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| 9 i www.loqueleo.santillana.com © 2006, Annes FenraRt (© 2006, 2014, EnIcroNes SANTILLANA S.A. © De esta edicién: 2016, EDICIONES SANTILLANAS.A. ‘Av, Leandro N. Alem 720 (CLOOLAAP) Ciudad Auténoma de Buenos Aires, Argentina ISBN: 978.950-46-4594-8 Hecho el depésito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina, Printed tn Argentina, Primera edicin: enero de 2016 Segunda reimpresi6n: agosto de 2018 Coordinacién de Literatura Infantil y Juvenil: Mania PERNANDA MAQUIBIRA Tlustraciones: PABLO BERNAScONr Direccién de Arte: Jos CResP0 ¥ Rosa Main Proyecto grifica: Manisor Det BURGO, RuséN CHuMtLtas ¥ JULIA ORTEGA, = ‘Tembidn las estatuas tienen miedo / Andrea Ferrari; lustrade por Pablo Bernascon!. 1a ed 2a reimp.- Ciudad Auténoma de Buenos Aires: Santilana, 2018, 182 p28. 20x14 em. (Azul) ISBN 978-950-46-4594-8 1. NarrativaJuvenil Argentina I. Bernasconi, Pablo, dus IL Titulo pp. ‘Todos los derechos reservados, Esta publicacién no puede ser reproducida, ul en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperacién de ‘nformacién, en ninguna forma ni por ningtin medio, sea mecénico, fotoquimico, electrénico, magnético, electrodptico, por fotocopis, o cualquier otro, sin el permi- +50 previo por eserito de la editorial ESTA SEGUNDA REIMPRESION DE 3.000 EJEMPLARES SE TERMINO DE IMPRIMIR. BN EL MES DE AGOSTO DE 2018 EN PRIMERA CLASE IMPRESORES, CALIFORNIA 1232, CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES, REPUBLICA ARGENTINA, También las estatuas tienen miedo Andrea Ferrari Tlustraciones de Pablo Bernasconi loqueteg Al Rey Alejandro, la Bruja Carla, el Emperador Adolfo y la Mutieca Paola, que me contaron cémo viven las estatuas Enc laprimera lista el dia en que deci- di ser estatua. Era un domingo, llovia con furia y yo no tenfa otra cosa que hacer mas que mirar el agua por la ventana y escuchar en la radio a un tipo que cantaba sobre una ola que viene y una ola que va. Pero no decidi ser estatua por la Iuvia ni por la cancién, sino porque Mimi habfa dicho la misma frase siete veces en un par de horas. —Algo hay que hacer. Y un momento después: —Algo hay que hacer, digo yo. Alguna cosa hay que hacer. Podfa cambiar una palabra o darle al asun- to tonos diferentes, segtin su estado de dnimo o nivel de cansancio, y lo que a la tarde parecia un grito de guerra apache, a la hora de irse a dormir no era mas que un murmullo mezclado con pasta de dientes mentol extra fuerte. Pero ella no espe- raba respuestas; creo que en realidad sélo lo decfa 10 para oftse. A mf, de todas formas, es0 me parecta un signo de que las cosas iban decididamente mal para nosotros. Mal y sin muchas posibilidades de mejorar. Olvidé decir que Mimi es mi madre. Empecé a decirle asi cuando era muy chica; no tengo idea por qué: tal vez simplemente no me gustaba la letra a. Yo era bastante rara en esa épo- ca. Alguna gente cree que atin lo soy. La cuestién es que me acostumbré a ese nombre y ya no me sale llamarla de otra manera. Mimi acababa de pronunciar la frase por sexta vez cuando abri el cuaderno y decid inaugu- rarlo con una lista. En realidad, el cuaderno era un diario intimo que me habjan regalado en mi ultimo cumpleafios. Pero a mf no me gustan los diarios: estén Henos de confesiones sentimentales Y otras estupideces romanticas. Este tenfa tapas color rosa y decia en el frente “Mis secretos” con letras y corazones rojos. Estuve por tirarlo, pero al final decid{ cubrir la frase con la foto de mi ban- da de rock preferida y usarlo para hacer listas. Las listas para mf son mucho mejores que los diatios: dicen lo que dicen sin perder el tiempo. Esto decfa la primera: Sobre este tiltimo punto no agregué deta- Iles porque no tenfa ganas de pensar y menos todavia de escribir nada que tuviera que ver con Peto no era facil ignorar los algo-hay-que-hacer de Mimf, que venian repitiéndose peor que publi- cidad de la tele, Cuando yo volvia a casa y ella pronunciaba el tercero 0 cuarto del dia, empezaba a inquictar- me. El centro del problema era que en los iltimos meses la plata no alcanzaba para todos los gastos: el alquiler, la comida, mis titiles de la escuela y los pafiales del enano. El enano es mi hermano Nacho, quien se resiste a crecer en altura aunque come més que una manada de biifalos. Mimi dice que su ritmo de crecimiento es perfectamente nor- mal y que yo soy muy impaciente, pero ustedes verdn a quién creerle. 1 12 Por muchos algo-hay-que-hacer que solta- ra, no habia demasiado que ella pudiera agregar a sus tareas, porque trabajaba diez horas por dfa en un negocio vendiendo ropa y después venia a casa a ocuparse de nosotros. Tampoco se podia esperar mucho del enano, que a los dos afios no mostraba ninguna habilidad especial més que su descomu- nal hambre, y era dificil que le pagaran por ello, Quedaba yo. Venfa pensando en ese asunto desde hacia tiempo. No le habfa dicho nada a Mimf porque sabia que iba a oponerse a que hiciera cualquier otra actividad mds que ir a la escuela. Igual, yo me habja armado una lista de posibilidades para ganar dinero, aunque terminé précticamente por descartar todas. También anoté esa lista en mi cuaderno. Tenfa gtabada una frase que una ver me dijo mi tio Antonio: “Uno tiene que descubric Jo que le sale bien antes de hacer nada”. Tal vez ustedes se pregunten qué hace él tras pronunciar semejante frase y la cosa no deja de tener gracia. Porque lo que descubrié que le sale mejor que todo son las casitas con escarbadientes. ¥ le que- dan increibles, es cierto, pero atin no encontré la manera de vivir de ellas. Enconces, es contador en un banco. Porque, segiin me dijo, lo que le sale mejor después de las casitas es hacer cuentas. Bueno, a mf no. Quiero decis, ni las cuen- tas ni las casitas. Asi es que ven{a eliminando de Ia lista todo lo que se me ocurria hasta que me di cuenta de que lo que a mi me sale perfecto es no hacer nada. De verdad, la gente siempre se asom- bra cuando me ve sentada en el sillén haciendo nada un rato largo. Es que lo que hago pasa por dentro de mi cerebro: historias, ideas, la cara de 14 Daniel, jugadas magistrales de ajedrez, el disesio de un pantalén que se hace pollera, todo eso un poco mezclado, Estuve unos dias pensando cémo explotar esta habilidad mia para no hacer nada hasta que una tarde que caminaba por un parque lo tuve frente a mis ojos: tenia que ser estatua. Seguro que las han visto alguna vez. Se colocan sobre un pedestal con un buen traje y Ja cara maquillada. Y se quedan completamen- te quietas, sin pestafiar ni rascarse la nariz hasta que alguien les pone una moneda en la alcancfa. Entonces se mueven muy despacio, como en cémara lenta, hasta que vuelven a la posicién ante- ior. Por lo que pude ver en un parque cerca de casa, las cosas no les van nada mal porque a cada rato se oye caer una moneda. Cuando llegué a la conclusién de que iba a ser estatua me sentf euférica, como si acabara de inventar la calculadora (ya s¢ que se dice “inven- tar la pélyora’, pero yo creo que el que inventé la polvora le provocé muchos problemas al mundo; en cambio, el que inventé la calculadora hizo feliz aun montén de gente que ya no tuvo que hacer més cuentas). Durante un dia mantuve esa sensa- cién de calor en el pecho y hasta estuve a punto de cometer la estupidez de decitle a Mimi que 15 nuestros problemas estaban por terminar gracias ami gran idea. Después me di cuenta de que ni siquiera sabia si iba a poder soportar todo ese tiem- po sin moverme ni refrme ni estornudar. Lo primero, me dije entonces, es probarme. Asi que un dfa me paré frente al espejo del bafio y ensayé vatias posiciones. Me parecié que me que- daba muy bien una con el brazo derecho levanta- do y la cabeza un poco hacia atrés. Todo muy digno y clegante, como una diosa. Miré la hora y me preparé para aguantar. Al rato només senti que la parte superior del brazo empezaba a dolerme, como si alguien me estuviera clavando agujas. Soporté un poco més, hasta que me parecié que el brazo entero estaba a punto de desprenderse de mi cuerpo y caer, y si me quedaba sin un brazo ya no podrfa ser estatua, salvo que imitara a la Venus de Milo, no sé si la conocen, que es una famosa esta- tua sin brazos. Entonces me senté, Miré el reloj: sélo habjan pasado siete minutos. Un fracaso. Me deprim{ aproximadamente una hora y media. Después recordé owra frase de mi vo (se habrin dado cuenta ya de que es una persona que acufia muchas frases célebres, auunque un poco ridicu- las), que dice asi: “Bl que no sabe pregunta, y el que no entendié vuelve a preguntar”, Les podré pare- cer una estupidez, pero a m{ me vino muy bien en 16 situaciones dificiles de mi vida, como cuando me tomé el colectivo en la direccién contraria a la que debia ir y apareci en Villa Ortizar, que es un barrio de Buenos Aires que yo nunca habia oido nombrar, Bueno, tenia que encontrar a quién pre- guntarle cémo ser una estatua, Por supuesto no se lo iba a preguntar a mi maestra, sino a una esta- tua de verdad. Tave que esperar hasta el sibado, cuando podia ir hasta un parque donde siempre se paraba una. Asi fue como conoci al Rey. Ga Megué a la plaza, el Rey ya se habia subido a su pedestal y un grupo de personas lo miraban. Llevaba un traje fantastico, todo blan- co, igual que su peluca, su corona, sus sandalias y su capa. Blanguisimos. Mientras estaba inmévil tenfa los ojos cerrados, aunque a mi me parecfa que cada tanto espiaba un poco entre las pestafias sin abrirlos del todo. Le pusicron la moneda, él hizo su magnifica reverencia lentamente, mir6 al piblico con un asomo de sonrisa en la boca y volvié a la quiewud. El grupo (creo que eran turis- tas alemanes, aunque igual podian ser suecos 0 norteamericanos, porque las lenguas no son mi fuerte) lo admiré un rato més, comenté cosas que no entend y siguié de largo. Fue cuando decidi acercarme. No sabfa muy bien cémo ditigirme a Aly creo que no elegf la mejor forma. —Oiga, estatua —le dije. Nada. El tipo ni pestafied. Insist’, aunque un poco més formal. 18 —Sefior estatua, quisiera hablar con usted. Otra vex nada. Como si fuera de piedra. Pero yo no me iba a dar por vencida tan ficil, entonces decidi sentarme bajo el drbol que estaba a su lado y esperar. Recordé otra frase de mi tio Antonio, que dice: “Si uno sabe esperar, come la manzana cuando estd en su punto justo” (la ver- dad es que a mf las manzanas no me gustan, pero me dijo que no interpretara todo literalmente, que lo importante es la parte de la espera, no la de la manzana). Aptoveché el tiempo —una hora, treinta y tes minutos y veinte segundos: tengo reloj con cronémetro— y pensé los argumentos que iba a utilizar para convencerlo de que me ensefiara a ser estatua. Los anoté en mi cuaderno. Entonces el tipo se bajé. Lo hizo con modales de rey, como si tuviera a sus pies tres sirvientes esperando para colocarle las pancuflas. De su bolso sacé un cartelito que decia “vuelvo enseguida’ y lo acomodé en la base del pedestal. En ese momento yo me acerqué. —Necesito hablar con usted. Apenas me miré. —Si, ya me habia dado cuenta. Pero aho- ra tengo un descanso de sdlo diez minutos y no puedo. Si querés, quedate hasta que termine: me faltan dos horas. Me parecié un caradura. Con todo lo que lo habia esperado y ahora pretendfa sacarme de encima as{ només. Yo no pensaba quedarme otras dos horas ahi sentada y cité otta frase de mi tfo: “La espera desespera” (ya sé, ustedes diran que esta frase es contradictoria con la anterior, ‘pero qué pretenden, una persona que produce tantas frases célebres tiene que contradecirse de vez en cuando). 