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CAPITULO 1 EL CONCEPTO DE ADOLESCENCIA: PUNTOS DE REFERENCIA, PUNTOS DE RUPTURA No se conoce tan bien al adolescente como al no. Hay ‘que extenderse sobre la realidad que oculta este término, Se habla hoy de la poblacion de los wAdos», expresion me- istica que tiende a aislar a los individuos jovenes ude paso», wen trénsito», encerrandolos en un tipo de edad. En ver de limitarse a situaria en la pirimide de las edades, mas interesante buscar un consenso y superar las con: troversias y desacuerdos entre psicélogos, sociélogos ¥ endocrinélogos-neurélogos. unos prolongan la infancia hasta los catorce afios y sitian Ia adolescencia entre los catorce y los dieciocho afios, como una simple transicién hacia la edad adulta. ‘Aquelios que la definen en termines de crecimiento, como un periodo de desarrollo muscular y nervioso, se sienten tentados incluso de prolongaria hasta los veinte afos Los sociélogos toman en cuenta el fendmeno actual de los wadolescentes retrasados», estudiantes prolongados que viven en casa de sus padres mucho mas alla de su mayo- tla. Algunos psicélogos reducen la adolescencia a un capi tulo final de la infancia. Bs una edad cerrada, una edad marginal, 0 una etapa original y capital de la metamorfosis del nitio en adulto? En mi opini6n, es una fase de mutacién. Es tan capi- tal para el adolescente confirmado como el nacimiento y los primeros quince dias de su vida lo son para el nino equefio. El nacimiento es una mutacién que permite dar el paso del feto al nifto de pecho y su adaptacién al aire y 4 la digestion, El adolescente, por su parte, pasa por una ‘muda respecto de la cual nada puede decir, y es, para los adultos, objeto de un cvestionamiento que, segin los p: dres, esti cargado de angustia 0 pleno de indulgencia. Mi profesor de filosofia, parafraseando el proverbio, decia de tuna de mis compafieras de la que pensaba que se habia ‘quedado en la adolescencia: «Dios, mesa o palangana: cen qué se convertiré?y A sus ojos, todas deberlamos haber sido ya jOvenes adultas. He aqui una de las posibles y gri- ficas maneras de definir | adolescencia como una edad en que el ser humane no es dios, mesa ni jofaina, El esta- do de adolescencia se prolonga segin las proyecciones que Jos jévenes reciben de los adultos y segin lo que la socie- dad les impone como limites de exploracién, Los.adultos estin ahi para ayudar a un joven a entrar en las respon- sabilidades y a no ser lo que se llama un adolescente re- trasado, La sociedad tiene imerés en que el adotescente no pier dia el tiempo en una vida de benefciado. Pero esta justa Dreocupacion leva también al exceso de celo que consist fn estimular demasiado a un nito de once afos @ no ser tin mito protongado. Si bien no hay que dormirse, tampo- 0 hay gue precipitar las cosas. Em al lenguaje popular. se dice con frecuencia’ «Siempre te portas como tn mi, pero ya no eres um rion cAcaso mo es dste um lenguale fotalmente pernicioso 9 culpabilicante, si el padre o la ‘madre le dicen esto a um preadolescente? ‘Yo creo que él no le presta a estas palabras a menor ‘atencién. Se la prestaria si fuera uno de sus compaferos, quien se la dijera, Pero no los padres. Los padres, de todos modos, dejan de ser a sus ojos los valores de referencia. En las escuclas hay Grandes Meaulnes en todas las épocas ‘que gozan de cierto prestigio. Son los lideres de pequetios grupos. Y siempre corretes por alli un muchachito menos afirmado, menos desarrollado, que tiene problemas en ha- cerse aceptar por el arcangel o el cabecilla. Se le rechaza: Eres un pequeflin, un renacuajo: no sabes de qué va lérgate-» Esta infantilizacién es peyorativa viniendo de un joven; afecta més al nifo que si su madre le dice: «No te hagas el pequefiin.» Es también muy vulnerable a las observaciones despec- tivas procedentes de otros adultos que tienen el papel de mandar a les jévenes. En el curso de esta mutacién, re- 2 produce la fragilidad del bebé que nace, sumamente sensi- ble a lo que recibe como mirada y oye como palabras que le conciernen. Un bebé cuya familia lamenta que sea como 