You are on page 1of 32
En Ia colonia penitenciaria (1919) 145 «Bs un aparato muy peculiar», dijo el oficial al viajero Hle- gado en misién de exploracién, abrazando con una mirada en cierto modo admirativa el aparato que, sin embargo, co- nocia perfectamente. El viajero parecfa haber aceptado solo por cortesfa la invitacién del comandante, quien le habia pe- do que asistiese a Ia ejecucién de un soldado condenado por desobediencia e injurias a un superior. El interés por esa ejecucién tampoco parecfa ser muy grande en la colonia penitenciaria. Al menos alli, en ese pequefio valle profundo yarenoso, totalmente circundado por laderas yermas, solo estaban presentes, aparte del oficial y del viajero, el conde- mado, un individuo de aspecto embrutecido y boca ancha, con pelo y rostro desalifiados, y un soldado que sostenfa la pesada cadena en la que convergian las cadenas més peque- fas que sujetaban al condenado por los tobillos, las muiie~ cas y el cuello, y que a su vez estaban unidas entre si por oras cadenas de enlace. Por lo demés, el condenado tenia 1 aspecto tan perrunamente sumiso que, se dirfa, habrian podido dejarlo corretear libremente por las laderas y lla- rrarlo con un simple silbido a la hora de la ejecuci6n para aque viniese. El viajero mostraba escaso interés por el aparato ¢ iba y venia detrés del condenado con una indiferencia casi visible, rrientras el oficial ultimaba los preparativos ora arrastrén- dose bajo el aparato, profundamente encastrado en la tierra, oca subiendo por una escalera para examinar las piezas de arriba. Eran-estas tareas que, en el fondo, se le habrian po- ddo encomendar a un mecénico, pero el oficial las reali- zaba con gran celo, ya fuera porque era un fervoroso pat dario de aquel aparato, ya fuera porque, debido a otras rzzones, no se le podia confiar ese trabajo a nadie més. «jYa ‘exté todo listol», exclamé por fin, y bajé de la escalera. Es- 46 taba francamente exhausto, respiraba con la boca muy abierta y se habia metido dos finos pafiuelos de mujer bajo el cuello duro del uniforme. «Estos uniformes son demasia- do pesados para los tr6picos», dijo el viajero en vez de int resarse por el aparato, como habia esperado el oficial. «Asi es, dijo el oficial, s¢ lavé las manos manchadas de aceite Y grasa en un cubo de agua ya dispuesto a tal efecto, «pero representan a la patria, y nosotros no queremos perderla. Y ahora observe usted este aparato», afiadi6 a comtinuacién, yy se secé las manos en un trapo al tiempo que seitalaba el ar- tefacto. «Hasta ahora hacia falta una ayuda manual, pero en adelante el aparat> funcionara solo.» El viajero asintié y siguié al oficial. Este intent6 asegurarse contra cualquier po- sible incidente y dijo: «Claro est que pueden producirse fa- los; confio en que hoy no surja ninguno, aunque hay que contar con ellos. Fl aparato deberd funcionar doce horas se- guidas. Y si se prodvjera algtin fallo, seré muy poca cosa y podré solucionarse easeguida. »gNo desea sentarse?», pregunt6 por siltimo, y de un ‘montén de sillas de mimbre sac6 una y se la ofrecié al viaje- +o; este no pudo negarse. Ahora estaba sentado al borde de tuna fosa, a la que lanz6 una fugaz mirada. No era muy pro- funda. A’uno de sus lados, la tierra excavada se amontona- ba formando un talud, al otro lado se alzaba el aparato. «No sé siel comandante ya le ha explicado cémo funciona este aparato», dijo el oficial. El viajero hizo un gesto impre- ciso con la mano; nada mejor esperaba el oficial, pues aho- ra podria explicate él mismo el funcionamiento. «Este apa- rato», dijo cogiendo una manivela en la cual se apoy6, «es un invento de nuestro anterior comandante. Yo mismo co- laboré en los primeros ensayos y segui participando en to- dos los trabajos hasta su conclusién. Peto el mérito del in- vento le