20 Creo que le hice gracia. Fl tipo se rié y me dijo que bueno, que podia sentarme con él mien- tras tomaba su agua mineral y comfa su sindwich. Y que hablara, nomads. Como era poco tiempo me apuré y dije todo rapido, pero con bastantes detalles. Su respuesta fueron cuatro miserables palabras, —No, sos muy chica. Y siguié comiendo como si nada, Calculé que quedaban al menos unos tres minutos mas y volvi al ataque: le expliqué que en mi casa no alcanzaba la plata, que mi mamé trabajaba diez horas, que el enano comia como dos dinosaurios en edad de desarrollo y hacfa una cantidad incref- ble de pis —lo cual significaba comprar una pila infernal de paftales-, y que mis maestros insistfan en pedir un montén de libros. Me miré. —Y tu papa? —No esté. Me quedé callada, segura de que vénfan Jas preguntas que no querfa contestar, pero la esta- tua mostré por primera vez un rasgo de humani- dad y cambié de tema. —Ahora tengo que volver a trabajar. Si de verdad estds decidida, veni mafiana a las once, antes de que empiece. Te voy a dar una serie de ejercicios y trucos para practicar. 21 Después se levanté y caminé hasta su podio, Antes de subirse se dio vuelta y me volvié a hablar, aunque ahora tenia la voz de un rey, Me parecié més alto cuando levanté la cabeza y dijo con Ja cara de quien se cree gran cosa: —:¥ obmo se llama la sefiorita? Yo me paté, hice una reverencia y respond{: Florencia, para servitlo, Su Majestad. Creo que sonrié, aunque con tanto maqui- Ilaje no era facil de decir. No le comenté nada a Mimi, porque podfa imaginarme perfectamente todas las obje- Giones que se le iban.a ocuttir pata impedirme ser estatua, A las once en punto estuve parada junto al drbol, pero el Rey atin no habia llegado. Lo vi aparecer pocos minutos después cargado con sus bolsos y creo que d se sorprendié al encontrarme. ‘Alabé mi puntualidad y me dijo que empezaba bien, porque una de las claves para ser una buena estatua es tomarse en serio el trabajo. Se vela muy distinto sin el trajey el maqui- llaje, mucho menos real. Quiero decit, menos real de realeza. Peto mucho més real de realidad. O sea que parecfa un tipo comin y cortiente. Era flaco, tun poco pelado y tenfa un lunar a un costado de 22 la cara que yo no podia dejar de mirar. Le di unos tucinta afios y no me equivoqué por mucho: més adelante, cuanto me animé a preguntarle, me dijo que acababa de cumplir treinta y dos. Era actor y cuando no tenfa trabajo hacia de estatua, lo que sucedfa bastante a menudo. Pero eso me lo conté mucho después, cuando ya éramos amigos. Aquel dia empezé a cambiarse mientras hablébamos. Lo hacfa muy tranquilo, ajeno a las miradas de la gente que se sorprendia al ver que por artiba se colocaba el tra- je y por abajo se sacaba los jeans. Lo hacia muy bien, porque ni por un momento se le vieron los calzoncillos. Me explicé que ser estatua no es nada facil y que lo primero es saber estar de pie. Hay que buscar posiciones més 0 menos cémodas: repartir bien el peso entre las dos piernas y nun- ca pretender pasar largo tiempo con los brazos extendidos, porque uno corre el riesgo de caer desmayado por el esfuerzo en slo media hora. Yo, en siete minutos, pensé, pero no lo dije. Me fue mostrando cémo tenfa que pararme, cémo poner la mano, el pie o la cabeza, cémo respirat, y qué gjercicios me convenia hacer antes y des- pués para poder aguantar. —Si querés ser una buena estatua, es muy 23 importante que te sientas tu personaje —dijo—. Si representés a un hada, por ejemplo, todos tus gestos deben ser de hada. Por un rato, tenés que olvidarte de que sos Florencia y convencerte de que tenés alas y podés volar. No sé si entendf bien todo lo que me decia, pero igual Jo anoté en el cuaderno para no olvidarme, Una de las cosas que mds me interesé fue lo del maquillaje. Sacé de un pote una crema blanca y espesa y con ella se fue tapando toda la cara: desaparecié su piel rosada, el lunar que me hipnotizaba y hasta los puntitos del afeitado. Arri- ba del maquillaje se espolvored con talco, para que no brillara. Me dijo que después hay que sacér- sclo todo muy bien y ponerse crema, porque de lo contrario la piel te queda peor que una lija vieja. Cuando estuvo listo guardé todas sus cosas en el bolso y preparé el pedestal con un ban- quito y una sébana. Entonces dio el asunto por terminado. —Bueno, ya te conté todos los trucos de una buena estatua —dijo mientras se miraba la cara en un espejo por tiltima ver—. Ahora me voy a trabajar. Dos consejos finales: practicd mucho, para conocer cudl es tu resistencia. Y cuando empieces no te pares al lado de otra estatua: hay que respetar los lugares. Te deseo suerte. 24 Pero yo pretendia mas que sus deseos. —Rey; te quiero pedir un ultimo favor. Se dio vuelta. —iNo podria pararme con vos un dfa para aprender? —Ni pensarlo. Yo soy muy profesional en mi trabajo. No quiero hacer papelones. Me enojé que dijera eso. Le contesté que me estaba ofendiendo, porque yo iba a ser una excelente estatua. Suspiré. Creo que se estaba cansando de mi. Pensé que me iba a mandar al diablo, pero en cam- bio se sacé la capa y la corona y se me acercé. —Mostrame lo excelente que vas a set —dijo, mientras me ponia ambas cosas—. Quie- ro ver a la princesa Florencia subirse al pedestal. Me tomé por sorpresa. Caminé intentan- do mantener la elegancia, aunque pisé la capa y casi me voy al piso. Después subi, me paré tal como él me habia mostrado y puse cara de nada. —Yo no veo a ninguna princesa —dijo —. Sélo veo a Florencia tratando de ser princesa. Lo intenté otra vez: hice una reverencia muy elaborada y volvi a quedarme quieta. —Sigo sin ver a una princesa. Este rey me estaba hartando. Lo miré agotada, 2 —Cilllate, sirviente! —grité con una voz aguda que no sé de dénde me salié—. Y sécame Jos zapatos, que voy a descansar. Ustedes se preguntaran por qué hablé de wy yo me pregunto lo mismo: supongo que me sond mds principesco. Entonces me senté sobre el pedestal, extendi un pie, puse cara de mandona insoportable, y me quedé asf, inmévil. Creo que el pie me temblé un poco, pero él me aplaudié. —Muy bien, princesa Flor. Te ganaste tu dia con el Rey. | Ques en encontrarnos dos sfba- dos después a las once de la mafiana junto al, Arbol. Yo me habia comprometido a practicar mucho durante ese tiempo y a Hegar muy bien preparada. Creo que llegué bastante preparada, pero para el muy bien me faltaban como dos meses, horas de inmovilidad frente al espejo y una paciencia que no tenfa: estaba ansiosa por empezar de una vez. EL Rey me habfa dicho lo que tenfa que llevar: remera, medias largas y guantes, todo blanco. También una sébana, El me iba a pres- tar la peluca, la corona y una capa por ese tini- co dia en que posarfamos juntos. Subrayé lo de “nico”, supongo que para que yo no sofiara siquicra con pedirle que extendiéramos la pruc- ba. Cuando Ilegué esa mafiana me sorprendi al ver que él también habia levado una silla. 28 La estaba cubriendo con una sabana y unos Jazos blancos para convertirla en un elegante sillén. fie va a ser m1 ono —me dijo—, no creo que por ahora aguantes mucho tiempo de pie. Estuve a punto de ofenderme, pero lo pensé mejor. Quizé tenfa razdn, porque el tiem- po maximo durante mis précticas en casa habla sido veintidés minutos antes de que me empeza- ran a temblar las piernas. El Rey me explicé la ” idea: yo estaria sentada en el trono y él parado a mi lado, con una mano apoyada en mi hom- bro. Un gesto paternal del monarca hacia su princesa, que supuestamente iba a emocionar a todo el mundo. Cuando alguien nos pusiera una moneda yo tenia que levantarme, tomarle la mano y hacer con él una especie de suave reve- rencia. Luego recomarfamos muy lentamente a la posicién anterior. Si nadie venfa en diez 0 quince minutos, él me harfa una sefia para que nos moviéramos igual y pudiésemos cambiar la posicién. Me mostré lo que tenfa para confeccio- nar mi disfraz. Una larga peluca blanca, una corona de plistico pintada con aerosol y unas zapatillas blancas que me iban un poco grandes. El vestido me lo hizo con mi sébana y unas sogas. 29 No quedé muy bien, pero la capa que habla traf- do para mt lo cubria casi completamente. Ponerme la peluca me costé mucho més que a dl, porque tengo el pelo muy largo, en general muy enredado y bastante a menudo visitado por los piojos. Mim{ se queja de que no dedico suficiente tiempo a sacarmelos, pero se equivoca. Con los piojos es asf: aunque uno los combata cada dia, ellos siempre vuelyen. Me hace acordar a una frase sobre los celos que me dijo mi to Antonio. Segiin él, los celosos estin condenados a suftir porque, hagan lo que hagan, los celos viven y crecen en su cabe- za: tal ver puedan lograr tenerlos a raya, pero jamds van a desaparecer. Bueno, con los piojos es igual. Mientras empezébamos a maquillarnos, el Rey me dijo que habia algunas reglas basicas que yo debfa seguir para posar con él. Es lo que yo llamo el decilogo de la buena estatua. Tenés que respetarlo, cueste lo que cueste. Y emperd a recitar. Yo tomé algunas notas y después pasé la lista a mi cuaderno. 31 Ahi se detuvo. Le dije que eso no era un decilogo porque sélo habfa mencionado nueve —Buena observacién —contesté—. La décima te la voy a decir en otro momento. Cuando finalmente estuvimos listos, me ensefié mi posicién de estatua, con las manos sobre la falda y la cabeza levemente ladeada. Antes de pararse junto a mf me acomodé Ia capa y la peluca, —;Tenés miedo? Me encogi de hombtos para no contestatle. —No te preocupes, es normal —dijo—. También las estatuas tienen miedo. Los primeros cinco minutos pensé que me ibaa morit. Todo me molestaba a la vez: me picaba una pierna, se me acalambraba el cuello y me dicron ganas de ir al bafio, aunque supongo que cra mi imaginacién porque acababa de hacer- lo. Pero cuando logré tranquilizarme y dejé que mi mente vagara sin rumbo, las molestias fueron desapareciendo. Después emperé a llegar la gente. Parecia que nosotros llamabamos bastante la atencién 32. porque casi todos se paraban a mirarnos. Yo man- tenfa los ojos abiertos, fijos en un punto en el horizonte, como me habfa explicado el Rey, por que no me gusta tenetlos cerrados: me parece que me voy a caer al piso. Trataba de parpadear poco, cuando no me estaban mirando. Las monedas llegaban a menudo. Enton- ces d me ofrecia la mano, yo me levantaba muy lentamente y nos mirdbamos a los ojos antes de hacer nuestro majestuoso movimiento. Yo ofa que alguna gente hablaba de mi. —Es una nena. —Mird qué bien lo hace, tan chiquica. —;Seran padre ¢ hija? Y todo esto en medio del ruidito de las monedas que caian en la lata. Habfamos acorda- do que tras una hora harfamos el descanso y no sé como calculé el Rey, porque no miré el reloj, pero exactamente una hora después hizo una reve- rencia ante el piblico y me susurré: —Hora de descanso. Yo habia llevado unas galletas y una botella de agua. Comfamos en silencio bajo el arbol cuando Aime dijo que lo estaba haciendo muy bien. “Mejor de lo que yo esperaba —agre- go—. ¥ se esté parando mucha mas gente de lo habitual. 