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Doce Dimensiones de La Catequesis
Doce Dimensiones de La Catequesis
“La catequesis será tanto más rica y eficaz cuanto más el catequista se inspire en
la historia de la salvación a fin de que los fieles reconozcan que también ellos
están inscritos en la misma historia” (Verbum Domini 74 P. Benedicto XVI). El
conocimiento de las figuras, de los hechos y de las expresiones de la Biblia ayuda
a memorizar los pasajes bíblicos que enuncian los misterios de la fe.
El Papa Francisco, en Evangelii Gaudium 175, dice. “El estudio de las Sagradas
Escrituras debe ser una puerta abierta a todos los creyente. Es fundamental que
la Palabra revelada fecunde radicalmente la catequesis y todos los esfuerzos por
transmitir la fe. La evangelización requiere la familiaridad con la Palabra de Dios y
esto exige a las diócesis, parroquias y a todas las agrupaciones católicas,
proponer un estudio serio y perseverante de la Biblia, así como promover su
lectura orante personal y comunitaria. Nosotros no buscamos a tientas ni
necesitamos esperar que Dios nos dirija la palabra, porque realmente «Dios ha
hablado, ya no es el gran desconocido sino que se ha mostrado». Acojamos el
sublime tesoro de la Palabra revelada.
La Revelación, tanto del Antiguo, como del Nuevo Testamento, sitúa a la persona
de Jesucristo en el centro de la historia de la salvación; así lo debe hacer también
el catequista y todos los que trabajan en la misión evangelizadora de la Iglesia. En
esto son maestros:
San Pablo, quien comienza su carta a los efesios alabando a Dios por
Jesucristo centro y cima de la historia de salvación, y escribe: Bendito sea
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona
de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la
persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e
irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de
Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en
alabanza suya. Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el
perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido
un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su
voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo cuando
llegase el momento culminante: recapitular en Cristo todas las cosas del cielo
y de la tierra (Ef. 1,3-14).
Los Sinópticos y San Juan sitúan a Cristo como la clave y el fin de la historia
humana y de la salvación.
El autor de la carta a los Hebreos, quien presenta la pedagogía de Dios en la
historia de la salvación (capítulos 11 y 12) situando a Cristo como el modelo
del ser humano y como el centro y el Señor de la historia.
La Constitución Gaudium et Spes del Vaticano II cuando afirma: “Cree la
Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su luz y su
fuerza por el Espíritu Santo, a fin de que pueda responder a su máxima
vocación, y que no ha sido dado a la humanidad otro nombre en el que pueda
encontrar la salvación. Igualmente cree que la clave, el centro y el fin de toda
la historia humana se hallan en su Señor y Maestro” (GS 10)
El Papa Benedicto XVI, en su carta Porta Fidei (11-10-2011), extiende la
narración de la historia de la salvación que presenta la carta a los Hebreos
(11,1-40), desde Cristo hasta el final de los tiempos (cf PF 13).
una manera de ser, de pensar y de actuar al estilo de Jesús que lleva a sus
discípulos a asumir procesos de formación comunitaria;
una comunión procedente del amor de Dios, manifestado en Jesucristo quien
no vino a ser servido sino a servir y entregar su vida por la salvación de todos;
una espiritualidad comunitaria apoyada en la fe, la esperanza y la caridad que
suscite el espíritu de comunión fraterna y participación solidaria;
una santidad personal vivida dentro de la espiritualidad comunitaria de la
familia, la pequeña comunidad, el grupo de catequistas, la pequeña
comunidad, la parroquia, la diócesis;
un medio ambiente o ecosistema espiritual dentro del que germine la vida
cristiana y en el que cada uno de sus miembros contribuya a fomentar la vida
comunitaria;
un estilo de vida que tiene: como meta, la unidad; como medio, los dones del
Espíritu Santo, los carismas y los ministerios; como exigencia, la participación;
como tarea, el servicio mutuo; como expresión, la entrega por los demás a
semejanza de Jesús que no vino a que lo sirvieran sino a servir y a dar su vida
por todos.
Aunque haya muchas otras diferencias, no olvidemos que la liturgia tiene siempre
una dimensión catequética y que la catequesis tiene siempre una dimensión
litúrgica.
