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La relación de Argentina con Reino Unido y Chile se había roto hacía unas semanas, los
noticieros ya advertían de la guerra que se daría sobre el territorio antártico por la dominación de
aquél trozo de tierra del Sur de la albiceleste, mientras incontables personas se enlistaban para
defender sus patrias.

El día anunciado llegó y las tropas argentinas fueron llevadas en los aviones los cuáles estaban
plagados de niños vestidos de verde y hombres que no se mojarian las botas ni con la humedad
del ambiente. Entre esas personas resaltaba la presencia de una mujer, sus ojos estaban cerrados
mientras sus auriculares dejaban escuchar susurros de una vieja canción que parecía predecir sus
destinos. Las hombreras de ella señalaban su rango cómo capitana, su rostro y manos por otro
lado demostraban la crueldad de aquél lugar al que iban a luchar; las manchas negras y rojas de
quemaduras antiguas, la falta de trozos de sus orejas, pómulos y nariz, sumados a las marcas de
sus manos, ahora miradas con extrañeza se volverían comunes en poco tiempo, después de todo,
nadie se salva de la nieve, al menos nadie que no llevara más de una medalla.

Al llegar a la base, se dividió a las tropas, se entregaron los nuevos uniformes y las armas. En la
compañía conocida cómo “los lobos”, el Coronel Markus Schwindt había decidido reunir a sus
hombres y presentarse debidamente además de claro presentar a sus ayudantes en el mando –
Mi nombre es Markus Schmidt pero ustedes me llamaran Comandante, ¿Comprendieron
soldados?– decía con firmeza, a lo que sus subordinados respondían al unisono con un fuerte “Si
comandante”. Luego de esto, el hombre hizo pasar al frente a la mujer de las quemaduras, quién
se le acercó y se paró a un lado de él –Ella es la señorita Catherine Freiberger, capaz la conozcan
cómo “Puma”, ella será su capitana, por lo tanto quiero que nos piensen cómo uno solo, si ella
sabe algo, yo lo sé, si ella les ordena algo, yo lo hice, ¿Entendieron?– nuevamente, los soldados
respondieron, a lo que luego de unos minutos, Markus dio por terminada su pequeña
presentación y se retiró a la pequeña carpa que le servía cómo oficina, mientras los demás se
retiraban al comedor para almorzar.

Sin oficiales más que la reservada capitana, los soldados comenzaron a hablar, reír y bromear
cómo infantes en una cafeteria escolar. La música sonaba casi tanto cómo las risas y carcajadas

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que dejaban escapar de vez en cuando los acentos de sus dueños, quiénes contaban historias de
sus hogares o compartían información sobre ellos, algunos inclusive comenzando a hacer
promesas para el regreso. Mientras tanto y con una petaca de Vodka en la mano, Catherine los
miraba intentando ocultar una sonrisa, adoraba ver esto, los niños mandados a morir, viviendo y
sonriendo cómo pequeños. Habeces desearía haber ido casa por casa evitando que ellos se
metieron en la guerra, pero sabía que hubiera sido inutil; lamentablemente debía conformarse
con recordar ese momento y no interrumpirlo, aunque eso no estaba en los planes de todos. La
puerta se abrió en un estruendo y la voz enfurecida del coronel resonó en el lugar –¡¿Qué carajo
está sucediendo aquí?!– todos en el comedor se levantaron de sus asientos y se pusieron firmes
ante su presencia, quién se acercaba a ellos para continuar su regaño –¡Tenian hasta las once en
punto para almorzar y ya van a ser once y cuarto! Ahora mismo se irán todos a entrenar, y no
quiero verlos deteniéndose ya que por lo visto, son buenos para eso– reprochaba el hombre.
Oyendo esto Catherine se acercó a él y parándose a medio camino entre los soldados y él, habló
–Coronel, con todo respeto los horarios deben respetarse y su discurso nos mantuvo ocupados
hasta las 11:00, los soldados deben tener al menos 15 minutos para comer y otros 10 para
descansar según el decreto del presidente, eso les da tiempo hasta las 11:25– Los soldados
estaban sorprendidos y aterrados por lo que podría ocurrir, en especial sintiendo las miradas que
se dirigían sus superiores –Señorita Catherine, usted misma dijo que deben respetarse los
horarios, eso estoy haciendo ahora– continuaba el coronel mirándola fijamente mientras fruncía
el seño –Entonces debería haberlo hecho desde un inicio Coronel Schmidt, además si mal no
recuerdo su discurso no estaba en el horario, el almuerzo de estas personas por otro lado, si lo
estaba, por lo tanto le pediré que deje de restarles tiempo del almuerzo y a menos que quiera
unirsenos, le aconsejo que se retire– Frente a estas palabras casi se podía oír las mandíbulas
desencajarse de los soldados, de los cuales muchos intentaban no reírse. Viéndose vencido, el
coronel se retiró del lugar, no sin antes avisarle a la capitana que luego hablarían sobre ello.

