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Bernard Sesboue Credere Parte IV
Bernard Sesboue Credere Parte IV
cuarta parte
PRELUDIO
3. En la tercera y última parte (capítulo 24) nos preguntaremos: ¿y el fin de los tiempos?
18.
¿Quién es el Espíritu Santo?
Si Dios Padre y el Hijo son misteriosos, el Espíritu Santo es verdaderamente enigmático. Las imágenes bíblicas nos lo presentan como agua, fuego, viento,
paloma. Su nombre, Espíritu, nos remite a lo más indecible en Dios.
Al creyente le resulta difícil imaginarse al Espíritu y sentirlo como una "persona", pues parece esquivo. La dificultad tiene su origen en los testimonios de la
Escritura y de la tradición eclesial.
En esta parte, el autor cuestionará en primer lugar el testimonio bíblico, luego recogerá las diversas disputas surgidas en el
seno de la Iglesia en torno a la divinidad y origen del Espíritu Santo para finalmente intentar delimitar la definición de su persona.
Al Espíritu Santo se le suele designar con metáforas objetivas: viento, agua, fuego, luz, paloma. En los evangelios sinópticos aparece como el
poder de Dios que viene y permanece sobre Jesús.
En los Hechos de los Apóstoles se manifiesta como una fuerza divina que desciende repentinamente sobre los paganos y en Lucas, más como
principio de actividad que como persona en sentido estricto. Todo esto puede suscitar una duda: ¿podemos hablar del Espíritu Santo como una
persona, un sujeto eternamente asociado al Padre y al Hijo?
Sin embargo, ya los últimos libros del Antiguo Testamento, en particular aquellos que hacen hablar la misteriosa "Sabiduría" de Dios, consideran al Espíritu
casi como una persona.
Los testimonios de Pablo y Juan son más claros que nunca al atribuir el carácter de súbdito al Espíritu. En Pablo es el Espíritu quien clama en nuestro
corazón: "Abba, Padre" (Gal 4,6; Rom 8,15) ; que da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (Rom 8,16); que reparte los dones como
quiere (1 Cor 12,11).
En Juan el aspecto sujeto del Espíritu es aún más decisivo. Jesús lo llama "otro Paráclito", es decir, otro intercesor, comparable a él
(14,16); es él quien enseñará todo (14,26), mediante una actividad que hace que el evangelista utilice el masculino (ekeinos) mientras
que el término pneuma es neutro.
Este conjunto de datos nos dice que el Espíritu es un sujeto pero no lo es de la misma manera que el Padre y el Hijo porque es esquivo.
2. UN SUJETO PARADOJICO
En la representación simbólica de los antiguos cristianos, cada sujeto divino tiene un lugar de referencia: el Padre está en el "cielo",
el Hijo vino a la tierra, el Espíritu Santo vive en
corazones de los creyentes y en la Iglesia. El Espíritu habita en nosotros por gracia como habita en el Hijo por naturaleza.
Hasta mediados del siglo IV no se puso en duda la divinidad del Espíritu, pero sí la del Hijo.
Se alzaron alrededor de 350 voces que tenían una curiosa doctrina sobre el Espíritu y trataban de situarlo en un estatus inferior al de Dios,
afirmando incluso que el Espíritu fue creado.
La Escritura favorece la preposición in para hablar del Espíritu: todo sucede en el Espíritu, lo que según los críticos significaría que el Espíritu
es un cierto "ambiente" en el que se desarrolla la acción del Padre y del Hijo. Otros dirán decididamente que el Espíritu es criatura del Hijo.
¿Cuáles son las actividades del Espíritu y sus beneficios? El Espíritu es creador, santificador; su morada en nosotros es la morada de la divinidad
(1 Cor 3,16) es adorado y glorificado como Padre y Hijo. Estas actividades no están colocadas en el orden de la creación sino en el orden de lo
divino.
Basil también da un argumento estrictamente gramatical sobre el uso de preposiciones en las Escrituras con respecto a los tres nombres
diferentes. En una liturgia solemne había utilizado un doble Gloria alternando dos fórmulas: “con el Hijo y con el Espíritu” indica la igualdad de
las personas divinas; “por el Hijo en el Espíritu
Santo” enfatiza sus respectivas diferencias.
Los opositores creen que lo que se dice de otra manera también debe ser diferente en la naturaleza de las cosas. Las preposiciones
– desde para el Padre, pasando por para el Hijo, hasta para el Espíritu Santo – muestran la diversidad entre el hacedor (el Padre), el instrumento (el Hijo) y el e
Basilio admite la presuposición de sus oponentes pero anula su tesis al mostrar cómo estas tres preposiciones se usan indistintamente en las Escrituras: lo que
Basilio también desarrollará el tema de la coordinación y enumeración ("el contar con") del Espíritu con el Padre y el Hijo. La
prueba de la divinidad personal del Espíritu pasa, pues, por la demostración de su afinidad, su proximidad y su semejanza con el Padre y el Hijo. El Espíritu es
Basilio también toma muy en serio el orden bíblico de las personas divinas. En este sentido comenta las palabras de Jesús "El
Padre es mayor que yo" (Jn 14,28). Es verdad porque el Padre genera y el Hijo es generado. Todo es igual entre unos y otros salvo este hecho original que los
Gregorio Nacianceno completará la obra retomando una palabra del Evangelio de Juan que dice "El Espíritu que procede del Padre" (Jn 15,26).
El término griego habitualmente traducido como proceder tiene el significado original de salir. El texto de Juan habla de la salida del Espíritu
enviado por el Padre al mundo. Gregorio deduce que el Espíritu tiene su origen en el Padre, pero el "cómo" permanece oscuro.
La divinidad del Espíritu pertenece a la fe cristiana por el hecho mismo de su atestiguación en el Credo. La celebración del bautismo se realiza
desde los orígenes "en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo". Todo esto habla de su importancia.
En el siglo XX la consideración del Espíritu Santo volvió al primer lugar en la reflexión teológica. A partir del Concilio Vaticano II, el Espíritu
ha vuelto a ser objeto de una experiencia cristiana viva en la Iglesia católica, a través de numerosos movimientos.
El autor afirma que, llegados a este punto, podemos avanzar un poco hacia una "definición" del Espíritu Santo sin olvidar la "escasez de
vocabulario" a este nivel.
1. EL ESPÍRITU ES “METAPERSONA”
El Espíritu no está delante de nosotros, es alguien que vive en nosotros, nos inspira, nos hace hablar según Dios, por eso el autor se atreve a
arriesgarse a un neologismo al llamar al Espíritu una metapersona, más allá de la persona. o, si lo prefieres, supra – persona.
El Espíritu es una presencia en nosotros que no es inmediatamente perceptible, que nos atrae a vivir según Dios respetando nuestra libertad.
El autor hace otra comparación, que no llega hasta el final porque un espíritu de este orden no es personal, y habla del espíritu típico de una
familia, de un pueblo, de un entorno social.
Al inicio de esta obra, en el análisis de la conciencia humana, habló también de dos polos: un polo subjetivo y un polo objetivo. El segundo, que
pasa por el lenguaje, es para nosotros el más inmediato, el primero, misterioso pero real, constituye el origen de donde surge la iniciativa de
nuestro conocimiento y de nuestra acción.
Desde el punto de vista de la fe, estos dos polos corresponden perfectamente a la misión del Hijo y a la del Espíritu. La misión del Hijo pertenece
al polo objetivo porque existe
en el orden de lo visible, lo histórico. La misión del Espíritu, ante todo invisible, interviene a nivel de nuestro polo subjetivo porque actúa en lo
más profundo del sujeto humano y nos hace personas adoptivas hacia el Padre y fraternas hacia el Hijo.
Él actúa así en nombre del Padre y del Hijo en la historia de la salvación, él es quien hace habitar al Padre y al Hijo en nosotros, en lo profundo de
nuestra conciencia. Esta dimensión eminentemente subjetiva le permite ser, entre todos los que habita, vínculo de unidad, como lo es dentro de la
Trinidad.
Discernimiento espiritual El
“discernimiento espiritual” nos permite saber qué espera el Espíritu de nosotros y qué le aflige en nosotros. Los movimientos internos de nuestra
conciencia y de nuestra afectividad tristeza, perturbación, alegría, amor, generosidad deben ser sometidos a
discernimiento para comprender con la mayor exactitud posible lo que proviene del Espíritu de Dios, lo que proviene de nosotros mismos y lo
que proviene del “ maligno".
El autor da algunos ejemplos comunes para explicar lo que se entiende por discernimiento espiritual, ya que esta discusión requeriría un análisis
considerable en profundidad: “Acabo de pasar un día con unos amigos. Me mostré lleno de vivacidad y
espíritu.
Y ahora, de vuelta en casa, me siento vacío y triste. Nada me interesa. ¿Por qué? ¿Efecto de la soledad o señal de que algo andaba mal en mi
actitud hacia los demás? Saber para no empezar de nuevo."
Si trato de mirarme a mí mismo con sinceridad entenderé por qué las cosas fueron así.
Dos situaciones existenciales radicalmente diferentes exigen un correcto discernimiento. O trato de hacer lo mejor que puedo y, a pesar de mis
debilidades, me esfuerzo por ser generoso con los demás y darle a Dios el lugar que le corresponde. O cedo a todos mis antojos, a mis deseos
egoístas, tratando de adormecer la voz de mi conciencia. En el primer caso, la alegría, el dinamismo y la paz son signos de la presencia del
Espíritu Santo.
Ansiedades, desánimo, complicaciones psicológicas son signos del "mal espíritu" que quiere detenerme. En el segundo caso, la cosa es al
revés: la tristeza y el asco hacia uno mismo son señal de que algo no funciona y tengo que cambiar de rumbo.
Apliquemos esto al ejemplo. Si puedo reconocer que mi actitud hacia mis amigos tenía como objetivo animarlos, animar la reunión, crear un
ambiente agradable, no tengo de qué preocuparme. La tristeza se debe simplemente a un momento de cansancio físico o nervioso, a mi carácter
quizás un poco ciclotímico. También puede ser una tentación.
El discernimiento espiritual también indica cómo comportarse en momentos de tristeza y depresión: nunca tomes decisiones importantes cuando
estés en este estado.
Una buena práctica del discernimiento espiritual requiere acompañamiento y apertura a los demás para aprender a encontrar la verdad.
El discernimiento espiritual debe ponerse en práctica cada vez que tengo que tomar una decisión importante para mi vida: opciones de trabajo,
matrimonio, otras opciones de vida.