8, que se parezca a aquel otro, que tenga una nariz asi o sé, y llega hasta lamentar el sexo que tiene 0 el color de su cabello, corre el riesgo de quedar marcado para toda la vida, mientras la gente piensa que no comprende ada. Ha captado este handicap social con cl que ha nacido. A esa edad, todos los juicios surten efecto, incluyendo aquellos. que expresan gentes de poco fiar, por ejemplo, personas celosas o rescntidas con los padres. El nifo no tiene en cuenta las cosas, no hace més que oir que hablan mal de 1, y se lo toma al pie de la letra. Y se trata de algo que puede comprometer, de por vida, sus relaciones con la $0- ‘iedad. El papel de las personas ajenas a la familia y que conocen a un adolescente, que tienen relacion con él por causa de la escuela, o por causa de la vida social, es muy importante durante algunos meses, Pero, desgraciadarmen- te, la gente no sabe cual es el periodo sensible para dicho Joven. En cl caso del bebé, se ignora que oye todo lo que le dicen. «jAh! {Qué pena que se parezca a tia Lili... Qué demonio eral» Y Iuego se ponen a hablar de la tia Lili, y el nifo recibe a quemarropa una descarga negativa que ie afecta profundamente. Lo sabemos ahora. Pues bien, lo mismo sucede con un joven en pleno desarrollo. Para comprender adecuadamente qué es la inopia, la Acbilidad de la adolescencia, tomemos la imagen de los bo- gavantes y langostas que pierden su concha: se ocultan bajo las rocas en ese momento, mientras segregan su nueva, concha para adquirir defensas. Pero, si mientras son vul- nerables reciben golpes, quedan heridos para siempre: su caparazén recubrira las heridas y las cicatrices, pero no las borrara. Las personas secundarias juegan un papel muy importante en ia educacién de los jévenes durante este pe- riodo, Aunque no estén encargadas de dar dicha educacién, todo lo que hacen puede favorecer la expansién y la con: fianza en si, al igual que el valor para superar sus impo- tencias, 0, al contrario, pueden estimular el desaliento y la depresién. Hoy, muchos jévencs a partir de los once aftos ‘conocen estados depresivos y estados paranoicos. Y ejecu- tan actos de agresién gratuites. En estas werisis», el joven ‘Se opone a todas las leyes, porque le ha parecido que al- wien que representa la ley no le permitia ser ni vivir, 13 ePero acaso esta reaccién de defensa no les deja atin mds desarmados? En este momento de extrema fragilidad, se defienden contra los demés, bien mediante la depresién, 0 por medio de un estado de negativismo que agrava ain mas su debi- lidad. La soxualidad podria ser un recurso para ellos. No tienen aiin vida sexual, si no es a través de la ima- ‘ginacién. Con mucha frecuencia, penetran en un falso nivel ‘expansivo de sexualidad, que depende de lo imaginario: la masturbaciSn. En el momento dificil en que los j6venes se sienten incSmodos en la realidad de los adultos por falta de confianza en si mismos, su vida imaginaria les sostie- ne. El muchacho o la joven estén casi decididos a excitar fen si Ia zona que les daré fuerza y valor, es deci, la zona genital que se anuncia. Y de ese modo la masturbacién, de remedio de su depresion, se convierte en trampa. Tram: ‘Pa, porque de este modo se descargan nerviosamente y tie- nen mayor dificaltad para afrontar la realidad, para ven- cer estas deficiencias, mucho mas imaginarias que reales, ‘pero que han sido alimentadas por frases inoportunas de las madres, como por ejemplo: «No llegarés a ser nada, geomo quicres gustar a una chica, si siempre vas tan de- ‘saseado?», 0 por el entorno que les sorprende y les hace rruborizar con frases como: wAh, vaya, no le eres indiferen te, ¢Es tu novia?» Resulta espantoso para un joven ser des- cubierto asi y ver puesto de manifiesto el sentimiento pre- coz. que experimenta; ello puede lanzarle verdaderamente fla masturbacin, porque ésta es un sostén a la excita- cién de las pulsiones que le permitirian superar esta de- presiGn, Desgraciadamente, como se satisface de una m nnera imaginaria, carece ya de le fuerea para ir a buscar en Ia realidad, en otro ser humano, muchacho o mucha- cha, el apoyo, la camaraderia o el amor que le sostenga y Te ayude a salir de esta trampa en que le han encerrado algunos adultos indiferentes 0 agresives. 