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Marc Augé Jean-Paul Colleyn Qué es la antropologia Aves Bisea Steseans ose te In eo nga 8 Thapar Sei roe cate cen eee aad Soa Cav. 70.2109) BPX gory bop $96 FF SUMARIO, Introduccién 1. Comprender el mundo contemporineo 1. La confusion de téminos IL, Retos de la antropologia Il, El mundo contemporineo 2. Los objetos de la antropolog L. Dela etnografia de urgencia ale antro pologia general. UL, La diversficacign de dmbitos IIL. La construccién de los objetos TILL. Elpareatesco «+ 112, Economia, entorno, ecologia TI13. La antropologia deo politico TIT, La antropologfa de la religi6n « TIT. Antropologia de la representacién (eerformance) TUL6, Fie emogefico y anropologa Cavtroto 4 LALECTURA Aunque estemos de acuerdo en reconocer que las ciencias sociales no pueden evaluarse com los critetios de validacién 0 refutacién aplicados a las ciencias ex- perimentales, a cuestin de la verdad se plantea pese a todo, razén por la cual antropologfa y losofia no pue- den dejar de confrontarse y utlizarse mutuamente. Los ‘miembros de una dererminada sociedad se comprenden y comprenden su mundo social, Ponen pot lo tanto en ‘accién cierto saber, basado en disposiciones adquitidas, cesquemas de pensamiento, experiencias,infotmaciones ‘que aplican a su situacién personal. Los métodos que emplean se sitdan por lo tanto camo punto de ingle xi6n entre lo colectivo y lo individual. El programa del antropélogo, en el trabajo de campo, consiste en tratar de comprender esos métodos, observando com- pportamientos y analizando discursos. Su esfuerzo de comprensién no es exactamente de la misma natura- leza que el de los protagonistes, ya que él confronta sus anotaciones con un saber acumilado en la litera- ura, a propésito de otras formas sociales, en el tiem 102 ue Es La anrmoravocta po y en el espacio, El oficio de antropéloge no con- Siste tinicamente en vivir una aventura sobre el terre: no tratando de comprender une sociedad desde den: tro, ya que cuando viaj el investigador lleva consigo, en la cabeza, una biblioteca viva. Por Jo tanto, como, hemos visto, debe gestionar una cierta tensién entre cl didlogo que mantiene sobre el terreno con sus in- terlocutores y aquel, més abstracto, que mantiene con sus» autores, En cada caso, ensayara el dificil ejerci- cio consistente, por un lado, en no dejar sofocar sus texperiencias de campo por lo que ya sabe; y por otro Jado, en estimular su curiosidad gracias 2 su cultura santropoldgica. Este ejercicio, practicado a lo largo de tuna duracion significativa, es lo que distingue el «tra: bajo de campo» del reportae. ‘Desde hace dos décadas numerosos autores se in- terragan sobre ese curioso género literario que es la emogrefia. En general, privlegian la explicacién por el contexto colonial y posteriormente poscolonial. Se impone realizar esta aclaracién, por supuesto; sin em- bargo, debemos desconfiar de ese neofuncionalismo, ‘consistente en interpretarlo todo como un sintoma de a époce. La explicacién exclusiva de una obra por sus condiciones de produccién histéricas y culeurales corte siempre el riesgo de chocar con el escollo del ‘determinizmo integral. Seria «quedarse corto pensar {que los trabajos de Bronislaw Malinowski, Alfred R. Radcliffe Brown o Margaret Mead se explican entera- mente por el contexto y que nos dicen més sobre es- tos autores que sobre los temas que pretendian trata Todo investigador esta situaco, determinado por su a necruna 105 ‘propia cultura, pero precisamente trata de traspasar sus limites, entabla un didlogo con los autores de otras épocas, otros lugares y otros campos disciplinaios. Lo que uno observa a partir de determinado punto de vista no se explice enteramente por las condiciones historicas que hacen ese punto de vista posible. Si ciertas verdades no resistieran a una contextualize cin radical, el ejercicio de descripcién etnogréfica no valdefa los esfuerzos que implica. Como en sustancia viene a decir Jirgen