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Segunda parte Las condiciones para la diversidad urbana Or Los generadores de diversidad I as guias de teléfonos nos muestran muy claramente el dato ca- pital en relacién con la ciudad: el inmenso numero de partes que la componen y la inmensa diversidad de esas partes. La diver- sidad es algo connatural a las grandes capital. «Muchas veces me he entretenido, —escribia James Boswell en 1791, pensando lo diferente que es Londres para distintas perso- ras, Aquellas cuyas estrechas mentes se limitan a considerar un ob- jetivo particular, lo ven tinicamente a través de este prisma.[..] Pero el hombre de entendimiento recibe su impacto, pues comprende la vida humana en toda su variedad, cuya contemplaci6n es inagota- ble». Boswell no s6lo dio una buena definicion de las ciudades, sino «que puso el dedo en uno de los principales problemas a la hora de tratar de ellas. Bs muy ficil caer en la trampa de considerar los usos de una ciudad cada uno por separado, por categotias. De hecho, el hhacer esto —analizar las ciudades uso por uso— se ha convertido la tactica habitual para urbanizar. Las conclusiones de distintas catego- ras de usos se juntan entonces en un marco ampli y global, Las panorimicas globales que estos métodos engendran son aproximadamente tan titiles como aquel retrato que hicieron los ciegos que palparon un elefante y despues reunieron averiguacio- nes. Bl elefante seguia su camino, ajeno totalmente a la nocién de siera una hoja, una serpiente, una pared, un tronco de drbol y una cuerda, todo ello puesto junto de alguna manera. Las ciudades, ‘como son artefactos nuestros, no tienen tantas defensas contra tan solemnes majaderias. Para entender una ciudad hemos de ocuparnos abiertamente, como su manifestacién esencial, de las combinaciones o mezclas de usos, no de estos por separado. Ya vimos la importancia de esto 175 en ef caso de los parques vecinales. Podemos pensar ficilmente —dernasiado ficilmente— en los parques como fendmenos espe- cificos y describirlos como adecuados 0 inadecuados en términos de metros cuadrados por habitantes pongamos por caso. Este en- foque nos dice algo sobre los métodos de los urbanistas, mas no nos dice nada ttil sobre el comportamiento o valor real de los par- ques vecinales. ‘Una mezcla de usos, para ser lo bastante compleja como para sostener la seguridad urbana, el contacto piblico y el cruce de fun- ciones y actividades, necesita una enorme diversidad de ingredien- tes. La primera cuestion —y a mi juicio la mas importante, con mucho— sobre urbanizacién de ciudades es la siguiente: ;Como pueden generar las ciudades una suficiente mezcla de usos, sufi- ciente diversidad, a todo lo largo y ancho de un territorio suficien- te, com el objeto de conservar su civilizacién? Esti muy bien reprimirla Gran Carcoma de la Monotonta y com- prender por qué es destructiva para la vida en una ciudad, pero esto no nos lleva muy lejos. Consideremos el problema planteado porla calle con la bonita acera-parque de Baltimore que mencioné en el capitulo 3. Mi amiga de esa calle, la sefiora Kostritsky, tiene toda la razén cuando dice que hace falta algin comercio para la comodidad de sus usuarios. Como puede suponerse, la incomo- didad y la falta de vida pablica de calle son simplemente dos de los subproductos de su monotonia residencial. El peligro es otro: el temor a las calles oscuras. Algunas personas temen quedarse @ solas en sus casas durante el dia desde que tuvieron lugar dos re- pugnantes asaltos a pleno sol. Ademis, el lugar carece de posibili- dades comerciales y de interés cultural. Bien se ve lo mortal que es la monotonia. Pero, dicho esto: ;qué hacer? No nace la diversidad y la como- didad, el interés y la vitalidad porque el area necesite estos bene- ficiosos resultados. Habria que ser estipido para poner aqui una tienda, por ejemplo, No se ganaria ni para comer, Desear que en esta calle se origine de alguna forma una vida urbana animada es sofar despierto. Este lugar es un desierto econdmico, Aunque es dificil de creer, si miramos las reas urbanas tristes y grises o las cooperativas de vivienda 0 los centros ci hecho que las grandes capitales son generadores naturales de diver- 176 sidad, incubadoras prolificas de nuevas empresas ¢ ideas de todas, clases, Mas alin, las grandes ciudades son los hogares econémicos naturales de numerosos tipos cle pequeitas empresas. Los principales estudios sobre la variedad y las dimensiones de las empresas situadas en una ciudad tratan de fabricas, sobre todo Jos de Raymond Vernon, autor de Anatomy of a Metropolis, y de P. Sargant Florence, que analiz6 el efecto de las ciudades sobre las, actividades fabriles aqui y en Inglaterra Es caracteristico el hecho de que, cuanto mis grande es una ciudad, mayor es tanto la variedad de su actividad fabril como el niimero y proporcién de sus pequeiios fabricantes. La razon de esto, en pocas palabras, es que las grandes empresas tienen ma- yor autosuficiencia que las pequenas, son capaces de cubrir por si ‘mismas la mayoria de sus necesidades de mano de obra cualificada ¥y equipo, pueden almacenar ellos mismos y, finalmente, pueden vender a mercados mas amplios y buscarlos donde haga falta. No necesitan radicaren las ciudades y, aunque a veces les sea mis ven- tajoso instalarse en elas, lo normal es lo contrario. Pero para los pequeiios industriales es exactamente lo opuesto. Por lo general, tienen que buscar sus materias primas, sus cualificaciones profe- sionales y muchas més cosas fuera; ademés, sirven a un mercado reducido, y esto cuando puede hablarse de mercado, y han de ser especialmente sensibles a los cambios de éste, Sin las ciudades no cexistirian. Dependientes de una enorme variedad de otras empre~ sas urbanas, aftaden a su vez algo a esa diversidad, Esto ultimo es importante: la diversidad urbana origina, permite y estimula mas diversidad. Una situacién andloga descubrimos en muchas otras actividades distintas alas fabriles. Por ejemplo, cuando la Connecticut General Life Insurance Company construyé su nueva sede central fuera del casco urbano de Hartford, pudo hacerlo solamente instalando — ademis de los espacios destinados a oficinas y salas de descanso, departamento médico, ete.