ISABEL ALLENDE
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ISABEL ALLENDE |
lustraciones de FERNANDO KRAHNThais weeps de Boi Sue
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AS: Acta et. avo Alapuar 8A de
Batey 3850 (145), Buenos Aires.
Bes cece el depen gue mat ey 11.723
RifeeSO EN’ ARGENTINA - PRINTED IN ARGENT
la A ih
Desde a primera vez que lo vi, don Cornelio ocupé un
lugar en mi corazén. Fra un caballero de ojos redondos y
miopes, que vestia un traje gris algo antiguo, con catorce
bolsillos. De lejos parecia dulce y amable. De cerca eva
timido. Vivia en una pensién dei barrio y nosotros, sus
vecinos, ajustébamos los relojes cuando él pasaba por la
maiiana, porque su puntualidad desafiaba el crondmetro de
la radio. Jamas se atrasaba ni adelantaba un segundo, Salia
a las ocho y tres minutos en punto y echaba a andar con
pasos medidos hacia la esquina, donde tomaba el bus verde
que lo conducia a su trabajo. Muchas veces me encontré
con él y asi, con el transcurso del tiempo, nos hicimes
amigos. Gracias a eso puedo contar su historia sin temor a
equivocarme, porque la escuché de sus propios labios
* OmnibusDon Comelio trabajaba
en un lugar tenebroso, una sala pol-
Vorienta. con una sola ventana que
no se habia abierto en muchos aiios. atiborrada de papeles
importantes que nadie leia. Era una Notaria. Alli pasaba
todo el dia escribiendo con su hermosa caligrafia, en unos
papelotes que luego eran archivados por toda la eternidad.
Lo mis notable de aguel sitio cran los ratones. Entre los
pesados muebles metalicos y los antiguos armarios vivian
numerosas familias, tribus, pueblos enteros de estas peque-
fias bestias peludas. Una de las tareas de don Cornelio era
combatirlos, pues debia impedir que devoraran los valiosos
documentos. No sentia odio personal contra los roedores,
" Eseribania
4
al contra gustaba
ales ete gustaban, Porque también eran timidos y
Sy $ redondos y miopes. cl .
arises s ¥ miopes, pero cumplia con s
obligacién de climinarlos. Cada dia administeaba 7m
enemigos una dosis de veneno que transportaba en aleuno
catorce bolsillos, y su “al llegar:
$ cato 8, primer deber al legar a lz
Notaris cra revisar el campo de batalla. Recorria ‘os
rincones gatas, deseando que las trampas estuvieran
as, nontraba un cadaver. lo agarra
con la punta de los dedos y lo echaba a "0 aparraba
la basura con un suspiro de lastimaAl mediodia cerraba su escritorio, tomaba Ja bolsa de su
merienda y se dirigia a la Plaza, que quedaba justo a
noventa y un pasos de la Notaria (los habia contado). Alli,
entre los arboles, rodeado de altos edificios, masticaba su
pan con queso, calenténdose con el tenue rayo de sol que
iluminaba su sombrero gris. No hablaba con la gente, pero
observaba a Jos otros paseantes con curiosidad. Habia
siempre algunos nifios jugando, y, de vez en cuando, alguna
pareja de enamorados besandose bajo el castafio. A menu-
do se encontraba con el Loco. Era éste un simpatico
personaje que alborotaba el paisaje con su risa sin motivo,
sus pasitos de baile y sus cordiales saludos a Jas aves, a los
automviles y, por supuesto, a las personas, aunque nadie
respondia a sus buenos dias y volvian la cara, fingiendo que
no lo habian visto. A don Cornelio le gustaba el Loco, pero
tenia vergiienza de saludarlo, porque él se consideraba un
hombre muy serio.
are de su existencia,
i eee Solo he presentado al
‘sta historia. Ahora contaré los
ersonaje principal
mientos que cambiaron su vida, pa
Todo comenzé w
In dia de otofio dorado y frio. Vi salira don Cornelio de su_pensién,
como todas las mafianas, y me
apresuré a controlar los punteros' de
mi reloj. Llevaba al cuello una larga
bufanda gris y contaba los ochenta y
siete pasos que lo separaban del auto-
sin mirar hacia los lados porque
#) ventana lo vi avanzar como un velero con
e "su bufanda al viento y pensé que ése seria
otro dia sin sorpresas. Pero no fue asi. De
pronto, a mitad de cuadra, se detuvo alarmado: habia vis
algo nuevo. Era una tienda recién inaugurada, con un
escaparate'azul y verde como un acuario, en medio de los
severos edificios de nuestro barrio. El escribiente de la
Notaria se aproximé fascinado, perdiendo la cuenta'de los
pasos que lo llevaban hasta la esquina. Vio muchos objetos.
