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TEXTO BÁSICO PARA EL

CURSO DE
FUNDAMENTOS
TEÓRICOS DE LAS
CIENCIAS ECONÓMICAS

UNIVERSIDAD DE SAN CARLOS DE GUATEMALA


FACULTAD DE CIENCIAS ECONÓMICAS
Universidad de San Carlos de Guatemala 1
Facultad de Ciencias Económicas
Departamento de Área Común

PRIMERA UNIDAD

EL HOMBRE Y LA CULTURA
A. Leontiev
1.- DESARROLLO DE LA MATERIA INORGÁNICA

El desarrollo de la materia va íntimamente unido a la existencia del mundo en el tiempo. Tiene suma
importancia dilucidar si esa existencia esta relacionada con ciertas transformaciones irreversibles de
la materia en una sola dirección o bien si se efectúa en forma de renovaciones constantes con el
retorno a los puntos de partida. Hoy día la solución detallada de este problema resulta muy difícil,
por la escasez de datos concretos de que disponemos sobre el carácter del desarrollo de la materia
en el universo. En la naturaleza inorgánica la evolución transcurre con extraordinaria lentitud y los
cambios cualitativos radicales se producen de ordinario en inmensos períodos de tiempo. De ahí
que las observaciones directas nos muestren no el proceso general del desarrollo, sino “estados
momentáneos” de objetos heterogéneos. Por esa razón enjuiciar en este caso las leyes generales
del desarrollo equivale a determinar el argumento de la película guiándonos por algunos de sus
cinegramas tomados al azar. Sin embargo, a veces, hasta esos cinegramas dan cierta idea sobre
los restantes eslabones del proceso. Es verdad que en la astronomía los cinegramas se refieren a
objetos diversos, y no a uno solo. Suponiendo, sin embargo, que las leyes del desarrollo son únicas,
cabe ver en lo aislado una manifestación de lo general, del mismo modo que la observación de
algunos árboles del bosque nos dan una idea general sobre el desarrollo del árbol en su conjunto.
Se debe evitar tan solo el unir a la misma cadena de hechos que, en realidad, caracterizan etapas
de desarrollo de objetos completamente heterogéneos. La solución del problema será tanto mejor
cuanto más general sean las leyes de desarrollo que se examinen. Por lo que se refiere a leyes más
generales, se puede hacer ya ciertas conclusiones.

El desarrollo, lo mismo que el movimiento, es ley general de la materia. La materia,


independientemente del estado en que se encuentre, bien en forma de nebulosa incandescente o
en forma de estrellas, planetas u otros cuerpos menores, siempre sufre cambios internos que
determinan el desarrollo de los diversos sistemas.

Más al observar los diferentes cambios, vemos que siempre representan el proceso directo del
desarrollo. El concepto de movimiento y cambio es más amplio que el concepto de desarrollo. Este
es, fundamentalmente, el movimiento progresivo y lógico por línea ascendente de los simple a lo
complejo, de lo inferior a lo superior. Los cambios que son regresivos y se producen por línea
descendente, con la consecutiva desintegración del sistema y su transformación en otras, formas,
no pueden considerarse como desarrollo, por lo menos para el sistema de que se trata. Respecto a
otros sistemas tales cambios pueden ser premisa o condición de su desarrollo, mientras que para el
sistema en cuestión constituyen la fase de su extinción y aniquilamiento como tal calidad. Por
consiguiente, el movimiento como forma de existencia de la materia tiene una rama ascendente y
otra descendente. La rama ascendente representa el proceso del desarrollo, y la descendente, la
degradación y extinción.

En el mundo material existen tres grandes grupos de fenómenos que se diferencia cualitativamente
entre sí: 1) fenómenos sociales; 2) fenómenos biológicos de la naturaleza viva, y 3) fenómenos de
naturaleza inorgánica. En cada uno de esos grupos imperan leyes específicas y, por consiguiente,
son diferentes los criterios relativos al progreso.

En la sociedad, el desarrollo esta vinculado a un nivel cada vez más alto de fuerzas productivas, a
un nuevo tipo de relaciones de producción más en consonancia con las fuerzas productivas y con
los intereses de las masas populares, a la consecución de un nivel de vida material y cultural más y
más elevado, al perfeccionamiento de los medios de conocimiento científico y artístico de la realidad.
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En la naturaleza viva, el desarrollo se manifiesta como un regular complicación de funciones de las


especies, orientada a una mejor adaptación de los organismos a las condiciones de existencia y a
su reflejo multiforme y diferenciado del mundo circundante. Así, en el mundo animal estarán en la
etapa más alta de desarrollo las especies que posean el sistema nervioso más perfecto y sean
capaces de reflejar de forma múltiple y diferenciada los diversos estímulos exteriores, es decir,
aquellas que se han adaptado mejor a las condiciones de su existencia. El desarrollo en el mundo
animal va unido al perfeccionamiento de la capacidad de reflejar. La propiedad de reflejar, propia de
toda materia, parece dar origen a la vida, a la excitabilidad y, con la aparición de organismos dotados
de sistema nervioso, a la capacidad de sensación. El producto superior del desarrollo de la materia
es el cerebro humano, es capaz de reflejar ampliamente la realidad, tanto en imágenes sensibles
como en conceptos abstractos.

En la naturaleza inorgánica, las formas del desarrollo y los criterios por que hemos de regirnos son
completamente distintos. El concepto de progreso, en primer lugar, tan evidente en la sociedad en
incluso en la naturaleza viva, se hace en este caso sumamente impreciso. Observando las diversas
transformaciones de la materia –la conversión de una materia difusa en estrellas, y viceversa, la
transformación de unas partículas elementales en otras, etc.-, resulta difícil precisar cuál de estas
formas es más progresiva. En general, el concepto de progresivo no es aplicable a la inmensa
mayoría de las transformaciones que se operan en la naturaleza inorgánica. Únicamente tendrá
validez con referencia a formas de desarrollo del mundo inorgánico relacionadas con el paso de lo
inanimado a lo vivo, es decir, a la aparición de la vida. Por lo que se refiere al propio hecho del
desarrollo de la materia inorgánica, está fuera de toda duda. Sería imposible la aparición y el
desarrollo del ser vicio si no existiese en la misma base de la materia la tendencia inextinguible al
autodesarrollo, a la formación espontánea de formas materiales y movimiento más y más complejos.
Esa tendencia es inherente tanto a las micropartículas como a los cuerpos microscópicos. Lo que
interesa es dilucidar en qué formas se manifiesta.

En la naturaleza, el desarrollo aparece como el tránsito de lo inferior a lo superior, cosa que en la


mayoría de los casos coincide con el tránsito de lo simple a lo complejo. Los conceptos de simple a
inferior, complejo y superior son muy similares, aunque sería erróneo identificarlos en todos los
casos. Dichos conceptos no tienen valor absoluto, sino relativo. Todo lo que es simple lo es
únicamente con referencia a algo más complejo y no por sí solo. De la misma manera, todo lo inferior
tiene sentido sólo con respecto a algo superior y más complejo. En la naturaleza no existen cuerpos
absolutamente simples, como tampoco absolutamente complejos. La naturaleza es eterna en el
tiempo, y por ello cada objeto material es el resultado de una infinita modificación anterior de la
materia; al mismo tiempo, es el punto de partida para la sucesiva modificación ilimitada.
Considerando la eternidad es imposible determinar que cuerpo es sencillo y cuál es complejo. Para
hacerlo hay que tomar de la eternidad cierto lapso de tiempo y examinar los procesos en una región
limitada del espacio. En este caso, se califica de complejo un sistema material que, en principio,
pueda descomponerse en sus elementos integrantes o surgir de ellos en el proceso de su desarrollo
histórico. Esos elementos componentes serán más simples con relación al sistema. El grado de
complejidad se deriva de la relación genética de los cuerpos. Así, los cuerpos macroscópicos serán
más complejos que las micropartículas, ya que contienen las formas modificadas del movimiento de
aquéllas y poseen, además, propiedades que no tiene cada partícula por separado. Comparando
los objetos por sus elementos componentes homogéneos o por sus propiedades similares, podremos
determinar el grado de complejidad de casi todos los cuerpos conocidos. Constituyen una excepción
tan sólo las partículas elementales y los campos, ya que desconocemos sus estructuras y los objetos
materiales que les anteceden en el desarrollo histórico de la materia. En este caso cabe suponer,
únicamente, el grado de complejidad, que, según señalábamos antes, está posiblemente relacionada
con la magnitud de la propia energía de las partículas.

Al determinar el grado de complejidad hay que distinguir el grado objetivo de complejidad y la que
se manifiesta en el plano de la teoría del conocimiento. Si algún cuerpo, en el proceso de su
con9cimiento, nos parece más complejo, eso significa todavía que lo sea objetivamente. Por
ejemplo, los átomos y las partículas elementales nos parecen mucho más complejos que los cuerpos
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macroscópicos. Mas eso no significa que en el plano del desarrollo histórico de la materia las
partículas elementales sean más complejas que los cuerpos macroscópicos. Mas eso no significa
que en el plano del desarrollo histórico de la materia las partículas elementales sean más complejas
que los cuerpos macroscópicos. La aparente simplicidad de estos últimos se debe a que no
conocemos todas sus propiedades, sino tan sólo aquéllas que observamos ordinariamente y que
suponemos son las más importantes. Cuando nos habituamos a los cuerpos que nos rodean,
dejamos de pensar en los aspectos ocultos de los fenómenos. Pero si nos remontamos sobre la
fuerza de la costumbre y tratamos de pasar del aspecto exterior al estudio de la esencia íntima de
dichos objetos materiales, a la precisión de la naturaleza físico-química de sus propiedades,
advertiremos que esos cuerpos están muy lejos de ser tan simples como nos lo parecía. Para
poderlos explicar desde todos los puntos de vista tendríamos que recurrir a la teoría atómica y
descubrir las peculiaridades de las uniones entre las micropartículas de cada cuerpo. Si lo logramos,
aunque sea parcialmente, sus propiedades nos parecerán tan complejas como las propiedades de
los micro objetos.

Conviene recordar que el curso del conocimiento no siempre coincide con el curso del desarrollo
histórico de los fenómenos. La evolución en la región del mundo que nos rodea ha seguido en los
últimos miles de años una línea de desarrollo de la materia cada vez más compleja, que va desde
partículas elementales a los átomos, y luego a las moléculas y cuerpos macroscópicos. Pero el
desarrollo del conocimiento de la materia ha seguido una trayectoria inversa: primero se conocieron
a rasgos generales las propiedades de los cuerpos macroscópicos; luego, la ciencia pasó al estudio
de las moléculas y los átomos, y, hace muy poco, al de las partículas elementales. Por lo tanto, lo
lógico está a veces muy lejos de coincidir con lo histórico, y semejante coincidencia no constituye
una ley obligatoria.