En el momento en que la puerta se cerró, la jóven se dirigió a las personas detrás de ella y les
advirtió que no volvería a defenderlos si cometían alguna otra falta. A los minutos de esto, los
hombres estaban brindando con ella mientras reían y continuaban sus historias hasta el momento
del entrenamiento aunque deberían haber prestado más atención al horario, puesto que en él
decía quién sería su entrenador.

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2:

Los días en la base se hacían largos, la nieve había comenzado a cubrirlo todo y los soldados
comenzaban a aburrirse esperando órdenes para atacar las cuáles parecían no llegar jamás.
Mientras tanto la Capitana y el Coronel parecían cada vez más irritados con la presencia del otro;
los que antes debían ser una misma mente ahora se odiaban casi tanto cómo odiaban a los
extranjeros. Realmente sin más que hacer que atacarse entre ellos, todos en el campamento
parecían tensos, el frío los debilitaba físicamente y el encierro lo hacía psicológicamente, por
suerte para todos la pelota de fútbol que uno de los tenientes había llevado aún no se había
pinchado –¡Eh Chaqueño pásala!– gritaba el cabo Rojas a la vez que agitaba sus brazos en un
lado del comedor, ahora convertido en cancha de fútbol.

La Capitana cómo normalmente hacía, los observaba desde un rincón con su ya patentado café
con whisky, siempre en silencio, vigilando, suerte tenían los que no la miraban, si lo hubieran
hecho era posible que sus ojos los distrajeran. No parecía pero todos la miraban, su presencia era
inquietante, aunque no dijera nada si no era para poner orden, aunque pareciera no respirar, era
aterrador mirarla, sus ojos bicolores vacíos detrás de sus ojeras, sumados a su apariencia le
hacían parecer muerta, o capaz peor, acechando. Nadie se animaba a hablarle, muchos hubieran
preferido esconderle la ropa al coronel que cruzarsela en sus paseos nocturnos por la base,
simplemente era extraña, no era raro que la llamaran Puma, parecía que devoraría con sus
propios dientes a cualquiera que se cruzara en su camino. Sin embargo, algo que todos pasaban
por alto era su sonrisa, una expresión casi imperceptible ocultada por su taza de café. Amaba
cuidar de esos hombres y mujeres que con ingenuidad deseaban defender su patria, algunos
podían ser sus hijos o hijas y eso la aterraba, ¿Qué hacían esos niños ahí con ella? ¿Tenían idea
de lo que hacían o solo querían fingir ser Rambo?

Los gritos e insultos la sobresaltaron y sacaron de sus pensamientos. Resulta que uno de los
soldados había tacleado a otro para evitar que anotara un gol y se habían comenzado a insultar y
pegar en el suelo. Con un suspiro ella se levantó y se acercó mientras algunos comenzaban a
callarse o se paraban firmes, sin decir mucho tomó a uno de los soldados y lo arrojó al piso

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mientras sostenía al otro –No peleen, si mañana deben luchar no van a querer estar golpeados,
créanme, los moretones duelen con la nieve– decía mientras ayudaba a levantar al que había
caído al suelo –¿Y vos quién sos para mandarme? No nos dirigiste palabra desde que el coronel
te presentó, ¿y ahora venís a hacerte la madre?– replicó uno de los jóvenes a la vez que el
silencio devoraba el comedor –Viendo las cosas como están diría que podrían llamarme Mamá si
quieren, o Mami si alguien está muy necesitado, por cierto podría ser muda pero créeme, el
rango no me lo saca ni la parca, así que te aconsejo seguir jugando niño, aún podés ganarles
supongo– respondió ella mientras volvía a su rincón para continuar tomando su café.

