía más confundido que entusiasmado,
lo cual era de esperar en realidad.
—Hoy no tenemos entrenamiento —señaló—. ¿Olvidaste algo en el
vestuario o algo así?
—Vamos, muévete y deja de hacer suposiciones.
Se bajó del coche y yo me uní a él en el aparcamiento del campo de
entrenamiento en el que habitualmente pasábamos casi tanto tiempo como
en casa.
—Ni siquiera podemos entrar. Está cerrado.
Alcé un manojo de llaves que tintinearon cuando las sacudí frente a su
cara. Rodeé el coche hasta el maletero y saqué las dos bolsas que me había
traído el repartidor junto con una manta que siempre guardaba allí.
—No para mí. Soy el preferido del entrenador, ¿recuerdas? —me jacté,
solo para obtener un resoplido por su parte.
Al poco de llegar al equipo, Meyer había accedido a darme acceso
ilimitado al campo, ya que muchas veces me quedaba practicando jugadas
después de los entrenamientos solo o con alguno de los novatos; supongo
que el hombre se había cansado de tener que esperar hasta que
terminásemos para irse a casa.
El césped era el único sitio que yo había considerado como un hogar
durante mucho tiempo; allí me sentía vivo, completo, y más yo mismo de lo
que podía hacerlo en cualquier otro momento o lugar. Formaba parte de
quién era, de lo que era. Y hasta que Trey había aparecido en mi vida y se
me había metido bajo la piel y en el corazón, el campo había sido todo lo
que tenía. Algo seguro que jamás me fallaría.
Cogí a Trey de la mano y lo llevé conmigo adentro. Accedimos por una
de las puertas laterales y recorrimos varios pasillos hasta llegar al túnel de
vestuarios y, poco después, estábamos sobre el césped. Tan solo había un
par de focos iluminándolo, lo cual proporcionaba el ambiente perfecto.
Extendí la manta en la línea de las cuarenta yardas mientras Trey me
observaba entre curioso y divertido; sí, a lo mejor Grayson tenía razón y yo
de repente me había convertido en un imbécil romántico.
—¿Debería grabar esto para asegurarme luego de que no lo he soñado?
¿Nos has preparado un pícnic?
—¿Qué puedo decir? Soy un tipo encantador.
Trey rio, aún un poco desconcertado, y se dejó caer sobre la manta
mientras yo comenzaba a sacar de las bolsas un montón de comida y una
botella de vino.
—No estoy seguro de que pueda beber después de lo de anoche.
—También hay refrescos —señalé con aires de suficiencia.
Había tenido en cuenta su resaca y la posibilidad de que hubiera
aborrecido temporalmente el alcohol. Pero ¿qué habría sido de una cita sin
un buen vino? El pensamiento me hizo sonreír. Si me hubieran dicho unos
meses atrás que tendría una cita con uno de mis compañeros de equipo, o
con cualquier tipo en realidad, no creo que me lo hubiera creído. Sin
embargo, allí estaba, nervioso y un poco aterrado no por la cita en sí, sino
por lo que tenía que confesarle a Trey.
—Estoy empezando a preocuparme —confesó él, bajando la vista y
contemplando el despliegue de envases frente a nosotros—. Si vas a
decirme que Levy...
—No —lo corté tajante—. Él no forma parte de nada de esto, Trey, por
mucho que Olson & Faulk o mi padre se hayan empeñado en planearme la
vida e incluirlo en ella.
—Creo que es cosa de tu padre. Anoche me abordó al salir del vestuario
después del partido.
—Cooper me lo contó. Lo siento mucho, no debería haberse acercado a
ti. —Me incliné hacia él y rocé sus labios despacio, pero retrocedí de
inmediato.
Si empezaba a besarlo, dudaba mucho que fuésemos capaces de
continuar hablando.
—Creo que tiene algún contacto en la agencia y él... Bueno... —titubeó,
pero sabía lo que trataba de insinuar.
—Es amigo de Peter Faulk y tienen algunos negocios juntos. Al
principio me impresionó que uno de los socios de la agencia estuviera en la
reunión, pero el tipo no fue precisamente sutil sobre su amistad con mi
padre. Quedó claro que todo aquello era al menos en parte una deferencia
hacia él.
Trey hizo una mueca, supongo que porque la intervención de mi padre,
en cierto modo, ponía en entredicho la veracidad del interés que tenían por
mí. Y, aunque Foster había dejado claro que querían representarme y tenían
mucha fe en mis posibilidades, yo también había albergado algunas dudas
sobre ello. Pero creía en mí mismo, había luchado y trabajado mucho a lo
largo de los años; mi padre nunca podría arrebatarme eso. Tampoco lo haría
Olson & Faulk.
Bueno, había llegado el momento de soltarlo todo.
—He rechazado su oferta.
Hubo una pausa tensa mientras las palabras calaban en Trey, y luego
empezó a negar con la cabeza. Casi parecía al borde del pánico. Así que me
obligué a continuar:
—Fueron muy claros en lo que respecta a mi orientación sexual. Dado
que no he salido del armario de forma oficial, o eso creen ellos, piensan que
todo a lo que tendrían que enfrentarse sería a algunos rumores sobre mi
época universitaria, lo cual es bastante más frecuente de lo que se esperaría.
Ya sabes, toda esa mierda de experimentar y vivir experiencias. Pero
esperaban de mí que fuera el ejemplo perfecto de un jugador de la NFL, con
toda la mierda de fiestas pospartido repletas de mujeres y alcohol incluidos.
Cualquier cosa para que no haya dudas ni polémicas que puedan afectar a
mi reputación.
—Sé que no quieres esconderte, pero... es una de las agencias más
importantes de California. ¡De todo el país! No puedes rechazarlos, por
mucho que tu padre te haya facilitado las cosas. Y no quiero parecer
engreído al respecto —prosiguió, con el ceño fruncido pero aparentemente
también avergonzado—, no sé si haces esto por ti o por mí. Puedes seguir
como hasta ahora, sin confirmar nada.
Solté una carcajada. Sus mejillas estaban coloreadas de un rojo
profundo. Un Trey Donovan ruborizado era incluso más impresionante que
el que rogaba para que lo follara más duro.
—No quiero —sentencié—. Soy bueno en el campo. Muy bueno. Y he
estado pensándolo bien. No voy a fomentar que se nos siga tratando como
una vergüenza o algo que hay que esconder. Y trabajar con Olson & Faulk
sería justamente firmar para eso. —Miré a mi alrededor—. Este ha sido
siempre el único lugar en el que me he sentido yo mismo, y no voy a dejar
que eso cambie. Incluso cuando haya encontrado otro sitio al que considerar
un hogar. O, más bien, a una persona.
La enorme arruga que atravesaba la frente de Trey continuaba ahí,
acusadora. Y por su expresión parecía que creía que me había vuelto loco.
Había hecho un montón de suposiciones acerca de nosotros dos juntos, y tal
vez mi miedo a que Trey saliese corriendo no estaba injustificado después
de todo.
Pero ya no había marcha atrás.
—No voy a postularme para los drafts.
—Estás loco, Axel.
Sí, tal vez había perdido la cabeza. Quién sabe.
—Esperaré a encontrar una agencia que defienda lo que quiero para mi
carrera. Lo que soy. Acabaré mis estudios, solo por si necesito un respaldo,
y, llegado el momento, puedo entrar en la NFL como agente libre. Mientras,
me quedaré aquí. Contigo.
Frunció aún más el ceño, si es que eso era posible. Ahora parecía
enfadado.
—¿Te das cuenta de que tienes más posibilidades que nadie de ser
elegido en la primera ronda de los drafts? ¡La primera! Eso es un montón
de dinero y un contrato con algunos de los grandes. Los equipos se pelearán
por ti.
Le dediqué una de mis medias sonrisas arrogantes.
—Sabía que más tarde o más temprano tendrías que admitir que soy
espectacular.
—Eres idiota. Eso eres, Axel. No puedes tirarlo todo por la borda por tu
padre, porque entonces él gana de todas formas. Y tampoco puedes hacerlo
por mí.
Me incliné sobre él y tomé su cara entre las manos. Joder, estaba claro
que se me daba fatal explicarme.
—Mi padre se queda al margen de todo esto. Nunca se ha preocupado
por mis decisiones hasta ahora y, sí, el fútbol ha sido toda mi vida hasta el
momento. Mi sueño siempre ha sido llegar a profesional y jugar en la NFL.
No estoy renunciando a eso, Trey. No renunciaré a nada. Tampoco a ti. Y
no voy a pedirte que te escondas o seas un sucio secreto del que no se me
permite hablar. Quiero... —titubeé, y se me aceleró el pulso. Mierda,
¿estaba sudando?—. Ahora tú formas parte de ese sueño. No sé cuándo
demonios ha sucedido o cómo. Pero, joder. —Resoplé, eso era más difícil
de lo que había creído—. Estoy enamorado de ti. Te quiero, chico de oro.
Lo quiero todo contigo.
Mis dedos se anclaron en su cuello y mi pulgar recayó en la zona en la
que su pulso era perfectamente apreciable. Iba tan rápido como el mío,
aunque no tenía ni idea de si eso era una buena o una mala señal. Sus ojos
estaban clavados en mí, pero ni una palabra salió de su boca. Empezaba a
ponerme nervioso su silencio.
—Di algo, por favor.
—Yo también te quiero —soltó en un susurro.
Aparté de un manotazo la botella de vino y los envases de comida y me
lancé sobre él. Acabó con la espalda sobre el césped, tumbado bajo mi
cuerpo.
—Repítelo. Dilo otra vez.
Por fin, la tensión de su expresión desapareció y las comisuras de sus
labios se curvaron.
—Te quiero, Axel King. Aunque tu ego necesite una repetición, me
parece...
Ni siquiera lo dejé terminar. Me apropié de su boca con la necesidad
cruda que siempre despertaba en mí y me bebí el gemido que exhaló al
primer contacto de mi lengua. Lo besé durante largo rato sin hacer nada más
que eso, sin tratar de convertirlo en el comienzo de algo. Sin exigir o tomar
más de él de lo que me ofrecía por propia voluntad. Solo intentando
mostrarle lo que había tratado de explicarle poco antes. Que nadie me diría
quién ser o con quién estar. Que no lo apartaría jamás. Que lo quería a mi
lado siempre.
Que lo amaba.
Que era casa y hogar. Un sitio seguro. Y que eso... eso era más
importante que cualquier contrato millonario. Porque era lo que nunca había
tenido y no sabía que buscaba.
Que era mi chico de oro. Mi premio. Mi puto trofeo Vince Lombardi. Mi
anillo de campeón.
Que lo era todo para mí.
Todo.
Trey