Habermas, los grandes pensado- res llevan el vestuario de su época, pero su penss riento es intemporal. Por supuesto, los clisicos de Ia antropologia han envejecido y, en su lectura, nos ha- cen revivir la época de su escritura, pero al mismo tiempo nos dicen algo de la condicién humans, més alla de determinismos locales y de la stuacién que les permiti6 existr. Su lectura no es un ejerccio facil, ya ue los progresos cientificos no son lineales y hay que tomar precauciones pera no generar contrasentidos li sgados al paso del tiempo. Este factor obliga a plantear tuna doble leccura: en primer lugar, la del texto en el contexto cultural de la época y, acto seguido, la que podemos hacer hoy gracias # los conocimientos adqu Fidos desde entonces. Tomemos dos ejemplos. No se puede comprencler un libro de antropologia publica: do antes de 1920 sin tener en cuenta el hecho de que el debate sobre la evolucién causaba furor desde Ia publicacin del ibro de Darwin Sobre el origen de las ‘especies, en 1859. No se puede comprender el carkctet cen ocasiones excesivo de la corriente culturalista nor- teamericana sin tener en cuenta su compromise con- 104 (Ue Hs LA anrRO tra el racismo dominante de la época. Estos autores pretendian demostrar que la diversidad de comporta mientos humanos no se explicaba por la biologi, sino por un determinismo cultural. Esta corriente, de nominada a veces «cultura y personalidad, encarna dda por Ruth Benedict, Margaret Mead, Ralph Linton y Abram Kardiner, mareé el segundo cuarto del si- jlo 2% en virtud de sus pricticas comparativas y de su apertura a las demés disciplinas, aunque se le repro- chara cargar demasiado las tintas. ‘Debemos leer, pero tambin debemos releer: gcusn- tohay de Mars, de Nietzsche, de Weber? Tanto como lectores haya, quizs. En una disciplina como la antro pologis, es importante regresar al texto, no conten tarse con restimenes de resiimenes, Se redeseubren entonces riquezas insospechades en Radin, Deve- reux, Bateson, Leitis y en muchos otros. Nos damos cuenta de que Boas y Lowie no pensaban en modo alguno que la costumbre dictara un comportamien- to estereotipado; que Durkheim, cuyas teorias a me- sudo son presentadas como anbistdricas, considers. ba historia y sociologia como dos puntos de vista diferentes sobre una misma realidad. Para un antro- ppélogo, la lectura desempesa un papel fundamental fen el aprendizaje de una cultura profesional consti- tuida por un conjunto de conocimientos, de disposi- ciones con una dimensién éties, de valores, de prin- cipios précticos. Cuando empezamos un libro de antropologia, no podemos contentarnos con decir: ‘«jEstd bien escrito! jEsta mal escrito! jEs pura jer- 13, cuesta leerlo!». Hay que pregunterse cémo se es- a beer 105 tructura el libro, cémo desarrolla su argumento el auto cules son sus técicas de persuasion, sas n- formaciones pueden interpretarse de una manera distinta ete Caviruto 5 LAESCRITURA, Como todos los especialstas de las ciencias huma- ‘nas, los antropélogos son autores y porlo tanta deben interrogarse sobre la lengua que emplean y sobre su cescritura, Hablamos de ciencia cusnda algo se basa fen una construceién teérica a partir de unas infor ‘maciones, pero esas informaciones estan siempre me diatizedas, a su vez, por el lenguaje. Sabemos que la lengua ordinaria acarrea consigo, sin que lo sepan, Je mayoria de sus usuarios, unas tradiciones de pen- samiento que condicionan sus miradas, sus concep: ciones del mundo, sus ideas de la realidad. Todos los debates acerca de la posiblidad de enunciar la ver: dad 0 unas verdades se enfrentan, por consiguiente, a Ja cuestiOn del lenguaje y la escritura. Los antropélo- ‘208 han creado mulcitud de neologismos para dar 3 Jas palabras un sentido mis téenico, que les permit ‘ludir a imprecision del sentido comin. Fl establect into de este vocabulario especializedo no ha de- sembocado en un verdadero consenso, pero al menos los especialistas se entienden sobre las claves del de- 108 (UE Es 1a anrnoroLoata bate respecto a tal o cual concepto. Hasta la década de 1980, la mayoria de los antropélogos no habian pues: to realmente en entredicho la idea de una realidad es: table, exterior, que podia irse descubriendo progresi vamente. La escuela durkheimiana se habia opuesto alempirismo de las filosofies positivistas: sabia que el, estudioso debia construir su objeto de investigacién, pero no habia cuestionado un estilo de escritura here: dado del realismo literario del siglo x0x. Como la s0- ciologia y la antropologia se habian construido en una 6gica ruprurista respecto al subjetivismo, la escricura se esforzaba en ser neutra, imparcial,e incluso hasta ‘cierto punto impersonal, Salvo unos pocos precursores,, sélo 2 partir de 1980 los antropélogos, 0 sus comenta: ristas, han afrontado la cuestién crucial del mado de exposicién de los resultados de la investigaci6n. La an- ‘tropologia norteamericana y las investigaciones plusi dlisciplinarias agrupadas bajo Ia bandera de los cultural studies desempeiiaron un papel piloto al cuestionat las, Convenciones narrativas de la etnografia. El hecho de reconocer que la escritura no es algo inmutable—sino que, por definicién, es problemética— ha tenido re percusiones en el modo de abordar y defini Ins cien- ‘as humanse. Todo estilo postula una teoria (una concepeién general de aquello que se esté tratando), una herencia intelectual (la literatura») y un compromiso ético (no juzgar sino comprender). Poco a poco, los est dios dedicados 2 las condiciones de produccin del sa bber cientifico, al cuestionamiento de Ias certidumbres, hhan ido rehabilitando el relato de la experiencia viv. a EscmURa 109 dda en detrimento de las teorias a gran escala. Hoy los lantropélogos se esfuerzan por exponer los itineratios, ‘que les han llevado a pensar lo que piensan. Tratan de cexplicar el vaivén entre teorfa y «campo», Yano se trata de sobrevolar desde las aleuras Ia experiencia de los actores, sino de restituir el cardcter situado y dia- Togado de ia etnografia, Los textos conceden més es- ppacio a otras voces que a la del propio investigador: las voces que salen de los archivos, las de los interlocu- totes sobre el terreno, las de los filésofos, los tebricos de la literatura, los escritores. Prestamos una mayor atencién a las interacciones sociales, ala antropologia, dela palabra y de otros hechos de comunicacién. Sa- Demos, en efecto, que toda enunciado es relative a un contexto, es contingente ala personalidad del investi gador y de los informadores, esté sujeto a variantes, sometido a maltiples azares. En la accualidad, el autor delos textos de antropologia tiene que rendit cuentas ‘mas que nunca; se le cuestiona el derecho divino de ejercer un poder absoluto sobre su relato, Ya.no cree- ‘mos que un individuo «representa» integramente a su cultura, que es una especie de metonimia de la mis- ‘ma, una muestra representativa en todas sus acciones y opiniones. Aspiramos, por otra parte, a diversficar las fuentes, a evitar los portavoces oficiales, a recoger cl punto de vista femenino, a no ignorar a los debiles ‘oa los dominados. La idea de que las sociedacles «sim: ples» o «limitadas» son consensuales ge ha visto des- mentida a medida que los estudios de campo se han vuelto més precisos. La escritura debe, pues, dejar de fundir esta diversidad en una unidad abstracta para, 0 ‘que xs La anrmoPoLoia por el contrario, respetarla y hacerse eco de ella. La Forma del texto se presta a adoptar el paso vacilante de la investigaci6n: intentamos aleanzar uns verdad Ihumana a través de eso que se intercambia en forma de sebetes y esquivando las trampas de las parcalicl des etnocéntricas. La reflexividad, es decir, el ejerc- ‘autoctitico del investigadr, el esfuerzo de objeti Vacion de su propia subjetividad, se ha conver ‘una exigencia dela investigacién, La monografia como ‘descripetdn pretendidamente exhaustiva de una socie~ ‘dad localizada representa a la antropologia de la era tlisice, que se extiende, mis 0 menos, de 1920. 