A los minutos ya se encontraban jugando nuevamente aunque está vez un poco más callados.

La mujer se encontraba dibujando en una vieja libreta, aún en su rincón, cuándo un soldado se
sentó a su lado –Capitana, ¿Puedo sentarme?–

–Ya lo hiciste– respondió sin sacar los ojos de su libreta la mujer. El soldado desvío la mirada
hacía el dibujo y notó que ella había estado dibujando al detalle el partido, las caras de los
soldados se distinguían cómo fotos y en el pie de la página se podían leer sus nombres –Si es
verdad jaja, lo lamentó Capitana, por cierto lindo dibujo, no sabía que usted podía dibujar así–
La mujer bajó la libreta y dejando ver cierta molestia miró al soldado quién luego de mirarla a
los ojos, desvío rápidamente la miraba hacía el partido –¿Qué quiere soldado?– preguntó ella aún
mirándolo, –Solo quería conocerla mejor señora, usted es bastante reservada y siento que si
vamos a pasar nuestros últimos días juntos, deberíamos conocernos, al menos saber nuestros
nombres, me llamo Julián, ¿usted realmente es Catherine? Digo, es argentina por su acento,
¿pero por qué el nombre yankee? ¿Y por qué el apellido alemán? ¿Es algún tipo de código o algo
así? ¿Un nombre en clave?– continuaba el chico, ahora mirándola. Catherine dejó ver una
expresión de molestia en su rostro y suspiro comenzando a dibujar nuevamente –Si supieras
torturar serías buen interrogador Julián, lamentablemente sin tortura no hay respuestas, así que
mejor andate a jugar, seguro anotes un gol o te maten antes de que vuelvas a abrir la boca– El
soldado dejó escapar unas risas antes de volver a hablarle –Capitana no tiene que decir esas
cosas, mire si quiere hágame las preguntas a mí, o juguemos a algo, una pregunta cada uno y
preguntamos si es verdad o mentira, ¿Quiere?–

–No– respondió la capitana secamente; notando la desilusión en la cara del Cordobés sonrió y
continuó –Deberias haber preguntado “¿Verdad o mentira?”– los ojos del chico brillaron

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mientras se sentaba de lado en el banco para dirigir su cuerpo hacía ella mientras reía –Esta bien
jaja, va usted–

–¿Cuántos años tienes?–

–Diecinueve recién cumplidos–

–¿Verdad o mentira Julián?–

–Es verdad jajaja, ¿Y usted? ¿Cuántos años tiene?–

–Treinta– decía sonriendo la mujer

–¿Verdad o mentira?–

–Mentira, ahora yo, ¿Realmente por qué te interesa saber de mí chico?–

–Le aviso Capitana que no puede mentir siempre eh jajaja y pues, usted es una persona que
resalta y a la vez es un misterio en la base, además me agrada, sé que no habla mucho pero era
obvio que alguien con su historia no hablaría mucho– Catherine dejó la libreta sobre la mesa y lo
miró –¿Mi historia? ¿De qué historia hablas?–

–No es su turno Capitana, dígame ¿Es verdad que ve en la oscuridad?–

–Pff claro que no chico, no soy un animal, mis ojos se acostumbran cómo los de cualquiera pero
no por eso significa que tengo visión nocturna–

–Está bien, ¿Era verdad o mentira?–

–Chico por Dios, es verdad, ahora si, dime ¿Qué historia?– El chico tragó saliva al notar que ella
lo estaba mirando fijo, sus ojos parecían muertos, sentía que podría saltarle al cuello, en especial
porque parecía no parpadear al mirarlo

–P-Pues, la historia de Puma, el soldado que nadie pudo cazar, usted es una leyenda viviente
señora, muchos vinimos porque supimos que usted vendría– al oír lo último la expresión de
Catherine dejó ver una leve preocupación, capaz mezclada con algo de ira

–Usted sobrevivió tres meses perdida en éste territorio, dos semanas en la jungla y encima estuvo
dos años en combate ayudando en los países afganos, ¡usted tiene tantas bajas cómo escuadrones
completos Capitana! ¡Es asombrosa!– La mujer se paró de golpe y mirándolo con el seño

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fruncido lo regañó –Escuchame bien Julián, la guerra no es un juego, la supervivencia no es un
reality show de Discovery Channel y la muerte no es algo de lo que estar orgulloso, si existe un
Dios, que nos salve a todos nosotros de disparar un arma en esta tierra, volve a contar esas
historias y te prometo que vas a estar en ellas y no cómo un héroe, ¿entendiste?– al terminar de
decir esto, ella se retiró del lugar dejando solo una ráfaga entrar al comedor.