0 celosos, pues hay adultos que estén celosos de esta cedad ingratan. Re- cuerdan que ellos fueron maltratados por adultos. y. en lugar de evitar cometer el mismo error con los otros, como si fuera mas fuerte que ellos mismos, cargan Ia mano: “4 iQué es lo que vas a pensar? No estas en edad de pen- sar: atin tienes el gusto de la leche en los morros.» Ete. ‘Cuando un joven comienza a tener ideas propias y a mez- clarse en la conversacion de los adultos, no pierden un ins- tante en desalentarlo, cuando seria el momento de darle la palabra: «Te interesas por esto; bien, dime tu opinién; ab, ‘es interesante...» El padre no quiere que se diga que su hijo empieza a ser escuchado por los jovenes que le ro- dean. Es él quien debe tener la supremacia. Hay muchos padres que no saben ser padres de adolescente. Y lo cu- Fioso es que no saben serlo delante de su mujer y de su hija, pero cuando estan solos con los muchachos, los en- tienden mejor. Eso se debe a que no desean que al mu- cchacho se le preste la misma atencién que @ ellos cuando se ponen a hablar en la mesa y el joven diserepa de su padre. El padre quiere que su opinion prevalezca sobre la de su hijo. La frase justa serfa, por ejemplo: «Bueno, a dos edades distintas, pensamos de manera diferente. No hay problema.» Si el joven se ve interrumpido, o bien lo tolera con una sonrisa de condescendencia («Papa no quie- re reconocer su error; bien, jtanto peor!»), o no se atreve a afirmarse para expresar en otro lugar una afirmacién que hha sostenido en casa; cuando esio, en otro lugar, le confe- riria valor. Pero como en casa esto le ha wdlesvalorizado», queda marcado por una depresion y cree que no tiene de- echo a pensarlo. En este momento es cuando tendria necesidad de ser fortalecido. Los educadores parecen muy indicados aqui ara tomar ei relevo. Y no sélo los que imparten disciplinas escolares, sino los que ensefian deporte, ate, etc. A ellos corresponde dale Ja vor al nifio, pidiéndole su opinion, su juicio sobre un combate, su parecer sobre una exposicion. Y que no con- ‘cedan solamente el derecho de hablar a los vozarrones que ‘¢ imponen, sino también a todos los que Genen una opi nign pero no dicen esta boca es mia, Se trata de animar- les: «No dices nada, pero tendras tu opinién. He visto que contemplabas el partido con mucha atencion; seguro que te has hecho una idea sabre éste © aquel jugador El joven imterpelado reconoce entonces que, aungue no se ha mos- trado entre los activas, cuenta en el jicio de aquel profe: Is ‘sor que conoce bien el pafto, y eso puede salvar s un mu- chacho que en casa es abrumado por sus padres. ‘Se trata de una edad fragil pero asimismo maravillosa, porque reacciona también a todo lo positive que se hace ‘por él. Sélo que los adolescentes no lo manifiestan en el mismo momento. Es un poco decepcionante para los edu ccadores que no ven los efectos inmediatos. No me cansaré de incitar a los adultos a perseverar. Digo y repito a todos. Jos que ensefian y se desaniman, que traten de valorizar- los: continuad, aunque el joven parezca «tomaros el pelo», ‘como s¢ dice. Cuando son varios, con frecuencia le toman ‘1 pelo a una persona mayor, y cuando estén solos, esta persona es para cllos alguien muy importante. Pero hay que soportar ser abucheado. Uno puede pensar: si, soy abu- cheado porque soy adulto, pero lo que les digo les ayuda yy les sostiene. Asi pues, clos once aftos son realmente un punto de méxima fragilidad? Si, de once a trece aflos: tienen rubores, se tapan el rostro con los cabellos, azotan el aire con las manos para vencer su malestar, su vergilenza, 0 pueden incluso enmas- carar una gran herida que quiz sea indeleble. cs la pubertad la cresia de esta travesia critica? La época dificil es el momento de la preparacién de la primera experiencia amorosa. El joven siente que hay en cello un riesgo. lo desea y lo teme al mismo tiempo. Al res- pecto existe una gran polémica que la cargada estadistica de suicidios © de conductas suicidas pone