En el mundo accesible a las mediciones modernas se conocen las dos formas más simples y más
complejas de la materia: la primera la tenemos en las partículas elementales y los campos; la
segunda, en el cerebro humano, que es producto de un largo desarrollo histórico. Tomemos las
partículas elementales como “punto cero” de partida en la supuesta escala de desarrollo de la
materia, y el cerebro como el producto final de ese desarrollo. En ese caso, las diferentes
combinaciones de la materia se distribuirán en forma de una larga escalera genética. En sus
peldaños más altos se hallarán los objetos materiales que posean numerosos y variados enlaces e
interacciones y que, en virtud de ellos, se caracterizan por formas complejas de movimiento. El
desarrollo se verificaría por el paso de partículas elementales a átomos, luego a moléculas de diversa
complejidad, cuerpos macroscópicos y sustancia viva. Por consiguiente, el desarrollo se manifiesta
como complicación cada vez mayor de los enlaces e interacciones de las partículas, así como las
formas de materia a que ello da lugar. En este proceso, los cambios cuantitativos y cualitativos
constituyen una unidad orgánica. El aumento cuantitativo de las micropartículas hasta integrar
moléculas y la formación entre ellas de nuevos enlaces da lugar a transformaciones radicales
cualitativas en la estructura de las moléculas y a la formación de nuevas combinaciones químicas.
Por ello, el grado de complejidad de los objetos materiales no se determina sólo por sus aspectos
cuantitativos, sino también y ante todo por su aspecto cualitativo, por el carácter de las formas
correspondientes del movimiento. Por ejemplo, la agrupación de las micropartículas puede constituir
un cuerpo cuya masa sobrepase en millones de veces la masa del cerebro humano, pero eso no
significa que sea más complejo que él.

En cualquier cuerpo inorgánico, por grande que sea su masa, hay tan sólo formas relativamente
simples de movimiento. La sustancia de ese cuerpo está integrada por moléculas relativamente
sencillas. Por el contrario, el ser vicio, y tanto más el cerebro humano, están constituidos por
moléculas albuminoideas que se componen de millones de átomos. Los enlaces e interrelaciones
entre las micropartículas de esas moléculas son incomparablemente más complejos y variados que
en las sencillas moléculas de la sustancia inorgánica. Al mismo tiempo hemos de tener en cuenta
los multiformes enlaces que existen entre las propias moléculas del ser vivo, sus células, etc. La
acción de todos esos enlaces produce formas superiores de movimiento, que aunque comprenden
con un aspecto modificado formas relativamente más simples del movimiento de las micropartículas,
se diferencias cualitativamente de ellas.
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Pero no todas las formas de movimientos de los cuerpos macroscópicos son más complejos que las
formas de movimiento de las micropartículas. El desplazamiento espacial de los cuerpos
macroscópicos no es más complejo que el de las micropartículas. Más bien ocurre lo contrario, que
el movimiento de las micropartículas en el espacio resulta mucho más complicado que el de los
cuerpos macroscópicos. Esa mayor complejidad se refleja en la teoría: el movimiento de las
micropartículas se describe por las ecuaciones de la mecánica cuántica, que comprende, como caso
particular, las ecuaciones de la mecánica clásica, estas últimas caracterizan el desplazamiento
espacial de los cuerpos macroscópicos. En cambio, los cuerpos macroscópicos pueden resultar
más complejos que las micropartículas respecto de otras formas del movimiento.

Así, pues, en su conjunto, el desarrollo de la materia inorgánica ofrece una complejidad cada vez
mayor de enlaces y formas de movimiento de los correspondientes objetos materiales; es en el propio
proceso de complejidad creciente de enlaces y formas de movimiento donde vemos el criterio
objetivo más general para juzgar acerca del desarrollo de la materia inorgánica.

La propiedad más importante de los objetos materiales es la tendencia a la complejidad, cuyas raíces
se pierden en la inagotable estructura de la materia. Las partículas elementales, los átomos, las
moléculas, los cristales, etc., son “nódulos” cualitativos que surgen en el proceso de su permanente
autodesarrollo. No sabemos si esa ley se refiere también a las propias partículas elementales, pues
se desconocen las formas de materia que las constituyen. Pero es muy posible que en las diferentes
regiones del Universo se produzcan procesos de formación de electrones, protones, neutrones y
otras partículas, similares a los conocidos procesos de transformación de las radiaciones en
sustancia. Como es natural, esto no puede aplicar a todo el Universo; tampoco se puede suponer
un tiempo en el que no existieran partículas elementales, y atribuyendo a éstas un origen posterior,
en el proceso del desarrollo de la materia. El Universo es infinito, y por ello la ausencia de esas
formas de materia en una región no significa su ausencia en otras regiones.

Por lo que se refiere a los átomos y a las moléculas, su aparición histórica es indudable. En las
profundidades estelares se producen reacciones de síntesis en las que el hidrógeno y el helio, en
condiciones especiales, dan lugar a elementos pesados. Las moléculas más simples comienzan a
formarse ya en las atmósferas estelares; debido a las bajas temperaturas de los planetas se
producen reacciones de oxidación y se formas diversas combinaciones de carbono y oxígeno con
otros elementos, llegando a originarse los cuerpos albuminoideos y la vida. Engels decía que la
materia “llega a formas seres pensantes en virtud de su propia naturaleza, y por ello ocurre
inevitablemente siempre cuando se dan las condiciones correspondientes (que no son
obligatoriamente unas y las mismas en todas las partes)”.

El contenido interno del desarrollo es la lucha de los contrarios. En la esfera de la naturaleza


inorgánica esta lucha se manifiesta en forma de interacciones de fuerzas y tendencias
contradictorias. Las fuerzas más esenciales de este género son la atracción y la repulsión en sus
diversas formas. La unidad de la atracción y la repulsión determina la estabilidad y los cambios
internos de todos los sistemas materiales. Es lo que constituye la base del eterno proceso de
dispersión de la materia en el espacio y de su concentración inversa, que significa el comienzo de
un nuevo ciclo de desarrollo. No puede decirse que las acciones recíprocas de atracción y repulsión
sean la causa del desarrollo; caracterizan tan sólo su contenido interno. El concepto de causa y
efecto es inaplicable en este caso, ya que con la misa razón puede decirse que es el desarrollo que
produce la acción de las fuerzas contradictorias y el desarrollo está expresado en la conocida tesis
de Lenin: “El desarrollo es la lucha de los contrarios”.

Además de las leyes generales de la dialéctica –ley del paso de los cambios cuantitativos a
cualitativos, y viceversa, ley de la unidad y la lucha de los contrarios, les de la negación de la
negación-, el desarrollo de la materia se subordina a otras leyes generales. Una de ellas puede
formularse del siguiente modo: cuanto más compleja es y mejor organizada está la forma de la
materia y del movimiento, tanto más rápidos son su desarrollo y su transformación cualitativa. Dentro
de la naturaleza inorgánica el desarrollo se efectúa con extraordinaria lentitud; en el estado de los
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sistemas cósmicos, por ejemplo, los cambios cualitativos radicales suelen ocupar decenas y
centenas de millones de años. La materia viva se desarrolla con mucha rapidez. En el transcurso
de los mil millones de años de existencia de la vida en la Tierra, han aparecido y desaparecido
cantidades enormes de plantas y animales y se han originado cientos de miles de años. Así, pues,
el desarrollo se acelera a medida que surgen formas más complejas y perfectas. Esa ley no es
privativa de la naturaleza; también puede aplicarse a la sociedad. En ésta también se observa la
aceleración del desarrollo al pasar de una formación a otra de tipo superior. Para convencernos
basta comparar los períodos de existencia de las sociedades de la comunidad primitiva, esclavista,
feudal, capitalista y socialista, así como el volumen de su progreso material y cultural. En los últimos
cien años, la ciencia y la producción han conseguido someter a la naturaleza mucho más que en
toda la historia anterior de la humanidad. Por lo que se refiere a las perspectivas del progreso en el
futuro, incluso la fantasía científica más audaz queda rápidamente superada por las realizaciones
efectivas.

Si esta ley se formula en sentido inverso, cabe decir que el desarrollo se retrasa al pasar a formas
relativamente menos complejas de la materia y el movimiento. Por ejemplo, en la nube de la
sustancia cósmica difusa, constituida por hidrógeno y helio, con densidad muy reducida, la
probabilidad de formación de moléculas será insignificante. Casi todas las colisiones de
micropartículas serán elásticas, y sus interacciones, reversibles. Pasará mucho tiempo antes de que
esa nube se convierta, por la acción de las fuerzas internas, en una formación más densa que, a su
vez, sea la base para la formación de estrellas. Por otra parte, es imposible que en esas condiciones
surjan formaciones moleculares complejas.

El aminoramiento del ritmo de desarrollo no depende sólo de la simplicidad estructural de la materia,


sino también del carácter de su distribución espacial: cuanto mayores sean las dimensiones o cuanto
más alto el orden de dicho sistemas material, más lento será el ritmo de su cambio y desarrollo. Si
tomamos un cambio sencillo, veremos claramente su aceleración a medida que aumenta el orden
de los sistemas: el electrón realiza en el átomo su vuelta alrededor del núcleo en unos 10 (-17) seg.,
la Tierra gira alrededor del Sol en un año. El Sol en torno del centro de la galaxia en 190 millones
de años y el “año” meta galáctico para nuestro sistema estelar debe ser todavía mayor.

El proceso del desarrollo está relacionado con cambios cualitativos radicales y es fácil prever que
estos cambios perderán velocidad a medida que aumente el orden de los sistemas. Esta
dependencia es completamente natural y viene determinada por el carácter de las interacciones
físicas de los cuerpos. Al aumentar las distancias se exige cada vez más tiempo para la transmisión
de la energía de unos cuerpos a otros. Debido al carácter finito de la velocidad de propagación de
las interacciones, el cambio en el estado de cualquier sistema tarda en producir cambios en el estado
de otro sistema. Este último refleja dicho cambio pasado cierto período de tiempo, que es tanto mayor
cuanto mayor sean las dimensiones del sistema. Al aumentar la distancia, disminuye también la
fuerza de acción sobre el sistema. El resultado de todo eso será el aminoramiento general del ritmo
de los cambios y del desarrollo con el paso a sistemas cada vez mayores. Para todo el Universo,
en el cual las fuerzas de interacción entre cuerpos infinitamente alejados son infinitamente pequeñas,
el cambio general en un tiempo limitado será también infinitamente pequeño. Más, como el Universo
existe eternamente, esos cambios, aunque indeterminados en la escala de la eternidad, serán todo
lo grandes que se quiera.

Las leyes que relacionan el ritmo del desarrollo con el grado de complejidad y la distribución espacial
de la sustancia caracterizan este proceso, sobre todo en su aspecto cuantitativo. Pero existen otras
leyes más profundas, que expresan los aspectos cualitativos del desarrollo. Si analizamos la
composición química de la materia en la región del mundo accesible a la observación, veremos que
el 99% de todos los elementos que constituyen las estrellas y las nebulosas corresponde al
hidrógeno y al helio, mientras que los elementos restantes corresponde un 1% de la masa. Es cierto
que la composición química de la Tierra y de los planetas es algo distinta: el 86% de la corteza
terrestre corresponde al oxígeno, sílice, aluminio y hierro. Pero tal diferencia nos la explican las
peculiaridades del desarrollo cosmogónico de la Tierra, en el curso del cual los elementos ligeros –
hidrógeno y helio- se volatilizaron en el espacio. Los planetas de gran masa, como Júpiter, han
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podido conservar los elementos ligeros y su composición química se asemeja a la del Sol y las
estrellas.