Sin pensarlo mucho entró a la “oficina” del Coronel Schmidt quién sin mirarla señaló una botella
de Tequila en un estante –No puedo creer lo estúpidos que son esos niños– despotricaba ella
mientras servía dos vasos y le pasaba uno a su superior –Es que ¡Ash! Parece que no saben
dónde están metiendo el horto, te apuesto todo lo que quieras a que dónde oigan un disparo van a
salir corriendo a esconderse, son niños ¡Niños Markus! Dios Santo– continuaba ella para luego
hacer fondo blanco y sentarse pasándose una mano por la cara –No saben dónde se metieron
Puma, ese es el problema, a nosotros nos pasó lo mismo, a nuestros abuelos igual y a sus padres
también– respondía con un tono monótono el hombre sin mirarla –Desearia mostrarles lo que es
la guerra sin que tengan que morir, algunos podrían ser mis hijos, claro una madre algo precoz
pero podrían, y me siguieron hasta acá la puta madre– Notando el tono en la voz de su
compañera Markus le sirvió más licor y dejó a un lado los papeles que estaba leyendo para
mirarla –¿Te sientes maternal Catherine?– La pregunta desencajo a la Capitana quién mirándolo,
re preguntó –¿Vos no te sentís paternal Markus? ¿Acaso los alemanes no tienen instintos
paternales?–

–No en la guerra Catherine, además mi nacionalidad no tiene importancia ahora, moriré en está
tierra igual que todos ustedes–

–Realmente no comprendo porqué viniste a morir acá, podiendo irte a su país natal, venís a que
te hagan colador en una tierra que no es tuya–

–No olvides que muchas de tus heridas fueron luchando en otras tierras Puma, o en lugares que
ni siquiera podrían ser habitables para tu gente– Catherine rodeó los ojos y se levantó de la silla
dejando ver su enojo –¿Ves? Eso me molesta de vos, siempre tenés algo que aportar sobre todo,
algo con lo que romper las bolas, está bien que yo lo hago también pero vos ya sos titular en eso

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y en lo demás– el Coronel se levantó y bajando la cabeza para mirarla, preguntó –¿Y qué sería
“lo demás”?–

–Chupar pija Markus, ¿entendés o querés que te lo diga en Alemán? Penis lutschen Markus–
decía ella levantando la cara para mirarlo. Al oír el insulto, el Coronel le señaló la puerta de la
carpa mientras ella se retiraba aún insultando al mundo y él volvía a sentarse para luego agregar
–Seltsame Worte von jemandem, der so nah an dieser Größe ist– Lo cuál podría traducirse cómo
“Extrañas palabras viniendo de alguien tan cercano a esa altura”, sin dudas la mujer le agradaba,
pero a la vez, si tuviera la oportunidad de hacerla matar sin que lo maten a él, lo haría sin
dudarlo, después de todo, ¿Qué tan importante podría ser para él una piedra en el zapato?

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Luego de unos días el mensaje había llegado; un telégrafo había llegado a la compañía y exigía
que se preparara un escuadrón de hombres para secuestrar, interrogar y si era necesario,
experminar a uno de los oficiales que había caído en uno de los asaltos a las bases argentinas,
todo con el propósito de saber más sobre sus planes y grupos, o en lo posible para lograr saber
qué tipo de armas poseían los países invasores. Para éste escuadrón se eligieron diez hombre y
mujeres de la base, los cuáles tenían cómo objetivo ingresar al campamento británico en
cuestión, tomar al objetivo y llevarlo a un pequeño campamento creado para la ocasión, lugar
dónde el Coronel y la Capitana los estarían esperando para ayudar en las interrogaciones, en
especial la capitana ya que cómo se acostumbraba, ella sería el policía malo, aún así fuera en
parte contra su voluntad.