extrafios, el timén de un antiguo naufragio, una mufieca
con una tristeza de pelos humanos, abanicos de plumas.
robadas a las aves del Paraiso y otros objetos provenientes
de remotos lugares. En el centro de todos ellos, en lugar de
honor, se encontraba la Gorda de Porcelana.
{Cémo puedo describirla para que ustedes la imaginen?
Era una rolliza dama, caética y enorme, mal cubierta por
velos de loza, sosteniendo en una mano un racimo de uvas
y en la otra una paloma bizca. Cintas color vainilla
sujetaban sus rizos y calzaba increibles zapatillas de gladia-
dor romano, Evidentemente no fue disefiada como lampa-
"Aguas. 2
Vidrtera
a
Fa: fampoco servia para colgar abrigos en un vestibulo y
¢ Ja habria puesto de adorno en parte alguna, pues
ocupaba mas espacio que una bicicleta y era fragil como
una buena intencién. Nuestro amigo la observaba petrifica-
do y no reaccioné hasta un par de minutos después cuands
se dio cuenta de que iba a perder su habitual transporteSalié disparado, enredndose en las puntas de su bufanda,
y alcanz6 a trepar al bus en el iltimo instante.
Estuvo todo el dia distraido, trabajando sin ganas, con
la mente ocupada en la figura de porcelana. No podia dejar
de pensar en ella. A la mafana siguiente lo vi salir
apresuradamente de la pensién cinco minutos més tempra-
no, lo cual descontrolé os relojes de todos los vecinos. Se
instalo frente a la ventana del anticuario' y alli estuvo un
largo rato mirando con la boca abierta. Fue en ese
momento, tal como é] me conté mucho después, cuando la
Gorda de Porcelana le guiiié un ojo.
Don Cornelio, légicamente, penso que habia visto mal.
Era muy miope, como ya dijimos. Sacé sus lentes, los
limpid con cuidado y se los colocd, pegando Ia nariz al
vidrio para ver mejor. ;Y entonces le parecid que la Gorda
le guifiaba el otro ojo!
" Vendedor de objetos antieuos
10
Comprendié que por primera vez llegaria tarde a su
trabajo, porque no pudo apartarse del escaparate. Se quedo
alli haciendo morisquetas, saludos, pequefias reverencias
cortesanas, hasta que empez6 a juntarse la gente a su
alrededor para observar su curioso comportamiento. De
siibito se percaté de que era el centro de una aglomeracién
y, espantado, entré a toda prisa en a tienda para huir de
Jos mirones. Al mover la puerta sonaron unas campanas
chinas y tuvo otro sobresalto, porque pensd que habia
roto algo. Pero Ja sonrisa amable del anticuario lo tran-
quilizé.
Nuestro amigo qued6 de pie entre aquellos peculiares
objetos, paseando la vista por todos lados, temeroso, tal
vez, de que alli surgiera un pulpo o una profesora de
matematicas.
Lo vi mirando a Ja ninfa! ge gusta? —inquirié el
anticuario, mientras rociaba con naftalina una lechuza
embalsamada.
‘Creo que me guifié un ojo —dijo don Cornelio,
sintiéndose como un imbécil.
—Es muy antigua y muy tara —explicé el otro sin
sorprenderse en absoluto.
—Podria jurar que también me guifid el otro —agregd
don Cornelio con un hilo de voz.
—Es posible...
—{Cuanto vale? —quiso saber el escribiente.
—{Cudnto gana usted? —pregunté a su vez el anticua-
rio atusando' sus bigotes de mosquetero.
+ En sentido figurade, joven hermosa,
2 arreglando,
uDon Cornelio, extraiiado, se lo dijo.
—Entonces, ése es su precio —dijo el duefio de la tienda
sacudiendo a la Gorda con un phamero.
Era una enorme cantidad, de dinero para un modesto
empleado de Notaria. Se aproximé a la estatua, esperando
que ella hiiciera algin gesto amigable, pero nada ocurrié:
permanecié inmévil y silenciosa, tal como se espera de algo
fabricado con loza.
