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Pierre Bourdieu El baile de los solteros La crisis de la sociedad campesina en el Beame Traduecién de Thomas Kauf EDITORIAL ANAGRAMA BARCELONA, Paris, 2002 Publicado om la aynuda del Ministero francés “de Calnura- Centro Nacional del Disco de la coleccién: Jlio Vivas Mustracion: Photo DR © EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2004 Pedré dela Creu, 58 (05034 Barcelona ISBN: 84-339.6212-4 Depésico Legal: B. 42708-2006 Printed in Spain Liberduplex, $. L, Constieucis, 19, 08014 Barcelona El baile de Navidad se celebra en el sald terior de un café, En el centro de la pista, brillan- temente iluminada, bailan una docena de parejas, al son de unas canciones de moda, Son, principal- mente, sestudiantes», alumnos de secundaria 0 de los insticutos de las ciudades vecinas, en su mayo~ ria hijos del lugar. Y también hay algunos solda- dos, muchachos de Ja ciudad, obreros © emplea- dos, que visten pantalén vaquero y cazadora, de mis alejados, vas de que nada diferencia de las demés ’ quire que crabajan en Pau como costureras, cria- das 0 dependientas. Varias adolescentes y nifias de diez 0 doce afios bailan entre sf, mientras los cha- vales Se persiguen y se zarandean entre las parejas Plantados al borde de la pista, formando una srupo de hombres algo mayores cio; todos rondan los seinta afios, levan boina y visten traje oscuro, pasado de moda. Como impulsados por la tentacién de par- ticipar en el baile, avanzan a veces y estrechan el espacio reservado a las parejas que bailan. No ha observan en faltado ni uno de los solteros, todos estin allt. Los hombres de su edad que ya estén casados han de jado de ir al baile. © sélo van por la Fiesta Mayor © por la feria: ese dia todo el mundo acude al Pa- se0 y todo el mundo baila, hasta los «viejos». Los solteros no bailan nunca, y ese dia no es una ex cepei6n. Pero entonces Ilaman menos la atencién, porque todos los hombres y las mujeres del pueblo hhan acudido, ellos para tomarse unas copas con los amigos y ellas para espiar, cotillear y hacer con- jecuras sobre las posibles bodas. En los bailes de ese tipo, como el de Navidad 6 el de Aflo Nuevo, los solteros no tienen nada que hacer. Son bailes «para los jévenes», es decir, para los que no estén casados; los soleros ya han superado la edad nubil, pero son, y lo saben, «in- a los que se va a bailar, pero 1. De ver en cuando, como para disimular su malestar, bromean o alborotan un poco. Tocan una marcha: una muchacha se acerca al rincén de los solteros y le pide a uno que baile con ella. Se resisce un poco, avergonzado y encan- por la pista de baile subrayan- do guifios a sus amigos. Cuando acaba la canciéa, va a sentarse y ya no bailar més. «Ese», me dice Lo ha sacado a dar una vuelta por la pista para que esté contento.» Todo vuelve a la normalidad. Se- guirén allf hasta la medianoche, casi sin hablar, en medio del ruido y Jas Iuces del baile, contemplan- do a las inaccesibles muchachas. Luego irdn a la sale de la fonda, donde se pondrin a beber senca- dos unos frente a otros. Cantarin a vor en grito antiguas canciones bearnesas prolongando hasta ‘quedar afénicos unos acordes discordantes, mien- tras, al lado, la orquesca toca twists y chachachés. Y, en grupos de dos o de tres, se alejarin lenta- mente, cuando acabe la noche, camino de sus re- cénditas granjas. PIERRE BOURDIEU! 1, Véase «Reproduction interdize. La dimension symbolique de la domination économiques, en Ender rurale, 113-114, enero-junio de 1989, ig, 9. INTRODUCCION Los artfculos recopilados aqui remiten en tres ocasiones al mismo problema, pero cada vez con un bagaje tedrico més pro- fundo porque es mas general y, no obstante, tiene mayor base empfrica.' Y, por ello, i que descen seguir su desarrollo y llevarlos al convencimiento, que yo siempre he tenido, de que cuanto més profundiza el anélisis teérico, mas cerca esté de los datos de la observa cuando se trata de ci nc siempre algo de . surdo ni esté del todo desplazado considerar una especie de Bit- dungsroman, es decit, de novela de formacién intelectual, la historia de esta investigaci6n que, tomando como objeto los pa- decimientos y los dramas asociados a las relaciones entre los se- x08 ~asi rezaba, més o menos, el titulo que habia puesto, mucho antes de la emergencia de los gender studies, al arciculo de Les Temps modernes dedicado a este problema-, ha posit obrado una auténtica conversién. El cérmino conversién no es, a mi parecer, exagerado para designar Ia transformacién, a la vez 1. Pierre Bourdieu, «Celibat et condition paysannes, en Esudes rurale, -septiembre de 1962, pigs. 32-135; «Les stratégiee macrimonialee domination économique», op. cit, pags. 15-36. u electual y afectiva, que me ha llevado de la fenomenologia de ida afectiva (fruto también, tal