Axel se había vuelto loco. Es decir, comprendía lo que decía y, si lo pensaba


bien, dado el talento que tenía en el campo, sabía que probablemente no
tendría problemas para acabar jugando en la NFL de todas formas. Y decía
mucho de él que no quisiera ceder a la presión y esconderse para perpetuar
el estereotipo del jugador de fútbol americano masculino y, por supuesto,
completamente heterosexual.
Era valiente y honesto consigo mismo, y eso probablemente hacía que lo
quisiera aún más.
Pero estaba rechazando una oportunidad demasiado buena, incluso con
la indeseada mediación de su padre.
—Tienes dudas. Sobre nosotros... —señaló apartando a un lado el envase
de comida que sostenía entre las manos.
Sonó inseguro, algo que jamás podría haber asociado con él. Pero no
podía estar más equivocado.
Nos habíamos separado a duras penas para poder cenar y disfrutar de
todo lo que había traído. Para ser una primera cita, mi primera cita de
verdad en realidad, Axel no podría haber elegido mejor.
Yo también me sentía en casa cuando estaba en el campo; solo que en mi
caso yo había crecido en un verdadero hogar al que sabía que siempre
podría regresar. El fútbol era importante para mí, pero no lo era todo como
en su caso. Incluso a la hora de elegir carrera, Axel había optado por
especializarse en ciencias del deporte y nutrición deportiva. Su vida y sus
sueños estaban ligados de forma íntima a aquel mundillo.
De cualquier modo, estar allí con el campo para nosotros solos y
devorando un montón de comida deliciosa junto a él... Bueno, era
simplemente perfecto. Incluso cuando Axel se empeñara en ser un cabezota.
Porque la verdad era que, en el momento en que había dicho que yo era
parte de su sueño de futuro, algo dentro de mí había respirado aliviado y se
había entusiasmado más de lo decentemente aceptable.
Axel King estaba enamorado de mí. Me quería.
Joder.
—No voy a salir corriendo. No tengo dudas, Axel —repliqué,
dedicándole una sonrisa suave.
—No tenemos que hacerlo oficial si no quieres...
Me reí y agité la cabeza de un lado a otro.
—Un poco tarde para eso. Ya lo saben todos. Y en el autobús, Chad me
contó lo del bar. Dijo que JT recibió lo suyo por parte de mi novio. Y, sí,
hizo especial hincapié en ese detalle. —Axel fue a hablar, pero no le di
margen para ello—. Y te recuerdo que salimos con todos nuestros
compañeros de equipo y en la fraternidad. Dudo que haya alguien en el
campus que no se haya enterado ya. Pero no me importa. Y, no, no quiero
ocultarlo. Pero tampoco quiero perjudicarte. No quiero ser el culpable...
—No lo serás —se apresuró a decir, con tanta convicción que quise
creerlo—. Es mi decisión, Trey. No habría cedido a las exigencias de Foster
aunque no estuviésemos juntos.
No le pregunté si estaba seguro de eso, porque..., bueno, era el jodido
Axel King y estaba claro que no mentía ni titubeaba al respecto y tampoco
se estaba engañando a sí mismo. Si había alguien capaz de cambiar las
cosas, era él.
Y pensar que al principio había creído que era solo un estúpido arrogante
con demasiados aires.
—Tiene que haber alguien ahí fuera dispuesto a creer de verdad en mí.
Alguien que quiera hacer las cosas bien.
—Yo creo en ti —repliqué, y solo entonces pareció relajarse.
Y aunque Axel no estuviera arriesgándolo todo por nosotros, o no
creyera que eso fuera lo que hacía, yo quería ofrecérselo todo. Porque lo
merecía. Incluso cuando, con sus circunstancias familiares, podría haber
crecido y haberse convertido en un gilipollas que no viera más allá de sí
mismo, incluso cuando esa fuera la imagen que a veces se empeñara en
mostrarle al mundo, Axel era mejor que eso.
—Te oigo pensar desde aquí. Eso no está bien para nuestra primera cita.
—A lo mejor si no hubiésemos cubierto ya todas las bases... —me burlé,
y él fingió ofenderse por haber empleado una referencia al béisbol—. Ya
sabes lo que quiero decir.
—No fui yo el que saltó sobre mí en nuestro baño la primera vez.
Arqueé las cejas. Entonces... ¿había sido yo quien había dado el primer
paso? Nunca había estado del todo seguro de ello.
—Estaba borracho.
—Estabas cachondo, chico de oro. Y te morías de ganas de ponerme las
manos encima. Pero... no eras el único. En realidad, yo tampoco podía
apartar la mirada de ti cuando estabas cerca.
Se arrastró sobre la manta para llegar hasta mí y, por la malicia que
acumulaba su expresión, dudé que tuviera buenas intenciones. O sí,
dependía de cómo se mirase.
Llegó hasta mí y volvió a tumbarme sobre el césped. Si el entrenador nos
encontraba allí en pleno pícnic, nos caería una buena bronca. Pero si nos
encontraba liándonos...
De todas formas, no fui capaz de resistirme. Su muslo empujó entre los
míos y apoyó los codos a los lados de mi cabeza. Su aliento revoloteó
contra mis labios, cálido y tan adictivo como su aroma. Y aunque ya sabía
que estaba enamorado de él, en ese momento, bajo su mirada pecaminosa y
tentadora pero cargada también de ternura, lo supe. Comprendí que era él y
nadie más que él. El adecuado. Sin importar que fuera un hombre. Sin
importar en quién fuera a convertirse, sin importar el fútbol o la NFL. O el
puto mundo en el que nos había tocado vivir.
Comprendí que, si él sentía la mitad de lo que yo sentía, no se planteara
tomar ninguna decisión que pudiera ponernos en peligro o nos hiciera las
cosas más difíciles de lo que ya serían para una pareja de hombres.
Axel King era para mí esa persona que la gente busca para compartir su
vida y que en ocasiones nunca llega a encontrar. Tal vez fuera demasiado
pronto. Tal vez íbamos muy rápido o éramos jóvenes e idiotas. Tal vez
fuésemos unos ilusos. Idealistas. Lo que fuera. No lo dejaría escapar.
—Te amo —solté, adorando el modo en que el azul de sus ojos destelló
al oír esas dos palabras. Luego, cuando el ambiente se volvió denso y
eléctrico entre nosotros, no me quedó más remedio que añadir—: ¿Crees
que las esposas y novias de la NFL me adoptarán como mascota?
Axel estalló en carcajadas y el sonido de su risa reverberó a lo largo y
ancho del estadio vacío. Y solo por eso, por contemplar cómo su rostro se
iluminó, sus labios mostraron una verdadera sonrisa, sincera y cálida, y sus
ojos brillaron una vez más..., solo por eso supe que todo lo que viniera
merecería la pena.
—Te querrán tanto como yo. Te van a adorar, chico de oro.
No le dije que me bastaba con que él lo hiciera.
El lunes fue un día de mierda. Hubo consecuencias por la pelea del bar,
algo que de todas formas había sido de esperar. Al cuerpo técnico aún no se
le había pasado ni mucho menos el enfado por lo sucedido. Se habían
reunido esa mañana y nos comunicaron en el entrenamiento de la tarde que
JT había sido expulsado del equipo, lo cual no iba a ayudar en nada a que el
tipo nos tuviera más aprecio. Axel había recibido una segunda reprimenda,
esta vez individual, como algunos de los otros chicos; gracias a Dios, la
mayoría no tuvo reparos en defender la versión de su capitán de lo sucedido
y confesaron que JT había sido el instigador de la pelea. Axel solo había
tratado de defenderme.
Dios, me avergonzaba tanto haber estado tan borracho que apenas era
capaz de recordar nada de lo ocurrido. Era realmente bochornoso saber que
Axel había dado la cara por mí, y Cooper tampoco estaba especialmente
orgulloso. Éramos un par de imbéciles.
Fuimos víctimas de otra larga y tortuosa charla conjunta por parte del
entrenador. Entre otras cosas, señaló que no había manera de que
continuásemos ganando partidos si no nos comportábamos como un equipo.
Cuando había rencillas, y estas no se dejaban fuera del campo, resultaba
inevitable que todo se fuese a la mierda y jugásemos mucho peor. Pero
Meyer no parecía dispuesto siquiera a permitir que hubiera piques entre
nosotros en el vestuario.
La única buena noticia fue la alta probabilidad de que algunos
reclutadores acudieran a nuestro próximo partido dado los buenos
resultados que habíamos obtenido en el anterior. La posibilidad de llegar a
los playoffs estaba además sobre la mesa, aunque nadie lo mencionó
porque, bueno, ya se sabía que los atletas éramos demasiado supersticiosos
y estábamos seguros de que la cosa se torcería si se nos ocurría decirlo en
voz alta.
El entrenamiento fue una tortura que nos habíamos ganado a pulso y de
la que estoy seguro que el entrenador disfrutó más que nunca. No se detuvo
hasta que uno de los novatos vomitó el almuerzo sobre el césped y los
demás parecíamos a punto de desmayarnos o seguir su ejemplo, lo que
primero sucediese. Para cuando crucé la puerta del vestuario, no estaba muy
seguro de poder lograr quitarme el equipo de encima y llegar hasta las
duchas.
Mientras hacía lo posible por desvestirme sin sufrir un colapso, miré en
dirección a Axel. Estaba sentado en uno de los bancos y Chad se hallaba
junto a él, hablándole en voz baja. Le dio una palmada en el hombro y dos
más de nuestros compañeros se acercaron también a él. Me dio la sensación
de que estaban mostrándole su apoyo, aunque no pude estar seguro del todo
hasta que Chad se acercó a mí.
—Bien, idiota —soltó desplomándose a mi lado en el banco—, sabes
que estamos con vosotros, ¿verdad? Me alegro de que hayan echado a ese
imbécil, y la mayoría de los chicos se siente igual.
—Hemos perdido a un buen defensa —repliqué, solo porque necesitaba
tragar el nudo que se me había formado en la garganta.
El equipo era un poco más débil por nuestra culpa. Mi culpa,
seguramente. Tal vez si no hubiera corrido hacia el bar para tragarme todo
el alcohol disponible no estaríamos en esa situación. No iba a defender ni
de coña a un imbécil homófobo como JT, pero me sentía mal de todas
formas.
Chad me palmeó el hombro tal como había hecho con Axel, y luego
deslizó el brazo en torno a mi espalda.
—Estamos mejor sin él. Solo es un capullo con más músculo que
cerebro. Nos las arreglaremos.
Asentí y le di las gracias por el apoyo, y también fui muy consciente de
cómo su muestra de afecto llamaba la atención de algunos de los
compañeros que, por lo general, se mantenían apartados de Axel y de mí;
los más cercanos a JT, supuse. Unas semanas antes no nos habrían
observado de esa manera, pero ahora todos los ojos estaban sobre el
quarterback y el running back que mantenían una relación.
«Que os jodan. Esto no va a cambiar por mucho que os moleste.»
Bueno, al menos no estaban soltando mierda por la boca; podía lidiar
con las miradas de soslayo mientras se mantuvieran controlados y
trabajaran por el bien común en el campo. Pero no olvidaba que, si Axel
llegaba a la NFL, lo que iba a recibir de sus compañeros sería mucho más
de todo aquello.
Suspiré.
Chad volvió junto a su taquilla y entonces fue Axel quien se dirigió
hacia mí. Se había quitado ya las protecciones y solo llevaba encima el
ajustado pantalón. La cinturilla caía tan baja que las marcas sobre sus
caderas eran perfectamente visibles, así que no fue extraño que, cuando Ryn
pasó junto a él, sus ojos se clavaran en ellas.
Juro que el novato se sonrojó. Apartó la vista rápidamente y siguió su
camino hacia las duchas.
—No quiero saber lo que está imaginando ahora mismo —señalé cuando
Axel se me acercó, y la diversión se filtró en mi voz a pesar del cansancio.
—Posiblemente, va a machacársela ahí dentro pensando en mí —me
susurró, con tanta arrogancia que tuve que ponerle los ojos en blanco
incluso cuando me daba la sensación de que llevaba razón.
Como era obvio, no le diría eso. El ego de mi novio ya ocupaba una
enorme porción de ese impecable, musculoso y delicioso pecho.
Bieeen, y ahora me lo estaba comiendo con los ojos en el vestuario.
Axel debió de percibirlo, porque enredó los dedos en la cinturilla de su
pantalón y se inclinó sobre mí. Una media sonrisa danzó en sus labios y el
calor desbordó sus ojos.
—Luego, chico de oro —fue lo único que dijo.
Toda la sangre de mi cuerpo se dirigió hacia el sur, y de repente mis
pantalones se volvieron demasiado apretados. Genial, ahora tenía una
erección rodeado de mis compañeros de equipo.
—Te odio.
Axel rio.
—No, no lo haces. Me adoras —suspiró sin mover las manos, que
mantenía bailando sobre el borde del pantalón. Durante un instante deseé
que se los bajara y... No, no podía ir por ahí en ese momento—. Y yo voy a
adorarte a ti cuando lleguemos a casa y pueda follarte como te mereces.
Me tragué el ruidito ridículo y mortificante que ascendió por mi
garganta.
Axel se lamió los labios de anticipación y yo tuve que empujarlo lejos de
mí para evitar provocar una escenita vergonzosa y comprometida.
Más carcajadas escaparon de sus labios junto con una mirada que no era
otra cosa que una promesa de más. Regresó a su sitio y, de espaldas a mí,
deslizó por fin el pantalón por sus muslos. La visión de su culo firme
desnudo no le hizo ningún bien a mi erección, que parecía ir siempre por
libre cuando se trataba de Axel.
Y entonces nuestros planes de salir de allí y llegar a casa lo más pronto
posible fueron arruinados por mi mejor amigo:
—Chicos, Maddox quiere vernos a todos en la casa ahora —gritó para
que su voz llegara incluso hasta los hermanos que estaban en las duchas—.
El decano Davis nos está esperando.
Hubo un montón de resoplidos y maldiciones provenientes de los
miembros del equipo que formaban parte de la fraternidad, lo cual eran en
realidad casi todos.
Bueno, estaba claro que las cosas no hacían más que mejorar.
Realmente, aquel era un lunes de mierda.
Axel