Por lo que se refiere a las moléculas complejas y cuerpos albuminoideos, su masa en la escala del
Cosmos constituye una magnitud insignificante. La masa de la sustancia viva en la Tierra (planetas
en lo fundamental) es 10 (-8) aproximadamente de la masa de todo el planeta. En la escala de la
galaxia, la relación entre la masa de la sustancia viva y la masa de todos los cuerpos será todavía
menor.

A.Oparín y V. Fésienkov consideran que de cada millón de estrellas de la galaxia sólo a una se le
puede descubrí un planeta donde sea posible la vida; entre los 150,000 millones de estrellas de la
galaxia habrá unos 150,000 planetas. Suponiendo que sus masas, por término medio, no se
distingan grandemente de la masa de la Tierra y que la cantidad de sustancia viva en ellas sea la
misma, habrá en la galaxia una masa de sustancia viva de 16 (16) ton. Con relación a la masa de
la galaxia, igual a 2,5 * 10 (38) ton., esta magnitud constituye, aproximadamente, un 4.10 (-21). Así,
pues, el estado más difundido de la matera en el Universo es el de sus formas más simples, mientras
que las estructuras altamente organizadas son un fenómeno bastante raro, aunque todo nos induce
a pensar que existe un número incontable de mundos habitados.

Este carácter de propagación y de las combinaciones químicas indica la existencia de una ley, que
se puede formular del siguiente modo: la cantidad relativa de formas complejas de materia y de
movimiento en un sistema es tanto menor cuanto más alto sea el grado de su complejidad. A medida
que aumenta el grado de complejidad y el orden de los sistemas, la curva de propagación de la
materia compleja tenderá asintóticamente al cero. Esto significa la probabilidad de formación de
estructuras perfectas es tanto menor cuanto más alto se a el grado de su complejidad y perfección.
Así lo advertimos hasta en el desarrollo espiritual o físico del individuo: la probabilidad de alcanzar
cierta perfección en el conocimiento de la naturaleza y en la creación artística o de implantar un
récord deportivo será tanto menor cuanto más elevado sea el grado de esa perfección. Pero lo que
el individuo no puede lograr él solo en las diversas esferas de la actividad espiritual y productiva,
puede ser alcanzado por la sociedad en su conjunto. Por eso el desarrollo de la sociedad no se
aminora, sino que se acelera con el progreso histórico.

Como peculiaridad importante del proceso de desarrollo debemos señalar que éste no sigue en todas
partes un mismo camino, sino que transcurre en diversos planos. Las formas y los resultados del
desarrollo suelen ser cualitativamente diferentes entre sí, atendidos los distintos sistemas materiales.
La evolución de la materia desde las partículas elementales hasta la sustancia viva y el cerebro
humano, que tuvo lugar en nuestra Tierra, es el principio posible en otros planetas siempre que se
den las condiciones precisas para ello. Sin embargo, si las condiciones físico-químicas de la materia
son distintas, como sucede, por ejemplo, en las estrellas el desarrollo de la materia seguirá una
trayectoria completamente distinta. La ley general –complicación de enlaces y formas de
movimiento- sigue rigiendo en este caso, pero con resultados cualitativamente distintos de los que
se produjeron en la Tierra.

2.- EL HOMBRE: PRODUCTO DEL DESARROLLO GRADUAL DEL MUNDO ANIMAL.

2.1 Etapas y leyes

Hace ya mucho tiempo que se considera al hombre como un ser aparte, cualitativamente
diferenciado de los animales. La acumulación de conocimientos biológicos le permitió a Charles
Darwin elaborar su célebre teoría de la evolución. Esta teoría hizo triunfar la idea de que el hombre
es el producto del desarrollo gradual del mundo animal, que su origen es animal. Luego, la anatomía
comparada, la paleontología, la embriología y la antropología proporcionaron innumerables pruebas
nuevas en apoyo de ese hecho.
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Aunque el pensamiento de que el hombre difiere de modo esencial de los animales, aún de los más
desarrollados, ha seguido manteniéndose con solidez en la ciencia, las opiniones difieren cuando se
trata de definir esa diferencia y de explicarla.

Las principales controversias científicas han tenido por objeto el papel de las particularidades y de
las propiedades biológicas innatas del hombre. La exageración grosera de ese papel ha servido de
base teórica a las concepciones más equivocadas; una visión exclusivamente biológica del hombre
conduce al racismo. La ciencia progresiva toma, por el contrario, como punto de partida, el hecho de
que el hombre es, fundamentalmente, un ser social, que todo cuanto en él es “humano” proviene de
su vida en la sociedad, en el seno de la cultura creada por la humanidad.

En el último siglo, poco después de la publicación de la obra de Darwin El origen de las especies,
Engels sostuvo la idea del origen animal del hombre y mostró, al mismo tiempo, que éste difería en
forma profunda de sus antepasados animales, y que su hominización se efectuó al pasar a la vida
en sociedad basada en el trabajo, y que este paso cambió su naturaleza y señaló el comienzo de su
desarrollo que no está sometido a leyes biológicas, como ocurre en los animales, sino a leyes
nuevas: leyes socio-históricas. (Engels, Dialéctica de la Naturaleza.).

Los últimos descubrimientos de la antropología permiten afirmar que el paso del animal al hombre
es un proceso muy largo que comprende toda una serie de estadios (etapas).

El primero de éstos es el de la preparación biológica del hombre. Comienza a fines del terciario y
llega hasta los comienzos del cuaternario. Los australopitecos, que vivían en ese período, eran
animales que andaban de manera vertical al modo de la vida gregaria; empleaban útiles groseros y
no trabajados. Probablemente conocían algunos medios rudimentarios para comunicarse entre ellos.
En este estadio aún reinaban, únicas, las leyes de la biología.

El segundo estadio importante, que comprende una serie de grandes etapas, puede considerarse
como el del paso al hombre. Va desde la aparición del pitencatropo hasta la época del hombre de
Neanderthal, inclusive. En este período es cuando aparecen algunos útiles, así como formas
embrionarias de trabajo y de sociedad. La evolución del hombre continúa sometida a las leyes
biológicas, es decir, se manifiesta, como antes, por modificaciones anatómicas transmitidas de
generación en generación bajo la acción de la herencia. Pero al mismo tiempo se advierten algunos
elementos nuevos. Se trata de cambios en la estructura anatómica humana que afectan al cerebro,
a los órganos de los sentidos, a las manos y a los órganos vocales. Estos cambios se producen,
pues, bajo la creciente influencia del trabajo y de los intercambios verbales que aquellos engendran.
En resumen, el desarrollo biológico del hombre se cumple bajo la influencia del desarrollo de la
producción. Pero la producción es, desde su comienzo, un proceso social que se desarrolla según
sus propias leyes objetivas, que son leyes socio históricas. Por eso la biología se “inscribe” en la
estructura anatómica del hombre cuando comienza la historia de la sociedad humana.

Así, convertido en sujeto del proceso social del trabajo, el hombre evolucionó bajo la influencia de
dos tipos de leyes; en primer lugar, las leyes biológicas, en virtud de las cuales operóse la adaptación
de sus órganos a las condiciones y las exigencias de la producción; en segundo lugar, por intermedio
de esas leyes iniciales, otras leyes —socio históricas—, que rigieron el desarrollo de la producción y
los fenómenos engendrados por ésta. (Subrayemos que muchos autores contemporáneos estiman
que toda la historia del hombre sigue sometida a esos dos tipos de leyes. Siguiendo a Spencer hay
quienes afirman que el desarrollo de la sociedad— o, como prefieren decir, del medio
“supraorgánico”— tiene por objeto la creación de las condiciones de existencia particularmente
complejas, a las que hombres se adaptan de manera biológica. Esta hipótesis no resiste el examen
científico).

Tercer estadio: en realidad, la formación del hombre pasó, además, por otro estadio —el tercero—,
en el que el respectivo papel de las leyes biológicas y sociales sufrió una nueva modificación. Se
trata de la aparición del hombre contemporáneo, el “horno sapiens”. Es el giro capital en la evolución
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humana, que se libera de modo definitivo de su dependencia frente a los cambios biológicos,
necesariamente lentos, hereditariamente transmitidos. En adelante, la evolución queda sometida, en
forma exclusiva, a las leyes socio históricas. De aquel lado de la frontera, es decir, en el hombre en
formación, la actividad de trabajo estaba íntimamente ligada a la evolución morfológica. De este lado
de la frontera, en el hombre contemporáneo, “completamente formado”, la actividad de trabajo se
efectúa independientemente de la evolución morfológica.

Ello significa que el hombre definitivamente formado ya posee todas las propiedades biológicas
necesarias para que su desarrollo socio histórico posterior sea ilimitado. En otros términos, el hombre
ya no necesita sufrir cambios biológicos hereditarios para adquirir una civilización cada vez más
elevada. De acuerdo con la expresión de A. Vandel, “la humanidad se ha liberado del despotismo de
la herencia” y “puede desarrollarse a un ritmo que el mundo animal no conoce”. En efecto, durante
los cuarenta o cincuenta mil años que nos separan de la aparición de los primeros representantes
de la especie “homo sapiens”, la vida de los hombres ha sufrido, con un ritmo cada vez más
acelerado, modificaciones sin precedente. Pero las particularidades biológicas de la especie no se
han reformado, o, con más exactitud, las modificaciones no han traspuesto los límites de las
variaciones reducidas, sin mayor importancia en las condiciones de la vida social.

De ninguna manera pretendemos que las leyes que rigen las variaciones y la herencia dejan por
completo de actuar y que la naturaleza del hombre, una vez constituida, no sufre cambio alguno. El
hombre no se ha sustraído del todo al campo de acción de las leyes biológicas. Y deseamos decir
algo más: las modificaciones biológicas transmisibles por la herencia no determinan el desarrollo
social e histórico del hombre y de la humanidad. Este se produce merced a fuerzas que no son la
variación y la herencia biológicas.

3.- CÓMO SE EFECTÚA LA EVOLUCIÓN.

3.1 El trabajo, la vida en sociedad, la asimilación de la cultura.

La hominización, corno proceso que implica importantes modificaciones en la organización física del
hombre, concluye con el advenimiento de la historia social de la humanidad. Hoy esta idea ya no
parece paradójica. Basta con decir, por ejemplo, que durante el simposio científico acerca del
problema de la “hominización”, llevado a cabo recientemente en París, esta idea fue sostenida por
la mayoría de los grandes especialistas que en él participaron.

Entonces, ¿cómo se efectúa la evolución de los hombres y cuál es su “mecanismo”? Porque, en


efecto, el hombre y sus condiciones de vida han seguido transformándose en el curso de la historia.
Las adquisiciones acumuladas durante la evolución se han transmitido de generación en generación,
que era lo único que podía asegurar la continuidad del progreso histórico. Y esas adquisiciones han
sido, por lo tanto, fijadas.

Pero si ello no pudo ocurrir bajo la acción de la herencia biológica, como ya vimos, ¿de qué modo
puede explicarse la fijación? Pues porque se produjo de una manera absolutamente nueva, que
apareció por primera vez con la sociedad humana; bajo la forma de fenómenos externos de la cultura
material y espiritual. Esta forma particular de fijación y de transmisión a las generaciones posteriores
de las adquisiciones de la evolución debe su aparición al hecho de que la actividad del hombre,
diferente de la del animal, es creadora y productiva. Lo cual es cierto, sobre todo, respecto de su
principal actividad: el trabajo.