corresponde solo a él. ¢Ha ofdo usted hablar de ‘nuestro anterior comandante? No? Pues no exagero dema- siado si digo que la organizacién de toda la colonia peniten- ciaria es obra suya. Cuando murid, nosotros, sus amigos, ya sabiamos que Ia organizacién de esta colonia era un todo tan perfecto que su sucesor, aunque tuviera mil nuevos pla- x ta colonia peitencara (2919) a7 res en mente, no podria cambiar nada de lo anterior, al me- ros durante muchos afios. Y nuestra prediccién se ha cum- tlido; el nuevo comandante ha tenido que reconocerlo. jL4stima que no haya conocido usted al anterior! Pero», se interrumpi6 el oficial, «el hecho es que no paro de charlar y 1 maquina esta aqui ante nosotros. Se compone, como pue- ce usted ver, de tres partes. Con el tiempo se han ido crean- co para cada una de ellas denominaciones, casi diriamos, populares. La de abajo se llama la cama, la de arriba, el di- sefiador, y la de en medio, la parte basculante, se llama la astra.» «gla rastra?», pregunt6 el viajero. No habia escu- chado con mucha atencién, el sol pegaba con demasiada fuerza en ese valle sin sombras, y resultaba dificil concen- trarse. Tanto mas digno de admiracién le parecié por eso el ‘oficial, que, embutido en la estrecha guerrera de su unifor- re de gala, cargada de charreteras y guarnecida de trenci- llas, proseguia su explicaci6n con entusiasmo y, mientras hablaba, iba ajustando algiin que otro tornillo con un des- tornillador. En un estado de animo similar al del viajero pa- tecia hallarse el soldado. Ten‘a la cadena del condenado en- rollada en torno a ambas mufecas y, apoyado en su fusil ‘on una mano, habia dejado caer la cabeza hacia atras y no se preocupaba por nada. El viajero no se extrafié, pues el ofi- cial hablaba en francés y seguro que ni el soldado ni el con- denado entendian el francés. Por es0 resultaba més sorpren- dente el hecho de que el condenado se esforzara por seguir has explicaciones del oficial. Con una especie de sofiolienta perseverancia dirigia siempre las miradas alli donde sefialaba «oficial, y cuando este fue interrumpido por una pregunta del viajero,é, al igual que el oficial, miré también al viajero. «Si, a rastra>, dijo el oficial, «un nombre muy apropia- do, Las agujas estén dispuestas como en una rastra y el conjunto se maneja también como una rastra, aunque en un lugar concreto y con mucho mas arte. Ya veré como lo entiende enseguida. Aqui, sobre la cama, se instala al con- denado. Pero primero quiero describir el aparato y luego hacer una demostracién préctica de cémo funciona. Ast podra seguirlo mejor. Ademés, una de las ruedas dentadas 148 Libros publicados om vida del disefiador esta excesivamente desgastada; chirria mu- cho cuando se mueve, y uno apenas si puede entenderse; las piezas de recambio son muy dificles de conseguir aqui, por desgracia. Esta es, pues, la cama, como le venia dicien- do, Esta completamente recubierta de una capa de guata, ya verd usted con qué fin. Sobre esa guata se acuesta al condenado boca abajo, desnudo, por supuesto; aqui hay ‘unas correas para las manos, otras para los pies, y otra para el cuello, a fin de atarlo firmemente. Aqui, en la cabe- cera de la cama, donce el hombre yace primero con la cara hacia abajo, como acabo de decirle, hay este pequefio ta- pon de fieltro, que puede regularse facilmente para que le entre en la boca. Tiene la misién de impedir que grite 0 se rmuerda la lengua. Por cierto que el hombre esta obligado a meterse el fieltro en la boca, de lo contrario la correa del cuello le romperia la nuca.» «ZY esto es guata?, preguntd el viajero inclinandose hacia delante. «Claro que sim, dijo el oficial sonriendo, «pilpela usted mismo.» Le cogié la mano al viajero y se la desliz6 sobre la cama, «Es una guata pre- parada especialmente, de ahi su