Que el decano quisiera vernos no era una buena señal. Todos en el campus
sabían que, en la escala de fraternidades favoritas del hombre, la nuestra no
solo estaba en el último puesto, sino que había sido desterrada hacía mucho
de la lista.
Hasta ese momento Maddox había jugado bien sus cartas, o lo que fuera
que hiciera con él, y nos había mantenido relativamente a salvo de la ira del
hombre. No quise pensar en si los problemas del equipo habían llegado
también a oídos de Davis y aquello iba más allá de la improvisada hoguera
de Halloween.
Trey y yo acudimos al llamamiento de nuestro presidente juntos y
acompañados de Cooper y Chad. Este último se había acercado a mí en los
vestuarios, al igual que algunos de los chicos, para asegurarme que las
cosas mejorarían y que, básicamente, les daba igual con quién saliese o me
acostase. Y, si era honesto conmigo mismo, sus palabras me habían hecho
sentir bien. No había creído que las necesitase; estaba acostumbrado a
ignorar lo que me rodeaba cuando era necesario y a no dejar entrar a nadie,
pero después del tiempo que llevaba con Trey había comprendido que
buscar esa aceptación, tener gente que se preocupaba por ti, no era una
debilidad.
Estaba aprendiendo a confiar.
—Bien, ¿de que creéis que va todo esto? —inquirí mientras nos
acercábamos a la entrada de la casa.
Cooper fue el primero en responder:
—Veinte pavos a que el decano se ha cansado de Maddox y nos va a
cerrar el chiringuito.
—¿Vosotros también creéis que se la chupa?
Los tres nos giramos de golpe hacia Chad, pero solo Trey fue capaz de
decir algo:
—¿Perdón?
Chad sonrió. En cierto modo, se parecía a Grayson. No en el físico,
porque Chad era más ancho y castaño y no se veía tan despistado como mi
compañero de piso, pero tenía esa actitud despreocupada y, bueno, a veces
soltaba pensamientos aleatorios y sin sentido.
—Venga ya. Decidme que no lo habéis pensado alguna vez —prosiguió
especulando, y ninguno dijo nada. Para ocupar el cargo de decano ese tipo
debía de tener, ¿qué? ¿Doscientos años? Trey se estremeció a mi lado,
seguramente pensando lo mismo—. ¿No creéis que nos han dado
demasiadas oportunidades incluso cuando no dejamos de meter la pata? Ahí
hay algo turbio, estoy seguro.
—Estás enfermo —señaló Trey, y Cooper se echó a reír, asintiendo.
Yo solo arqueé las cejas y les hice un gesto señalando la puerta.
—Entremos y comprobémoslo. Y veo esos veinte. Apuesto a que ese tío
parece mi abuelo y nos dan arcadas a todos solo de pensarlo.
—Dios, ahora no voy a poder dejar de imaginármelo —murmuró
Cooper, lo que hizo que Trey le dedicara una mirada extraña.
Empujé la puerta y los dejé pasar.
—Para lo mucho que decís que os gustan las tetas, pensáis demasiado en
mamadas y sexo gay —susurré entre dientes, aunque estaba seguro de que
tanto Chad como Cop me habían oído.
Trey se rio y me robó un beso al cruzar el umbral. Y tuve que
contenerme para no alargarlo y que el decano nos pillase enrollándonos.
Eso sí, me permití darle un apretón en el culo antes de dejarlo ir.
—No puedes mantener las manos para ti mismo —se burló mientras nos
dirigíamos hacia el salón de reuniones.
Era el mismo en que Trey había bailado con su hermano en la fiesta de
Halloween, pero ahora los muebles estaban de nuevo en su sitio. La réplica
obscena que iba a darle murió en mis labios cuando descubrí a todos los
hermanos sentados ya y a un tipo tras el atril que normalmente habría
ocupado Maddox si aquello hubiera sido una reunión normal de la
fraternidad.
Nuestro presidente estaba de pie, un poco por detrás de Davis, con el
rostro tan inexpresivo que no fui capaz de extraer absolutamente nada de él.
Nunca lo había visto así. Por Dios, era el mismo tipo que nos había
subastado a todos no hacía tanto mientras empleaba su labia incontenible y
halagadora para inflar las pujas y conseguir un montón de dinero.
Aquello tenía que ser malo. Muy malo.
—Señores atletas, qué bien que hayan podido reunirse por fin con
nosotros —dijo el hombre, destilando un sarcasmo corrosivo.
Todos nos apresuramos a ocupar los asientos libres.
Una vez sentados, mi mirada se dirigió hacia la máxima autoridad de la
universidad. Logan Davis no era un octogenario con gafas y chaqueta de
tweed como había imaginado. Seguro que yo había visto una foto suya
alguna vez o habíamos coincidido en algún acto, pero debía de haberlo
borrado de mi mente porque ni siquiera me sonaba. No creía que el tipo
hubiera cumplido los cuarenta, aunque algunas canas asomaban en sus
sienes y la expresión seria con la que nos estaba observando no ayudaba a
que pareciera más joven. Era tan alto como yo y la chaqueta de su traje azul
marino se abrazaba a sus hombros y le caía sobre el pecho con un ajuste
perfecto. Una sombra de barba cubría su mentón y ensalzaba la dureza de
sus rasgos. Resultaba incluso un poco perturbador que el hombre que
dirigía la universidad fuera bastante atractivo.
—Empiezo a creer que tal vez pierda esa apuesta contra Chad —
murmuré inclinándome más cerca de Trey para no tener que levantar la voz.
El silencio que reinaba en la sala era antinatural y, si las miradas
matasen, la universidad habría tenido que realizar un montón de homenajes
funerarios en esos días.
Trey se volvió hacia mí. Sus ojos se estrecharon en dos finas rendijas.
—¿Te gusta ese tío?
Oh, mierda. ¿Ese matiz afilado de su voz eran celos? ¿El chico de oro
estaba celoso?
Le sonreí solo para sacarlo un poco de quicio. Resultaba adorable. Trey
no había comprendido aún hasta qué punto estaba metido en lo nuestro.
Puede que Davis resultara haber sido un bonito espectáculo visual, pero
solo había un hombre al que deseaba en aquella sala, en todo el campus. Por
lo que sabía, en todo el puto mundo en realidad.
Y, no, no era el decano.
—Cuando lleguemos a casa voy a demostrarte lo que me gusta
exactamente —dije dándole un apretón en el muslo que lo hizo saltar en la
silla—. Y voy a disfrutar cada maldito segundo haciéndolo.
—Está bien —comenzó a hablar Davis, interrumpiendo lo que fuera que
Trey fuese a replicar—. Están bajo vigilancia, todos ustedes y esta casa.
Nada de fiestas. Nada de espectáculos penosos o accidentes. Nada de
eventos salvo los que ya he acordado con el señor Wright —continuó,
lanzándole una breve mirada a Maddox por encima del hombro. De nuevo,
si las miradas matasen...—. Esto es lo que obtienen cuando no saben
comportarse como los adultos que se supone que son ni siguen las normas
de esta institución. Todos ustedes van a involucrarse en un montón de
eventos benéficos y servicios a la comunidad a partir de ahora y hasta nueva
orden. Acudirán cuando y a donde se les diga, y lo harán con una sonrisa y
la mejor de sus actitudes. Ustedes. —Señaló en nuestra dirección, donde
estaba sentado la mayoría del equipo de fútbol—. Su entrenador y yo
tenemos planes especiales para su pequeña pandilla de alborotadores,
aunque también están incluidos en los del resto.
Maddox, como si desease que la tierra lo tragase, se mantuvo erguido y
con la boca cerrada. Aunque resultó curioso el modo en que sus ojos
parecían querer perforarle la nuca a Davis cuando habló de planes
especiales. Continué observándolo mientras el decano hablaba acerca de
varios servicios a la comunidad con los que debíamos cumplir si queríamos
que nuestros últimos tropiezos no constaran en el ya de por sí grueso
expediente de nuestra fraternidad.
Fruncí el ceño cuando dijo aquello. Nos estaba castigando, sí, pero
¿Maddox había conseguido que todo se mantuviera fuera del papeleo si
alguna vez alguien escarbaba en nuestra mierda?
—Todos fuera —concluyó Davis, aunque enarcó una ceja cuando
Maddox trató de escabullirse. Ni siquiera necesitó abrir la boca; ese simple
gesto abortó la descarada huida de nuestro líder de inmediato—. Señor
King. Señor Donovan. Quédense.
—Mierda —exclamó Trey.
Sí, estaba claro que las cosas se ponían cada vez mejor para nosotros.
Nos quedamos allí sentados hasta que todo el mundo salió de la sala, lo
cual no tardó mucho en suceder; una casa en llamas no habría hecho que
mis hermanos se movieran más rápido.
—Acérquense —ladró, y juro que Maddox se estremeció ante la
imperturbable y autoritaria voz del hombre.
Lo interrogué con la mirada, pero Maddox solo tomó aire como si le
costase llenar del todo los pulmones y lo dejó salir lentamente.
Joder, sí, había una historia sórdida ahí, estaba cada vez más seguro de
ello.
—He tenido conocimiento del altercado de este fin de semana. Tanto el
entrenador como yo estamos dispuestos a mirar hacia otro lado y no tener
en cuenta que les está terminantemente prohibido abandonar el hotel e irse
de... fiesta antes y después de cualquier partido. Sin mencionar la pelea en
la que se han visto involucrados. —A pesar de que nos estaba dando un
pase, lo que venía a continuación no podía ser alentador, a juzgar por lo
pálido que se había puesto Maddox—. Si bien esperamos cierta
colaboración por su parte.
—¿Qué clase de colaboración? —me permití preguntar.
Mala idea.
Davis me dedicó una de sus miradas asesinas, pero, un instante después,
algo de esa dureza se disolvió cuando Maddox se adelantó y por fin se
decidió a intervenir.
—El periódico de la universidad quiere una entrevista con ambos. Con...
—titubeó. Dios, sabía que no me gustaría lo que iba a decir—. Los dos
como pareja.
Estaba convencido de que había oído a Trey atragantarse.
Una cosa era que no ocultásemos que estábamos juntos. Trey no había
tenido ningún problema con eso; es más, lo había llevado
sorprendentemente bien para un tío que acababa de descubrir que le
gustaban los hombres. Pero una salida pública, reportaje incluido... Eso eran
palabras mayores y toda una declaración de intenciones.
—Esta institución siempre se ha vanagloriado de ser inclusiva y de
mostrar tolerancia cero con cualquier tipo de discriminación...
—Y ahora nos pide —lo interrumpí, luchando por contener mi enfado—,
no, nos obliga a hacer una salida pública. ¿O qué mierda es esto?
—Axel —me advirtió Trey, colocando su mano sobre mi brazo para
calmarme.
Sorprendí a Maddox dándole un toquecito en la parte baja de la espalda
al decano, un suave roce que pretendía ser disimulado, pero del que me
percaté de todas formas. Habría sido divertido confirmar las sospechas de
Chad, incluso perder la apuesta, si no hubiera estado tan cabreado.
—Señor King. Cuide su lenguaje conmigo. No soy uno de sus hermanos.
—Su tono era inflexible, pero de nuevo pareció suavizarse con el toque de
Maddox. Santo Dios, sí que estaban follando—. Sin embargo, les pido esto
como un favor a toda la comunidad queer de nuestra universidad. Son dos
de los atletas más reconocidos del campus; la suya podría ser una historia
que ayudara a mucha gente y contribuyera a darle visibilidad al colectivo.
Por cómo hablaba, lo único que le faltaba era sacar una bandera del
orgullo y ondearla frente a nuestras caras.
Miré a Maddox, que permanecía estoico pero demasiado cerca del
hombre.
«Joooder.»
Tuve que obligarme a concentrarme en Trey y buscar en su rostro alguna
señal de su opinión de todo aquello. Teniendo en cuenta que yo ya había
decidido ir a por todas en mi carrera y no esconder quién era, conceder esa
entrevista no suponía un gran problema para mí. Pero Trey...
Estaba mordisqueándose el labio inferior de forma sistemática y miraba
a Davis como si acabase de pedirle que le donara los riñones o algún otro
órgano vital.
—Lo pensaremos. No puede obligarnos a hacer algo así —repuse yo, ya
que Trey no era capaz de decir nada.
Davis pareció ablandarse un poco más y... Sí, ahora Maddox tenía la
mano claramente sobre su espalda. Ni siquiera trataba ya de ser discreto al
respecto, o a lo mejor no era consciente de lo que hacía, aunque no era que
yo fuera a contárselo a nadie. Maddox era adulto, y Davis, el puto decano
de la universidad. Quise suponer que sabían dónde se estaban metiendo a
pesar de que seguro que había un montón de normas al respecto.
—Gracias. Avísenme cuando tomen una decisión. Maddox puede
comunicármelo.
Reprimí la sonrisa ante su última sugerencia. Incluso con todo aquello
encima, no podía evitar pensar que siempre había gente más jodida que tú.
Davis se despidió de nosotros con una inclinación de cabeza y, antes de
marcharse, le dedicó a Maddox una mirada cargada de algo afilado y suave
a la vez. Sus pisadas resonaron a través del pasillo mientras se alejaba de
nosotros.
Me volví hacia Maddox.
—Bien, ¿cuánto hace que te lo estás follando? —solté tras un tiempo
prudencial.
Maddox tosió algo similar a un gemido avergonzado y Trey dio un
gritito. Y yo...
Joder, yo me tuve que reír.
Trey

—Así que estáis juntos —oí decir a Caleb a través de la línea.


