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CAPITULO 2 La conversacién Cémo se comporta Montaigne en la conversacién, ya sea una charla familiar o una discusién mas protocolaria? Lo ex- plica en el capftulo «El arve de la discusién», en el tercer libro de los Ensayos. La discusi6n es el didlogo, la deliberacién. Se presenta como un hombre proclive a aceptar las ideas de los demés, abierto, disponible, y no terco, cabezén y empecinado en sus opiniones: Celebro y acaricio la verdad, sea cual fuere la mano en a cual Ia encuentro;"y me entrego a ella con alegria, y le tiendo mis armas vencidas en cuanto la veo acercarse, Y “con tal de que no se proceda con un semblante demasiado imperiosamente magistral, me complace que me repren- dan, Y me acomodo a los acusadores, a menudo mas por cortijan si se equivoca, Lo que no le gusta son los interlocuto- res artogantes, seguros de s{ mismos, intolerantes. Parece, pues, un hombre honrado, liberal, respetuoso de las ideas, que no pone en ellas ningtin amor propio y no se empefia en tener siempre la tiltima palabra. En suma, no concibe la discusién como un combate en el que se trata de vencer. Sin embargo, enseguida afiade una restricci6n: si cede a los que lo reprenden, es ms por cortesfa que para mejorar, sobre todo si quien lo contradice es engreido. Entonces se inclina, pero sin someter su intima conviccidn. ¢No es eso por su parte una forma de fingir, pese a su constante clogio de la sinceridad? A sus adversarios descarados, e incluso a los otros, tiende a darles la razén sin resistirse, por cortesfa pata que, segiin dice, sigan ilustrdindolo y desengafiéndolo. Hay que rendir las armas al otro —o por lo menos hacérselo creer— para que este no deje de darnos su opinién en el futuro. Sin embargo —prosigue—, es dificil incitar a los hom- bres de estos tiempos a hacerlo, No tienen el valor de co- rregit porque no tienen el valor de soportar ser corregidos. Y hablan siempre con disimulo en presencia unos de otros. Me complace tanto que me juzguen y conozcan, que me resulta casi indiferente de cudl de las dos manetas lo hacen. Mi imaginacién se contradice y se condena tan a menudo, que me da igual que lo haga otro, habida cuenta, sobre todo, que no le concedo a su reprensién sino la autotidad que yo quiero. Pero rompo con aquel que se comporta con tanta arrogancia como alguno que conozco, que lamenta haber dado un consejo si no le hacen caso, y considera una injuria que alguien se resista a seguitle (1380-1381). ria y como eso los humilla, no discuten y cad en sus convicciones. Nueva y iltima vuelta de tuerca: si Montaigne a sus contrincantes, no es solo por urbanidad, pai sus interlocutores a darle la réplica, sino tambi est4 muy seguro de sf mismo, porque sus opinior bles y él mismo se contradice. A Montaigne le gusta la cc diccién, pero se basta solo para llevarse la contraria, detesta mas que nada son las personas dem: que no admiten que no les den la raz6n. Si hay algo que Mon taigne condena cs la petulancia y la fatuidad. CAPITULO 3 Todo se mueve En los Bnsayos, encontrariamos muchisimos pasajes que tratan de la inestabilidad, de la movilidad de las cosas de este mundo, y de la impotencia del hombre pata conocer. Pero ningiino es tan tajante como este, al principio de! capitulo «El atrepentirse», en el tercer libro. En él, Montaigne resume la sabiduria que ha alcanzado, la sabiduria que le ha proporcio- nado la escritura de su libro, Una nueva paradoja: la firmeza en Ja movilidad. Los demés forman al hombre; yo lo refiero, y presento a uno en particular muy mal formado, y al que, si taviera que modelar de nuevo, haria en verdad muy distinto de emo es. Esté ya hecho, Ahora bien, los trazos de mi pintu- ra no son infieles, aunque cambien y varien, El mundo no es mds que un. sees vaivén. Todo se mueve sin descan- a Tierra, las pefias del Céucaso, las pirémides de to— por el movimiento general y por el propio. La Constafictd misma no es otfa cosa que un movimiento mas linguido. No puedo fijar mi objeto. Anda confuso y vaci- Jante debido a una embriaguez natural, Lo atrapo en este y de él (II, 2, 1201-1202} ‘Montaigne empieza, como es frecuente en él, con una pro- fesién de humildad. Su finalidad es pequefia, modesta, No pretende ensefiar una doctrina, a diferencia de casi todos los autores, que quieren instruir, moldear. El se retrata, describe aun hombre. Por otra parte, se presenta como lo contrario de un modelo: esta «muy mal formado», y es demasiado tarde para reformarse. No habrfa, pues, que tomarlo como ejemplo. Y, sin embargo, busca la verdad. Pero es imposible encon- trarla en un mundo tan inestable y turbulento. Todo fluye, como decfa Heréclito. No hay nada sélido bajo el sol, ni las “montafias, ni las pirémides, ni las maravillas de la naturaleza, ni los monumentos edificados por el hombre. El objeto se mueve y el sujeta también, ¢Cémo podria existi Wconoci- ‘miento sélido y fiable? ae Montaigne no niega la verdad, pero duda de que sea acce- sible para el hombre solo. Es un escéptico y ha elegido como divisa «¢Qué sé yo?, y como emblema una halanza. Pero esa no es razén para desesperar. [ No pinto el ser —prosigue—, pinto el trénsito: no el | transito de una edad a otra, 0, como dice el pueblo, de siete | en siete afios, sino dfa a dia, minuto a minuto. Hay que | acomodar mi historia al momento. Acaso cambiaré dentro de poco no solo de fortuna sino también de intenci6n. Esto | cs un registro de acontecimientos diversos y mudables, y de | imaginaciones indecisas y, en algiin caso, contrarias, bien | porque yo mismo soy distinto, bien porque abordo los ob- Getos por otras circunstancias y consideraciones (1202). lo habré cambiado, y los Ensayos, que son el registto de lo que le ocurre y | piensa, Montaigne se limita a hablar de hasta qué p bia todo con el tiempo. Es un relativista. Se puede cluso de «perspectivismo»: en cada momento, tengo un to de vista distinto sobre el mundo. Mi identidad es in: Montaigne no encontré un «punto fijo», pero nunca di buscatto.~~ “Hay una imagen que nos describe su relacién con do: la equitacién, el caballo encima del cual el cabal tiene el equilibrio, su punto de apoyo precario, La decir la base, como dice Montaigne. El mundo se mueve, me muevo: soy yo quien debo encontrar mi punto de en el mundo. CAPITULO 6 La balanza Montaigne es un magistrado; ha recibido una fc de jutista y es muy sensible a la ambigiiedad de los textos todos los textos, no solo de las leyes, sino también « su sentido, nos alejan cada vez més de él. FE nosotros, multiplicamos las capas de coment su verdad cada vez més inaccesible, Montai en la «Apologia de Ramén Sibiuda»: Nuestro lenguaje como todo lo dem: UN VERANO CON MONTAIGNE. Como hombre del Renacimiento, Montaigne ironiza so- re la tradicién medieval que ha acumulado las glosas, que belais compara con excrementos, faeces literarum. Defien- | de un zetomo a los autores, alos textos originales de Platén, | Pltarco y Séneca. Pero eso no es todo, A su parecer, todas las perturbacio- nes del mundo —procesos y guerras, litigios privados y publi- cos— son debidas a malentendidos sobre el sentido de las palabras, incluso el conflicto que desgarra a catdlicos y pro- testantes. Montaigne lo reduce a una disputa sobre el sentido de la sflaba boc. En el sacramento de la Eucaristia, «Hoc est enim corpus meum, Hoc est enim calix sanguinis mei>, Jesuctisto. Y repite el cura: «Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre». Segtin la doctrina de la transubstanciacién, o de la presencia real, el pan y el vino se convierten en carne de Cris- 10. Pero los calvinistas se contentan con afitmar la presencia espititual de Cristo en el pan y el vino, ¢Qué piensa de ello Montaigne, que reduce la Reforma a una disputa semédntica? No lo sabemos, y se guarda para él su intima conviecin. ‘Tomemos la inferencia que la Légica misma nos presen- te como la més clara. Si dices «Hace buen tiempo» y dices laverdad, entonces hace buen tiempo. No es esta una for ma segura de lenguaje? Con todo, nos engafiard. Para ver que es asf, sigamos el modelo. Si dices «Miento» y dices la verdad, entonces estas mintiendo. Bl arte, la raz6n, la fuer- LA BALANZA Si es mentira, es verdad», Montaigne es un discipulo de | rr6n, el filésofo gtiego partidario de «suspender el juicio» como tinica conclusién Iégica de la duda. Pero, mas radi atin, incluso discute la formula «Yo dudo», pues si digo dudo, de eso no dudo: «Veo que los filésofos pirrénicos pueden expresar su concepcién general con ninguna clase «le lenguaje» (782), Montaigne ha encontrado el nuevo lenguaje form su propia divisa bajo la forma de una pregunta, no afirmacién: «Esta fantasia se entiende con mayor segu por medio de una interrogacién: “gQué sé yo?”, tal evo en la divisa de una balanza» (782). La balanza en eq brio representa su perplejidad, su resistencia o su dad de elegis. CAPITULO 10 Las pesadillas ¢Por qué se puso Montaigne a escribir los Ensayos? Lo explica en un pequefio capitulo del primer libro, «La ociosi- lad», donde describe los contratiempos que suftié después de retirarse en 1571: Recientemente me retiré a mi casa, decidido a no hacer otra cosa, en la medida de mis fuerzas, que pasar descansa- do y apartado la poca vida que me resta, Se me antojaba que no podia hacerle mayor favor a mi espititu que dejatlo conversar en completa ociosidad consigo mismo, y dete- nerse y fijarse en él. Esperaba que, a partir de entonces, podria lograrlo con mas facilidad, pues con el tiempo se vuelto mas grave y mas maduro. Pero veo, «variam semper dant otia menten» [ala ociosidad vuelve siempre el « inestable», Lucano], que, al contrario, como un cien veces més fuerza a la por otros, Y me 46 UN VERANO CON MONTAIGNE empezado a llevar un registro de ellos, esperando causarle con el tiempo vergiienza a sf mismo (I, 8, 44-45) Montaigne cuenta el origen de los Ensayos, después de renunciar a su cargo de consejero en el Parlamento de Bur- deos, a la edad de treinta y ocho afios. Aspiraba, segiin el modelo antiguo, a un reposo estudioso, al ocio literario, al otium studiosum, para encontrarse a si mismo, para conocer- se. Como Cicerén, Montaigne cree que el hombre no es real- mente él mismo en la vida piblica, el mundo y la profesién, sino en la soledad, la meditacién y Ia lectura. Al colocar la vida contemplativa por encima de la vida activa, todavia no es uno de esos modernos que consideraran que el hombre se realiza en sus actividades, en el negocio (negotium), es decir en la negacién del ocio (ot#um). Esa ética moderna del traba- jo estuvo ligada al auge del protestantismo, y el otitum perdié su valor supremo para convertirse en sinénimo de pereza. Ahora bien, equé dice Montaigne? Que en la soledad, en vez de encontrar el punto fijo y la serenidad, encontré la an- gustia y la preocupacién. Esa enfermedad espirivual es la me- lancolia 0 acedia, la depresién que se apoderaba de los mon- jes ala hora de la siesta, la de la tentaci6n. WMomaigns exeiugue los aiicele ag8habten gueredadly