vez, de los afectos y de las ciones de la vida, que se trataba de negar sabiamente), a una visién del mundo social y de la préctica a la vez més distanciada y realista, y ello gracias a un auténtico dispositive experimental para propiciar la transformacién del Eriebnis en Exfahrung, os decir, del saber en experiencia. Esta mudanza intelectual conlle- vaba muchas implicaciones sociales puesto que se efectuaba me- diante el paso de la fi dentro de és rior dentro de la je de una reintegracién en el mundo natal. En el primer texto, escrito a principio de los afios ses en un momento en el que Ia etnografia de las sociedades cut peas es casi inexistente y en el que la sociologfa rural se mantie~ ne a una distancia considerable del «terreno», me propongo, en tun artfculo acogido entusidsticamente en Enudes rurales por Isaac Chiva (:quién pondrla hoy a disposicién de un joven in- vestigador desconocido casi medio ntimero de una revista?), re- solver ese enigma social que es el celibato de los primogénitos en una sociedad conocida por su apego furibundo al derecho de primogenitura. Todavia muy cercano de la visién ingenua, de la que, sin embargo, pretendo disociarme, me lanzo a una especie de descripcién total, algo desenfrenada, de un mundo social que conozco sin conocerlo, como ocurre con todos los universos familiares. Nada escapa a la furia cientificista de quien descubre con una especie de enajenamiento el placer de objetivar tal como ensefia la Guide pratique d'éiude directe des comportements culturels, de Marcel Maget, espléndido antidoto hiperempirista contra la fascinacién que cjercen entonces las elaboraciones estructuralistas de Claude Lévi-Strauss (y de la que da fe suficiente mi articulo sobre la casa cabilefia, que escri- bo més 0 menos en esa época). El signo més manifiesto de la transformacién del punto de vista que implica la adopcién de 12 Ja postura del observador es el uso intensive al que recurro en- tonces de Ja fotografia, del mapa, del plano y de la estadisticas todo tiene cabida allf: aquella puerta esculpida ante la que ha- bia pasado mil veces o los juegos de la fiesta del pueblo, la edad jugué durante toda mi infancia, El ingence tral te ingrato, que requiere Ia elaboracién estadistica de numero- imos cuadros de gran complejidad sobre poblaciones rela- rantes sin la ayuda de Ia calculadora o del ordenador participa, como las no menos numerosas entrevistas asociadas a amplias y profundas observaciones que llevo a cabo entonces, de una ascesis de aire inicistico. A wavés de la inmersi6n coral se realiza una reconciliacién con cosas y personas de las que el ingreso en otra vida me habia alejado insensiblemente y cuyo respeto impone la postura etno- grdfica con la maxima naturalidad. El regreso a los origenes va parejo con un regreso, pero controlado, de lo reprimido. De todo ello apenas quedan huellas en el texto. Si algunos comen- tarios finales, imprecisos y discu media entre la visién primera y la toda la empresa (para mi se trataba de ehacer un Tristes trépicos al revés»), nada, salvo tal vez la ternura contenida de la descrip- ima emocional en el que se levé 2 , por ejemplo, en el punto de par- )) curso, que uno de mis condisefpulos, empleado en la ciudad vecina, comenta con un escueto y despiadado «incasable> referido a aproximadamente Ja mitad de los que salen en ella; pienso en todas las entrevistas, a menudo muy dolorosas, que he mantenido con viejos solteros de la generacién de mi padre, que me acompafiaba con fie~ ‘cuencia y que me ayudaba, con su presencia y sus discretas in- tervenciones, a despertar Ia confianza y la confidencia; pienso en aquel antiguo compafiero de escuela, al que apreciaba mu- ideza casi femeninas, y que, retirado 13 con su madre en una casa espléndidamente cuidada, habia ins- crito en la puerta del establo las fechas de niacimiento de sus rerneras y los nombres de mujer que les habfa puesto. ¥ la con- tencién objetivista de mi propésito se debe, sin duda, en parte al hecho de que tengo la sensacién de cometer una especie de taicién, lo que me ha levado a rechazar hasta la fecha cual- ue la publicacién en revistas eruditas de escasa difusién provegia contra las lecturas malintencionadas © voyeuristas. No tengo gran cosa que afiadir sobre los articulos ulteriores que no haya sido dicho ya. Sin duda, porque los progresos que reflejan se sinéan dentro del orden de la reflexividad entendida como objet tifica del sujeto de la objetivacién y por- que la conciencia de los cambios de punto de vista tedrico del ‘que son consecuencia se expresa en ellos con bastante claridad. El segundo, que marca de forma harco manifiesta la ruptura con el paradigma estructuralista, a través del paso de la regla a la estrategia, de Ja estructura al habitus y del sistema al agente socializado, a su vez animado 0 