—Esta bien, la compraré —decidid don Cornelio, de-
jandose Ievar por un impulso irresistible.
El anticuario recibid el dinero sin contarlo, lo metié en
el bolsillo de su chaleco y dio un par de volteretas
entusiasmado.
—Ella le cambiara la vida le aseguré a su cliente.
No sabia don Cornelio cudn cierto era lo que oia.
El escribiente levanté a la Gorda con cuidado, descu-
briendo que era més liviana de lo que parecia a simple
vista. Salid asi cargado de la tienda, despedido por las
campanas chinas de la puerta. Pero, afuera, todavia se
apifiaban los curiosos y, al sentirse observado con burla,
retrocedié asustado.
—jTiene algo para taparla? —pidié.
El duefio de la tienda abrié un bail de madera y pasé
algunos minutos hurgando en su interior, mientras la
habitacién se impregnaba de un tenue olor a sandalo. Por
fin, extrajo un gran pafio negro que, al ser desplegado,
resulté tener en el centro una calavera y dos tibias cruza-
das. Era una bandera de pirata
12
—Cémo se llama? —pregunté don Cornelio arropan-
do a la figura con la bandera.
—Mi nombre es Baltasar —replicé el vendedor con una
inclinacién.
—No, la estatua...
—iAh! Su nombre es Fantasia —respondid con otra
inclinacién
Don Cornelio conchuyé que aquel nombre le agradaba y
salié a la calle con su nueva adquisicién en los brazos,
ignorando las miradas de los intrusos y el escdndalo de las
campanas chinas.
Caminé de regreso a su pensidn, sin acordarse para
nada de la Notaria. Abrié Ja puerta y procuré deslizarse al
interior con cautela, para no atraer la atencién. Cruzé el
Bvestibulo en punta de pies y enfil hacia la escalera, pero
cuando ya se creia a salvo, la voz estridente de la patrona lo
paralizo en su sitio.
—{Qué lleva alli? —inquirid asomando la nariz entre
las hojas del helecho que decoraba la entrada.
—Un simple adorno —replicé suavemente don Cor-
nelio.
Ella quiso verlo. Ese bulto del tamaiio de un cadaver le
parecié muy sospechoso y ella era muy estricta con sus
inquilinos. Se enorgullecia de que la suya era una pension
respetable, donde no se admitian nifios ni animales y, con
mayor tazon, debia ser inflexible respecto a los adornos. A
nuestro amigo no le quedd mas alternativa que obedecer.
Al posar la estatua en el piso, result tan alta como la
patrona, aunque no tan ancha. Retiré la bandera que la
cubria y apareci6 Fantasia en todo su rosado esplendor. La
duefia dio un respingo.
—jCaramba! jEsta casi desnuda! —exclamé horro-
rizada.
Se abrieron las puertas del vestibulo y asomaron las
cabezas de los otros pensionistas, que observaron la escena
asombrados. Nunca habian visto algo semejante. Uno a
uno se aproximaron para dar su opinién y ninguna fue
favorable, pues todos estuvieron de acuerdo en que aquello
era una monstruosidad. La patrona corté los comentarios
diciendo que no le interesaba que fuera una obra de arte.
porque iba muy ligera de ropas y por lo tanto debia salir de
su casa.
Don Cornelio, vencido por su incurable timidez, no
imtent6 disuadirla. Hacia varios aiios que habitaba alli y
estaba acostumbrado, No queria mudarse a otra pension
pero comprendié que no era posible separarse de Fantasia.— te
asi es que tendria que buscar otro sitio donde pudiera vivir
con ella. Decidié Ilevarla provisionalmente a la Notaria,
donde podria esconderla entre los anaqueles por un par de
dias. Salié nuevamente a la calle, apuntado por el dedo de
Ja patrona que le sefialaba el camino. Afuera, sin embargo,
se sintio mejor y, por primera vez en mucho tiempo, tuvo
deseos de silbar, pero no le resulté, porque no tenia
practica. Llegé hasta la esquina y esperd hasta que el bus
verde se detuvo delante suyo, pero cuando quiso subir, el
chofer se lo impidié con un gesto.
{Qué lleva ahi, sefior? —pregunté.
—Es solo una estatua.
—Este es un vehiculo de pasajeros, no un camién de
flete. No puede subir —dijo el chéfer.
