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Dejando descansar la economía de Chicago

Sep 28, 2023 | Antara Haldar

Desde los avances en la economía conductual hasta la creciente evidencia en el


mundo real, hay buenas razones para pensar que la ortodoxia económica de los
últimos 50 años tiene ahora un pie en la tumba. La pregunta es si la profesión
económica dominante ha recibido el memorando.

CAMBRIDGE – Septiembre de 2023 marca dos hitos importantes en la historia de


la economía: el 50.º aniversario del acontecimiento que condujo al surgimiento de
la “Escuela de Economía de Chicago” y el 15.º aniversario del que precipitó su
caída.

Hace medio siglo, los “Chicago Boys” se embarcaron en un experimento en el


Chile posterior al golpe de Augusto Pinochet que se convertiría en el marco de
política económica dominante de nuestro tiempo, introduciendo una serie de
medidas radicales inspiradas en las ideas de Milton Friedman y el resto. de la
Escuela de Chicago.

Estas ideas nacidas de una fe absoluta en los mercados y una sospecha


igualmente absoluta hacia el gobierno– dominaron la disciplina económica y, lo
que es más importante, la formulación de políticas económicas durante los
siguientes 35 años. No fue hasta el colapso de Lehman Brothers en septiembre de
2008, seguido pronto por la crisis financiera global, que terminó el ascenso de la
Escuela de Chicago.

La pregunta ahora, 15 años después, es si esta ortodoxia económica de larga data


está gravemente herida o si sus defensores simplemente están lamiéndose las
heridas y esperando el momento oportuno. La respuesta dependerá de si hemos
desarrollado una comprensión adecuada de los factores que llevaron a la crisis
de 2008 y de los desafíos que han afectado a muchas economías desde entonces.

Para Friedman, ninguna otra patología económica era más preocupante que la
inflación, que consideraba una especie de fiebre macroeconómica. La cura, que
recuerda a la sabiduría médica tradicional, era que había que pasar hambre o
sangrar, en este caso reduciendo la oferta de dinero y dejando que la economía
sudara la enfermedad. Por el contrario, su archienemigo, John Maynard Keynes,
estaba más preocupado por los factores que causaban que una economía se
desempeñara por debajo de su potencial. Estos casos se parecían más al
proverbial resfriado, en el que el paciente necesita ser alimentado y servido en
abundancia, en este caso a través del gasto público.

Tras la estanflación de los años setenta, que supuso una crisis para el
keynesianismo, la prescripción de Friedman de disciplinar el gasto público y
liberar los mercados mediante la desregulación y la liberalización comercial se
aplicó ampliamente. Se implementó no sólo en Chile sino también en los Estados
Unidos bajo el presidente Ronald Reagan y el Reino Unido bajo la primera ministra
Margaret Thatcher en los años 1980.

Además, las mismas políticas también se introdujeron (algunos dirían que se


impusieron) a nivel mundial a través del Consenso de Washington: un paquete de
medidas de libre mercado impuestas a los países en desarrollo cuando solicitaron
asistencia del Fondo Monetario Internacional; sobre la Rusia posterior a la Guerra
Fría (mediante la “terapia de choque”); y en el Reino Unido y los países del sur de
Europa durante los años de austeridad posteriores a 2008. En cada caso, el
tratamiento favorito de Friedman –dejar que la economía sudara su fiebre, en
lugar de suprimirla con ayuda gubernamental– fue administrado
meticulosamente.

Pero ¿qué pasa si muchos de los mayores problemas que enfrenta la economía
global han sido mal diagnosticados? ¿Qué pasa si, como sostiene la economía
conductual, son más psicológicos que materiales?

Mientras que la explicación de Friedman sobre los mercados en autoequilibrio


involucraba agentes económicos cuyas características eran en gran medida
implícitas, el modelo de expectativas racionales de su colega de la Escuela de
Chicago, Robert Lucas, imputaba características cognitivas concretas a esos
agentes. Y es el enfoque de Lucas el que ha dominado el pensamiento económico
desde los años setenta. El modelo de Lucas hace explícita la idea de que todos
procesamos constantemente grandes volúmenes de información para maximizar
nuestro propio bienestar en cualquier contexto económico determinado.

Sin embargo, la economía del comportamiento –que incorpora conocimientos


más recientes de la psicología, en particular el trabajo de Daniel Kahneman y
Amos Tversky sobre los atajos mentales, las heurísticas y los sesgos que dan
forma a nuestro pensamiento– ha demostrado que el “actor racional” es una
quimera. De manera similar, los estudios de Cass Sunstein y Richard Thaler han
establecido que las personas no exhiben racionalidad en algún sentido abstracto.
Más bien, tomamos decisiones basadas en una “racionalidad limitada”
(información limitada), una “fuerza de voluntad limitada” (saber mejor, pero hacer
algo de todos modos) y, como he señalado, un interés propio limitado (mostrar
preocupación por algo más que el propio interés material). bienestar).

Las prescripciones políticas más limitadas de los economistas conductuales han


sido aceptadas a regañadientes en la teoría microeconómica, y ahora todos
reconocen que las acciones de los individuos y las empresas se desvían
rutinariamente de la racionalidad económica. Sin embargo, como he
argumentado anteriormente, la macroeconomía se ha mantenido inmune a las
ideas conductuales, descartando los hallazgos del campo como extravagantes
digresiones de la racionalidad que, en última instancia, se compensarán entre sí
y desaparecerán. Por lo tanto, los modelos de larga data que suponen un
comportamiento racional de maximización del bienestar siguen plenamente
arraigados.
Sin embargo, con el auge de la política populista, las desviaciones de la
racionalidad estricta en la formulación de políticas son cada vez más frecuentes y
dramáticas. Como resultado, cada vez hay más pruebas empíricas en todo el
mundo que subrayan el hecho de que es más probable que los agentes
económicos se parezcan más al excitable “Joe el fontanero” trumpiano que a la
proverbial “ama de casa suaba” de la ex canciller alemana Angela Merkel, la
frugal e hiperracional La chica del cartel de la austeridad.

¿Dónde deja esto la ortodoxia económica de los últimos 50 años? El pronostico no


es bueno. Con un pie ya en la tumba, los exponentes restantes de la Escuela de
Chicago harían bien en tener en cuenta su sangrienta historia de origen chileno.
Si los supuestos centrales del neoliberalismo no guardan ningún parecido con los
resultados del mundo real, los economistas se deben a sí mismos –y sobre todo
al público– reconocer su verdadera naturaleza.

Antara Haldar, Associate Professor of Empirical Legal Studies at the University of


Cambridge, is a visiting faculty member at Harvard University and the principal
investigator on a European Research Council grant on law and cognition.

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