aspecto irreconocible; ya le explicaré para qué sirve.» El viajero empezaba a intere- sarse un poco por el aparato; haciendo visera con la mano para protegerse los ojos del sol, miré hacia la parte alta del mismo. Era una construccién elevada. La cama y el disefia~ dor tenian el mismo temaio y parecian dos arcones oscuros. El disefiador se hallaka a unos dos metros por encima de la cama, y ambas partes estaban unidas en las esquinas por cuatro barras de latén que casi lanzaban destellos al sol. En- tre los arcones, la rastra colgaba de una cinta de acero. El oficial, que apenas si habia advertido la anterior indife- rencia del viajero, capt6 en cambio su incipiente interés; por eso interrumpié sus explicaciones, para darle tiempo de ob- servar sin ser molestado. El condenado imit6 al viajeros pero como no podia ponerse la mano sobre los ojos, miré hacia arriba sin taprselos, parpadeando, «Bueno, deciamos que aqui yace el hombre boca abajo>, dijo el viajero retrepindose en su asiento y cruzando las piernas. En la colonia penitenciria (919) 49 «Asi es», dijo el oficial, se eché la gorra un poco hacia atrés xyse pasé la mano por el rostro acalorado, «iy ahora escuche! Tanto la cama como el disefiador tienen su propia bateria ceéctricas la cama la necesita para s{ misma, y el disefiador, para la rastra, En cuanto el hombre esté bien atado, la cama puesta en movimiento, Vibea simnlréneamente hacia los la- bs y de arriba abajo con sacudidas minimas y muy répidas. Seguro que ya ha visto aparatos similares en algunos sanato- ‘ros, solo que en nuestra cama los movimientos estén todos ‘alculados al milimetro, pues tienen que ajustarse con total precisién a los de la rastra. Es a esta a la que se encomienda la ejecucién real de la sentencia.» «2 cual es la sentencia?», pregunt6 el viajero. «Tam- poco lo sabe?>, replicé el oficial asombrado, y se mordié los labios. «Disculpe usted si mis explicaciones resultan des- ardenadas; de verdad le rnego que me disculpe. Las explica- ciones solia darlas antes el comandante, pero el nuevo co- mandante se ha sustraido a ese honroso deber; no obstante, el hecho de que ni siquiera ponga al cortiente de la forma que revisten nuestras sentencias a un visitante tan ilustre» el viajero trat6 de rechazar este homenaje con ambas ma- 10s, pero el oficial insisti6 en la expresidn-, «si, a un visi- tante tan ilustre, constituye otra novedad que..», tenfa una maldicin en la punta de la lengua, pero se contuvo y dijo smplemente: «A mf no me informaron, de modo que no soy culpable. Y, sin embargo, soy el més capacitado para explicar de qué manera se ejecutan nuestras sentencias, porque levo aqui» ~y se golped el bolsllo del pecho- «los dibujos correspondientes salidos de la mano del anterior comandante>. «gDe la mano del propio comandante?», pregunt6 el via- jero, «gAcaso lo reunia todo eu su persona? 2Lta a la vex soldado, juez, constructor, quimico y dibujante?» «Asi es», dijo el oficial, asintiendo con una mirada fija y absorta. Luego examin6 sus manos; no le parecieron lo sufi- cientemente limpias para tocar los dibujos, de modo que se aeerc6 al cubo y volvié a lavarselas. Sacé a continuacién ‘una pequefia carpeta de cuero y dijo: «Nuestra sentencia no 150 ‘isrospublicados en vida parece severa. Al condenado se le escribe en el cuerpo, con Ja rastra, la orden que ha incumplido. A este condenado,, por ejemplo», el oficial sefialé al hombre, «se le escribiré en el cuerpo: jHonra a tus superiores!