Tuvo que ir caminando hasta la
Notaria, pero eso no consiguid de-
sanimarlo; por el contrario, le pa-
recid que hacia menos frio, que la
ciudad era hermosa y noté que en
algunas ventanas atin anidaban las
alondras del verano y empezaban a
florecer las violetas de los Alpes en
los maceteros. Se extraiié de no
haber visto nada de eso antes. Lle-
g6 a su Oficina con casi dos horas
de retraso, pero nadie levanté la
vista de su trabajo al oirlo pasar, ni
le preguntaron qué era lo que lle-
vaba en los brazos. Entré ripidamente a la sala de los
archivos y colocé a Fantasia en un rincén, detris de unos
pesados muebles. Se sentia muy cansado, porque no tenia
el habito de las caminatas cargando bultos, ni de tas
emociones. Abrié su escritorio, preparé su pluma y comen-
26 a escribir, pero no pudo concenirarse. Se le escapaba la
mirada hacia el lugar donde lo esperaba Fantasia. Por fin,
la curiosidad fue mas fuerte que su sentido del deber y se
acercé a ella. Le quité el pafio negro y la mird arrobadot
detallando los bucles retorcidos, los velos turbulentos, las
uvas imposibles y los suaves rollos que decoraban su cintura.
—Buenos dias, sefiora —salud6 con timidez.
Y entonces la Gorda sonrid cordialmente, mostrando
una doble fila de dientes de porcelana.
Aterrado, el escribiente fa vol-
vid a cubrir y regreso apresurado a
su mesa, donde comenzé a garaba-
tear frenéticamente en sus papeles.
Pero, un minuto después, la pluma
vacilaba en sus dedos y, vencido
por el impulso de su corazén, vol-
vid al rincén de Fantasia. Levanté
la bandera y esperé. Ella no se hizo
rogar: sonrid, sacudié Ja cabeza
y agité las wvas mientras la paloma
esponjaba las plumas. Para enton-
ces don Cornelio estaba seguro de
que habia perdido el juicio, que
° Fascinado.sofiaba, especialmente cuando escuché una voz meliflua’
que le solicitaba que abriera la ventana.
—Esto huele como una tumba —dijo ella.
Desconcertado, don Cornelio fue a la ventana y forcejed
con el antiguo cerrojo hasta que consiguié moverlo. Al
abrirla, una nube de polvo impalpable se desprendié de los
vidrios, baiiando al escribiente de la cabeza a los pies, y una
brisa fria y limpia entré en la oficina. Entre los edificios del
vecindario se colé un rayo de sol otofial, dandole en la cara
a un ratén curioso que observaba la escena. Al verlo, don
Cornelio sintié como siempre una oleada de simpatia, que
esta vez no reprimié por sentido del deber. Metid la mano
en el bolsillo en busca de algo para darle de comer, pero
sélo encontré el veneno que todas las mafianas Ilevaba
consigo. «Tendré que traer queso y quitar esas trampas,
son muy peligrosas», pensd.
Entre tanto, Fantasia habia caminado hasta la ventana
con Ja mayor naturalidad, como cualquier sefiora que desea
tomar aire entonando una cancién. Convencido de que veia
y ofa alucinaciones, don Cornelio regresé a su mesa de
trabajo, pero el canto lo distrajo, poniendo un calor
desconocjdo en su pecho. Se sentia cada vez mas feliz de
haberla adquirido a costa de todo su sueldo. Sin duda, valia
Ja pena. Era algo extrafia, pero ya estaba acostumbrandose
a su presencia y con seguridad Ilegarian a ser muy buenos
amigos.
—{Vamos a pasear? —sugirié ella cuando se cansé de
antar.
* Dulee como fa miel
18
Don Cornelio nunca habia salido a pasear en dia de
in estar de vacaciones. pero la idea le parecid
semana
atractiva. i
_-Esta vez no tendras que llevarme en brazos —rié ella.
Fantasia ato el racimo de uvas a la cinta del sombrero
de don Cornelio y asi le quedé libre una mano para tomar
la de él. Luego recité un verso algo cursi, pero muy
efectivo:
Cornelio, dame la mano
para echar a volar,
hasta la torre de la iglesia,
como una campana mas...
Maravillado, el escribiente sintié que sus zapatos se
desprendian del suelo y que le bastaba mover un poco los
brazos para elevarse. Dieron una vuelta a media altura por
la habitacion, para adquirir practica, y salieron volandopor la ventana como dos angeles estrafalarios, desafiando
las leyes de la aerodinamica' y del sentido comin.
