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Cuentos Ganadores Willakuy 2021
Cuentos Ganadores Willakuy 2021
de Cuentos
WILLAKUY
2021
Aventuras de
Mateo y Clarita
buscando el
bien común
Aventuras de Mateo y Clarita buscando el bien común
© Superintendencia Nacional de Aduanas y Administración Tributaria
Equipo editorial
Edición, ilustraciones y diseño gráfico: Los Hermanos Paz S. A. C.
Jefe de proyecto: Marco Condori
Corrección de estilo: Daniela Alcalde
Impreso en Perú
Impreso por XXX (Nombre de la imprenta)
(Dirección de la Imprenta)
Lima, Perú
(Fecha de impresión)
ISBN: (XXX)
Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú: XXXX
Prohibida la reproducción parcial o total del texto y las características gráficas de este libro.
Ningún párrafo de esta edición puede ser reproducido, copiado o transmitido sin autorización expresa de los editores.
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II Concurso
de Cuentos
WILLAKUY
2021
Aventuras de
Mateo y Clarita
buscando el
bien común
E stimados docentes:
¡Hola!
Sea cual sea tu respuesta, la lectura de este libro será la oportunidad perfecta para
profundizar tus conocimientos y emprender nuevos viajes a esos y otros lugares, en los
que también habrá oportunidad para la diversión.
Cuando leas estas historias deberás preguntarte qué harías tú en su lugar, o qué
decisión tomarías.
Estos cuentos han sido escritos e ilustrados con mucho cariño para ti.
Cuentos:
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II Concurso de Cuentos Willakuy - 2021
PRIMER
PUESTO
Carita feliz
Lázaro Miguel Ángel Cotrina Reyes
—Aproveche, señorita —le dijo el vendedor—. Con estos lentes, verá las maravillas
que hay debajo del mar y, con estas aletas, irá tan veloz como un delfín.
Clarita suspiró. Sabía perfectamente lo que significaba comprar sin boleta: el equipo
carecía de garantía y estaba incumpliendo con el pago de los impuestos.
Siguió caminando y se sentó en la orilla del mar tapando su cara con sus brazos, no
quería ver a nadie. Mateo no estaba acostumbrado a ver a su hermana tan triste.
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Carita feliz
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II Concurso de Cuentos Willakuy - 2021
No muy lejos de aquí, en el fondo del mar, vivía Enrique, el erizo. Debido a las púas
de su cuerpo, los peces y los moluscos que pasaban a su lado sentían miedo de ser
pinchados. Por eso, nadie quería estar cerca de él y siempre andaba solo. Enrique se
había acostumbrado a preocuparse únicamente por sí mismo: todos los días debía
buscar qué comer, dónde reposar y evitar a los predadores. Nunca intentó integrarse
a la comunidad y la comunidad marina tampoco buscó integrarlo. Enrique pensaba
que vivía tranquilo, pero, algunos días, esa vida solitaria y silenciosa dibujaba en él
una carita de tristeza.
Un día sucedió algo fuera de lo común. Enrique paseaba buscando algas para
desayunar, cuando observó, a lo lejos, algo que le llamó la atención: Abraham, el
pulpo, se movía como si estuviera muy desesperado, pero, curiosamente, no usaba sus
tentáculos. Algo le impedía trasladarse como siempre lo hacía.
Cuando decidió acercarse, notó que el octópodo se había enredado con una extraña
masa transparente sin rostro y no lograba zafarse de ella… ¡parecía una medusa!
—¡Qué extraño! No creo que la medusa Carmen esté abrazando a Abraham —pensó
Enrique. Había oído que los abrazos de Carmen causaban picazón.
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Carita feliz
Al aproximarse un poco más, pudo escuchar los gritos del pulpo pidiendo ayuda.
También notó que aquella masa transparente no era ninguna medusa, sino una bolsa
de plástico. Ya las había visto flotando cerca de la orilla y cada vez era más frecuente
encontrarlas en todos lados contaminando.
Lo peor era que, con cada movimiento de Abraham, el enredo con la bolsa
empeoraba. Ningún ser marino se sentía capaz de ayudarlo. Ninguno de los peces se
animaba a intervenir.
