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Acuacates JUAN COMO INICIAR Y TRIUNFAR EN LOS NEGOCIOS Lorenzo Vicers © Lorenzo Vicens, 2008 © desta edicién Editeral Norma, S.A. 2008 (Calle D casi exy Kabel Aguiar, Zona Industrial de Herrera Sanco Domingo, Republica Dom “elafono: (809) 274-3333, Coordinacinedioriak Bismar Calin Coreccién: Miguel Iharea AAemada y cubierar Ruben Rewrigue? sea de porrads: Lloyd Diat 6c: 28000374 ISDN: 978.99934-56-19-4 Prohibid la repestccon coal 0 parcial de esta obra sn perio cscrito de a editona. Impreso por Cargraphice 9 A Inpreso en Colombia ted in Colombua A mi querido padre, agricultor por obligacién, comerciante por accidente, pensador y poeta por eleccién PROLOoGO La historia extraordinaria de un hombre comin “Los negocios tienen su lado novelesco. La historia del éxito de toda gran empresa es tan conmovedora y fascinante como la més imaginativa de las novelas.” “Tie Romance oF Coca CoLa” ‘Tue Coca Couk Company, ATLANTA, EE. UU., 1916. Cuando conoci el manuscrito de “Aguacates Juan’, todavia se Ilamaba “Juan, el aguaca- tero”, titulo que, presumi, iria a parar al zafa- con, cuando el original llegara a mano de al- gun editor. “Un titulo tan corriente—pensé, sin embargo—, no puede ser casual en un creador de marcas como Lorenzo Vicens’. En efecto, al adentrarme en ia lectura de los originales, comprendi que el titulo reflejaba la intencién de contar la historia de un hombre tan comun como el nombre de su protagonista, Juan, que Lorenzo Vicens era, a la vez, la historia comtin de la mayo- ria de las familias de Republica Dominicana, donde los pequefios y medianos empresarios y la economia informal conforman la principal fuente de empleos; y donde la mayoria de las empresas son familiares, por su estructura de propicdad y/o por su estilo de gestion. Presu- mo, ademas, que por las realidades socio-cul- turales y econémicas compartidas, la historia de este aguacatero es la misma de cientos de miles de emprendedores y de hombres de ne- gocios en Latinoamérica, y esto es, paraddji- camente, lo excepcional de la opera prima de Vicens. Historias de éxito como la de General Mo- tors o Facebook pueden ser entretenidas impactantes, y se encuentran en Internet por doquicr, pero suenan lejanas y poco aplicables al contexto doméstico. La de Juan, en cambio, ¢s la historia vivida y vivida diariamente por el “hombre-pueblo”, como gusta llamar el pe- riodista espafiol Manuel Dominguez Moreno al ciudadano de a pie, 0, si se quiere, la version emprendedora y optimista del derrotado “Pa- blo Pueblo”, que describe el cantautor pana- meio Rubén Blades en su cancién del mismo titulo, aquel que “...toma sus suerios raidos (y) los parcha con esperanzas...”. Con la publicacién de Aguacates Juan, Vi- cens empieza a satisfacer una demanda silente del mercado editorial latinoamericano: una no- vela de negocios anclada en la realidad del sub- Aguacates Juan continente, una obra de ficcién sobre gerenci tan verosimil como aterrizada, alejada de ese hibrido editorial que oscila entre el manage- ment y la autoayuda, tan exitoso en los ulti- mos aiios, 0 esas fabulas con moralejas obvias que cuentan cuentos de quesos y ratoncitos a quienes les roban el queso 0 de sopitas de po- lo que sirven para curar el alma. Procesos y teorias complejos del mundo de la administracion, la estrategia y el marketing son planteados de forma facil de comprender en las paginas de esta novela, con una ame- nidad poco comin en el mundo plano de la literatura académica sobre economia o geren- cia. Aunque sabia de las dotes excepcionales del autor para comunicar de manera simpie conceptos y procesos complejos, como resul- tado de su larga experiencia como consultor, docente, ejecutivo y voraz lector de la literatu- ra gerencial, para mi ha constituido una ver- dadera y grata sorpresa verlo incursionar con eficacia en la literatura de ficcién, logrando explicar con metaforas temas tan terrenales y a veces abstractos como la planificacion estra- tégica y la