Esto se debe a que el único Dios es "tres" y no cae en el narcisismo de un "cara a cara" encerrado en sí mismo.
Y. Congar aborda también la cuestión de la feminidad del Espíritu. Si el hombre y la mujer son, en su propia diferencia, imagen de Dios, debe
haber algo en Dios que corresponda a la masculinidad y la feminidad. Ya hemos encontrado la dimensión materna de Dios en los profetas,
ahora vemos también que el término hebreo ruah, aliento, es femenino. La tradición atribuye feminidad al Espíritu y se presenta de diferentes
maneras en los autores. Parece difícil descubrir la analogía familiar entre padre, madre e hijo
en la Trinidad. Resta que en todo esto hay una pista a tener en cuenta.
19.
¿Tres personas en Dios?
Para el judaísmo y el Islam la confesión cristiana de la Trinidad es una paradoja. Por su parte, los catecismos del pasado se salían con la suya al
decir que en Dios hay tres personas, abstracción que no alimentaba en absoluto la fe. Kant, por su parte, afirmó que "no hay nada que pueda
derivarse para la práctica de la doctrina de la Trinidad tomada literalmente". Afirmar esto significa afirmar que en la Trinidad no hay nada que
pueda interesar a los hombres.
En los análisis metafísicos de la teología antigua y medieval observamos que el concepto de persona, que tiene tal lugar en nuestra cultura
occidental para significar el carácter único e irreductible de cada ser humano, se desarrolló por primera vez en referencia a personas divinas.
A partir de Descartes, la Trinidad "dio motivo de reflexión" a numerosos filósofos, el más importante de los cuales fue sin duda Hegel, que
construyó su sistema sobre una estructura ternaria: Lógica, Naturaleza, Espíritu, inspirándose en la doctrina de la Trinidad.
Así como según Pascal ni el sol ni la muerte se miran a la cara, de la misma manera la Trinidad supera directamente cualquier concepción
humana pero, a su luz, permite explicar un gran número de cosas.
Hoy Walter Kasper llega incluso a decir que la confesión trinitaria de Dios es lo único que puede responder válidamente al desafío del ateísmo.
La dificultad del tema hará que este capítulo sea inevitablemente arduo.
En primer lugar, se hará un recorrido en la Escritura y en los primeros siglos de la Iglesia para mostrar cómo la fe cristiana, que nunca quiso
negar el monoteísmo heredado de la fe judía, llegó a formalizar cada vez más el dogma de la Trinidad para mostrar que no contradice el
monoteísmo pero revela su profundidad.
No será posible demostrar racionalmente el significado de la Trinidad, ya que la teología se ve obligada a volverse modesta. Lo más importante
para ello es ayudarnos a descubrir que este misterio concierne concretamente a nuestra relación con Dios Padre, Hijo y Espíritu.
El autor parte de los testimonios del Nuevo Testamento que enumera tres nombres: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¿Son estos tres nombres
nombres divinos?
En su primer sermón, el día de Pentecostés, Pedro dice: "Dios resucitó a este Jesús y todos somos testigos de ello. Por tanto, exaltado a la diestra de
Dios, y habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo que había prometido, lo derramó, como vosotros podéis ver y oír” (Hechos 2,3233).
Al final del Evangelio de Mateo encontramos: "Id, pues, y enseñad a todas las naciones en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo"
(Mt 28,19). Esta frase, que no puede remontarse al mismo Jesús y Es indudablemente litúrgico, indica el estrecho vínculo entre la confesión de
los tres nombres y la celebración del bautismo. La referencia a los tres nombres era central para la fe.
cristiana.
El Nuevo Testamento establece una cierta jerarquía entre los nombres: el Padre envía, el Hijo obedece al envío, el Espíritu es enviado por el
Padre a través del Hijo. También hay un orden recurrente entre los tres nombres: el Padre en primer lugar, el Hijo en segundo, el Espíritu en
tercero, ya sea que se presente en orden descendente (el movimiento de Dios hacia nosotros) o en orden ascendente (de nosotros a Dios). .
nadie conoce al Padre sino el Hijo” (Mt 11,27). Tal conocimiento presupone una profunda intimidad entre los dos.
En el Evangelio de Juan se repite: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí” revelando que hay constante comunicación y amor entre ambos.
Conclusión En
el Nuevo Testamento no está presente la doctrina formalizada y desarrollada en la forma de "un Dios en tres personas". Los tres nombres
revelados, sin embargo, son nombres divinos. Para los autores del Nuevo Testamento había un solo Dios, el Padre que se manifestaba mediante el
envío del Hijo y del Espíritu Santo que estaban totalmente sometidos a él. Ireneo traduciría más tarde todo
esto diciendo que el Hijo y el Espíritu son "las dos manos" de Dios: es un único poder divino que actúa a través de estos tres nombres.
Al final de la lectura del Nuevo Testamento la dificultad intelectual sigue siendo total. Sin embargo, una nueva realidad se manifiesta:
el Espíritu que habita en lo más profundo de la vida divina viene a vivir en nosotros. Es una comunicación impactante para los creyentes.
Alguien se pregunta si la unidad divina es segura en detrimento del Hijo y del Espíritu que parecen "subordinados" al Padre. Aclarar las cosas, en
la medida de lo posible, será tarea de los próximos siglos. Lo que dará lugar a largos debates.
Del testimonio del Nuevo Testamento el autor pasa al de la Iglesia antigua, en particular al de los cuatro primeros siglos, durante los cuales se
desarrolló formalmente lo que llamamos el "dogma de la Trinidad". La reflexión parte de la constatación de la manifestación concreta de los tres
nombres divinos en la historia de la salvación. Posteriormente nos preguntaremos: si realmente es Dios quien se nos manifiesta a través de estos tres
nombres, ¿qué le sucede a él mismo? ¿Qué nos garantiza que Dios se manifiesta ante nosotros tal como realmente es? ¿No se habría vuelto Dios
trinitario en el momento de la creación o sólo en el momento de la encarnación?
La primera proviene del hecho de que el cristianismo no podía renunciar al monoteísmo bíblico al que también habían llegado los filósofos
griegos. Por lo tanto, los cristianos deseaban armonizar la innovación cristiana con sus creencias filosóficas. Algunos creían, por ejemplo, que
Cristo es el Padre mismo que se encarnó. Otros apoyaron el principio de la monarquía divina, un Dios y Señor del
universo. Finalmente, otros, los llamados modalistas, creían que los diversos nombres no son otra cosa que las diferentes formas de expresión que
utiliza Dios para manifestarse a nosotros.
Una segunda tentación sostenía que, siendo Dios único, el Hijo y el Espíritu no pueden ser Dios con el mismo título que el Padre, citando
como ejemplo el esquema de una emanación degradante de tres primeros principios, el Uno, la Inteligencia y el Alma del mundo, típico de la
filosofía griega. Pero como el segundo y el tercero eran inferiores al primero, la comparación con la Trinidad cristiana era una fuerte tentación.
Así, terminaremos con una forma degradante de la Trinidad: el Hijo es criatura del Padre, el Espíritu, a su vez, es criatura del Hijo. Comparados
con nosotros son criaturas tan superiores que podemos llamarlos Dios pero, comparados con el Padre, siguen siendo criaturas. Es la misma
dificultad que se manifiesta con Arrio respecto a la divinidad de Jesús.
Ireneo de Lyon, hacia 180, aún no conoce el término Trinidad pero nos dice que el Padre creó todo gracias a sus dos manos que son el Hijo y el
Espíritu. La historia de las intervenciones divinas en el mundo se atribuye sucesivamente a un actor principal, según la perspectiva ascendente
que va del Espíritu al Padre: en el Antiguo Testamento el Espíritu hace hablar a los profetas
que anuncian; en el Nuevo Jesús mismo revela al Padre y nos hace hijos adoptivos; en la vida bienaventurada, finalmente, el
hombre verá al Padre tal como es.
Los escritores de esta época carecen de un código de lenguaje adecuado para hablar de la Trinidad; por eso pensaron sobre todo en las
manifestaciones históricas del Hijo y del Espíritu sometidos al Padre para dar testimonio de la unidad de su misión.
Los primeros defensores de la Trinidad también intentaron explicarla a partir de la imagen de la monarquía con la que se cuestionaba.
Tertuliano, por ejemplo, demostró que la Monarquía divina no excluye ser administrada por un Hijo y un Espíritu a quienes Dios mismo dio
poder haciéndolos salir de sí mismo. El propio Tertuliano fue el primero en utilizar el término persona.
Estas respuestas nos permiten definir la identidad de los tres nombres divinos a partir de su respectivo papel en la historia, y comprender la
naturaleza de las relaciones que estamos invitados a establecer con cada uno de ellos: el Espíritu es la hostia divina del alma. el Hijo es
nuestro hermano mayor, el Padre es quien nos adoptó como hijos suyos.
La Trinidad eterna
Para responder a la segunda tentación (Trinidad = esquema griego de emanación) se puso en acción un gran principio: como Dios se
manifestó a nosotros a través de su Hijo y su Espíritu, así es en sí mismo. No podemos creer que hemos entrado en la vida divina si el Hijo y
el Espíritu no son más que criaturas.
Pero no podemos decir nada sobre este ser eterno de Dios sino partiendo de la historia de la salvación. Las relaciones expresadas en esta
historia entre los tres pueblos deben referirse a relaciones similares en Dios mismo, dando por sentado que en Dios están exentas de todo
condicionamiento histórico. Caemos en la imposibilidad de conciliar lógica y metafísicamente la unidad y la Trinidad divina. El argumento de
esta incompatibilidad fue llevado a una dimensión altamente especulativa por un sucesor de Arrio, Eunomio de Cícico (ca.335ca.392), a quien
Basilio de Cesarea respondió aceptando liderar la batalla en el terreno del lenguaje y los conceptos. La tarea se emprenderá desde
Sant'Agostino hasta San Tommaso.
El autor intentará explicar estas reflexiones de la forma más sencilla posible, pero advierte que seguirán siendo laboriosas.
Los términos padre e hijo son términos relativos. Si es cierto que un padre es siempre mayor que su hijo, ya que no pudo engendrar antes de
alcanzar cierta edad, no es menos cierto que, como padre, no es mayor que su primer hijo. De hecho, antes de ser padre, era sólo un hombre.
Los dos términos padre e hijo están íntimamente relacionados, pero dentro de una misma especie siempre se produce una generación: la
naturaleza del engendrador y del engendrado es la misma.