Enrique, el erizo, se estremeció. Sabía lo feo que se sentía ser dejado de lado, así que
no se quedó indolente y se armó de valor para socorrer al pulpo. Se acercó a la bolsa
y la enganchó con sus púas. Luego, comenzó a moverse cuidadosamente de un lado a
otro, para desenredar la maraña de bolsa y tentáculos. Tras un rato, con delicadeza y
tenacidad, pudo separar la bolsa y alejarla del pulpo. El octópodo, al verse liberado,
en lugar de huir, se quedó al lado de Enrique. Sintiendo un gran alivio, le regaló una
sonrisa de agradecimiento. En ese momento, se escuchó una gran celebración en el
mar. Todos fueron testigos de su hazaña.
Desde ese día, Enrique, el erizo, se volvió conocido y admirado como protector en su
comunidad marina. No solo aprendió a usar sus púas para recolectar las peligrosas
bolsas plásticas, sino que enseñó a los peces y moluscos que querían aprender a
limpiar el mar, como él lo hacía. Su misión fue valorada y replicada gracias a que él
dio el ejemplo. Ahora es el líder de las jornadas de limpieza en el fondo del mar, en las
que participan muchos peces, moluscos y crustáceos. Es apreciado, ya tiene amigos y
su carita siempre está feliz.
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II Concurso de Cuentos Willakuy - 2021
—¡Qué bonita historia! ¡Me encantan las caritas felices! —exclamó Clarita.
—A mí también. Por eso, quiero ver tu cara feliz de nuevo, Clarita. Tan feliz como la
de Enrique, el erizo, que fue capaz de ayudar a los demás, a pesar de que lo habían dejado
de lado —dijo Mateo—. Hay personas que creen que los impuestos son como Enrique el
erizo; piensan que son molestos, prefieren evitarlos y les dicen no. Sin embargo, deben
aprender a ver lo positivo que hay detrás de ellos —agregó.
Panchito intervino.
—Muy bien, muchachos, ya se están animando. Ahora, cierren los ojos e imaginen un
país en donde sí se pagan los impuestos. Como hay recursos para cubrir las necesidades de
todos sus ciudadanos, se construyen más escuelas y hospitales, y todos reciben educación
de calidad y acceden a una buena atención en salud. Por eso, todos los ciudadanos, bebés,
niños, niñas, hombres y mujeres de todas las edades, tienen una gran carita feliz. ¿Y
saben lo que hace la gente cuando está de buen humor?
—¿Qué? —preguntaron Mateo y Clarita con curiosidad.
—¡Compran más heladitos!
De pronto, Clarita se descubrió riendo. Mientras la fresca brisa marina jugaba con su
cabello, Clarita se calmó e imaginó aquel país del que hablaba Panchito, con toda su gente
bien alimentada, bien educada, bien atendida, sana y segura. ¡Ese país no tenía por qué
ser un sueño imposible! Se llenó de optimismo. Su hermano Mateo sabía perfectamente
cómo animarla. Se sentía muy agradecida por tenerlo a su lado y, de pronto, se avergonzó
de haber hecho un berrinche por un equipo de buceo.
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Carita feliz
Clarita ya tenía las cosas claras: enfrentaría los problemas con actitud positiva. No
quería formar parte de aquel grupo de personas que piensan que los impuestos son
algo que se puede evadir o cumplir a medias. Recordó al erizo Enrique, que pudo no
ayudar al pulpo y guardar resentimiento hacia los demás, pero optó por ser positivo y
hacer el bien. Y al hacerlo, le sucedieron cosas buenas y su vida mejoró.
—Chicos, estoy convencida de que los impuestos son un compromiso que todo buen
ciudadano asume con su país y el resto de sus compatriotas, para cumplir con el pago de
impuestos con convicción y de manera voluntaria. Por eso, no compraré un equipo de
buceo sin comprobante.
—¡Bravo! —exclamaron Mateo y Panchito.
—Mejor esperaré hasta el próximo año cuando regresemos a la playa y compraré con
anticipación mi equipo —añadió Clarita, con un suspiro.
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II Concurso de Cuentos Willakuy - 2021
—¿Ese era el problema? ¡Lo hubieran dicho antes! Justo en mi casa hay un equipo de
buceo que usaba mi hijita cuando tenía tu edad. Con gusto te lo doy si me esperas unos
minutos mientras voy por él.
—¡Gracias, Panchito! ¡Eres lo máximo! ¿Cómo podemos pagarte este gran favor? —
preguntó Mateo.
—Ya lo han hecho, muchachos, ¡con sus caritas felices!
—Panchito, seguiremos tu ejemplo y así haremos una cadena de favores —dijo Clarita.
Ese día de playa Clarita y Mateo lograron bucear hasta cansarse. Observaron a los peces
de distintos tamaños y formas, pudieron ver coloridas estrellas y a los espinosos erizos
de mar. Aquel fin de semana en la playa vivieron experiencias maravillosas conociendo
seres especiales y únicos tanto dentro como fuera del mar.
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SEGUNDO
PUESTO
E ra sábado y no había clases. La abuela Marta se dirigió al baño del callejón a lavarse
la cara para darse fuerzas y salir a trabajar. Sus nietos, Joaquín y Fernanda, de diez y
once años, seguían durmiendo. Ambos eran muy estudiosos. A Joaquín le gustaba sacar
cuentas y era bueno en matemáticas. Fernanda, por su parte, destacaba en oratoria y le
iba bastante bien en Comunicación. Marta estaba sumamente orgullosa de ellos.
Los hermanos habían perdido a su mamá cuando eran muy pequeños. Se llamaba
Paola. Una combi sin frenos la atropelló en el paradero cuando iba a su trabajo. El papá
los abandonó cuando murió Paola y, desde entonces, la abuela Marta se hizo cargo de
los niños con mucho amor. Sin embargo, los años pasaron y ella empezó a sentirse débil
y enferma.
La mañana se sentía fría y húmeda. Marta apenas podía respirar, pues tenía fuertes
dolores en el pecho. A pesar de eso, salió jadeando hacia el mercado para vender los
gorritos y los guantes que tejía.
Con dificultad, caminó por su ruta habitual; pero, antes de llegar, se desmayó en la
pista. Sus bellos tejidos saltaron de la canasta hasta llegar a los pies de don César, que se
encontraba barriendo la puerta de su tienda y, de inmediato, corrió a socorrerla. A gritos
pidió ayuda y, afortunadamente, los bomberos llegaron rápido.
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II Concurso de Cuentos Willakuy - 2021
Con esta indicación, la abuela Marta, ya respuesta, volvió a casa. Llegó el lunes y
fue a la consulta con el cardiólogo, quien, luego de una serie de exámenes, confirmó el
diagnóstico: tenían que operarla del corazón y colocarle un marcapasos. Con las justas
había podido pagar los gastos de esa atención y no le quedaba dinero para la cirugía ni
para el marcapasos. Si un día no trabajaba, sus nietos no tendrían qué comer. La abuela
se imaginaba lo peor, ya que su madre había fallecido por problemas cardíacos.
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Un corazón para mi abuela
Clarita, su compañera del aula, había preparado una presentación excelente en la que
explicó que los impuestos servían para construir carreteras, colegios y hospitales. Con
ellos se pagaban los sueldos de los policías, los profesores y los médicos de los colegios
y los hospitales públicos, instituciones que beneficiaban a toda la población. Fernanda
escuchó muy atenta y se animó a preguntarle a Clarita:
—Clarita, si los impuestos sirven para pagar a los médicos, ¿ellos podrían operar a mi
abuela gratis y colocarle el marcapasos que necesita?
—Depende de a qué hospital vaya tu abuelita, Fernanda. Tendría que acudir a uno
público —respondió Clarita.
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II Concurso de Cuentos Willakuy - 2021
—Así es, Fernanda, existen hospitales que, gracias a los impuestos, atienden a precios
muy bajos o incluso gratis a personas que carecen de recursos económicos —agregó la
maestra.
—Cuenta con nosotros también. No solo somos tus compañeros, somos tus amigos y
te queremos mucho —dijo Clarita con una sonrisa.
En los días siguientes, la tía Beatriz conversó con los vecinos para ayudar a Marta
dada la gravedad de la situación. Si bien todos eran muy humildes, estaban dispuestos
a colaborar. Por su parte, Joaquín aportó haciendo sumas y restas para calcular cuánto
dinero se necesitaría para la comida y algunos gastos adicionales de la abuela. Tras
mucho debatir, los vecinos decidieron organizar una gran pollada para juntar el dinero
y se dividieron las tareas.
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Un corazón para mi abuela
El evento fue un éxito. Todas las polladas se vendieron. Además, llegaron Clarita y la
profesora Anita con un sobre que contenía un generoso donativo de los compañeros del
colegio. Cuando Joaquín contó el dinero en la noche, informó que habían conseguido
recaudar un monto suficiente para que la abuela y ellos pudieran mantenerse por un
buen tiempo. La abuela Marta lloró de emoción y agradecimiento.