gore no, su espfritu se agita en vez de concentrarse, es como el «caballo desbocado», segtin su bella imagen, que corre en todos los sentidos y se dispersa més que en la época en que su cargo de magistrado lo agobiaba. En lugar de la paz esperada, LAS PESADILLAS 47 Se inventé la escritura como un remedio, 0 sea, com forma de calmar la angustia, de aplacar a sus demonios taigne decidié anotar lag especulaciones que le pasaban p cabeza, llevar un registro de ellas, como él dice. Us: 7 é no juridico mettre en role. El role (el registro) es el lil yor-de_las-entradas y salidas. Montaigne decidié eve cuentas de sus pensamientos y sus delitios, para pon en ellos y recuperar el control de si mismo. En definitiva, al buscar la sabiduria en la sole taigne roz6 la locura. Se salvé, curado de sus fantasmas y cinaciones, anotandolos. La escritura de los Ensayo: porcioné el control de sf mismo. CAPITULO 11 La buena fe En el momento de publicar los dos primeros libros de Ensayos, en 1580, Montaigne antepuso, segiin la costumbire, un importante aviso «Al lector»: Este es un libro de buena fe, Te advierte desd 50 UN VERANO CON MONTAIGNE dispensable de todas las relaciones humanas. Se trata de la fides latina, que significa no solo la fe, sino también la fideli- dad, es decir el respeto a la palabra dada, que es la base de toda confianza. Fe, fidelidad, confianza y también confiden- cia forman un todo: representan mi compromiso con el otto, como cuando doy mi palabra, como cuando me comprometo a mantener la palabra dada, Y la buena fe, la bona fides que promete Montaigne, es la ausencia de malicia, de astucia, de mascara, de engajio, de fraude; en definitiva es la honestidad, la lealtad y la garantia de conformidad entre la apariencia y el ser, la camisa y la piel. En el hombre de buena fe, en el libro de buena fe, podemos confiar, no nos engafiaré. ‘Montaigne quiere establecer con su lector una relacién de confianza, tal como se ha compottado siempre en la vida, en la accién, Ahora bien, en el fondo de una telacién de confian- za sté a ausencia de interés, la gratuidad, Montaigne no pre- tende ni instruir_a su lector, ni erigir su propio monumento con un libro que no esta destinado a salir del circulo de los més allegados: «lo he dedicado al interés particular de mis parientes y amigos» (5), dice, para que lo recuerden después de su muerte y puedan encontrarse con él en su libro, Por eso se presenta sin adornos: Si hubiese sido para buscar el favor del mundo, me ha- bria adornado mejor, con bellezas postizas. Quicto que me vean en mi manera de ser simple, natural y comin, sin es- tudio ni artificio. Porque me pinto a mi mismo (5). LA BUENA FE 5 El libro se presenta como un autorretrato, pese a que no era este el proyecto inicial de Montaigne cuando se retiré a sus tierras, No se describe en los capftulos més antiguos, pero poco a poco va derivando hacia el estudio de si mismo como condicion de la sabidurfa, y luego a la descripci6n de si mis mo como condicién para conocerse. La exigencia del auto rretrato es la forma que adopté para él la instrucci6n de $6 crates: «Condcete a ti mismon. "Pero sie libro Fue un ejercicio espiritual, una especi examen de conciencia, si no aspira ni ala gloria del auto! Jainstruccién del lector, equé necesidad hay de hacerlo 5 co, de entregirselo al lector? Montaigne lo admite: «A tor, soy yo mismo la materia de mi libro; no es razonable emplees tu tiempo en un asunto tan frivolo y tan vano» (5-6) Finge ahuyentar al lector, lo provoca: pasa de largo, no das el tiempo Teyéndome, Sabe que no hay mejor mane! tentarlo, CAPITULO 16 El amigo Lo més importante en la vida de Montaigne fue conocer a