Don Cornelio sintié el golpe del viento en el pecho y en
la cara y a su espalda adiviné las puntas de su bufanda gris
volando también. Se eché a reir como cuando era nifio. Se
sujet6 el sombrero con la mano libre y no tuvo miedo
cuando sobrepasaron las antenas de la television, la torre
de los bomberos y la cupula de la Sociedad Protectora de
Animales, dejando atras los ultimos techos de la ciudad.
Abajo vieron los bosques como manchas oscuras, las cimas
de las montafias cubiertas de suave merengue, el increible
color del cielo en un claro dia de otofio. Fantasia sefialé el
lugar donde terminaban los caminos y nacia, entre las
colinas, la cinta luminosa del rio.
—jBajemos! —rogo el escribiente, que queria verlo de
cerca, porque hasta entonces el tinico rio que conocia era el
negro canal leno de basura que cruzaba la ciudad.
Ella eligio un buen lugar para el aterrizaje, estabilizé sus
ocultos motores, empareié sus alas, perdén, sus velos y
cintas color vainilla, y bajo limpiamente, como una gavio-
ta. Por sugerencia suya, don Cornelio se quitd los zapatos y
sus pies sintieron por vez primera la tierra en su estado
natural, porque antes s6lo la habia visto en maceteros. Dio
unos saltitos breves, gozando de la nueva sensacién, y
* Pace dela mecdnica que estuda el movimiento del aire.
20
empezo a bailar, a darse vueltas, loco de felicidad. Pensé
que aquella borrachera se debia al reciente vuelo y al
so de aire puro. : .
ore arom urn tarde inolvidable. Fantasia le enseRié a
ponerse en el lugar de las hormigas, para ver el mundo
desde abajo, a revolotear como las abejas, para apreciarlo
desde media altura, a ser como los peces, para deslizarse
bajo el agua, y a silbar como el viento entre las hojas. Eso
fue lo que mas entusiasmé al escribiente, porque su mas
secreto anhelo era silbar en la ducha, pero nunca habia
podido. También aprendié a palpar el mundo con los ojos
Cerrados, adivinando por su textura la secreta naturaleza de
las cosas, y a diferencias el olor de Ia yerbabuena, el tomilo
y el laurel, Se comunicaron telepaticamente’ con los cone-
jos, que contaron que los hombres los cazan por deporte,
Gon las flores, que dijeron que las cortan para adoros 4
iplesia, con las abejas, que se quejaron de que les roban la
mel, y con los pinos, que odian a Navidad, porque fos
mnutitan sin piedad. Cuando se cansaron de jugar, [os dot
amigos se sentaron en medio del paisaje, escuchando ¢
* Por jon de pensamiento.silencio con toda atencién. Y, finalmente, cuando el sol
comenzé a descender en el horizonte, decidieron que era
hora de regresar.
Ella se acomodé los velos, recuperé su paloma, tomé a
don Cornelio de la mano y recité los versos magicos. Se
elevaron sin tropiezos y volaron de vuelta con més gracia y
seguridad que la primera vez. Penetraron en el colchén de
humo que flotaba sobre los techos, pero don Cornelio
Hevaba en los ojos el recuerdo azul del cielo y todo le
parecié menos gris y mas amable. Planearon entre los
edificios mas altos sin que nadie los viera, porque los
habitantes de Ja ciudad rara vez levantan la mirada del
suelo y, por sugerencia de don Cornelio, que no deseaba
Hamar la atenci6n, eligieron para el aterrizaje un edificio en
construccion. Se posaron sobre las altas vigas de acero, a
muchos metros sobre la calle, Cuando é1 miré hacia abajo,
sintié que le flaqueaban las piernas: podia volar sin miedo,
pero caminar en las alturas le daba vértigo. Se calé el
sombrero hasta las orejas, para que el viento no se lo
arrebatara, se aferré a la mano de su amiga y descendid
con ella por una interminable escalera.
A mitad de camino se encontraron con un obrero que
pintaba un muro. No parecié sorprendido al ver en aquel
lugar a una sefiora ataviada de tan extravagante manera y a
un caballero maduro con un racimo de uvas colgando de su
sombrero. Saludé agitando la brocha y don Cornelio le
estrechd la mano, a pesar de que no era su costumbre
relacionarse con personas no previamente presentadas.