sobre el tapete de Ia actualidad. Plantea en definitiva esta pregunta esen- cial: {Lo problemético es la primera experiencia sexual, que ‘es una cresta culminante en la vida del adolescente, 0 cier- ta nevesidad de experimentar la muerte? Es decir: se trata de la confrontacién con el riesgo y e! peligro, 0 del nodeseo de viv ‘Opino que es indisociable. Porque precisamente ef ries- go del primer amor es experimentado como la muerte de la infancia. La muerte de una época. Y este final que os arrastra y aniquila como cuando os dais en el amor, cons- tituye ef verdadero peligro de dicha cresta, punto de paso 16 obligado para inaugurar su dimensién de civdadano res- ponsable, y acto irreversible. En nuestra sociedad, los j6- venes no reciben ayuda porque no tenemos el equivalence de Jos ritos de iniciacion que antafo marcaban esta epoca de ruptura. Las prucbas colectivas eran impuestas a ui ftos de la misma edad, pero que no estaban todos igual- mente maduros para que prodijeran un efecto mutante en ellos. Sin embargo, era un acontecimiento que marcaba, 7 la sociedad les consideraba entronirados, es deci, que bian superado la iniciacién que permite convertirse en ado- lescente a partir de dicho paso, Tanto si estaban prepacados interiormente como si no, los adultes les concedian el de- recho @ acceder a ella. Reducides 2 si mismos, los jévenes de hoy no son conducides juntos y solidariamente de una orilla 2 Ia otra: y se ven obligados a conseguir este dere- cho de paso por si mismos. Esto exige de st parte una conducta de riesgo. El Africa negra » Oceania ofrecen a la etnologia una gran variedad de ritos de intciacién y de aprenditaje. Serd interesante pasar revisia a las diversas soluciones que las sociedades antiguas encontraron para ayudarles @ pasar este periodo de mutacién, la muerte de la infancia Pero antes de comparar las actitudes del cuerpo social a través de la historia de las sociedades, y de investigar cémo tos adolescentes de hoy pueden, solos 0 en grupo, afrontar la realidad, trataremos de describir lo que sucede ‘en el interior de cada individuo, y poner de relieve la trans- formacién capital que hace del nifio un adolescente en ciernes. El hecho trascendental que marca la ruptura con el es- tado de infancia es la posibilidad de disociar la vida ima- inaria de la realidad; el suefio, de las relaciones reales. ‘Tras la crisis lamada edipiana que opone al mucha. ‘cho perdidamente enamorado de su madre a su rival, el adre, en quien ve, en el mejor de los casos, un motive de Admivacion, los fuegos se apagan. y el nifo llega a la edad ue nosotros llamamos «latenciay. Sabiendo que no es mAs Que un niffo, se resigna a esperar el futuro. Ello no exclu Ye que tenga claramente la nocion de una sexualidad a- femte, pero comprende que no podré encontrar su objeto e amor en Ie familia. Asi pues, en el mejor de los casos. 7 1 nifto del final de Edipo, hacia los ocho-nueve afios, con- ‘serva una gran ternura idealizada por su madre, y tam- bién por su padre, aunque con un sentimiento dividido ‘entre la confianza y el temor de apartarse de la ley que el padre quiere que guarde, y que no slo es una ley dictada por el padre, sino que ésie Ia representa y ejemplifica. El nifo ve en el padre al garante de la ley y al mismo tiempo al testigo ejemplar duefio de sus pulsiones. ‘De todos modes, a los once afos se manifiestan los pri- ‘meros indicios de una sexualidad que se anuncia con un fortisimo componente imaginario antes de que el cuerpo entre en juego: esto corresponde, en el muchacho, a las primeras emisiones involuntarias de esperma, y, en las mux ‘chachas, a las primeras reglas. Pero antes de que el cuer- ‘po siga, se diria que el joven y la muchacha preparan este ‘2contecimiento fisiol6gico con una especie de fiebre psiq ‘ca de amor imaginario per modelos que actualmente se co- nnocen como idolos de masa, y que han sucedido alos hé oes de ayer. El urelevon ha llegado de los Estados Uni dos. Heroes idolos constituyen sus compafleros en el juego de papetes donde lo imaginario desplaza a la rea- lidad.

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