En Dios el nombre Padre es, al mismo tiempo, relativo y propio de la persona. En esta capacidad se convierte en un nombre absoluto que
designa lo que es esa persona a diferencia de los otros dos. El Padre es eterna y totalmente Padre. Lo mismo ocurre con el Hijo, que no es
que hijo y eternamente hijo. Sólo se distinguen entre sí por esta relación de origen que los convierte en Padre e Hijo.
Entre un padre y un hijo humanos la unidad de la naturaleza no es numérica, pertenecen a la misma especie pero cada uno constituye un individuo y
por tanto una naturaleza particular. Este no es el caso en Dios porque Dios no es materia. Humanamente la relación padre/hijo no agota la realidad de
estos dos hombres que pueden ser muchas otras cosas que escapan a su relación de parentesco. Este no es el caso de Dios porque el Padre no es otro
que el padre y el Hijo no es otro que el hijo. La unidad de su naturaleza sigue siendo totalmente común a unos y otros, cosa que no ocurre entre los
hombres. En Dios todos los atributos son comunes, excepto
los atributos relativos que distinguen la propiedad de cada persona. Un poco más tarde, Gregorio Nacianceno integrará en esta reflexión el caso del
Espíritu.
San Agustín retomará esta reflexión que llegará a Santo Tomás, quien le dará forma definitiva con su doctrina de las "relaciones subsistentes".
También existe una motivación espiritual y amorosa que ha impulsado a muchas grandes mentes occidentales y que puede considerarse una forma
de adoración.
Si Dios es vida, es amor, debe tener dentro de sí las posibilidades de vida y de amor, debe ser comunidad y también familia. Para que este amor
no sea puro amor propio requiere pluralidad, posibilidad de un intercambio eterno.
Hagamos una comparación en el amor humano, con las diferencias necesarias. En el amor entre un hombre y una mujer todo es parecido y todo es
diferente. Estos dos rasgos combinados establecen una alteridad suficiente para que el amor conyugal sea amor al prójimo y al mismo tiempo
amor a un sujeto verdaderamente "otro" y original. Muy analógicamente, por supuesto, algo de todo esto ocurre en Dios: esta relación del mismo y
del otro ocurre también entre las personas divinas. Padre, Hijo y Espíritu son similares
en su naturaleza divina pero son diferentes por sus relaciones de origen. Su intercambio de amor, por tanto, incluye una alteridad real.
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Nuestro principal problema con Dios no es saber si él existe, sino si nosotros existimos para él, si él es capaz de interesarse por nosotros. El misterio de la
Trinidad nos da la respuesta.
Si Dios creó un ser a su imagen, lo hizo porque vive con un amor que es don e intercambio. De hecho, para tener el deseo de adoptar niños es necesario tener
las agallas de un padre y de una madre. El deseo debe ser ante todo donación de sí, es decir, deseo de dar y entregarse para hacer feliz al otro. Esto es lo que
está en el corazón de la imagen de un Dios Padre. Dios Padre experimenta el amor eterno con su Hijo.
Su paternidad inagotable, sin embargo, le hace desear
ser "el primogénito de una multitud de hermanos" (Rom 8,29).
Esta paternidad es también oferta de fraternidad en el Hijo. El plan de Dios es compartir su vida en un intercambio amoroso que nos haga partícipes del
intercambio que une al Padre con el Hijo en el Espíritu Santo. Somos y seguiremos siendo seres humanos, pero ahora podemos compartir la divinidad, como
un niño adoptado comparte la vida de sus nuevos padres.
Intentemos leer la historia de la salvación leyendo en la Trinidad la matriz de todo lo que debe manifestarse. La creación es el primer momento de la
comunicación de Dios a los hombres porque está ordenada a la encarnación del Hijo, es decir al don absoluto por el cual el Totalmente Otro viene a asumir
perfecta solidaridad con nosotros. En palabras de Ireneo de Lyon, "él se hizo exactamente lo que somos para hacernos
lo que él es". El amor requiere comunicación, no sólo de bienes sino también de personas. La lógica de la encarnación obedece a la lógica “todo lo mío es
tuyo y todo lo tuyo es mío”.
El ejemplo de la solidaridad humana puede aclarar esto. Hay dos tipos de solidaridad: una es un hecho de origen (vinculado a nuestra familia, ascendencia
social, etc.), la otra es un hecho de elección que tiene algo más, en el sentido de que quienes no eran solidarios por origen Pretendemos comprometernos con
la más completa solidaridad posible hacia los pobres, los oprimidos, para ayudar al grupo a salir de la situación de pobreza. Asume todo lo que hace el grupo
pero pone sus recursos personales al servicio de la liberación. Éste es el modelo al que obedecen la encarnación del Hijo y el don del Espíritu. Dios se
solidarizó con nosotros para liberarnos del pecado y al mismo tiempo darnos su Espíritu. La lógica amorosa de la encarnación presupone la lógica amorosa
de la Trinidad.
cruz siempre se ha hecho con la enunciación de los tres nombres divinos. La teología contemporánea ve la cruz, ligada a la resurrección de Jesús, como el
lugar por excelencia de la revelación trinitaria.
En la cruz Jesús se comporta como Hijo perfecto, revelando su origen. De la cruz recibimos el ejemplo perfecto de un amor que es al mismo tiempo riqueza
suprema y pobreza suprema porque es el des, pojo total que Jesús hace de sí mismo. Lo mismo ocurre con el Padre que se despojó a sí mismo generando a su
Hijo. El desinterés de las personas divinas, relaciones puras en la vida intratrinitaria, debe ser tomado
como fundamento de todo.
En la primera kénosis, la de la creación, el Creador abandona una parte de su propia libertad a la criatura en anticipación de una segunda kénosis, la de la
obediencia del Hijo hasta la muerte en la cruz. En este acto está comprometida toda la Trinidad: el Padre que envía al Hijo, el Espíritu que los une en el
tiempo de su distancia.
En la cruz Jesús nos trata como trata a su Padre, amándonos hasta el fin y revelándonos el amor absoluto de Dios, un amor más fuerte que la muerte y el
pecado. Del lado del Padre está también la cruz, revelación de su paternidad, mediante un acto en el que genera a su Hijo en el sufrimiento que viene de los
hombres: el grito de muerte de Jesús tiene el valor del primer grito de un nacimiento. Además, en su acto de morir Jesús pone en manos del Padre su
"Espíritu" que se convertirá en don común del Padre y del Hijo al mundo.
Todo lo que se puede leer en filigrana en la cruz se manifiesta a plena luz en la resurrección. El Padre resucita al Hijo por el Espíritu. En la cruz el Hijo
"puso el Espíritu" en manos del Padre; en la resurrección el Padre dio su Espíritu a
Hijo para devolverle la vida en su humanidad. Pero este Espíritu también es soplo sobre los discípulos para que puedan perdonar sus pecados
(Jn 20,22)
El discurso de Pedro el día de Pentecostés vincula de manera similar el don del Espíritu a la muerte y resurrección del Señor: "Por tanto,
levantado a la diestra de Dios, y habiendo recibido del Padre el Espíritu Santo que había prometido, lo derramó ". (Hechos 2.33)
Podemos concluir con Jungel, teólogo luterano, que "La doctrina cristiana del Dios trino es la esencia de la historia de Jesucristo, ya que con la
distinción del Dios único en las tres personas del Padre, el Hijo y el Santo Espíritu la realidad de la historia de Dios con
el hombre adquiere su propia verdad”.
20.
La iglesia y las iglesias
¿Qué es la iglesia? A esta palabra se le dan múltiples significados. Para el hombre de la calle, la Iglesia, especialmente la católica, es una
institución importante pero a la que, incluso si está bautizado, muchas veces no se siente perteneciente.
Incluso en los tiempos modernos, hablar de la Iglesia significa hablar del Papa, de los obispos, de los sacerdotes, de los religiosos.
El Vaticano II también reevaluó la dimensión espiritual de la Iglesia como lugar del don trinitario de Dios a los hombres.
La iglesia es, por tanto, una realidad visible como institución e invisible en su realidad profunda.
El rostro humano de la iglesia constituye un obstáculo para muchos, pero la iglesia no", pero el
. Algunos dicen: "Cristo sí,
autor volverá a este tema.
Para mayor claridad, comenzaré presentando a la iglesia a lo largo de la historia.
I. La iglesia en la historia
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Consideramos a la iglesia como una realidad histórica, que nos ha llegado a lo largo de 2000 años a través de acontecimientos buenos y menos
buenos. En aras de la justicia, el autor empezará por lo primero y luego examinará lo segundo.
el lugar de las antiguas instituciones religiosas de la cuenca mediterránea y constituyó una clara matriz cultural para toda Europa primero y luego para el Occidente americano.
Nuestras matrices se encuentran no sólo en la antigua Roma y Grecia sino también en Jerusalén y la Roma cristiana. Nuestro patrimonio es el legado de
los valores cristianos que han promovido el respeto a la persona humana y al derecho de gentes pero también es la
literatura, la filosofía y el arte en sus diversas manifestaciones los que están marcados por la influencia cristiana. Y no olvidemos a los copistas
cristianos que salvaron las obras paganas de la antigüedad grecorromana en la Alta Edad Media. También se ha dicho que la tradición cristiana
favoreció la investigación científica en el sentido de que la idea de una creación hecha para el hombre animó a los
científicos a someterla y descubrir sus leyes. Si lo hicieron para
bien o para mal es otra cuestión.
A lo largo de los siglos la iglesia ha pasado por diferentes situaciones. Durante tres siglos vivió bajo la amenaza constante de persecución, de duración
más o menos corta, que sin embargo creó en los cristianos la mentalidad de martirio.
Tras la conversión de Constantino (313) la iglesia pasó al papel de representante oficial de la religión del Imperio, convirtiéndose en una sociedad de
derecho público pero, cuanto más se expandía, más se reducía el fervor de algunos de sus miembros. La búsqueda de la perfección cristiana, alcanzada
por primera vez en el martirio, da lugar a nuevas formas de vida "perfecta", como los ermitaños y las comunidades monásticas.
Los obispos, por su parte, ejercen una función sustitutiva cuando el Estado y sus funcionarios están en libertad e intervienen en cuestiones sociales y
económicas. La iglesia promueve instituciones hospitalarias y ayudas concretas para los pobres (por ejemplo, Basilio de Cesarea, en tiempos de
hambruna, organiza la alimentación básica del pueblo).