22
_;Puede decorar con algunos colores Ja ropa de este
caballero? —pidid Fantasia —. Es muy aburrido verlo todo
vestido de gris.
El obrero era un artista frustrado y se le presentaba una
magnifica ocasin de poner a prueba su talento. Pinto
flores, mariposas y angelotes en el traje del escribiente.
Gejandolo como una cortina de bafio. Se despidieron
efusivamente y don Cornelio, mas tranquilo. concluyd que
si ese hombre también podia comuniearse con Fantasia, él
no era el unico loco por alli
Iban Hlegando al nivel de la calle cuando escucharon a !o
lejos las campanas de la catedral anunciando tas seis de la
tarde. Horrorizado. don Cornelio comprendid que habia
pasado el dia de vacaciones, mientras sobre su escritorio se
acumulaban papeles importantes. Echo a correr en direc-
cidn a la Notaria. cargando en los brazos a Fantasia. que
sin previo aviso. habia recuperado su rigidez. transformin-
dose en un instante en estatua de porlana. Poco despuesDon Comelio permanecié en su silla, paralizado por el
lestupor!
—Siento ocasionarte tantas molestias —susurré Fanta-
sia, sin moverse del rincdn
El escribiente respondié con un profundo suspiro.
AUF] —Puedes dejarme en cualquier lado. El camidn de la
Wij dasura me recogerd —dijo ella con cara de Santa Rita,
mirando hacia el techo con los ojos hiimedos.
y —jDe ningin modo! Ahora que somos amigos, no
entraba en la oficina pegado a la pared, para no ser visto, Podemos separarnos. Buscaré un lugar donde me acepten
hasta alcanzar su mesa de trabajo en a sala de los archivos. | OMti80 — Teplice él. :
Tecribia a toda prise, cuando se abr de par en par la| Fantasia sonrié con disimulo, mientras don. Cornelio
puerta y enird el sefor Notario en persona, resoplando | €e08ia Sus escasos objetos personales del escritorio, Luego
ee ee la cubrid con la bandera y salid echando una titima mirada
»° “Ou significa esto? —pregunté, seZiatando a Fantasia|@l Sitio donde habia trabajado durante mas de veime afios.
con su largo dedo afilado. Nadie lo miré cuando se fue :
Que cost? temblo don Cornelio, que en su apuro|. fuera estaba casi oscuro. Ya habjan encendido los
habla“sividego disimutarla bajo la bandera, faroles de la plaza y hacia allé se dirigieron nuestros
Bsa mujer homible que tene all! amigos. Se sentaron en un banco, dispuestes a pasar la
—Es... es nada més que un adorno —tartamuded el} ' Sores.
escribiente,
—,Quién Je ha autorizado para vestirse de floreado y
traer esa indecente figura a esta honorable Notaria? —gritd
el sefior Notario cada vez mas furioso.
—Yo pense:
—iNo le pago para que piense! (Saquela de aqui
inmediatamente, vaya a ponerse un traje oscuro y cierre esa
ventana! —osdené el jefe saliendo con un portazo.
24 i 25anamnestic
noche, él envuelto en su bufanda. y ella solo con sus velos.
pues su naturaleza de porcelana era invulnerable al {rio
‘A esa hora la plaza estaba casi vacia, no se veian nifios
jugando 0 enamorados bajo el castaiio, ni siquiera el Loco
saludando a fa vida. y hasta las palomas dormian con las
cabezas bajo las alas. S6lo una pequefia figura de capelina
florida y zapatos ortopédicos ocupaba otro banco, disfru-
tando del fresco con un paquete de galletas de avena en ei
regazo. En esta oportunidad don Cornelio consiguié sobre-
ponerse a su timidez y se acered para
desearle buenas noches. Ella le indicd
que se sentara a su lado.
—{Puedo darle un poco de galleta a
su paloma, sefiora? —ofrecié la ancia-
na, dirigiéndose a Fantasia.
La Gorda de Porcelana acepté agradecida y ambas se
pusieron a charlar sobre encaje de bolillo y recetas de
pastel. mientras don Cornelio aprovechaba la luz del farol
mis cercano para hojear un periédico que encontré sobre
el banco, en busea de un aviso que le-ofreciera pension o
trabajo. Al poco rato. la vieja dama se arropé en su chal y
anuncié que era muy tarde y debia retirarse. Su casa no
estubat lejos, pero no le gusiaba andar dé noche con sus
pesados zapatos
aY usiedes no vuelven a casa?
dirse.