El plan resultó bien por el momento, el objetivo se encontraba atado a una silla en una de las
tiendas del campamento, esperando para ser interrogado. Fuera de la carpa, Markus se
encontraba supervisando a Catherine, –Catherine, ¿Estás segura? No sé si sea buena idea el uso
de estos “metodos” sabés cómo te hace actuar, ¿Que pasaría si no volvés?– preguntaba el hombre
mientras veía a su compañero inyectarse un líquido azul con una jeringa –Es solo heroína y
adrenalina Markus, jaja además sabés que lo hice varias veces– Al oírla, él le tomó el brazo y le
quitó la jeringa –Eso no lo hace bueno Cath, luego vienes llorando y quejandote a mi oficina por
las cosas que hacés cuándo estás drogada, sé que te ayuda a hacerlo pero no es bueno–

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continuaba a la vez que miraba las pupilas de su compañera achicarse –Tranquilo amor jaja,
estoy segura que en algún momento vas a agradecerme por esto– mientras decía eso, ambos
entraron a la carpa siendo observados por el prisionero. Sin esperar mucho tiempo la Capitana le
dio una piña en la cara para luego tomarlo con fuerza de la misma con una mano –Escuchame
pirata de mierda, más te vale entender español o lo vas a entender a las malas– decía a la vez que
apretaba masla cara del británico clavándole las uñas en las mejillas –¡No te diré nada perra!–
decía el hombre mientras recibía una puñalada en la pierna –¿Y ahora? Jaja, vamos es elegir
entre la verdad o tú vida, y de paso apostaría que también sería la de tu familia– Respirando
agitado, el soldado la miró intentando no mostrar preocupación, sabía quiénes eran ellos y qué
podrían hacerle, además tenía bien en cuenta que si no hablaba, era probable que lo que la mujer
frente a él decía se cumpliera –¡N-No, no diré nada de nada! No importa lo que hagas P-Puma–

–Markus, vení a ayudarme o te lo mato ahora– regañaba ella al Coronel mientras movía el
cuchillo aún clavado en la pierna del hombre para hacerlo gritar. Por su parte, Markus se
encontraba mirándola desde el otro lado de la carpa; su expresión no podría haberse leído bien en
la oscuridad del lugar pero podría decirse que era de pena y culpa, no por el hombre en la silla, si
no por la mujer frente a ellos, aquella a la que casi sin querer le había provocado todo eso.

Hacía tiempo, cuando Catherine apenas comenzaba a hacerse conocida y él recién había sido
promovido a Capitán, ellos habían cruzado sus caminos en los conflictos árabes. Ambos se
encontraban en las trincheras de asfalto, ocultos con lo que quedaba de su pelotón en las ruinas
de un edificio. Ella había terminado de curar a los heridos y se encontraba sentada a un lado de
él, su cabello aún largo se encontraba sobre sus hombros y algunos mechones enredados sobre su
cara, sus manos estaban bañadas de la sangre de sus compañeros y sus ojos estaban llenos de
lágrimas aunque no había llanto –Capitan, tengo mucho miedo– le dijo en un susurro dejando
notar el nudo en la garganta que estaba guardando, esa fue la única vez desde que la conoció en
la que ella pareció débil. Sin pensarlo él había pasado su brazo detrás de la cabeza de la jóven
para acercarla y abrazarla mientras le frotaba su espalda –No se preocupe soldado, estaremos
bien– fué lo único que pudo decirle antes de que una granada rebotará en una de las paredes del
edificio.

Al despertar él se encontraba en el área médica de algún campamento que no reconocía pero


sabía que era de los suyos. Cómo pudo se levantó y comenzó a recorrer el lugar buscando a la

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teniente. Mientras hacía esto se sorprendió yendo cada vez más rápido mientras gritaba el
nombre de la jóven, aterrado imaginando lo que podría haberle pasado o lo que podrían haberle
hecho los enemigos si la hubieran atrapado. De pronto logró verla, ella estaba curando a otros
heridos, se la veía cansada pero bien, con golpes y cortes en su rostro pero no más de eso. Ella
suspiró y fue hacía él tomándolo del brazo –Capitan, no debería moverse ahora, va a abrirse los
puntos, vamos a la camilla, ¿Okey?– ella comenzó a llevarlo pero él aún la estaba buscando en
su mente, había pensado tantas cosas horribles que podrían haberle pasado que se le hacía difícil
creer que ahora ella lo estaba casi arrastrando nuevamente a la cama.