Los hombres, en su actividad, no se conforman con adaptarse a la naturaleza. Transforman á ésta


en función de sus necesidades en evolución. Inventan objetos capaces de satisfacerlos, y crean
medios para producir estos objetos: herramientas y luego máquinas muy complejas. Construyen
viviendas, tejen vestidos, producen otros valores materiales. La cultura espiritual de los hombres se
desarrolla con el progreso de la producción de bienes materiales; sus conocimientos acerca del
mundo circundante y acerca de ellos mismos aumentan, y la ciencia y el arte adquieren vigor. En el
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curso de esa actividad, sus aptitudes, sus conocimientos y su habilidad, cristalizan, por así decir, en
los productos materiales y espirituales. Por eso todo progreso en el perfeccionamiento de las
herramientas, por ejemplo, puede considerarse desde este punto de vista, como el hito de un nuevo
grado en el desarrollo histórico de las aptitudes motrices del hombre. La gradual complicación de la
fonética en las lenguas es, en este sentido, la encarnación de los éxitos obtenidos en la articulación
de los sonidos y el oído verbales. El progreso de las bellas artes es la encamación del desarrollo
estético, etc.

En la vida cada generación comienza en un mundo de objetos y fenómenos creados por las
generaciones precedentes. Asimila estas riquezas con su participación en el trabajo, en la producción
y en las diversas formas de la actividad social que han cristalizado, que se han encarnado en este
mundo. Hasta la capacidad de emplear un lenguaje articulado sólo se forma, para los representantes
de cada generación, mediante la asimilación de uña lengua históricamente formada y en función de
sus particularidades objetivas. Lo mismo ocurre con el desarrollo del pensamiento y la adquisición
de los conocimientos. Ninguna experiencia individual, por rica que fuere, puede conducir por sí sola
a la formación de un pensamiento abstracto lógico o matemático, o a la formación espontánea del
sistema de conceptos correspondiente. Para ello sería menester no una vida, sino miles y miles de
vidas. De hecho, los hombres sólo pueden adquirir la facultad de pensar, y los conocimientos, gracias
a la asimilación de lo que ya adquirieron las generaciones anteriores.

La ciencia dispone, ahora, de la suficiente cantidad de hechos verificados para afirmar que si algunos
niños se desarrollaran desde su más tierna edad al margen de la sociedad y de los fenómenos
engendrados por ésta, permanecerían en el nivel animal.

No sólo no adquirirían la palabra ni el pensamiento, sino que además sus movimientos no tendrían
nada humano. Baste decir que ni siquiera poseerían el andar erecto propio del ser humano. Y se
conocen algunos casos a la inversa. Tratase de niños provenientes de poblaciones que se
encuentran en el más bajo nivel de desarrollo económico y cultural; se les ha educado, desde muy
temprano, en medio de una civilización avanzada, y se han formado todas las aptitudes necesarias
para integrarse a ésta. Me referiré al ejemplo que cita H. Piéron: 1

Los guayaquiles, una tribu del Paraguay, pertenecen a una de las poblaciones atrasadas que en la
actualidad se conocen. A su modo de vida se le ha dado el nombre de civilización “de la miel”, porque
uno de sus medios de existencia es la búsqueda de la miel silvestre. Es muy difícil entrar en contacto
con ellos, pues carecen de un hábitat fijo. Apenas se les acerca un extraño huyen a la selva. No
obstante, pudo atraerse a uno de sus niños, de siete años, esto permitió conocer su lengua, que se
consideró extremadamente primitiva. Más tarde, el etnólogo francés Vellard encontró una chiquilla
de dos años más o menos en un campamento abandonado. Su educación se confió a la madre del
científico. Al cabo de veinte años (1958), su nivel intelectual en nada se distinguía del de una europea
culta. Ahora es etnógrafa y habla el francés, el español y el portugués.

Estos ejemplos y muchos otros muestran con claridad que las aptitudes y propiedades que
caracterizan al hombre no se transmiten a titulo de herencia biológica, sino que se forman en el curso
de la vida merced a la asimilación de la cultura creada por las generaciones precedentes. De ahí que
cualquiera que sea el grupo étnico a que pertenezcan, posean las posibilidades adquiridas a raíz de
la formación del hombre, que permiten, si se cuenta con las condiciones necesarias, un desarrollo
que el mundo animal no conoce.

Puede decirse que cada individuo, tomado aparte, aprende a convertirse en hombre. Para vivir en
sociedad no le basta lo que la naturaleza le otorga al nacer. Debe asimilar lo que ha alcanzado la
humanidad en el curso de su desarrollo histórico. El individuo en sí halla todo un océano de riquezas

1
Piéron. De l’acrinie & l’honune, y. B.B2. P.V.F. Paris, 1959.
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acumuladas a lo largo de los siglos por innumerables generaciones de hombres, que en nuestro
planeta son los únicos seres creadores. Las generaciones desaparecen y se suceden, pero lo que
crean pasa a las siguientes, que, a, su vez, multiplican y perfeccionan la herencia de la humanidad.

4.- LA ASIMILACIÓN.

4.1 Proceso activo. La herramienta. Los órganos funcionales.

El problema, de la evolución del hombre, considerado en su vinculación con el de la cultura social,


plantea toda una serie de problemas. Se trata en primer término, de definir en qué consiste la
asimilación por parte del individuo de los resultados del desarrollo de la sociedad, y cómo se produce.
Ya hemos visto que la experiencia socio histórico de la humanidad se acumula en forma de
fenómenos del mundo exterior objetivo. Este último (el mundo de la industria, de la ciencia y del arte)
expresa la verdadera historia de la naturaleza humana, el resultado de su transformación histórica.
El mundo es quien le entrega al hombre lo que es humano.

Pero, ¿en qué consiste el proceso de asimilación del mundo creado por la historia humana, proceso
que es, al mismo tiempo el de la formación en el hombre de las facultades específicamente
humanas?

En primer lugar hay que subrayar que este proceso siempre es activo. Para asimilar los objetos o los
fenómenos creados por la historia es necesario desplegar una actividad que de alguna manera
reproduce en sí los rasgos esenciales de la evolución encarnada, acumulada en el objeto mismo.

A fin de hacerme comprender tomaré un ejemplo muy sencillo: ¿Cómo aprender a valerse de una
herramienta?

La herramienta es el producto de la cultura material que posee, en la forma más evidente y material,
los principales rasgos de las creaciones humanas. No es sólo un objeto poseedor de determinada
forma y de ciertas propiedades físicas; es, al mismo tiempo, un objeto social en el que se han
concretado y fijado operaciones de trabajo históricamente elaboradas La presencia de esos rasgos
sociales y al mismo tiempo ideales, la diferencian de las “herramientas” que emplean los animales y
con las que también ejecutan ciertas operaciones. Los monos, por ejemplo, pueden aprender a
valerse de un palo para alcanzar la fruta. Pero estas operaciones no se fijan en herramientas como
futuros encargados permanentes de tales operaciones. Una vez que el palo ha cumplido su misión
en la mano del mono, se vuelve indiferente para éste. Por eso los animales no conservan sus
“herramientas” y no las transmiten de una generación a otra. No pueden, pues, efectuar esa
“acumulación de las funciones que caracteriza a la cultura” (J. Bernal). Esto explica, igualmente, por
qué los animales no pueden asimilar el empleo de sus herramientas; el empleo de la misma no
genera una nueva operación motriz; está sometido a los movimientos naturales e instintivos en el
sistema a que se integra. Por el contrario, el empleo de las herramientas por el hombre tiene un
carácter completamente distinto. La mano forma parte del sistema (desarrollado en el curso de la
historia social) de las operaciones encarnadas por la herramienta, y está sometido a ella. Con la
asimilación de la utilización de las herramientas, el hombre modifica sus movimientos naturales e
instintivos y adquiere, en el curso de su vida, nuevas facultades motrices más perfeccionadas.

Asimilar el empleo de una herramienta significa para el hombre asimilar las operaciones motrices
encarnadas en esa herramienta. Este proceso es, al mismo tiempo, el de la formación en el hombre
de aptitudes nuevas y superiores, lo que se denomina funciones psicomotrices que humanizan su
campo motor. Esto es igualmente cierto en lo que atañe a la asimilación de los fenómenos en el
campo de la cultura espiritual. Así, aprender una lengua no es sólo aprender a efectuar con palabras
las operaciones históricamente fijadas en su significación, es también asimilar la fonética del lenguaje
que se produce al aprender las operaciones que realizan la constancia del sistema fonológico
objetivo de esa lengua. En el curso de esos procesos el hombre adquiere sus funciones de
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articulación y de locución-audición, así como la actividad cerebral central que los fisiológicos llaman
“segundo sistema de señalización” (Pavlov).

Todos estos rasgos psicofisiológicos no son innatos sino que los forma el lenguaje. Si conocéis los
rasgos específicos de la lengua, podéis estar seguros de describir algunos de ellos sin necesidad de
efectuar una investigación. De modo que si sabéis que la lengua materna de un grupo de individuos
pertenece a la categoría tonal, podéis estar seguros de que todos poseen una audición tonal muy
desarrollada (Taylor, Leontiev, Guippenreuter)2

Lo que caracteriza sobre todo la asimilación (o la apropiación) de la cultura, es, por consiguiente, el
hecho de que crea en el hombre nuevas aptitudes, nuevas funciones intelectuales. Gracias a eso
difiere de modo fundamental del aprendizaje animal. En tanto que éste último es el resultado de una
adaptación individual del comportamiento de la especie a condiciones de existencia cambiantes y
complejas, la asimilación es para el hombre un proceso de reproducción, en las aptitudes del
individuo, de las propiedades históricamente formadas de la especie humana. Un autor moderno
tiene absoluta razón cuando dice, a este propósito, que el animal se limita a desarrollar su naturaleza,
mientras que el hombre construye en forma activa la suya.

Cómo es posible este proceso en el plano filosófico? ¿Cómo se desarrolla? Estamos ante un
problema muy difícil. Por una parte los hechos muestran que las aptitudes y las funciones que se
han desarrollado en el curso de la historia social de la humanidad no se han fijado en el cerebro de
los hombres y no se transmiten bajo la acción de las leyes de la herencia. Por otra parte, es del todo
evidente que ninguna aptitud o función puede ser nada más que la función de uno o de un conjunto
de órganos. Uno de los éxitos más importantes de la investigación fisiológica y psicológica de nuestra
época es haber hallado la solución de esta contradicción.

Desde los trabajos de Wundt, nos encontramos con la idea de que el carácter específico de la
actividad puede explicarse por el hecho de que se basa, no en las funciones fisiológicas elementales
del cerebro, sino en las combinaciones formadas en el curso de desarrollo individual.3

Pavlov dio un paso nuevo y decisivo en la solución del problema al descubrir el principio del trabajo
de los sistemas de los grandes hemisferios cerebrales.4 Otro contemporáneo de Pavlov formulé la
idea de que había órganos fisiológicos o funcionales especiales en el sistema nervioso: “Tenemos
la costumbre de pensar que un órgano es algo morfológicamente constante... No creo que eso sea
del todo necesario. Estaría de acuerdo con el espíritu de la ciencia moderna estimar que no es
obligatorio”.