ventaja competitiva; el posiciona- miento y la diferenciacion; la mezcla de mer- cadeo y la politica de producto; el liderazgo y la toma de decisiones, y la gestion de recursos humanos y la competencias profesionales, en- tre otros asuntos empresariales de los cuales no escapan ni siquiera las rivalidades que se dan en el entramado de una organizacién. Lorenzo Vicens Pretendiéndolo o no, Vicens demuestra a través de la historia empresarial de unos cam- pesinos emigrados a la metrépolis, que el mer- cadeo y la gestion gerencial en general tienen tanto de intuicién, astucia y sentido comtn como de técnicas, formacién y recursos sofis- ticados. Por estos y otros rasgos inusuales, Agua- cates Juan, esta historia extraordinaria sobre un hombre comin, esta llamada a ser una obra de excepcién en el acervo bibliografico dominicano, y, hasta donde sé, en el contexto latinoamericano. Meuvin Pena Santo Dowinco, octunre 2007 Capituto 1 UN VIAJE PARA VOLVER A EMPBZAR Juan se puso la ropa silenciosamente y, sin despedirse de su mujer y sus hijos, partié ha- cia la parada de guaguas, siguiendo el caminito que tantas veces habia recorrido para ir a su trabajo, pero esta vez iba en busca de su desti no. Aguards en la carretera y subié en el primer vehiculo piiblico que pasé rumbo a Moca. Pens que tal vez podria dormir por unas cuantas horas camino ala capital, y reunir su- ficiente energia para el trajin que le esperaba. Juan no habia podido dormir en toda la no- che. Después de trabajar por toda su vida en Ja plantacién de aguacates de don José, ahora tenia que ir a la capital a ver si conseguia tra- bajo. Su compadre Ramén, que contaba afios viviendo alla, le consiguié una entrevista para un trabajo en la gran ciudad. LoRENZO VICENS Cuando Ilegé a la parada de guaguas, vio el letrero que tenia la voladora en la ventana trasera: “Mi propio esfuerzo”. Mas arriba las, insignias del sindicato a la que estaba afiliada: SINCHOVOCI (Sindicato de Choferes de Vola- doras del Cibao). Como llegé temprano aprove- ché para ecupar un buen asiento, el primero del lado contrario al chofer, pegado a la venta- na. Aprendié cémo se Ilena una lata de sardi- nas desde dentro, viendo llegar poco a poco a los viajeros, ocupar cada asiento y, como por arte de magia, el pasillo también se convirtié en una hilera de asientos que fueron llenando desde atras hacia delante. Observé cada uno de los rostros de las personas que subieron, y traté de adivinar la historia de sus vidas. Algunos iban cargados de alegria, otros de pena. Algunos regresaban y otros iban. Algunos iban para volver, otros para nunca regresar. Mas mujeres que hom- bres, mayores de edad, mocanas de nacimien- to, campesinas de corazén. Cuando se ocupé el tiltimo lugar vacio en el pasillo, el chofer subié, se acotejé en el asien- to y colocé un disco compacto en el equipo de musica. Una bachata a golpe de guitarra y letra de amor perdido inund la guagua. El chofer maniobré para sacar el autobuis del es- tacionamiento y la voladora salié directo para Santo Domingo, la gran capital. Cargado de pesares, Juan trataba de dor- mir en vano. Atrés dejaba a su familia, tres Aauacates JUAN hijos y una mujer, su casita, con muy poco dinero. Después de salir de la finca solamente habia conseguido trabajitos que no pagaban bien y del dinero de liquidacién no quedaban rastros. El s6lo Ilevaba unas pocas monedas en los bolsillos. ;Cudntos afios dedicados a esa final Viajaba con la vergienza del fracasado, con la pena del que ha perdido una batalla, del exiliado, de los fandticos del Licey cuando pierden una serie final en Santiago. Jba mi- rando por la ventana para dejar de pensar. Su cabeza no aguantaba mas preguntas, mas re- primendas, mas lamentos. Noto cémo la yoladora dejé las casas de Moca y se interné en la carretera hacia la auto- pista, pasando por la fabrica de defensas para vehiculos, la factoria de arroz y las cabanas. Record6 sus intentos fallidos de conseguir otro empleo decente en su tierra natal, las entrevis- tas, los