33 Te dije que ibaa ser una buena estarua. No pretendfa mandarme la parte, pero como dice mi tio Antonio, “no por ser modesto hay que ser idiota”. Después del descanso sélo nos quedamos tuna hora més, porque yo tenfa que volver a mi casa: habia aprovechado el tiempo que Mimi salfa con enano a hacer compras y visitar a una amiga, pero como habja evitado decitle dénde estaba, no podia demorarme mucho. El Rey comenté que también a él le venfa bien cortar temprano porque tenfa una cita a la tarde. —Le vas a tener que decir la verdad a tu mamé —me dijo después, mientras nos saciba- mos el maquillaje—. Si ¢s que pretendés seguir trabajando de estatua. Le dije que sf, pero que todavia no habfa pen- sando bien qué o cémo decirselo, y que con ella hay que ir de a poco si uno quiere evitarse problemas. Después, cuando ya estébamos limpios y cambiados, anuncié que iba a contar la plata que nos habjan dado. Entonces abrié la lata y empezd a sacar Jas monedas y también un par de billetes que mird con sorpresa, porque ~me dijo— era raro que dejaran alguno. 34 Todavfa més cara de sorpresa puso cuando terminé de contar, —Tia presencia fue un éxito rotundo, Hace mucho que no sacaba tanta plata en un rato. Nos dieton cincuenta y seis pesos: veintiocho para cada uno. Me gusté que dijera eso, porque nunca habjamos hablado del reparto del dinero. Caleu- lé que me aleanzaba para el libro de Matemética que me habfan pedido en la escuela y un pote de maquillaje. Porque pensaba seguir siendo estatua, El sonrié, —Si querés, seguimos juntos. Al menos tun tiempo. Claro que yo queria. —Sélo puedo los fines de semana —le . Los otros dias voy a la escuela, —No hay problema. También resolvimos agregar algunos ele- mentos a mi vestuario para que yo me luciera més, Después él me extendié la mano. —Princesa —me dijo—, ya somos socios Y ese dfa me convert oficialmente en estatua. dij r N. fue facil convencerla a Mimi. Antes atin que terminara de entender de qué se trataba lacosa empezé a decir que no. Que no, que de nin- guna manera, y que no insistiera porque no iba a hacerle cambiar de idea. Que a los doce afios yo no podia ni sofiar con un trabajo y menos con ese tipo del que no sabfamos nada. Que no me hiciera Ia loca y me pusiera a hacer la tarea. ° Pero yo insist igual, porque la conozco y sé que a la larga suele ceder. Aunque antes siem- pre se pone muy nerviosa durante un buen rato. Y cuando ella se pone muy nerviosa quien més se altera es el enano. Ese dia le agarré un ataque de hambre feroz y empezé a arafiatle las piernas a mamé mientras decia su palabra favorita: ‘Comer, comer, comet, comet, comer. Es que mi hermano todavia no habla bien, sdlo sabe unas pocas palabras y las repite hasta que uno tiene un irresistible deseo de matarlo. Tuve que ir corriendo a la cocina a buscar una banana y 36 tun yogur para que se calmara un poco. Porque lo que sucede si uno no reacciona a tiempo cuando Ie vienen esos ataques de hambre es que se come la alfombra. Empieza a arrancar pelusas y metér- selas en la boca a una velocidad que asusta. Una vez yo tardé en darme cuenta y cuando reaccioné ya tenfa una bola de pelusas enorme y me mordié tres veces mientras se las sacaba. Asi que no sé si ese dfa le gané por can- sancio o realmente la convenci, pero después de dos horas en que yo lancé sin parar todo tipo de argumentos a favor de ser estatua y que el enano se metié en la boca todo tipo de elementos, no siempre comestibles, ella terminé diciendo que podfa ir el sdbado siguiente a mi encuentro con el Rey, aunque vendrfa conmigo para conocerlo y dejarle “dos 0 tres cosas claras”. No me explicé qué cosas. Me hice el traje de princesa con un viejo kimono blanco que me dio Mim{y unos lazos que encontré, Ademés, me compré mi propia corona de plistico y le di cuatro capas de pineura blanca con unas témperas viejas. Y hasta consegut pres- tados unos collares de perlas falsas que me pare- cicron muy elegantes, La verdad es que hubiera 37 preferido no tener que ir con mi mam el sébado, pero no hubo remedio. De modo que a las once partimos hacia Ia plaza los es porque, claro, el enano también iba. Empecé a prepararme antes de que llegara el Rey. Lo hice répido, porque habia llevado parte de la ropa puesta. El aparecié cuando me estaba maquillando y mamé lo llevé aparte para hablar sin que yo escuchara. Igual, me llegaron algunas palabras: “muy chica’, “estudios”, “cuidado”, es decis, que ella fe estaba dando lecciones de madre al Rey. Me dio mucha vergiienza. Creo que él no dijo gran cosa, apenas lo veta asentir y sonrefr como sino quisiera contradecirla. Peto lo peor fue el escindalo que se armé porque al enano se le habfa dado por comerse unas flores amarillas que estaban muy bien cui- dadas tras una verja y el guardia de la plaza vino a retarla a Mimi por no controlarlo, No fue facil sacarlo de ahf: las flores le habfan encantado y sélo acepté dejar de gritar cuando le compramos un helado. Al final, mi mami se lo llevé a casa, pero prometié volver cada tanto a mirar. No sé si por consolarme el Rey dijo que le habfan cafdo muy bien los dos. 38 Ese dia nos fue todavla mejor. Toda la gente que pasaba se paraba delante de nosotros y nos miraba. Y la mayorfa ponfa alguna moneda para que nos moviéramos. Tanto movimiento ter- miné por agotarme, aunque la sensacién de que éramos un éxito servia para olvidar otras menos placenteras, como los pies hinchados o fa marca de transpiracién que crecia bajo mi brazo. En un momento noté que habia un chico sentado en el césped que nos observaba. Tenfa a su lado una botella con agua jabonosa y una de esas escobillas que se usan para limpiar vidrios. Supuse que serfa uno de los que se paran junto a los seméforos y oftecen limpiar los parabrisas, cosa que en general nadie quiete. Se quedé mucho tiempo miréndo- nos fijamente, pero no hizo ni dijo nada. Otra gente si que hacia comentarios. Ima- gino que mi estatuta llamaba la atencién o tal vez era, como dijo una mujer, el escaso tamafio de mis pies. Pero de pronto se pararon dos sefioras y empezaron a ctiticarnos mientras me sefialaban 2 mi. Que tan chica y trabajando, que deberfa estar jugando en vez de hacer de estatua, que me explotaban.., Hasta que una de ellas, la més desa- gradable, que tenia la cara gorda y una sombra de bigote sobre el labio, me miré y dijo: — ;Nos no tenés mami, nena? 39 Me morfa por contestarle a la gorda bigo- tuda. Hubiera querido pelearme con ella y decirle que se mandara_ mudar con sus opiniones porque no sabia nada de mi ni del Rey, ni de los moti- vos pot los que yo estaba ahi. Pero me mordi los labios y me quedé callada. Regla mimero uno de una buena estatua. Después, el Rey me dijo que habia reac- cionado bien. Que soportar gente odiosa también es parte del trabajo y lo mejor en esos casos es la indiferencia. Bue algo que aprendi en ese, mi segundo dia como estatua. También logré aguantar las ganas de toser que me dieron y la sed, porque hacia un poco de calor. Mientras nos sac4bamos el maquillaje, a la tarde, él hizo la pregunta que yo habfa estado esquivando. —jMe vas a contar qué pasa con tu papa? Por suerte yo tenia el espejo en una mano y me tapé un poco la cara mientras me pasaba una toalla hiimeda, —Se fue hace ocho meses y no sabemos nada de él le contesté—. Vos qué crema usés después? —Una humectante cualquiera. Dijo eso y durante los siguientes minutos 40 evaluamos si era mejor sacarse el maquillaje pri- mero con las toallitas que se usan para limpiar a os bebés 0 con algodén embebido en crema. Y seguimos con los precios y marcas de las lociones limpiadoras. Pero él no se habfa olvidado. —;Me doblis la sébana del trono? —dijo después, mientras guardaba el traje en el bolso—. ‘Asi que ocho meses. :Y por qué se fue? —Guardé el cordén mientras la doblo, que se va a perder. No sé bien por qué: se aca- baban de separar con mi mamd y dijo que tenfa posibilidades de conseguir trabajo en el sur. Al principio llamaba, :Te doblo la capa también? ——S{, pero no tantas veces que se arruga mucho. {Y por qué dejé de llamar? —la doblo en tres, entonces. No sé, el primer mes mandé plata y llamé un par de veces y después, nada, —2No le habré pasado algo? No. Cuidado que te ests dejando la peluca afuera. Un amigo de mi mamé lo vio en Bariloche. Esté bien, sélo que no llama. Durante un rato nos dedicamos a embalar todo en silencio. —Mird que perderse unos hijos como ustedes —dijo cuando ya estaba todo listo—. Hay que ser imbécil. 41 Le dije que igual ya no pensaba en eso. Que habla otras cosas més importantes en mi vida. —;De verdad no pensés? —pregunté con un tono escéptico. —De verdad —dije. Por supuesto, mentia. N sé si toda la gente tiene en algin momento un enemigo. Alguien que parece haber vyenido al mundo s6lo para hacerte la vida imposi- ble. Bueno, al menos yo la tengo. Mi enemiga se llama Claudina, Los problemas entre nosotras empezaron en primer grado, cuando discutimos por una ton- teria y ella logré poner a cuatro chicas en mi con- tra, Eso es lo que més me irrita: el poder que tiene para convencer a otras personas de que piensen lo mismo que ella, Y hay otras cosas que me molestan. Las anoté en mi cuaderno. poeta El afio pasado empezé a usar corpifio, aunque en verdad el asunto en ese momento no tenfa ninguna funcién, porque no habia demasia- do para cubrir. Era s6lo para mandarse la parte. Pero después cambié y ahora tiene bastante cuer- po. Como dicen las madres, “este afio. dio un estirén”. Los varones, en cambio, dicen otra cosa: “esta fuerte”. Y yo, en tanto, nada. Mientras a mi alre- dedor otras chicas se estiraron por todos lados yo sigo igual. Piernas flacas, cara flaca, cuerpo flaco. Sé que en algiin momento va a ocurrir, porque todo el mundo crece tarde o temprano, pero la cuestién me genera bastante impaciencia. Y es 45 evidente que a los chicos les interesan més las que ya se estiraron. Pero creo que lo que més me molesta de todo es ef iltimo punto, es decir que también a ella le gusta Daniel. Y sospecho que hay posibili- dades de que ella le guste a él. Toda esta introduccién fue para explicar lo que pasé un dia en que estaba posando en la plaza con el Rey. Una catéstrofe. En la escuela yo sélo le habia dicho a Julia, mi mejor amiga, que habfa empezado a trabajar de estatua. No porque me avergonzara, sino porque no me gusta llamar laatencién y que todo el mundo me sefiale y mur- mure cosas. Ya bastante tenia con Mimi, que cada