influido por la estructura de las relaciones sociales de las que es fruto, se publicé en una revista de historia, Les Annales, como para sefialar mejor la distancia respecto al sincronismo estructuralista; preparado por Ia larga posdata histérica, escrita en colaboracién con Marie-Claire Bourdieu, del primer art contribuye considerablemente a i istorizada, de un mundo que se desvanece. El tiltimo texto, que se inscribe en el modelo mas general, es también el que permite comprender de forma més directa lo que se desvelaba y se ocultaba a Ia vez en el escenario i el pequefio baile que yo habia observado y descrivo y sincasabler, me habia hecho ineair que estal social muy significativo, era, en efecto, una realizacién concreta y perceptible del mercado de bienes si se a escala nacional (como hoy en dia, con efectos homélogos, a escala mundial), habia condenado a una repentina y brutal devaluacién a quienes tenfan que ver con el mercado protegido 14 de los antiguos intercambios matrimoniales controlados por las familias. Todo, en cierto sentido, estaba, pues, presente, de en- trada, en la descripcién primera, pero de una forma tal que, como dirfan los filésofos, la verdad sdlo se manifestaba ocul- tandose. No es baladi lo que se perderia obviando, lisa y llanamence, el apéndice del primer articulo, que pude claborar con la cola- boracién de Claude Seibel y gracias a los recursos del Instituto bretén de Estadistica: lleno de gréficos y de cifras, plantea una comprobacién y una generalizacién puramente empiricas aj cadas al conjunto de los departamenvos bretones de los resul dos obtenidos a escala de un municipio bearnés (y ya compro- bados a nivel del cantén, a requerimiento meramente rutinario ¢ ingenuamente castrador de un citedro sorbonero al que tuve Ia investigacién 2 una comprobacién positivista que ficilmente podtia haberse coronado con una conformacién y una formula- cién matemiticas. El empefo de investigacién tedrica y empiri- , sin duda, haberse limitado 2 eso, para satisfaccién descubsi, acaso, al albur de unas lecturas que te- nian que servir para preparar un viaje al Japén, que los campesi- japoneses conocfan una forma de celibato muy similar al de los campesinos bearneses? En realidad, sélo el establecimiento de un modelo general de intercambios simbélicos (cuya robus- tex he podido comprobar en mi tan diversos como la domi méstica o la magia del Estado) permite dar cuenta a la vez de las regularidades observadas en las parcial y deformada que tienen de el viven. El recorrido, cuyas etapas sefialan los tres articulos recopi- lados aqui, me parece adecuado para dar una idea bastante exacta de la ldgica especifica de la investigacién en ciencias so- ciales. Tengo, en efecto, la impresién, que se fundamenta, tal vvez, en las particularidades de un Aabitus, pero que la experien- cia, al cabo de tantos afios de investigacién no ha dejado de co- icas y de la experiencia los que las padecen y las 15 rroborar, que sélo la atencién prestada a los datos més triviales, que otras ciencias sociales, que también hablan de mercado, se sienten legitimadas a obviar, en nombre de un derecho a la abs- traccién que seria consticutivo del proceder cientéfico, puede levar 2 la claboracién de modelos comprobados de modo em- pirico y susceptibles de ser formalizados. Y ello, en especial, porque, cuando se trata de cuestiones humanas, los progresos en el conocimiento del objeto son inseparablemente progre- sos en el conocimiento del sujeto del conocimiento que pasan, quigrase o-no, sépase 0 no, por el conjunto de los trabajos hu- tildes y oscuros a través de los cuales el sujeto cognosciente se desprende de su pasado impensado y se impregna de las Igicas inmanentes al objeto cognoscible. Que el socidlogo que esctibe cl tercer articulo poco renga en comin con el que escribié el primero tal vez se deba, en primer término, a que se ha cons- truido a wavés de una labor de investigacién que le ha permici- do reapropiarse intelectual y afectivamente de la parte, sin dude, més oscura y més arcaica de s{ mismo. Y también a que, gracias a ese erabajo de objetivacién anamnéstica, ha podido reinvertir en un retorno sobre el objeto inicial de su investiga- cién los recursos irreemplazables adquiridos a lo largo de una investigacién que tomaba como objeto, indirectamente, al me- nos, el sujero de la ulte- riores que la reconci icial con un pasado que represen- taba un lastre le faci Parts, julio de 2001 16 Primera parte Celibato y condicién campesina sPor qué paradoja el celibato masculino puede representar para los propios solteros y para su entorno el sintoma mis rele- vante de la crisis de una sociedad que, por tradicién, condena- ba a sus segundones a la emigracién o al celibato? No hay na- die, en efecto, que no insista en la condicién y la gravedad ‘excepcionales del fendmeno. «Aqui», me dice un informador, «veo primogénitas de 45 afios y ninguno esté casado. He es do en el departamento de Altos Pirineos y alli pasa lo mismo. ‘Hay barrios enteros de solteros». (J.