“Para que los hombres puedan llegar a la liturgia, es necesario que antes sean
llamados a la fe y a la conversión” (SC 9). Por ésto, es necesario que los
catequistas tengan conceptos claros y precisos acerca de lo que es la catequesis
y de lo que es la liturgia.
Durante su vida en la tierra Jesús anunció con palabras y con sus obras su
misterio pascual: murió, fue sepultado, resucitó y, después de haber dicho a sus
Apóstoles “Hagan ésto siempre en memoria mía”, se sentó glorioso, para siempre,
a la derecha del Padre. Gracias a este mandato de Jesús, la liturgia hace presente
el misterio pascual actualizando todo lo que Cristo es, dijo, hizo y padeció por
nosotros. Gracias a la Liturgia el misterio pascual de Cristo domina todos los
tiempos y se mantiene presente en el tiempo (cf CIC 1085).
Durante su vida terrena, Jesús “trabajó con manos de hombre, pensó con
inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de
hombre”. Jesucristo es el modelo perfecto del ser humano que Dios se
propuso al crearlo a semejanza suya (cf Col 1,15). Por consiguiente, el
catequista debe enseñar a pensar como Jesús pensaba, a obrar como Jesús
obraba, a amar como Jesús amaba y a orar como Jesús oraba. De esta
manera, el catequizando se va identificando con Cristo hasta llegar a ser uno
de sus discípulos. Pero el catequista sabe que ésto no es cuestión de
discursos y conferencias, sino de un proceso catequístico lento y persistente.
Además de salvarnos, Jesucristo nos mostró el camino para llegar a ser
hombres y mujeres según el plan que Dios trazó para cada uno “desde antes
de crear el mundo” (cf Ef 1,4). Por eso el Concilio Vaticano II afirma: ”el
misterio del hombre se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (RH 8).
Con su humanidad, Cristo manifiesta al hombre creado por Dios a su imagen,
y nos descubre lo sublime de nuestra vocación (cf GS, 22); sólo Jesucristo
puede decir de sí mismo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6) y el
que lo sigue encuentra la mejor parte.
“La catequesis no puede ser ajena al ecumenismo cuando todos los fieles están
llamados a tomar parte en el movimiento hacia la unidad” (Catechesi Tradendae
32). La catequesis tiene una dimensión ecuménica cuando:
Desde que Jesús oró por sus discípulos para que fueran UNO como lo son Él con
el Padre y el Espíritu Santo (Jn 17,21), la catequesis tiene siempre una dimensión
ecuménica: la catequesis lleva al catequista y al catequizando, a reconocer y
respetar la fe de quienes piensan de otra manera, a participar en los diálogos y en
las iniciativas que buscan la unidad por la que Cristo oró al Padre.
El cuarto evangelio, nos describe el proceso vivido por dos de los discípulos del
Bautista: Juan y Andrés, después de haberle escuchado decir, señalando a Jesús:
¡Éste es el Cordero de Dios! De inmediato, los dos se interesaron por Jesús y
comenzaron a seguirlo:
Queriendo ellos conocer de cerca al “Cordero de Dios” que tanto esperaban y
que ahora les muestra el Bautista, (kerigma), lo siguieron curiosos.
Por el camino, Jesús se volvió y al ver que lo seguían, les preguntó: “¿Qué
quieren?”. Ellos le respondieron: Maestro, díganos, “¿Dónde vive?”. Jesús les
dijo: “Vengan conmigo y lo verán. Se fueron con Él y vieron donde vivía.
Interesados por lo que estaban viendo y oyendo se quedaron con Él aquel día
(catequesis).
Esa tarde, al término de su encuentro con Cristo, Juan y Andrés salieron
alegres (misión). Andrés encuentra a su hermano Simón y le dice: “he
encontrado al Mesías”, y lo llevó a donde Jesús estaba, diciéndole, venga y
vea. Después de que Simón fue, vio y se convenció, dijo a su vez a otros:
¡vayan y vean” (Jn 1,35-42).
Este hecho nos permite pensar en quienes, después de encontrarse con Cristo
optan por seguirlo, se interesan por conocerlo y experimentan la necesidad de
compartir su experiencia con los demás. De aquí que la catequesis de la nueva
evangelización debe caracterizarse por ser: