You are on page 1of 49
© 2020, Sivia ScHUSER © De esta edicién: 2020, EDICIONES SANTILLANA S.A, ‘Av. Leandro N. Alem 720 (CLOOLAAP) Ciudad Auténoma de Buenos Aires, Argentina ISBN: 978-950-46-5918-1 Hecho el depésito que marca la Ley 11.723 Impreso en Argentina. Printed in Argentina Primera edicién: febrero de 2020 Direccién editorial: Manta FERNANDA MAQUIEIRA Bdicién: Lucia Acuirre- Laura JUNOWICZ Tustraciones: O'KIF Direccién de Arte: Jos CRESPO Y Rosa Manin Proyecto grafico: MARISOL DB BURGO, RuséN CHUMILLAS Y JULIA ORTEGA Schujer, Silvia El érbol de los ruidos y las nueces / Silvia Schujer ;ilustrado por O'Kit. = aed. - Ciudad Auténoma de Buenos Aires : Santillana, 2020. 104 p. sil. ;20 x 14 cm. ISBN 978-950-46-5918-1 1. Literatura Argentina, 2. Historia Argentina para Nios. 3. Narrativa Infantil y Juvenil Argentina. I. O'Kif, ius. I. Titulo, DD A863.9282 Todos los derechos reservados. Esta publicacién no puede ser reproducida, nien todoni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperacién de informacién, en ningura forma ni por ningiin medio, sea mecinico, fotoquimico, electrénico, magnético, electrodptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial, ESTA PRIMERA EDICION DE 10.000 BJEMPLARES SE TERMINO DE IMPRIMIR EN EL MES DE FEBRERO DE 2020 EN GAL", AYOLAS 494, CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES, REPUBLICA ARGENTINA. El arbol de los ruidos y las nueces Silvia Schujer Ilustraciones de O’Kif loqueleo La punta del ovillo (donde todo empieza) —jLo ayudo? —2A qué, m’hija? —A empacar, a qué va a ser. —Y para qué, si yo de aca no me pienso mover. —Ah, gno? —No. —{Sabe lo que es usté? Un cabeza de tronco. —éTronco de pino o de lapacho? gDe que- bracho o de nogal? De ceibo, de sauce, de laurel o chafiar...? —No haga el gracioso quiere? —{Gracioso? Estoy hablando en serio, Escofina. —Si, muy en serio. ;Asi que se va a quedar acd para que lo achuren? —Nadie se las va a agarrar conmigo. —jPor qué? {Tiene coronita? —jCruz diablo! Coronita tienen los reyes. Y los reyes son de los realistas. —Bueno, como le digo entonces. Prepdrese que esta noche nos vamos. Todos nos vamos, gentiende? E] ejército realista esté acd noms. Y ya escuché la orden del Belgrano ese. Hay que dejar la ciudad pelada: sin animales, sin plan- tas, sin personas. Si es posible, sin nubes. Seca. Refrita. Chamuscada. Con nada de nada para que los malditos godos no tengan qué tomar ni qué comer ni dénde descansar las patas. —Ya sé, m’hija. Ya lo escuché, y esta muy bien. Lo andan repitiendo por la calle cada media hora, pero yo no me voy. —Entonces lo van a achurar, lo van a hacer picadillo. —No, mhija. Estese tranquila. Conmigo no se van a meter. —Con usté solo, no. Van a prender fuego todo lo que quede. —Y bueno, seré... —zQué es lo que sera? —Que usté se va ir con la caravana (ya esta bastante grandecita para cuidarse sola) y yo me voy a quedar. —Pero jgpor qué?! Expliqueme por qué. —Porque no puedo hacer otra cosa. {Quién soy yo sin mis Arboles, sin el valle, sin la madera de donde salen mis criaturas? —Su unica criatura soy yo, padre. —Usté y mis figuras talladas... —Ah si, viejo loco? ;Me compara con mufiecos de madera? —Lo de loco puede ser, pero viejo... —Viejo, si. Y de tan viejo, cabeza dura. —Basta, Escofina. Esta muy insolente. Yo no la he criado asi. —Y usté esta muy tuerco. —Terco. —Tuerco. —Terco, se dice. —Terco, tuerco, torcido, tosco y malo, qué mas da. —Al final, para lo impertinente que ha resultado, mejor ni hubiera... —Ni hubiera gqué? —Nada, nada. —Mejor ni hubiera qué, padre? Digalé, de una vez. ¢Mejor no hubiera abierto la puerta ese dia de hace doce afios? {Mejor no me hubie- ra encontrado abandonada ahi, en la canasta? éMejor me hubiera llevado al convento para que me criaran las monjas? Mejor me hubiera tirado al rio en vez de cuidarme como a su...? —jNo dije eso, Escofina! No sea escanda- losa, muchacha, que asi se pone Esco-fea. k —Pero iba a decirlo, recondézcalo. —,Qué tengo que reconocer? Si estoy més que agradecido de haberla encontrado y criado como a una hija. Y por eso, porque soy su padre, le ordeno: usté se va con don Belgrano igual que el resto de la poblacién. Se lleva la mula y todo lo que queda del rancho. —jNO y no! —jSi y si! Las gallinas ya las entregué al ejército y lo que dio la huerta también. Ni una papa quedé. Ni una lechuga. Ni un mi- sero ajo. Lo tinico que se queda soy yo y ni una palabra mas. i@Pero por qué?! —Porque a mi me crecieron raices deba- jo de los pies. Como a los Arboles. Porque yo aqui naci y aqui me pienso morir... —Si usté se queda, yo también me quedo. —Usté se va, como le ordeno. Y no se retobe més que para eso sobran las mulas. 