La semana siguiente, la profesora Anita ayudó a doña Marta con los trámites para que
recibiera atención gratuita en el hospital público, ya que se encontraba en condición de
pobreza extrema. Ahí luego de evaluarla nuevamente, los médicos determinaron que
debían operar a la abuela cuanto antes para ponerle un marcapasos. Por suerte, estaban
a tiempo de actuar.
Gracias a Dios, todo salió muy bien. Luego de unos días, el doctor del hospital revisó
a la abuela y le anunció:
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II Concurso de Cuentos Willakuy - 2021
—Señora Marta, ¡su corazón late muy bien! Con espíritu positivo y alimentación
adecuada, se recuperará rapidito y pronto podrá volver a casa.
—Muchas gracias, doctor —le dijo la abuela Marta con una sonrisa.
Los días volaron y todo quedó listo para el retorno a la casa de la abuela Marta. Beatriz
fue al hospital a recogerla y, en el barrio, la esperaban los nietos y los vecinos con alegría.
Clarita y los compañeros del colegio habían ayudado a decorar la entrada del callejón
con cadenetas y, con mucho amor, hicieron un letrero que decía: «Bienvenida, abuela
Marta».
Fernanda siempre les cuenta a sus alumnos la historia de su abuela Marta y les dice
con una sonrisa:
—Chicos, gracias a los impuestos podemos tener servicios públicos y pagar a los
policías, los médicos y las profesoras como yo.
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TERCER
PUESTO
PIRATAS EN EL TITICACA
Michell Iván Quispe Flores
E ra un día soleado, las aguas del lago Titicaca estaban en calma y todo parecía
indicar que Mateo y Clarita pasarían otra fenomenal jornada de vacaciones. Sus padres
los habían llevado de viaje para conocer el Perú y, esta vez, el destino fijado era Puno, el
lugar donde, según una antigua leyenda, habían nacido los fundadores del gran Imperio
incaico.
Durante su estancia, los hermanos disfrutaban de jugar con otros niños en las islas
flotantes de los uros. Correr sobre ellas era como hacerlo entre las nubes, los pies
se hundían con cada paso y esa sensación les divertía. ¡No por gusto era uno de los
principales atractivos turísticos del lugar! El único que no lograba acostumbrarse a correr
entre la totora, esa planta acuática con la que los nativos elaboran las islas artificiales, era
su mascota Justus. El perrito no olvidaba todas las veces que había tropezado y caído
estrepitosamente al agua, por lo que prefería descansar en el mirador más alto de la isla.
Mateo estaba deslumbrado con la inmensidad del lago. Se imaginaba como un gran
navegante al mando de una embarcación que llegaba hasta las orillas de Copacabana,
una pequeña ciudad turística al otro lado de la frontera peruana, en Bolivia. Esa mañana,
mientras jugaba con Clarita y sus amigos, encontró una balsa en la orilla de la isla. Sin
pensarlo dos veces, se subió en ella, ¡era la oportunidad de hacer realidad sus sueños!
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II Concurso de Cuentos Willakuy - 2021
—¡Vamos, Clarita, amigos! Solo será por un rato, suban a esta embarcación y vuélvanse
navegantes como yo —se esforzaba en convencerlos Mateo.
Clarita y los otros niños no estaban muy seguros de subir, pero ante la insistencia de
Mateo, poco después, ya estaban surcando las aguas plateadas del Titicaca al mando de
su propio navío. Remando con energía, observaron cómo desaparecían las islas flotantes
a sus espaldas mientras la inmensidad del lago los absorbía.
Mateo asumió el rol de capitán y trazó el destino. Quería llegar hasta el otro lado del
lago, por supuesto. Imitaba graciosamente la voz de un viejo marinero y distraía a sus
amigos con sus bromas. Sin embargo, luego de unas horas, los niños ya no sabían hacia
dónde remar. Estaban perdidos y hambrientos. En su viaje improvisado, nadie había
llevado alimentos ni un mapa ni una brújula para orientarse en aquel lago gigantesco.
Lejos de ahí, Justus despertó de su siesta. Desde el mirador, esperó divisar a los niños,
pero no lo consiguió. Bajó a recorrer las islas y no los encontró por ningún lado. Por eso,
trazó un plan para encontrarlos. Lo primero que tenía que hacer era avisar a los padres
de Mateo y Clarita para que organizaran la búsqueda con los otros padres y la Policía.
Luego de eso, se dispuso a seguir el rastro de los niños con su olfato y así llegó hasta un
extremo de la isla. Ahí escuchó a un hombre que preguntaba a sus vecinos si habían visto
su balsa que había desaparecido del lugar donde la dejaba a diario después de la pesca.