vez que yo iba a hacer de estatua se daba una vuel- ta por la plaza para meter la natiz. Ella lo llamaba “controlar que todo estuviera bien”, pero lo Ileva- ba al enano, que no tenfa mejor idea que pararse a mi lado, tirarme besitos y después gritar como loco porque yo no se los devolvia. Yo sabfa que podia suceder. La plaza que- da sélo a cinco cuadras de mi escuela, de modo que era probable que en algtin momento alguien me reconociera. Peto hubiera preferido evitarlo. Sobre todo con ella. 46 Apatecié a la tarde, con su grupo de seguidoras. Ties chicas que parecen haber dejado olvidado el cerebro en algiin lado porque lo tinico que dicen es “s{, Claudia’. Supongo que ya debian saberlo: no pare- cieron sorprendidas de verme ahi. Al contratio, las vi venir de lejos y se dirigian directo hacia el lugar donde estabamos el Rey y yo. Por un momento tuve la vaga esperanza de que no fuese més que una casualidad, de que ni siquiera me reconocieran. Porque no eta ficil, con Ja cara blanca y la peluca. Pero no, caminaron dere- cho hasta nosotros y se pararon a mirarnos. Prime- ro unas tisivas, unos codazos. Yo nada, como si no me hubiera dado cuenta de que estaban ahi. Des- pués of que Claudina decta: —A ver si se re. Y empezaron a saltar a mi alrededor, a hacer morisquetas, a sacar Ja lengua, Una exhibi- cién de estupides aguda. Yo me quedé de piedra, como una verdadera estatua. El rato me parecié eterno hasta que Claudina dijo: —Y qué tal si le hacemos cosquillas. ‘Ah{ empecé a transpirar, porque si hay algo que yo no soporto son las cosquillas. Me ponen histérica, Creo que me salvé un grupo de gente que se pard junto a nosotros y dejé caer una 47 movimos y noté que el Rey una de moneda. Entonces nos aproveché para dirgirles una mirada dura, vtas miradas mondrquicas que sélo él ¢s capaz de hacer y que parecen decir: ahora te mando ala hor- «a, Ellas se quedaron calladas y al ratito Claudina dio la orden de partida a sus seguidoras. Mejor nos vamos, porque estos dos son aburtidisimos. Se fueron y yo suspiré tan fuerte que se me agité la peluca. No hay que set adivino para imaginar que a partir de ese dia las cosas se complicaron. Clau- dina le conté a todo el que pudo que yo estaba haciendo de estatua y noté que en la escuela me empezaban a mirar raro. Para peor estaba con clla en el equipo de voley y esa semana nos tocé jugar ¢l partido contra séptimo B. Se suponia que teniac mos que desarrollar estrategias conjuntas contra el equipo contratio, pero nos pasamos molestindo- nos una a la otra. Yo gané en maldad, porque “tro- pecé” accidentalmente con ella en el momento en que se tiraba a agarrar una pelota, cay6 sentada y la pelota le dio en la cabeza. Estuve mal, lo sé, pero no pude evitarlo. Igual ganamos, aunque no gracias a mi. Nia ella, personne 48 Como podia preverse, el fin de sema- na siguiente hubo un desfile de conocides para verme. Yo me sentfa como un mono enjaulado, porque me daba cuenta de que a la mayorfa no le importaba nada de la estatua que componfamos con el Rey: sélo querfan ver si yo me movia justo cuando pasaban para decir después que no era una buena estatua, Tentfan, en cualquier caso, diferentes acti- tudes. Hubo dos chicos que no se atrevieron a acercarse: me miraron desde lejos, medio escon- didos tras un dtbol, y luego se fueron. También vinieron un par de esttipidas de séptimo “B” que intentaron hacerme reff, pero se rindieron porque yo no movi ni una ceja. Micaela y Ana, dos ami- gas, me observaron un rato, dijeron que estaba pre- ciosa y antes de irse me saludaron, aunque sabfan, que no les podia responder. Parecia que ahi terminaban las visitas. Pero cuando faltaban pocos minutos para que decrets- ramos el final del dia, apatecié él. Lo reconoct desde lejos, por el pelo enrulado y esa rara manera de caminar que tiene, como arrastrando los pies. En mi interior pedf por favor que no se acercara, pero mis deseos no se cumplieron, Daniel caminé despacio hasta nosotros y se paré enfrente. Al Rey apenas lo miré: tenfa los ojos fijos en ml, re 49 Me empezé a temblar el cuerpo, aunque no s¢ si se novaba afuera 0 sdlo se movia por den- tro. En ese momento él puso una moneda en la alcancfa e hicimos nuestro saludo de rutina. A mf el corazén me latfa tan fuerte que me parecié que Daniel iba a poder oftlo. Y no sélo dl, sino tam- bign el Rey, el petto que hacia pis a pocos metros y hasta el vendedor de globos de la otra esquina. Tuve la sensacién de que ese dia nuestro movimiento duré més que nunca, aunque tal vez sélo fue porque estaba muy concentrada en dete- ner el temblor. Una vez que recuperamos la inmo- vilidad, Daniel sonrié y se fue. Al menos creo que sontid, pero en verdad yo habia dejado los ojos en el horizonte, no tanto por ser fiel a mi condicién de estatua como por miedo a mirarlo. Todo eso me habia agotado tanto que me parecié que ya el cuerpo no me sostenta, Para dis- traerme, me puse a pensar en lo que me gusta de Daniel. Después lo anoté en mi cuaderno, EL Rey no mencioné el tema hasta mucho mis tarde, cuando yo estaba terminando de sacar- me el maquillaje y él guardaba la ropa. —2Pasa algo con ese chico que vino al final? —Es un compafiero de colegio. —Me imagino. Pero mi pregunta era otra. —Cudl? —Si hay algo entre ustedes. —Para nada. —jNo? —No. Sontié y levanté la vista de lo que estaba haciendo. —Princesa, soy estatua, no tarado. Yo me encogi de hombros y fing que me segufa sacando los rastros del maquillaje para poder taparme la cara con el espejo y alejarla de sus ojos. U par de dias después mi maestra Paula me dijo que me quedara en el recteo porque que- ria hablar conmigo. Pensé que podfan ser dos temas: la Matematica 0 mi trabajo de estatua, y no me interesaba conversar con ella ninguno de los dos. Pero uno no se le puede negar a la maestra, asi que me quedé. Hay que ver cémo la conozco: termina- mos hablando de ambas cosas. Empez6 con la estatua y dijo lo previsible. Que yo eta demasiado chica, que no tenfa edad para trabajar y que de esta forma estaba descuidando los estudios. Le contesté que eso no era cierto, porque desde que habla empezado mis notas no habfan bajado. —Tampoco subieron —retrucé— y sabés que tenés que levantar Matemética, Estuve por contestarle que si no mejoraba en Matematica era una responsabilidad compattida por- que yo —junto con la mitad del grado- no entendia ni jota lo que ella explicaba. Y que deberfa mejorar sy 52 sus mécodos, Pero pensé que todo eso le iba 4 caer muy mal. Entonces dije que estaba haciendo un esfuerzo, aunque a mi la Matemética no me gusta- ban y eso no tenfa nada que ver con ser estatua. —2¥ tus padres qué dicen de este trabajo? Hice un silencio mientras pensaba qué res- ponder a eso. Al final le dije que mi mamé al prin- cipio no estaba muy de acuerdo, pero que lo habia aceptado. Que eran sélo los fines de semana. Y que igual no era un verdadero trabajo, sino algo que a mi me gustaba hacer, No se conformé. Hay gente que disfruta metiendo el dedo en la llaga. AY tu papd? —Mi papé no opina porque hace ocho meses que no lo veo ni sé nada de Me parecié que le costaba digerir la infor- macién. —Lo lamento, Florencia, no tenia idea —tartamuded. Le dije que no habia problema, que ya me habfa acostumbrado. Creo que se quedé mucho més preocupada que yo. EL Rey me hablé de los caracoles un dia durante nuestro descanso. Me cont la historia de su amiga Mariela, que trabajaba de estatua en la 58 rambla de Mar del Plata. Su estatua era una sirena blanca que se apoyaba en un paredén y miraba al horizonte, como si esperara que alguien Hegara a buscarla por el mar. Llevaba puesta una deslum- brante cola donde habfa cosido infinitas mostaci- llas blancas que brillaban al sol. ‘A Mariela le gustaba regalarles algo a los chicos que se detenfan a mirarla. Entonces cuan- do alguno ponia una moneda en su alcancfa, ella movfa coino en cdmara lenta la parte superior de su cuerpo, sacaba de una canasta uno de los caraco- Jes que juntaba en la playa y se lo entregaba. Un dia aparecié un muchacho en la Rambla y se quedé miréndola como hipnotiza- do. Contradiciendo todas las reglas de la buena estatua, ella le sostuvo la mirada. Le parecié el tipo més lindo del mundo, con esos bucles dora- dos sucios de arena y unos ojos color mie! que parecian derretirse con el sol, Esas fueron las palabras que ella usé después, porque habfa que- dado muerta por él. Pero estaba prisionera de su inmovilidad y no pudo hacer nada. A partir de ese dfa, no dejé de pensar en el tipo: caminaba por las calles de Mar del Plata esperando encon- trarlo y hasta lo sofiaba por las noches. Pero él no aparecia. Se lo conté al Rey una tarde mien- tras tomaban mate en la playa. 54 —,Cémo, vos también estabas en Mar del Plata? —Si, hace dos veranos fui a trabajar allé un par de meses. Te decfa, entonces, que me conté la historia y yo le dije que debia estar preparada porque el tipo podia volver a aparecer cuando ella estuviera trabajando y no podfa dejarlo ir otra vez. Asi surgié la idea de escribir algo en un cara- col. Un mensaje sdlo para él. Recortieron la playa juntos en busca de uno que fuera suficientemente grande para permitir al menos algunas palabras, Ella lo iba a tener separado del resto y cuando el mucha- cho apareciera lo pondrfa en sus manos. Al fin sucedié: unos dias después él volvié a pararse junto a cla. La miré largamente y Marisa estu- vo a punto de moverse sin que nadie colocara la mone- da, del puro terror a perderlo otra ver. Pero la moneda cayé y ella le entregé el caracol. El tipo ni siquiera lo miré. Lo mantuvo en su mano cerrada unos minu- tos, después le sonrié y empezd a alejarse, Marisa creyé que se le escapaba sin remedio y estuvo por ponerse a llorar, lo cual hubiera sido un desastre con tanto maquillaje. Pero él sélo habfa avanzado unos pasos cuando abrié la mano y observé el caracol. Entonces volvi6, buscé un lugar donde sentarse y esperé a que ella terminara de trabajar. Esa misma noche ya caminaban abrazados por ka playa. rT | | 55 —2¥ qué habia escrito en el caracol? —Nunca me lo dijo. Me parecié una historia preciosa. Pero recién cuando terminé me di cuenta de que el Rey me la contaba con un propésito. —Podrfas hacer lo mismo —me dijo—, tener algo preparado en caso de que aparezca otra ver. ese chico que te gusta. Estuve a punto de negar otra vez que me gustara, s6lo por mantenerme firme con lo que habla dicho. Pero como dice mi tio Antonio: “Hay un limite para hacerse el idiota”. Yo ya lo habia pasado. Esa misma tarde, mientras nos sactbamos los trajes, le dije al Rey que su idea estaba muy bien, pero no tenfa sentido porque yo estaba con- vencida de no gustarle a Daniel. —sPor qué —pregunté—. Si sos muy linda. —No tengo cuerpo —le dije. El se rid. —:Qué, te lo amputaron? —Cuerpo —insisti, dibujando con mi manos una silueta de mujer tipo modelo—, con- migo todavia no pasa nada. —Y eso qué importa? Ya va a pasar. Vos 56 sos linda y sos inteligente, no como esas taradas que vinieton a hacernos teit. Le dije que seguramente esas taradas