Lo normal era que mi hermano y yo nos mandásemos mensajes casi a
diario, aunque la mayoría no eran más que memes y tonterías, pero ese día
me había llamado y yo todavía estaba intentando descubrir si había algún
motivo oculto para ello.
Contesté con un ruidito afirmativo y él se echó a reír. Al parecer, mi
hermano estaba encantado de que tuviera novio y que fuera a llevarlo a casa
para el día de Acción de Gracias. La reacción de mi madre había sido igual
de entusiasta, aunque a ella no le había confirmado que Axel fuera más que
un amigo, solo que lo llevaría a casa; supuse que lo otro era la clase de
noticia que sería mejor dar en persona.
Sin duda, ella ya lo sospechaba si me guiaba por el comentario que Axel
me había dicho que le había susurrado al oído la vez que me había
acompañado a llevar a Caleb a casa.
—¿Qué hay de ti? ¿Cómo van los entrenamientos?
—Bueno, creo que ya me he puesto al día. He nadado mucho
últimamente.
Me lo imaginaba. Aunque Caleb solía ser el más irreflexivo de los dos y
no le daba vueltas a las cosas del modo obsesivo en que lo hacía yo, nadar
era el refugio al que acudía cuando algo lo trastornaba. Y yo sabía que lo
sucedido con Grayson todavía continuaba en su cabeza.
Se hizo un significativo silencio en la línea y supe lo que venía a
continuación.
—¿Todo bien con Cop? ¿Y con Grayson? —dejó caer como si tal cosa.
«Qué previsible, hermanito.»
—Están bien. Ambos —recalqué, aunque en realidad sabía que
preguntaba sobre todo por Gray—. ¿Has pensado en lo que te dije?
Días atrás, habíamos hablado sobre su incorporación a la universidad y
la perspectiva de que, al menos en un principio, se quedara conmigo. Dado
que yo prácticamente vivía en la habitación de Axel —su cama era más
grande y mucho más cómoda—, cabía la posibilidad de que, si los demás
estaban de acuerdo, ocupara mi dormitorio.
—No sé si es una buena idea —replicó titubeante.
—No quiero controlarte.
Caleb rio.
Bueno, quizá sí que quería asegurarme de que estaba bien con su
reincorporación a los estudios, pero, más allá de eso, me gustaba la
posibilidad de tener a Caleb viviendo conmigo. Aunque, teniendo en cuenta
lo de Gray, igual mi hermano tenía razón y no era mi idea más brillante.
—Creo que Grayson sigue tratando de encontrar a su chica —solté en un
impulso.
No quería que se sintiera mal, pero yo continuaba un poco preocupado
por ocultarle a mi amigo la identidad de su amante misterioso.
—Mmm..., tengo que colgar. Mamá me está llamando —se apresuró a
añadir, lo cual era una mentira flagrante—. ¡Cuídate y cuida de tu novio!
Antes de que pudiera siquiera despedirme, él ya había finalizado la
llamada; o mucho me equivocaba, o todo aquello traería cola.
Bien, ya cruzaríamos ese río cuando llegásemos a él.
Por el momento, mi mente estaba puesta en la entrevista que Davis nos
había concertado a Axel y a mí con el periódico de la universidad. Había
accedido, aunque Axel dejó claro que no teníamos por qué hacerlo. La
verdad era que yo no estaba convencido. No porque dudase de lo mío con
él, sino porque seguía pensando que todo aquello terminaría afectando a su
futura carrera en la NFL. Axel se resentiría conmigo y todo se iría a la
mierda entre nosotros.
Salí a la terraza, donde mi novio y mis compañeros de piso estaban
distribuidos por las tumbonas mientras charlaban y se bebían una cerveza.
Durante la semana apenas si nos habíamos visto, salvo en los
entrenamientos. Las clases y la montaña de trabajos que todos
acumulábamos ya eran de por sí suficientes para mantenernos entretenidos;
además, Gray entrenaba tan duro como nosotros. El tipo prácticamente
vivía en la playa, prueba de ello era que se podían encontrar montoncitos de
arena en cada rincón de la casa.
Y pelusas, de eso también teníamos bastante.
Axel volvió la vista hacia mí y me lanzó una de esas suaves sonrisas que
últimamente eran tan frecuentes; el pecho se me calentó cuando, a
continuación, ensanchó el hueco entre sus piernas para que me sentara con
él. Me acomodé en la tumbona que ocupaba y enseguida sus brazos me
rodearon, haciéndome sentir cálido y arropado.
Continuó hablando con Cop y Gray sobre una de sus clases de nutrición,
y ellos tampoco dieron señal alguna de que nuestra intimidad supusiera
nada extraño o incómodo. Sabía que no era así, pero eso solo me hacía
pensar en la gente que no se tomaba tan bien nuestro intercambio de
muestras de afecto cuando estábamos en algún sitio público. No habíamos
tenido ningún otro problema grave, y mucho menos un enfrentamiento
como el del bar —que yo seguía sin recordar del todo—, pero siempre
había alguien que nos miraba con desaprobación.
Tal vez la entrevista ayudara con eso, me dije, pero aún albergaba ciertas
dudas.

Cogí las llaves y el móvil y deslicé mi cartera en el bolsillo trasero del


pantalón, listo para reunirme con mis compañeros de piso y de equipo.
Habíamos quedado en Dexter’s para tomarnos unas cervezas a la salud de
Jules por su cumpleaños y llegaba jodidamente tarde. Axel se había ido
directo después de una reunión de su grupo de estudio y Cop estaba
desaparecido, aunque me había confirmado con un mensaje que iría a la
celebración. De Grayson me esperaba que apareciera en bañador y con una
toalla colgada del hombro.
Al abrir la puerta, estuve a punto de arrollar al tipo que me encontré
plantado al otro lado. Retrocedí a trompicones, sorprendido, y tardé un par
de segundos en llevar mis ojos hasta su rostro. Un extraño de pelo oscuro y
tal vez uno o dos años mayor que yo me devolvió la mirada con más
curiosidad que sorpresa.
—Lo siento, no te había visto —dije antes de plantearme siquiera qué
hacía un desconocido en mi puerta.
Él no contestó. Solo se quedó mirándome. O más bien estudiándome.
Era un tipo grande y con el pelo rapado, pero con un rostro armonioso y de
rasgos delicados que le daban un aire andrógino. No creía haberlo visto
antes y, sin embargo, una alarma comenzó a resonar en el fondo de mi
mente.
—¿Te conozco? —inquirí, ya que parecía que él no pensaba decir nada.
—Estoy buscando a Axel.
La alarma de mi cabeza ganó intensidad y urgencia. Fruncí el ceño y
volví a darle un repaso de pies a cabeza; ni siquiera traté de ser discreto.
—No está aquí, pero puedo decirle que has venido. —La pregunta no
formulada flotó entre nosotros.
«¿Quién demonios eres tú?»
Pero en el fondo lo sabía. Incluso cuando él no se hubiera presentado y
el día que nos habíamos cruzado hubiera estado en el interior de un coche y
yo no hubiese sido capaz siquiera de mirar en su dirección.
Sus comisuras se curvaron y dieron lugar a una mueca que trató de ser,
quizá, una sonrisa inocente, y su expresión se transformó en algo aún más
raro y delicado. El tipo desprendía la clase de carisma que te hacía sentir
reconfortado y especial, y también una serenidad que, sin embargo, no hizo
mella en mí. Yo no era por naturaleza desconfiado, pero mi estómago se
sacudió y el pelo de la nuca se me erizó mientras lo observaba.
—Aunque dudo que quiera verte —añadí, sabiendo perfectamente quién
era.
—Así que te ha hablado de mí.
Eso pareció envalentonarlo. Hundió las manos en los bolsillos mientras
yo colocaba una mano en el marco de la puerta. Aquel era el tío que le
había roto el corazón a Axel, o al menos el imbécil que lo había empujado
fuera del armario y luego había cerrado la puerta tras él y lo había
abandonado a su suerte. Incluso cuando algo muy similar a los celos se
enroscó en mi pecho, todo en lo que podía pensar era en que él le había
hecho daño a Axel.
Por Dios, ¿de verdad no podía dejar de aparecer en nuestra puerta?
—¿Sabes? La mierda que has tratado de hacerle tiene un nombre, y no es
precisamente bonito.
El tipo soltó una carcajada. Si no hubiera sabido quién era y lo que había
hecho, me habría reído con él, porque tenía ese tono alegre y contagioso
que no podías evitar secundar. Pero en ese momento a mí solo me provocó
amargura y un asco profundo.
—¿Y crees que tú lo estás haciendo mejor? Vas a arruinarle la vida. Al
menos, yo estoy dispuesto a permanecer a un lado y darle lo que necesita.
Se me revolvió el estómago. Estaba claro que aquel idiota de verdad se
creía la mierda que salía de su boca.
—Él no te quiere, Levy. —Prácticamente escupí su nombre como un
insulto.
Sin embargo, el golpe que había lanzado con sus palabras alcanzó su
objetivo. Al menos, en parte. Si por mi culpa la carrera de Axel se veía
empañada o, peor aún, terminaba antes de empezar, no me lo perdonaría
nunca.
—Me quiso durante mucho tiempo —señaló, sus ojos parpadeando y la
voz un tono más bajo, como si me estuviera contando un secreto. Joder, el
tipo sabía lo que hacía, eso estaba claro—. Antes que a ti. E hizo todo lo
que le pedí. Volverá a hacerlo.
Si no lo hubiera odiado ya por lo que le había hecho a Axel, en ese
instante seguro que habría empezado a hacerlo. Durante un momento luché
con el impulso de apartarlo de mi camino y huir para no tener que oírlo
más, pero sofoqué esa reacción. Le prometí a Axel que no volvería a correr
lejos de él y pensaba cumplir mi promesa; no importaba que su ex fuera un
gilipollas perturbado con ansias de protagonismo. Eso, desde luego, no era
culpa de él.
Crucé los brazos sobre el pecho y sonreí.
—Me das pena, tío. Creo que Axel hasta podría perdonarte, pero no va a
volver contigo. Ni aunque lo nuestro no funcionara. ¿Sabes por qué estoy
tan seguro? —pregunté, aunque no pensaba dejarlo contestar—. Porque eres
una mierda cobarde que lo dejó tirado cuando más lo necesitaba. Al
contrario que tú, él es una buena persona. Nunca le haría a nadie lo que le
hiciste y, solo por eso, no podría estar con alguien como tú. No tienes nada
que hacer con él.
Había pensado que, si alguna vez sucedía algo así y me encontraba
frente a aquel tipo, me compararía con él o me sentiría inseguro, pero la
verdad era que Levy acumulaba tanta mierda a sus espaldas que antes que
por él me preocuparía más por los chicos del equipo de waterpolo.
Aquel imbécil solo era una parte del pasado de Axel que no tenía cabida
en su presente, así que esa vez, al contrario de lo que me había ocurrido tras
el encontronazo con Matthew King, no pensaba dejar que me perturbara en
absoluto.
—Sigue diciéndote eso.
—Mantente alejado de él y deja de aparecer donde nadie te quiere —le
advertí, cansado de aquella conversación—. Y ahora apártate de mi camino.
Mi novio me está esperando.
Vale, a lo mejor esa última parte era solo una forma infantil de
restregarle que Axel estaba conmigo y no con él. Pero... que lo jodieran;
podía permitirme no ser tan tan maduro.
Tardó un par de segundos en hacerse a un lado. Y estuve a punto de
empujarlo para quitarlo de mi vista. Definitivamente, casi me daba más
asco que pena.
—Le arruinarás la vida —repitió cuando cerré la puerta a mi espalda y
pasé por su lado.
Sí, estaba claro que el tipo sabía lo que hacía, cómo manipular a la gente
y también cómo sembrar la semilla de la duda por muy seguro de mí mismo
que quisiera mostrarme.
De todo lo que había dicho, ese último era el único punto que no podía
rebatirle.
Axel