10 Eso fue lo ultimo que dijo Hermésimo Cayo antes de sacar de un cajén su talla fa- vorita y apoyarla sobre la mesa de trabajo. Era una lechuza del tamafio de una mano, nacida en la madera de un nogal. El artista agarré un hacha mediana y de un golpe seco y certero partié a la lechuza por el medio. Una de las mitades se la dio a Escofina, la otra se la guardé para él. —Cerca 0 lejos, m’hijita, siempre vamos a ser uno. Y nos iremos buscando hasta que nuestras mitades se encuentren. —Si usté no se va, yo tampoco —dijo ella. Devolvié su mitad de lechuza y salié corriendo del rancho. Buena madera Hermésimo Cayo era el mejor artesano del mundo y sus alrededores. También de San Salvador de Jujuy. Su arte consistia en apro- vechar las formas naturales de los troncos, Jas ramas y las cortezas descartadas por los Arboles y, a fuerza de cavar, carcomer y pulir, crear esculturas de madera originales. Répli- cas en miniatura de muebles, instrumentos musicales, bichos, personas y hasta escenas completas de la pulperia. De esto vivia Hermésimo Cayo. De tallar la madera y de cambiar sus obras por dinero 0 por mercaderias. Casi un zoolégico comple- to con piezas de pino y de roble habia pagado 3 14 por un buen poncho para Escofina. Y aunque para asegurarse el alimento cultivaba al- gunas verduras en el terreno que rodeaba su vivienda, lo que él més disfrutaba de la vida y por lo que més lo valoraban en el pue- blo era por su arte de tallar madera. Y por su extrafio cardcter (a veces muy solitario), a pesar del cual habia criado a esa cachorra humana que alguien le habia dejado hacia ya doce afios en la puerta de su rancho. En una canasta y sin siquiera una palabra con la cual nombrarla. Muchos en el pueblo recordaban a Hermésimo en aquellos primeros dias de la crianza. Tan poco tiempo le dejaba-ese bicho lorador (como él Ilamaba a la bebé que le habian regalado) que ni para quejarse le que- daban fuerzas. Le daba y le daba a la madera, pero en- tonces como carpintero: hizo una cuna, una mesa, un corralito, banquetas y hasta mufiecas para esa criatura a la que, de puro apuro, llamé “Gubia’, el nombre de una herramien- ta. Porque asi fue como Hermésimo bautizo ala nena por primera vez: Gubia. Que no es otra cosa que una especie de cuchara para socavar la madera. Fue Alcira, una curandera con la que el artesano cada tanto estaba de novio, la que lo convencié de que le pusiera otro nombre, uno més verdadero. Y Hermésimo, que no sabia mucho de mujeres (y tampoco de nombres), volvié a pensar en sus herramientas: “Escofina -dijo entonces— que es un cepillito pulidor, pero suena como Josefina’. Y asi quedé para siempre: Escofina. La Escofina de Hermésimo Cayo. Ahora, mientras todo el vecindario se preparaba para abandonar la ciudad y de- jar tierra muerta a los realistas, Hermésimo 15 > rl [ll Cayo cargaba el mate con la poca yerba que | Escofina le quedaba y ponia una pavita al fuego. Brala mafiana del 22 de agosto de 1812 y hacia un frio de los mil demonios. 16 Mientras Hermésimo preparaba el mate en 17 silencio, Escofina Ioraba a moco suelto arrebujada sobre una rama alta del viejisimo nogal. El que estaba justo a la entrada del rancho. Sabfa por qué era necesario abandonar la ciudad, lo tenia clarisimo. Comprendia por qué Belgrano ordenaba la retirada de los jujefios. Entendia perfectamente la raz6n por la cual, una vez que se iniciara la mar- cha, se procederia a incendiar todo lo que hubiera quedado en las casas y en las calles. Incluso a las personas. Lo que no podia era soportarlo. TT), “Pero es logico -hablaba en voz alta-. Si el pobladores, tampoco ella se iria. Asi que si 18 ejército enemigo tiene tantos mas soldados y armas que el nuestro, no hay otra manera de enfrentarlo. Lo mejor -se repetia hasta con- vencerse- es que los godos al pisar esta tierra se mueran de hambre y de sed”. Si, Escofina lo entendia todo. Y le parecia mis que justo sacarse de encima a los espa- fioles. Hermésimo se lo habia explicado con lujo de detalles. Que no estaba bien, le decia siempre, que del otro lado del océano alguien decidiera cémo habia que vivir de este lado. Y encima —repetia— que se llevaran las rique- zas para su rey y aqui solo dejaran migajas. La cuestién es que igual -esto pensaba ahora Escofina, sobre la rama del Arbol- el cabeza de alcornoque de su padre habia de- cidido desobedecer la orden de Belgrano y ella su hija- lo haria también: si Hermosimo no abandonaba Jujuy con el resto de los habia que morirse achurada, se moria achu- _rada con él. 19 Las lavanderas En eso estaba Escofina cuando las tres her- manas Moreno pasaron por el frente de su rancho y la vieron escondida entre las ramas del Arbol. Llevaban sobre sus cabezas canas- tos con ropa limpia que cargaban desde el rio Xibi Xibi, adonde -como siempre- habian ido a lavar. Pero esta vez ~y apuradas- sus pro- pios vestidos, los que habrian de Ievarse en la mudanza. Las tres hermanas eran lavan- deras y adoraban a Escofina que, desde muy chica, se habia hecho la costumbre de acom- pafiarlas a la orilla del rio, cebarles unos mates y ayudarlas a escurrir y a extender al- gunas prendas sobre las piedras que tenian 21 asignadas. Asignadas para ellas, si, las Moreno. Porque las lavanderas del Xibi Xibi eran mu- chas. Todas mujeres fuertes -de brazos y de cardcter- que dia tras dia se acomodaban en una ronda amplia a la orilla del rio. Cada una con su porcién de agua para lavar y sus propias piedras donde poner ropa a secar. Aun asi, discutian por cualquier pavada. Ya veces hasta con cierta violencia. Enojadas, las Javanderas eran muy capaces de echarse unas a otras el agua enjabonada a la cara. Fuera de eso se llevaban bien: compartian los chimentos de la hora, se contaban las noticias, se daban consejos y, sobre todas las cosas, se mataban de risa inventando cantitos picantes cada vez que entre la ropa de sus patrones aparecian calzones, camisetas y otras prendas intimas. Ay qué patitas peludas -se divertian can- tando— las de la dora y el don que descansa, ensucia, come y __ jamds se lava un calzén. 