You are on page 1of 3

El Vip

Caminaba por el centro de la ciudad de La Serena. No iba solo y aún había sol. Había
quedado de encontrarme con un amigo y, para variar, llegaba tarde. Sonrisas bajas
quedaban en el aire, atravesadas por la gente que se trasladaba a su hogar, pues qué más se
podía hacer en un día de semana después de trabajar arduamente.

Al buscar en mi bolso de estudiante, entre las cosas de estudiante no encontré tarjetas de


créditos para variar, pero si unas monedas sueltas. Entonces, con cara de angustia propuse
hacer una sesión con mis acompañantes. Sin tener que hacer un gran esfuerzo por
convencerlos, me siguieron a un bar. El sol se apagaba como una colilla de cigarrillo en el
mar y mi sed se hacía insoportable, insoportable, insoportable. Me sentí extraño y pensé:
Debería ir a dormir como lo hace la buena gente, en fin… la mala gente la pasa mejor.

Y ahí la vimos, era una puerta entreabierta al costado del edificio, la mitad estaba cubierta
por una cortina roja y el resto polarizado, todo esto acompañado por un letrero arriba de la
puerta con las letras de color rojo que decían VIP.

Miré a mis compañeros, uno a uno y dudé un momento antes de preguntar - ¿Entramos acá?
–. Vi reflejada sus respuestas negativas o, al menos, de duda en sus rostros y en ese preciso
momento comenzó a retumbar en nuestros oídos el sonido de música metal. Me parece que
era sonata y me dio coraje para agregar – ¿Vieron?, nada más que un local freak, con
música freak – y sin pensarlo dos veces, abrí la puerta de par en par.

Cuando ya me encontraba adentro, miré contento la cocina que se encontraba al frente de


mí, en un gran espacio abierto y una persona trabajando a mil por hora. También pude
observar las piñas y naranjas. Por unos segundos me sentí del trópico, pasadas las horas,
supuse que era todo un espejismo.

Ahí me encontraba yo, sumergido en mis pensamientos cuando las pisadas de mis
compañeros retumbaron en mi mente y lo único que quise hacer fue mirar el piso – y como
siempre hago lo que quiero – me dí cuenta que era de madera. Sin saber cómo, pues el
tenue color rojo que entregaban las ampolletas del local me tenían embobado, me vi
sentado al frente de un espejo. Me di cuenta que estábamos solos en aquel antro. Noté que
no fui el único en observarlo, pues el amigo que se encontraba a mi lado dijo – y para qué
tanta bulla si no hay nadie – a lo que el otro respondió rápidamente – para atraer gente, que
más -.

Una chica se nos acercó rápidamente para atendernos y tomar el pedido. Sus pendientes de
color rojo se perdieron en los manteles de la mesa, en los servilleteros y servilletas, en las
cortinas, las luces, el extintor, la alfombra, los bancos de la barra, incluso hasta en la
mampara que divide el baño de la cocina, el letrero de la entrada, las letras de escape. Todo
era de color rojo.

Se llevó nuestro pedido, no hace falta mencionar que era un pitcher kunstman, y llegó
rápidamente con el, no sin antes ir a consultar al tipo que se encontraba detrás del mesón
del final, con una polera negra, gastada y estampada que decía Ramones.
Servido el primer vaso y hecho el primer brindis, se aparece una pareja por delante de mis
ojos pues yo miraba la puerta de entrada y salida de emergencia y mis amigos por el
contrario, al proxeneta de la barra, dije proxeneta, perdón, al tipo que atiende en el bar. El
tipo era un sesentón y ella era más joven, de unos treinta y algo, no le di mucha
importancia, pues mi amigo hablaba de poesía.

Después de unos cuantos pitcher, vi a la chica que nos había atendido, moverse
rápidamente entre las mesas redondas que repletaban el café (sí, tenía licencia de café )
hasta llegar a la pareja que pedía otro serena libre. Recordé entonces a mi madre que
siempre me decía que le gustaba ese trago, aunque fuese de puta, mientras ella le acariciaba
el pelo, le hablaba al oído y jugueteaba con sus labios, en cambio él iba dejando dinero
arriba de la mesa. Pensé: Para pagar los tragos.

Al volver mi atención a mis amigos, ellos ya la habían quitado de nuestra mesa; sus ojos
bien abiertos, sus hormonas a mil y sus bocas abiertas eran indicadores de su ausencia. Por
lo tanto, me giré para averiguar cuál era la causa de su enajenación y ahí la vi, era una
mujer rubia que jugaba con su cabello de un lado a otro, pestañeaba sensualmente, no
esquivaba ninguna mirada y sus labios ofrecían la succión de una bañera; se notaba que no
le molestaba que la echaran a suerte, ya que, los individuos que estaban a nuestro lado no
hacían nada para disimular su apuesta (sí, a esa hora ya había llegado más gente). Entonces
nuestra querida Helena, al ver quien había ganado, se acercó a él y se lo llevó al privado, yo
también quedé boquiabierto. A todo esto, el pequeño proxeneta había sido reducido a
camarero, pues al parecer, el dueño del local había llegado y se puso a revisar el libro de
cuentas en la barra, no pude hacer otra cosa que observar el espejo detrás del mesón y me di
cuenta que servía para que los lobos esteparios que se encontraban allí, pudiesen mirar sin
darse vuelta si la mujer que estaba con el señor ya se había desocupado.

A los segundos de lo sucedido, mi amigo comenzó a sentirse incómodo y debido a su


naturaleza, lo comentó de inmediato al grupo y nos dijo - Ven a ese tipo de allí, sí, al dueño
del local, no me ha quitado los ojos de encima. Yo no sé, puede ser que me desee echar por
ebrio, pero a mi me parece que le gusto -. Yo al escuchar sus palabras, compartí su
incomodidad y me puse al frente, evitando la mirada del proxeneta mayor hacia mi amigo.

Ya iban tantos pitcher que no puedo recordar su número y llegó una celestina a sentarse
cerca de nosotros, en realidad no hubiese importando que se sentara en la otra esquina,
debido a que todas las mesas están juntas.

Ya comenzaba a restregarme los ojos por la preparación de la cebolla de la chorrillana,


cuando al mirar hacia la mesa del lado, estaba un tipo solo, acariciando su vaso de arriba
abajo, rápida y repetidamente, tantas veces que no pude nada más que pensar en su
masturbación y todo comenzó a tomar sentido (aunque en realidad ya lo había tomado hace
bastantes horas): las copas, la gente sola, la prostituta junto al ¿señor?, la representación de
la castración en los barriles de cerveza, los cuadros de cerveza que indicaban, sin
excepción, el levantamiento de falos, el espejo de medio cuerpo, las mujeres provocativas
en los cuadros, los falos de donde se sirve la cerveza, el nombre del local – que de VIP, no
tenía nada -, el color rojo de todo, la textura de las murallas y alfombra que eran
aterciopeladas, la distribución del local, las cortinas, las lámparas a media altura y
redondas, la celestina, los proxenetas. Lo único que no cuadraba era la música, la cocina y
las frutas, pero mi amigo – el con más viajes en el cuerpo – derrumbó mi holograma y dijo
– La cocina y la música intentan hacer camuflar a este puterío – yo me levanté, porque
además de darme cuenta de tal realidad, sentí que me habían leído la mente, salí corriendo
del lugar y me fui.

You might also like