Cuando por fin mi novio cruzó la entrada de Dexter’s, más tarde de lo


previsto, apenas si pude retener mis pies para no ir en su dirección.
Nuestros compañeros de equipo se hallaban desperdigados por todo el local
y había un montón de gente en el bar esa noche, pero aun así no me costó
vislumbrar la mata de rizos rubios perfectamente desordenados en la que
me encantaba hundir los dedos cuando me la estaba chupando.
Sí, puede que estuviera un poco cachondo; los últimos días habíamos
estado tan ocupados que apenas habíamos encontrado un hueco para
nosotros. Cuando llegábamos por fin a casa después del entrenamiento
diario, lo único para lo que nos quedaba energía era para derrumbarnos en
la cama y, si acaso, frotarnos uno contra el otro como dos adolescentes
cuyos padres se encontrasen en el piso de abajo y estuvieran condenados a
no tener nada de acción por miedo a ser pillados con los pantalones bajados.
Sin embargo, cuando Trey echó un vistazo alrededor y su mirada tropezó
con la mía, sus ojos destellaron con algo sombrío que no se parecía en nada
al ardor que normalmente revelaban cuando me miraba.
Dejé mi cerveza en la barra y me encaminé hacia él. Ni siquiera permití
que se quitara la chaqueta. Lo saqué del bar y lo llevé al callejón contiguo.
—Ey, sí que te alegras de verme —trató de bromear, pero yo lo conocía
demasiado bien.
A pesar de la gran cantidad de gruñidos que me había dedicado durante
las primeras semanas, y los que aún me dedicaba a veces en la cama, Trey
desprendía por naturaleza pura luz. Era alegre y abierto, y su sonrisa
iluminaba cada habitación en la que entraba. También se deshacía bajo mi
toque y su cuerpo se acomodaba al mío en cuanto le ponía las manos
encima de un modo totalmente instintivo y natural. En ese momento, en
cambio, estaba tenso y alerta.
Había una cautela en sus ojos que yo sabía que no debería estar ahí.
—¿Qué pasa?
Tardó unos pocos segundos en contestar y evitó mirarme a la cara,
aunque sus manos se extendieron sobre mi pecho con tanta calidez como de
costumbre. Mi polla se entusiasmó; no había manera de que entendiera que
no era su momento.
—Dímelo tú. Eres quien me está arrastrando a callejones oscuros...
—Trey —le advertí. Deslicé la mano sobre su nuca y lo forcé a levantar
la mirada.
Lo besé con suavidad, muy despacio, ordenándole a mi polla que se
comportara y no se lo tomara como el preludio de nada. Era perturbador lo
poco que necesitaba Trey para hacer que mi cuerpo respondiera a él, pero
yo sabía que pasaba algo, y que él no se mostrara inclinado a contármelo
me preocupaba mucho más que saciar el hambre que me hacía sentir.
Trey se desinfló un poco cuando rocé una última vez mi boca contra la
suya y froté su mejilla con el pulgar.
—Parece que la gente tiene la jodida necesidad de plantarse en nuestra
puerta sin invitación —soltó finalmente.
—¿Mi padre ha estado en casa?
Mierda. Había estado recibiendo algunas llamadas suyas que no me
había molestado en contestar. Lo único que había hecho al respecto había
sido informar a mi madre de que no había firmado con Olson & Faulk. En
su defensa, diré que sonó como si no estuviera al tanto de los movimientos
de mi padre y que lo que le conté no pareció gustarle demasiado. Me
prometió que hablaría con él, pero, de nuevo, sabía que no era como si fuera
a dar la cara por mí; eso era algo a lo que ya me había acostumbrado
cuando se trataba de mis progenitores.
Trey negó, lo cual me dejó descolocado. Pensé en el decano, pero ya le
habíamos dicho a Maddox que haríamos la entrevista, y dudaba que el tipo
apareciera en nuestra casa en vez de citarnos en su despacho con una de sus
expeditivas órdenes.
Lo siguiente que se me ocurrió me gustó incluso menos que la idea de
tener de nuevo a mi padre encima.
Cerré los ojos, dejé caer la frente contra su hombro y me apreté más
contra él.
—Lo siento. Ha sido Levy, ¿no? ¿Qué te ha dicho?
Trey enredó los dedos en mi pelo y arrastró las uñas sobre el cuero
cabelludo. Me encantaba cuando hacía eso y él sabía lo mucho que me
calmaba el gesto. Me pregunté cómo demonios había conseguido a un tipo
tan perfecto y por qué seguía volviendo a mí incluso cuando mi pasado no
se lo estaba poniendo nada fácil.
—Nada que importe en realidad.
Levanté la cabeza y contemplé su rostro con avidez. Yo conocía bien a
Levy, sabía que podía ser un tío dulce y adulador cuando se lo proponía,
todo sonrisas y amabilidad, y al minuto siguiente convertirse en un
verdadero imbécil, retorcido y cruel, y no creía que se hubiera contenido lo
más mínimo con Trey.
—No has salido corriendo, chico de oro.
Arqueó las cejas y parte de las sombras de sus brillantes ojos verdes se
retiró.
—Sentí la tentación. —Sus manos se dirigieron a mi espalda y
descendieron hasta la parte baja—. Pero prometí no hacerlo. Y,
sinceramente, ni siquiera sé lo que viste en él.
A pesar del tono burlón, había un matiz de inquietud en sus palabras.
Casi una pregunta silenciosa.
—Yo tampoco. Pero sé lo que veo en ti y no quiero dejar de verlo nunca
—respondí con una convicción que no necesité fingir en modo alguno. Me
incliné sobre su oído para añadir—: Te quiero, Trey Donovan. Te deseo y
me consumes de un modo en el que nunca creí que nadie pudiera hacerlo.
Justo como había previsto, su respiración se aceleró y su pecho se apretó
aún más contra el mío. Sus manos se deslizaron un poco más abajo y yo me
hundí en su cuerpo, mostrándole que, por supuesto, mi polla estaba a bordo
de cualquier idea que se nos ocurriera para demostrarle lo mucho que lo
deseaba y lo amaba.
—No podemos hacer esto aquí —protestó, pero alzó la barbilla para
darme acceso a su cuello.
Recordaba haberle dicho casi lo mismo aquella estúpida noche en que
habíamos estado a punto de acostarnos por primera vez para luego
mandarlo de vuelta a su habitación.
Bueno, eso no iba a pasar ahora.
Metí una mano entre nosotros y apreté su erección a través de la tela de
sus pantalones. El toque le arrancó uno de esos gemidos que tanto me
gustaba atesorar. Pura lujuria embotellada.
—Ah, ¿no? —me burlé. Tiré del botón y le bajé la cremallera para, a
continuación, descubrir que no llevaba nada debajo. Me reí—. ¿Quién es
ahora el que tiene problemas con la ropa interior? ¿Esperabas recibir mis
atenciones esta noche, chico de oro?
La piel de su polla se calentó aún más bajo mis dedos. Estaba
completamente duro y listo para mí. Y yo quería dárselo todo, maldita sea.
Siempre.
Lo arrastré hasta el final del callejón y lo coloqué contra la pared, de
modo que uno de los contenedores de basura nos ocultara de los viandantes
que pudieran pasar por la acera. A esas horas no había mucha gente por allí
y casi todos eran universitarios, aunque creo que habría hecho aquello
igualmente aunque fuera pleno día y la calle estuviera atestada.
—Joder, Axel —maldijo cuando me arrodillé a sus pies—. No... no
deberíamos.
Todo lo que recibió por respuesta fue un tirón de sus pantalones, que
acabaron a mitad de sus muslos y lo dejaron expuesto para mí como un puto
bufet libre.
—Te joderé si eso es lo que quieres —afirmé, y luego le lamí la punta de
un modo sucio y obsceno que lo hizo conjurar nuevas maldiciones entre
dientes—. ¿Prefieres eso? ¿Me quieres dentro de ti?
Sin esperar respuesta, me lo metí en la boca y relajé la garganta para
llevarlo hasta el fondo. No aparté la vista de él, y su expresión se volvió tan
devastadoramente hermosa que pensé que sería yo el que se correría en los
pantalones sin siquiera tener que tocarme. Quería que entendiera lo mucho
que lo deseaba, lo que me provocaba. El modo en que me consumía.
Nada de lo que había tenido con Levy podía compararse con lo que me
hacía sentir Trey. No habíamos tenido ni un ápice de la química ni la
complicidad que nos unía a Trey y a mí. Y, desde luego, jamás había
llegado a enamorarme de él.
Lo sabía ahora porque nunca me había sentido tan unido a nadie antes.
Tan cálido. Tan en casa. Tan necesario y tan necesitado. Tan completo. Tan
yo mismo, sin importar nada de lo que me rodease.
Me retiré, succionando, y jugueteé con la lengua sobre la punta. Luego
lo recorrí de abajo arriba, permitiendo que el aroma denso y excitante que
desprendía me llenase los pulmones. Mientras lo chupaba con toda la
intención, deslicé los dedos bajo sus pelotas y los llevé más atrás. Trey me
apretó el hombro cuando alcancé su entrada y luchó por tragarse un jadeo.
—Tan receptivo, chico de oro. Tan jodidamente sensible —murmuré con
mi propia erección palpitando y reclamando atención—. Estás cerca,
¿verdad?
Me encantaba verlo entregarse a mí con tanta facilidad y confianza, aun
cuando estuviésemos en un callejón oscuro, a solo unos metros y una pared
de distancia de nuestros compañeros de equipo. Resultaba embriagador.
Adictivo. Todo en él lo era.
Me llevé dos dedos a la boca para empaparlos en saliva, pero un instante
después lo pensé mejor.
—A la mierda. Te voy a follar.
Trey mostró su acuerdo tirando de mí para ponerme en pie mientras yo
rebuscaba en uno de mis bolsillos para sacar el sobre de lubricante que,
gracias a que pensaba con la polla, se me había ocurrido llevarme conmigo.
—Nos van a pillar.
—Pues entonces córrete rápido —me reí al tiempo que me embadurnaba
los dedos y cubría toda mi longitud.
Hundí un dedo en su interior despacio a pesar de la urgencia del
momento, y Trey me dejó entrar de inmediato. Lo preparé rápido pero a
conciencia. Hasta que fue él quien murmuró que estaba más que listo.
—No me importa si arde un poco.
—Te he corrompido por completo —repliqué entre risas, y aunque su
mirada estaba vidriosa y empezaba a alcanzar ese estado en el que se volvía
jodidamente necesitado y ansioso, el muy idiota se las arregló para ponerme
los ojos en blanco.
Lo hice girar de cara a la pared y él respondió empujando el culo hacia
atrás. Joder, me volvía loco cuando se mostraba tan dispuesto. Hacía que
quisiera enterrarme en su interior y no volver a salir jamás.
—¿Sucio y rápido, cariño? —gruñí en su oído, con la cabeza de mi
erección apretando en su agujero pero sin hacer nada para penetrarlo.
—Fóllame de una vez, idiota.
—Qué poca educación —continué burlándome.
Trey abrió la boca, seguramente para soltar alguna de sus réplicas
exasperadas, pero yo me adelanté.
De un solo golpe, me hundí por completo en su interior.
—Mierda, chico de oro —gruñí cuando se cerró a mi alrededor, caliente
y apretado—. Estás hecho para esto, joder. Para mí. Solo para mí.
—Más —me exigió mientras yo permanecía enterrado hasta las pelotas y
le permitía que se adaptase después de la furiosa intrusión—. Por favor,
Axel. Por favor.
No tuvo que decírmelo dos veces. Apuntalé una mano en la pared y otra
en su cadera y lo sometí a un ritmo tan implacable que sabía que seguiría
sintiéndome durante días. Bombeé duro y profundo, mientras le susurraba
lo mucho que me gustaba. Lo bien que se sentía. Lo llené una y otra vez y
él salió a mi encuentro en cada ocasión en un ritmo devastador que nos hizo
perder la cabeza a ambos en cuestión de unos pocos minutos. Quería que se
desbordara, que reventara de puro de placer. Que se deshiciera en mis
brazos. Quería devorarlo y consumirlo por completo, y hacerlo olvidar el
veneno que Levy hubiera podido verter en su oído.
Quería que supiera que solo él me hacía eso.
Lo apreté contra mi pecho y dejé que sintiera los cañonazos que estaba
lanzando mi corazón. Mi aliento entrecortado en su oído. Los gemidos que
atravesaban mis labios cada vez que golpeaba profundo. Y el modo en que
mi garganta convocó una y otra vez su nombre y esas dos palabras que solo
le había dicho a él.
Que solo podía decirle a Trey.
Y lo gracioso fue que, buscando que se perdiese en mí, fui yo quien,
como siempre, terminó perdiéndose en él.
Trey