>” El viajero lanz6 una fugaz mirada al hombre que, cuando el oficial lo sefial6, tenia la cabeza gacha y parecta aguzar al maximo los oidos pera enterarse de algo. Pero los movi- rientos de sus labios gruesos y apretados demostraban a las, claras que no podia entender nada. El viajero hubiera queri- do preguntar varias cosas, pero al ver a ese hombre pregun- 16 simplemente: «{Conoce su sentencia?», «No, repuso el oficial, y ya iba a continuar con sus explicaciones, pero el viajero lo interrumpid: «ZNo conoce su propia sentencia?». is luego se detuvo un instante, como exigiendo al pregunta, y dijo a continuacién: «Serfa instil comunicérsela. Ya la conocer en su propio cuerpo. Fl viajero estaba dis- puesto a enmudecer cuando sintié que el condenado dirigia su mirada hacia él; parecfa preguntarle si aprobaba el pro- cedimiento descrito. Por eso el viajero, que ya se habia re- trepado en su silla, volvi6 a inclinarse hacia delante y pre- gunt6: «Pero si sabré que ha sido condenado, everdad?». «, dijo, «me lo permite?» «Por supuesto», dijo el viajero y se dispuso a escuchar con la mirada baja. «Este procedimiento y esta ejecucién que ahora tiene us- ted ocasién de admirar no cuentan actualmente en nuestra colonia con ningiin partidario declarado. Yo soy su. tinico defencor y, al mismo tiempo, el nico defensor de la heren- cia del antiguo comandante. Ya no puedo pensar en una ul terior ampliacién del procedimiento, y consumo todas mis fuerzas en conservar lo existente. Cuando vivia el antiguo ‘comandante, la colonia estaba llena de seguidores suyos; la fuerza persuasiva del antiguo comandante la poseo yo en parte, pero carezco to-almente de su poder; por eso se han En la colonia ponitencara(x919) 159 ocultado los seguidores: atin quedan muchos, pero ninguno lo admite. Si hoy, dia de ejecucién, entra usted en la casa de 1€ con el oido atento, quiza solo escuche declaraciones am- biguas. Son todos partidarios, pero no me sirven absoluta- ‘mente de nada con los puntos de vista del actual comandan- tc. ¥ ahora le pregunto: ges dable que la obra de toda usta vida», y sefialé la maquina, «se pierda por culpa de este co- mandante y de las mujeres por las que se deja influir? ;Se puede permitic algo asi, aunque uno solo esté de visita por ‘unos dias en nuestra isla? Pero no hay tiempo que perder, se esté fraguando algo contra mi jurisdiccin; en la comandan- ci ya se estin celebrando deliberaciones alas que no soy’ vitado; incluso su visita de hoy me parece indicativa del con- junto de la situacién son cobardes y lo envian a usted, un extranjero, por delante, ;Qué distinta era una ejecucién en ‘otros tiempos!” Ya un dfa antes el valle entero se llenaba de gente; todos venfan para ver; a primera hora de la mafiana aparecia el comandante con sus damas; las fanfarrias des- pertaban a todo el campamento; yo anunciaba solemne- mente que todo estaba listo; los asistentes -no podia faltar ningin alto funcionario- se instalaban en torno a la méqui- ng; este mont6n de sillas de mimbre es un misero remanen- tede aquella época. La maquina, recién limpiada, refulgfa, casi para cada ejecucién usaba yo nuevos recambios. Ante cientos de ojos la multitud de espectadores, todos de pun- tillas, legaba hasta aquellas colinas-, el condenado era co- locado bajo la rastra por el comandante en persona. Lo que hoy puede hacer cualquier simple soldado era por entonces tacea mfa, como presidente del tribunal, y me honraba. iY entonces empezaba la ejecucién! Ninguna nota discor- dante perturbaba la labor de la m&quina. Algunos ya ni mi- raban, sino que permanecian tumbados en la arena con los ojos cerradoss todos sabian: ahora se har4 justicia. En el si- lencio solo se ofan los gemidos del condenado, amortigua- des por el fieltro. Hloy en dia la maquina ya no puede arran- cat al condenado un gemido tan fuerte que el fieltro no consiga apagarlo del todo; pero en aquel entonces las agujas de escribir destilaban un liquido corrosivo que hoy ya no 160 Libros publicados on vida esti permitido utilizer. 