Entonces, Justus se dio cuenta de que debía seguir la pista surcando el lago.
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Piratas en el Titicaca
—¡Todo esto ha ocurrido por tu culpa, Mateo! —le dijeron los niños decepcionados
y asustados.
Mateo reconoció sus errores y, arrepentido, pensó que lo mejor sería poner a Clarita
al mando.
Clarita no sabía realmente qué debían hacer para regresar a las islas, pero estaba segura
de que sus padres y los de sus amigos ya se habrían dado cuenta de su ausencia. Pensó
que seguro ya los estaban buscando desesperadamente, así que decidió que lo mejor
era dejar de remar y esperar. Para bajar la tensión, buscó la manera de tranquilizar a su
hermano y a sus amigos contando cuentos e inventando juegos.
El tiempo fue pasando y poco a poco cayó la noche. De repente, los niños vieron unas
luces que se acercaban y se pusieron eufóricos. Era una embarcación mucho más grande
que la suya.
Pensaban que por fin estarían seguros y que pronto regresarían con sus padres…
Nada más equivocado. Cuando la gran embarcación alcanzó a la
pequeña balsa, de inmediato algo llamó la atención de Mateo y
Clarita: el capitán de aquel navío parecía ser una iguana
de gran tamaño, extremadamente abrigada y con el
rostro cubierto.
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activado la alerta de búsqueda. Desde el cielo, Justus divisó una balsa abandonada en
medio del lago. Se detuvo sobre ella y, con su superolfato, pudo sentir que sus amigos
acababan de estar ahí, pero no solos, pues también detectó el olor de un viejo enemigo.
Mientras tanto, en el barco, Evasif no daba crédito a lo que sus ojos veían: ¡niños que
podrían trabajar para él gratis! Debía aprovechar aquella oportunidad para engañarlos y
hacer que colaboren con sus oscuros planes sin sospechar.
—Mañana tempranito los niños huérfanos están esperando todos estos juguetitos con
mucha ilusión y alegría. Si yo cargara todo eso solo, me tomaría mucho tiempo y no
llegaría a la hora. ¿Ustedes estarían dispuestos a ayudarme cuando lleguemos a tierra?
Luego de eso, prometo llevarlos con sus padres a las islas de los uros —dijo Evasif.
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Piratas en el Titicaca
Mateo, Clarita y sus amigos, confundidos, estaban a punto de preguntar dónde estaban
los niños, cuando de pronto, escucharon un fuerte ladrido que resonó desde el cielo. Era
Justus, que venía volando y, antes de aterrizar, derribó a los dos hombres e hizo que
cayeran de espaldas. Mateo y Clarita no entendían nada, no comprendían por qué Justus
se estaba comportando de esa forma extraña y le exigieron una explicación.
Para aclarar el asunto, Justus aulló de una manera diferente. Su aullido se unió al
sonido del viento y todo se detuvo. Las olas del Titicaca se quedaron quietas. El tiempo
se había paralizado.
—¿Ustedes exigen una explicación? Primero ustedes deben darla —dijo Justus.
Mateo se disculpó por haber tomado una balsa sin permiso y por haberles ocasionado
un gran problema a Clarita y a sus amigos. Luego añadió que el capitán de ese barco los
había rescatado y que esos hombres seguramente trabajaban en el orfanato, no había por
qué agredirlos.
Decidido a que los niños descubrieran la verdad con sus propios ojos, Justus volvió
a aullar y, como si fuera magia, el tiempo comenzó a retroceder a su alrededor. Él y los
niños se ubicaron en un pueblo muy bonito al otro lado del lago Titicaca, que se ubicaba
cruzando la frontera. Mateo automáticamente lo reconoció, lo había visto muchas veces
en fotos los últimos días. ¡Era justamente donde él había querido dirigir a su tripulación!
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II Concurso de Cuentos Willakuy - 2021
De un momento a otro, el sonido de las olas propio de la región se vio alterado por sirenas
policiales y los efectivos descendieron de lanchas y arrestaron a los dos contrabandistas
que Justus había reducido. Sin embargo, cuando los malos estuvieron esposados y los
niños a salvo en los brazos de sus padres, se dieron cuenta de que la iguana escurridiza
había conseguido huir. Mateo, Clarita y Justus sabían dentro de sus corazones que Evasif
tarde o temprano volvería a aparecer, pero ya no se dejarían engañar tan fácilmente. Ya
estaban alertas.
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