rechazos. Revivi6 el velorio de don José, su jefe, su mentor y a quien debia todo. Volvié a respirar el olor a flores de muerto, a saborear el café del velorio. El peso del atatid en el hombro de- recho, la soledad de dejar a un ser querido en la tierra de los muertos. Caras hinchadas de lagrimas, gente que conocié a don José. Ves- tidas de negro, los ojos prenados de lagrimas que escapaban por debajo de Jos grandes len- tes oscuros, vio a las hijas de don José. Escu- ché el panegirico que leyé la menor, sintiendo cada una de las palabras. Lorenzo Vicens De pronto la voladora perdié altura y fre- no de golpe. Con el sacudién Juan regresé a la realidad. El chofer voceé unas maldiciones al chofer del carro que habia frenado de golpe para comprar chicharrones en el cruce de San Francisco de Macoris. Oyé la réfaga de una cancién que no era su realidad... “Buscando visa, la razon de ser; buscando visa para no volver...” Sorprendido miré al chofer y, aunque no le vio pinta de 4-40, agradecié que no fuera un seguidor del reguetén. Experimenté la bajadita antes de entrar a la recta de Bonao, alli estaban los puestos de comida, el nuevo restaurante Tipico Bongo, los camiones estacionados en el badén. Sono con el Wajin del dia en que prepararon cl pri- mer contenedor de exportaci6n. Vio a las mu- jeres trabajando en las mesas, clasificando los aguacates, poniéndolos en cajas, y los hombres cargando cl contenedor. Recordé la sonrisa del patrén, y su orgullo de haber completado otra tarea mas sin ninguna novedad. Recordé lo que gozaba recogiendo frutas con los amigos, las corridas que le daba la vieja Franca y la vez que se cayé de una mata y por poco s¢ mata. Reécordé cuando su abue- Jo lo Hevaba a la vieja mata de aguacate pari- da y le ensefiaba cual escoger. El abuelo fue quien lo ayudé a conseguir su primer trabajo, recogiendo aguacates en la finca de don José, y en esa finca habia echado toda su vida, has- ta llegar a encargado. Vagamente record6 la Aauacates JUAN muerte de sus abuelos en un tiempo ya olvi- dado. Lamenté no haber dedicado mas tiempo a su pequefia finca, a comprarles tierra a los in- felices que no tenian para comer como habian hecho muchos vecinos de él. Lamenté no ha- berla atendido con los empleados de la finca de don José, usar el abono y los equipos de la finca, como le sugerian los demas. Lamenté que nunca se aproveché de que los hijos de don José no querian la finca, sino e! dinero que sacaban para derrochar, aparentando en la capital, compitiendo con los funcionarios y sanguijuelas del gobierno de turno, los ban- queros de moda, los afortunados nuevos ricos, como si en las matas de aguacates crecieran papeletas en vez de hojas. En medio de su lamento, de los latigazos que se propinaba, record6 quién era y rechaz6 esos pensamientos. Recordé su orgullo, su for- macién, su seriedad. Escuché una voz interior que le dijo: Primero muerto que coger lo ajeno. Por més que lo pinten de rosa, eso es robar. No, no, eso no lo haria yo, ni por mis tres hijos. Retomé fuerzas y emergié a la realidad en medio de las plantaciones de arroz a la salida © entrada de Bonao, segtin se vaya o venga. Lo sorprendié con la cantidad de camiones estacionados en cl paseo de la carretera y, buscando una explicacién, leyé el letrero que ofrecia chivo picante. En ese momento recor- d6 un merengue de antano: “A los choferes Lorenzo ViceNns: que guian la guagua de Carolina...” y se dijo jFélix del Rosario. Esos si eran unos merengui- tos ripiaos!” Mientras, en la voladora se escu- chaba una salsa romantica a dos voces, un hombre y una mujer. Nada que ver con sus recuerdos. De vuelta al pasado, sonrié con el recuerdo del dia en que conocié a su mujer, Esperanza. La vio sentada en el escritorio, frente a la m: quina de escribir, la maquina negra Olivetti de teclas redondas donde ella escribia las cartas y telegramas que enviaba don José. Se le infid el pecho de felicidad al recordar el nacimien- to de Maria, su primera hija. En ese entonces era un pichén, con muchos