You are on page 1of 474
MIGUEL BONASSO RECUERDO DE LA MUERTE EDICION DEFINITIVA PLANETA ESPEJO DE LA ARGENTINA 4 ee Miguel Bonasso nacié en Buenos Aires en 1940, Se inicié en el periodismo en la revista Leo- plan; fue jefe de redaccidn de Anzdlisis, Extra y Se- mana Grafica, y secretario de redaccién de La Opi- nin, Fund6 el diario Noticias, clausurado por or- denes de José Lopez Rega en septiembre de 1974. Perseguido por la Triple A y luego por la dictadura militar, vivid en la clandestinidad has- ta su exilio, en 1977. En Roma integr6 el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero (por lo que seria procesado judicialmente duran- te el gobierno democratico de Alfonsin y no po- dria regresar al pais hasta 1988). Residio en Meé- xico doce aftos, donde fue editor de las agencias de noticias ALASEI y PAL y presidente de la Asociacién de Corresponsales Extranjeros. En 1983 apareci la primera edicién de Recuerdo de la muerte, que se convirtié en uno de los libros de ie gumaededenml ejemplares vendi- dos), traducido al francés, italiano y holandés, galardonado en 1988 con el Premio Rodolfo Walsh a Ja mejor novela testimonial de tema cri- minal, otorgado por la International Crime Writers Association. rang [andy :0904 SUCIA-GUERRA.BLOGSPOT.COM STAHUM AL SG OORSUISa MIGUEL BONASSO Recuerdo de la muerte EDICION DEFINITIVA PLANETA Espejo de la Argentina Un dia se puso a investigar con nosotros. Un dia desenmascard a los ase- sinas que enviaban a México los militares argentinos, Un dia lo puse co- mo personaje en este libre. Un dia me prometié que presentaria la edi- cidn mexicana. Otro dia, que nadie deberd olvidar cayo acribillade por la espalda. Por otros asexinos, Que alin nuevo Buendia deberd desenmas- carer. En wn ciclo demasiado largo de asesines que disparan por la cspal- day periodistas que los desenmascaran y caen de bruces sobre las aveni- das de América Latina. Hasta que los pueblos, Hasta que manden parar. Hasta ese dia, Manue) Buendia. No in memoriam. Acd, entre nosotros. ne NN “one hallé cosa en que poner los ojos. que no fuese recuerdo de la muerte.” FRANCISCO DE QUEVEDO ¥ VILLEGAS Salmo XVII Anirvate ay om or led oe 1 dea ee ural) ft aa, ani AV voce <) 20 or wrnliz, Epilogo a manera de prélogo Roma, enero de 1979 Manuel no se Ilamaba Manuel; era en realidad el Teniente de Navio Mi- guel Angel Benazzi. Tampoco el fusil que desarmaba en aquel residence romano era un fusil destinado a Ja caza mayor, salve que, por una curiosa licencia podtica, incluyames dentro de ese deporte la caza del hombre. El objetivo que Manuel pretendia colocar en la mira se encontraba em ese momento muy cerca de alli: apenas unas diez o doce cuadras en direccién al centro de la ciudad. Ignoraba la presencia de Manuel y otros hombres como Manuel y se paseaba tranquilamente por la Piazza del Po- polo, haciendo tiempo antes de cubrir una cita. Ni ¢l gerente, ni el conserje, ni siquiera las dos mujeres que hacian Ja limpieza, habian encontrado mada gue Hamara la aiencidn en exe angen- tino alto, delgado y elegunte, que hacia pocas llamadas y recibia pocas visitas, De haberlo visto, ef fusil si les hubiera Hamado la atencidn, Pero no to vieron. ¥ no podian verlo porque Manuel adopté todas las precaucio- nes del caso, El Tigre habia sido claro. —WNo queremos lios de ninguna clase, La Embajada tiene que que- dar completamente al margen. Tendrin que arreglirselas solitos y mds vale que no fracasen, Sus dltimas palabras en Madrid, corolario de largas y reiteradas ins- trucciones para la operacién. Las pronuncié, se levanté y abandond la ca- feteria de la avenida Serrano. Manuel lo observé desde ta vidriera y lo vio perderse entre la gente, Como conocia ul Tigre y sabia desde mucho tiempo atris que las 6r- denes no se discuten, se esforzé por cuidar todos los detalles. Uno de Jos detalles principales era el fusil, Entendiendo que lo que mejor se oculta es lo que estd a la vista, lo incorpord a su equipaje junto a Jos clisicos adminiculos de un pacffico cazador. Lo dems: su propia ves- timenta y los papeles impecables que le prepard ¢l Cain, le permitieron alravesar sin sobresaltos las fronteras terrestres desde Espafia, E) record ewa lamo, pere Je gusiaba condecin y el Fer) Capri al- quilade en Mecid ne le dio magin dolar de-cobera. La adaptociin cel fusil de coam fue facil. Ahora asrojaba dardos en Qugar de balas. Morne! records aque! dia que ef Trucno Beve Ios dardos a la Escuc- Ja. Loos habla coaseguido-en Estados Linidos y los “veadia” come un ver- dagero hallazge, Con una alta dosis de veneao podian servir para liquidar subversivos em el exterior, En el pats se provocaba el desvanecimiento con una dosié menor, eliminando las posibilidades de resistencia © inten- te de fuga. El daico problema técnico era que no se habia encommado la dosis precisa para que el individuo recaperata pronto el conocimiento y se Je pudiera dar mdiquina para hacerlo cantar rapido. ‘Una maiiana ¢] Trueno eligié al azar uno de bos centenares de chupa- dos que se hacinaban en Capucha, lo hizo levar al Séiano y decidié ha- cer un experimento. El conejito de Indias fue Daniel Schapira, Daniel pensti que fo ihan a fusilar cuando el Trueno le ordend ponerse de cara a la pared. Estaba muy débil y aun no se habia repuesto de lay heridas de bala’y Ins sesiones de picana. El Trucno apunié cuidadosamente y luego Je disparé con una pequevia pistola, Daniel se desplomé y durmid durante mas de un dia, Un dia cra mucho tiempo. Pars tirar de la piola y sacar todo Io que habia por debajo, era importame actuar con celeridad y acorar al mixi- mo los interrogatorios. Pero nada de eso preocupaba a Manvel ahorw. La carga que se iba a emplear en este caso iba a ser decisiva. El hombre que estaba en la mira debia morir, simplemente, Para que se restableciera el equilibrio univer- ‘sal que habia desafiade con insolencia. ‘Las preocupaciones de Manuel se referian 4 la operacién en si mis- ma, “La guacha de la Chinita no quiso transportar fierros desde Espafia”. No podian recurrir al agregado naval de la Embajada, ni siquiera a Don Licio y, por lo tanto, la dnica arma de que disponian en Roma era ese fue sil, Esto aumentaba considerablemente los riesgos de la operacién: el hombre debia estar solo y habia que pescarlo desprevenido. —Noes facil —le dijo al Tigre. — Ya Io sé —respondié el Tigre después de sorber con inritante mo- rosidad el express. Luego se lo queddé mirande con ojos sonrientes y agregé la letanfa acostumbrada_ —Mensaje a Garcia, —Era una de esas clésicas expresiones cuartele- ras, basada en une vieja pelicula de accidn, que se ponia por delante de la nariz a todos los que planteaban |as dificultades de una misiéo imposible. “Esa Chinita es una hija de pula”. pens’ mientras desenroscaba el eafén. La habian liberado por ser del mtind staff, les debia a ellos estar vi- va “y ahora se hacia la estrecha”, Conjeturd qué debfa sentirse impune porque era la sobrina del capo, de Cero o ef Negro, come ellos le decian. R ‘Guards las piezas en el bolso de cuero marrén que estaba sobre la cama, Corrié el cierre relimpago y se dirigid al ventanal para abrir las eortinas que lo habjan ocultado de los indiscretos italianos. Apage la luz y salid. Se cruzé en el pasillo “con Ia negra esa”, la al- tisima modelo que protagonizaba algunas fiestas escandalosas. Bajaron en silencio. Ella con una sonrisita apenas esbozada. El, relojedndola con disimule, Pasdé frente al cubsculo de plistico de la conserjeria y recibié un un- tuoso saludo del conserje, “un mariconazo perfumado™. Respondid con un hosco “Ciao” al operistice “Bon giorno, dottore” y traspuso la puerta de cristales. Frente al residence, en el asfalto que comenzaba a humedecer la ga- nia del invierno romano, estaba ¢l Capri, Mientras calentaba el motor, examin6é cuidadosamente ¢! plano de Roma que habla extendido a su la- doen cl asiento delantero, ‘Cuando la trompa del Capri ingresaba a Via del Corso, Manuel tenfa fa vista clavaca en el Alfa azul de la policia que se le habia adelantado con una de esas maniobras deportivas que practican los romanos. Por esta razén no pudo ver a los dos hombres que entraban a un café de la Piazza del Popolo. Con tropiezos y vueltas de mds leg a Termini, donde metié el bol- so en una de las consignas: Tenia hambre, no queria seguir recorrienda indtilmente la ciudad y se zambulld en la primera trattoria que encontrd. “La pasta argentina no tiene nada que envidiarle o ésta”, pensd mientras enrollaba los spagheti y el patnin del restaurante le rondaba ob- Sequioso, “Ahora hay que reunir al grupo y comenzar la biisqueda”, se dijo y no pudo evitar la duda: “;,Estari realmente aquf? {No se habriin ‘equivocada?”. Vesti una gabardina azul y estaba |igeramente encorvado cuando sintié ef Hlamado de la Muerte. Su hermano, el cura Ratil, miraba abstraido las Slipulas ocednicas donde la luz transita el vértigo y tecrea dia a dia la ilu- si6n de la eternidad. Parpadeaba al dirigir su mirada circular, como si se asombrase nuevamente de lo que habia vista tuntas veces o le pidiera per- miso para recrearse a ese poder que no s6lo se dejaba ver sino que estaba alli precisamente para eso: para dejarse ver, EI Pelado, en cambio. habia ido directamente al objetivo; a ese mar. ‘mol increiblemente: mérbide y transhicide de la Muerte Joven, La esta- tua s¢ destacaba contra el fondo funerario de la capilla y bajo la luz amarillenta, subterrinea, que le habian puesta se adivinaba su blancura esencial. No reparé en los detalles; la flexibilidad del manto, Ia lasitud del bravo colgante, ef mensaje imposible de 1a boca entreabierta del Cris- Q to. Tampooo on ba termum de is maao de le Virgen que lo sostiene s0- bre su regaie, o on La seremidad de su rosire ovalade que anticipa la ceridumbre de la ResunecciGn. La vio, o uve que vetla como un to- do, Con una ligera angustia, come si se encendiera an foco inesperado en La noche. Mientras Radi Je explicaba cosas que apenas ois, inmyé que ese Miguel Aagel de diecirueve afos no habiz querido concebir La vejer. ‘Que se babis demorado ea reproducir cuerpos jévencs como el suyo y se habia concentdo tante en lograrlo que ahi estaba ese javentud marmé- rea, existiendo casi Custrocientos afios después. Asi lo probaba el rostro infantil de La Virgen, que parecia la bermana y no la madre del Jess imuerto. Sébitamente, sin que ningun libro ni folleto bilingtie le explicara na- da, eatendid a fondo el nombre de la obra, Porque una stibita termura que ‘se esforzé en reprimir... porque un sibito desamparo.. porque una siibita picdad se remontd desde el fondo de la vida y la muerte y, aunque supo que eran invulnerables, tuvo el instinio de protegerlos. —Touvieron que ponerle ese vidrio a prueba de balas, para evitar que otro loco quisiera destnuirla. Pero decime vos, ;qué puede tener un tipo: en la cabeza para querer romper una cosa como ésta...? —Una obra de arte —dijo convencionalmeme el Pelado y traté de despedirse mentalmente de la Muerte Joven. Algo asi como la timidez provinciana habia renacido en los dos her- manos. Un sentimiento que venia de muchos afios y kilémetros atras, desde esa pampa litoralefia de Entre Rios, desde aquellos dias en que Rail salia del seminario y el Pelado alcanzaba su primera comunidn. Ese sentimiento se refiejaba en ta cautela, en Jo lentitud con que se fueron adentrando en ¢l temple avanzando por las laterales, sin atreverse a abor- dar la nave central. En la sombra de los pasillos, en el aire suspendido de la mafana atemporal, retornaban las imdgenes de la Muerte Joven. Abora multipli- cadas y certeras. coludidas con las alucinaciones y metéforas de los artis- tas y artesanos que a lo largo de siglos habian decorado San Pedro. En sus nichos, papas yacentes con los estigmas de la perversidn, del cdncer, de la sensualidad, del autoritarismo. Con la fiebre del ayuno y eb misticismo, Con la dureza de una conviccién definitiva o el temblor de una duda reprimida. Serpientes, calaveras, espadas, tiaras, dngeles nalgo- hes y equivoces, nimeros. romanos, demonios, leyendas latinas, no alean- vaban a suprimir ka imagen de la estatua y, lo que era peor, las imagenes que la estatua convecaba_ (Otros rostros yacian en las sombras sin el rescate del mirmol. Te- nian entreabiertas las rendijas de los pirpados para helar el alma con el vidrio de sus ojos. Cera terrible y entrafiable que parecia reprocharle la culpa de estar vivo. La carne muera del Sordo machacada en el tormen- 4 to. La piel azulada de Norma después de la inyeccién. Los caddveres acribillados de Rodolfo o del Nariz. Cara al cielo, en la definitiva hori- zontal donde el tiempo los iria desdibujando. Se alivid wn poco, slo un poco, cuando transpusieron las puertas gi- guntescas y comenzaron a descender las escalinatas cruzdndose con mon- jas espaitolas, seminaristas ecuatorianos, mochileros holandeses y la to- rrencial ofensiva fotografica de los turistas nipones. El luminoso. anfiteatro parecia abrirse ante sus ojos por primera ver, como en un sue- ‘fio matinal, Se sentaron al borde de una de las fuentes y hablaron como nunca. Radl con su vocacidn diddctica encendida; el Pelado para tratar de conju~ rar las sombras. Hablaron de Alejandro VI y los Borgia. De los primeros cristianos y de los ultimos. De las catacumbas y del Tribunal del Santo Oficio. De las ‘Mutaciones de ese poder que la basilica encarnaba. Comieron en un bodegén cercano y a ralos en auto, a ratos a pie, consumaron una formidable peregrinacién que, al crepdsculo, los encon- 1rd.en el Campidoglio. Rad! miré fijamente como atardecia la cara de su hermano cuando se detuvieron en el centro de la plaza, frente a la estatua que recobrard el oro perdido el dia del Juicio Final. Espesos nubarrones violdceos navegaban hacia el Poniente y Roma se iba fundiendo en la melancolia de sus ocres y sus marrones, La Iluvia que cayera de tanto en tanto habia dejado un aire fresco, condensado, en el que las formas antiguas se tornaban mas sutiles y ominosas. Entre los jirones de la charla, el Pelado: volvia a entrever los signos inevitables del mensaje, Ya no escuchaba a Rail. Nia la incipieme noche que estallaba abajo en el estrépito de las bocinas. La extrateza primordial era estar vivo, estar ahi, en esa ciudad que habia visitado tantas veces, Antes y después de su temporada en el Infierno. Se subicron al auto estacionado cn la vereda de enfrente y comenza- fon, silenciosos y sombrios, la marcha hacia el BU! En la via Laurentina se alzaba la modema iglesia donde Raul era te- fiemte-cura. Cuando se bajaron del auto se habia reiniciado una tenue Movizna. ‘Ninguno de los dos repard en el Fiat 12% que acubaba de detenerse a menos de cien metros. — (Es 0 no es? —pregunté Halcén, —Me parece que si —aventuré el Chancho, —E! cura es el hermano, seguro. ¥ el otro tipo j.quién va a ser? murmurs Adan, —Si, ex él —insistid el Chancho, 15 —Lo que pess esque estd muy cambiado. Peroes 4, seguro —insis- 1i5-Acén. —Esperemos un rato —onllend Halon finalnente. BI Pelado habia visto infinidad de casas panroquidles en su vida. Eran de- eesiados los curas y moajas en su familia. Esta no se diferenciaba casi de las que habia conocido ea la Argentina. Los cuarios susteros, el cromo ¢lésico de la Anunciaciin © la cstampa adecenada de! Sagrado Corazén, un pequefio buste de Juan SXML en lova blanca sobre la biblioteca, el ca- ‘Te casi militar, cubieno con una manta gris ratén: los modales suaves, econdmices, de sus habitantes. Cuando entraron, Berardo |levaba esperando un buen rato. Aun- que se habian visto a la mafiana, los tres hermanos volvieron’a saludar- se efusivamente. Eran tres edades, tres historias distintas. Raul, el ma- yor habia iniciado la cincventena en su parroquin romana. Los quince afios que Nevaba fuera de lo Argentina nada tenian que ver con la poli- tica. Era peronista, es cierto, pero no habia transitado los fuegos de re- beldia que encendieron el pais desde fines de los altos sesenta. Berar- do, en cambio, fue un activo militante sindical y estuvo “desaparecido” durante cinco dias, al cabo de los cuales lo “reconocieron” y accedié al nivel de preso politico. Tras varios meses de prisitin obtuvo la opcién para abandonar el pais y refugiarse en Malia. El tercer caso era bien distinto. El Pelado, cavilando acerca del destino de los tres, tropezd con la gran paradoja nacional de los iltimos afios; el exilio de tos hijos y nietos de emigrantes curopeos que un dia habian recalado en la pampa mitokigi- ca. Ese retomo traumatico a los origenes hubiera sido impensable para el Nono, que un buen dia abandoné el Friuli y se lanz6 a la aventura de América. Pero el Nono no conocid la suerte de sus descendientes. Mucho antes que el terror alcanrara sus cotas més altas, sus huesos iniciaban el camino del polve en un placido cementerio provinciane, — Y los pibes...? —pregumté el Pelado a Berardo, mientras los ros- tros de Vanesa y Fernando se le aparecian como un enigma. —Bien —dijo Berardo, Se hablan quedade jugando en la casa, al cuidado de su mujer. El Pelado los habia traido en este viaje. La Negra habla tegresado a Panamd y se resistia a vivir en Europa. Extaba —asi decfa ella— “emputada con el Partido”. En el tren los chicos se asomaban con avider u las ventanas y lo ma- feaban con preguntas, Una escena comin, Si cualquier pasajero hubiera entrade en el compartimiento, no hubiera reparado en ese trio inocente. Nadie hubiera imaginado que asistia a una doble resurreccién. Desde su vuelta, cada vez que el Pelado preguntaba por ellos, surgia un matiz en la vox que obligaha ripidamente al interlocutor a brindar las. is mayores seguridades. La momentinea sensacién de fragilidad se disipd y hubo un interregno de charla insustancial, —;, Vamos? —pregunté por fin Berardo, desperezindose, El Pelado respondié afirmativamente y Rail les ofrecié su coche. Quedaron en verse al dia siguiente y salieron. Berardo conducia con prudencia y tardaron unos cuarenta minutos en llegar. El barrio donde vivia era un arrabal fabril, con mis fiibricas: y almacenes que residencias. La calle estaba solitaria y un viento frio azord el rostro del hermano mayor cuando abrié el portén de hierro del depdési- to, Al fondo de: un desolade camino interno se insinuaba el edificio dan- de Berurdo, como cuidador, tenia su casa, Al bajar del auto y cerrar las portezuelas, quedaron envueltos en la hiimeda oscuridad. Un sonido les lego claramente entre las réfagas del viento helado: otro auto acababa de frenar afuera, detris del muro que ro- deaba el depésito y mantenia el motor en marcha. El Pelado y Berardo se pararon en seco y volvieron la vista hacia el Paredén, que apenas se divisaba a unos cincuenta metros. Oyeron el rui- do de la puerta del coche al abrirse. —Alguien baja —murmuré el Pelado. —Voy a ver, Vos quedate —dijo Berardo. EI Pelado negé con la cabeva y los dos hermanos comenzaron a caminar hacia el portén. Cuando volvieron a abrirlo desde adentro, sintieron el golpe de la portezuela al cerrarse y el arranque estridente de una primera muy ace- Jerada. Lo vieron alejarse: era un Fiat 128, con tres personas a bordo. —Deben ser muchachones —se iranquilizd Berardo. EI Pelado, mds precavido. inspeccionabu la acera al borde del muro, pensando que podian haber dejado una bomba, Al final, relegando el incidente » una minima molestia en el incons- Siente, penetraron en la casa que resplandecia de luz y perfumes culinarios, Los chicos se habfan quedado dormidos, Vanesa sobre un divin, Fer- nando sobre unos almohadones en el piso. Manuel se paseaba caviloso por el desolado depaniamento de la Gianicolen- “se que habia alquilado C., uno de los chupados que acompaiaban a los hombres de la Marina. El barrio era discreto, alejado del centro, y esos de- Partamentos estaban bastante aistados entre si. Lo suficiente como para pre- venirse de la infinita curiosidad de tos peninsulares que tanto le molextaba. Haledn lo observaba silencioso. Trataba de explorar su rostro anodi- no, despojado ahora del bigote morocho que solia usar en el pais, Sin él se veia mis joven y aunque siempre caminaba encorvado, se notaba que era fuerte y atléticn. Habia reunido al grupo para transmitirles en pocas palabras y sin mucha conviccién las érdenes del Tigre, " No dej@adivings sas inquictedes, Cuande Haieda le comanios entu- siasmado que habize logrado localizar al Pelado, se limitéa espetarle un seco "Muy ten” 5 sgud imparticndadirectives. Abora levaba varios mingles cellado y ainguao se atrevia a inte- Munir sa monéloge interior. Desde que le pasaron ¢) fardo ne habia tenido mucho reposo mental, No era experiencia |e que faltaba, ai decisién. Estaba acos- tumbrado a operar fuera del pais. Era uno de los primeros oficiales de inteligencia que ingtesaron al Grupo en 1976. Lucgo estuvo an largo en Europa, trabajando en ¢] Cerivo Pifoto de Paris, un orga- nismo de difusién del gobierno argentino bajo cuya cobertura se ha- bian realizado muchas labores clandestinas o, como ellos preferian de- eit, “por zurda’’. Esas tareas habian Hamado Ja stencién de un molesto testigo: la sefiora Elena Holmberg Lanusse, funcionaria diplomética y para colmo de males pariente de un ex presidente, el Teniente General Lanusse. La Holmberg habia juntado pruebas y un buen dia se lanzd a Buenos Ai- res para presentarlas, Las denuncias amenazaban a todo el GT y alcan- aban para salpicar escandalosamente al propio Almirante Massera. Una orden bajé discretamente por los peldafios adecuados. Pocos dias después, la sefiora Holmberg aparecia fotando en ¢l Delta del Rio Parand con un alambre en el cuello. Manuel también habfa viajado a Bolivia para apoyur la candidatura de Pereda Azhin. Pero esto era muy distinto y sentia que lo invadia un malestar generalizado que nacia de la operacién y se extendia a todo el universo que lo rodeaba, Le molestaba, por ejemplo, ese séedido departa~ mento casi desprovisto de muebles, a menos que se pudieran llamar muc~ bles a esas estanterias armadas con ladrillos y esas sillas ruinosas com- pradas en algdn remate, Le molestaba la pareja duefia de casa, ex montoneros que colaboraban con la Marina y que seguian viviendo con el mismo aire estudiantil y desprolijo con que seguramente vivirfan antes. Por eso, pese a su habitual contencidn, no alcanz6 a reprimir un matiz de i iencia cuando C. golped timidamemte: la puerta del cuarto donde es- —Tryje el mate —dijo C., que vestia unos jeans descoloridos y una campera de edad indefinida. Traia en una bandeja una pava lena de agua hirviendo, la yerba y el mate. Quien mirase las. cosas por arriba no percibia ningin cambio profun- doen aquel hombre. Siempre habia sido voluntarioso y comedido.. Antes cebaba mate para los compaiieros en |as reuniones de dmbito, ahora lo hacia para los marinos. En el medio se hebian producide algunos episo- dios que lo acosaban al acostarse, Manuel Je hizo un gesto, C, dejé el mate y abandons silenciosamen- te el cuarto, Todos hicieron una pausa hasta escuchar que se cerraba una segunda puerta y recién entonces reanudaron la reuniGn. ‘Halcén insistié en que el Pelado vivia en la parroquia con el herma- no cura, Addn no estaba muy seguro. —Pero, entonces... ;por qué fue anoche a esa especie de corralén? io viviré ahi? —Miren —tercié Manuel en favor de Halcén—, En la iglesia debe sentirse més seguro. No tenemos otra. Hay que hacer el chequeo a partir de ahi, hasta que le pesquemios una rutina —le dio una chupada al mate y agregé secamente—: Y nada de hacer pelotudeces como anoche. No ha- ‘bia ninguna razén para bajarse del auto, Si se aviva y corta la relacién con la familia, estamos sonados. Hale6n asintié contrito. —Si, sefior. Me mandé una cagada. hombre que habia visto el Infierno se iba riendo en el autobtis de dos. pisos. Apenas si podia sujetar a Vanesa y Fernando, que estaban mds traviesos que nunca. Ya habia tenido que pedirle disculpas dos veces a ese sefior gordo y colorado sobre el que Fernando insistia en reeargarse, muerto de risa, cada ver que el autobds giraba bruscamente. —Prego —habia respondido dos veces el sefior con expresidn resignada, Mientras la mole verde segufa rugiente su trayecto, el Pelado pensa- ba qué poco bastaba para conformar a los pibes y al mismo tiempo nota- ba el ahinco que ponian para cobrarse ese poco, como exigiendo apagar luna sed retrospectiva. ‘Al bajar hubo que hacer una pausa inevitable en una heladeria, y fi- nalmente tuvieron que tomar un taxi para no llegar tarde a la cita, El Petiso tenia el reloj adelamtado y Ilegd echando los bofes, creyendo que estaba retrasado y te Ilamarian la atescién. Vivia en Roma y debia hacer de cicerone de todas los compafieros. Buena parte de la organiza- eidn y la logistica de la reunién recaian sobre él. De espaldas a la estacién del metro, miraba con fastidio la Pirdmi- de Cestia y el fragmento de muralla que acompafiaba decorativamente ‘al monumento. Habia contemplado ese conjunto cientos de veces. Aho- fi pensaba irritado que “hay que dejarse de embromar” y variar un po- co los lugares de citas. El lo habia dicho, le dieron la raz6n, y volvié a ‘imponerse la rutina, que es el peor enemigo de los perseguidos, Pregun- 16 la hora a un viejo que pasé a su lado y se tranquilied. Lo seguia ago- biando el peso de la seguridad de fa reunién, a la que concurrirfan va- ‘ios de los capos, pero al menos no habia Hegado tarde. “Pronto, muy ‘pronto, apenas en dos dias, los birbaros volverin a invadir Roma”. Se ty 6 para sus aclewtros y micaums s¢ Furmaba an aperiono cigeariilo negro, Sraagiad lo qae darian Jos servicios de intelli gemcia militares por suber donde y cadindo se jumterian treimta de los hormbres mis buscados por la dictadura. Exae) grupo mas heteregéaco que se puciers comeebu y sewnis, Aun- que para sus enemigos no habia distingos: todos habian buriado La cam- paiade ceroo y aniquilamiente. Tengan que morir y csiahan vivos, La presa mds crxniiciada era ¢] Secreianio General, Manic Firmenich, que en esos dias cumpifa teint y an afios. Junto a él se congregaria un nicleo de veteranos. y jovenes conspiradores que hab(an desafiado cien- tos de veees el poder militar, Combatientes formados cn el foco guerrille- fo: viejos politicns peronistas; intelectuales que abrazaron tempranamen- te cl peronismo cuando la inie/figentzia lo despreciaba; militantes forjados en una prictica mixta, politica y militar; sindicalistas surgides de Ja base profetria y cuadros lanzados en paracaidas sobre ins agrupacio- nes sindicales. Todos, en mayor o menor, medida, habian sulride la represidm en came propic. Adriana Lesgart tenia apenas treinta afes, pero aparentaba muchos mas: habia perdidos dos compaieros y parte de su familia en la guerra. Maria Antonia Berger era uno de los tres sobrevivientes de la ma- sacre de Trelew, en 1972. Una cicatriz en la mandibula tecordaba el tito de gracia con que creyeron ultimarlaen la base acronaval Almirante Zar. (Gregorio Levenson tenia dos hijos muertos y su mujer secuestrada, Al poeta Juan Gelman le habian secuestrado un hijo y su hija Nora habia sido liberada por milagro. Fernando Vaca Narvaja habia perdido a su primera c asa padre (un ex ministro del gobierno de Frondizi) y a su hermano mayor ‘Hugo, a quien el general Menéndez, jefe de la guarnicidn de Cordoba, ha- bia apticado la “ley de fuga’ ito con Otros dos prisioneros desanmados. AAmaldo Lizaso pertenecia a una vieja familia peronista de la cone norte del Gran Buenos Aires, que habia sido précticamente diezmada. El primero, el joven Carlos Lizaso, fusilado en la masacre de José Ledn Suirez en 1956; los dltimos Miguel y Jonge, caidos en combate veinte afios despucs. Quienes menos podian lamentarse eran los que habian pasado por Jas prisiones en anteriores dictaduras militares, o aquellos que tuvieron la suerte de no estar en casa cuando se la volaban. Los habia buscado la Alianza Anticomunista Argentina, El Co- mando Libertadores de América, la Policia Federal, el