Y entonces don Cornelio, que esperaba que ella se lo
preguntara. abrié. ampliamente su corazén, venciendo al
fin tantos afos de silencio y de pudor. y le conté su
historia. desde el momento en que vio # Fantasia et la
Sentara del anticuario. hasta ese instante tiltimo en que se
cneontraban en fa plaza. sin techo, sin trabajo y sin futuro,
pero inundados de inexplicable alegria. La anciana escuchd
von atencién hasta el final sin interrumpir, y cuando él
hubo vaciado toda su ansiedad, le dijo que tenia un cuarto
desocupado en su casa y andaba. justamente, buscando a
un caballero ordenado que quisiera alguilarlo.
—Me sentiré muy contenta de tener a su Fantasia en mi
casa —agregs.
Por buena educacién. don Cornelio rehusé con grandes
protestas: no queria molestar. de ningin modo; qué pensa-
ria ella de él: que abusaba de su bondad, etc. Pero Fantasia
le dio una patadita disimulada para que no exagerara sus
pregunté al despe-
27negativas, pues corrian el riesgo de que la sefiora lo tomara
en serio y retirara su oferta, Por fin, transaron en un
arteglo justo y los tres, tomados del brazo, echaron a andar
hacia el nuevo hogar, perdiéndose entre las estrechas calles
del barrio antiguo de ta ciudad.
He vuelto a ver a don Cornelio muchas veces. Nos
encontramos en la calle y charlamos largamente. Por él
supe esta historia y me autoriz6 para contarla a mi vez. Ha
cambiado mucho, sin embargo. Yo diria que es un hombre
diferente. Ya no usa el traje gris con catorce bolsillos, sino
un delantal de muchos colores y un sombrero de pajilla con
dos plumas de faisan, En invierno se abriga con su antigua
bufanda, ahora amorosamente bordada de flores. Me conto
que al dejar la Notaria encontré su verdadera vocacion,
que no era copiar documentos en el fondo de una sala
polvorienta, sino andar por la calle silbando, conversar con
la gente, cultivar la amistad del Loco en la plaza y
alimentar con galletas de avena a las palomas, a los ratones
y a otras bestias menoses. Camo siempre hay que ganarse
la vida, combin6 su necesidad con una ocupacion adecua-
da: se hizo heladero en verano y vendedor de castafias
calientes en invierno.
Don Cornelio pasa por mi calle empujando su carrito y
silbando como un mirlo desentonado. Los nifios lo cono-
cen y cuando Jo escuchan dejan libros y juguetes para correr
a suencuentro. A veces lo siguen las palomas. Durante todo
el dia reparte su mercancia y en las tardes, cuando esta
cansado, regresa a su casa, donde la anciana del mofio
28
florido y zapatos ortopédicos lo
espera junto a Fantasia.
Con la Gorda de Poscelana han
vuelto a hacer los viajes increibles,
se meten bajo la tierra, vuelan co-
mo aeroplanos, nadan en todos los
mares y se introducen en los libros
para correr aventuras inolvidables.
Ella no lo puede acompafiar
por las calles vendiendo helados
castafias, porque excitaria la aten-
cién de los transetintes, pero su
espiritu. lo acompaiia siempre.
Gracias a ella, el pasado gris de
escribiente es slo un recuerdo leja-
no y hoy don Cornelio es un hom-
bre vestido de muchos colores. Tal
como dijo el anticuario, Fantasia
Ie cambié la vida.iAh! Olvidaba algo importante: don Cornelio no ha
perdido su puntualidad y cada vez que pasa por mi calle y
oigo su silbido, sé que son exactamente las cuatro y quince
minutos... -
se ro tris de mpi ono mes erode 180 ea es lees
news de INDUGRAF SA. Stcher de Lv 25, Bs. As Rapin Argntinn
30‘La historia que cuenta este libro
sun relato leno de humor e imaginacién,
que responde a esta pregunta:
Qué le puede suceder a un hombre gris
que se lleva a casa a una sefiora
de porcelant?
Isabel Allende es una escritora chilena
‘cuyas novelas han tenido enorme
éxito en Jos ultimos afos. En este relato
para nifios, la autora se
desenyuelve con tants soltura como
en sus obras para adultos,
THOAR