le parecfan més atractivas que yo a Daniel. El Rey me miré con aire de superioridad. —Creeme, Princesa, que yo de esto sé. A ese chico le interesds: se le notaba en los ojos. No sé si fue porque tenfa ganas de creer- le, pero acepté esa opinién que no tenia el més minimo fundamento y nos dedicamos a pensar cual podia ser la estrategia en caso de que Daniel volviera a aparecer. Los caracoles estaban descar- tados, porque no habia de dénde sacarlos. Yo sugeri piedritas de la plaza, pero el Rey me dijo que no habia cémo escribir algo en esas piedras oscuras ¢ irregulares. Al final la idea se le ocurrié a él: barquitos de papel. Me dijo que hiciera varios, y si Daniel venia debia fingir que eso fue- ra parte de la rutina. Un barquito a cada persona que ponfa monedas en la alcancia, Sélo que a le daria uno con mensaje, AY qué escribo? —iso lo tenés que decidir sola. Me quedé pensando en eso el resto del dfa. ¥ la noche. A cada rato me decla que todo era una idiotez, porque yo no le gustaba a Daniel y él nunca iba a volver a verme en la 87 plaza. Y al momento siguiente pensaba lo contra- tio. A las cuatro de la mafiana prendi la luz de mi habitacién y me puse a hacer barquitos. Hice veintisiete. También empecé una lista con lo que se me ocurtia para escribir adentro. Ya sé que no eran muy variadas. Igual no me decidf por ninguna. U dia el Rey me hablé del concurso. Se hacia todos los afios en una galeria y partici- paban estatuas de distintas partes del pais. Habfa que estar exhibiéndose un dia entero (aunque se podfa tomar varios descansos, aclaré ante mis ojos de susto) y la gente que visitaba la muestra des- pués votaba la estatua que mis le habfa gustado. Las tres primeras obtenian premios. El crefa que podiamos estar entre las mejores, aunque si nos presentébamos yo iba a tener que mantenerme de pie, porque lo del trono ~dijo esto bajando un poco la vor~ estaba bien para la plaza, pero no era muy serio, Ya habia estado parada un dfa en que 1 no habfa podido Hevar la silla, y tal vez gracias a que habfamos hecho mas descansos de lo usual, lo habfa soportado bastante bien. Entonces le dije que si, yen los dias siguientes nos dedicamos a pre- parar nuestras posturas y retocar algunos aspectos del vestuario. 60 Para ese momento, yo ya habfa mejotado bastante el mio, Acababa de estrenar una peluca nueva que me habfa comprado en una casa de dis- fraces. Era muy larga, con unos preciosos bucles, y cuando terminé de blanquearla con pintura en aerosol quedé perfecta, suficientemente pesada para que luciera como el pelo de una estatua y casi no se agitara con el viento. También tenia nuevos guantes, porque los anteriores eran de mi mama y me quedaban un poco grandes. El Rey aproveché las ganancias de un buen domingo para comprarse tela para una capa nueva, porque una tarde un perro Ie habia meado la suya cuando acababa de quitirsela. Y aunque la lavé, seguia oliendo como un bafio de estacién de tren, 0 al menos eso crefa él. Preparamos nuestra postura con cuidado: él me offecfa una mano abierta y yo apoyaba ape- nas mis dedos en su palma. Mi cabeza debia estar ligeramente inclinada hacia arriba, de modo que nuestros ojos se encontraran. La clave del asunto, decta el Rey, era lograr el equilibrio justo entre la ternura de una mirada padre-hija y la magni- ficencia de la imagen rey-princesa. Que la gente babee de emocién, dijo él. Creo que quedamos perfectos. Igual, cuando entramos a la galeria y vi todas esas espléndidas estatuas preparindose, me 61 sent{ una pulga insignificance. Creo que el Rey se dio cuenta porque me susutté que no me preocu- para, que ibamos a ser los mejores. Después me presenté a todos sus conocidos, que eran muchos: un robor, una bailarina, un emperador plateado, una cabeza sin pies y una novia con traje de cola. Me dijo Jos nombres, pero me los olvidé enseguida. Me tranquilicé cuando empez6 la mues- tra, porque vi que también ahi tenfamos éxito: mucha gente se detenfa a mirarnos y hacia comen- tarios. Pero en ese lugar no debiamos movernos a cada rato como en a plaza: tenfamos que hacerlo lo menos posible, slo para relajar la tensién. Des- cubri que eso era bastante malo, ya que no habia muchas oportunidades de cambiar la postura ni rascarse la nariz. Porque eso fue lo que me suce- did: me empezé a picar la nariz de una forma horrible. Por un momento pensé que no iba a poder soportarlo, pero entonces me dije que una tonta nariz no arruinaria mi estatua. Apelé a todo lo que me habfa ensefiado el Rey: me concentré en la respiracién y luego dejé que mi mente vagara por asuntos varios, como Daniel, las zapatillas nue- vas que me habia comprado con mis ganancias y el cuento que tenfa a medio hacer para la clase de Lengua. Todo tan lejos de mi nariz que creo que logré derrotarla. 62 A media tarde Ilegaron Mimf y el enano, que habfan prometido ir a vernos. Of la vocecita a lo lejos. —Eratua, etatua, ctatua —decfa (tiene problemas con la ese). De pronto me descubrié a mi y empezé a correr para abrazarme. No sé si dije ya que soy el objeto de adoracién de mi hermano: creo que nunca habré otro hombre en el que yo despierte tanto entusiasmo. Me aterroriz6 verlo avanzar a la carrera, con los brazos levantados y esa cara lena de baba y galletita de chocolate que pensaba refre- gar contra mi traje impecable. Por suerte Mimi corrfa tras ély logré levantarlo por el aire antes de que se me tirara encima. —Forencia! jForencia! —grité desespera- do (también tiene problemas con la ele), mientras pataleaba tratando de liberarse. Creo que algunas estatuas se rieron por lo bajo (especialmente un vaquero y un dios Zeus que teniamos al lado), pero yo me mantuve inmévil. Tras el ultimo descanso, el Rey me dijo que sdlo nos quedaba una hora antes del final de la muestra. Yo estaba bastante agotada, pero la idea de terminar pronto me dio energfas. Habia 68 decidido concentrarme en mi respiracién para olvidar el cansancio cuando of una voz conocida. Deseé equivocarme, porque era la voz de mi tfa Alcira, que no es precisamente la preferida entre mis tias. Es la hermana mayor de mi pap4 y me mira siempre con la nariz algo fruncida, como si estuviera oliendo algo que no le gusta. Lamentablemente no me equivocaba. Creo que ella tardé en reconocerme, porque venta con- versando animadamente con otra mujer, y recién cuando se detuvieron frente a nosotros noté que cambiaba su tono de voz. Yo no la miraba, mantenia inalterada mi postura de princesa, con los ojos eleva- dos hacia el Rey. Pero entonces of: —(Florenci No contesté y ella le susurré algo a su acompafiante. Se quedaron un rato més mirdndo- nos y luego se fueron. Present{ que pronto volve- ria a verla y, lamentablemente, tampoco esta vez me equivocaba. Una vez que la muestra se cerré al pibli- Co, nos sentamos a descansar mientras los organi- zadores contaban los votos. —Los otros estuvieron mejor —le dije al Rey, 64 —Esperd y no seas pesimista, Esperamos bastante. Después nos Ilama- ron a todos a una sala en la que habia bebidas y papas fritas, donde se leyé el veredicto. No fui- mos los mejores, pero salimos terceros. Cuando anunciaron nuestro nombre me puse a saltar de alegria y de pronto me di cuenta de que todos me estaban mirando y nadie més que yo saltaba, lo que me dio mucha vergitenza, El tercer premio no inclufa plata, sino sélo los honores, pero me parecié que también el Rey estaba contento. Es buena publicidad, me explicd. Después me regalé el diploma que nos entregaron. Para que siempre me acordara de ese momento, dijo, y le contesté que no pensaba olvidarme nunca en la vida. Llegué muy feliz a casa con el diplo- ma, que pensaba colgar en mi habitacién. Pero Mim me esperaba con la noticia de que habia llamado mi tia, que estaba un poco histérica, y que al dfa siguiente vendria a conversat. Pregun- té si podfa estar casualmente ausente cuando llegara o incluso escondida debajo de la cama, pero me dijo que no. Con el tono que le pone al “no” cuando realmente no hay muchas posibi- lidades de discutir. 65 Mi tia Hlegé el domingo a la peor hora, que es cuando yo acabo de levantarme y todavia ni siquiera alcanzo el minimo de lucidez suficien- te como para decir buen dia. Ella, en cambio, venia dispuesta a decir montones de cosas. Mien- tras me vestia of que discutia nerviosamente con mi mamé. Debia estar echéndole culpas por mi decisién de trabajar porque de pronto la voz de Mimi se clevé: —Si alguien tiene la culpa de esto es tu hermano —le dijo—, que hace ocho meses no aporta un centayo a esta casa, Mi tfa se quedé unos segundos muda. Por- que al parecer estaba en la luna: creia que desde el sut, mi papé segufa llamandonos y mandando pla- ta. Pero enseguida recuperd la vor y siguié repro- chindole a mi mama que me permitiera trabajar, siendo tan chica y con tantos peligros acechando en la calle. La conversacién se estaba volviendo tensa y el que se puso més nervioso fue el enano. Porque él es como un termémetro, pero en vex de medir la temperatura mide la tensién ambien- te. Mims habia servido unos cafés y un plato con galletitas y él empez6 a devorarselas todas a un tit- mo que crecia junto con el nerviosismo de la con- versacién y que me hizo temer que se atragantara. Pero nadie le prestaba mucha atencién y cuando 66 se acabaron las galletas arremetié con las migas en el suelo, como si fuera una aspiradora viviente. En ese momento mi tia lo vio y pretendié meterle la mano en la boca para sacarle lo que habia absorbi- do. Yo intenté advertirle que no lo hiciera, pero fue tarde: mi hermano acababa de hincarle sus dientes nuevitos y poderosos en el dedo indice. Es cierto que duele, pero igual me parece que ella exageré con el grito. Yo creo que se lo bused, porque no es aconsejable andar metiéndose sin permiso en las bocas o en las vidas ajenas. Cuando después, ya bas- tante molesta por el mordiscén, me ofrecié dinero para mis libros del colegio si yo dejaba de hacer de estatua, le contesté que no gracias, que no me hacia falta. Que estaba orgullosa de ser una buena estatua y hasta tenia un diploma. Eso le dije. U, diario sacé una foto de las tres esta- twas premiadas en el concurso y eso me convirtié en la escuela en una especie de celebridad. No sé por qué la gente piensa que los que salen en el diario son importantes, pero de pronto todos me empezaban a mirar distinto. En verdad, no se nos vefa muy bien en la foto: estabamos al lado de los que habfan obte- nido los dos primeros premios —Zeus y la bailari- na~ y apenas se distingufan nuestras caras. Pero ahi estaba mi nombre y el comentario cortié de boca en boca. Hasta hubo algunas chicas de sépti- mo “B” que vinieron a que les contara cémo habfa obtenido el premio y una me pidié que le firmara la foto como si fuera una estrella de cine. Claudina y sus seguidoras descerebradas se pusieron mds tontas que nunca, Cuando yo pasaba al lado de ellas alguna gritaba: “Oh, la esta- tua’, y entonces todas se quedaban inméviles en una posicién ridfcula, 68 Decidi ignorarlas, pero no puedo negar que todo eso me molestaba. En esos dias hubiera preferido no haber ganado para no verme cn el medio de esa racha de fama estipida. ¥ un dia pasé al lado mio Daniel, me miré y dijo: —Te vien el diario. Me quedé muda. Después se me ocurric- ron treinta y siete respuestas distintas que podrian haber servido para alargar la conversacién, pero en el momento me bloqueé. —Ah —dije. Y eso fue todo. Dije “ah”. Creo que fue lo mis idiota que hice en muchos afios. No terminaba de decidir si el hecho de que me hubiera hablado de la foto era ono un buen signo. El Rey, en cambio, no tuvo dudas. —Excelente —dijo—, eso demuestra que le interests. —iTe parece? —Por supuesto. Yo habia seguido su consejo con respecto alos barquitos y llevaba siete en el bolsillo izquier- do de mi vestido y uno en el bolsillo derecho, que era el que tenia la frase. Al final me habia decidi- do por: “Hola, Daniel. Me gusta que vengas’. 