— un gran supermercado, un sal6n de belleza, una bolera, una cafeteria, un teatro y una gran variedad de terrenos cle juego. Este equipamiento es intrinsecamente inefi- ccaz, esta vacio la mayor parte del tiempo. Requiere subsidios, no porque sea un tipo de empresa ruinoso de por si, sino porque su uuso es muy limitado, Sin embargo, se supone que es necesario para atraer una fuerza de trabajo, y conservarla. Una gran compaiia 7 puede permitirse el ujo de esta ineficacia, que compensa con otras ventajas. Pero una pequefia oficina no puede hacerlo en absolut. Si quiere ofrecer a empleados competentes y estables las mismas condiciones o mejores, debe estar en un lugar animado de la ciu dad donde sus empleads encuentren las comodidades subsidia~ rias y las opciones que quieren y necesitan. Ciertamente, una de Jas razones, entre otras muchas, por las que el tan cacareado éxodo de posguerra de las grandes oficinas de las ciudades no pasé de ser un simple rumor, es que la diferencia en ef menor coste del espacio suburbano se anula por el muy superior indice de espacio por tra- bajador que requiere un equipamiento que ningin patron necesita aportar en la ciudad, ni ningiin cuerpo de obreros o clientes man- tener. Otra raz6n por la que estas empresas han permanecido en las ciudades, junto con los pequeos despachos, es que muchos de ‘sus empleados, sobre todo los ejecutivos, necesitan estar en estre- cho y personal contacto y comunicacién con personas ajenas a su despacho, incluyendo gente de pequeiias empresas. Losbeneficias que la ciudades ofrecen al pequetio son igualmen- te evidentes en el comercio al por menor, los servicios culturales yeel ocio. ¥ esto es asi porque las poblaciones urbanas son lo sufi- ‘cientemente grandes como para mantener una amplia variedad y ¢leccidn en estas cosas. De nuevo encontramos que lo grande tiene todas las ventajas imaginables en los asentamientos pequeitos. Por ejemplo, los suburbios y las ciudades pequefias son el hogar natu- ral de los enormes supermercados y no lo son, o lo son menos, de las tiendas de comestibles, lo son de las salas de cine y drive-ins, pero no de los teatros. Y es que, sencillamente, no hay suficien tes personas para atender a tanta variedad, aunque sf puede haber ‘unos pocos que utilizarian esos servicios silos hubiera. Sin embar- 0, las ciudades son el hogar natural de los grandes almacenes y los ines y, junto a éstos, de las tiendas de delicatessen, las pastelerias finas, los ultramarinos de importacién, las salas de version origi- nal, etc, todo en perfecta coexistencia, lo cortiente yo selecto, lo grande y lo pequetio, Alli donde se encuentre una parte animada y popular de la ciudad lo pequeno supera en mimero, con mucho, alo grande-' Al igual que los pequefos fabricantes, estas pequefias "Bn el comercio al por menor esta tendencia se ha ido desarrollando vigoro- samente, Richard Nelson, experto en problemas del suelo de Chicago, en un es- 178 empresas no podrian vivir en ninguna otra parte de no existir las, ciudades. Sin éstas, no existirian, La diversidad, de cualquier clase, generada por las ciudades se fundamenta en el hecho de que en éstas hay muchas personas muy juntas, y entre ellas retinen muchos gustos, conocimientos, necesi- dades, preferencias, provisiones y comeduras de coco. Incluso los establecimientos mas sencillos compuestos por el propietario y un empleado —ferreterias, quioscos, tiendas de go- losinas y bares—, pueden florecer en niimero y presencia en los distritos urbanos animados, porque hay gente suficiente para man- tenerlos en cortos y cémodos intervalos;a su vez esta comodidad y cesta cualidad interpersonal vecinal es en buena parte el género que venden estos establecimientos. En cuanto dejan de ser frecuenta~ dos en cortos y cémodos intervalos, pierden ese activo. En un de- terminado Ambito geogrifico, la mitad de la gente no mantendria la mitad de empresas semejantes repartidas en el doble de terreno, Cuando surge la incomodidad de la distancia, los establecimientos pequeftos, diversificados y personales se marchitan. ‘Conforme hemos pasado a ser, de una zona rural con sus pue- blos y pequefias ciudades, una zona urbana, las empresas han au- ‘mentado en niimero, tanto en términos absolutos como relativos. En 1900 habia veintiGin establecimientos indepenclientes no agri- colas por cada mil personas en toda la Unién. En 1959, a pe- sar del inmenso crecimiento de las empresas gigantes durante ese periodo, el indice era del 26,5 por mil. Con la urbanizacién, lo grande se agranda todavia mas, pero lo pequeito se multiplica numéricamente, tio sobre las tendencias de posguerra de las ventas al por menor en unos veinte

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