Todo mejoró paulatinamente en los siguientes días, lo cual resultó algo


novedoso. Bueno, todo menos los gritos del entrenador Meyer, que si acaso
se recrudecieron a pesar de que ganamos el siguiente partido con una
amplia ventaja; el hombre iba a sufrir un aneurisma o un ataque al corazón
si no se relajaba un poco. Las cosas estaban tranquilas en el vestuario tras la
marcha de JT, y en el campus Axel y yo contábamos hasta con un pequeño
club de fans; Trexel y toda esa mierda, lo cual era realmente ridículo, pero a
Axel le encantaba. Su ego no conocía límites.
Fuimos a mi casa cuatro días por Acción de Gracias y, cuando lo
presenté como mi novio, mamá casi se desmaya, pero de la alegría. Lo
adoptó como si se tratase del hijo carismático y encantador que fingió que
no tenía; es decir, esperaba que estuviera fingiéndolo. Y papá, con su
habitual serenidad, le dio un par de palmaditas en la espalda y murmuró un
«bienvenido a la familia» que amenazó con humedecerle los ojos a Axel,
aunque él luego lo negaría categóricamente.
Lo difícil de que tus padres aceptasen tan bien la presencia en casa de tu
pareja, chico o chica, era que ni siquiera se molestaban en suponer que
dormiríais separados. Tumbarme cuatro noches junto a Axel y no poder
hacer nada fue una auténtica agonía, pero mis padres estaban a dos
habitaciones de distancia y no estaba seguro de ser capaz de controlar mis
reacciones a sus caricias.
—Te dejaré que me la chupes. —Esa había sido la solución de Axel,
cómo no—. Al contrario que tú, yo sé gemir para dentro.
Mi respuesta fue un almohadazo. Pero él solo se rio más fuerte y se
acurrucó conmigo, envolviéndome por completo con su cuerpo y su aroma.
Era la última noche y supuse que lograríamos pasarla de cualquier manera,
ya que habíamos llegado hasta allí.
Iluso de mí.
Apenas diez minutos después, una de sus manos me cubría la boca para
ahogar los sonidos que su otra mano provocaba mientras me masturbaba
hasta el olvido.
Al día siguiente, nadie dijo nada, pero las sonrisitas de Caleb fueron
suficiente para hacerme comprender que no habíamos sido tan silenciosos
como creíamos. Por suerte, mi hermano adoraba a Axel, así que no me
delató frente a mis padres. Creo que Caleb empezaba a quererlo incluso más
que a mí, y mi novio parecía encantado de ejercer de hermano mayor, pero
no de los protectores, sino de los que les enseñaban a los más pequeños toda
clase de travesuras.
Como si mi hermano necesitase ayuda para eso.
Otro partido fuera de casa llegó y pasó. Ganamos. Axel se lució y yo
realicé una carrera a la que el comentarista del partido se refirió como
«poesía en movimiento». (Sí, joder. ¡Sí!) Un instante después de cruzar la
línea de anotación y conseguir un touchdown, Axel llegó hasta mí y me
levantó en brazos; me abrazó tan fuerte que creí que me desmontaría. Si no
me besó allí mismo fue porque no atinó a quitarse el casco de la emoción.
Todo parecía estar bien.
Salvo que no lo estaba.
A pesar de que sabía que había habido varios reclutadores en nuestros
partidos, no hubo ninguna otra agencia que se interesase por Axel; ningún
nombre de otro equipo de la NFL resonaba en los pasillos.
Y eso me mataba.
Joder, Axel era talento puro, y sus estadísticas, una puta locura. Era
imposible que nadie se interesase por él. Aun así, seguía argumentando que
no quería postularse para los drafts. Los entrenadores le dieron una charla,
otra más, y Meyer también gritó de más en ella. El tipo tenía un superpoder
para perder los nervios o algo por el estilo, lo juro.
Pero tampoco eso cambió la decisión de Axel.
Aquello me inquietaba como casi ninguna otra cosa. Más aún cuando, a
través de Jules, a mí se me presentó la posibilidad de hacer unas prácticas el
verano siguiente, después de mi inminente graduación, en una pequeña
empresa de relaciones públicas de Los Ángeles. No era gran cosa, pero de
haber sabido que Axel iba a acabar en los Rams, lo habría aceptado
enseguida. También me había planteado ampliar mi formación con algunos
cursos de periodismo deportivo que ofrecía nuestra universidad. No quería
desvincularme del todo del fútbol y esa habría sido una buena forma de
encontrar algo relacionado con lo mío en el mundillo.
Axel me dijo que me apoyaría en cualquier decisión que tomara en una u
otra dirección. Cuando le pregunté si había pensado en la posibilidad de que
acabase al otro lado del país, jugando para algún equipo de la Costa Este,
me dijo que lo haríamos funcionar de la manera que fuese, incluso a
distancia si yo quería aceptar las prácticas en Los Ángeles. Ni se planteó
pedirme que las rechazara, y eso me animó y también me desconcertó un
poco, no iba a negarlo.
Pero, de nuevo, nada parecía poder hacer que la determinación de Axel
King se tambalease. Bastardo arrogante.
Aunque era mi bastardo arrogante.
El siguiente partido fue en casa. Tuvimos que pelearlo mucho, pero Axel
fue más King que nunca en el campo. No se rendía. Nunca se rendía. Y me
di cuenta de que por eso, en su mayor parte, se había ganado el respeto de
todos en el vestuario.
Tras la victoria, que nos empujaba más y más cerca de los playoffs,
Maddox nos hizo saber que había una especie de fiesta-reunión queer a la
que el decano nos había invitado a asistir para reunirnos con Jamie Hayes,
el chico que nos entrevistaría para el periódico.
A mí se me habían acabado las excusas y seguía creyendo que aquello
podía convertirse en el último clavo en el ataúd de Axel; si bien, me
agradaba la idea de que lo nuestro contribuyera en alguna medida a que el
colectivo recibiera una mayor aceptación.
Quizá eso no fue suficiente. Había prometido no correr, pero mientras
cruzábamos la entrada y la gente se volvía para mirarnos, el pánico fue
ganando espacio poco a poco en mi pecho. No pude evitar preguntarme si
todos mis miedos eran solo por el futuro de Axel o había algo más. Tal vez
una parte de mí aún dudaba de que todo aquello fuera real.
Yo sabía que una palabra mía y él se retiraría de la entrevista. Así era el
puto Axel King conmigo, y eso tal vez fue lo que más me empujó a
callarme.
Jamie nos recibió y nos llevó a una zona apartada. El tipo era..., bueno,
supongo que cumplía con ciertos estereotipos que se achacaban muchas
veces a los gais: delgado, pequeño, con rasgos suaves, un timbre de voz
agudo y la energía de una central nuclear a plena potencia. Su ropa era una
amalgama de prendas de media docena de colores, e incluso diría que su
piel brillaba un poco bajo cierta luz. Parecía realmente eufórico con nuestra
presencia y la oportunidad de entrevistarnos.
Había un buen grupo de personas en la sala y, de algún modo, me
deprimió algo no ver a nadie conocido. Ningún compañero de equipo,
ningún hermano. No supe por qué ese detalle apretó un poco más el nudo de
mi estómago.
—Podemos irnos —me sugirió Axel al oído, porque estaba claro que me
conocía incluso mejor que yo.
Habíamos ocupado varias sillas a la derecha de la sala. Axel mantenía su
mano en torno a la mía y ambas reposaban unidas sobre su muslo. Supuse
que los asistentes a la fiesta no nos miraban por ese detalle y sí porque
éramos dos atletas; si todo iba bien, un futuro jugador de la NFL. Uno gay y
orgulloso de serlo.
—Estoy bien —me las arreglé para contestar, incluso cuando me estaba
asfixiando.
—¿Puedes dejarnos a solas un momento? —le pidió Axel a Jamie.
Estaba claro que yo no había sido muy convincente con mi respuesta.
Jamie se puso en pie de un salto y se marchó con paso alegre en
dirección a un pequeño grupo de chicas. Axel esperó unos segundos y luego
se volvió hacia mí.
—Bien, dime qué pasa.
Su tono no fue desagradable ni rudo, tampoco exigente o autoritario,
pero de algún modo rompió lo que fuera que retenía la preocupación que
había ido acumulando en mi interior. Todo salió a borbotones de mi boca
sin ningún orden o sentido:
—Lo estamos haciendo mal. Tú vas a... Te arrepentirás. Me culparás.
Esto —señalé a nuestro alrededor— es genial, pero no teníamos que
hacerlo. Tú no puedes hacerlo. No. Va a ser una mierda...
Axel frunció el ceño y, por primera vez en días, su mirada adquirió una
sombría preocupación que lamenté de inmediato haber provocado. Por
Dios, sus padres no lo habían apoyado jamás, un imbécil lo había lanzado
frente a conocidos y amigos para que confesara algo que no debería haberle
importado a nadie, se había trasladado ese mismo año a un sitio nuevo,
había tenido que interceder por mí en una pelea y me había defendido
porque yo había sido tan estúpido como para beber sin control, su ex había
reaparecido y no había manera de asegurar que la oferta de Olson & Faulk
le hubiera llegado de no haber sido por la intervención de su padre...
Y yo estaba allí, teniendo una crisis nerviosa.
Joder, Axel se lo merecía todo. Yo quería que lo tuviera todo y estaba
seguro de que estábamos a punto de cagarla.
—Está mal, Axel. Esto está mal.
La arruga de su frente se acentuó.
—¿Nosotros? ¿Juntos? ¿Crees que lo nuestro está mal?
—No... no es eso lo que... quiero decir —me atraganté con las palabras.
Axel buceó en mis ojos y creo que advirtió todo el pánico que emanaba
de ellos. Pero cuando Jamie trotó hacia nosotros de nuevo con una efusiva
sonrisa en los labios y un bloc de notas entre las manos, se me vino el
mundo encima. Me puse de pie y salí de la sala antes siquiera de que Axel
fuera consciente de lo que estaba haciendo.
Cada paso que daba más lejos de él me horrorizaba un poco más, pero no
podía detenerme. Estaba aturdido y no podía respirar. No me importaba en
absoluto gritarle al puto mundo que amaba al hombre que había dejado allí
atrás, solo, pero si eso significaba que él iba a perder todo con lo que
siempre había soñado...
—Sigues sin entenderlo —dijo su voz a mi espalda, y de alguna manera
consiguió que mis pies se detuvieran sobre la acera, justo frente al edificio
del que acababa de salir. Comprendí que yo había estado hablando en voz
alta y él había oído mis divagaciones cuando continuó—: Siempre he
soñado con la NFL. El fútbol fue durante mucho tiempo lo único que me
hacía sentir vivo y parte de algo. Ni siquiera cuando me dejé arrastrar en la
telaraña que Levy tejió para mí llegué a sentirme nunca como lo hacía
estando en el césped. Ese instante antes de lanzar el balón a través del
campo en un tiro imposible pero que de todas formas encuentra su objetivo.
Ese segundo en el que gritas una jugada y todo el equipo se prepara para
seguirte. El momento en que logras entrar en la zona de anotación sin que
nadie te derribe, todos en las gradas gritan y el estadio parece venirse
abajo...
Inspiré y el aire de algún modo encontró la manera de volver a entrar en
mis pulmones al oír la pasión en cada una de sus palabras, en su tono firme
pero cargado de una suavidad que yo sabía que solo empleaba para dirigirse
a mí en ciertos momentos. En los más dulces. Los más privados. Los que
eran solo nuestros. No podía verle la cara, pero, como siempre, percibía su
presencia muy cerca; un imán tirando con fuerza de cada célula de mi
cuerpo.
No fui capaz de decir nada, pero Axel no necesitó una respuesta.
Simplemente, prosiguió hablando:
—Pero nada de eso puede compararse contigo. Tú, Trey. Tú eres más.
Era a ti a quien buscaba en cada partido, en cada asiento de cada campo en
el que he jugado. En cada yarda que ganábamos. Tú eras la línea de
anotación que trataba de cruzar. Tú eras mi pase imposible que de algún
modo sucedió. ¿Crees que no sé que estarías dispuesto a esconderte en el
armario y echar la llave por mí? —Lo estaba. Lo habría hecho. Él lo sabía,
sí, y nunca me lo había pedido—. Pero jamás te escondería. Jamás podría
hacerlo porque lo único que quiero es que todos sepan que te pertenezco. Y,
además, no tengo por qué. Y si el mundo del deporte no está preparado para
eso, no quiero formar parte de él.
Apenas podía ver nada a mi alrededor. Las lágrimas se acumulaban en
mis ojos y, joder, no estaba seguro de haber seguido respirando de la forma
en que mi cuerpo necesitaba que lo hiciera. A lo mejor me había
desmayado...
Pero entonces unos brazos envolvieron mi cintura desde atrás. El calor
de Axel me rodeó y se filtró a través de las capas de ropa que nos separaban
y su aliento revoloteó sobre mi oído. Cálido.
«Casa. Hogar. Siempre», murmuró una voz en mi cabeza. O quizá fuese
yo. O Axel, no lo sabía. Pero todo, absolutamente todo encajó. Porque de la
misma manera en que yo quería lo mejor para Axel, él lo quería para mí,
para nosotros. Y no le importaba arriesgar su carrera si no podía ser quien
de verdad era. Si no le dejaban ser el hombre que me amaba y al que yo
amaba.
—Mira, a lo mejor sí que está preparado... O lo estará.
No tenía ni idea de a qué se refería. Con la visión borrosa, tardé algunos
segundos en ser consciente de que había un grupo de gente en la acera a
pocos pasos de nosotros. Parpadeé y el primer rostro que conseguí enfocar
fue el de Cooper. Luego vinieron Grayson, Chad, Jules, Maddox, también
Ryn, y Jude y otros de los novatos de la fraternidad. Joder, la mayoría del
equipo estaba allí, y también había algunas chicas. Vi a Lexi y a Mare.
—¿Qué hacéis todos aquí? —inquirí secándome las lágrimas
avergonzado.
—Beber. Es una fiesta, ¿no? —terció Cooper con una media sonrisa en
los labios. El idiota de Cop—. Y dar... ¿apoyo moral?
No supe si me lo estaba preguntando o no, pero no importaba.
Estaban allí, joder.
Axel continuaba sosteniéndome, y ladeé la cabeza para encontrar su
rostro sobre mi hombro, brillando con una sonrisa amplia e irritante.
—Me pareció que tal vez necesitase refuerzos.
—¿Les pediste tú que vinieran?
—El idiota de tu novio solo dijo que ibais a venir aquí y que puede que
tú estuvieras un poco nervioso últimamente —volvió a contestar mi mejor
amigo—. Todos pensamos que estaría bien acompañaros.
Gruñí abochornado. Y también jodidamente emocionado. Nuestros
amigos estaban allí para apoyarnos, para mostrarnos que estaban y estarían
junto a nosotros, dijera lo que dijese el mundo al respecto.
—Corrí —fue lo único que se me ocurrió decir, pero Axel lo entendió.
—Eres el mejor running back de nuestro equipo. Esa es tu función:
correr. —Me apretó un poco más contra su pecho—. Pero yo siempre te
detendré o iré a por ti, chico de oro. Y también ellos. No estás solo. No
estamos solos.
Y tal vez esa última admisión por su parte, esa certeza de que ninguno de
los dos estaba solo en eso, que el quarterback que había llegado al campus
al inicio de la temporada con aires de arrogancia y su oscura sonrisa se
sentía parte de aquello... Quizá fue eso lo que terminó de convencerme de
que Axel nunca podría equivocarse al luchar por algo en lo que creía.
—Te amo, Axel King.
—Eso es justo lo que quería oír —rio en mi oído.
—No, no era eso lo que tenías que decir, idiota.
—Ah, ¿no? —volvió a reírse.
Me hizo girar en sus brazos, acunó mi rostro con ambas manos y deslizó
el pulgar por mi mejilla en ese gesto que era tan suyo y que sabía que a mí
me encantaba.
Luego, me besó.
El aire se llenó de silbidos, aullidos y comentarios obscenos, porque,
bueno, no podías pedirles más al montón de atletas cachondos y ridículos
que éramos. Los ignoré y me perdí en un beso profundo, dulce y entregado
que posiblemente fue el mejor que alguien me había dado jamás pero que
duró demasiado poco. Sin embargo, cuando Axel se retiró, obtuve por fin la
respuesta que no sabía que necesitaba.
—Solo tú y yo, Trey Donovan. Solo contigo. Yo también te quiero, chico
de oro.
Axel

La habíamos cagado. De nuevo. No podía significar otra cosa dado que


habíamos acabado en el despacho del decano. Y esa vez no estaba Maddox
para hacer su magia lujuriosa y salvarnos el culo.
Trey seguía golpeando el suelo con el pie a un ritmo furioso mientras
esperábamos a que Davis apareciera.
—Esto es por lo de la entrevista, seguro. Te dije que no podías emplear
ese tipo de palabras para contestar.
Tuve que sonreírle. Joder, no había otra cosa que pudiera hacer. No
cuando era mi chico de oro. Él no podía evitar preocuparse por todo y yo,
encontrarlo adorable.
—A todo el mundo le encantó. Deja de preocuparte. ¿Sabes esa parte de
la entrevista que decía, y cito textualmente: «Trey Donovan es el pase
perfecto que Axel King nunca soñó con llegar a realizar»? Me encanta. Es
tan cursi que me encanta.
Trey se volvió en la silla y sus ojos se estrecharon cuando me fulminó
con la mirada.
—Es gracioso que lo encuentres cursi, porque eso fue lo que dijiste. Te
recuerdo que Jamie también estaba allí escuchando.
Cuando Trey había echado a correr, Hayes nos había seguido hasta el
exterior, preocupado y creyendo que había hecho algo mal. Así que había
terminado siendo testigo de todo lo que había sucedido en el exterior.
—Dije que eras mi pase imposible. No perfecto. Aunque lo seas.
Trey puso los ojos en blanco. Quería fingir que estaba irritado, pero yo
sabía que no lo estaba. Apreté los labios para no reírme cuando dejé que mi
vista descendiera hasta su regazo. Si me esforzaba un poco, podría delinear
el contorno de su polla dura incluso desde donde estaba.
—Lo que pasa es que estás cachondo.
—Vete a la mierda, King.
—Vaya, vaya. Así que King...
La puerta del despacho se abrió. Yo me callé y Trey se irguió y sus
manos volaron hasta su entrepierna para cubrirla, lo que estuvo a punto de
arrancarme una carcajada.
Logan Davis avanzó hacia su escritorio, lo rodeó y se sentó tras él con
una expresión que gritaba que éramos unos imbéciles y que pagaría por
poder estar en las Bahamas y no allí lidiando con un montón de estudiantes
descerebrados.
Bueno, a lo mejor Trey llevaba razón y se me había ido un poco de las
manos todo el tema de las respuestas con Jamie. Pero la entrevista llevaba
una semana publicada. ¿Por qué Davis nos reclamaba ahora?
El hombre apoyó los codos y enlazó los dedos sobre el escritorio.
—Señor King. Señor Donovan. La entrevista...
—Fue culpa de él —gritó Trey, señalándome.
La carcajada que había intentado tragarme brotó sin control de mi
garganta. Duró dos segundos, lo que tardó Davis en asesinarnos lenta y
dolorosamente con una de sus miradas autoritarias.
Estaba claro que necesitábamos a Maddox allí. No había habido manera
de sonsacarle nada a nuestro presidente sobre su relación con Davis, pero
yo estaba seguro de que estaban liados. De saberse en la fraternidad, seguro
que ya habrían hecho una porra.
—Lo que estoy intentando hacer es agradecerles que la hayan realizado.
No debería habérselo pedido y no tenían por qué aceptar. Yo solo trataba
de...
Trey y yo nos quedamos mirándolo, esperando a que continuara. Y
esperando un poco más.
—¿Solo trataba de qué? —se aventuró a preguntar Trey finalmente.
Pero Davis hizo un gesto con la mano y lo descartó.
—Acepten mis disculpas y mi agradecimiento. Me excedí. Me he
excedido mucho últimamente en realidad. —Lo último lo dijo más para sí
mismo que para nosotros, pero yo lo oí de todas formas.
Mierda, ¿hablaba de Maddox? Tenía que poner en marcha esa maldita
apuesta; me iba a forrar.
—Disculpas aceptadas —dijo Trey, mucho más relajado.
Se había recostado en el asiento como si aquel despacho fuera suyo.
Ladeé la cabeza y me dedicó una sonrisa inocente enmarcada por ese halo
de rizos rubios que le daba un aire angelical. Me guiñó un ojo y luego miró
de nuevo a Davis.
Traté de no ceder a la risa otra vez.
—Ahora, les pediría que se comportasen con el espíritu y la corrección
que se espera de estudiantes de último curso. No me hagan arrepentirme.
—¿De qué? —pregunté, porque Trey llevaba razón cuando decía que no
sabía cuándo callarme.
Estábamos en racha, tendríamos que haber salido en ese mismo
momento del despacho ahora que parecía que contábamos con el
beneplácito del hombre y evitar un mal mayor.
Davis hizo un gesto hacia la puerta que había dejado abierta después de
entrar y Trey y yo nos giramos para echar un vistazo. Se me abrieron los
ojos como platos al descubrir a un hombre allí.
—Oh, mierda. Tú... Usted... Tú eres... —Bonito momento para
balbucear.
Trey empezó a reírse ante mi evidente incapacidad para formar frases
coherentes, aunque me lo tenía merecido.
Alterné la mirada entre el decano, Trey y el recién llegado como si
aquello fuera un partido de tenis a tres bandas, esperando que alguien dijera
algo, lo que fuera, antes de que yo continuase poniéndome en ridículo
frente a una de las estrellas más conocidas y queridas de la NFL.
—Luka Torres —acabé murmurando, ya que nadie parecía dispuesto a
sacarme de mi miseria—. Luka. Torres. Torres.
Sí, genial. Yo era idiota.
Todos sabíamos quién era y cómo se llamaba, por Dios. Salvo el decano
quizá; ese hombre no parecía ser muy aficionado a los deportes, aunque tal
vez solo odiaba a los atletas de nuestra universidad en concreto.
—Ese soy yo —dijo Luka, con una sonrisa que daba entender que estaba
acostumbrado a tratar con imbéciles balbuceantes y deslumbrados.
Yo aún continuaba mirándolo cuando Trey se puso en pie y le tendió la
mano. La atención de uno de los mejores quarterbacks que había tenido la
NFL se desvió entonces hacia él.
—Trey Donovan —se presentó mi novio.
—Te he visto en el campo. Un buen corredor —repuso Luka,
devolviéndole el apretón de manos—. Tendrías posibilidades de jugar de
forma profesional. Ya sabes, si quisieras.
Joder.
¿Luka Torres había visto jugar a Trey y pensaba que podía entrar en la
NFL?
Miré a Trey. Pero él ya estaba negando con la cabeza. Mi novio amaba el
fútbol, aunque era distinto para él que para mí. Era competitivo y tenía
talento; sin embargo, no quería dedicar toda su vida a los entrenamientos y
a estar en el campo. Yo sabía que quería seguir vinculado de algún modo al
mundillo, pero no de esa forma.
—Usted no ha venido aquí para verme a mí —replicó Trey, a pesar de
que sus mejillas y su cuello estaban levemente teñidos de rosa.
Un halago de esa clase por parte de Torres era... Bueno, era más que un
halago en realidad.
Todos los ojos de la habitación se posaron en mí. Mi mente continuaba
anclada en el hecho de que estaba allí frente a Luka Torres; estaba claro que
en ese momento había entrado en modo fanático total.
—Axel King —me saludó el hombre. Estiró la mano en mi dirección y
yo me puse en pie de un salto.
Por Dios, debía de tener el aspecto de un jodido cervatillo deslumbrado
por los faros de un camión a punto de arrollarme. Incluso creo que mi mano
temblaba cuando estreché la suya.
—¿Qué demonios hace aquí? —solté, ganándome un gruñido
reprobatorio del decano—. No me interprete mal... No quiero decir... —
Hice una pausa y me aclaré la garganta, tratando de ganar un poco de
control.
Tras una más de esas sonrisas compasivas, Torres se apiadó por fin de
mí.
—Tengo una oferta para ti. Como es obvio, también te he visto jugar, y
eres un maldito diamante en bruto, chico.
Iba a llorar.
No, mierda. No podía llorar delante de Luka Torres. Ya era bastante
patético que me hubiese convertido en un idiota que no era capaz de
encadenar una frase con sentido.
—Había oído rumores sobre ti —continuó, y yo parpadeé aturdido.
¿Había dicho algo de una oferta?—. Pero puedes agradecerles a tu novio y a
Logan su insistencia.
¿Quién coño era Logan? Mierda, sí, el decano.
Un momento, ¿mi novio? ¿Trey tenía algo que ver con todo eso?
Mi cabeza giró como un látigo hacia él; mostraba una sonrisa cegadora y
esa expresión ligeramente inocente que siempre me hacía desear hacerle
cosas perversas a su cuerpo.
«No, no pienses en eso ahora. No es el puto momento para tener una
erección.»
—No entiendo nada.
Torres estaba ya retirado. A pesar de haber terminado su carrera de
forma abrupta la temporada anterior debido a una lesión grave de rodilla,
nadie podía discutir su brillante trayectoria. Había ganado tres Super Bowl
y tenía el récord de yardas recorridas y touchdowns. Era una verdadera
leyenda.
—Logan y yo somos viejos amigos. Él me hizo llegar la entrevista que
os hicieron.
—Mierda —espeté. Si había leído la entrevista, desde ahí solo podíamos
ir cuesta abajo.
—Señor King. Modere el lenguaje —me advirtió Davis con un resoplido
muy poco propio de él.
Torres solo sonrió.
—Está bien. Las cosas están así. Acabo de poner en marcha junto con mi
socio una agencia deportiva —comenzó a explicar Torres—. Es pequeña
aún, pero contamos ya con algunos clientes, incluido un jugador de los
Rams. —Ese detalle desbocó mi ya de por sí disparado pulso cardíaco—. Te
queremos con nosotros, Axel. Vas a ser una estrella de la NFL y nosotros
vamos a luchar para empujarte lo más alto posible.
De nuevo, busqué a Trey con la mirada. Se había referido a él como mi
novio y había dicho que había leído la entrevista, así que lo sabía; sabía que
yo era gay. No había duda.
Trey me devolvió la mirada con una expresión cargada de orgullo que
consiguió que mi corazón se saltase un latido. A ese ritmo, tendría un
ataque. O me desmayaría.
Volví a centrarme en Torres. Fruncí el ceño y di un paso atrás.
—No. —«¡Explícate, idiota!»—. Quiero decir, sí, sí que estoy
interesado. Pero... Soy gay y no es algo que esté dispuesto a ocultar. Quiero
que eso quede claro.
—Lo sé. Si la entrevista no lo hubiera dejado claro, Trey me ha puesto al
día sobre tus expectativas. —Su tono adquirió un matiz serio que no había
tenido hasta ese momento, y pensé que ahora sería cuando trataría de
convencerme de que estaba cometiendo un error—. Pero... mi socio y yo no
tenemos problemas con eso. Las cosas tienen que cambiar en el deporte. He
visto tu pasión en el campo, Axel. Y también el modo del que hablas de
fútbol y de él —siguió diciendo, echándole una mirada apreciativa a Trey
—. La forma en que peleas dentro y fuera del campo. Eso es lo que necesita
este deporte, eso es lo que hará que brilles en cada partido. No voy a
mentirte. Vas a recibir mierda por todas partes. Te lloverán las críticas y van
a exigirte mucho más que al resto de tus compañeros. No es justo, lo sé,
pero tienes que saber dónde te metes. Te van a provocar en el campo
continuamente. También fuera de él, y seguramente tendrás que empezar
ganándote a tus propios compañeros. —Hizo una pausa y el aire se volvió
aún más pesado—. Y esa pelea en la que estuviste involucrado...
—Fue una estupidez —intervine, porque lo había sido. Sabía que no
debería haber lanzado ningún golpe, solo sacar a Trey y a Cooper de allí—.
Lo sé.
—No puedes ceder a ninguna provocación. Te cuestionarán y eso podría
costarte la carrera, aunque conozco los motivos y entiendo por qué lo
hiciste. He hablado con Meyer de ello.
—Lo sé —repetí. No había mucho más que pudiera decir.
Los dedos de Trey se deslizaron en torno a mi mano y su tacto me
tranquilizó. De alguna manera, siempre sabía cómo llegar hasta mí.
—Bien, entonces podemos reunirnos y hablar. Hay algunos detalles que
tenemos que pulir y necesitas un cursillo acelerado para aprender a tratar
con la prensa —rio Torres, y oí a Davis murmurar: «Suerte con eso»—.
Pero te queremos con nosotros.
—Yo también os quiero —fue lo único que se me ocurrió decir. Trey
soltó una carcajada que me calentó el pecho, y yo me apresuré a añadir—:
Pero, para que quede claro, no vais a pedirme que me oculte o que... oculte
mi relación con Trey, ¿verdad?
Torres negó a pesar de que me estaba repitiendo como un idiota, pero
necesitaba que no hubiera ningún tipo de malentendido en ese aspecto. No
iba a ir a ningún lado sin Trey; no me importaba lo que me ofrecieran.
—Fue él quien me trajo aquí —repuso Torres.
Ya lo había dicho antes, pero no fue hasta ese momento cuando
comprendí en realidad lo que significaba. En un impulso, tiré del brazo de
Trey para atraerlo hacia mí.
—¿Tú has hecho esto?
—El decano, en realidad. Yo solo fui muy muy insistente.
Vale, iba a tener que tragarme todo lo que había dicho acerca de Davis y
cancelar la porra sobre lo suyo con Maddox. Una pena.
—Eres... eres... —Acerqué su boca a la mía y, al contemplar el verde
chispeante de su mirada, el cariño, su amor..., me olvidé de todo lo que nos
rodeaba y solo quedó él—. Mi pase imposible.
Trey sonrió. Una sonrisa espectacular. La sonrisa del chico de oro,
dorada y brillante, que me había robado el corazón.
Me dio un beso rápido y retrocedió, gracias a Dios, porque yo estaba a
punto de meterle la lengua en la garganta y la mano en los pantalones allí
mismo.
—Pon día, hora y lugar. Allí estaré —dije volviéndome hacia Torres,
aunque mantuve un brazo en torno a la cintura de Trey.
Torres hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta.
—¿Qué te parece... ahora?
—Sí, largaos de mi despacho de una vez —intervino Davis—. Tengo
cosas que hacer. Alumnos a los que atormentar.
Mierda, ¿eso había sido una broma? ¿Davis tenía sentido del humor?
No, espera. Lo estaba diciendo en serio.
El decano se puso en pie y le estrechó la mano a Torres. Dijeron algo
sobre verse pronto, aunque yo estaba demasiado abrumado para
comprender del todo el intercambio de frases de despedida.
Puede que la agencia de Luka Torres no fuera Olson & Faulk, pero
estaban dispuestos a pelear por mí. Por mi verdadero yo. Y eso era todo lo
que necesitaba.
Salimos al pasillo y comenzamos a caminar hacia la salida de las
oficinas. No solté la mano de Trey en ningún momento.
—Espera, ¿has hablado de los Rams?
Torres asintió.
—Uno de mis chicos juega allí, sí.
Miré a Trey. Él no había aceptado aún el puesto de prácticas que le
habían ofrecido en Los Ángeles, pero los Rams eran de allí. Torres advirtió
el intercambio silencioso de miradas entre nosotros y levantó la carpeta que
llevaba en la mano.
—Trey me dijo que tal vez trabajase en Los Ángeles tras su graduación
—comentó sacando un papel del interior de la carpeta—, y Logan me paso
esto.
Cuando se lo entregó a Trey, eché un vistazo. Era su currículum; no
había demasiado allí, pero su media era mejor que la mía, eso seguro.
Torres se detuvo cuando Trey se quedó contemplando el folio con el
ceño fruncido.
—Tal vez tenga una oferta también para ti, Trey. La agencia es muy
nueva y aún estamos cubriendo algunas vacantes en el departamento de
comunicación y relaciones públicas. —Sus ojos pasaron a mi rostro y
esbozó una sonrisa—. Vamos a necesitar mucha gente para lidiar con los
desastres que provoque tu novio.
Contemplé el modo en que la nuez de Trey subía y bajaba en su garganta
mientras tragaba con fuerza. Aún seguía observando su currículum como si
contuviera los secretos del universo.
Unos segundos después, alzó la barbilla de golpe.
—Me estás jodiendo.
Torres soltó una carcajada. Agradecí que no se escandalizara con tanta
facilidad como Davis. Los atletas éramos malhablados por naturaleza, no
podíamos evitarlo. Así que no fui capaz de reprimir mi réplica, aunque me
incliné un poco sobre Trey para hablarle al oído:
—No, chico de oro. Para eso ya estoy yo.
Epílogo