6 Ay qué patitas peludas-seguian cantando-. 23 _ jQué camisén apestoso! Tan sucio y deshilachado que parece ropa de oso. Ay qué prenda mofletuda. Qué calzén de barrigén: para tamatio trasero no alcanza con un jabon. —{Qué te anda pasando, Escofina? —arran- 6 Suluna, la mayor de las Moreno. —Que van a matarme —susurr6 Escofina desde la rama del Arbol. 24 —¢Quién va a matarte? ;Por qué? —hablé ahora Aurora, la Moreno del medio. —A padre y a mi vaa matarnos el ejército. — jDe qué estas hablandol, si cuando lle- guen los godos ya ni vamos a estar —intervino Azulin, la Moreno mas joven y mas intima amiga de Escofina. —Por eso —dijo Escofina—. Porque Hermésimo piensa quedarse. —Quedarse? Pero... jgpor qué?! —Porque dice que tiene raices, —iiigRaices?!!! —Si, en los pies, como las plantas. Yquesin sus hermanos, los 4rboles, él ni sabe quién es. —Siempre fue medio loco don Cayo, no le sigas la corriente. —Pero es que habla muy en serio. Y es mi unico papa. Se hizo silencio. Un silencio encapotado que nublé el paisaje. —No voy a dejarte, Escofina —se planté Azulin—. Si no vas, yo no voy y aqui me quedo también. —Apoyé su carga de ropa fresca sobre la tierra y se trepé al viejo nogal para sentarse junto a su compafiera de juegos. —jLo que faltaba! —se quejé ahora Aurora. —jVamos! ;Bajen! —ordené Suluna. __ —Yo no —contesté Escofina. _ —Yo tampoco —la imité Azulin. —(Bajen ya mismo, gurisas! —insistis la mayor de las Moreno—. {Tengo una idea que no va a fallar! —probé convencerlas. Lo que Suluna tenia, en verdad, no era una idea, sino una urgencia. Necesitaba que las chicas bajaran del Arbol para volver Pronto a su rancho y terminar de empacar los bartulos. Hacia rato vivia sola con sus hermanas menores y se ocupaba de ellas. La salida de Jujuy era una pesadilla, sin duda. 25 26 Pero no habia otra solucién. Y ademas era inminente. Arrancarian esa madrugada, no habia tiempo que despilfarrar. —jR4pido! jApuren! —repitio con impe- tu misterioso y jovial—. {Que la idea tiene alas y se me va air volando! Y sin mirar atrés empez6 a caminar rum- bo a su casa completamente segura de que no bien iniciara la marcha, las chicas —por curiosidad- correrian tras ella. Error. A los pocos metros se dio cuenta de que la inica que la escoltaba era Aurora y que, detras de Aurora, pero desde bastante mas lejos, el que le hacia sefias y se acercaba era Tertulio, su novio. De pura casualidad el muchacho habia tenido que entregar un recado en esa zona y ahora andaba por ahi acarreando una mula. Suluna dio media vuelta -Aurora con ella-, volvid sobre sus pasos enojada, apoyé gu canasto sobre la tierra y, bajo la copa del Arbol (del nogal del rancho de don Hermésimo yo), Se quité el rebozo y se arremango la a. _ —jYa van a ver, mocosas del demonio! Eso dijo y empez6 a trepar. O, mejor dicho, intentarlo: su cuerpo era mucho mas pesa- que el de Azulin y el de Escofina juntas que cada vez que pisaba los accidentes del tronco que a las chicas les habian servido de escalones, a ella se le resbalaba el pie. O el escalén se rompia y la depositaba en el suelo. De cola, como un payaso en el circo. El espectaculo era tan desopilante que lo tinico que consiguié Suluna con su amenaza fue que todos se rieran de ella a pata suelta, incluido Tertulio, que ya habia Ilegado hasta el nogal del rancho y de la risa no podia decir ni buenos dias. 27 —No te rias, Tertulio —lo reté Suluna—, que la situacién es muy grave. Yes que, apenas aflojé el alboroto, mientras anunciaba una y otra vez que si su hermana se quedaba, ella tampoco se iba de Jujuy, Aurora —la Moreno del medio- anud6 la ropa limpia de su canasto hasta convertirla en una cuerda, arrojé una de las puntas a donde es- taban las chicas, les pidié que la ataran fuerte a una rama y trepé a la copa del Arbol como una acrébata profesional. Suluna y Tertulio (como en una comedia musical) BY yo qué voy a hacer? —Se abrazé Suluna 31 ertulio. Y empezaron una de esas conver- -_ en las que hablaban en verso. __ —jNo te entiendo, mujer! —contesté su novio—. Hay solo una cosa que se puede hacer. _ —&éY qué es? —Abandonar la ciudad. —Vaya novedad. —Quemar lo que ya no hace falta. —Y rumbear a Cordoba por Salta. —Y que los godos se mueran de hambre. Y que los godos se mueran de sed. —Lo sé, mi Tertulio, lo sé. —Entonces, burbujita de jabon? —Que si mis hermanas no vienen, tampoco de aqui me voy yo. Se hizo un nuevo silencio. Uno que duré el tiempo justo para que Tertulio lo entendiera todo. O casi todo, que es bastante parecido. Asi que de pronto, envalentonado, hizo de su cuerpo una escalera humana. Como en la escena mas romantica de una opereta, el ca- ballero puso una rodilla en el piso y la otra pierna la volvié escalén. Al pisarlo, Suluna logro elevarse del suelo, abrazarse al tronco del Arbol y rapido, antes de resbalarse, apo- yar los pies sobre los hombros de su amado. De este modo, la mayor de las Moreno leg6 a la primera rama fornida del nogal y, ayudada ahora por Aurora, acomodé su corpulencia. Fue en esa rama donde supo que se jugaria su destino. Fue en esa rama donde pensé que, si no las convencia de que se bajaran, moriria achurada junto a sus hermanas. Fue en esa rama desde donde vio c6mo Tertulio se alejaba de la escena a gran velocidad, tirando fuerte de la mula para que apurara el paso. La Tacita de Plata lio era el segundo y ultimo hijo de los le, los duefios de la pulperia. El primero su hermano Segundo, cosa que a veces confundia un poco. Tertulio y Segundo vi- yian con sus padres en un rancho pegado al negocio. La pulperia de los Delvalle era la mas concurrida y famosa de la zona. La Tacita de Plata se llamaba. A la mariana, la atendia Felisa despachando mayormente productos de almacén o de ferreteria. A la tarde y has- tael cierre, Frondoso servia bebidas fuertes para los parroquianos. Tertulio y Segundo ayudaban si no habia mas remedio y el resto del tiempo reparaban mulas: las ponian en 36 condiciones para los viajeros. Como en un taller mecAnico, pero veterinario. Mas de una vez los hermanos habian in- tentado alistarse en el ejército de don Manuel (como le decian a Belgrano), pero por un de- fecto en la vista con el que ambos habian nacido, nunca fueron reclutados. No para la batalla. Tertulio y Segundo veian todo en blanco y negro, y eso, en combate, podia ser decisivo. Fuera de ese trastorno, la vida de los Delvalle transcurria en paz. Hasta aquel 22 de agosto de 1812 en que, a primera hora de la mafiana, Ilegé la orden rotunda: vaciar y cerrar definitivamente la pulperia para arran- car con la caravana la madrugada del 23. Habia que dejar San Salvador sin un palo de donde agarrarse, y urgente. La noticia no fue una sorpresa, no. Pero si la aceleracién de los plazos. Se decia que el ejército espariol ya pisaba los talones de Jujuy: Fue a partir de ese momento, y a toda marcha, que Felisa y Frondoso terminaron de liquidar la mercaderia que por exceso de carga no podrian llevar,’ menos un par de potellas. Acto seguido, y también a toda marcha, se pusieron a barrer bien el local para recibir luego a los vecinos y brindar en La Tacita por Ultima vez. Una gran despedida patristica, habian pensado. Y que la reunion fuera breve y para todos los que atin no hu- bieran partido. —Grandes, chicos y medianos —decia la esquela colgada en la entrada de la pulperia desde el dia anterior. 2 Las bebidas ylos alimentos que cada familia no pudieraacarrear consigo, pero que fueran ities, debfan entregarse al ejérito patriota pura que Joadministrara y repartiera durante la travesia, La retirada -a mula oa pie- desde Jujuy hasta Cordoba seria larga y penosa. 37 Ocurrié, sin embargo, que bastante antes Ja hora fijada para el brindis (las cuatro), lio aparecié en la pulperia hecho una ba. Dejé la mula en la tranquera y, sin explicaciones, empez6 a meter en un al todas las cadenas que hasta ese dia in servido para asegurar las rejas del |, con sus candados y sus llaves respec- . Cuando por fin anuncié a la familia se iba 0, mejor dicho, que se quedaba, es , que no se sumaria al éxodo ordenado Belgrano, que buena suerte y que no lo _ _, Segundo le cerr6 el paso y hablé. ABRINDAR POR ais ‘4 ES Bstis loco, Tertulio, gqué te anda pasando? (NAGOROMAPITIL —iNada, hermano! Es que Suluna ha decidido quedarse en Jujuy. —WY por qué Suluna ha decidido asi? _ —Porque su hermana Aurora no se quiere ir. —iY por qué Aurora no se quiere ir? —Yo sin ellos no me voy —decia en voz —Porque Azulin se va a quedar. —éY por qué la Azuliin se va a quedar? —Porque su amiga Escofina no va. —2Y por qué Escofina no va? alta—. Yo sin ellos no me voy —insistia mirando hacia adelante para que los chicos no se le perdieran de vista—. No no no, se- Belgrano, yo detesto a los realistas y no —Porque don Cayo es como es. a ser traidora, pero sin mis muchachos, —&¥ qué hizo don Cayo esta vez? y. No no no, sefior Belgrano, sin mis 41 40 —Ya basta, Segundo, que no hay tiempo achos no voy —seguia hablando con que perder. jie mientras caminaba lo mas rapido que —éQue perder para qué? —pregunt: Segundo. Pero ya no tuvo respuesta porque su hermano salié como un rayo, y él, des- pués de tres segundos de confusién, salié picando detrds, para alcanzara sus hijos. Y a pocos me- tros de llegar al rancho de Hermésimo Cayo, escuché los pasos de Frondoso, que sonaban tras ella. No se dio vuelta pero lo sabia. Eran Jos pies del marido que la seguian sin pausa El sefior y la sefiora Delvalle, que habian escuchado la conversacién sin pesta‘iear y sin decir palabra (aunque con la boca desor- denada por el estupor), quedaron petrificados. La primera en reaccionar fue Felisa, que, después de mirar a su marido con ojos desqui- ciados, salié como zombi detras de sus hijos. pero sin acelerar el ritmo, como si, en el fondo, no se propusieran alcanzarla. “Habla sola -pensaba Frondoso mientras ' trotaba detras de su esposa y la escucha- ba-. jHabla sola! —se repetia-. A ver si toda- via se me esta volviendo loca. No la puedo 42 abandonar ~se decia-. No no no. No la pu do abandonar”. En cadena, dos Lo extrafio es que entonces, en lugar apurar la marcha para alcanzarla y da le un abrazo como quien Protege, empe: a caminar més despacio y a reirse con ocurrencias. “A Felisa se le volaron los pate ~pens6-. Se le aflojaron las tuercas -siguid solt6 una carcajada-. Se le limaron los seso: Se le enroscaron los trapos. Se le escaparo los tornillos. Se le enrularon las ideas. Se plancharon las trenzas”. Y asi estuvo uno: minutos, muerto de risa hasta que los ojo: se le Ienaron de lagrimas y, sin saber com ~ni desde cudndo- descubrié que estaba llo. rando: habia que olvidar el pago. Abandon el rancho, los amigos y la pulperia. Habi: que quemarlo todo y dejar La Tacita de Plat, hecha cenizas. Impedir que los realistas si abastecieran en el valle y siguieran atacand momento! —rugié Felisa cuando vio 43 fertulio y Segundo estaban a punto de arse al tronco del nogal—. ;;Qué les gurises?! —grité con més fuerza. Pero rr unos metros la vista, descubrié que la copa pelada del Arbol, distribui- tre las ramas més gruesas, Escofina, lin, Aurora y Suluna la miraban como monos contrariados—. ;Me pueden ar qué es todo esto? intonces llegé Frondoso moqueando (en- la risa y el llanto) y después de observar y comprender la escena, como si hablara a un gran publico, arengo: —(Entienden por qué hay que irse de San Salvador? —Si —contestaron todos como alumnos obedientes. — Entienden que el éxodo es la unica manera de vencer al enemigo? —Si —contestaron todos. —Entienden por qué hay que quemar la ciudad? —Si —contestaron todos. —{Tienen claro que a los que no cumplan Tas 6rdenes de Belgrano se los hara picadillo? (Silencio). —Repito: tienen claro que a los que no cumplan las ordenes de Belgrano los van a hacer picadillo? (Silencio). —j¢Lo tienen claro o no?! —grité. —jsi, esta claro! —Esta vez hablé solo Escofina—. Pero yo sin mi tata no voy. 45 En el fondo —Y si Escofina se queda, me quedo co ella —la siguié Azulin, —Y si mi hermana no viene, tampoco v yo —agregé6 Aurora, la Moreno del medio. —Y si Aurora se queda... —Ilegé a deci Suluna. Y cuando Tertulio iba a explicar q 46 _ si su novia no iba, él tampoco, y Segundo i decir que si su hermano se quedaba, él no si moveria, Felisa Delvalle, duefia de la pulperi La Tacita de Plata, hizo callar a todo el mun: do con un chistido magistral. Entonces agarr las cadenas y candados que tenian sus hijos y anuncié su decision de amarrarse junto a ellos, “No no no, sefior Belgrano —volvio a hablar sola—. Yo detesto a los realistas y no quier ser traidora, pero sin mis muchachos, no voy”. Como no podia ser de otro modo, Frondoso se unié al resto de la familia y, para que nadie pudiera obligarlos a salir de alli, se encadenaron los cuatro al tronco del nogal. pasaba lo que pasaba en el frente 47 rancho, Hermésimo Cayo se refugiaba fondo. Daba la impresién de no tener or idea de lo que ocurria alrededor gal. Tomaba mates calientes para mi- el frio y, tranquilo, pulia una figura oquena, el guardian de los ganados. Le aha el Coquena y queria terminar la uilla para que, durante el camino hacia © Cérdoba o donde quiera que fuese ente, la protegiera como a las vicufias. curre que, a pesar del respeto que sentia jor Belgrano, Hermésimo esta vez no podia decerlo. O no queria. Preferia quedarse entre los Arboles. Morirse con ellos si ng habia mas remedio. La raz6n, ni él mismo sabia. Era una voz que le venia de los pies O un capricho, le daba igual. Después d todo, ga quién perjudicaba con su decisién' Ya habia vivido bastante y hasta criado a hija que le habian regalado. Estaba cansad para empezar otra vez. Coquena es enano; de vicufia lleva sombrero, escarpines, casaca y calz6n; gasta diminutas ojotas de duende, y diz que es de cholo la cara del dios. Mientras Hermésimo Cayo pulia y can: turreaba unos versos que afios mas tarde} inspirarian a un poeta,’ en el cuartel general, Belgrano instruja a un grupo de soldados Quinta estrofa del poema “La leyenda del Coquena”, de Juan Carlo Davalos. 50 Para que terminaran de cargar las mulas c la mayor cantidad posible de provisione Era necesario que esa parte de la tropa ad lantara la salida porque con tanto equipaj andaria mas lento. quedaba un segundo libre y pensaba en su io problema. Nada grave, pero si impor- no podia recordar dénde habia dejado mcho. cuanto al resto de la poblacién, los ve- Al mismo tiempo, organizaba una cua Ila de hombres para que rondara las calles San Salvador y verificara que de norte a s y de este a oeste sus érdenes se estuvierai cumpliendo. Es decir: que todos los habitan tes del valle se hubieran desprendido ya de aquello que no podrian Ilevarse y, a la ve: tuvieran sus bartulos y carruajes a punto. Resumiendo. Mientras Hermésimo Cayo tallaba él Coquena y alrededor del nogal se gestaba wi desacato, en el cuartel general del ejércit auxiliar del Alto Pert, el general Manu Belgrano iba de un lado al otro impartien do instrucciones. Sin pausa, salvo cuando | casi listos para el éxodo empezaban a se a la pulperia. Hombres, mujeres, , chicas, medianos y viejos; todos los a madrugada saldrian en caravana Salta, Cordoba, o donde quiera que n a quedarse, se preparaban para brin- y despedirse en La Tacita de Plata. Ahi bia citado Frondoso en persona y has- un cartelito en la puerta para los que ran leer. Jas cuatro brindarian por la patria, por frenar a los invasores, por la dificil retirada que ellos mismos tendrian que afrontar y, sobre todo, por volver cuanto antes a casa y reencontrarse en el valle. Sorpresa en la pulperia raro, gnocierto? ierto!, porque el local est abierto. igo pasa, lo presiento. le digo la verdad... le miento. indar aqui fue una idea de Frondoso. a Va a aparecer, no sea ansioso. hablaba alguna gente que se acercaba ‘a de La ‘Tacita de Plata para brindar s vecinos y desearse buena suerte. Tan brados -muchos de ellos- a com- y entonar coplas, que dialogaban en . Como Suluna y Tertulio, en ocasiones. local estaba abierto y cada cual habia lle- su jarrito para la bebida, pero Frondoso 54 de mando. Y anuncié en el mismo que el ejército espariol estaba cerca y tenia la orden de verificar que todos itantes de San Salvador estuvieran s para partir esa madrugada. Asi no estaba. Felisa no estaba. Y los muchach: Segundo y Tertulio, tampoco. Solo habia w mula amarrada a la tranquera y, al costad los bartulos de la familia. —gDénde han ido los Delvalle? —arranc Sefiora, nifio, sefior, jdisuelvan ya ion! 55 nadie se movia, insistid. una coplera. —Tengo un mal presentimiento. —iLos habra atacado un godo? —{Los habra tragado el viento? ora, nifio, sefior, Le i b. li 1 Ivan ya esta reunion! os vecinos entraban y salian del local que dejar la ciudad cada vez mAs desorientados por la ausenci : ° =e orden de la autoridad! de los anfitriones. —La reunién era ahora mismo, éno es asi? FomAs estallaron las voces: —Es que nadie los ha visto por aqui? 4 eae on e Poraqi e los pulperos no estan. Asi estaban. Preocupados. Inquietos. Y asi i ue seguro no se han ido. se iban amontonando en la entrada. Hasta que en eso asomé un soldado d Belgrano que patrullaba la zona y se acercé al tumulto. Jue nos citaron aca. Que tal vez se hayan dormido. Que esperemos un momento. Que de aqui no nos movamos. —{Qué anda pasando por aqui? —pregunt —Que tal vez ya estén viniendo. —Que sin ellos... jno nos vamos! Aturdido, el soldado sacé un arma y dis: paré un tiro al aire: —Vuelvan todos a su rancho o los arresta Y¥ el vecindario bramé: —No querrA, sefior soldado, hacernos esto —@Que no? —amenazé el soldado—. Y no Jo repito otra vez. Ala unaa las dosy alas... Ibaa decir tres, obviamente. Pero justo pasé corriendo Tiresio, el nitio vidente del pueblo y como una rafaga de sonido, dejé puestas en el aire estas palabras: —iR4pido cae un rayol jHacia el nogal de don Cayo! El motin ‘a de las cuatro y media cuando la eunida en la puerta de la pulperia se a a correr detrds de Tiresio (el nifio te del pueblo) en direccién a la casa de pocos minutos mas tarde cuando, tras otros (incluyendo al soldado), los os se detenian frente al nogal y queda- sasmados con la imagen que se les ofre- familia Delvalle encadenada al tronco ofina con las hermanas Moreno (las la- as) sentadas sobre las ramas del Arbol. -¢Quién es el duefio de casa? —pregunté do el enviado de Belgrano. —Mi padre —respondio Escofina. —2Y quién es tu padre? —Don Hermésimo Cayo. Entenderse se entendié —dijo Escofina—. simi padre se queda, también me voy a ir yO. —Y dénde se encuentra? —insistio intenderse se entendid —repitié el recluta. idente del pueblo—, pero acd hay un —De seguro esta ahi adentro —balbuce on. 60 — lachica, sefialando el rancho. i noms se desaté la retahila. —¥W ya esta preparado? Si mi tata no va, yo no voy. —Preparado para qué? Si Escofina no va, yo no voy. —Para la partida, para qué va a ser, paré ‘Si Azultn y Escofina no van, yo no voy. la retirada. Si Aurorita, Azulin y Escofina no van, —Si es para eso no esta. Porque se piens. voy. quedar. ‘Si Suluna, Aurora, Azulin y Escofina —Aqui nadie se me va a quedar: hay qi vaciar la ciudad por orden de la autoridad. | los demas —grité el soldado completament sacado de quicio— se me bajan del Arbol, s me desencadenan del tronco y se me fletan an, yO no voy. Si Tertulio, Suluna, Aurora, Azulin y fina no van, yo no voy. Si Segundo, Tertulio, Suluna, Aurora, hin y Escofina no van, yo no voy. —Si Felisa, Segundo, Tertulio, Suluna, ra, Azulin y Escofina no van, yo no voy. a sus ranchos! jA empacar lo que se llevan! jA quemar lo que se queda! {Se entendié? —Si Frondoso, Felisa, Segundo, Tertuli Suluna, Aurora, Azulim y Escofina no va tampoco nosotros los vamos a dejar. Eso fue lo ultimo que escuché el solda de boca de los vecinos y corrié hecho wi El informe furia hacia el cuartel general. ce lo en orden, soldado? —le pregunté 10 al joven desencajado que acababa al cuartel. i, mi general, digo... jno, mi general! {Si 0 no, soldado? 3En qué quedamos? {Nos quedamos? ‘Aqui no se queda nadie, soldado. El ito realista ya nos pisa los talones, jen- iG? Entenderse se entendié, pero hay un lemon. ~A esta hora un problema? —grité ano con los ojos de plato y las venas das apretandole la sien—. ;Usté me 63 64 esta diciendo que a esta hora hay un proble- ma, soldado? A esta hora, jgun problema?! Eso pregunto Belgrano tres veces seguidas, y el recluta, mAs confuso que asustado, inten- té contestarle que en La Tacita de Plata habia muchos vecinos, pero que no habia nadie... —jHabia o no habia, soldado? —Es que ninguno sabia si estaban ono. La mula y el equipaje estaban. Ellos no estaban. Pero Tiresio, el nifio vidente, sabia dénde estaban. —,Sabian o no sabian, soldado? sDénde estaban quiénes? —Los duefios de la pulperia, mi general. —Y los encontraron? —Si, mi general. —Dénde? —En el arbol, mi general. —gggDonde??? —En el tronco del Arbol, mi general. 66 —De qué arbol, soldado? —jNo entran dénde, soldado? —Del drbol de las mujeres, mi general. —En la copa del arbol, mi general. En la del nogal que hay en el frente del rancho don Hermésimo Cayo. —jHubiera empezado por ahi, cabeza de aucil! —No es un alcaucil, mi general, es un nogal. —iAy, Dios! Escticheme bien lo que le voy decir, soldado. —Soy todo orejas, mi general. —Mejor sea todo soldado, soldado. —Si, mi general. —Busque mi poncho de vicusia en cada rincon del cuartel. Y téngamelo listo para cuando yo regrese. Esta madrugada inicia- mos la retirada, como que me llamo Manuel José Joaquin del Corazén de Jestis Belgrano. @Entendis? —jAja! Asi que hay un “Arbol de las mu- jeres”... gUsted me esta tomando el pelo, muchacho? —No, mi general. —Entonces le vuelvo a preguntar. :Dénde encontraron a los duefios de la pulperia? —En el Arbol de las mujeres, mi general. Donde estan Escobilla, no, Escobilla, no. {Escofita? Mhhh, bueno, esa y... Misol... no no, Misol o Miluna?... Azul, Susol... Suluna, mi general, Suluna! —jSuficiente, soldado! ZY qué hacen ahi? —;Ahi donde, mi general? —En el arbol, soldado, gadénde va a ser? —Dicen que se quedan. — Que se quedan en el arbol? —No sé, mi general, porque est el pueblo —Entenderse se entendié, mi general, entero y todos no entran. Pero gtodo eso se llama? 67 —Cierre el pico, soldado, y empiece a buscar. 68 En el lugar de los hechos indo Ilegé al rancho de Hermésimo Cayo, jelgrano se encontr6é exactamente con lo que | soldado le habia referido: cuatro jvenes mujeres en la copa de un nogal, los due- fios de la pulperia y sus hijos encadenados al tronco del arbol, y el resto de los vecinos, distribuidos alrededor. Alver al general en persona, el murmullo de la gente se apagé de golpe. —Bueno bueno bueno —dijo Belgrano mientras se paseaba entre los presentes con una mano en la espalda y la otra sobre el sable enfundado—. Bueno bueno bueno —repitié tomando nota de la situacion. Y, antes de 69 jo Irnos. Y quemar la tierra. Y secar los rios. hablar, conté pacientemente hasta diez para Dejarlos sin comida, vencerlos con el vacio. no arrancar por los insultos—. ;Se puede Matarlos con la indiferencia, gme siguen? Porque esta vez el ejército realista tiene 4s hombres y mds armas que el nuestro. Se entiende? (Silencio muy breve). —Entenderse se entendié —habl6 por fin scofina—. Pero si mi padre no va, yo no voy. saber qué hacen todos aqui en vez de estar preparandose para la partida? —pregunté Jo mAs sereno que pudo. (Silencio). ‘i —jAlguien tiene alguna duda sobre la batalla que estamos librando? (Silencio). —jHay alguno que no quiera independi- zarse de los espafioles? (Silencio). —Entonces, esctichenme bien —Belgrano alz6 la voz como si fuera a hablarle a —Y si Escofina se queda, tampoco voy yo. Y asi la siguieron Aurora, Suluna, Tertulio Segundo, Felisa, Frondoso y... —jii¥a basta!!! —se enojo Belgrano—. ;Se creen que esto es un juego? El que se quede su tropa—: es preciso cortar el paso a los sera considerado un traidor. jEso quieren: enemigos, a los que quieren que a nuestro traicionar a la patria? pueblo lo gobierne la corona espafiola. ;Me siguen? Debemos impedir que los godos avancen sobre nuestro territorio. Frenarlos. Para eso tenemos que abandonar el valle. —Yo no quiero ser traidora, no sefor —ahora la que habl6 fue Felisa—, pero sin mis muchachos, no voy. —iiiEso es traicién!!! 71 az —No, sefior. Aqui ninguno es traidor, el nuestro es un acto de amor. | —jDe traicién! —No, sefior. El nuestro es un acto de amor. —Reflexione, general —habl6 por fin | Tiresio—. Reflexione —insistié—. Asi como estan las cosas, su tactica va a fracasar. Y Belgrano, que era un hombre impetuoso pero también reflexivo, presté atencién a la advertencia. Porque aun cuando Tiresio, el nifio vidente del pueblo, era completamen- te ciego, tenia -como ninguno- el poder de mirar ojos adentro y leer desde allila realidad. Belgrano reflexiona Cuando Belgrano no sabia qué hacer frente aun problema, se agarraba la cabeza, cami- naba alrededor de algo, pensaba en voz baja y cantaba en voz alta. Mientras lo hacia, le ponia titulo y palabras a su dilema y enu- meraba soluciones. Cuando llegaba a diez (a diez soluciones), se obligaba a descartar las cinco que sonaban mis ridiculas y analiza- ba, una a una, las cinco que le parecian mas sensatas. Asi iba descartando ideas hasta que solo le quedaban dos. La Ay la B. Si la solucién A no funcionaba, entonces recurriaa la B. Y sila B