7Y al final legaba la sexta hora! Era imposible atender las solicitudes de todos para que se les ppermitiese mirar de cerca. Sabiamente, el comandante dis- ponfa que se tuviera particular consideracién con los nitioss yo, de todas formas, gracias a mi profesion podia asistir siempre; a menudo me quedaha alli acucillado, con dos ni fios pequetios en mis brazos, a la derecha y a la izquierda. {Cémo captébamos todos Ia expresién de transfiguracién’ de aquel rostro torturado, c6mo mantenfamos nuestras me~ jillas al resplandor de esa justicia finalmente conseguida y ya cevanescente! {Qué tiempos aquellos, camarada!» Por lo vis to, el oficial habia olvidado a quién tenia delante; habia abrazado al viajero y apoyado la cabeza en su hombro. El viajero estaba desconcertadisimo y miraba, impaciente, por encima del oficial. Hl soldado habia acabado con los traba- jos de limpieza y acababa de echar la papilla de arroz de una ata en la escudilla. En cuanto lo advirtié el condenado, que ya parecia haberse repuesto del todo, empez6 a dar lengiie- tazos en la papilla. El soldado lo apartaba continuamente, porque la papilla ere sin duda para ms tarde, si bien no de- jaba de resultar incorrecto que el soldado metiese en ella sus ‘manos sucias y se pusiese a comer ante los avidos ojos del condenado. El oficial se sobrepuso ripidamente, «No es que haya querido conmoverle», dijo, «ya sé que en la actualidad es imposible dar una idea de aquellos tiempos. Por lo demés, la ‘maquina sigue funcionando y se basta a si misma, Se basta a si misma aunque esté sola en este valle. Y, como siempre, el cadaver termina por caer en la fosa con tn movimiento ‘comprensiblemente suave, aunque, a diferencia de entonces, ahora ya no se apifien cientos de personas como moscas al- rededor de ella. Por entouces tuvimos que instalar una 36h da barandilla en tomo a la fosa, pero ya la quitamos hace tiempo.» El viajero quiso sustraer su rostro a la mirada del oficial y¥ dej6 errar la suya en derredor, sin ningsin objetivo. El ofi- ial crey6 que estaba contemplando la desolacién del valle, por lo que le cogié las manos, se puso frente a él para cap- nla colonia peniteniria (1919) 361 tar su mirada y le pregunt6: «Se da usted cuenta de la ig- sominia?>. Pero el viajero guardé silencio. El oficial lo dej6 por un ‘momento; permanecié callado, con las piernas abiertas y las manos en las caderas, mirando el suelo. Luego lanz6 una sonrisa alentadora al viajero y dijo: «Yo estaba ayer cerca de tsted cuando el comandante lo invit6. Escuché cémo lo ha- fa, Conozco al comandante. Enseguida comprendi qué se proponia con la invitacién. Aunque su poder sea lo suficien- temente grande como para permitirle tomar medidas contra iii atin no se atreve a hacerlo, pero si quiere someterme al jnicio de un extranjero de renombre como usted. Lo tiene todo caleulado; hace apenas dos dias que esté usted en fa isla, ‘no conocia al antiguo comandante ni sus ideas, y se halla in merso en formas de pensar europeas; quizé sea usted un ad- versario encamnizado de la pena de muerte en general y de este tipo de ejecuciones mecénicas en particular; por lo de- rs, puede ver cémo la ejecucién se lleva a cabo sin partici- pacién pablica, tristemente, en una maquina ya un tanto es- topeada; tomando todo esto en consideracién, zno seria {écilmente posible (as piensa el comandante) que juzgase us- tal incorrecto mi procedimiento? Y si fuera as (sigo hablan- do desde la perspectiva del comandante), no lo pasaria en sitencio, pues usted confia, a buen seguro, en sus bien proba- as convicciones. Cierto es que ha visto muchas peculiarida- des de muchos pueblos y ha aprendido a respetarlas, y por 0 probablemente no se pronunciara contra este procedi- miento con todo el rigor con que tal vez lo haria en su pais. Pero al comandante no le hace falta tanto. Le basta con una palabra fugaz y simplemente incauta. No tiene por qué