-P. A., 85 afios). Y otro in- formador comenta: «Tienes montones de tios de 25 2 30 afios que son “incasables”. Por mucho que se empefien, y poco em- pefio le ponen, jpobres!, no se casardn»' (P. C., 32 afios). Sin eipbargo, el mero examen de las estadisticas basta para convencefse de que la situacién actual, por grave que sea, no carece de precedentes: entre 1870 y 1959, es decir, en casi no- venta afios, constan, en el registro civil, 1.022 matrimonios, 0 sca, una media de 10,75 matrimonios anuales. Entre 1870 y 1914, en cuarenta y cinco afios, se celebraron 592 matrimo- nios, una media de 13,15 matrimonios anuales. Entre 1915 y 1. Este estudio es el resultado de investigaciones efectuadas en 1959 y 1960 en el pueblo que llamaremos Lesquite y que esté situado en el Bearne, cen el centro de le zona de colinas, entre los rios Gave de Pau y Gave de Olo- ron. 19 1939, en veinticinco afios, 307 mattimonios, 12,80 de media. Por tiltimo, entre 1940 y 1959, en veinte afios, se contrajeron 173 matrimonios, una media de 8,54. No obstante, debido a la merma paralela de la poblacién global, la caida del indice de nupcialidad se mantiene relativamente baja, como muestra el cuadro siguiente:! Evoluciéa del mimero de matrimonios ¢ indice de nupcialidad Afi de Poblacion __Niimero de Tndice de cens0 global masrimonios mupeialidad (MiP x 1.000) 1881 2.468 ni 8,92 % 1891 2.073 n 10,60 9% 1896 2.039 15 14,60 % 1901 1.978 n 11,66 % 1906 1.952 18 18,44 % 1911 1.894 16 16,88 % 1921 1.667 15 17,98 % 1931 1.633 7 8,56 % 1936 1.621 7 8,62 % 1946 1.580 15 18,98 % 1954 1.351 10 14,80 % Ala vista de estas cifras, uno tiende a concluir que todos los informadores caen en el engafio o en Ia inconsecuencia. E! mis- ‘mo que afirmaba: «{...] veo ptimogénitos [...] y ninguno esti ca- sado», afiade: «Habia antes segundones viejos y los hay ahora. algo excepcionalmente dramdtico y absolutamente insélito? endide camo el mimero de martimo- se ita alzededor del 15 % todos los afios algunas correcciones a los indices que se pre- ‘yen 1954 el niimero de matrimonios fue anormal- dice de nupeialidad slo alcanzé el 2,94. 1. El indice de nups aioe en wn aio por mil habit en Francia. Hay que sentan aqui. Asi, en ‘mente alto. En 1960 20 1, EL SISTEMA DE LOS INTERCAMBIOS MATRIMONIALES EN LA SOCIEDAD DE ANTANO ‘A los que prefieren permanecer en el hogar pa- sce régimen sucesorio], proporciona la id del celibato con las dichas y alegrias FREDERIC LE PLAY, L’Organisation de la famille, pig, 36 Antes de 1914 el matrimonio se regia por unas reglas muy 2s. Porque comprometia todo el futuro de la expl porque era ocasién de una transaccién econémi la méxima importancia, porque conrribuia a reafirmar la jerar- quifa social y la posicién de fa familia dentro de esa jerarquia, era un asunto que competia a todo el grupo mas que al indivi- duo. La familia era la que casaba y uno se casaba con una fa- La investigacién previa que se leva a cabo en el momento del matrimonio abarca a toda la familia. Porque levan el mis- mo apellido, los primos lejanos que viven en orros pueblos rampoco se libran: «Ba. es muy rico, pero sus parientes de Au. [pueblo vecino} son muy pobres.» El conocimiento profundo tros qite requiere el cardcter permanente de la coexis- tencia se basa en Ja observacién de los hechos y gestos ajenos se hace broma a costa de esas mujeres del lugar que se pasan Ja vida, ocultas tras los postigos entornados de sus ventanas, es- piando la calle, en la confrontacién constante de los juicios re- s demds —lo que constituye una de las fastciones de r=, en la memoria de las biograflas y de las genea- logfas. En el momento de tomar una decisi6n tan seria como la de escoger una esposa pata el hijo o un esposo para la hija, es normal que se movilice todo el arsenal de esos instrumentos y esas técnicas de conocimiento, que seu n de forma menos 21 sistemdtica en el transcurso de la vida cotidiana.! Este es el con- texto en que hay que comprender la costunibre, vigente hasta 1955, de «quemar los pantalones» del hombre que, habiendo tenido relaciones con una mujer, se casa con otra, La primera funcién del matrimonio consiste en asegurar la egridad del patsi- es, ante todo, un apellido, indice este respecto, manifestaci de su humilde condicién: el campo, tiene una aureola riculos de propiedad, de su educacién. De la grandeza y de la proyeccién de esa aurcola depende todo su fururo. Hasta los cretinos de buena familia, de familias cotizadas, se casan con fa- cilidad» (A. B.). Pero el linaje consiste, ante todo, en una serie de derechos sobre el patrimonio. De todas las amenazas que se ciernen sobre él y que la costumbre tiende a alejar, la més gra~ ve, sin lugar a dudas, es la que se plantea con el matrimonio. Se comprende, pues, que el acuerdo entre ambas familias se pre- sente en forma de una transaccién regida por las r gurosas. «Cuando tenfa 26 afios [1901], me puse en relaciones con una muchacha que se llamaba M.