Tras la caída final del Imperio Romano, la iglesia pasó a manos de los bárbaros. Cuando desaparece la administración imperial, interviene la estructura
episcopal, pero adquiere un peso político bastante fuerte y se fusiona con la sociedad: es la era del llamado cristianismo. La iglesia anima las escuelas
y funda las primeras universidades (Bolonia, París). Nacen órdenes y congregaciones religiosas masculinas y femeninas.
El cristianismo medieval se escindió en el siglo XVI con la Reforma protestante (tema que volveremos a retomar), que sin embargo generó una
Reforma católica llena de fructíferos movimientos espirituales.
El siglo XVI fue el siglo de los grandes descubrimientos geográficos que ofrecieron a la iglesia la oportunidad de un notable impulso misionero que
continuó hasta el siglo XVII.
Los siglos XIX y XX trajeron este impulso misionero a África y al Lejano Oriente.
Muchas iglesias nacidas de la Reforma también participaron en este movimiento de evangelización, dando un excelente ejemplo de movimiento
ecuménico.
El siglo XX también se caracterizó por grandes figuras pertenecientes a las distintas confesiones cristianas. En el ámbito espiritual, recordamos a
Charles de Foucault y Edith Stein, una judía carmelita fallecida en Auschwitz; en el campo del pensamiento, Teilhard de Chardin, el padre Henri de
Lubac e Yves Congar; en el de dedicación a los pobres, Helder Camara y la Madre Teresa, Martin Luther King y Mons. Romero. Finalmente, pensemos
en los monjes de Tibhirine (¿Has visto la hermosa película "Hombres de Dios?").
Todos ellos han demostrado que podemos vivir del Evangelio también en el mundo llamado "posmoderno" y que el testimonio de la santidad no se
desvanece.
es correcto pero el aspecto negativo no se puede ocultar. La Iglesia, santa en su fundador y en sus dones, fue confiada a hombres pecadores: un tesoro en
vasijas de barro, para citar a San Pablo. Cristo dio el ejemplo de una vida sin pecado; Para
La iglesia no siempre es así. Uno estaría tentado a decir como Jesús: "El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra" y observar que el
mal no está ausente de la vida de ninguno de nosotros. El católico, entonces, no debe olvidar que, al arrojar piedras a la iglesia, se apunta a sí
mismo.
Esta primera reflexión, sin embargo, no puede prescindir del reconocimiento de que la Iglesia es "semper reformanda". En el siglo XX la
Iglesia católica también inauguró un nuevo discurso, el del arrepentimiento y la petición de perdón.
Ya Adriano VI reconoció valientemente, a mediados del siglo XVI, los escándalos presentes en la iglesia. Pablo VI, siguiendo sus pasos,
expresó durante el Vaticano II una palabra de arrepentimiento hacia sus "hermanos separados". Juan Pablo II también retomó varias veces este
argumento y no siempre fue comprendido.
A pesar del desarrollo de este sistema, a finales de la Edad Media aparecieron numerosos abusos en la iglesia. A principios del siglo XVI todo
el mundo preguntaba: "¡Reforma!". pero el Papa rechazó la apelación al concilio lanzada por Lutero y convocó el concilio de Trento con más
de veinte años de retraso, sin poder evitar la división de la iglesia occidental.
Esta situación de poder hizo a menudo intolerante a la Iglesia y dio origen a la Inquisición, a la caza de herejes y a los intereses políticos del
Papa cuando el Estado Pontificio cubría la parte central de Italia.
No podemos olvidar los abusos de ciertos papas del Renacimiento y el estado del episcopado en la época de la Reforma católica tras el Concilio
de Trento.
En los tiempos modernos, la Iglesia no ha notado el cambio de conciencia y se ha equivocado al sospechar de numerosas afirmaciones
relativas a la libertad. Ha asumido la figura de la fortaleza sitiada que hay que defender y ha perdido contacto con el mundo obrero.
Evidentemente no era posible sostener las tesis que salían del ámbito de la fe cristiana pero hay que admitir que la iglesia, hasta la época
contemporánea, no ha sabido reconocer el elemento de verdad en ciertas peticiones, alejándose con ello Actitud de hombres y mujeres de
buena voluntad.
La Iglesia tiene el deber de aceptar y dejar madurar el debate sobre las nuevas cuestiones que le plantean tanto la evolución de la mentalidad
como las posibilidades científicas hasta ahora impensables.
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La historia de las divisiones y cismas de la Iglesia es la contraseñal por excelencia de su vocación que es reunir a los hombres en la unidad. La
cruz de Cristo, instrumento de salvación y reconciliación, acaba siendo blandida como arma de guerra. El movimiento ecuménico de
reconciliación, que comenzó a mediados del siglo XIX, es esencial, no sólo para las iglesias mismas, sino también para el testimonio de amor
que pretenden dar en el mundo.
Tras estas reflexiones históricas, el autor vuelve a los orígenes de la iglesia donde se produce un doble acontecimiento, sin el cual la iglesia
sería un odre vacío: la muerte y resurrección de Cristo y el don del Espíritu en Pentecostés.
conoció a creer en él. Luego eligió a doce apóstoles como "signo" del nuevo pueblo de Israel. Entre ellos nombró a Simón cabeza de la iglesia. Durante los tres años de su
vida terrena, Jesús instruyó a sus discípulos, realizó milagros y, en vísperas de su pasión, presidió la comida de la Cena, repartiendo el pan y el vino, diciéndoles: "Esto es mi
cuerpo... Éste es el cáliz de mi sangre...". Luego fue a la muerte para dar testimonio pleno de su amor a sus hermanos.
Después de la resurrección restauró la comunidad de sus discípulos, disuelta por la prueba de su muerte, y los envió a anunciar el Evangelio al
mundo entero, en una misión que va más allá del marco judío.
¿Se puede decir que Jesús es el fundador de la iglesia? Esta pregunta se puede responder sí y no. Sí, porque no se puede dudar de la dimensión
institucional de algunos de sus actos.
No, porque el organismo social concretamente constituido aún no existía.
En realidad, hay mucho más que un fundamento, ya que Jesús se constituye en fundamento de la Iglesia mediante el don que hace de sí mismo
en el misterio pascual de la muerte y la resurrección. La idea básica nos ayuda a entender por qué Cristo considera que la iglesia es su carne. De
su costado abierto surgió la cruz, según la imagen simbólica de los antiguos Padres, la Iglesia y los sacramentos.
Los apóstoles se encontraron en el punto de partida del edificio del cual Jesús era el fundamento.
La iglesia no es la continuación de la existencia de Jesús sino el fruto del don del Espíritu de Jesús.
Así como Jesús quería ser bautizado en el Jordán para recibir visiblemente el Espíritu, así envió el mismo Espíritu que estaba en él sobre todos
sus discípulos. La iglesia es la realidad del don siempre presente de Pentecostés. Por eso se menciona en el artículo tercero del CREDO, centrado
en la persona del Espíritu.
La iglesia es, por tanto, un misterio invisible que tiene un rostro histórico visible. La dificultad es mantener juntos el aspecto del don de Dios y el
aspecto de la institución humana de la iglesia. En este sentido se puede caer en dos tentaciones: separar los dos aspectos o
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pretender que todo en la iglesia es inmediatamente divino. Necesitamos encontrar el equilibrio adecuado entre estas dos tentaciones.
El Concilio Vaticano II describe a la Iglesia "como sacramento, es decir, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo
el género humano".
¿Qué significan estas expresiones?
Un sacramento es el signo simbólico visible de una acción del Cristo invisible, expresada eficazmente a través de un conjunto de ritos, gestos y
palabras, en beneficio de una persona en la iglesia.
Un verdadero don de Dios se realiza en los bautizados, confirmados o en quienes reciben el cuerpo de Cristo. Esta expresión mantiene el énfasis
correcto entre lo divino y lo humano sin separarlos jamás. La iglesia sigue siendo una bajo sus dos caras, así como el sacramento es uno.
También Cristo ha sido llamado por la tradición cristiana "sacramento de Dios", porque verifica en sí mismo esta relación de lo divino y lo
humano, de lo visible y lo invisible. Pero si Cristo es sacramento de Dios, la Iglesia es sacramento de Cristo y del Espíritu.
El Vaticano II dice al respecto: "A todos los elegidos, el Padre desde la eternidad los conoció de antemano y los predestinó a reproducir la
imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito de una multitud de hermanos (Rom 8,29). Quería convocar a los creyentes en Cristo a la santa
Iglesia, que ya había sido prefigurada desde el principio del mundo, admirablemente preparada en la historia del pueblo de Israel y en la antigua
Alianza, y establecida en los últimos tiempos, y manifestada. con el derramamiento del Espíritu y se cumplirá al fin de los siglos."
La Iglesia, por tanto, fue querida por el Padre desde el principio pero pasa por el Hijo que dio su vida por ella.
Entre la resurrección de Jesús y la resurrección final de la carne está el tiempo de la Iglesia, signo vivo de estas dos resurrecciones, al servicio de la
comunión y de la unidad de todos los hombres.
El don del Espíritu es tan esencial para la vida de la iglesia como lo fue en su nacimiento.
Una fe auténtica en la resurrección final no desprecia las realidades terrenas sino que da valor a cada actividad al servicio de los hombres y del
mundo: resucitaremos cuanto mejor hayamos vivido en el servicio y en el amor.
Estas cuatro notas de la iglesia han sido comentadas muchas veces de manera polémica a favor de la iglesia católica. Hoy se dice, más
modestamente, que toda iglesia verdaderamente digna de ese nombre los verifica en parte y que ninguna iglesia los verifica totalmente.
Las dos primeras notas, unidad y santidad, son bíblicas. Como Cristo es uno, así la Iglesia que él ha reunido es una (1 Cor 12). Gracias a la
unidad del Espíritu, "hay un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos" (Ef 4,16). El don de la unidad, confiado a los frágiles vasos,
se convierte en una tarea constante en la Iglesia.
La santidad es también un don que viene de Cristo y del Espíritu, como dice esta epístola paulina: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí
mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el lavamiento del agua acompañado de la palabra, para presentarse delante de su Iglesia
todo glorioso, sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santo e inmaculado" (Ef 5,2527).
La iglesia es santa porque tiene como fundamento al Cristo santo y porque ha recibido el Espíritu Santo, lamentablemente no es santa en la
totalidad de sus manifestaciones históricas ni en todos sus miembros. La santidad divina obra en la iglesia para hacer de la pasta humana e
indomable un pueblo de santos. La santidad, sin embargo, es un don y una exigencia para todos los creyentes.