Una vez en su camilla, ella le reviso las costuras y continuó regañandolo por salir a hacer
maratón por el área. Él por su parte había comenzado a sentir el dolor puesto que había cubierto
con su cuerpo a la teniente de la explosión, así causando que partes de la granada y los
escombros se clavaran en él, además de ganarse un fuerte golpe contra el piso del lugar. El dolor
era insoportable hasta para él y sentía que pronto se desmayaría por el mismo. Sin pensarlo dos
veces buscó en su bolso una jeringa azul y se la inyectó tomando una bocanada de aire. No pasó
mucho hasta que sintió los efectos de la droga y un leve golpe en la cabeza seguido de regaños
bastante fuertes –No se preocupe Teniente, es solo para el dolor y el desmayo jaja–

–¡¿Qué era eso Markus?!– al oír su nombre, el Capitán se sobresaltó y la miró confundido para
luego revolear la vista y mirar al techo del lugar –Heroína y adrenalina, ayuda en las noches de
guardía Catherine, si querés después proba un poco, dudo que te haga algo más que lo normal– si
hubiera sabido lo que esa mezcla le haría a ella, hubiera sido capaz de prohibir el uso de eso en
los campamentos, pero eso lo aprendió en el futuro. Resulta que esa mezcla era sumamente
adictiva en períodos largos o recreativos, la combinación de adrenalina con heroína hacía que los
algunos soldados entrarán en frenesí y se convirtieran en bestias adictas en el campo de batalla, y
lamentablemente eso fué lo que le ocurrió a ella. No pasó mucho tiempo para que ella comenzara
a inyectarse al menos una vez al día y peor aún, comenzara a mostrar la agresividad en el campo.
Obviamente nadie hizo más que felicitarla por su desempeño, todo mientras a un costado, su
antigüo jefe la miraba perderse entre las balas, la sangre y esa maldita mezcla que le había dado.

El resonar de la voz de Catherine lo hizo volver al momento, se acercó al prisionero y


arrodillándose frente a él notó lo que en ese pequeño tiempo de recuerdo ella le había hecho.
Tenía la nariz hecha pedazos, marcas de cortes por todo su cuerpo y un ojo cortado –Amigo por

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favor, solo queremos saber algo, una sola cosa y vas a poder irte y volver con tu familia, ella va a
matarte y dudo que se quede ahí, por favor, una sola cosa– el semi-muerto oficial acercó la
cabeza a Markus y susurró un par de coordenadas junto con una petición –Digale a mi familia
que voy a verla– fue lo último que dijo antes de soltarse y ser disparado por la Capitana –
¡Catherine!– gritó Markus mientras la tomaba del brazo con fuerza y la sacudía levemente –¿Qué
pasa Coronel? Creí que ese era nuestro trabajo– le respondió la mujer mirándolo a los ojos
mientras fruncía el seño –¡Ese hombre debía vivir! Hizo lo que debía y quería marcharse con su
familia–

–Los británicos le llaman “Familia” a su ejército igual que los yankees, además aún así fuera
verdad, no iba a dejarlo irse, podría delatarnos– El hombre la soltó y pasó las manos por su cara
mientras se sentaba en el piso de la carpa –Ya andate Catherine, quiero estar solo un rato– sin
decir mucho, ella se marchó dejándolo solo, justo a tiempo cuándo sus ojos empezaban a
lagrimear –Mierda Catherine, ojalá nos maten a ambos– decía entre susurros mientras se secaba
las lágrimas e intentaba que no lo oyeran, odiaría que lo vieran así, llorando porque su
compañera volvió a hacer un trabajo bien. La odiaba, se odiaba y odiaba todo lo demás, en
momentos así solo quería matarse pero sabía que si lo hacía era probable que muchos más lo
acompañaran y él no quería eso. Por eso y en un último momento de imprudencia depresiva, le
mandó a ella un mensaje que contenía solo tres palabras “Capitana, tengo miedo”

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