brios y poca cabe- za. Sintid el vaso de jugo de jagua que le cché arriba Juanito en la ropa nueva antes de ir a la iglesia: {Qué muchacho que rendia, tenia més energia que una bateria nueva! Escuché a Esperanza susurrar la falta de otra mens- truacién, la llegada de José, bautizado con el nombre del patron, que tuvo la gentileza de ser cl padrino como testimonio de su agrade- cimiento, aunque Juan nunca lo viera como compadre sino como patrén. El zumbar de las gomas lo trajeron de su mundo encantado y por momentos sintié que habian despegado. Era ese tramo ancho de la autopista, antes de llegar a la Cumbre, don- de los choferes aprovechan y aceleran hasta cl fondo. Subieron, bajaron disminuyendo la velocidad y volvieron a subir pasando frente Auacares Juan a la parada de los quesos de hoja frescos que tanto le gustaban a don José. Vio las matas de naranja y se pregunté qué habia pasado con las pifias que una vez sembraron. Era una compaia americana, con un nombre fa: cil de pronunciar como el de la compania que le compraba los aguacates alla en los paises, que perdicron por culpa de ese mal nacido, bueno para nada, hijo de don José. Le encan- taba inventar, creyendo que sabia, y no sabia de nada. Comenté para si mismo: Una cosa es con guitarra y otra con violin. Los libros dicen muchas cosas que son verdad, pero lo duro es hacer las cosas realidad. Hay gente a quien no le hace bien la universidad, y la formula para quebrar es muy facil de ejecutar. Inmerso en el recuerdo, Juan no extraié cuando giraron a la izquierda esquivando a Villa Altagracia, la amada tierra del cantante que tanto le gustaba a Maria. Ni se dio cuenta de que el pueblo se estaba virando para el lado de la nueva autopista buscando aire a causa de la necesidad. Recordé el dia que vendieron Ia finca al hombre mas ruin de la zona, a ese chupa- sangre, prestamista.y abusador. Escuché sus palabras al pedir su liquidacién después de aguantar casi un afio, y ver cémo Io iban aca~ bando con cuchillito de palo: Usted y yono nos gustamos y esto no va a funcionar. Bisqueme mis chelitos y asi usted hace lo que quiera con esta tierra y su gente. Vio la cara de Esperanza 18, Lorenzo Vicens cuando lleg6 a mitad de la tarde, sin comer, con la camisa empapada de sudor de deambu lar sin rambo, de pensar y pensar. eQué le depararia el destino? ¢Cémo saca- ria adelante a sus hijos? ¢Cudndo los voiveria a ver? Todo trabajo era digno, no importaba lo que fuera. Se preparé hasta para vender chinas en una esquina, mientras no fuera robar. Miré al futuro y no vio nada, sintié un vacio en el alma, un vacio que séio logré sacar invocando a Dios y a la Virgen de la Altagracia, pensando que otros habian pasado cosas peores, como su madre, a la que tnicamente recordaba por Ja fotografia en su cartera, muerta de pena, de desesperanza, después que asesinaron a su marido durante la dictadura de Trujillo, Sin darse cuenta llegaron a las afueras de la capital. Sintié el pesar de los tapones, de tantos carros grandes y pequefios, de camio- nes tan cargados que casi no podian arrancar. Vio los hombres y mujeres vendiendo en las calles. Vio los motores zigzagueando como cu- lebras para adelantar. Respiré hondo y se pre- paré como el que va a caminar en el aire, en el vacio. Sin saber qué le iba a pasar, sonrié al recordar los mufequitos que veia con José en la television, como el del coyote al que vio minar en el aire hasta que se dio cuenta donde estaba y cayo al vacio. Y de repente cambié de cara y se pregunts, ecaeré yo? Entre recuerdo y recuerdo, la voladora ate- rrizé en Ia parada. Juan vio la gran entrada Acuacares Juan del nueve y respird profundamente. Nunca pens6 que a la muerte de don José sus hijos venderian la finca, y menos a ese chupasangre contra quien don José habia Iuchado tanto. En la parada lo estaba esperando su compa- dre Ramén, vestido con un traje de colores. Hola, compadre Ramén, me da gusto ver- le. Y ese disfraz? —saludé Juan, mirandolo de arriba a bajo con una sonrisa en los