El término "católico" está ausente en el Nuevo Testamento. Lo encontramos por primera vez en sentido cristiano en Ignacio de Antioquía (110
d.C.). Expresa tanto la universalidad de la Iglesia como la plenitud de la Iglesia local en virtud de su vínculo de fe y caridad con todas las demás.
dieciséis
La apostolicidad expresa la continuidad de la iglesia en el tiempo. La fe se difundió de un lugar a otro, como ya lo demuestran los Hechos de los
Apóstoles. En la apostolicidad hay que tener presente dos aspectos: por un lado esta iglesia enseña la doctrina de los apóstoles; por otra, su
apostolicidad se expresa con la continuidad del ministerio que nace del de los apóstoles. Los obispos, sacerdotes, diáconos, mediante la
imposición de manos y una invocación al Espíritu, reciben los dones necesarios para continuar la tarea de los apóstoles en la iglesia.
Nuestro Credo occidental también menciona la “comunión de los santos”, que es la comunión de fe y amor entre todos los creyentes. Esta
comunión implica solidaridad entre los fieles, para que cada uno contribuya al bien de todos en virtud de la gracia de Cristo.
Por eso debemos orar unos por otros. Al principio se trataba sólo de comunión entre los vivos, más tarde la comunión de los santos
caracterizaría la solidaridad y la unión también con los santos del cielo.
Esta iglesia "mística" no es más que la otra cara de la iglesia institucional que permanece siempre al servicio de la primera.
21.
La iglesia como institución.
Como toda sociedad humana, la iglesia necesita una organización interna que se expresa en el Código de Derecho Canónico. Este código
establece normas generales y se ocupa de lo que concierne a las personas, a los fieles, a la jerarquía eclesial y a la vida religiosa. Luego aborda
las tres grandes funciones de la iglesia: enseñar, santificar mediante los sacramentos, gobernar.
Como toda sociedad, la iglesia también tiene una Constitución que va más allá del orden jurídico, porque involucra puntos establecidos por
Cristo y sobre los cuales la iglesia no tiene autoridad, si quiere permanecer fiel a lo que es. Esta Constitución está expresada en el documento
dogmático Lumen gentium.
I. Un pueblo reunido
La iglesia es el pueblo de Dios reunido por Cristo gracias al misterio de su muerte y resurrección y al don de su Espíritu. Este pueblo de
bautizados se constituye en "linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que Dios ha adquirido para sí" (1 P 2,910).
Este texto otorga a todos los cristianos membresía en un “sacerdocio real”.
El término sacerdocio, sin embargo, designa dos realidades muy diferentes: el "sacerdocio común" de los fieles y el "sacerdocio ministerial" de
obispos y sacerdotes, ambas participaciones en el único sacerdocio de Cristo.
Para los fieles es una participación en un aspecto de la existencia de Jesús , para los obispos y sacerdotes ordenados es una participación en la
misión que Cristo tiene de reunir a su Iglesia.
La función del sacerdoteministro es permitir a todos los bautizados, mediante el anuncio de la palabra, la administración de los sacramentos y la
animación de la comunidad, vivir del don que se les ha concedido de constituir un "santo sacerdocio". Así, el sacerdocio de los fieles es
"existencial", mientras que el sacerdocio ministerial está a su servicio.
Esta realidad primaria de la iglesia como pueblo de Dios tiene como consecuencia una afirmación sobre la "infalibilidad" de la iglesia, que puede
sorprender: "La universalidad de los fieles que reciben la unción del Espíritu Santo (= bautismo y confirmación) no puede equivocarse al creer, y
manifiesta esta propiedad a través del sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo, cuando "desde los obispos hasta los últimos fieles laicos"
muestra su consenso universal en materia de fe y de moral".
En este pueblo, que es uno y está fundado en un solo bautismo, debemos distinguir entonces numerosas responsabilidades y numerosos estados
de vida.
San Agustín tenía una conciencia tan profunda de este fundamento común que se presentó a sus fieles diciendo: "Para vosotros soy obispo,
pero para vosotros soy cristiano.
Obispo es el título del cargo. Cristiano es el nombre de la gracia. Que el hecho de ser redimido contigo me seduzca más que el hecho de ser tu
líder."
En línea con el concilio, el autor pasará ahora revista a la jerarquía ministerial, a los laicos y a los religiosos.
Como institución, la iglesia cuenta con un conjunto de ministerios o servicios encaminados a su buen funcionamiento. La misión ejercida por
los diversos ministerios no proviene del pueblo como ocurre con los ministerios civiles, sino de Cristo y su Espíritu. En el momento de la
fundación de la iglesia vimos que los Doce, dotados del don del Espíritu Santo, fueron enviados en misión por Jesús, así mismo la iglesia
siempre recibe a sus ministros invocando el don del Espíritu y los incorpora. en la sucesión episcopal mediante un gesto sacramental que
demuestra que ella no es propietaria de esta transmisión de oficios.
Obispos, presbíteros La
trilogía de obispos, presbíteros y diáconos retoma el legado del ministerio ejercido por Jesús.
El significado primario del oficio de los obispos y ciertamente del primero de ellos, el obispo de Roma es expresar de manera
traducen a la visible y eficaz la iniciativa de Cristo hacia los presbíteros, hacia su Iglesia. Son ministros del don de Dios:
comunidad, de manera ministerial, el hecho de que la Iglesia depende radicalmente de otro que es su fundamento y le da continuamente su Espíritu.
Por supuesto, la opacidad humana a menudo oculta esta dimensión que, sin embargo, no debe olvidarse.
El Vaticano II se atreve con una imagen que no se encuentra en el Nuevo Testamento: "Los obispos (...) representan y actúan en la persona de
Cristo (in ejus persona), precisamente porque es Maestro, Pastor, Pontífice".
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“El sacerdocio de los presbíteros (…) es conferido por aquel sacramento particular por el cual (…) están marcados por un carácter especial que los
configura con Cristo sacerdote, para poder actuar en nombre de Cristo Cabeza (en persona Christi capitis)”.
La misión global de los obispos y presbíteros consta de tres funciones principales: la proclamación de la palabra, la santificación mediante los
sacramentos y la guía de la comunidad con miras a la salvación, manteniéndola en la caridad y la unidad. La responsabilidad de los obispos es más
amplia en cada una de estas áreas. El ministro anuncia la Palabra de manera oficial, en nombre de una misión recibida. Todo cristiano está invitado
a dar testimonio de su fe, pero un posible error por su parte no tiene las mismas consecuencias, porque no vincula a la Iglesia.
Los obispos, además de la responsabilidad de anunciar la Palabra, tienen también la de mantener la autenticidad de la fe y velar por que no se
difundan posibles errores. En los casos difíciles, los obispos ejercen su magisterio unidos en concilio y en comunión con el Papa, obispo de Roma.
La segunda misión de los obispos y sacerdotes es la santificación mediante los sacramentos, en particular mediante la presidencia de la Eucaristía. Sólo el
obispo puede administrar todos los sacramentos.
Al principio, los presbíteros celebraban la Eucaristía sólo junto con el obispo. Cuando las comunidades se hicieron más grandes,
nacieron las parroquias y los presbíteros individuales pudieron presidir la Eucaristía, administrar el bautismo, ungir a los enfermos y bendecir a los
matrimoni.
La tercera misión es la de animar a la comunidad para preservarla en la unidad y la caridad. El ejercicio de esta autoridad tiene una dimensión
jurídica. El obispo tiene jurisdicción sobre su diócesis, el presbítero sobre su parroquia.
A lo largo de los siglos (siglos IVVI), los diáconos fueron muy poderosos, hasta el punto de que a menudo eran elegidos para suceder al obispo.
Algunos papas habían sido diáconos de sus predecesores.
Esta situación generó tensión entre los presbíteros y diáconos que se vieron obligados a regresar a sus filas. Un diácono podía seguir siendo
párroco a condición de ser ordenado sacerdote. Si permanecía al servicio del obispo, su papel era sólo litúrgico. Así fue como hacia finales del
primer milenio el diaconado se había convertido en una especie de preparación al orden presbiteral y por eso el diaconado permanente
desapareció en la Iglesia hasta el Vaticano II.
El Vaticano II restableció el diaconado permanente, permitiendo el acceso a él a los hombres casados. Aún no está claro cuál es el papel concreto
del diácono: se inclina entre un servicio de caridad y un papel de vicario en caso de escasez de sacerdotes. Esta última opción correría el riesgo de
reducir una vez más el diaconado a una preparación al sacerdocio.
A menudo surge la pregunta: ¿es la Iglesia una monarquía? o una oligarquía? ¿No será una teocracia? ¿No debería convertirse en una democracia?
Ninguna forma política válida para un estado puede ser válida para la iglesia porque no es una sociedad temporal, el poder no tiene su fuente en el
pueblo, sino en el Dios Trinitario y su forma política debe ordenarse a su misión espiritual.
La iglesia no es una monarquía porque nada en el Nuevo Testamento sugiere que ese fuera el papel de Pedro. Ni siquiera es una teocracia en el
sentido en que lo era el antiguo pueblo de Israel. No es una democracia en el sentido preciso del término, porque la democracia la quiere.
que el pueblo sea siempre dueño de sus propias decisiones. Sin embargo, algo de estas diferentes figuras gubernamentales existe en la iglesia. Se
puede decir que la estructura del gobierno de la iglesia apela a tres principios: el principio comunitario, el principio colegiado, el principio de
presidencia.
El principio comunitario En el
Nuevo Testamento y en particular en san Pablo, la comunidad cristiana aparece fundamental. Incluso en la iglesia antigua ocurre lo mismo. El
pueblo intervino regularmente en la designación de su propio obispo. Hemos visto también cómo el pueblo de Dios es, por el don de Cristo y del
Espíritu, los primeros custodios de la infalibilidad de la iglesia, es decir, de la garantía dada por Cristo de que nunca será engañada en la fe.
Hay una corresponsabilidad en la iglesia. Los ministros ordenados son parte de la comunidad y, con ella, en el constante intercambio de
reflexiones y discernimiento, deben tomar sus decisiones. Después del Vaticano II, se multiplicaron los sínodos diocesanos, asambleas convocadas
por el obispo en las que participan sacerdotes, diáconos y laicos elegidos según una ley electoral específica. En los sínodos se debaten los grandes
problemas que plantea una diócesis, tanto en su vida interna como en su relación con la sociedad.
El principio colegial El
colegio de los doce apóstoles y discípulos en torno a Pedro es un hecho fundacional de la iglesia. La colegialidad se ejerció también entre las
diversas comunidades, a través del vínculo mantenido entre los apóstoles.