¿Qué son los órganos funcionales del cerebro? Son órganos que funcionan de la misma manera que
los habituales, permanentes. La diferencia estriba en que son neoformaciones aparecidas durante
el desarrollo individual (ontogenético). Constituyen el sustrato material de las aptitudes y funciones
específicas que se forman cuando el hombre asimila el mundo de los objetos y dé los fenómenos
creados por el hombre, es decir, las obras de la cultura. Hoy por hoy sabemos lo bastante de las
particularidades y los mecanismos formadores de esos órganos para crear sus “modelos”
experimentales en el laboratorio. Por otra parte, podemos representamos con más claridad en qué
se ha expresado la hominización del cerebro, que ha permitido someter el desarrollo ulterior del
hombre a las leyes socio históricas, y por consiguiente, acelerarlo de modo considerable. La corteza
cerebral, con sus quince mil millones de células nerviosas, se ha convertido en un órgano capaz de
formar a su vez órganos funcionales.

2
J.C. Taylor,Towards a sciencia of mmd, enMind, y. LXVJ, núm. 264, 1957; A.Leontiev, H.J. Guippenreuter, La
influencia de la lengua materna en la formación del oído. D.A.P., 1952.
3
W. Wundt, Grundzüge der physiologischen Psycholoic. Bd. 1. 1908
4
Pavlov, Veinte años de experiencia. Obras completas.
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5.- LA COMUNICACIÓN, LA EDUCACIÓN, SEGUNDA CONDICIÓN PARA LA ASIMILACIÓN DE


LA CULTURA.

Hasta aquí hemos considerado el proceso de asimilación como el resultado de la actividad del
individuo respecto de los objetos y fenómenos del mundo circundante creado por el desarrollo de la
cultura humana. Hemos dicho que esta acción debe ser adecuada, vale decir que debe reproducir
los rasgos de la actividad humana que ha cristalizado (acumulada) en el objeto o el fenómeno dado,
o, con más precisión, en los sistemas que forman. ¿Podemos deducir de ello que esa actividad
adecuada se forma en el hombre o en el niño bajo la influencia de los objetos o de los fenómenos
en sí? Semejante conclusión sería evidentemente falsa. El hombre no está simplemente a solas con
su medio circundante. Sus relaciones con el mundo son siempre mediatizadas por sus relaciones
por los demás hombres. Su actividad siempre está inserta en una comunicación, aún cuando esté
exteriormente solo. Esta comunicación, ya sea en su forma exterior original de actividad en común,
o como cambios verbales, o simplemente mentales, es la condición necesaria y específica de la vida
del hombre en sociedad. Es también la condición necesaria para la formación en el niño, en todo
individuo, de una actividad adecuada, que de alguna manera implican en sí los objetos y los
fenómenos que fijan las adquisiciones de la cultura material y espiritual de la humanidad. La
comunicación es pues, la segunda condición necesaria para la asimilación. Constituye su
“mecanismo exterior”.

Expresemos eso mismo con otros términos. Las adquisiciones del desarrollo histórico de la
humanidad no son simplemente dadas al hombre en los fenómenos objetivos de la cultura material
y espiritual que las encarnan; sólo le son ofrecidas en ellos. Para asimilarlas, para hacer de ellas sus
propias aptitudes, los “órganos de su individualidad”, el niño debe entrar en relación con los
fenómenos del mundo circundante por medio de otros hombres, es decir, debe comunicarse con
ellos. Debido a este proceso, el hombre hace el aprendizaje de una actividad adecuada. Este proceso
es, por consiguiente, debido a su función, un proceso de educación.

Por supuesto, puede el proceso revestir formas muy diversas. En un comienzo, en las primerísimas
etapas del desarrollo de la sociedad humana, tal como en los niños muy pequeños, es una simple
imitación de los actos del contorno, pero que se operan bajo su control y con intervención. Luego,
ello se toma más complejo y especializado. Aparecen formas como la educación escolar, distintos
géneros de instrucción superior, y por último, la auto educación. Pero lo esencial consiste en que el
proceso es obligatorio, porque de otra manera la transmisión de las adquisiciones del desarrollo
social e histórico de la humanidad a las generaciones siguientes sería imposible, y esto haría
imposible la continuidad de la historia.

Para ilustrar esta idea tomaré un ejemplo sacado del libro de Henry Piéron que cité antes:

Si a nuestro planeta le ocurriera una catástrofe a la que sólo sobrevivieran los niños pequeños, el
género humano no desaparecería, pero la historia de la humanidad se vería inevitablemente
interrumpida. Lo tesoros de la cultura continuarían materialmente existiendo, pero no habría quién
les descubriera su uso a las jóvenes generaciones. Las máquinas quedarían inactivas, los libros no
serían leídos, las producciones artísticas perderían su función estética. La historia de la humanidad
debería recomenzar por el principio.

El progreso de la historia es, por lo tanto, imposible sin la transmisión activa de las adquisiciones de
la cultura humana a las generaciones nuevas; es imposible sin la educación.

Cuanto más progresa la humanidad, más ricos serán los resultados acumulados por la práctica social
e histórica, y más importante será el papel de la educación, así como más compleja su tarea. Por
eso, toda etapa nueva en el desarrollo de la humanidad, como en el de todo pueblo en particular,
requiere de modo inevitable una etapa nueva en el desarrollo de la educación de las generaciones
en ascenso. La sociedad concede más tiempo al período de formación, y aparecen establecimientos
de enseñanza. La instrucción adquiere formas especializadas, y se diferencian las profesiones del
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educador y el docente. Se enriquecen los programas, se mejoran los métodos de enseñanza, y la


ciencia pedagógica se desarrolla. El lazo entre el progreso histórico y el de la educación es tan fuerte,
que se puede definir el nivel de la educación por el del desarrollo histórico de la sociedad y viceversa.

La educación, el aprendizaje y la instrucción, así como su historia y sus rasgos específicos y lo que
se aguarda de ellos en la época contemporánea, todo forma un tema en particular, muy vasto, por
lo demás. Claro está, que no puedo examinarlo en sus detalles. Mi finalidad ha consistido sólo en
mostrar el papel de la educación (considerada en su acepción amplia) en el desarrollo de la
humanidad. Pero ello no agota, desde luego, el problema del hombre y la cultura. Otros problemas
se plantean. Uno de los más importantes es el de la desigualdad cultural entre los pueblos y a él
paso de inmediato.

6.- LA DESIGUALDAD ENTRE LOS HOMBRES, SU FUNDAMENTO ECONÓMICO-SOCIAL.

Hasta ahora hemos examinado, el desarrollo de un individuo humano que llega indefenso al mundo
y que sólo posee al nacer una aptitud que lo hace fundamentalmente distinto de sus antepasados -
animales: la capacidad de formarse aptitudes específicamente humanas.

Por otra parte, ya vimos cuál es la única fuente verdadera, que le permite al hombre desarrollar sus
poderes y aptitudes, objetos que contienen en sí la actividad de las generaciones anteriores, que
son el resultado del desarrollo intelectual de la especie humana, del desarrollo del hombre en cuanto
a ser genérico.

Cierto es que podemos representamos las conquistas inagotables del desarrollo de la humanidad,
que han multiplicado miles y miles de veces las fuerzas físicas e intelectuales del hombre, o bien los
conocimientos acumulados por el hombre y que penetran los más recónditos secretos del universo,
o bien las obras de arte, que elevan los, sentimientos. ¿Pero están estas adquisiciones al alcance
de todos los hombres? No; sabemos muy bien que no es así, que a menudo, son para muchos de
ellos, inalcanzables.

A esta altura debo retornar el paralelo entre la evolución biológica y el progreso histórico, entre la
naturaleza animal y la del hombre.

La perfección de la adaptación de los animales al medio, y la “sabiduría”, la riqueza y la complejidad


de sus instintos y de su comportamiento son impresionantes. Todo ello proviene de su evolución
específica, de la acumulación de la especie. Claro está que parecería muy poca cosa en
comparación con el desarrollo histórico del hombre; pero si se hace abstracción de las pequeñas
variaciones individuales sin importancia, esas adquisiciones son el hecho de todos los individuos de
una especie determinada, y al naturalista le basta con estudiar uno o varios de éstos para tener una
noción correcta de la especie en su conjunto. Para el hombre la situación es totalmente diferente. La
unidad de la especie humana parece que no existiera. Esto no deriva,, desde luego, de las
diferencias en el color de la piel, la forma de los ojos, -ni otros rasgos puramente exteriores, sino de
las grandes diferencias que existen en las condiciones y los modos de vida, la riqueza de la actividad
material y mental de los hombres y el nivel de desarrollo de sus fuerzas y aptitudes intelectuales.

Si un ser inteligente llegado de otro planeta describiera, al visitar la Tierra, las aptitudes físicas,
mentales y estéticas, las cualidades morales y las particularidades del comportamiento de la gente
que vive en las distintas regiones y países del mundo y qué pertenece a distintas capas o clases
sociales, apenas podría creer que se trata de individuos de una sola y misma especie. La
desigualdad no estriba en diferencias biológicas naturales Es creada por la desigualdad económica,
la desigualdad de clase y la diversidad consecutiva de las relaciones que la vinculan a las
adquisiciones que encarnan el conjunto de las fuerzas y de las aptitudes de la naturaleza humana
formadas en el curso del proceso socio histórico.
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El hecho de que estas adquisiciones se fijan en los productos objetivos de la actividad humana
cambia de modo total, como hemos visto, el tipo mismo del desarrollo. El desarrollo del hombre se
evade de la dominación de las leyes biológicas, se acelera y ve cómo se le abren perspectivas
inimaginables en las condiciones de una evolución que haya madurado por las leyes de la variación
y la herencia. Pero este mismo hecho conduce a que los resultados de desarrollo histórico puedan
separarse de los hombres, que son sus creadores. Esta separación adquiere, en primer término, una
forma práctica que es la de la alienación económica de los medios de elaboración y de los productos
del trabajo frente a los productores inmediatas. Lo cual. comienza con el principio de la división social
del trabajo, de las formas de propiedad privada y de la lucha de clases.

La causa estriba, pues, en las leyes objetivas del desarrollo de la sociedad, independientes de la
conciencia y de la voluntad de los hombres.

La división social del trabajo transforma el resultado del trabajo en un objeto de cambio, y este hecho
modifica de modo radical la relación entre el obrero y el producto que éste ha fabricado. Este último,
aunque haya sido fabricado por el hombre, pierde su carácter completamente personal y comienza
a tener una existencia especial, independiente del hombre: es una mercancía. Al mismo tiempo, la
división social del trabajo induce a una situación en la que la actividad intelectual y material, el goce
y el trabajo, la producción y la consumición estén separados entre sí y corresponden a diferentes
personas. Por eso, mientras la actividad global de los hombres se hace cada vez más rica y
diversificada, la de cada individuo, considerado aparte, adquiere un carácter limitado y se
empobrece. La limitación y el empobrecimiento pueden tornarse extremos cuando un obrero, por
ejemplo, gasta todas sus fuerzas en efectuar una operación cualquiera y única que se repite de
manera continua miles y miles de veces.