labios, antes de unirse en un abrazo de hermanos. —Riase, riase que usted también se va a po- ner un disfraz de pingiino en un momento. —respondié Ramén, al tiempo que empuniaba ¢l timén de su motocicleta, Honda C70. —Bueno, eso esta dificil -murmuré Juan con cara de arrevesado. —Montese atras compadre que vamos Iejos. Y asi salieron de la parada conocida como El Nueve y Medio rumbo a La Feria, por la Ave- nida Luperén. Entraron por un portén ancho a un patio donde muchos hombres vestidos de pingiino apresurandose a salir empujaban carritos en forma de pinguinitos. Al final habia una larga fila de hombres con ropa de calle. Ramén le hizo sefias para que se colocara en la fila y fue a decirle al supervisor que le habia traido un hombre de verdad. La fila era larga, pero el tiempo pas6 répidamente, al ritmo del bullicio de las personas que entraban y salian sin ton ni son. Cuando lleg su turno, entré al local don- de habia una mujer sentada a un escritorio Lorenzo Vicens pequefio y un grupo de pupitres donde los hombres que estaban delante de él escribian afanosamente. La mujer lo invité a sentarse cn un pupitre vacio, al mismo tiempo que le pasaba un largo formulario, y le decia: —Por favor, lénelo. Si tiene alguna pregun- ta levante la mano y yo vengo a contestarsela. Tenga su cédula de identidad a mano cuando termine. Juan decidié leer el formulario primero, y luego contestar. Se parecia al que usaban en la finca en los ultimos anos: nombre, cédula, estado civil, lugar de nacimiento, trabajo an- terior, experiencia, recomendado por. Lo com- pleté lo mejor que pudo y se lo pasé a la se- norita. Odiaba este proceso y pensaba que en su caso era un requisito sin sentido, era como tomar los examenes de la escuela primaria de nuevo. Todavia muchos de los hombres que estaban sentados antes que él no habian ter- minado. La sefiorita leyé el formulario répidamente y comenté sin mirarlo: —Parece que sabe leer y escribir apropia- damente, tiene buena experiencia de trabajo y ha sido recomendado por uno de nuestros mejores vendedores. Venga por aqui y déme su cédula para sacarle una copia. La joven se paré y fue a sacar una copia de la cédula, Cuando regres6 con el duplicado, le devolvio la original a Juan y le pidié que pasa- ra a otra oficina, Ya en ella, le dij Acuacates Juan —Siéntese en esta silla un momento hasta que terminen los demas. Le van a dar una ex- plicacién sobre la empresa a los seleccionados, y los detalles para que comiencen hoy mismo. Necesitamos subir las ventas. Juan se senté, preguntandose si ya tenia empleo, “ctan rapido?”. No tenia idea. Le pre- gunté a uno de los hombres que estaban junto a él pero tampoco sabia. Esperaron una hora durante la cual se sumaron seis personas mas. Al rato llegé un hombre con una corbata morada y se presenté: —Mi nombre es Felipe Ramos y tengo que hacerles Ja induccion a la empresa. Ustedes estan contratados, y queremos que comiencen hoy mismo. Trabajan para la compafia lider de ventas de esquimalitos, pingiiinitos como les dicen nuestros clientes. Su salario es por comisién de venta, y el que cumpla la meta tiene un bono 1 hombre siguié explicando el precio de venta, ganancia por unidad, uso de uniforme, cuyo costo es descontado del salario, al igual que cualquier dafio que sutra el carrito. Hablo tantas cosas y tan aprisa que al instante Juan no recordaba nada. Pensd que tendria que pre- guntarle a su compadre. Entré a un vestidor, se quité la ropa que traia puesta y se disirazo de pingiino. Fue a un depésito donde le entrega- ron un carrito leno de los lamados esquimales. Los conté, firmé la hoja donde decia “recibido conforme” y salié rumbo a la intercecci6n de las LorENz0 ViceNs avenidas 27 de Febrero y Abraham Lincoln. No tenia idea de donde quedaba esa esquina, pero record6 el viejo refran que dice: “Preguntando se llega a Roma,” Uno de los compaiieros le dijo que al cruzar el portén doblara a la derecha hasta que encontrara la Loteria Nacional, y que alli preguntara de nuevo. Al salir del portén oy6 