Así fue como en la iglesia de los apóstoles se decidió de manera colegiada un punto crucial. La cuestión era si los paganos que se habían
convertido al cristianismo debían estar sujetos a las obligaciones de la Ley judía que los judíos que se habían convertido al cristianismo seguían
practicando.
Pablo se opuso a Pedro. Una gran asamblea se reunió en Jerusalén para decidir definitivamente que ya no se exigiría a los paganos que
cumplieran con las obligaciones de la ley judía. Esta asamblea es el modelo para futuras asambleas conciliares.
El primer teólogo de la colegialidad episcopal fue el obispo Cipriano. Se ejerció desde el siglo II a través de sínodos de obispos locales y
regionales donde se tomaban decisiones que luego todos debían observar.
A partir de los sínodos regionales, tras la conversión de Constantino (313), se desarrolló la reunión de concilios ecuménicos en los que cada
obispo representa a su pueblo y es testigo no sólo de su propia fe sino de la fe de su pueblo. Todos los obispos reunidos intercambian sus
convicciones sobre el punto de fe o disciplina que se ha convertido en objeto de crisis en la Iglesia y lo resuelven en principio por unanimidad.
Cada obispo, al regresar a su propia diócesis, es testimonio ante sus fieles de la fe de toda la Iglesia. Con muchas vicisitudes, lo que finalmente
se logró fue un consenso eclesial. Esta asamblea representa la máxima autoridad de la iglesia. Sus decisiones, cuando se toman con la intención
de que sean definitivas, son irrevocables o irreformables. A partir de aquí se desarrolló la teología de la infalibilidad de los concilios.
Roma ejerce la primacía en la Iglesia con el objetivo de mantenerla en plena comunión y en la autenticidad de la fe, no porque tenga en sí la
vocación de gobernar y administrar toda la Iglesia.
El Concilio Vaticano II, después de largos debates, "redescubrió" la colegialidad episcopal que durante siglos sólo se había ejercido en el marco
de los concilios. De ahora en adelante la colegialidad debe ejercerse entre los obispos esparcidos por el mundo y contribuir al gobierno de toda la
Iglesia. El obispo encuentra su lugar como bisagra entre la iglesia local y la iglesia universal.
Fuera del tiempo conciliar, la colegialidad episcopal se ejerce mediante la reunión trienal de los sínodos de obispos en Roma. Cada Conferencia Episcopal
elige a sus delegados.
También hay nuevas unidades formadas en todos los continentes por las federaciones de Conferencias Episcopales, que estuvieron
en el origen de grandes asambleas (por ejemplo, Medellín y Puebla para América Latina). Desde la década de 1990, se han celebrado en Roma
varios sínodos continentales o ampliamente regionales. En estos montajes se puede ver un esquema
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de quienes podrían convertirse en nuevos "patriarcados" en la Iglesia católica, capaces de gestionar, teniendo la autoridad necesaria, los problemas
de un continente determinado, de manera descentralizada.
De aquí vemos la importancia del principio colegial en la iglesia. Pero cada colegio debe estar presidido.
El principio de presidencia En el
colegio de los apóstoles la figura de Pedro, investido por Jesús con las célebres palabras: "Tú eres Pedro y sobre esta roca fundaré mi Iglesia", se
perfila como la del titular de una responsabilidad única.
Santiago también presidió la iglesia en Jerusalén (Hechos 15:1321) y Pablo ejerció la presidencia sobre las comunidades que había fundado. El
principio de presidencia funcionará tanto a nivel de la iglesia universal como de la iglesia local.
La responsabilidad de Pedro en su época prácticamente no da lugar a discusión alguna hoy. Sin embargo, el papel y la autoridad de los sucesores
de Pedro son más problemáticos.
En este sentido, por tanto, el testimonio de la historia es esencial.
Ya en los últimos años del siglo I Clemente de Roma intervino, en nombre de su iglesia, en la comunidad de Corinto para resolver una pequeña
revolución que había llevado a esa comunidad a deponer a sus ministros.
A principios del siglo II, Ignacio de Antioquía saluda a la Iglesia de Roma "como la que enseña a otros" y "preside en la caridad". En el mismo
período, Ireneo de Lyon también definió la iglesia de Roma como la más grande y conocida y con la que "toda iglesia debe llevarse bien debido
a su alta preeminencia".
"Su preeminencia" deriva del hecho de que fue fundada por Pedro y Pablo y ha conservado bien la tradición que venía de los apóstoles. Más
adelante se dirá que el Papa es Papa porque es obispo de Roma, y no al revés. Pero la comunión con Roma no implica necesariamente el
gobierno de las iglesias por parte de Roma.
En el siglo XV, con lo,s concilios de Constanza y Basilea, se apoyó la superioridad del concilio pero se impuso la superioridad del Papa.
El segundo milenio comenzó con la ruptura en 1054. El Papa, en Occidente, es al mismo tiempo Papa y patriarca y se convierte en príncipe
temporal.
En oleadas posteriores los papas llevaron a cabo diversas reformas para mejorar las costumbres de la iglesia. El primero es el de Gregorio VII en
el siglo XI que tuvo efectos beneficiosos. Con ello, sin embargo, comenzó un movimiento de centralización que dio cada vez más a la Iglesia
romana la apariencia de una jerarquía piramidal. La Curia Romana decide no sólo a nivel disciplinar sino también doctrinal.
El Concilio Vaticano I (1869) afirmó la primacía pontificia, declarando al Papa obispo universal, pero sin por ello obstaculizar la jurisdicción
ordinaria de cada obispo.
La otra decisión del Vaticano I se refiere a la infalibilidad del Papa, limitando su ejercicio cuando habla ex cathedra, es decir, define una doctrina
sobre la fe y las costumbres, ya que, en este
La materia goza de la asistencia divina prometida por Cristo a Pedro. El ejercicio de esta infalibilidad está sujeto a tres grandes condiciones: 1. Es
necesario que el Papa actúe en conexión y
con el consentimiento de toda la iglesia. 2. Es necesario que el Papa exprese claramente su intención de
proceder a una definición en nombre de su oficio de pastor y médico de todos los cristianos. 3. Es necesario que el objeto de la definición
entre en el ámbito de la fe revelada o
El principio de presidencia es muy importante en la iglesia y no debe cuestionarse. De hecho, son conocidos los efectos perniciosos de una
colegialidad no presidida.
El Vaticano II no sólo restauró el principio de colegialidad, sino que también abrió el camino a una eclesiología de comunión. La Iglesia es
vista como un conjunto de Iglesias locales, que viven en una red de intercambios entre ellas y con Roma, en una total comunión de fe,
sacramentos y caridad.
En la práctica, la Iglesia católica encuentra grandes dificultades para poner en práctica su "conversión" a la colegialidad, adquirida doctrinalmente en el
Vaticano II, y para tener en cuenta el principio comunitario. Vive de numerosos siglos de hábitos que van en la dirección opuesta.
III. me acuesto
En el término secular hay dos significados aparentemente contradictorios: por un lado el laico es "consagrado", por otro vive su fe en el
mundo "secular". Los laicos (laikòs) son miembros del pueblo (laòs) de Dios, han llegado a serlo mediante el bautismo y viven el sacerdocio
existencial común a todos los fieles.
El concilio añade que los laicos deben buscar el reino de Dios ocupándose de las cosas temporales, ordenándolas según Dios. Los laicos están llamados a
la misma santidad que los sacerdotes y las personas consagradas.
Los laicos están invitados a dar testimonio de su fe a través de sus palabras y de su estilo de vida, tratando de colaborar en el crecimiento de una
sociedad más justa y más humana.
Están llamados a servir a la Iglesia en el ámbito de los "ministerios bautismales": participar en los consejos pastorales, enseñar el catecismo,
animar la liturgia, visitar a los enfermos y presos, proporcionar acompañamiento espiritual si tienen competencia de discernimiento, etc.
Estos ministerios también pueden ejercerse en el ámbito de la vida social y política (la profesión, las necesidades de los más desfavorecidos, los
problemas éticos y políticos).
También existen asociaciones laicas que incluyen grupos polifacéticos de la vida evangélica. En los años posteriores al Vaticano II, ante la
disminución del número de sacerdotes, algunos laicos, por delegación del obispo expresada en una carta de misión, se asociaron al ministerio
sacerdotal. . Estos laicos tienen una nueva identidad en la Iglesia de la que son plenamente conscientes. Sin embargo, todavía es una situación
en progreso.
IV.
el religioso
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En los primeros tres siglos de la iglesia, la santidad perfecta era la que se obtenía mediante el martirio. Tras la conversión de Constantino,
comienza la vida ermitaña el ermitaño vive solo y la vida monástica el monje vive en comunidad.
Desde el siglo XVII al XIX nacieron numerosas congregaciones misioneras, masculinas y femeninas, y otras, para responder a las necesidades
de los pobres.
Cada vez cobra más importancia el papel de la mujer religiosa que, hasta el siglo XVI, había estado vinculada a la "reclusión".
A lo largo de los siglos, la iglesia ha organizado hospicios, hospitales y escuelas dirigidos por personas religiosas.
El siglo XX vio la fundación de nuevas Congregaciones más adaptadas a la secularidad de la vida moderna.
Después del Vaticano II, las personas casadas que continúan la vida familiar mientras participan en la vida comunitaria también son admitidas
en los movimientos de renovación "carismática".
La vida religiosa sigue siendo un signo fuerte y expresivo del Evangelio en nuestro mundo.
El origen y la institución de los cardenales aún bastante oscuros provienen de la colaboración del Papa con los obispos de la región romana
(cardenales obispos), con los párrocos de las grandes parroquias de Roma (cardenales sacerdotes) y con los más diáconos influyentes
( cardenalesdiáconos).
El Papa reúne periódicamente a los cardenales en un "consistorio" (asamblea restringida) para gestionar los asuntos de la iglesia universal.
Desde 1059 la elección del futuro pontífice está reservada a los cardenales. Progresivamente, el cardenalato se convirtió en una dignidad y un
honor especiales que expresaban la confianza del Papa en tal o cual persona.
El cardenalato, sin embargo, es una institución eclesiástica, mientras que el episcopado se remonta a los orígenes apostólicos de la iglesia. Los
cardenales tienen la función de asesores personales del Papa mientras que los obispos tienen un oficio estrictamente pastoral. Hoy en día todos
los cardenales de la curia son automáticamente obispos, mientras que hasta 1962 algunos habían recibido sólo el presbiterio y, en el pasado,
incluso sólo el diaconado.