69 Pero no habia ido. Es decir, los barquitos llevaban muchos dfas durmiendo en mis bolsillos sin que Daniel apareciera por la plaza, lo cual nuevamente habfa hecho caer mis expectativas. Pero me habia hablado de la foto. Y eso las volvia a clevar. EI Rey me dijo que tuviera paciencia, que a las cosas buenas hay que esperarlas. Una vez, me conté, habfa estado esperando seis meses para que una chica Je contestara si queria salir con él. —2Y entonces se pusieron de novios? —No, me contesté que le gustaba otro. Pensé que me estaba tomando el pelo, pero era en serio. La historia seguia con que él esperé seis meses mds y entonces si, la chica ya se habia peleado con el otro y se habia dado cuenta de que quien le gustaba de verdad era él. se casaron? —No, tenfamos once afios. EI Rey no se habfa casado nunca. Habia tenido muchas novias, eso si, pero me dijo que no le duraban demasiado, nunca mas de un afio. Ahora no tenfa ninguna y por eso andaba siempre mirando para todos lados. Yo sabfa que los problemas con mi tia no iban a pasar tan facilmente. Mi tfo Antonio suele 70 decir que Alcira es més pesada que el itidio. Y eso lo dice porque el iridio, segtin me explics, es el metal més pesado del mundo. Cuando mi pap ofa esas cosas se enojaba bastante, porque al fin y al cabo Alcira es su hermana. En cambio Antonio es hermano de mi mami. Pero tiene raz6n, por- que cada vex que a Alcita se le mete algo en la cabeza no hay quien se lo haga olvidar: hasta que no se sale con la suya no para. Eso sucedié el dia que me vio de estatua, Parece que revolvié cielo y tierra para con- seguir la direccién de mi papé en el sus, porque se acababa de mudar y no se la habfa dado a nadie. Llamé a un montén de gente y mandé dos millo- nes de e-mails hasta que finalmente la tuvo. Enton- ces le envié una carta y el recorte del diatio con el concurso de estatuas. No sé lo que le habré dicho, pero evidentemente logré hacerle explotar la cabeza porque una semana después mi papé ams, Por suerte no atendi yo. Me di cuenta de que algo pasaba porque mamé se encerré en el cuarto y levanté la voz varias veces. Estuvo unos veinte minutos hablando mientras yo trataba de escuchar sin que se notara. De pronto salié y me extendié el telefono: —Tu papé quiere hablar con vos. —No —contesté. —iNo qué? —Que no voy a hablar. Parecié desconcertada por un momento. Después volvié a agarrar el auricular y se lo dijo. Creo que ¢l insistié bastante, pero ella le respon- dié que no podia obligarme, Entonces pidié hablar con el enano. Hablar es una manera de decir, porque mi hermano no es exactamente la mejor persona para mantener una conversacién. En ese momento estaba haciendo una torre de cubos y dio la impresién que le fastidiaba que Mim( le pusiera el auricular en la oreja. Mien- tras escuchaba la voz que salia del otro lado puso el tiltimo cubo, el que hizo que toda la torre se viniera abajo con un ruido infernal, cosa que pare- cié hacerle mucha gracia porque aplaudié un rato. Mi papa esperaba. Después Mimi logré volver a colocarle el auricular en la oreja y supongo que él lo intenté comprar con la promesa de que iba a taerle juguetes, porque el enano repitié la palabra el resto de la noche: —-Guere, guere, guete, guete, Para matarlo. Mis tarde Mimi me informé que mi padre volveria a llamar en dos das para hablar conmigo y — 2 querfa que reconsiderara mi negativa. Le dije que no lo iba a atender y que era definitivo. Ella me pregunté los motivos y no se me ocurrié ninguno en el momento. Después lo pensé y los escribf en mi cuaderno. El tiltimo motivo me parecié el mejor, porque si él habla estado ocho meses sin explicar por qué no Ilamaba, yo tampoco pensaba ahora explicar por qué no lo atendfa. U domingo, cuando estaba a punto de salir de casa con todo el equipo, llamé el Rey para decitme que no podia it. Que tenfa un resfrio espancoso y se iba a quedar en la cama. Hablaba como si alguien le hubiese puesto un gancho en la nariz, —Si tedés gadas, pdobé sola —dijo. Le contesté que no, que sola no me gusta- ba, pero después empect a dudar. Al fin y al cabo no estaba mal intentarlo un poco por mi cuenta para ver qué pasaba. Mimi y el enano habfan sali- do a hacet las compras, de modo que no tenia a quien consultarle. Igual, seguro que ella me iba a decir que no, asi que mejor decidfa por mi cuenta. Tomé el bolso y salt. Mientras me maquillaba me di cuenta de que tenfa las manos transpiradas por los nervios. No sé por qué me daba mucho mds miedo ser esta- tua sola: me parecia que la ausencia del Rey me deja- ba demasiado expuesta, como si estuviera desnuda. 14 Pero ya estaba ah{ y no me iba a arrepentir antes de empezar. “Para arrepentitse esté la eternidad”, dice mi tfo Antonio. No me pregunten qué quiere decir porque no tengo ni la mds minima idea, pero ésa fue la frase que recordé mientras me aco- modaba mi traje y preparaba un pedestal con lo que tenfa a mano. Sin el Rey a mi lado, todo cam- biaba: tenfa una nueva posicién y otro saludo para cuando cayeran las monedas. Si cafan, cosa que yo empezaba a dudar. Pero cayeron. Bastantes, no sé si por- que mi aspecto un poco patético provocé pena 0 porque realmente les gustaba la estatua. A medi- da que pasaba el tiempo me fui animando y cada vez que alguien ponfa una moneda en mi alcancia intentaba un saludo distinto. Me cansé mucho y antes de que pasara una hora decid tomar un recreo. Me acababa de sentar bajo el érbol cuando un chico se paré al lado mio. Era el que limpiaba vidrios de autos en los seméforos. Debfa tener te- ce 0 catorce afios. Yo ya lo habia visto otras veces miréndome fijamente mientras posaba de estatua, tan fijamente que me ponfa nerviosa. Pero nunca se habla acercado. 75 —;{Me puedo sentar ac4? —pregunté. —La plaza no es mia. Enseguida me arrepenti de responder de forma tan bruscay le ofrect una galletita del paque- te que tenia en la mano. Acepté y se sent6. A su lado habian quedado la botella con agua jabonosa y la escobilla para limpiar. —2Queé tal es ser estatua? —No esté mal le dije—. Cansa un poco. 2¥ qué tal es limpiar vidrios? —Horrible, La mayoria no quiere que le limpies y algunos te gritan. —;Te alcanza el tiempo del seméforo para limpiar? —No siempre, algunas veces lo dejo Ile- no de espuma. Si tienen caca de péjaro queda un asco. i te dan plata igual? —A veces. Después estuvimos unos minutos en silen- cio mientras comfamos galletitas. Entonces él me pregunté cudnto se ganaba como escatua. Le expli- qué que variaba bastante, segin los dfas, el tiem- po y el dnimo de la gente, pero vi que las cifras le interesaron. —Esté bueno, yo saco mucho menos. {Te parece que podria hacerlo? 76 Por un momento estuve por desanimarlo, Se lo veta desalifiado y bastante sucio, Tenfa una remera azul estirada y unos jeans demasiado gran- des que sostenfa con un cordén negro. Y sobre todo se vefa inquieto, con una inquietud que le hacfa mover el pie constantemente de una manera irtitante. No podfa imagindrmelo haciendo una buena estatua, perfectamente blanco ¢ inmévil. Pero tal vez nadie me hubiera imaginado a mi mis- ma un tiempo atras. —Si —le dije—, pero tends que apren- det y conseguirte un buen traje. El traje es fun- damental. —;Me ensefiarias? Hacia apenas dos meses que yo habia pedido lo mismo y no podia negarme. Primero le expliqué basicamente la cuestién de las posturas. Después me paré y le ensefié algunos ejercicios para prepararse, de modo de evitar qué después le dolieran mucho los musculos, Le mostré los movimientos suaves que debia usar para‘que sus cambios de posicién tuvieran el efecto de céma- ra lenta cuando alguien le dejaba una moneda. Ponta mucha atencién, pero los repetia con torpe- za, perdiendo el equilibrio a cada rato. —Escuchame —le dije en un momen- to—, a una estatua no le puede temblar el pie. 77 Debe ser todo muy lento y elegante. Y la cara tiene que mantenerse igual, no podés hacer esos gestos ni sacar la lengua, —Ya me va a salir —contesté con confian- za—, vos dejé que practique un poco. Lo mismo era con los malabares; al principio se me cafan todas las pelotas. A aprendisce? —Mejoré bastante —o dijo muy serio, pero de pronto se rié—. En realidad, no. Me pon- go nervioso y hago un desastre. Pensé que tampoco esto lo iba a lograr. Igual le dije que si se decidia a hacerlo volviera otto dia, cuando ya tuviera el traje, para mostrarle el asunto del maquillaje. —Gracias, piba. —Me llamo Florencia. —Yo, Pato. Si un dia necesités algo, ando siempre por la esquina. 