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Podemos pensar que las vanguardias artísticas surgidas durante la primera mitad del siglo

XX comparten una ambición común: que su visión sea aceptada como la verdad absoluta
del arte. A diferencia de esta época nuestra que algunos llaman “posartística”,
denominaciones algo grandilocuentes de las que personalmente prefiero mantenerme lejos,
donde en la mayoría de los casos, las diversas posturas conviven cordialmente. Esta
característica deja en claro que aquella ambiciosa tentativa de las primeras vanguardias no
las llevó al puerto que esperaban; ahora bien, quizás quepa hacer una pequeña salvedad
respecto al surrealismo.

Decir que el surrealismo “triunfó” por sobre sus contemporáneos es claramente una
exageración, sin embargo esto no quita que su influencia hoy, en pleno siglo XXI, se haga
sentir mucho más y de manera más evidente, que aquella del futurismo, por poner un
ejemplo. Desde los films desconcertantes de David Lynch o Charlie Kaufman, pasando por
el lado psicodélico del pop, incluso hasta el humor absurdista que circula en internet; rastros
del surrealismo hoy se hacen sentir, y se hacen sentir de manera ostensible, e incluso
orgullosa. ¿A qué se debe esto? ¿Qué santo grial encontraron los surrealistas para ocupar
ese lugar en la posteridad?

Por un lado, es evidente que los surrealistas no “inventaron” una estética de cero; no
buscaban —como los dadaístas, sus predecesores más próximos— una ruptura total de la
lógica imperante y de la estética establecida, o al menos no solo eso. Ya en el primer
manifiesto surrealista de 1924, André Breton es muy consciente de los hombros sobre los
que está parado, como en el texto de Borges sobre Kafka, los surrealistas crean a sus
predecesores. Pintores como Hieronymus Bosch o Giuseppe Arcimboldo son ejemplos
conocidos, Bretón menciona también a Dante y Shakespeare como “surrealistas por
momentos”, así como evidentemente a los poetas “malditos” (Rimbaud, Baudelaire,
Lautreramont, etc.) tradición en la que se basan más directamente para fundar las bases de
su movimiento.

Sin ir más lejos, la misma idea de metáfora es en su esencia bastante surrealista, pensada
como la unión de dos realidades diferentes, distantes, sintetizadas hacia un punto de
coincidencia subjetivo, formal o ideal, que el poeta nos señala. Breton toma, por ejemplo, la
frase “El día se desplegó como un blanco mantel”, y vemos cómo dependiendo del contexto
podemos atribuirle más o menos connotaciones surreales. Lo cierto es que es mérito del
surrealismo (no sin un gran antecedente en Rimbaud) el haber “liberado” a la metáfora,
llevándola al extremo, al punto que la poesía contemporánea ya no es capaz de discernir
entre una metáfora surrealista y una no-surrealista.

Entonces, respecto a nuestra pregunta inicial, cabe suponer que al traer a colación una idea
estética que se dio a lo largo de la historia del arte, nos sorprende menos que haya
perdurado después de casi cien años. Dicho en otras palabras: puede pensarse que los
surrealistas no hayan inventado el surrealismo, sino más bien lo hayan descubierto.

Por otro lado, hacia los años 60’ cuando ya el arte comenzaba a virar hacia nuevas
direcciones —cada vez más unidas al mercado, y más similares a nuestras formas
contemporáneas—, el surrealismo gozó de una especie de impulso, una revitalización
fortuita. Primero, los beatnik retoman gran parte de sus técnicas, el “automatismo psíquico”
o la escritura rápida y casi inconsciente, es la base de la obra de Kerouac; Ginsberg escribe
en admitida deuda con Artaud. Segundo, el movimiento hippie y el auge de la psicodelia y
las drogas alucinógenas, si bien no son sinónimos mantienen grandes puntos de contacto
con los mundos oníricos del movimiento surrealista. Tercero, la teoría de Freud —una parte
indisociable del surrealismo, en especial en lo relativo a la noción del subconsciente—, lejos
de pasar de moda, tomó más y más protagonismo en el mundo intelectual así como en la
vida cotidiana del grueso de la sociedad, entrando paulatinamente en el acervo del sentido
común. Este pequeño impulso que se siente desde mediados de siglo puede haber dado al
surrealismo un nuevo vuelo, una perspectiva ulterior, como una mini-metamorfosis, que
influye en su incidencia hoy en día.

Por último, podemos hacer referencia a su sentido del humor. Este humor, buscado
explícitamente desde los inicios del movimiento, lo reviste en un envoltorio “aceptable”,
conocido, digerible por un público que ya no está tan abierto a ciertas formas de
experimentación y vanguardia “en crudo”. Es notorio cómo el talento, en el sentido técnico,
actúa de manera similar como un puente entre lo desconocido y el observador; más de una
vez uno escucha la opinión de que “Dalí es un gran pintor, porque a pesar de hacer cosas
raras y deformes, se nota que sabe pintar”. Ahora bien la diferencia aquí con el humor
radica en que éste es una parte inherente al movimiento surrealista; esto es siempre y
cuando se trate de un tipo particular de humor —ahora sí heredero puro del dadaísmo—, en
el que lo absurdo y lo arbitrario generen la conciencia repentina del nivel de absurdismo y
arbitrariedad en el que vivimos inmersos, señalando cómo nos rodea en tanto sociedad y
humanidad.

La gran mayoría de los llamados “memes surreales” que circulan en varios formatos,
imágenes, videos, etcétera; se dividen en dos formas principales: asociaciones ferozmente
arbitrarias, usualmente a través de algún tipo de collage digital en el que se superponen
tipografías e imágenes, muchas veces dejando al texto apenas inteligible; y retratos
abstractos de eventos sociales, noticias contemporáneas o de los mismos “memes” en boga
en otras esferas del humor, despojados de sus elementos particulares (por ejemplo
reemplazando un concepto particular de una red social específica como puede ser un like,
por una frase de sonoridad deliberadamente neutra como “muestra de apreciación
moderada”) usualmente a efecto de una connotación crítica. No veo realmente diferencia
alguna entre estas formas y aquellas empleadas a principios del siglo pasado.
No es nueva la relación construída entre arte de vanguardia y el nuevo humor del meme,
mucha gente habrá notado ya las similitudes. Si bien el tema en cuestión excede los
propósitos de este artículo, sería de gran interés un análisis profundo de estas nuevas
formas de expresión, en especial su característica distintiva respecto al arte del pasado: su
anonimato intrínseco.

Lo cierto es que estos absurdismos no surgen del vacío, y si resuenan en la conciencia


popular es quizás en relación a un mundo “exterior” que se revela a su vez como absurdo,
política, económica y culturalmente. En esa búsqueda crítica reaparecen tanto el dadaísmo
como el surrealismo, que durante un primer momento fueron reacciones ante las grandes
guerras y el fascismo —culminación irónica del positivismo racionalista y de la creciente
industrialización que tanto bien prometían durante el siglo XIX. Aquellos movimientos, en
una era nueva con nuevas desilusiones y desesperanzas, sacan hoy una vez más la cabeza
a la superficie para encontrar otra manifestación, una nueva metamorfosis.

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