refle- jar en absoluto lo que usted piense, siempre que, en aparien- cia, responda a los descos del comauante, Estoy seguro de ue lo interrogard con gran astucia, Sus mujeres estarin sen- tadas alrededor y aguzaran el ofdos usted quizé diga: “En mi pais los procedimientosjudiciales son diferentes”, “En mi pais se interroga al acusado antes de condenarlo”, o “En mi pats se lelee la sentencia al condenado”, o “En mi pais hay otros. castigos ademés de la pena de muerte”, o “En mi pais habia 16 Libros publicados on vida torturas en la Edad Media”. Todas estas son observaciones, ‘que a usted pueden parecerle tan correctas como naturales, observaciones inocuas, que no afectan para nada mi procedi- miento. Pero gc6mo las recibiré el comandante? Ya veo al bueno del comandante apartando al punto su slla y precipi- tindose al baleén, veo a sus damas siguiéndolo en tropel, igo su voz las damas la llaman vor. de trueno- que dice: “Un gran investigader de Occidente, encargado de examinar los procedimientos judiciales en todos los paises, acaba de decir que nuestro procedimiento, basado en la antigua usan- za, es inbumano, Tas escuchar el juicio de semejante perso nalidad ya no me es posible, claro esta, seguir tolerando este procedimiento. Ordeno, por tanto, que a partir del dia de hoy... et.”. Usted quiere intervenir, usted no ha dicho lo que I proclama, no ha calificado mi procedimiento de inhuma- ‘no, muy al contrario, su profundo discernimiento le permite considerarlo como el més humano y acorde con la dignidad humana, y admirar también esta maquina..., pero es dema- siado tarde; no logra ni asomarse al balcén, que ya esta leno de damas; quiere que adviertan su presencia; quiere gritat, pero una mano femenina le tapa la boca, y yo y 1a obra del anterior comandante estamos perdidos».. EE viajero tuvo que reprimir una sonrisa; asf de facil era, pues, la tarea que él habia considerado tan dificil. Dijo en tono evasivo: «Usted sobrevalora mi influencia; el coman- dante ha leido mi certa de recomendaciéa, sabe que yo no soy ningiin experto en procedimientos judiciales. $i yo ex- presara una opiniér, seria la opinién de un particular, en nada més importane que la de cualquier otro y, en todo caso, mucho menos importante que Ia opinién del coman- dante, quien, segiin tengo entendido, posee amplisimos de- rechoo en esta colonia penitenciaria. Si su opinin sabre este procedimiento es tan definitiva como usted cree, me temo ‘que a este le ha llegado su fin sin que haya sido necesaria mi modesta colaboracién» ¢Habia entendide ya el oficial? No, segufa sin entender. Movid vivamente la cabeza, volvié un instante la mirada hacia el condenado y el soldado, que dieron un respingo y sl colonia penitenciva (2923) 163 éejaron de lado el arroz, se acereé mucho al viajero y, sin ‘irarle ala cara, sino a un punto indeterminado de su cha- ‘queta, dijo en voz més baja que antes: «Usted no conoce al comandante; frente a él y a todos nosotros la actitud de us- ted resulta en cierto modo ~y perdone la expresion~ inge- ‘ua, y no esti en condiciones, eréame, de valorar adecuada mente su influencia. Me senti de veras dichoso cuando of que usted iba a presenciar la ejecucién en solitario. Asi lo dispuso el comandante apuntando contra mis intereses, pero ahora yo vuelvo la situacién en mi favor. Sin verse dis. traido por insinuaciones falsas o miradas despectivas ~que hnbieran resultado imposibles de evitar si Ia asistencia de piblico a la ejecucién hubiera sido mayor-, ha escuchado usted mis explicaciones, ha visto la maquina y ahora mismo esté a punto de presenciar la ejecuci6n. Seguro que ya se ha formado un juicio firme; si atin le quedaran pequefias inse- garidades, el espectéculo de la ejecucién las acabaré disi- pando. Y ahora quisiera pedirle un favor: jaytideme contra