En el capitalismo, hasta esta actividad limitada y unilateral es enajenada del hombre, como si
perdiera la riqueza de su contenido. Los obreros fabrican máquinas, palacios, libros, etc., que se
convierten para ellos en cierto número de productos de primera necesidad. No ocurre de modo
distinto, desde este punto de vista, en el otro polo social del capital. Para el capitalista, la empresa
que. él posee no es una. empresa que produzca tal o cual mercancía, sino una empresa que produce
ganancia. Por eso está dispuesto a producir cualquier cosa, inclusive los medios de destrucción más
terribles, cuya utilización puede tener consecuencias que recaigan también sobre él.

En tales condiciones, todo toma, a los ojos de los hombres, un doble carácter, una doble faz; lo que
adquiere rasgos de limitación y de “desintegración”, es no sólo el mundo de los fenómenos que los
rodean y que ellos mismos han creado, sino también su propia actividad y su propia conciencia.

Igualmente se asiste al mismo tiempo a la concentración de la cultura espiritual. Aunque las


creaciones de esta última parece que existieran para todos, sólo una ínfima minoría dispone del
tiempo y de las posibilidades materiales necesarias para obtener la instrucción deseable, enriquecer
en forma sistemática sus conocimientos y dedicarse al arte. La inmensa mayoría de la población,
sobre todo en el campo, debe conformarse con el mínimo de desarrollo cultural que necesita la
producción de los valores materiales dentro del marco de las funciones de trabajo que le han sido
impuestas.

Como la minoría dominante posee no sólo los medios de producción material, sino también la mayor
parte de los medios de producción y de difusión de la cultura espiritual, que ella se esfuerza porque
sirvan .a sus intereses, se produce una estratificación de la cultura en sí. Si en el campo de la ciencia
que asegura los progresos de la tecnología, se asiste a un rápido aumento de los conocimientos
positivos, en el de las ideas sobre el hombre y la sociedad, su naturaleza y carácter, las fuerzas que
los mueven y sus perspectivas, así como en el campo de los ideales estéticos y morales, el desarrollo
se produce de acuerdo con lineamientos totalmente distintos. Por una parte, se observa la
acumulación de valores intelectuales (concepciones, conocimientos e ideales) que encarnan lo que
es verdaderamente humano en el hombre y que alumbran los caminos del progreso histórico. Esta
línea refleja los intereses y las aspiraciones de la mayoría. Por otra parte, otra línea procura crear
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concepciones cognoscitivas, morales y estéticas que sirvan los intereses de las clases dirigentes y
que justifiquen y perpetúen el sistema social existente; que además aparten a las masas de su lucha
por la justicia, la igualdad y la libertad, y que adormezcan y paralicen su voluntad. El choque de estos
dos lineamientos engendra lo que se llama la lucha ideológica.

De modo que el proceso de alienación causado por el desarrollo de la división social del trabajo y
las relaciones de propiedad privada, no sólo han apartado a las masas de la cultura espiritual, sino
que también han dividido a esta misma cultura en elementos progresistas y democráticos, que sirven
al progreso de la humanidad, y en elementos que obstaculizan el progreso cuando penetran en las
masas y que forman el contenido de la sociedad.

La concentración y la estratificación de la cultura se producen no sólo dentro de cada país o nación.


La desigualdad del desarrollo cultural es aún más evidente si se la considera a escala mundial, a
escala de toda la humanidad.

Precisamente esta desigualdad es la que más se utiliza para justificar la división de los hombres en
razas “inferiores” y “superiores”. En este sentido, los esfuerzos más grandes se cumplen en los
países donde las clases dirigentes tienen particular interés en justificar, en el plano ideológico, su
derecho a someter a los pueblos atrasados desde el punto de vista económico y cultural. No ha de
imputarse al azar el hecho de que el país en donde primero se procuró demostrar que estos pueblos
se encuentran en un nivel biológico diferente y pertenecen a una variedad humana particular
(subespecie) fue Inglaterra (Lawrence, G. Smith, y en la segunda mitad del siglo pasado, G. Kent y
sus discípulos).

Tampoco se debió al azar que se comprobara un fuerte aumento de la propaganda racista en


Estados Unidos en un momento en que nacía el movimiento por la liberación de los negros. Se sabe,
por último, que con el aumento de las pretensiones colonialistas de Alemania el racismo militante
convirtióse cada vez más en la ideología de sus medios militaristas, hasta alcanzar su forma extrema
en el fascismo.

Dos tipos de argumentos s utilizan para darle apariencia científica a la supuesta imperfección natural
de las razas inferiores: los que atañen a la morfología comparativa y los de orden genético.

A la primera categoría pertenecen las insistentes tentativas de demostrar la presencia de diferencias


anatómicas en el cerebro de los hombres que pertenecen a diferentes razas. Pero estas tentativas
han fracasado de modo infalible. Así es como, por ejemplo, el volumen medio del cerebro de ciertas
tribus negras ha demostrado ser, con motivo de investigaciones muy minuciosas, superior al volumen
medio del cerebro de los blancos (escoceses). Igual es la situación por lo que hace al resultado de
las investigaciones acerca de las particularidades de la estructura fina del cerebro.

A este respecto, son característicos los hechos que menciona O. Klineberg en su libro sobre la
psicología social:

Bean, un colaborador del Instituto de Anatomía de la Universidad Norteamericana John Hopkins,


había publicado el resultado de experiencias que mostraban que las partes frontales de la corteza
cerebral de los negros eran relativamente menos desarrolladas que las de los blancos, y que el
cerebro de los negros poseía ciertas particularidades estructurales que venían a confirmar “el hecho
establecido”, según la expresión de Bean, de la inferioridad intelectual de los negros. Como a Mall,
director del citado Instituto, no lo convencían los argumentos de Bean, investigó por su cuenta en la
misma colección de cerebros,. pero sin saber, a diferencia de Bean, cuáles pertenecían a negros y
cuáles a blancos. Así que Mali y sus colaboradores los clasificaron en dos grupos según los
caracteres indicados por el propio Bean, y así que determinaron luego la raza de los individuos a que
pertenecían cada uno de los cerebros, se comprobó que la distribución en aquellos dos grupos era
casi idéntica. Las conclusiones de Bean quedaron pues, invalidadas. “Es probable —subraya
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Klineberg— que, seguro de encontrar signos de inferioridad en los negros y sabedor, además, de
los individuos a que pertenecían. los cerebros, Bean “descubriese” entre ellos una diferencia que, de
hecho, no existía.”

Resulta evidente que el relativo aislamiento y la diversidad de las condiciones y circunstancias del
progreso económico y social pudieron crear, en grupos humanos establecidos en diferentes regiones
del mundo, cierta desigualdad de desarrollo. Pero la diferencia enorme que existe entre el nivel
material y cultural de las diversas razas y de los distintos pueblos no puede explicarse sólo por la
acción de esos factores. En el curso del desarrollo de la humanidad se han visto aparecer y
desarrollar con rapidez los medios de comunicación y los vínculos económicos y culturales entre los
pueblos. Esto debería haber ejercido una acción opuesta, vale decir, provocar un igualamiento del
nivel de desarrollo de los diferentes pueblos y llevar a los países atrasados al nivel de los demás
adelantados.

Puesto que la concentración de la cultura mundial no ha hecho, por el contrario, más que esforzarse,
de manera que ciertos pueblos han sido su principales receptores y en otros esa cultura ha sido
asfixiada, quiere decir que las relaciones entre los países se han desarrollado, no sobre la base de
la igualdad en el derecho, de la cooperación y de la ayuda mutua, sino sobre la de la dominación del
más fuerte sobre el más débil.

La ocupación de los territorios, el saqueo de las poblaciones indígenas en los países atrasados y su
posterior esclavitud, la transformación de estos países en colonias, todo provocó una detención de
su desarrollo y una regresión de su cultura. Y ello se explica por el hecho de que esos pueblos fueron
privados de las condiciones materiales más elementales, indispensables para el desarrollo de su
cultura, y además, porque se construyeron barreras artificiales que los separaron de la cultura
mundial. Por mucho que los colonizadores siempre hayan recubierto sus verdaderos objetivos con
frases acerca de su misión cultural y civilizadora, de hecho redujeron países enteros a la miseria
intelectual. Y si alguna vez llevaron a las colonias ciertos valores culturales, estos fueron siempre
valores ficticios que no representaban la verdadera cultura, sino sólo la espuma que navega en la
superficie.

La concentración de la cultura y su apartamiento del hombre se han producido, por consiguiente, no


sólo en la historia de determinados países, sino además, bajo una forma aún más: franca, en la
historia de La humanidad.

La consecuencia de esta alineación de. la cultura ha sido la formación de un abismo entre las
inmensas posibilidades abiertas por el desarrollo de la humanidad, por una parte, y por otra, la
pobreza y las limitaciones, que, aunque en diversos grados, marcan el desarrollo del individuo. No
obstante, ese abismo no está destinado a existir por toda la eternidad, como tampoco han de ser
eternas las relaciones socioeconómicas que lo engendraron. El problema de su total desaparición
es lo que constituye el contenido del problema acerca de las perspectivas de desarrollo del hombre.

6.1 Perspectivas del desarrollo del hombre: un problema de la humanidad entera.

El problema del posterior desarrollo del hombre es uno de los que atraen la atención, con igual
intensidad, del antropólogo, del psicólogo y del sociólogo. Para resolverlo se asiste al choque de las
mismas concepciones (biológicas y socio históricas) que se oponen respecto de la naturaleza del
hombre y de la solución de los demás problemas de la antropología histórica.

Es evidente que esa oposición no se desarrolló sólo en un plano puramente abstracto. Ambas
concepciones atañen a problemas sociales importantes y sirven de fundamento a medios
radicalmente opuestos para resolver aquéllos en la práctica.
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Los partidarios de la primera concepción, puramente biologista que considera el desarrollo del
hombre como un proceso que continúa de modo directo la evolución biológica, no quieren ver las
modificaciones que se han efectuado en el tipo mismo de su desarrollo, durante la última etapa de
la formación del, hombre. Imaginan al hombre futuro extrapolando, lisa y llanamente, los cambios
morfológicos que se produjeron en los períodos preparatorios y primitivos de la formación humana,
y se valen, también, de la observación de variaciones de carácteres particulares en el hombre
contemporáneo, que unos consideran, sin reserva alguna, como atávicas, y otros como progresivas
y proféticas, es decir, como índices de la dirección del desarrollo ulterior.

De tal manera ha aparecido la idea de la transformación gradual del hombre contemporáneo en un


nuevo ser. Distintos autores describen a este ser nuevo —el homo sapientissimus— de diferentes
modos, pero siempre se lo representan de gran estatura, de cráneo más redondo y mucho más
voluminoso que el del hombre contemporáneo, de rostro pequeño y chato, con un número menor de
dientes y pies de cuatro dedos. Si se consideran las características psíquicas, la principal sería una
inteligencia poderosa y refinada. Por el contrario, sus sentidos se debilitarían.

Es evidente que el aspecto esencial no estriba en estas concepciones más o menos fantásticas
sobre el hombre futuro, sino sobre el modo de ver las leyes motrices del desarrollo que se oculta en
ellas, así como en las conclusiones, en el espíritu de “darwinismo social”, que necesariamente se
desprenden de aquél. Si se admite, en efecto, que la evolución del hombre se produce por el
desarrollo de las propiedades concretas de la especie por vía de herencia, sólo se puede intervenir
en el curso de este proceso gracias a medidas que mejoren esas propiedades hereditarias. Y en
esta idea se basa lo que se llama “la eugenética”, es decir, la teoría del mejoramiento de la especie
humana, que fue fundada a principios de nuestro siglo por F. Galton, autor del libro “El Genio
Hereditario, sus leyes y consecuencias”.