7 SSER jel Un de las frases oélebres de mi tio Antonio dice que no hay que considerar que un barco ha naufragado hasta que a uno no le llega el agua all cuello. Durante un tiempo no entendi por qué diablos decia eso si nunca se habia subido a un barco, pero él me explicé que tiene que ver con no darse por vencido mientras se puede seguir peleando. Mucho después la frase se aplicé increfble- mente bien a la situacién con Daniel. Porque, pre- cisamente, de barcos se trataba. Un sdbado, cuan- do yo ya pensaba que el plan elaborado con el Rey no habia sido més que un delirio, él volvié a apare- cet. Lo vi cuando nos observaba desde lejos, mien- tras nos movfamos ante un grupo de sefioras. En ese momento pensé que si querla que el asunto del barco de papel pareciera natural con él, tenia que empezar a repartirlos entre la gente que se acercaba. Y ahi mismo, antes de vol- ver a la inmovilidad, saqué uno de mi boksillo 80 izquierdo y se lo extendi a una mujer canosa que parecié muy contenta. Noté que el Rey me mira- ba sorprendido. Después pased sus ojos por el parque hasta que lo detects a Daniel y sonrié. El todavia tardé un rato en acercarse y me dio tiempo a repartir dos barquitos més. Cuando finalmente se paré frente a nosotros me saludé con la mano. Yo hubiera querido contestarle, pero jamés iba a violar mi condicién de estatua, de modo que me mantuve inmévil. Inmévil y ner- viosa, por cierto, ya que me habfan asaltado todo tipo de dudas sobre si conventa 0 no entregarle el barquito con el mensaje. Al fin, cuando él puso su moneda en la alcancia, decidi que sf, pero la mano me temblé de una forma horrible mientras se lo daba. Ello agarré, sonrid y se quedé ah{ parado. Yo espetaba que lo observara, que encontrata el mensaje, que pusiera cara de algo, en fin, que reac- cionara, Peto nada, el muy tonto ni se dio cuenta de que habfa un mensaje. Se quedé atin unos minutos més, después hizo otra vez un saludo con la mano y se fue. ‘Me sent{ un poco decepcionada, pero por suerte en ese momento llegs mi tio Antonio. Fue una sorpresa, porque como vive bastante lejos nos vemos poco. Pero habia prometido que iba a ir a 81 mirarme a la plaza y cumplid. Apenas llegs, se pard frente a nosotros y puso una moneda. El Rey y yo ‘nos movimos lentamente, mientras mi tio nos obser- vaba muy serio. Después sonrié y se senté en un banco: vi que sacaba un papel y se ponfa a escribir algo. Al rato volvié a pararse frente a nosotros, sacé un rollo de su bolsillo, lo desplegs y empez6 a reci- tar. Después le pedi el papel para poder copiar el poema en mi cuaderno. Decia Un viejo que se habia parado a escucharlo aplaudié. A mi me hubiera gustado hacer lo mismo, obajarme, abrazarlo y dejarle la cara llena de maqui- Ilaje, pero no pude hacer nada hasta que termina- mos, y entonces él ya me habia tirado un beso por el aire y se habia ido a esperarme en casa. Durante unos dfas tuve esperanzas de que Daniel harfa algo con mi mensaje. Suponfa que tal vez lo lefa en su casa y regresaba al dia siguien- te, peto no sucedi6. Luego cref que me iba a decir algo en la escuela, pero me ignord como si nada hubiera pasado cntre nosotros. En la escuela él parecia otro: no me miraba, ni me saludaba. Nada de nada. Fuc cuando pensé que definitivamente mi barquito habla nauftagado. Se lo dije al Rey, pero él sélo se rié. Me contests que habla que dar- les su tiempo a las cosas: que el barquito viajaba lento pero iba hacia el puerto correcto. 83 —Lo que tenés que hacer —agrego—, es escribir otro mensaje en un nuevo barquito. —,Otro? ——Claro. Si mafiana dl viene mientras esta- mos posando de estatuas, qué vas a hacer? Yo no lo habfa pensado. Ctefa que ahora le tocaba a él hacer una movida, porque yo ya habfa hecho la mfa. Y si no habia funcionado, significaba naufragio: yo no Ie interesaba. Pero el Rey insistié en su teorfa. Que mi barco estaba recortiendo su camino, aunque tal vez necesitaba el apoyo de una segunda nave. —2No tengo que mandar una flota com- pleta y el muy tonto no es capaz de hacer nada? —pregunté enojada. —El vino hasta aqui —respondié el Rey—, se jugé bastante. Supongo que me convencié. Esa misma noche me puse a pensar frases para la segunda nave. Las escribf en mi cuaderno. Las dos primeras me parecieron un poco repetitivas. La tercera era demasiado lanzada. Entonces me decid por la cuarta, que podia pare- cer tanto un delirio como una invitacién. La escri- bi en un nuevo barquito que quedé esperando en el bolsillo derecho de mi traje de princesa. Mi papé no Ilamé el dia que lo habia anunciado. Yo no tenia intenciones de aten- derlo, pero igual me pasé ese dia esperando que sonara el teléfono. A la noche, cuando ya era evidente que no iba a llamar, pensé que se demostraba que yo tenfa razén: no tenia senti- do hablar con l si ni siquiera podia cumplir con una promesa tan idiota. Casi una semana més tarde, mamé me dijo que finalmente habfa llamado en mi ausen- cia. Ella le comunicé mi decisién: que no iba a atenderlo. Entonces papa le dijo que pensaba venir a Buenos Aires en cuatro o cinco dias, ape- nas consiguiera pasaje. A vernos. 85 Se lo conté al Rey y le dije lo que habia resuelto: que también me iba a negar a verlo. Me miré frunciendo la nariz. —:No seré mucho? Durante un rato estuve enojada con él porque me parecié que se estaba poniendo del lado de mi papé sélo por una cuestién de soli- daridad entre hombres, o entre adultos. Pero me aseguré que no era eso, que simplemente crefa que estaria bien darle una oportunidad para demostrar que estaba arrepentido y que queria arreglar las cosas. —Es malo no tener padre —~aseguré. Creo que dijo eso porque su papa murié cuando él sélo tenia trece afios. Me conté que no se llevaban muy bien, pero igual se habfa pasa- do buena parte de la vida extrafdndolo. Que le hubiera gustado tenerlo, aunque sélo fuera para pelearse con él. Pero no me convencié. Para mi eran situaciones distintas, porque su padre no se habia mandado mudar como el mio. Yo seguia decidi- daano hablarle, ni por teléfono ni personalmen- te. El Rey se encogié de hombros y dijo que yo era duefia de hacer lo que se me antojara, pero no estaba mal pensarlo un poco. 86 —jPapé efelante! Eso fue lo que me grité el enano cuando eneré. Supe que mi padre habfa llamado una vez més, ahora para decir que no iba a poder estar en Buenos Aires antes de fin de mes por problemas laborales: faltaban més de diez dias. Pensé que sus promesas duraban cada vez menos. Habla hablado con Nacho para contarle que tenfa un enorme elefante de peluche para él. Con una trompa larga. —Efelante tompa —me explicé mi hermano. También me enteré de que mamé le habfa prometido convencerme de que acepta- ra verlo. Le contesté que hacia mal en prome- ter una cosa asi, porque no pensaba dejarme conyencer por nadie. Ese dia todos parecfan estar en mi contra, Mientras discutiamos, el enano se puso nervioso y se comié un paquete entero de galletitas de chocolate rellenas que habfamos olvidado colocar suficientemente alto. Después se apoderd de un cenicero don- de Mimi habfa apagado un cigarrillo. Por suer- te logramos sacérselo en el momento en que se disponia a tragarse los restos del cigarrillo y la ceniza. Lo retamos, pero no parecié importarle demasiado. Lo tinico que hizo fue repetir las mis- mas palabras el resto del dia: —Efelante paps. jonar, pensé, pero no i Bs otra Jarga semana en la escuela sin que Daniel me mirara ni hiciera la més minima mencién a nuestro contacto en la plaza. A esa altu- ra yo estaba absolutamente convencida de que no le importaba nada y que sdlo habia ido a verme posar como estatua para tener algo de qué burlar- se. Imaginaba que en algin momento se reunfa con sus amigos, les hablaba de m{ y se refan miran- do mi estipido barquito. En esos dias me odié por haberlo hecho. Aun asf, segufa teniendo el barco nuevo en el bolsillo derecho del traje l sibado siguiente, cuando nos encontramos con el Rey en la plaza. Estaba muy nublado y dudamos si valia la pena cambiamnos, porque s¢ venfa la tormenta, y cuan- do llueve no hay quien se detenga a mirar una estatua. En ese momento pasé Toto, el vendedor de globos, y nos explicé muy seriamente que, segtin le indicaba su infalible olfato, atin faltaban un par de horas para que Ilegara la luvia. No sé 90 bien por qué decidimos confiar en su nariz 0 en sus conocimientos meteorolégicos, pero consideramos que dos horas justificaban ponernos en marcha. De todas formas, enseguida vimos que el dia venfa mal. Poca gente, con poca plata: las monedas no abundaban. En un momento cayé una en nuestra alcancfa y mientras haciamos el saludo el Rey me susurré al ofdo: —Alerta! Blanco a la vista: preparar naves. Yo lo miré sin entender por qué diablos de pronto me hablaba con ese tonto lenguaje de guerra, peto entonces segui sus ojos y lo vi. Daniel se acercaba. Me puse tremendamente nerviosa. El dia anterior habfa decidido que no iba a darle més barquitos, porque estaba haciendo el ridiculo. Pero ahora, cuando lo vi caminar hacia nosotros con el pelo agitado por el viento y esos ojos ver- des que brillaban aunque estuviera nublado, todas mis decisiones empezaron a temblar. El se detuvo a cierta distancia y miré, como dudando. Pero enseguida dio dos pasos més y puso la moneda en [a alcancfa. Durante el saludo, que duraba unos veinte segundos, yo cambié de idea cuatro veces sobre el asunto del barquito y en el tiltimo instante decidi no dérselo, pero cuando estaba volviendo a la posicién inicial cambié de idea una 91 vez mas, lo saqué y se lo di, Ahf vino la sorpresa: 4 lo tomé y al mismo tiempo me extendié un pequefio papel. 2Qué dicen las reglas de la buena estatua sobre agatrar un objeto que offece alguien del publico? Eso fue lo que me pregunté mientras miraba el papelito, pero como no tenfa la tespues- ta lo acepté y Jo meti en mi bosillo. Sin mirarlo. Por supuesto que me morfa de ganas de observar- lo por delante y por detrés, de analizar cada punto y cada mancha de su superficie, pero me recordé a m{ misma que era una estatua y no podia tener una actitud tan poco profesional. EI Rey y yo volvimos a quedarnos inms- viles, aunque yo sentia que en mi interior todo se movia como en una licuadora. Daniel se alejé uunos pasos y se senté junto al érbol. Vi que obser. vaba el barquito y lo hacia girar en su mano. Pero mirarlo no era para mi cosa sencilla, porque él habia quedado a mi izquietda y mi posicién de escatua-princesa miraba hacia el frente. Entonces yo necesitaba forzar un poco el cuello y llevar los ojos hacia un lado, lo cual me ponfa levemente biz- «a. Creo que el Rey se apiadé de mi, Al rato dijo que era hora del descanso, aunque no habfamos estado parados més de cuarenta minutos, Mien- tras nos bajébamos, susurré: 92 —Hoy el dia es malo, de modo que pode- mos prolongar el recreo hasta mafiana, Aprovech4 el tiempo. Lo primero que hice al bajar fue sacar el papel de mi bolsillo. El'Rey se habia parado a mi espalda y también miraba. Habfa una sola frase, escrita con tinta negra y una letra minima: “Sos una linda estatua’. El corazén me empez6 a martillar el pecho mientras me Ilegaba al ofdo el susurro del Rey: —Guau, Esté muerto por vos. No le contesté y caminé hacia Daniel. Me temblaban las piernas, pero creo que con el traje no se not6. Intenté que mi tono sonara distendido, como si todos los dias me fueran a buscar distintos chicos. —Hola. —Hola —contesté—. La respuesta es sf, —Si, me gusta cl helado de chocolate. {Querés que vayamos a tomar uno? —Bueno, pero primero me voy a cambiar. Pui hasta donde estaba el Rey y me saqué el waje a toda velocidad, mientras él me ayudaba con el maquillaje. Después Daniel me dijo que 98 la cara me habia quedado un poco blanca, pero tal ver, fue fa palidez que me ataca cuando estoy nerviosa. Compramos los helados en un puesto de la plaza: los dos de chocolate. Mientras los toma- bamos le conté cémo era ser estatua. El me dijo que su hermano mayor era actor y que estaba haciendo de gigante tonto en una obra de teatro infantil. En la hora siguiente caminamos y con- yersamos bastante: de la escuela, de una banda de rock, de mi peluca blanca, del gusto asqueroso de unos caramelos nuevos, de que Claudina era una idiota, de una cancién que habla de pufiales clava- dos tan profundo. Cuando nos dimos cuenta cra tarde y nos tenfamos que ir. Me pregunté si me gustaba jugar al bowling. A mi me dio vergiienza admitir que nunca lo habia hecho y dije que sf. —:Querés que vayamos a jugar el sibado que viene? Hay un lugar ac cerca. ‘Me puse tan nerviosa que le di tres respues- tas distintas. Primero que tenia que preguntar en mi casa, después que era el cumpleafios de mi tio pero no