Ejército, la Ae- rondutica. la Marina y ta infinite variedad de organismos de seguridad legales y clandestinos que fucron surgiendo como hongos en las dos til- timas diécadas., Los-dirigentes del MPM! habian sido citados por ¢! Secretario Gene~ ral 9 reunién de Consejo Superior y Hegaban de toes partes, Unos de Es- A i Pafia, otros. de Francia o de Suecia, Varios de México. Varios, también, de la Argentina, en la que habian permanecido durante Jos aiios mas duros, Algunos sabjan que era dificil que regresaran enseguida al pais. Otros Pensaban que deberian hacerlo, Algunos preferian la clandestinidad y el terror al exilio. Otros temian vivir acorralados como fieras y se nesigna- ban al destierro. La mayoria estaba dispuesta al sacrificio. La mayoria confiaba ain clegamente en la Conduceidn y en el triunfo cercano de la revolucidn, A ese grupo humano pertenecia el hombre que estaba esperando el Petiso. Pero su historia era muy particular, porque hasta ese momento, de todo ese grupo de sobrevivientes, sélo é1 habia conocido ef lado en som- bra de ta luna. Pronto el cénclave estaria reunido. Cuchicheando durante las expo Siciones, festejando alguna ironia. iniéndose com canciones en las Pausas de las deliberaciones. Tendria que haber seguridad para todos, ca= Mas para todos, comida para todos. “No es facil”, pensé el Petiso, y repard mentalmente qué se habia hecho hasta esc momento y qué restaba, Se deprimid recordande que has= ta dentro de cinco o seis dias no vol dormir tranquilo, a hacer el amor con su mujer. “Pero vale la pena”, se dijo mientras veia a lo lejos al hombre que hab/a dejado el taxi a unos doscientos metros de La cite y jivanzaba con sus hijos de la mano. Mirando cl impermeable azul que fameaba con la brisa, evoed las ‘otras oportunidades en que se habfan encontrado. Lo conocié en el exte- ior “antes de eso” y luego lo vio “después de la conferencia”, cuando FindiG una vex max su testimonia. No habia grandes diferencias externas entre el antes y el después. El, sin embargo, descubrié algunas. La mirada que combinaba mansedumbre | Y Paciencia se habia tornado mis fija © inquisitiva y por momentos pare- _ sia-volverse hacia adentro a paisajes sombrios ¢ inescrutabies con hos que fendria que convivir cl resto de sus dias. Seguia siendo sencillo, amable, ines Come “antes”, pero habia un eco falso en su risa estentorea, fa disonante con su apariencia despreocupada. “Como un tipo pu- oen un velorio”, intenté definirel Petiso, “come esos tipos que po- cara de John Wayne y se meten todo para adentra”. ~Y, sin embargo, no es que ne hubiera hatlado hasta por los cedos en (primeros tiempos, Habia hablade con Ja premura y la ansiedad de un cador con poco tiempo para echarse el discurso. Habia prevenido, oy prevenido de ciertas ticticas hasta el hartazgo.., Eso era todo. Casi ninguna referencia personal, emotiva. Todo apa- objetivado, como si se refiriese a otro tipo. Slo habia roto la tradi- en una oportunidad: la primera, cuande se encontraron. Despuds de 6 Vigorose y estrecho, le habia dicho y — {Por qué ne me habré muerto, Petiso? ; Por qué? a Al, inceunode, le contest una fiase boluda de cimcunsiancias y se quedé callado como unidiow. Tode ese encuentra fue “una verdadera mierda”. Ej Petisa quiso po- nerse en el lager de! Peladoy pemsd que tenia Que ser “natural”, para que e) Pelado no peasara ‘ni por las tapas” que “desconfid de €l", oque se es- forgabs por demostrar que ao descanfiaba “por Listima™. Y por tratar de ser natural habia perdido teda naturalidad y habia estado hosco, con lo cual tenfa miedo de que el own pensara que esa hosquedad era descon- fianza. “Un quilombo”, pensé despuds. Un verdadero quilombo, Sélo el irlo viendo varios veces mds le pemmitid superar ese envaramiento, esa terri- ble incomodidad, Ya estaba el Pelado a tres metros de 41 cuando sintié un objeto duro que le oprimia los rifiones. —jQue carajo...! —exclamé el Petiso. — Arriba Las manos —dijo el que lo encaifonaba. Dos segundos después el Petiso, el Pelado, los chicos y el Negrito Amarilla, que era el “atacante”, se refan a carcajadas. Y diez minutos despaés los cinco cruzaban la ancha calzada con gra- ve riesgo de ser atropellados por los autos que iban y venian a toda velo- cidad, Se sentaron en las sillas de metal del pequefio café al aire libre, fren- te a la oficina de Correos, Los nifios jugaban cerca, en el césped; los grandes cambiaban impresiones sobre el desgaste de la dictadura militar y el inminente lanzamiento de la contraofensiva popular. El tema del cénclave. El fastidio de Manuel iba en ascenso, Sentado en el pequefio y ciilido res- taurante cercano a Villa