A fin de conservar y desarrollar las aptitudes humanas, los eugenistas solicitan que se tomen
medidas tendientes a impedir que las personas y las razas “inferiores” se multipliquen y mezclen con
los representantes superiores del género, representantes de las clases privilegiadas y de las razas
superiores, que se impida, la de las capas inferiores de la población y de los pueblos “de color”.

También afirman que es indispensable recurrir a una selección sexual artificial, tal cual se hace para
el mejoramiento de las especies de animales domésticos. Los eugenistas más radicales van más
lejos y sostienen la necesidad de esterilizar y hasta de suprimir físicamente a las personas
“hereditariamente deficientes” e incluso pueblos enteros. Han visto en las guerras de exterminio uno
de los mejores medios para mejorar al género humano. Como se sabe, estas concepciones bárbaras
e inhumanas no han quedado sólo en el papel. Han hallado su aplicación práctica en los campos
nazis de muerte y en los actos de violencia que cometen los colonialistas racistas contemporáneos.
De ahí que la lucha contra esas concepciones y la denuncia de su esencia reaccionaria y antipopular
no sólo tengan una importancia teórica y abstracta; además, son indispensables para despejarle el
camino al triunfo de las ideas, de la democracia, de la paz y del progreso de la humanidad.

El porvenir de la humanidad es, en verdad, grandioso y está mucho más cerca de lo que creen
aquellos que basan sus esperanzas en los cambios de su naturaleza biológica. Hoy por hoy, está a
la vista, es la mañana de la historia de la humanidad.

El hombre no nace provisto de todas las adquisiciones históricas de la humanidad. Aquéllas que
resultan del desarrollo de las generaciones humanas no están encarnadas en él, en sus,
disposiciones, naturales, sino que se encuentran en el mundo que rodea al hombre, en las grandes
obras de la cultura humana. Sólo después de todo un proceso de apropiación de estas adquisiciones
(el cual se desenvuelve en el curso de su vida) puede el hombre adquirir de verdad propiedades y
aptitudes humanas.

Ese proceso lo pone, por así decir, sobre los hombros de las generaciones anteriores y lo ubica muy
por encima del mundo animal.
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Pero en una sociedad dividida en clases, las más altas conquistas de la humanidad se encuentran,
hasta por el reducido número de quienes pueden disponer de ellas, limitadas por la estrechez y el
carácter obligatoriamente unilateral de su actividad. En cuanto a la inmensa mayoría de los hombres,
la apropiación de tales adquisiciones sólo es accesible en una proporción miserable. Ya hemos visto
que ese es el resultado del proceso de alienación que se efectúa tanto en el campo económico como
en el cultural de la vida humana. Y hemos visto también, que la supresión de las relaciones sociales
basadas en la explotación del hombre por el hombre (que son las que engendran aquel proceso) es
lo único que puede disipar la alienación y devolverle al hombre su naturaleza humana en toda su
plenitud y su diversidad.

Pero el desarrollo de toda las aptitudes humanas, ¿es un ideal accesible en el hombre? Es tan grande
la fuerza del prejuicio clavado en las mentes que atribuye el desarrollo intelectual del hombre a
fuentes internas, que ella induce a considerar ese desarrollo con la cabeza gacha; la condición para
la formación de aptitudes científicas no sería la asimilación de las adquisiciones de la ciencia, sino
que esta asimilación estaría condicionada por las aptitudes científicas; la condición para el desarrollo
del talento artístico no sería la asimilación del arte, sino que la adquisición del arte estaría
condicionada por el talento artístico. De ordinario se recurre a los hechos que muestran la aptitud de
unos y la completa ineptitud de otros para tal o cual actividad. Ni siquiera se busca la fuente de estas
aptitudes, y existe la costumbre de tomar el carácter espontáneo de su aparición como una cosa
innata. Pero ahora contamos con pruebas irrefutables para demostrar que, las aptitudes y en
particular aquéllas cuya índole está oculta, como por ejemplo, las aptitudes musicales, aparecen en
el curso de la vida. Tal es lo que prueba la experiencia consistente en proporcionar una educación
musical temprana a un gran conjunto de niños no seleccionados antes.

El verdadero problema no consiste, por lo tanto, en las aptitudes o ineptitudes de las personas para
asimilar Ia cultura humana, para hacer de ellas adquisiciones de su personalidad y contribuir a su
enriquecimiento. El verdadero problema consiste en que cada hombre, en que todos los hombres y
todos los pueblos, obtengan la posibilidad práctica de tomar el camino de un desarrollo ilimitado. Tal
es l objetivo glorioso que ahora la humanidad encaminada hacia el progreso se propone. Este
objetivo puede alcanzarse. Pero sólo es posible en condiciones que puedan realmente liberar a los
hombres de la carga de la necesidad material, suprimir la mutilante división entre el trabajo manual
y el intelectual y crear un sistema de enseñanza que asegure su desarrollo multilateral y armonioso
que de a cada cual la posibilidad de participar de un modo creador, en todas las manifestaciones de
la vida humana.

Y así ha de ser el hombre de mañana.

7.- EL HOMBRE EN EL REGISTRO DEL TIEMPO

La historia de la tierra es narrada por la cosmología y la geología. La parte cosmológica cubre el


período transcurrido desde la formación del planeta hasta la de sus primeros océanos. La parte
geológica se inicia con el surgimiento de las rocas sedimentarias y llega hasta nuestros días. Desde
el punto de vista geológico, la tierra tiene una historia de más de 2,500 millones de años. Esta edad
puede tener las rocas sedimentarias más antiguas que en alguna forma están estrechamente
asociadas con la formación de la materia orgánica. En esta enorme cadena de años, los geólogos
han establecido algunas divisiones y subdivisiones que designan con los nombres de eras y
períodos. Eliminando algunos nombres para simplificar el cuadro del “Calendario Geológico” que
aparece al final de este tema, las eras son la Arqueozoica, la Proterozoica, la Paleozoica, la
Mesozoica y la Cenozoica (con sus períodos terciario y cuaternario), enumerados de la más a la
menos antigua.

Las glaciaciones, que consisten en avances de los hielos desde sus elevados heleros hasta los valles
y llanuras, constituye una de las características más importantes del subperíodo denominado
Pleistoceno, llamado también “edad de hielo”. Hubo glaciaciones tanto en el Nuevo Mundo como en
el Viejo Mundo, pero sólo nos interesa aquí las segundas, por haber sido allí donde se presentó
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primero la especie humana. El hombre vino a América cuando ya había adquirido sus características
anatómicas actuales.

El Pleistoceno es el período del desarrollo del hombre hasta su forma actual. Los 4 subperíodos
anteriores correspondientes al Terciario, son importantes porque a lo largo de ellos dominaron los
mamíferos y evolucionaron los primates, a cuya clase y orden zoológico, pertenece el hombre. Desde
los comienzos del tiempo geológico, la materia orgánica, no viviente, primero y las formas de vida
después, han estado surgiendo de manera gradual.

Al principio y durante la mayor parte del tiempo los progresos Rieron muy lentos. Al final del registro
geológico la evolución fue comparativamente rápida, hasta producir al hombre actual. Durante la era
Proterozoica no existieron más que protozoarios de organización rudimentaria.

Hace 600 millones de años ya habían invertebrados, insectos modernos y vertebrados, reptiles tipo
mamíferos. En la era Mesozoica se enseñorearon de la tierra los grandes reptiles, que habían de
extinguirse para dar paso a otras especies, más pequeñas y menos especializadas en explotar el
ambiente exterior. Al principio del Terciario la fauna dominante era la de los mamíferos de donde
habría de evolucionar el remoto antecesor de hombre. El último en presentarse en el registro
geológico fue el animal humano, que entró en escena durante el Pleistoceno.

Hay dos problemas a considerar en relación con la. formación y el desarrollo de la vida. Uno de ellos;
el de la Evolución está dilucidado en sus lineamientos generales. El otro, el origen de la vida, sigue
siendo profundizado, por las ciencias físico-químicas y biológicas. La teoría más aceptada por los
científicos es la de Oparín quien sugirió que en las potencialidades del carbono y en su capacidad
para combinarse con hidrógeno, oxígeno y nitrógeno se halla el “resorte oculto” que puede generar
la materia orgánica no viviente, que es por supuesto, distinta que los organismos vivientes, pero
también que la materia inorgánica. La probabilidad mencionada fue realizada experimentalmente
con resultados confirmativos de la teoría mencionada.

Las propiedades del carbono, y su capacidad para combinarse con otros elementos, no conducen,
sin que se presenten determinadas condiciones, a la ‘formación de los compuestos orgánicos. El
carbono no es materia orgánica en si mismo, pero potencialmente es capaz de permitir la evolución
necesaria para la formación de la materia orgánica no viviente. De la misma manera, la simple
materia orgánica no constituye vida en si misma pero en determinadas circunstancias, es
potencialmente capaz de permitir una evolución que conduzca al origen de la materia viva.

Esta aclaración tiene por objeto hacer notar que la estructura fundamental de los organismos
vivientes no podían surgir directamente de elementos químicos çorno el carbono ni de otras
combinaciones. No obstante, de tales elementos y combinaciones sí pudo haber evolucionado la
materia orgánica en determinadas condiciones. Tal materia orgánica cuya formación en las
condiciones primadas de la tierra ha sido determinada por inducción exacta mediante experimentos,
es el paso intermedio considerado necesario para la posterior formación de los organismos vivos.

Una vez dadas las condiciones que habría de permitir el surgimiento de la vida, éste principió cuando
los elementos que constituyen el protoplasma se combinaron y formaron cuerpos coloidales capaces
de mantener un cambio continuo de materia y energía con su ambiente, de tener manifestación de
excitación, y de sufrir y generar cambios de forma que son los tres grupos de procesos básicos de
la vida. Los procesos de cambio de materia y energía permiten a los organismos vivos absorber del
medio e incorporar a su propio ser, ciertos elementos adecuados, y en devolver al medio, por
desasimilación, y eliminación, sus partes descompuestas y residuos. Los fenómenos de excitación,
basados en la irritabilidad del protoplasma, les permiten responder a estímulos, conservar la
estructura vital y adaptarse a su ambiente. Y los procesos de cambio de forma les permiten
desarrollarse individualmente, reproducirse y dar lugar a nuevos individuos iguales a ellos mismos.
La evolución, fenómeno necesario en el sentido de que debe ocurrir indefectiblemente, garantiza el
surgimiento de formas de vida progresivamente más complejas.
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La entrada de la especie humana en el escenario del mundo no tiene nada de sobrenatural. A pesar
de su excepcional capacidad para aprender, razonar, hablar hacer y usar utensilios y organizar su
vida a base de relaciones estructurales dentro de formas culturales, la especie actual del hombre
ocupa, orgánicamente, una posición taxonómica definida en el reino animal. Ello puede apreciarse
revisando brevemente el árbol genealógico dé los homínidos. Los homínidos comprenden al hombre
actual y a otras especies de criaturas parecidas a él en diversos grados, ya desaparecidas. Todas
las especies de homínidos pueden agruparse en tres géneros a saber: Los Australopitécidos del Sur
de África, los Pitecantropoides de Asia, y el género Homo, el cual además de la especie del hombre
actual está dividida en varias razas vivas y varias extintas. Todas las demás especies terminaron de
extinguirse hace tiempo. A las especies extintas se les reconoce con el nombre de fósiles, por el
estado de mineralización en que se han conservado sus fragmentos óseos. Estos restos rara veces
han aparecido en abundancia, no obstante, con base en ellos los científicos han logrado determinar
como era la estructura ósea de la cual formaron parte en otro tiempo. A estas estructuras,
consideradas representativas de poblaciones del pasado, se les designa con los nombres de
“hombres u hominidos fósiles”.