22.
La fe y los sacramentos de la fe
Con los sacramentos afrontamos la vida de culto de la iglesia. Los sacramentos hoy están en crisis, tanto porque hay una recesión de la fe como
porque surge una nueva dificultad en la percepción del simbolismo cristiano.
Entre protestantes y católicos, la celebración de los sacramentos ha sido objeto de un conflicto centenario que hoy en día está amainando en gran
medida. En resumen, el protestantismo proclama ante todo la justificación del hombre, realizada por la pura gracia de Dios obtenida mediante la
fe. Nuestros méritos no cuentan para nuestra salvación. Esta visión de las cosas relega a un segundo plano la celebración exterior de los
sacramentos. El catolicismo, en cambio, propone la celebración externa y solemnizada de los sacramentos y su asistencia asidua. Se corre el
riesgo de practicar obras para obtener la salvación por nuestros méritos.
No lo es
Exactamente. El verdadero cristianismo sostiene que la justificación proviene conjuntamente de la fe y de los sacramentos de la fe.
Somos indisolublemente espíritu y cuerpo, es decir que el interior y el exterior de nuestra vida están siempre unidos. Nuestros sentimientos se
manifiestan externamente a través del lenguaje, gestos, etc. Del mismo modo, lo que hacemos tiene un eco en nosotros: nuestras acciones nos
transforman, el hombre tiende continuamente a superarse a sí mismo. Es en este mismo movimiento que la práctica sacramental también forma
parte de
Durante una competición deportiva, el ganador abre una botella de champán y la rocía sobre quienes le rodean: la ligera espuma es símbolo de
alegría desbordante.
Todas las sociedades practican también ritos funerarios: ante el duelo, el hombre necesita hacer algo. El ritual, vivido con el grado de emoción
que requieren las circunstancias, calma la angustia.
El ritual no obedece a la ley de eficiencia. Desde un punto de vista inmediato, no sirve de nada. Su eficacia es de otro orden.
El ritual inscribe puntos de referencia en el fluir indiferenciado del tiempo que le permiten dar significado y seguridad. a nuestra existencia. Toda
vida humana necesita esta regulación personal y social. Es también fruto de una cierta elección ética porque representa "lo que hay que hacer".
En nuestras sociedades secularizadas vemos el nacimiento de ritos que reemplazan a los antiguos ritos religiosos.
La sociedad soviética, arraigada en la mentalidad religiosa del pueblo, inventó ritos, como el bautismo socialista, capaces de sustituir a los ritos
religiosos.
Cada ritual tiene vida propia: nace, evoluciona, puede morir por el paso del tiempo. También puede convertirse en manía, en el caso de rituales
neuróticos o compulsivos.
El ritual es fundamentalmente simbólico: a través de una práctica concreta, evoca un orden de cosas totalmente diferente al de su realización
material.
El ritual, aunque sea profano, trasciende la vida inmediata y temporal. Expresa una dimensión de mi existencia que no se puede expresar en el
lenguaje ordinario. De ahí una apertura espontánea del rito a la expresión de lo sagrado.
El rito y lo sagrado
Podemos considerar sagrado "todo lo que aparece en este mundo, y especialmente en la vida del ser humano, como revelador de la existencia,
presencia y actividad de Dios".
En el rito sagrado siempre se encuentra la unión de palabras sagradas y acciones santas.
La palabra ya es acción y tiende a la acción. Una palabra hace bien o mal. Pensemos en las diferentes palabras de consagración a Dios, en estos
casos la palabra de compromiso realiza por sí misma el compromiso.
En el ámbito sagrado, la voz fuerte, el canto, la repetición de letanías dan mayor poder a la palabra.
La palabra normalmente va acompañada del gesto porque nuestra vida está hecha de palabras y gestos.
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Pero el equilibrio entre palabra y acción es frágil. El ritual puede absorber la palabra, en el otro sentido la palabra puede volatilizar el ritual y convertir el
gesto en accesorio.
¿Cuáles son los ritos fundamentales en la historia de la humanidad? Los encontramos en diferentes formas de religión en religión. En el
origen de los grandes rituales se encuentran los mismos temas, en particular todo lo que gira en torno al agua y a la comida. Dado que lo sagrado también está
vinculado al misterio de la fertilidad, muchos ritos están vinculados a la cosecha y al ejercicio de la sexualidad.
También hay períodos sagrados, vinculados a las estrellas, las estaciones y los lugares sagrados.
entre lo sagrado pagano y lo sagrado cristiano? En primer lugar, en el paganismo sagrado la esfera de Dios parece ajena a la esfera del hombre; además,
hay un conflicto entre ambas.
Lo sagrado cristiano, por el contrario, pretende abolir la separación absoluta entre lo sagrado y lo profano refiriéndose a Dios creador que, a través de Cristo, nos
permite entrar en la esfera verdaderamente divina en la que se desarrolla toda nuestra actividad. Éste es el significado del sacerdocio universal de los fieles. Ahora toda
su actividad en el mundo tiene una dimensión sagrada.
Lo sagrado pagano y lo sagrado cristiano también difieren en cuanto a la referencia de sus simbolismos. En el cristianismo la referencia cósmica y natural no
se anula sino que recibe una nueva determinación, la de la referencia histórica a la vida, muerte y resurrección de Cristo.
En el origen de la fecha de nuestras fiestas cristianas hay una referencia cosmológica o agrícola (por ejemplo, Navidad en el solsticio de invierno nacimiento
de Jesús).
Como los ritos paganos, los sacramentos cristianos pasan por la dualidad complementaria del gesto y la palabra.
Pero si el gesto sacramental del bautismo conserva una referencia cosmológica al misterio del agua, se refiere al bautismo de Jesús en el Jordán y a su
bautismo de sangre en el misterio pascual. Lo mismo ocurre con el pan y el vino, que tienen su origen en la creación y la obra
del hombre pero cuya referencia histórica dominante es la última cena de Jesús: todos los sacramentos tienen, pues, su origen en los gestos de Jesús.
EN.
La originalidad de los sacramentos cristianos
La actitud de Jesús hacia los ritos judíos es libre: por un lado los respeta, por otro los relativiza y, véase el caso del sábado, los viola.
En coherencia con esta actitud, Jesús no instituye nuevos ritos para sustituir a los antiguos.
Sus gestos no tienen nada de ritual: son existenciales. Él sana, parte el pan, perdona, acepta una muerte injusta por amor a los pecadores. Son la expresión concreta de un don
de sí.
Se dirá que Jesús instituyó la comida ritual de la Eucaristía. Es cierto, pero la Cena es sólo la traducción simbólica y ritual del sacrificio de la vida de Jesús a
punto de cumplirse.
Las palabras y los gestos realizados por Jesús son de alguna manera los sacramentos originales de nuestra salvación.
Sus curaciones eran "sacramentos" El significado del término griego sòzein que corresponde a salvar es fundamental: de hecho, juega con la relación entre
salud y salvación. Muchas curaciones están ligadas al perdón de los pecados pero Jesús siempre tiene una actitud acogedora hacia los pecadores, su
comportamiento es un signo "sacramental" de nuestra salvación.
Los sacramentos de la iglesia no son más que la expresión ritual de lo que Jesús realizó por nosotros. Y si esto es particularmente evidente en la liturgia
eucarística, también lo es en la de los demás sacramentos. Cristo es, por su encarnación, el primer y gran sacramento de Dios, capaz de fundar la iglesia-
sacramento y en ella los sacramentos de nuestra salvación.
,
Se necesitarán largos siglos para que la Iglesia pueda discernir los verdaderos sacramentos instituidos por Cristo en todos los ritos por los que
vivió.
En Oriente, al principio, sólo había tres: el bautismoconfirmación, la eucaristía y las ordenaciones. Occidente ha superado los siete. Con el Papa
Inocencio III en 1208 se estableció el septenario, confirmado posteriormente por el Concilio de Trento (1547)
La iglesia reconoce como sacramento lo que cree haber recibido de Cristo. El sacramento es el signo visible de la gracia invisible. Para ser eficaz
debe ser recibido con fe y con disposiciones caritativas. En el sacramento se distinguen palabras y gestos.
Cristo quería que la iglesia fuera una sociedad "establecida" visible y que tuviera las estructuras sociales indispensables para cualquier sociedad.
En este sentido realizó algunos gestos institutivos muy genéricos, confiando a la Iglesia la tarea de ponerlos en práctica. Pero, sobre todo, Cristo
es, gracias a toda su vida, fundamento último de todos los sacramentos.
Los sacramentos tienen ante todo una referencia histórica a Jesús: en el momento de la celebración leemos relatos evangélicos y
"recordamos" a Jesús que, a través de un gesto particular, se hace simbólicamente presente aquí y ahora. Cada sacramento es, a su manera, un
"memorial en acción" de la salvación traída por Jesús.
Algunos gestos ejemplares de Jesús fueron considerados por la Iglesia, entre todos los demás, como institutivos y se han convertido en
sacramentos rituales de la Iglesia.
Los sacramentos tienen en cuenta los grandes momentos de la existencia humana de cada creyente en su relación con la Iglesia: el bautismo
tiene el valor de nacimiento a la fe, la reconciliación expresa el retorno a la comunión divina, etc.
La iglesia afirma que los sacramentos son portadores de "gracia", tienen su propia eficacia para con el creyente. ¿Cómo entender esto?
Los sacramentos son signos y, como signos, efectúan lo que significan, es decir, son eficaces, como decía Santo Tomás , de Aquino. causa
Es una eficacia espiritual y gratuita, que por tanto no puede recibirse sino de manera espiritual y gratuita.
Los sacramentos son "operadores" simbólicos de la acción de Dios a través del lenguaje ritual. El término "simbólico" no debe tomarse en un
sentido atenuado, sino en el significado que hoy le dan las ciencias humanas y la filosofía. Los símbolos son una forma de lenguaje "operacional"
que realiza lo que anuncia en un orden de intercambios mutuos.
En el siglo XVI, ante la predicación del dominico Tetzel, que afirmaba la eficacia de las indulgencias para los difuntos, diciendo que tan pronto
como una moneda caía en la caja de las ofrendas, un alma quedaba liberada del purgatorio, Lutero, citando a San Agustín, mantenido que
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La justificación del hombre sólo podría ser un don gratuito de Dios recibido en la fe.
Sin embargo, si la justificación no es fruto de las buenas obras, da a la libertad humana así justificada la capacidad de realizarlas.