-F. Lou., mi vecina, de 21. Mi padre habfa fallecido, ast que se lo comuniqué a mi madre. Habia que solicitar la autorizacién paterna y materna y, hasta los 21 afios, habia que firmar una “notificacién” que se presen- taba al alcalde. ¥ la chica igual. En caso de oposicin, se reque- sian tres enotificaciones». Como yo era el segundén, mi herma- no mayor, el primogénito, que estaba casado, vivia en casa. Mi novia era heredera, Normalmente, tendria que haberme instala- do en casa de mis suegros. Yo tenfa 4.000 francos de dote, en 1, Vease Marcel Mages, «Remarques sur le village comme cadre de re- cherches anthropologiques», Bullesin de prychologie du groupe des éeudiants de pochologie de Université de Paris VILL, n° 7-8, abril de 1955, pigs. 375-382. 22 ico. Por supuesto, la costumbre mandaba que me dieran juar, que no se consideraba dote. ;Eso hacia que por fuerza se me abriera alguna puerta (que hesé urbi we porte)! Mi novia tenfa una hermana. En estos casos, la primogénita obtiene el tercio de todos los bienes con el acuerdo de los padres. Segiin €s costumbre, mi dote de 4.000 francos debia ser reconocida mediante capitulaciones. En el supuesto de que se vendiera la Finca dos afios después de Ia boda por un importe total de 16.000 francos, el reparto hal tituida la dote (tournedot): pr francos; segundona, 1/4 = tiruyen que el reparto defi jento de los padres. Llegamos a un acuerdo mi futuro suegro y yo. Ororgard un tercio a su hija mayor mediante capitulaci nes. Ocho dias después, en el momento de firmar las capicula- ciones ante notario, se echa atrés. Da su conscntimiento al ma- imonio, pero se niega a conceder el tercio, aunque “reconoce la dore”. En este caso, el yerno tiene los poderes limitados. Me- diante el reintegro de la dove, pueden obligarle a irse. Es un ‘caso més bien raro, porque las mejoras suclen ororgarse de una vez y para siempre con las capic da de la casa que pensaba que mi presencia guarfa la influencia en la familia de su “amigo”. “La tierra es mala, y ta yerno tendré que buscarse algiin empleo; lado para otro; y ui serés su criado.” La nega momento a concedernos el tercio por contrato nos hirié en. nuestro amor propio, a mi novia y a mi. Ella dijo: “Vamos a es- perar... Vamos a buscarnos una casa (we case). No vamos a ser aparceros ni criados... Tengo dos tfos que viven en Paris, los hermanos de mi madre, me encontrarén un empleo [en bear nés}.” Yo le ‘Estoy de acuerdo. No podemos aceptar ese rechazo. Ademds, siempre nos sentirfamos resentidos.” Ella: “Pues me marcho a Paris. Nos escribiremos.” Fue a hablar con el alcalde y con el cura y se marché. Yo prosegui mi aprendizaje de capador en B. {un pueblo cercano]. 23 »Yo intentaba colocarme en algiin lado. Como era segun- dén menor, y no habia podido casarme, tenia que encontrar un empleo, una tienda. Fui a las Landas y a los departamentos pré- ximos, Encontré la casa de la viuda Ho., y se la quise comprar. Estaba a punto de firmar los papeles (passa papes) con otra per~ sona, Monté una t café, y segui con mi oficio de capa- dor, y, en cuanto pude, me casé con mi novia, que regresé de aris. Mi suegro venia todos los domingos a casa. La “calderilla” que su hija rechazaba, se la daba a los nifios. Cuando fall mi mujer cobré su parte de la herencia bia tenido ajuar ni dote. Se habia ido de su casa y se b rado de Ja autoridad paterna. Su hermana, mas décil y cinco afios més joven, habia obtenido el tercio al casarse con Un cria- do de la comarca. “Este esta acostumbrado 2 que le manden”, dijo mi suegro. Pero se equivacaba, porque tuvo que alquilar la finca a su yerno, y marcharse de la granjav (J.-P. A.). Este caso, por sf solo, ya plantea los problemas principales. En primer lugar, el derecho de primogenitura integral, que tan- to podia favorecer a las hembras como a los varones, sélo puede comprenderse relacionado con el imperativo fundamental, es decir, la salvaguarda de! patrimonio, indisoluble de la continui- dad de la estinpe: el sistema bilareral de sucesién y de herenc’ conduce a confundir el linaje y la «casa» como conjunto de las personas poseedoras de derechos permanentes sobre el patrimo- nio, aunque Ia responsabilidad y la direccién de la hacienda in- cumban a una tinica persona en cada generacién, low meste, el amo, 0 la daune, el ama de la casa. Que el derecho de primoge- nicura y la condicién de heredera (heretére) puedan recaer en una hembra no significa, en absoluro, que el uso sucesor sija por la igualdad entre los sexos, lo