Etienne de La Boétie en 1558 y la amistad que los unié desde entonces hasta la muerte de La Boétie en 1563. Unos afios de intimidad, y luego una pérdida de la que Montaigne no se recuperé jamés. En una larga y conmovedora carta a su pa- dre, Montaigne cuenta la agonia de su amigo. Més tarde, el primer libro de los Ersayos fue concebido como un monu- mento al amigo desaparecido, cuyo Discurso de la servidum- bre voluntaria debia hallarse en el centro, en el «lugar mas bello», y las paginas de Montaigne no habrian sido mas que 4 Y A V ‘cos», es decir pinturas decorativas destinadas a real- obra maestra (I, 27, 240). Si tuvo que renunciar a ese nyecto fue porque el discurso de La Boétie —su alegato a libertad y contra los tiranos— se publics como . Montaigne lo sustituyé por un elogio de 70 UN VERANO CON MONTAIGNE si6n o ventaja a cuyo propésito nuestras almas se unen. En Ja amistad de que yo hablo, se mezclan y confunden entre s{con una mixtura tan completa, que borran y no vuel- ven a encontrar ya la costura que las ha unido. Si me ins- tan a decit por qué le queria, siento que no puede expre- sarse mas que respondiendo: porque era él, porque era yo (I, 27, 250). Montaigne contrapone la amistad, mas templada y cons- tante, al amor por las mujeres, més febril y voluble; también la distingue del matrimonio, asimilado a un pacto que restrin- ge la libertad y la igualdad. Esa desconfianza respecto a las mujeres la encontraremos de nuevo en «Las tres relaciones», donde compara el amor y la amistad con la lectura. La amis- tad es para él el tinico lazo verdaderamente libre entre dos individuos, un lazo inconcebible bajo una tiranfa. Es un sen- timiento sublime, al menos no la amistad corriente sino la amistad ideal, que une dos grandes almas hasta el punto de que ya no se distinguen la una de la otra. Para Montaigne hay un misterio inexplicable en su amis- tad con La Boétie: «porque era él, porque era yo». Montaigne tardé mucho en acufiar esta f6rmula memorable, que no figu- ran las ediciones de 1580 y 1588 de los Ensayos, que se de- tenfan en la constatacién del enigma. Primero afiadié al mar- gen desu ejemplar de los Ensayos «porque era éb», y luego, en ‘un segundo tiempo y con otra tinta, «porque era yo». Asi es como intenta explicar su flechazo: EL AMIGO n gue las noticias mismas comportaban, creo que por mandato del cielo, Nos abrazabamos a través de nu nombres. ¥ en el primer encuentro, que se prod azar en una gran fiesta y reunién ciudadana, nos 1 mos tan unidos, tan conocidos, tan ligados entre no: que desde entonces nada nos fue tan ptéximo como al otro (250-251). Montaigne y La Boétie estaban predestinados el unc otro antes de conocerse, Sin duda Montaigne idealiza s tad. Mucho més tarde, pensando manifiestamente en reconocerd que no habria escrito los Ensayos de haber con servado a un amigo a quien escribir cartas (I, 39, 343). debemos los Ensayos a La Boétie, primero a su pr luego a su ausencia, CAPITULO 33 Contra el artificio En los Ensayos, Montaigne da muestras de una ason libertad de escritura. Rechaza las reglas del arte de que ha aprendido en la escucla; defiende un estilo de: doy suelto, que analiza en el capitulo —, Montaigne opone la elocucién militar de Julio César, su estilo entrecortado, conciso, de frases cor- tas y abruptas, no de periodos. Pero Montaigne tiene en mente otro modelo més reciente, que ha encontrado en una obra de moda, El libro del cortesa. to de Baldassare Castiglione, publicado en 1528: slo que en italiano ve Ima I spreczatura, la soltar 0 CONTRA EL ARTIFICIO 39 capa sobre el hombro, una media floja—, que manifiesta un orgullo desdefioso de ornamentos extrafios y despreo: cupado por el arte. Pero me parece atin mejor empleado la forma de hablar. La afectacién, en especial en la ale; y libertad francesa, cuadra mal con el cortesano. Y, en ut monarquia, todo gentilhombre debe formarse se; ducta del cortesano. Por eso hacemos bien en deca un poco hacia lo natural y desdefioso (224-225). Elestilo de Montaigne es esto: una capa sobre el hom! un manto a la bandolera, una media floja; es el colmo del que se confunde con lo natural, CAPITULO 38 La docta ignorancia Hacia el final del primer libro de los Ensayos, al p pio del capitulo «Demécrito y Heraclito» —el filésofo rie y el filésofo que llora, dos maneras de expresar lo r lo de la condicién humana—, Montaigne hace un rest de su método: «Aprovecho cualquier argumento uc presenta la fortuna. Para mi son igualmente buenos. Y més me propongo tratarlos por entero» (I, 50, 437) palabras: «Cualquier argumento me resulta igt til» (IIL, 5, 1309). La meditacién de Montaigne puede partir de observacién, lectura o encuentro fortuito. Por eso tanto viajar, especialmente, como hemos visto, f Ilo, que es cuando mejor le vienen las ideas, suspendidas por el movimiento de las cosas y de el hilo de un pensamiento durante rato, hiego lo a por otto, pero no importa, porque todo me rcloldy 158 UN VERANO CON MONTAIGNE Porque no veo el todo en nada. Tampoco lo ven quie- nes prometen que nos lo hardin ver. De los cien elementos y aspectos que tiene cada cosa, tomo uno, a veces solo para rozarlo, a veces para tocarlo levemente, y, en ocasiones, para pellizcarlo hasta el huesa. Hago un avance en él, no con la maxima extensién sino con Ja maxima hondura de gue soy capaz. Y, las més de las veces, me gusta cogerlos por algtin lado insélito (I, 50, 437). Esta vez, tras publicar los Ensayos, Montaigne es més ta- jante: los que pretenden llegar al fondo de las cosas, dice, nos engafian, pues al hombre no le es dado conocer el fondo de las cosas. Y la diversidad del mundo es tan grande que todo saber es frégil, se reduce a una opinién. «Las cosas tie- nen cien miembros y cien caras.» «Su caracteristica més uni- versal es la diversidad» (Il, 37, 1176). De forma que a lo maximo que puedo aspirar ¢s a iluminar alguno de sus as- pectos. Montaigne multiplica los puntos de vista, se contra- dice, pero es porque el mundo mismo esta lleno de paradojas ¢ incoherencias. ‘Me arriesgatia a tratar a fondo alguna materia si me co- nocieta menos y me engafiase sobre mi incapacidad. Es- parciendo una frase por aqui, otra por alli —muestras des- prendidas de su pieza, separadas, sin propésito ni prome- sa—,no estoy obligado a tratarlas en serio, nia mantenerme yo mismo en ellas, sin variar cuando se me antoje ni retor- nat a la duda y a la incertidumbre, y a mi forma maestra, que es la ignorancia (1, 50, 437). LA DOCTA IGNORANCIA 1 verdad, en serio, de una forma definitiva, sino siguiendo capticho de cada momento, contradiciéndose a veces, 0 pendiendo el juicio si la materia no se puede tratar o dec como la brujeria. EI pasaje, el afiadido, concluye con un elogio de rancia, «mi forma maestra», Pero, atencién, esa igno: que es la leccién final de los Ensayos, no es la ignoranci mitiva, «la estulticia y la ignorancia» de quien se nie; nocer, de quien no intenta saber, sino la docta igno que ha pasado por los saberes y se ha dado cuen siempre eran tan solo saberes a medias. En el mundo 1 nada peor que los medio cultos, como dita Pa creen saber. La ignorancia que Montaigne ensal7: crates, que sabe que no sabe nada; «el grado ext feccién y de dificultad», que coincide con «la pu impresi6n e ignorancia de la naturaleza» (III, 12, 157

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