7.1 Calendario geológico

CONDICIONES DURACION DESDE EL


ERAS VIDA VEGETAL VIDA ANIMAL
GEOLÓGICAS COMIENZO HASTA HOY

ERA
CENOZOICA (*) VER ESQUEMA
63 MILLONES DE AÑOS
(EDAD ADJUNTO
MAMÍFEROS)

FORMACION DE
BOSQUE DE
CADENAS
ERA ARCE Y DINOSAURIOS EN SU
MONTAÑOSAS,
MEZOZOICA ENCINO MAXIMA
MARES 230 MILLONES DE AÑOS
(EDAD ABUNDANCIA PROSPERIDAD AVES
INTERIORES,
REPTILES) DE DENTADAS
DEPÓSITOS
CONIFERAS
CALACÁREOS

LEVANTAMIENTO
MUCHOS
DE CONTINENTES,
ANIMALESANTIGUOS
ERA SE FORMARON REDUCCIÓN
MURIERONREPTILES
PALEOZOICA LOS APALACHES, DE LOS 600 MILLONES DE AÑOS
TIPO MAMÍFERO,
(VIDA ANTIGUA) AUMENTO DE LA LICOPODIOS
INSECTOS
GLACIACIÓN Y
MODERNOS
ARIDEZ

GRAN
PROTOZOOS
SEDIMENTACIÓN, VEGETALES
MARINOS,
ACTIVIDAD ACUATICOS
ERA MOLUSCOS
VOLCÁNICA, PRIMITIVOS 1,600 MILLONES DE AÑOS
PROTEROZOICA GUSANOS Y OTROS
EROSION ALGAS Y
INVERTEBRADOS
GLACIACIONES HONGOS
MARINOS
REPETIDAS

GRAN CANTIDAD
DE ACTIVIDAD NO SE RECONOCEN FÓSILES.
VOLCÁNICA, PRUEBAS INDIRECTAS DE SERES
ERA
GRAN EROSIÓN, VIVOS POR LOS DEPÓSITOS DE 3,600 MILLONES DE AÑOS
ARQUEOZOICA
ALGUNOS MATERIA ORGÁNICA EN LOS
DEPÓSITOS TERRENOS
SEDIMENTARIOS
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(*) Esquema adjunto a calendario geológico

-UNA GLACIACIÓN

RECIENTE –CLIMA BENIGNO

E -EDAD DEL HOMBRE

R -CUATRO GLACIACIONES
SUCESIVAS
A
-GRAN EXTINCIÓN DE
ESPECIES VEGETALES
PLEISTOCENO
C -EXTINCIÓN DE GRANDES
MAMÍFEROS
E
-PRIMERA VIDA SOCIAL
HUMANA
N
-EXTINCION DE BOSQUES
O
CUATERNARIO -APARICIÓN DE PRADOS
Z PLIOCENO
-EVOLUCIONA EL HOMBRE DE
O MONOS ANTROPOIDES

I -MAMIFEROS EN PLENA
EVOLUCIÓN
C MIOCENO
-PRIMEROS MONOS
A ANTROPOIDES

-EXTINCIÓN DE BOSQUES

OLIGOCENO -APARICIÓN DE
ANTECESORES DE LOS
ACTUALES MAMÍFEROS

EOCENO -MAMIFEROS PLACENTARIOS

PALEOCENO -AMIFEROS ARCAICOS


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7.2 Etapas del desarrollo del hombre

3RA. ETAPA EL PROCESO DE


DOMINIO DE DESARROLLO LO
PLEISTOCENO
C LAS LEYES HOMO SAPIENS RIGEN LAS LEYES
SUPERIOR
SOCIO- SOCIO-
U HISTÓRICAS HISTÓRICAS

2DA. ETAPA CONOCE EL


A LEYES FUEGO, PRODUCE
BIOLÓGICAS Y INSTRUMENTOS,
T PLEISTOCENO SOCIO- EL DESARROLLO
PITECANTROPUS
MEDIO HISTÓRICAS BIOLÓGICO SE
E SOMETE A LA
INFLUENCIA DE LA
R PRODUCCIÓN

N 1ERA. ETAPA CEREBRO MAS


DOMINIO D DESARROLLADO,
ELAS LEYES ACTIVIDAD
A BIOLÓGICAS CONSCIENTE,
VIVE EN
R PLEISTOCENO REBAÑOS,
AUSTRALOPITHECUS
SUPERIOR NECESIDAD DE
I COMUNICACIÓN,
TRABAJA COMO
A ADAPTACIÓN
BIOLÓGICA AL
MEDIO.

T SE ADAPTAN A LA
VIDA EN LA
E TIERRA, EMPIEZA
LA POSTURA
ERECTA Y
R
HÁBITOS DE
MANIPULACIÓN
C PLIOCENO MONOS ANTROPOIDES COMO
CONSECUENCIA
I DE LE EXTINCIÓN
DE BOSQUES Y LA
A APARICIÓN DE
PRADOS.
R

I
MIOCENO
A
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7.3 Evolución de los homínidos

C A PARTIR DE ESTE MOMENTO


HOMBRE SOLO SE ESTUDIA SU EVOLUCIÓN
U ACTUAL (40,000 AÑOS)
PLEISTOCENO ORANGUTAN
A SUPERIOR GORILAS HOMO SAPIENS HOMBRE DE LAS CAVERNAS,
(CRO-MAGNON, PINTURA RUPESTRE, CON EL
T NEARDENTHAL) APARECE LA SOCIEDAD
PRIMITIVA.
E PLEISTOCENO
MEDIO
R

A EXISTIÓ HACE UN MILLON DE


AÑOS, PRODUCÍA UTENSILIOS DE
R PLEISTOCENO PITECANTROP PIEDRA, CONOCÍA EL FUEGO, SE
PÓNGIDOS DEDICABA A LA CAZA Y VIVÍA EN
INFERIOR US
I HORDAS, SE HAN ENCONTRADO
FÓSILES EN ASIA, AFRICA, Y
A EUROPA, ANTECESOR DIRECTO
DEL HOMO SAPIENS, ENTRE SUS
DIVERSAS SUB-ESPECIES ESTÁ EL
NEARDENTHAL.

T EXISTIÓ HACE 4 MILLONES DE


AÑOS APROXIMADAMENTE, SU
E ORIGEN: AFRICA, CAPACIDAD
CRANEAL; 600 c.c. SU
R AUSTRALOPITH INTELIGENCIA SE ENCUENTRA EN
PLIOCENO
ECUS EL LÍMITE DE LO ANIMAL Y LO
HUMANO, UTILIZABA
C INSTRUMENTOS PRIMITIVOS, SU
ACTIVIDAD NO ERA FORTUITA
I COMO LA DE LOS PÓNGIDOS

R RAMAPITHECUS EXISTIÓ HACE 14 MILLONES DE


MIOCENO AÑOS, SU ORIGEN INDIA, KENYA,
I CPACIDAD CRANEAL 300 c.c.

A 25 MILLONES
PROCONSUL
DE AÑOS
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8.- EL PROCESO DE HOMINIZACIÓN Y LA IMPORTANCIA DEL TRABAJO

La evolución del hombre y de la sociedad son dos lados de un proceso único, que sé hallan en
interrelación indisoluble. El procesó de hominización se desenvuelve en el cauce de dos tendencias
que se entretejen complejamente. Por un lado, la adaptación directamente biológica al medio y por
el otro, la transformación social del medio con !a ayuda e instrumentos de trabajo.

El examen propiamente fisiológico-anatómico o propiamente antropológico del surgimiento del


hombre y de la sociedad, se basa en un principio reconocido hoy por la ciencia actual. Es el principio
denominado como la “triada homínida”. Su esencia radica en que un elemento de esta triada
(caminar erecto, las manos, el cerebro) preponderaba y, a la vez, servia de base para el desarrollo
de funciones superiores y más complejas, pues inauguraba una nueva etapa de interacción con la
naturaleza exterior, nuevas posibilidades par la actividad laboral y nuevos horizontes del factor social.

El primer paso decisivo para la transición del mono al hombre consistió en el hecho de que, bajo el
influjo de cambios, en las condiciones naturales de existencia y el modo de vida de los antropoides
altamente desarrollados, estos seres tuvieron que caminar erectos, lo que marcó profundamente la
diferenciación entre la función de las extremidades superiores e inferiores. El andar erectos implicó
cambios en el esqueleto, en especial de la columna vertebral y la estructura del cráneo, la planta del
pie y los huesos de la pelvis, los órganos de la vista, los centros motores del cerebro etc. Sin
embargo, lo principal radicaba en que “la mano era libre y podía adquirir ahora, cada vez más
destreza y habilidad” Esto contribuía, a su vez, a perfeccionar el caminar erectos.

El segundo paso lo marca el desarrollo de la mano como instrumento natural del trabajo, con cuya
ayuda comienza a utilizarse otros instrumentos naturales y, más tarde, a crearse las artificiales. Esto
conducía a desarrollar formas más complejas de adaptación activa al medio circundante, en tanto
que se iba debilitando la acción de los mecanismos biológicos de adaptación.

Ello dio impulso, en el tercer paso de la evolución del hombre, a la cefalización, es decir el desarrollo
acelerado del cerebro, a la formación de sus hemisferios superiores y lóbulos frontales: base-sustrato
del pensamiento y el lenguaje como medio de reflejo e instrumento idea! para transformar el mundo
circundante.

Por último, el problema de la evolución del hombre incluye el origen de lo social como actividad
propia del .ser humano (ante todo, el trabajo). Los antropoides superiores eran animales que vivían
en manadas. Su Organización se diferenciaba sustancialmente, tanto de los propiamente animales
como de los sistemas sociales primitivos.

En su origen, el trabajo es una forma de adaptación biológica de los antropoides superiores al medio
circundante En esta fase se da el perfeccionamiento evolutivo de los órganos naturales del trabajo,
desarrollando hábitos de manipulación con diferentes objetos, lo cual, a su vez, condicionó la
correspondiente organización morfológica y el desarrollo de un sistema nervioso sumamente
complejo.

Pero en el desarrollo del trabajo, éste alcanza un punto en el que se convierte en la condición básica
y fundamental de toda la vida humana. El hombre se elevó sobre el mundo animal, logro someter las
fuerzas naturales y desarrollar la cultura, gracias precisamente a trabajo.

Los animales se alimentan de plantas y de otros animales, utilizando así los medios de existencia
que la naturaleza les ofrece ya acabados. De ahí que dependen totalmente de la naturaleza que les
rodea. El hombre, en cambio logra dominar las fuerzas naturales y las pone a su servicio.

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