tampoco acomodaba las cosas, se sentaba en un lugar sombrio y 76 repasaba mentalmente cada cuento, cada leyenda, cada fabula o refran que hubiera lei- do o escuchado alguna vez en la vida. Una historia que lo ayudara. Que le sirviera de ejemplo, que le hablara de un conflicto pare- cido al suyo y que le diera alguna pista para resolverlo. La cuestién es que aquel dia de agosto de 1812 quedaba muy poco tiempo antes de que los realistas irrumpieran furibundos en el valle, asi que Belgrano —para apurar la retirada- no tuvo més remedio que saltearse la primera parte de su método (ese de buscar soluciones dando vueltas) y de entrada nomas se con- centré en los cuentos. Lo primero que le vino a la mente fue la imagen de Hermésimo Cayo. Un hombre bueno, pensé. Solitario pero también solida- rio: lo poco que tenia se lo habia entregado al ejército patriota sin amarretear. Se preguntd entonces por qué ante tamafio peligro (como lo era el inminente ataque de los espajioles) no querria ser més colaborador y abandonar su rancho, como el resto de la gente. Y en cierta medida se lo respondié: alli estaba su vida, sus Arboles, la madera que le daba forma asus esculturas. El problema no era el viejo, Belgrano lo sabia, en ultima instancia ese hombre tenia derecho a dejarse achurar. El tema era lo que su decisién desataba. Esa cadena de amo- res que, desde su hija Escofina en adelante, afectaba a todo el pueblo jujefio: lo dejaba varado, expuesto a la crueldad con que el ejército espariol los atacaria. Porque asi era como entraban los realistas a cada ciudad del virreinato que pretendian recuperar. A sangre y fuego. Y por eso Belgrano queria cortarles el paso. Sacar a la gente de alli y dejar a los godos en una especie de desierto. Sin agua, sin comida, sin nada que saquear, sin EL VIEJO GUARDIAN nadie a quien atropellar. En eso pensaba el general cuando de pronto Hace muchisimos afios, en la cima de un monte de Japén, Yom vivia con su abuelo, a quien todos conocfan como el viejo guar- recordé un antiguo cuento del Japon. Uno en el cual la dificil decision de una persona (una sola) conseguia salvar a un pueblo entero. “Si, si -se dijo Belgrano-. En la accion de dian. Tenian una casita en la montafia, en medio de los campos de arroz que, a veces, un solo hombre puede decidirse la vida de bajo el brillo del sol, se confundfan con una inmensa alfombra dorada. La aldea estaba abajo, bordeando la cos- tacomo un cintur6n. Desde arriba podia di- visarse el mar y la disposicién de las casas. toda una poblacién. O su entierro”, reflexio- no. Porque, en el caso que a él lo preocupaba, el capricho del artesano dejaba a muchos jujefios condenados a morir. Ahi nomas se metié6 en el rancho, buscé Eran blancas, chiquitas y parecian habitadas a Iermésimo Cayo, lo encontré en el fondo por hormigas en vez de personas. puliendo una pieza de algarrobo y, antes de preguntarle cémo estaba, qué le pasaba o Entre el pie de la montaria (donde estaban las casas) y la orilla del mar, solo habia una siquiera saludarlo, se acomod6 frente a él y franja de arena en la que se estacionaban pe- empez6 a contarle esta historia: quefias embarcaciones. Los campos cultivados estaban arriba, en la planicie de la montafia, justamente donde Yom y su abuelo vivian. 80 El abuelo de Yom era el guardian de los arrozales, el encargado de cuidar que los campos de arroz de esa gente que vivia en el pueblo estuvieran siempre bien regados, Era un hombre bueno, calmo, justo. Un dia como tantos otros, estaba el viejo guardian mirando el horizonze cuando de pronto vio una especie de nube negra que parecia brotar desde el agua y elevarse hasta el cielo. Miré intensamente unos segundos y volvié a su casa gritando: — Yom! jYom! Necesito que traigas del fuego una rama encendida. Rapido. jR4pido que no hay tiempo! Yom no entendia por qué su abuelo le pedia semejante cosa pero obedecié y, en un instante, le acercé una tea. Fue entonces cuando descubrié que su abuelo tenia otra rama encendida en la mano y que corria hacia el arrozal mas préximo. —jAbuelo! ;Qué estas haciendo? —pre- guntaba desesperado mientras marchaba tras él —Rapido, Yom. jHay que prender fuego los campos! Ya mismo! 82 Por un instante, el joven pensd que su abuelo se habia vuelto loco y se paraliz6, Pero enseguida pudo reaccionar y, obe- diente, hizo lo mismo que el viejo. Tiré la antorcha sobre, las espigas y dejé que las llaman iniciaran su trabajo. Primero un fuego débil retorcié los tallos disecados; después altas llamaradas ro- jas hicieron que el arrozal se transformara en una hoguera enorme y despiadada. La montafia entera parecia estar ardiendo. El humo subia al cielo como en un abrazo desaforado, Los duefios de los arrozales, es decir, los que vivian en el pueblo, vieron desde abajo cémo sus campos se quemaban. Y dando gritos de rabia empezaron a trepar al mon- te. Hombres y mujeres subjan a la montafia con los nifios en la espalda para ver si podian apagar el fuego. —Quién fue? —preguntaban a los gri- tos—. jgQuién incendié nuestros campos?! —Fui yo—dijo el viejo guardian con sere- nidad mientras Yom no paraba de sollozar. —Pero

You might also like