elcomandante!». El viajero no lo dej6 seguir hablando. «Cémo podeia ha- cerlo?», exclamé, «Es totalmente imposible. Puedo serle tan escasamente titil como perjudicial.» «Si que puede», dijo el oficial. Con cierto temor, el viaje- ro vio que cerraba los puiios. «Si que puede», repiti6 el ofi- cial en tono atin mas vehemente. «Tengo un plan que no puede fracasar. Usted cree que su influencia no basta. Yo sé ‘que es suficiente, Pero aun suponiendo que tuviera usted ra- zn, zno habria que intentarlo todo para mantener este pro- cedimiento, incluso lo que posiblemente sea insuficiente? Es- cache, pues, mi plan, Para realizarlo es preciso, ante todo, que hoy sea usted lo mas reservado posible al enjuiciar el procedimiento. Si no lo interrogan directamente, no debera usted manifestarse, y si lo hace, que sus declaraciones sean breves e imprecisas; deberd notarse que le cuesta hablar del asunto, que esta usted enojado, y que si lo hicieran hablar, prorrumpiria en maldiciones. No le estoy pidiendo que mienta, no, en absoluto; solo debera contestar brevemente, ihe asistido a la ejecucién”, o bien “Si, he x64 Litrospublicados en vida cescuchado todas las explicaciones”. Solamente 50, nada mis. En cuanto al enojo que se le notard a usted, hay moti- vos mas que suficientes para justficarlo, aunque no en el sentido que se imagina el comandante. Por supuesto que él lo entender todo mal y lo interpretard a su manera. En eso 5€ basa mi plan. Mafiana se celebrard en la comandancia una gran reuni6n de todos los altos funcionarios administrativos bajo la presidencia del comandante. Este ha sabido convertir estas reuniones en un espectaculo. A tal propésito se hizo construir una galeria cue siempre esta llena de espectadores, ‘Yo me veo obligado a participar en las deliberaciones, aun- {que me estremezco de asco. En cualquier caso, seguro que lo invitaran a la reuni6n, y si usted se comporta hoy conforme ami plan, la invitaciéa se convertiré en una sdplica insisten- te. Ahora bien, si por clguna raz6n inimaginable no fuese us- ted invitado, tendria que reclamar usted la invitacién, y no cabe duda de que la recibir. Mafiana se sentaré usted, pues, con las damas en el palco del comandante. El verificaré su presencia mirando varias veces hacia lo alto. Tras deliberar sobre una serie de temas indiferentes y ridiculos, pensados solo para los espectadores ~por lo general se trata de cons- ‘trucciones portuarias, siempre construcciones portuarias!-, pasard a discutirse nuestro procedimiento judicial. Si esto no ocurriera o se retrasara més de la cuenta debido al coman- dante, yo me encargaré de que ocurra. Me pondré en pie ¥ leeré el parte de la ejecucién de hoy. Muy lentamente, tnica- mente daré el parte. Aunque no sea lo més habitual all, lo haré de todos modos. El comandante me lo agradecer, como siempre, con una sontisa amable y, no pudiendo contenerse ya mas tiempo, aprovecharé la ocasién. “Se acaba de leet”, diré poco mis 0 menos, “el parte de la ejecucién, Solo me gustarfa afiadir que el gran investigador cuya vi todos ustedes saben, honra de forma extraordinaria nuestra colonia, ha presenciado esa ejecucin. También nuestra se- sin de hoy se halla particularmente realzada por su presen- cia, De modo que querria aprovechar para preguntarle aho- ra a este gran investigedor que juicio le merece esta ejecuci6n a la antigua usanza y el procedimiento que la precede.” Apro- En la coloia pevitenciara (29 165 bacién undnime, aplausos por todos lados, naturalmente, los, rnfos los mas ruidosos. Fl comandante se inclinara ante usted y diré: “Se lo pregunto, pues, en nombre de todos”. Enton- ‘es usted avanzard hasta la balaustrada y apoyard las manos onde todos puedan verlas, de lo contrario las damas se las ‘cogerian y se pondrian a jugar eon sus dedos. ¥ por fin sc