que contradiria res fundamentales de una sociedad que otorga la primacta a los varones. En la realidad, el heredero no es el primogénito, hem- bra vardn, sino el primer vardn, aunque Ilegue en séptimo lu- gar. Sélo cuando hay tinicamente hembras, para desespero de los padres, o bien cuando el primogénito se ha marchado, se 24 instituye a una hembra como heredera. Si se prefiere que el he- un varén, es porque asi se asegura la continuacién lo y porque se considera que un hombre est4 mejor do para dirigir la explotacién agricola. La continuidad del linaje, valor supremo, puede quedar garantizada indistinta- mente por un hombre o por una mujer, puesto que el matri- monio entre un segundén y una heredera cumple esa fu exactamente igual que el matrimonio entre un primogénito y una segundona. En ambos casos, en efecto, las reglas que rigen Jos intercambios matrimoniales cumplen su funcién primera, 0 sea, Ia de garantizar que el patrimonio se va a mantener y a transmitir en su integridad. Encontramos una prueba suple- mentaria de ello en el hecho de que cuando el heredero o Ia he- redera abandonan la casa y la tierra, pierden su derecho de pri- mogenitura porque éste ¢3 inseparable de su ejercicio, es decir, de la direccién efectiva de la hacienda. Se pone asi de manifies- to que este derecho no est vineulado a una persona concreta, hombre o mujer, primogénito o segundén, sino a una funcién socialmente definida; el derecho de primogenitura no es tanto tun derecho de propiedad como el derecho, © mejor, el deber de actuar como propietario. Asimismo era necesario que el primogénito fuera no sélo capaz de ejercer su derecho, sino de garantizar su transmisién. Como si se watara de una fibula, resulta significativo que se pueda contar hoy en dia que a veces, en los casos en que el pri- mogénito no tenia hijos o fallecia sin descendencia, se le pidiera aun segundén ya mayor, que permanecia soltero, que se casa- ra para asegurar Ia continuidad de la estirpe (J.-P. A.). Sin tra- rarse de una verdadera instituci6n sancionada po: timonio de un segundén con la viuda del primogéni heredaba, era relativamente frecuente. Después de la guerra de 1914-1918 los matrimonios de este tipo fueron bastante nume- rosos: «Se arreglaban las bodas. En general, los padres presiona- Y los jévenes aceptaban. Los sentimientos no contaban» (A. B.). 25 La regla imponfa que el titulo de heredero recayera auto- méticamente en el mayor de los hijos; sin embargo, 1 cabeza ido en aras del interés cuando el hijo mayor no era digno de su rango 0 cuando existia una ventaja real en que uno de los otros hijos heredase. Aunque el derecho de modificar el orden de la sucesién no le perteneciera, el cabeza de familia posefa una au- toridad moral can grande, y aceptada de modo tan absoluto por todo el grupo, que el heredero segtin el uso no tenia mds re- medio que acatar una decisién dictada por el afin de garantizar continuidad de la casa y de dotarla de la mejor direccién po- sible. ‘A la ver linaje y pattimonio, la «casa» (la maysou), perma- nece, mientras pasan las generaciones que la personifican; es lla la que lleva entonces un apellido mientras que los que la encarnan a menudo sélo se distinguen por un nombre de pila: no es infrecuente que llamen «Yan dou Tinou», es decir, Jean de Tinou, de la casa Tinou, a un hombre que figura en el regis- tro civil, por ejemplo, con el nombre de Jean Cazenave; puede ocurrit a veces que el apellido siga unido a la casa incluso cuan- do ha quedado deshabitada, y que se les dé a los nuevos ocu- pances. En tanto que es la encarnacién de la casa, el capmay- sous, el jefe de la casa, es el depositario del apellido, y de los intereses del grupo, asi como del buen nombre de éste. Asi, todo concurrla a favorecer al primogénito (el aynat, 0 el hérbte © el capmaysoud). Sin embargo, los segundones también tenian derechos sobre el patrimonio. Virtuales, estos derechos sélo se volvian reales, las mas de las veces, cuando se concertaba su bods, que siempre era objeto de capitulaciones: «Los ricos siempre hacian capitulaciones, y los pobres también, a partir de 500 francos, para “invertir” la dote (coulouca Vadot)» (JP. A.). Por ende, 'ador designaba a la vez la parte de la herencia co- rrespondiente a cada hijo, varén 0 hembra, y la donacién efec- tuada en el momento de la boda, «: evitar la fragmentaci6n del patrimonio, y s6lo excepcionalmen- re en tierras. En este tiltimo caso, se consideraba que la tierra 26 estaba empefiada, y el cabeza de familia podia rescatarla me- diante una cantidad fijada previamente. Cuando una familia s6lo tenfa dos hijos, como en el caso analizado aqui, el uso local establecta que en las capitulaciones se ororgara un tercio del va- lor de la finea al hijo. menor. Cuando habfa 7 hijos (n > 2), la parte de cada segundén era-(P — P/4)/n, y la del primogénito, P/4 + (P — P/4)/n, donde P designa el valor atribuido a la ha- cienda. La dote se calculaba de la manera siguiente: se hacfa una valoracién estimada lo més precisa posible de la finca, oca- sionalmente recurriendo a peritos locales, para lo que cada par- te aportaba ef suyo. Como base de la valoracién se tomaba el precio de venta de una finca del barrio o del pueblo vecino. Luego se estimaban 2 tanto el «jornals (journade) los ‘campos, los bosques 0 los helechales. Eran unos célculos bastante exac- todos los aceptaban. «Por ejemplo, para la finca 100 francos {hacia el afio 1900]. Eran el padre, la madre y seis hijos, un varén y cin- co hembras. Al primogénito le dan el cuarto, o sea, 7.500 fran- cos. Quedan 22.500 francos que hay que dividir en cinco par- tes. La parte de las segundonas es de 3.750 francos, que puede convertirse en 3.000 francos en efectivo y 750 francos en ropas, ssébanas, toallas, camisones y edredones, es decir, en ajuar, low con un rigor matemético, en primer lugar porque el cabeza de familia siempre conservaba la potestad de incrementar o de re~ la parte del primogénito y los segundones, y después por- que la parce de los solteros no dejaba de ser virtual y, por lo canto, permanecia integrada en el patrimonio. La observacién de la realidad recuerda que no hay que caer en la tentacién de establecer modelos demasiado sencillos. El ereparto» solia llevarse a cabo de forma amistosa, en el momento del matrimonio de alguno de los hijos. Entonces se 27 cinsticufa» al primogénito en su funcién de capmaysoud, de ca- beza de la casa y de sucesor del padre. A veces, la «institucién del heredero» se efectuaba por testamento. Asi obraron muchos caberas de familia en el momento de marchar al frente, en 1914. Tras la valoracién de la hacienda, el cabeza de famnil tregaba a aquel de los segundones que se iba a casar un importe equivalente a su parte de patrimonio, y definfa al mismo tiem- po la parte de los demés, parte que recibfan bien en el momen- to de casarse, bien tras el fallecimiento de los padres. Dejarse engafiar por la palabra reparto constituiria una grave equivoca- cién. De hecho, la funcién de todo el sistema consiste en reser- var la totalidad del patrimonio para el primogénico, pues las «partes» o las dotes de los segundones tan s6lo son una compen- sacién que se les concede a cambio de stu a los dere~ chos sobre la tierra.? Buena prueba de ello es que el rado una calamidad. El uso sucesorio se basaba, en efecto, en la primacia del interés del grupo, al que los segundones tenfan ‘que someter sus intereses personales, bien contentindose con una dote, bien jando a ella cuando emigraban en busca juedaban solteros, viviendo en la casa del pparto efectivo era conside- 10,0 wroduccién de nuevos valores, se acaba tomando Io que no es mas que una compensacién por un derecho verdadero sobre entre los herederos, que hi acuerdo amistoso; desde entonces esté «toda surcada por zanjas ¥y setos» (toute croutzade de barats y de plechs)? Como el sistema 1. El caricter gracioro que debia de tener la doce antiguamente se refle- ja en el hecho de que el padre era muy libre de fijar su importe segin sus preferencias, pues ninguna regla estrcta establecfa sus proporcionss. 2. Habis unos expecialistas, lamados barades (de barat, zanja), que ve~ lan de las Landas y cavaban las zanjas que dividian las fincas, 28 estaba dominado por la escasex del dinero liquido, a pesar de la ilidad, prevista por la costumbre, de escalonar los pagos a rg0 de varios afios, y que a veces podia alargarse hasta el fa- Iecimiento de los padres, ocurria en ocasiones que resultara imposible efectuar el pago de una compensacién y que no que- dara més remedio que proceder al separto cuando se casaba unos de los segundones, cuya dote tenfa que pagarse entonces con tierras. Asi se llegé a la liquidacién de muchas haciendas. «Tras los repartos, dos o tres familias vivian a veces en Ia misma casa, y cada de su rineén y de su parte de las tie~ ras. La habitacién con chimenea siempre revertia, en estos ca- 30s, al primogénito. Asf ocurrié con las haciendas de Hi., Qu., Di. En el caso de An., hay trozos de tierra que nunca se han reincegrado. Algunos pudieron recomprarse después, pero no todos. El reparto creaba unas dificultades terribles. En el caso de la finca Qu., que se repartieron los tres hijos, uno de los se- gundones tenfa que rodear todo el barrio para poder llevar sus caballos a un campo alejado que le habla correspondido» (P. L.). «Habfa primogénitos que, para ser duefios, renian que ven- der propiedades y también se dio el caso de que vendieran la casa y luego no la pudieran recuperar»! (.