1975. Desde entonces, numerosos escritos han tratado de resituar le observacién local en el contexto de una faceleracién de la historia y de le globalizacién. La mo: rografia (descripcidn con pretensién exhaustiva de tuna poblacién) no ha desaparecido; por el contrario, se publican mas monografies que nunca. Pero el en~ sayo esti més de moda. El ensayo —punto de vista ar nado sobre un tema— trata de confrontar las realidades locales con verdades de mayor amplitud espacial y/o temporal. Seria un error, sin embargo, ver en ello una innavacién: el Ensayo sobre el don (1925) de Marcel Mauss es un magistral ejemplo de ensayo. No cabe duda de que las interrogaciones s0- [bre las relaciones entre el enguaje y la realidad segui in alimentando el debate filoséfico. Quizis un dia Is ciencias cognitivas nos dardn una respuesta verda- deramente cientifica al respecto. Entretanto, la antro- ppologia no dejara de confiar en los trabajos de eampo J las deseripciones. Sin embargo, dada la tendencia ‘a escatrons am del principio de incertidumbre« incrementare, sin luda los relatos linesles y continuos iran cediendo paso a los efectos ce montaje. Surgirén nuevas escti- turas, que concederén un mayor espacio al didlogo entre autor y «sujetos» y entre autor y lectores, Hay demasiados anteopdlogos que siguen comportindose como si los «sujetos» de sus descripciones estuvieran, por definici6n, «sin eseritura», pero To cierto es que los trabajos de los investigadores son cada ver més ac cesibles y los «sujetos> pueden, a 94 vez, emitir jui- cios, opiniones, crticas. La antropologia también serd plucidisciplinaria, sumaré a su perspectiva propia las perspectivas de las demés ciencias humanas y de la li teratura, con las cuales entra wen conversacién». La antropologia necesita de Ia filosafia, de la psicologia, del psicoanalisis, de la lingifstica, de las ciencias poli: ticas, de la economia, de la geografia, de la historia y participa en los debates piblicos, con los periodistas, los escritores, los cineastas y los artistas, Los grandes traumas dels hitoriacontemporinea (Holocaust, e- ‘menes de masas de los «Khmers rojos», genocidio rua: és) han dado pie a obras literarias y pelieulas que in teresn alos antropSlogos no slo en tant fuentes, sino también, con frecuencia, por su perspectiva te6- Hayy su modo de exposicion, Téenias cinta a escritura, como el cine y el video, ofrecen la posibili- dad de «transmitir» los ambientes, de dar la palabra, de interactuar, de seguir el desarrollo de una acci6n, No debemos pensar, sin embargo, que se trata de un ‘medio «transparente» que restituye los acontecimien- a2 (ue sa anrnoroLoct ‘tomar Ia expresién de Roland Barthes, no son mis f ciles de lograr en el cine que en la literatura. Tanto en ‘un caso como en otro nos encontramos frente a un dis ‘curso construido. Catruto 6 SUPERAR LAS FALSAS ALTERNATIVAS Las ciencias humanas reexaminan de forma per- petua sus hipétesis, sus conceptos, sus métodos y su escritura. Parece que, en el curso de la historia, osci Ian entre dos polos: por un lado un deseo de ancla je, de fundacién y de orden; por otro, el escepticis mo, la deconstruccién, una forma de romanticismo. Las oposiciones demasiado simples en términos de orden y desorden, colectivo e individual, objetivo y subjetivo, sentido y funcién, frenan considerablemen te la productividad de les hipétesis, encerrando la re- Aexién teérica en una serie de dilemas. La sociologia ya antropologia se constrayeron en contra de las in- tuiciones subjetivas, adoptando un itinerario holista, buscando las relaciones que se hallan en los funda- ‘mentos de un sistema, Desde hace veinte afios este holismo heredadlo de ‘Henri Maine, Ferdinand Ténnies y Emile Durkheim, que partia de las normas generales de la sociedad para cexplicar los comportamientos individuales, ha dejado ‘paso a un individualismo metodol6gico, heredaco de

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