oi- tin sus palabras. No sé mo podré soportar tantas horas de tensién hasta ese momento. En su discurso no deberd usted emplear cortapisas de ningzin tipo, haga ruido con la verdad, inclinese por encima de la balaustrada, ruja usted, claro que 5; rijale al comandante su opinién, su inquebrantable opi- nién, Aunque quiz no quiera hacerlo, quiza esto no se aven- con su caracter y en su pais la gente se comporte de otro ‘modo en situaciones semejantes; de acuerdo, no pasa nada, «60 también seré més que suficiente, en ese caso ni se levan- te, limitese a decir unas cuantas palabras, sustirrelas de modo que solo las oigan los funcionarios que estén debajo de usted, eso bastard, no tendra que mencionar para nada la falta de participacién del pablico en la ejecucién, ni la rueda que chirria, ni la correa rota, ni el filtro asqueroso, no, de todo lo demas me encargaré yo, y créame, si mi discurso no cha de la sala al comandante, lo obligard a caer de rodillas, ya confesar: “jAnterior comandante, ante ti me inclino!". Tal es mi plan; ¢quiere ayudarme a realizarlo? Pues claro que quiere, es més, tiene que hacerlo.» Y el oficial tom6 al viaje- 10 por ambos brazos y lo mir6 a la cara, respirando con di- ficultad. Habia gritado con tal fuerza las tiltimas frases que hasta el soldado y el condenado prestaron atencién; aunque ‘no podian entender nada, dejaron de comer y miraron en di- recci6n al viajero mientras masticabai Para el viajero, la respuesta que tenia que dar fue, desde primer momento, indudable; habia acumulado demasia- das experiencias en su vida como para poder vacilar en este panto; era profundamente honrado y no tenia miedo algu- no, Titube6, sin embargo, un instante a la vista del soldado y del condenado, pero al final dijo, como era su deber: «No». El oficial parpaded varias veces, pero no desvié la mirada «;Quiere usted una explicaci6n?», pregunté el vi 366 Libros publcados en vida jero. El oficial asintiéen silencio. «Soy un adversario decla- rado de este procedimiento», dijo entonces el viajero, «y ya antes de que se confiase usted a mi ~por supuesto que bajo ninguna circunstancia abusaré de esta confianza~, me habia preguntado si tenia derecho a intervenir en contra del pro- cedimiento, y si mi intervencién podria tener alguna pers- pectiva de éxito, por minima que fuese. Tenia claro a quién debia ditigirme primero: al comandante, obviamente. Usted me lo ha aclarado més todavia, aun sin haber intervenido en mi decisidn; por el centrario, su sincera conviccién me con- iueve, aunque no lozra alterarla.» El oficial guardé silencio, se volvié hacia la maquina, co- 6 una de las barras de latén, ¢ inclinandose un poco ha- cia atras, alz6 la mirada hacia el disefiador, como verifican- do que todo estuviese en orden. Fl soldado y el condenado parecian haberse hecho amigos; el condenado hizo sefias al soldado, pese a lo mucho que esto le costaba, estando como estaba tan firmemente atado; el soldado se incliné hacia él; el condenado Ie susurr6 algo al ofdo y el soldado asinti6. El viajero se acercé al oficial y le dijo: «Usted todavia no sabe lo que pienso hacer. Voy a expresarle al comandante mi opinién sobre el procedimiento, pero no en una reunién, sino a solas; no voy a quedarme aqui tanto tiempo como para que puedan invitarme a una reuni6n; me iré mafiana a primera hora, o por io menos me embarcaré». ‘No parecia que el oficial Io hubiera escuchado. «De modo ‘que el procedimiento no lo ha convencido», dijo para si, y sonrié como sonrie un anciano ante las tonterias de un nifio, reservndose para s{sus propias reflexiones. «Pues entonces ha llegado la hora», dijo por iltimo y tmiré de pronto al viajero con un par de ojos relucientes en Tos que se lefa cierto desafio, una especie de lamamienta a participar en algo. ‘

You might also like