-P.A). O ssea, la Iégica de los matrimonios esta dominada por un situacién econémica particular, cuyo rasgo pri la escaser de i i tales, como son la oposicién entre el primogénito y el segundén, [por una parte, y, por otra, la oposicidn entre matrimonio de aba- jo arriba y matrimonio de arriba abajo, punto de encuentro don- segsin el eual los bienes de abolengo per- >, el rerracro de sangre, © gentilcio, ororgaba a cualquier miembro de un linaje Ia posibilided de recuperar la po- sesién de bienes que hubieran sido alienados. La weass madre» (lz mayrou ‘mayrane) conservaba «derechos de retractor (lous dret de rerour) sobre las tic ras cedidas como dote o vendidas. Por ello, «cuando se vendian esas tierras, fa que tales casas tenfan derechos sobre ellas, el vendedor se las oftecta en primer lugar a sus propierarios» J.-P. A.) 29 de se cruzan, por una parte, la légica del sistema econémico, que tiende a clasificar las casas en grandes y pequefias, segiin el tama~ fio de las haciendas, y; por otra parte, la légica de las relaciones entre los sexos, segtin la cual la primacia y Ia supremacia pertene- cen a los hombres, particularmente, en la gestién de los asuntos familiares. De lo que resulta que todo matrimonio es por una parte, del lugar que ocupa cada uno de los contrayentes en la linea sucesoria de su respectiva familia y del tamafio de ésta, ys por otra, de la posicién relativa de ambas familias en la jerar- quia social, a su vez funcién del valor de su hacienda Debido a la equivalencia entre la parte del patrimonio here- dada y la dove (Vador; del verbo adouta, dotar), el que las pretensiones del beneficiati siones de la familia del futuro cOnyuge respecto a la dote que calcula recibir se rigen de forma estricta por el tamafio de la ha- cienda. En consecuencia, los matrimonios tienden a celebrarse entre familias eq ‘Sin duda, una gran hacienda no basta para que una familia sea considerada grande. Nunca se ororgar carta de nobleza alas ca- sas que s6lo deben su elevada posicisn 0 su riqueza a su codicia, a su empecinada labor no saben poner de mani lc los poderosos, particularmente, la dignidad en el jonor, la generosidad y la hos- pitalidad. Y, a la inversa, la calidad de gran familia puede sobre- vivir al empobrecimiento. Por mucho que en la vida cotidiana Ja riqueza represente s6lo un aspecto més en la consideracién que merece una familia, cuando se trata de matrimonio la situa- cién econémica se impone como factor primordial. La transac- cién econémica a la que el matrimonio da pie es demasiado im- portante para que la légica del sistema de valores no ceda el paso 1. Ast estaban las cosas hacia 1900 en el pueblo de Lesquite, pero el sis- tema no funcionaba, en un pasado més lejano, de una forma tan rigida, pues la libertad del cabeza de familia era mayor. 30 a la estricta Idgica de la economfa. Por mediacién de la date la logica de los intercambios matrimoniales depende estrechamen- te de las bases econémicas de la sociedad. En efecto, los imperativos econdmicos se imponen al p: ‘© con un rigor muy particular porque ha de conseguir, en el momento de su matrimonio, una dote suficiente para po- der pagar la dote de sus hermanos y hermanas menores sin tener que recurtir al reparto ni a la amputacién de la hacienda. Esta necesidad es igual para todas las «casas», ricas © pobres, porque la dote de los segundones crece proporcionalmente con el valor y también porque la riqueza consiste esencial- mente en bienes rafces y el dinero en efectivo es escaso. La clec- cién dé la esposa o del esposo, del heredero o de la heredera, ne una importancia capital, puesto que concribuye a determinar el importe de la dote que podrin recibir los segundones, el tipo de matrimonio que podrdn contraer e incluso si les seré fécil contraerlo; a cambio, el ntimero de hermanas y, sobre todo, de hermanos menores por casar influye de forma considerable en esa eleccién. En cada generacién se plantea al primogénito la amenaza del reparto, que ha de conjurar a toda costa, bien ca- sindose con una segundona provista de una buena dote, bien hipotecando la tierra para conseguir ‘dinero, bien obteniendo prérrogas y aplazamientos. Se comprende que, en circunstan- cias semejantes, el nacimiento de una hija no sea recibido con entusiasmo: «Cuando nace una hija en una casa», reza el prover- bio, «se desploma una viga maestra» (Cuan bat ue hilhe hens ue maysou, que cat u pluterau). No s6lo la hija constituye una ame- naza de deshonor, ademas hay que dotarla: encima de que «no se gana el sustento» y no trabaja fuera de casa como un hombre, se marcha una vez casada, Durante el tiempo que permanece soltera constituye una carga, mientras que un hijo aporta una jima ayuda, pues evita tener que contratar criados. Por ello casar a las hijas se convierte en una prioridad. Los andlisis anteriores permiven hacerse un: trecho que es el margen de libertad. lea de lo es- 31

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