La Iglesia católica siempre ha profesado y aceptado la doctrina paulina de la justificación por la fe, que es una doctrina simplemente cristiana,
que no exime, por tanto, a la persona humana de una respuesta positiva y libre al don de Dios.
Esta justificación debe expresarse externamente. Cuando pido y recibo un Yo, me relaciono con la iglesia y sus ministros. Por lo
sacramento , tanto, profeso que soy
justificado por Uno que es Otro que yo.
1. EL BAUTISMO
Es el primero de todos los sacramentos, lo que hace el cristiano. ¿De dónde es él? ¿Cuál es su significado si cuál es la gracia que confiere?
De los ritos religiosos del agua a las aguas del bautismo El simbolismo del agua
es ambivalente: el agua es lo que mata y da vida.
Este simbolismo de vida y muerte está vinculado al de purificar el agua. El señor Eliade cree que el ritual de la inmersión expresa la abolición
de la historia, porque en el agua todo se disuelve, se desintegra y así se purifica y renace.
La antigua iglesia inscribió espontáneamente la celebración del bautismo en el simbolismo de la función mortífera y vivificante del agua:.
“Esta agua curativa se ha convertido para vosotros en sepulcro y en madre” (Cirilo de Jerusalén).
Para Efrén el Sirio, el bautismo y la iglesia son un nuevo vientre. El rito cristiano, sin embargo, aunque permaneció arraigado en la conciencia
religiosa universal, no relacionó inmediatamente las aguas bautismales con las aguas primordiales, sino con la muerte y resurrección de Cristo.
San Pablo dijo: “¿No sabéis que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Por tanto, fuimos
sepultados juntamente con él en el bautismo para muerte, para que así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros caminemos en novedad de vida" (Rom 6,34). De hecho, Cristo llama bautismo a su muerte (Mc 10,38; Lc 12,50) Pero su
inmersión en la muerte no es ni su desaparición ni su regeneración. Al contrario, es su victoria.
Este bautismo es una parábola de la pasión: descenso al agua de la muerte, que Jesús llama "bautismo", subida a la resurrección. El bautismo de
agua se convierte para él en un bautismo de sangre. El Evangelio de Mateo concluye con la orden de enseñar a todas las naciones y bautizarlas en
el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo (Mt 28,29).
Finalmente viene la experiencia eclesial. El don del Espíritu Santo en Pentecostés puede considerarse al mismo tiempo como bautismo y como
confirmación de los apóstoles que no habían sido bautizados. Jesús les dice: "Pero dentro de pocos días seréis bautizados con el Espíritu Santo"
(Hechos 1,5).
Desde muy temprano la iglesia practicaba el bautismo de niños. El significado de este bautismo es expresar la iniciativa proactiva y el amor de
Dios y de Cristo por los más pequeños.
Dado que, según palabras de Tertuliano, "los cristianos no nacen, se hacen", los niños deberán vivir su catecumenado después del bautismo, es
decir, vivir su conversión personal a la fe.
3.CONFIRMACIÓN
La confirmación no aparece en los evangelios. El acontecimiento fundacional de la confirmación es el don del Espíritu, prometido por Jesús y
eficaz en Pentecostés. En los Hechos de los Apóstoles el bautismo se asocia con el don del Espíritu Santo.
En la práctica de la Iglesia, en los orígenes, los dos ritos están vinculados. El bautismo ya da el Espíritu Santo, la confirmación completa este
don.
En la Iglesia Oriental nunca ha habido una separación temporal entre la administración de los dos sacramentos. En grandes celebraciones
colectivas los sacerdotes bautizaban junto con los diáconos y luego el obispo imponía las manos. Al aumentar el número de catecúmenos, Oriente
ha delegado la administración de la confirmación al presbítero. Occidente lo reservó para el obispo con motivo de la visita pastoral. Hemos
llegado así a una teología más específica de la confirmación (el sacramento del cristiano "adulto").
La relación entre bautismo y confirmación es la relación del misterio pascual (muerte y resurrección) con Pentecostés. Por tanto, la confirmación tiene su
origen en el corazón del misterio pascual.
4. LA EUCARISTÍA
La Eucaristía es el sacramento del cuerpo y la sangre de Jesús, que con el tiempo construye la iglesia, convirtiéndola en el cuerpo místico de
Cristo. Este sacramento está atestiguado por los cuatro evangelistas.
Para comprender la naturaleza y alcance de la Eucaristía debemos partir de la idea de memorial que surge de las palabras de Jesús: "Haced esto en memoria mía". Este
recuerdo se refiere a la muerte y resurrección de Cristo y es un acto de obediencia a Aquel que se comprometió a hacer presente sacramentalmente el don que hizo de sí
mismo, de una vez por todas, cada vez que la Iglesia celebra esta comida, porque Dios siempre da lo que Él pedidos.
La Eucaristía es un memorial en el sentido más significativo. La historia realiza para nosotros aquí y ahora lo que narra, haciendo, en cierto
modo, a los cristianos de todos los tiempos contemporáneos de la cruz. No es correcto decir que la Eucaristía "renueva" el sacrificio de la cruz,
porque sólo se renueva lo viejo, pero renueva a los creyentes en su participación en el misterio de la cruz.
En el Evangelio de Juan la historia de la cena se reemplaza por la del lavatorio de los pies. Como en la institución de la Eucaristía, Jesús da la
orden de repetirla: "Vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros". Ese gesto es la realidad misma a la que se refiere la Eucaristía.
Siempre a partir del memorial se puede comprender la afirmación de la "presencia real" de Cristo en la Eucaristía.
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En el momento de amar hasta el extremo a los suyos, Jesús puede distribuir el pan de la Cena a sus discípulos con el mayor realismo, diciéndoles:
"Esto es mi cuerpo entregado por vosotros". Jesús se hace presente en y a través del don del pan y del vino, que son la simbolización de su
persona. Su carne prometida a la muerte, pero portadora del Espíritu de resurrección, se convierte entonces en alimento de vida eterna.
De este modo la vida terrena de Jesús culmina en una Eucaristía "cuerpo a cuerpo" con los hombres, que es ya una anticipación de su
resurrección.
El peso de la pasión de Cristo, el poder de su resurrección, el don creador del Espíritu hacen que el pan y el vino lleguen a ser en sí mismos lo
que han llegado a ser para Cristo y para nosotros en la fe. Ésta es ahora su realidad última. No hay necesidad de buscar ninguna "transmutación"
de los elementos en el nivel natural. Su cambio es de orden sobrenatural. Es el Espíritu, invocado sobre el pan y el vino, quien lo obra, mientras
que el sacerdote es el ministro investido gracias a la ordenación sacerdotal (por tanto, gracias a un don del Espíritu mismo) con el oficio de
presidir la celebración de la Eucaristía.
5.PENITENCIA O RECONCILIACIÓN
Para reconciliarnos debemos ser dos y debemos ir el uno hacia el otro. Toda la pedagogía de Dios en el Antiguo Testamento se puede resumir en
una larga iniciativa de reconciliación y perdón.
Jesús también llama a la conversión pero también toma la iniciativa de acercarse a los pecadores y comer con ellos. Reivindica el poder de
perdonar los pecados, escandalizando a sus contemporáneos.
Los dos textos paralelos deben entenderse en este contexto: “Todo lo que ates…; todo lo que desatarás…; (Mt 16,19 y 18,18); y “recibiréis el Espíritu
Santo”;…los pecados serán perdonados…; los pecados quedarán sin perdón... (Jn 20,23) Jesús hace participar concretamente a sus discípulos en su
misión de perdonar los pecados.
La iglesia primitiva estaba convencida de que el perdón de Dios siempre se ofrece y que Jesús le dio el poder de perdonar los pecados a través
del bautismo y la reconciliación. Posteriormente organizará instituciones penitenciarias cuya forma irá cambiando con el tiempo.
La extremaunción, llamada después del Vaticano II la unción de los enfermos, es un sacramento que utiliza el óleo sagrado como signo de
consagración. En tiempos de Jesús el aceite tenía una triple función: era el aceite del tocador, de la fiesta; era una medicina
utilizada para calmar las heridas, y finalmente era el aceite de consagración de reyes y sumos sacerdotes. A Jesús también se le llama Mesías, el
Ungido. Su unción no es la del aceite sino la del Espíritu que vino sobre él en el bautismo. El cristiano es quien
participa de la unción de Cristo, es otro Cristo. De ahí la serie de unciones distribuidas a lo largo de la vida cristiana.
Leemos en una carta de Santiago: “Todo aquel que esté enfermo, llame a los presbíteros de la iglesia y oren por él, después de haberlo ungido
con aceite en el nombre del Señor: Y la oración hecha con fe salvará al enfermo. : el Señor lo resucitará y si ha cometido pecados, le serán
perdonados" (5,1316).
Los verbos “salvará” y “resucitará” son los verbos de las curaciones realizadas por Jesús y aluden a la mejora del estado del enfermo que encuentra
la paz y la salvación a través de la curación definitiva que será la resurrección.
La unción de los enfermos no debe administrarse in articulo mortis sino en caso de riesgo o predicción de muerte cercana. Es un sacramento de
iniciación a la gloria.
6. EL ORDEN
La doctrina de la Iglesia siempre ha vinculado la institución del sacramento del Orden a las palabras de Jesús en la Cena: "Haced esto en
memoria mía" (Lc 22,19). Hoy se cree que es la totalidad de la vida pasada con Jesús lo que constituye la investidura de los apóstoles y hace
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ellos son los ministros de la iglesia. De hecho, Jesús los eligió, los envió a una misión, les dio la capacidad de perdonar y
disolver los pecados, los hizo participar de la Cena, los encontró después de la resurrección y, finalmente, les dio el Espíritu
Santo.
7. EL MATRIMONIO
La institución del matrimonio pertenece al orden de la creación (Génesis 2:2124). Jesús confirma esta institución primitiva
insistiendo en su indisolubilidad: "Nadie separe lo que Dios ha unido" (Mt 19,46).
Pablo (Ef 5,3132) expone la correspondencia simbólica entre el matrimonio y la unión de Cristo con la iglesia como el
marido que da su vida por ella. Es la referencia del matrimonio al misterio pascual.
La Iglesia vio que el matrimonio de los cristianos recibe un carácter sagrado por el hecho del bautismo.
Los cónyuges están invitados a imitar en su vida el amor de Cristo en el que el matrimonio tiene su fundamento y su fuerza.
San Pablo dice: “Y vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por
ella” (Ef 5,25).
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