importaba y al final que estaba bien a las cinco y media, cuando terminaba de trabajar con el Rey. Daniel me miré desconcertado. —;Entonces si? Si. 94 Esa noche escrib{ una nueva lista. El domingo loviznaba a la hora del encuentro con el Rey, pero fui igual, segura de que estaria. Estaba. Me dijo que nos cambiatia- mos y que le contara rapido lo de Daniel porque no tenfa ganas de mojarse como un perto, Empe- cé por lo que mas me preocupaba: el bowling. Iba a hacer un papelén. —Nada més sencillo —contesté el Rey. Qué es lo sencillo? —Aprender. Vamos ahora a ese lugar y te ensefio. Pensé en avisarle a Mimi, pero tem{ que me impidiera ir, Aunque ya lo conocia bastante 95 al Rey, segufa teniendo esos ataques de madre en que todo le parecia peligroso. De modo que no la lamé y fui igual. Hay que decir que el Rey tuvo una paciencia infinita. Para él todo era muy facil: tres pasos, leve balanceo de la mano y un-dos-tres, la bola iba derecho a tumbar los palos. Yo lo imi- taba: tres pasos, leve balanceo, y un-dos-tres, mi bola iba derecho a la canaleta, A la sexta vez logré tirar un palo y festejé como si fuera campeona del mundo, Cuando nos despedimos en la puerta le di un beso en la mgjilla. Nunca nos débamos besos, pero creo que ese dia estaba emocionada. Le dije que ademés de una buena estatua, era un buen tipo. ¥ que cuando tuviera hijos, seguro los iba a cuidar, no como mi papa. Sontid. —Ojald me toque una princesa como vos —dijo, Me patecié que ya nos habfamos puesto demasiado sentimentales y me fui. a] | { t 12 E, miércoles me levanté més temprano que nunca para repasar, porque teniamos prueba de Matemitica, que es algo que yo detesto con toda mi alma, La Matematica, digo. Levantarme temprano también, pero no tanto. Era una prueba muy importante porque se ibaa definir si yo aprobaba o no la materia. Y tam- bién mi fucuro inmediato: Mimi me habia advertido que si no me iba bien las cosas tendrfan que cam- biar. Porque segtin ella eso significarfa que yo estaba confundida sobre el orden de mis priorida- des, Dicho més claramente (a mi madre le gusta dar muchas vueltas cuando habla): que en ese caso tenla que dejar de trabajar de estatua, que- darme mas tiempo en casa y estudiar mucho. Yo habia intentado estudiar. De verdad. Pero la realidad se habla empefiado en oponerse a ese objetivo. Porque estudiar Matematica ya es 98 dificil, pero si ademés uno estd pensando en que el sdbado siguiente va a sali por primera vez con el chico que le gusta y encima el padre a quien uno no quiere ver esté por aparecerse en cualquier momento, entonces las cosas son definitivamente complicadas. De modo que ese miércoles fui hacia el colegio con la desagradable sensacién de que mi camino estaba cubierto de chinches y que todas apuntaban para arriba. Extrafiamente, la prueba me parecié facil Cuando terminéy la entregué me sentia muy tran- quila, Pero a medida que pasaban las horas, empe- cé a inquietarme: si me habla parecido tan facil, eso debfa significar que todo estaba mal. Terminé el dia segura de que me iba a sacar un dos, 0 con suerte un tres, que tendrfa que rendir examen en diciembre, que se habfan acabado mis dias como estatua y que tal vez ni siquiera me dejaran salir el sdbado con Daniel. Intenté poner en prictica una frase de mi tio que dice que cuando uno ve todo negro tiene que cerrar los ojos y pensar que las cosas pueden ser distintas antes de volver a abrirlos, pero no hubo caso. Para peor, por cami- nar con los ojos cerrados me Hevé por delante un perro, lo pisé, aullé y la duefia me insulté. Un desastre, 99 Cuando al dia siguiente la maestra dijo que ya tenfa las pruebas corregidas me mordf la ufia del dedo indice izquierdo, la tinica que me quedaba sana. Venia intentando abandonar el vicio de comerme las ufias, pero con todo lo que me habia pasado tltimamente no habia podido contenerme. Dejé mi prueba para el final, como si bus- cara hacerme suftit. Durante el tiempo que repar- tié el resto, ataqué también los pellejos de la mano derecha. Estaba acabando con el del mefiique cuan- do ella se acercé agitando una tinica hoja en la mano. Se detuvo al lado mio y la deposits en mi mesa. En un primer momento slo vi un mimero uno. Pero luego me di cuenta de que al lado habia un cero y como no podia haberme sacado un uno y ademés un. cero, e50 significaba que tenfa un diez. Ella dijo: —~TTe felicito, Florencia. Yo la miré esperando descubrir algo en su cara.o en su vor, algo que me dijera que se trataba de un error o una extrafia broma. Porque yo nun- ca en mi vida me haba sacado un diez en Mate- mitica y la sola idea me parecfa absurda. Pero no: ella sonrefa. —Veo que te esforzaste mucho. —Si —contesté. 100 Creo que no fue estrictamente una mentira, Porque ella no me aclaré en qué se suponia que yo me habia esforzado, y lo cierto es que en los tiltimos tiempos me habia esforzado en muchas cosas. No en ‘Matematica. —sDejaste de hacer de estatua? —No. Estuve organizando mejor mi tiempo. Eso también era relativamente cierto. Ella volvié a sonrefr, puso una mano en mi espalda, dijo que estaba muy contenta y se fue para adelan- te. Todos me miraban. Un diez. Un uno més un cero, todo junto yen Matematica. Creo que fue el golpe de suerte més increfble de mi vida. Cuando se lo dije, Mimi abrié los ojos de forma desmesurada, como si yo hubiera anuncia- do que estaba por casarme. —3Un diez? Saqué la prueba y se la di, para que pudie- ra tocar el diez con sus propias manos. ~Y yo creia que habfas estudiado muy poco. No le confitmé que estaba en lo cierto. Despues ella dijo todas las cosas propias de una 101 madre feliz en esas circunstancias, que seria aburri- do repetir. Pero me quedé claro que el diez iba a resultar beneficioso en més de un aspecto. Esa noche escribi sus ventajas en mi cuaderno, i I i | i 1 | i | | | | 13 E, los dfas siguientes Daniel sdlo me ditigié la palabra en una oportunidad, para pre- guntarme por el punto ntimero tres de la tarea de Historia. Yo no entendfa por qué se comportaba ast, Era evidente que no querfa acercarse demasia- do, no sé si por vergiienza 0 por temor a que lo nuestro se notara frente a los demds. A mf se me empezaron a derretir las expectativas, mientras sentia crecer el presentimiento de que, hiciera lo que hiciera, venia el naufragio. El sabado legué a la plaza nerviosa y mal- humorada. La parte del malhumor tenia que ver con que esa mafiana Mimf me habia dicho que mi padre podfa aparecer en cualquier momento y que yo tendrfa que enfrentarlo. Si o si. Se lo conté al Rey mientras nos cambidbamos y me enfurecié descubrir que coincidfa con ella. 104 —No perdés nada —agregé—, escucha lo que te diga, enojate con ¢l, pero dejé que pase algo. —No. —jlenés miedo? —No —contesté, pero dl ignoré mi res- puesta, —No esté mal tener miedo, Princesa —siguié mientras se ponia la peluca—. Ya te lo dije, las estatuas somos duras pero también tene- mos miedo. Después se subié al pedestal y no volvi- mos a hablar. El dia se me hizo latgo como nunca. Casi todo el tiempo tuve ganas de hacer pis y no pude evitar balancearme mientras posébamos, lo que ter- miné por molestar al Rey. Mi malhumor no hizo més que crecer a cada minuto, Intenté meterme para adentro, cantar una cancién muda, recitar para mi la tabla del nueve 0 recordar las frases més gracio- sas de mi tio, pero nada funcionaba. Estaba pensando en decirle al Rey que cortéramos el dia més tempra- no cuando alguien puso una moneda, nos movi- mos, y lo vi. Estaba lejos y creo que atin no habia detectado mi presencia, pero cra él: mi papé. | | | | ae 105 Caminaba despacio, mirando para todos lados. Como es bastante corto de vista y suele llevar los anteojos sucios, normalmente no ve las cosas has- ta que las tiene frente a su nariz. En un instante decidf que no iba a estar ahi cuando se acercara. Le susurré al ofdo al Rey que tenfa que irme urgentemente y que si lo vefa a Daniel le avisara que me habla enfermado. Me mird sorprendido y creo que dijo algo, pero no lo of. Bajé de un salto del pedestal, comé mi bolso y corti. Corri lo més rapido que pude. Entonces sucedié algo imprevisto que fue divertido o espantoso, segiin de qué costado se lo mire. Mi papé me vio y empezé a correr para alcanzarme mientras gritaba algo incom- prensible. Y en ese momento me crucé con Pato. Sélo mucho después entendé por qué actué de la forma en que lo hizo: él creyé que papé era algiin tipo de loco que me queria agarrar y no tuvo mejor idea que interceder para defenderme, como un caballero andante. Con sus propias armas, claro: el agua jabonosa. Ese dia ten/a un balde casi Hleno y sin dudarlo se lo tiré a mi papd en la cara. Cuando of el grito paré y me volvi a mirar- lo. Mi padre no lo podia creer: estaba bafiado con ese liquido asqueroso que le chorreaba de la 106 remera y le cubrfa los anteojos. Para cuando los limpié, ya Pato habia desaparecido y yo corria lejos de allt. ZA que ustedes nunca vieron una estatua corriendo por Buenos Aires? Bueno, creo que la gente con la que me crucé tampoco, porque me miraban como si fuera un fantasma. A las dos cua- dras, decidf adénde iba: a lo de mi amiga Julia. Entonces me detuye en una parada de colectivo y me puse en la fila, Creo que me quedé muy, pero muy quieta, porque la gente pensé que estaba posando de estatua. De pronto me di cuenta de que alguien haba dejado una moneda sobre el bol- so que yo habfa apoyado en el suelo. Una mujer que pasaba por ahi le comenté al tipo a su lado: —Qué original, una escatua en la parada del colectivo. El tipo sacé una cémara y disparé tres 0 cuatro fotos. Después me puso otra moneda sobre el bolso. Entonces me acordé de una frase de mi tio Antonio que dice: “Si Ilueve café, sacd una taza’. Lo que llovia no era café sino monedas, y yo no tenfa taza pero s{ una cajita de cartén dentro del bolso. De modo que la saqué, la sostuve entre mis manos extendidas hacia delante, ¢ inventé una 107 nueva postura de la princesa Flor. La cosa siguié cuando subj al colectivo, donde practiqué una posicién de pie y otra sentada, cuando se desocu- p6 un lugar. Al llegar a lo de Julia no se me habia ido el malhumor, pero tenia bastante més plata. La llamé a Mimt y apenas oyé mi voz lan- 76 uno de esos gritos que hacen temblar la tierra. —Se puede saber dénde te metiste? Lle- g6 tu papé hecho una furia porque te escapaste y un loco le tird un balde de agua con jabén. Ment! un poco, Dije que no sabia nada del loco ni del jabn y que simplemente me habla puesto muy nerviosa al ver a mi pap4, habia sali- do a dar un paseo y de pura casualidad me habia encontrado con mi amiga Julia. Y ahora en su casa me habian invitado a comer y pensaba quedarme. Mimi suspiré. AY qué le digo a tu padre? —Que se busque otra cosa para hacer —dije—, porque yo no estoy disponible. Volvié a refunfufiar y en el fondo of cémo mi hermanito repetia efelante-efelante- efelante, luego una pausa y otra vez efelante-efe- lante-efelante. Supe que mi pap le habfa aldo el muiieco.

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