un pito y, al volverse, vio a Ramon que lo estaba esperando. —iCompadre, qué bien se ve con su unifor- me, vestido de pingiino! —grité Ramén des- pués de unas carcajadas— Hasta se ve mas joven. —iNo me diga! Y qué bueno que me espero porque no tengo idea de cémo llegar al cruce de la 27 de Febrero con Linvolu. Ademads no sé bien cuanto debo vender, cuanto me gano por unidad y qué hago con los pingiiinitos que queden. Ayademe, compadre, —No se preocupe, esto es mucho mas facil que bregar con esa finca que usted manejaba. Vamos andando que yo le explico con calma por el camino. Y salieron rumbo a la Loteria Nacional, hacia el Este, por la avenida Inde- pendencia. Ramén habia conseguido este trabajo des- pués de que se precipité a dejar su empleo an- terior en un almacén de importacién. Su hijo, Ivan, lo habia pedido para ir a vivir a los pai- ses, y estaba a punto de salirle su residencia; sin embargo, problemas con los documentos lo mantenian varado en Santo Domingo. Aguacates JUAN Entre cuentos y chistes de sus vidas, sin darse cuenta, llegaron a la esquina de la 27 de Febrero con Abraham Lincoln. Respirando profundo y mirando a su alrededor, Ramon anuncio: —Bueno, Juan, ésta es su esquina, una de las mas productivas de la capital Sin apenas notarlo, Juan estaba parado en un cruce de la capital, vestido de pinguino. Nunca antes habia visto tantos carros juntos. Miré a su alrededor, vio la avenida Lincoln con tres carriles repletos de vehiculos hacia el Sur, camino dei mar, y tres igual de Ilenos del otro lado. Hacia el Este, la 27 de Febrero se partia en dos. Siguié girando en camara len- ta, encontré la torre del Bulevar y una nevera de cervezas frias para gigantes. (Qué mas van a inventar! A sus espaldas una gran fila hu- mana acababa de formarse, un grupo de gen- te caminaba por los pasillos que dejaban las grandes colas de vehiculos. Un viejito en silla de ruedas pedia limosna, una mujer con una cajita llena de tarjetas telefonicas, un mucha- cho ofreciendo lentes de todo tipo, un moreno vendiendo aguacates, otro con una mano de guineos; un hombre con un trapo limpiando vidrios, una mujer con los periédicos del dia. Toda esta gente se movia en sentido contrario al flujo de vehiculos que venia. Sintié una gota de sudor que le bajaba por la espalda, un frio que iba de Ja cabeza hasta los pies. Se que- do inmovil, congelado en la acera, en un dia Lorenzo VICENS soleado, templado, con las brisas saladas del Mar Caribe. Observe fijamente el andar y parar de los carros, como si fueran olas del mar. Analizé la conducta de los vendedores ambulantes. Caminaban hacia la cola cuando el transito se detenia, ofreciendo su carga a los chofe- res y pasajeros de carros nuevos y viejos, de yipetas, vehiculos que sustituyeron al jeep y ahora son simbolos de poder; de guaguas grandes y medianas, de los autobuses llama- dos voladoras, de motocicletas, y también a los peatones; @ los agraciados que consiguie- ron un vehiculo de los comunmente lamados. pollitos y garzas por sus colores amarillo 0 planco, esos que dicron los gobiernos de tur- no y a veces hacian de taxis y otras aprove- chaban para conchar, recogiendo pasajeros en cualquier lugar. También presentaba su oferta a los choferes de los camiones que cru- zaban de vez en cuando, llenando de humo negro la calle, ¢ invadiendo los pulmones de los vendedores; a los pasajeros y conductores de los carros milagrosos, verdaderos cadave- res andantes, armados con piezas ajenas y con olor a gas, que no se sabe como pueden circular. Era un flujo de nunca acabar, era terminar para volver a empezar. En el cruce de las avenidas un policia controlaba la tru- lla, con radio en mano y agitando los brazos, mientras las luces del seméforo inttilmente cambiaban de color Acuacates Juan Salié de su trance al oir una voz que lo lamaba: —jJuan! |Compadre! jJuan! —gritaba Ra- mén, moviéndolo de un lado a otro— Qué le pasa compadre? —¢Qué? {Qué pasa? jEstoy bien, compadre!

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