—Deja de leer esa basura de una vez —suspiró Cooper desde su silla a mi
lado, dándole un manotazo a mi móvil.
Teníamos unos asientos muy buenos en realidad. Axel nos había
ofrecido, como siempre que jugaba, acceso al palco. Pero yo quería estar
allí, entre los aficionados. Sinceramente, las esposas y las novias de los
jugadores aún me daban un poco de miedo, incluso cuando la mayoría se
habían portado muy bien con nosotros, al menos de puertas para fuera.
—El partido aún no ha empezado —gruñí, mientras leía un hilo de
Twitter con un montón de comentarios sobre Axel.
Había un poco de todo: malos, buenos, ofensivos, despreciables. Un
montón de halagos y mucha mierda también, justo como Luka había
previsto más de un año atrás.
La temporada de Axel como novato con los Rams había sido
espectacular, además de agotadora. El campamento y la pretemporada no
habían resultado precisamente fáciles para él: un equipo nuevo con un
montón de desconocidos, un entrenamiento aún más duro que al que estaba
acostumbrado. Miradas. Susurros. Cuchicheos. Mierda y más mierda
incluso de sus propios compañeros. Recelo en los vestuarios.
Pero también había obtenido apoyo y, conforme los días fueron
avanzando, incluso hizo algunos buenos amigos.
Y, finalmente, respeto.
Claro estaba, había ayudado que fuera seleccionado por los Rams como
número dos en la primera ronda de los drafts.
Todo lo que había logrado hasta el momento le había costado mucho
trabajo y esfuerzo, y morderse la lengua frente a algunos titulares
sensacionalistas, pero eso no había preocupado en realidad a mi novio. No,
él parecía crecerse cuando todo el mundo le exigía más. Más. Mucho más.
Siempre más que al resto.
Ahora comprendía cómo debían de sentirse muchas mujeres que, solo
por el hecho de serlo, a diario se veían forzadas a demostrar constantemente
su valía en entornos laborales tóxicamente masculinos.
Pero no todo había sido malo durante aquellos largos meses. La agencia
de Luka, a pesar de ser nueva y pequeña y no poseer el renombre de otras,
había demostrado ser la mejor opción que Axel hubiera podido elegir;
habían peleado por él con todo lo que tenían. Yo había entrado a formar
parte de su plantilla tras mi graduación, así que sabía de lo que hablaba.
Todo el equipo de Luka se ganaba hasta el último centavo que Axel les
entregaba de su sueldo, eso seguro.
—Ya está. —Me guardé el teléfono en el bolsillo. No tenía sentido
torturarse—. ¿Contento?
—Es tu novio el que se juega su primer campeonato hoy.
Le puse los ojos en blanco y él me dio un empujón, aunque sonreí ante el
recordatorio. No era como si lo hubiera olvidado, pero cada vez que alguien
lo decía en voz alta era como si fuera yo quien estuviese a punto de saltar a
aquel campo para pelear por mi propio trofeo Vince Lombardi.
Teniendo en cuenta que era un novato, Axel había jugado bastantes
minutos durante la temporada, sobre todo hacia el final, cuando el
quarterback titular de los Rams había sufrido una compleja lesión en el
hombro derecho que lo había dejado fuera para el resto de la temporada.
Antes de eso, Axel ya había demostrado ser capaz de trabajar muy bien bajo
presión, pero esa oportunidad fue todo cuanto necesitó para empezar a
asentarse en el seno de su nuevo equipo y ganarse el favor de sus
entrenadores, así como de sus compañeros y de una parte de los
aficionados.
El himno nacional comenzó a resonar a través de todos y cada uno de los
altavoces del estadio y, mierda, creo que nunca me había emocionado tanto
en mi vida. Todo el mundo estaba de pie y las cabezas se alzaron cuando, al
terminar, dos cazas atravesaron el cielo.
—Ay, Dios. Ay, Dios —balbuceé con el corazón a punto de salírseme por
la garganta junto con el desayuno de esa mañana.
Si el ambiente propio de la Super Bowl no hubiese sido suficiente para
que mi entusiasmo se desbordara, el hecho de que Axel estuviera a punto de
saltar al campo para pelear por el campeonato de la NFL era
sencillamente... increíble.
Su sueño. Mi novio, el hombre del que me había enamorado aún más
durante el año anterior, estaba cumpliendo su sueño. Ganaran o perdieran
ese día, lo estaba logrando. Lo había peleado y sufrido. Como él mismo,
como Axel King.
—¿Vas a llorar? —se burló Cop.
—Déjame en paz.
Mi mejor amigo me rodeó los hombros con el brazo. Por mucho que se
metiera conmigo y continuara lanzándonos pullas a Axel y a mí cuando
quedábamos, me había acompañado en cada paso que había dado desde
aquel primer año de universidad. Y no podría haber elegido a nadie mejor
para estar allí conmigo, literalmente además, porque el traidor de mi
hermano y otros de mis amigos sí que estaban en el palco, codeándose con
un montón de celebridades.
Mis ojos se dirigieron de vuelta al campo cuando un jugador se movió
por él.
—Espera..., ¿qué...? ¿Ese es Axel?
Lo era. Su apellido y su número, el siete, se apreciaban con claridad en
la parte trasera de la camiseta. ¿Adónde demonios iba? Se suponía que
habría una actuación y luego se lanzaría la moneda para sortear el saque
inicial. Él no tenía que estar aún ahí.
El público vibró, empujado por los fanáticos de los Rams, que
empezaron a gritar de inmediato mientras Axel corría por el césped. No se
detuvo hasta llegar al centro a pesar de que había un tipo haciéndole señas
como un loco desde el lateral. Lo reconocí como uno de sus entrenadores.
Axel se volvió y levantó la barbilla, y fui consciente enseguida de que
me estaba buscando con la mirada. Él me había dado las entradas y sabía
los asientos que Cooper y yo íbamos a ocupar, pero no tenía ni idea de qué
pretendía. Por Dios, acabarían expulsándolo por interrumpir la ceremonia
de apertura.
—Ese idiota está loco. —Ese fue Cop. Yo no podía hablar.
O creí no poder hacerlo hasta que...
—No, no, no. No está haciendo eso.
Axel acababa de arrodillarse sobre el césped. Los gritos aumentaron
hasta convertirse en un rugido ensordecedor y me pareció que Cooper se
estaba riendo, pero yo dejé de oírlo. Dejé de oír y de ver cualquier cosa que
no fuera a Axel arrodillado sobre el puto césped y con los ojos clavados en
mí. Axel mostrándole al mundo —mostrándome a mí— que nadie podía
elegir por él. Que nadie podía evitar quién era o cómo se sentía.
A quién amaba.
Si hubiera dudado de cuál era la intención final de aquel gesto, las
distintas posibilidades se desvanecieron cuando se señaló el pecho con el
dedo y luego me señaló a mí.
«Solo tú y yo», sabía que trataba de decirme.
Supuse que ahora todos los ojos de los presentes, y hasta las cámaras que
grababan el encuentro, estaban sobre mí. No todos los días uno de los
jugadores de la NFL, un novato, interrumpía el inicio de la Super Bowl para
pedirle matrimonio a su novio. Otro hombre.
Madre mía, aquello nos iba a explotar en la cara de mil formas
diferentes.
Un codazo me hizo bajar la vista y me encontré la mano de Cop
sosteniendo una pequeña caja abierta. La banda lisa de oro blanco destelló
frente a mis ojos y, durante unos segundos, no fui capaz de moverme. Me
limité a parpadear sin más hasta que un nuevo codazo consiguió hacerme
reaccionar y salí de mi trance.
No tuve ni una sola duda. Cogí el anillo y lo deslicé en mi dedo, y luego
levanté la mano en el aire para que Axel pudiera ver cuál era la respuesta.
«Sí. Siempre sí.»
Los aplausos, silbidos y gritos se redoblaron, como si el partido ya
hubiera comenzado y aquella fuera la culminación de una impactante
jugada. No mentiré al respecto, incluso entre la algarabía de voces chillonas
y todo el ruido que llegaba a mis oídos, también alcancé a oír algún
comentario no demasiado agradable. Pero lo aparté de mi mente enseguida,
tan rápido como se desvaneció entre el resto de los sonidos, y no permití
que empañara en lo más mínimo el recuerdo que tendría de aquel momento.
—Te amo, Axel King —murmuré para mí mismo.
Como si supiera lo que estaba diciendo, Axel se tocó la parte posterior
del casco. Había empezado a hacer ese gesto cuando saltaba al campo en
los últimos partidos que disputó en la universidad. Al principio no había
comprendido lo que significaba, hasta que un día en el que estaba tumbado
en la cama a mi lado y yo me entretenía arañándole con suavidad el cuero
cabelludo mientras hablábamos, él prácticamente había empezado a
ronronear y había admitido que adoraba cuando lo acariciaba de ese modo.
Luego, al verlo llevarse la mano a esa zona cada vez que salía al campo,
por fin entendí que era su forma de decirme que me sentía allí con él. Aquel
era su «te amo» gritado de manera silenciosa frente a todo el que estuviera
alrededor para contemplarlo.
—No se puede negar que el cabrón sabe cómo hacer una propuesta —rio
Cooper, y no pude llevarle la contraria.
Axel trotó de vuelta al lateral del campo entre aplausos, saludando como
si fuera un rey paseando frente a sus súbditos. Con esa misma seguridad
con la que se había exhibido ante mí los primeros días. Pero, aunque
desapareció de mi vista, dudaba mucho que fuera a ser capaz de dejar de
verlo arrodillado en el césped durante todo el partido.
Cop señaló mi pantalón.
—Te está vibrando el móvil.
—Mierda. Joder —maldije. Sabía quién era incluso antes de sacármelo
del bolsillo y echarle un vistazo a la pantalla—. Mierda. Mierda. Mierda.
Los gritos de Luka invadieron la línea en cuanto acepté la llamada.
—¡¿Qué demonios, Trey?! ¿Sabías que iba a hacer algo así? ¡Está loco!
—prosiguió despotricando, sin darme opción a replicar—. Esto nos va a
costar un montón de mierda de relaciones públicas. ¿Sabes lo que van a
decir? ¡Joder, lo sabes! ¡Claro que lo sabes! ¡Trabajas para mí, por el amor
de Dios!
—El matrimonio gay es legal en este estado —fue lo único que atiné a
contestar.
Lo era, así que...
Luka soltó una carcajada que no contenía ni una pizca de humor.
—Debería habérmelo dicho. Habríamos... ¡Joder! No sé. Habríamos
hecho algo para preparar a la opinión pública.
Ahora fue mi turno para reírme.
—Luka, ya sabes cómo es. —Me encogí de hombros aunque él no
pudiera verme—. No puedes decirle qué hacer o cómo hacerlo. Estamos
hablando del puto Axel King.
Bueno, en realidad, ahora estábamos hablando de mi futuro marido.
«Solo tú y yo, Axel. Solo contigo.»
MatchStories es una colección de Esencia Editorial

Solo juntos
Victoria Vílchez

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© Diseño de la cubierta: Planeta Arte & Diseño


© Ilustración de la cubierta: Eva García
© Fotografía de la autora: Archivo de la autora

© Ilustraciones del interior: Shutterstock

© Victoria Vílchez, 2023

© Editorial Planeta, S. A., 2023


Av. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
www.editorial.planeta.es
www.planetadelibros.com

Primera edición en libro electrónico (epub): junio de 2023

ISBN: 978-84-08-27489-6 (epub)

Conversión a libro electrónico: Realización Planeta


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