Borghese, repasaba las posibles altemativas de la operacién. El “pajaro” no habia dado sefales de vida en las tiltimas 24 horas. El hombre que lo acompaid la primera moche fue por la parroquia del EUR. a dejar el auto y después de un rato, em el que presumiblemente estuvo hablando con el cura, salié y se alejé primero a pie y después en autobis. El Chancho lo siguié hasta un edificio de oficinas en la Via Po. El indivi- duo pareeia dispuesio a quedarse a vivir alli dentro. Despuds de dos horas de guardia, el Chancho se aburnié y se metié en un bar a tomarse un ca- puchino y comerse un sdndwich, Cuando estaba pagando vie que el otro salfa apresuradamente de! edificio y tenia la suerte —bastame rara en Ro- ma— de conseguir un taxi en |a puerta y desaparecer. Intenté seguirlo y Je perdiéel rastro. Ala noche sedieron una vueha por el depdsiw de los suburbios, pe- 70 no pasé nada. Por las dudas no s¢ quedaron mucho tiempo. 2 “Habra que tener paciencia” pens mientras ¢l mozo le trafa la fuen- te con el fastuoso antipasto. Harto ya por la ocasional impuntualidad del Halen, se habia decidido a comer sin esperarlo. La visién de la mesa alumbrada por una vela aumenté su desaso- Siego. Se amargé por estar solo, sin una mujer, y mir con envidia a dos parejas que tenia cerca. La que le produjo un particular escozor fue wna tubia formidable que escuchaba con los labios entreabiertos y sonrien- tes ¢l encendido mondlogo de su acompafante, “Como se empilchan las minas de guita”, pensé. Y enseguida: “esa turra debe andar metida en ladolce vita". Halcén segula sin aparecer. La bandeja de metal brillaba vacia a la luz de la vela y decidié hacer una pausa. Prendié un cigarrillo y mind uburride los cuadros con escenas de caza. Los lores ingleses con sus Borritos. Los galgos estilizados. Se sintié mal, Muy mal y muy solo. Como si cl antipasto y los galgos produjeran terribles efectos sobre la conciencia. Atribuy6 ¢l malestar a fa demora de Haledn: “Como no se haya me- tido en algin lio", Cualquier tropieze podia dar al traste con la operacién Y generar un conflicto diplomitico, Haleén, ademas, tenia un estilo que no le gustaba. Era demasiado notorio que se habia enriquecido con el botin de guerra. Eso era peligro- 80. No s6lo porque este asunto podia ser destapado en un futuro remoto por una improbable comisién investigadora, sino porque podia favorecer- Jos a “ellos”. Si la cosa se corrompia, “ellos” usarfan ese elemento para dividir a las Fuerzas Armadas, para enfrentarlas entre si. La falta de mo- ral resquebrajaba la disciplina. ¥ sin disciplina... Acepté el segundo plato sin mucho entusiasmo. El maitre insistia pesadamente en que cumpliera con el ritual gastronémico que preveia el fiambre, la pasta, alguna carne o pescado, postre, café y un digestivo. Se dejé aconsejar sin voluntad y se encontrd comiendo come un zombie, Entonces todo fue mucho peor, La evocacidn parecia surgir de esa viscosidad del aceite de oliva que comenzaba a empalagarlo, La rutina de Jos tiltimes aiies: la emboscada, el interrogatorio, la nueva emboscada, el hwevo inferrogatorio. A veces podian resistirse y habfa tiros; otras se en- tregaban sin chistar. Habia tipos duros que se los trabajaba durante meses Bo soltaban prenda. Habia otros que hablaban sin parar. Le habia costado trabajo entender su lenguaje, sus costumbres, sus Sriterios operatives. Tras una larga paciencia se habia podido adentrar en ellos hasta el punto de sorprenderse utilizando su misma jerga, Un cuida- doso disimulo construyé esa sabidurfa: ser duro cuando era preciso; ser habil, sugerente, insinuante; buscar, a veces, los puntos de contacto entre las posiciones extremas, “Eso es lo que yo clegi, ,No? Muchas veces estuve en la Escuela de Mecinica antes de que la convirtiéramos en... Antes.” 2B ‘Se vines postules sucesivas, Elldia que sa padre lo Meve a la Escue- Ib Naval de Bio Santiago. La primers manteada de jos veteranos, El Al- wiiranie Guillermo Brown La Patria, Los siios de estudio. El tenguaje. Siempre el Lenguaje. Coi, detull, fumiel, ehoficolnaval, aspirinaral, pento- eaval... Pontomaval de los trasiades, Un belicépier en la noche sobre el io, Sobre La neerode abajo, bajo le negro de Ja aoche... Tachar fo que no coresponda. Est imagen rempe las postales. El umifoeme de gala de Guardia Marina. La familia Berazai en ¢l mvelle. Ellos formades en cu- bier puro el viaje. ED Pireo, Marsella, Panarnd. El viaje. El vinje sofindo durante custros afiws. El viaje definitive del que se volvis: marino, Mari- po. Stomi. La soberania El mar austral, El Beagle que los chiloies nos quieren afanar. Sl Guardia Marina Benazzi; un fideo derade en In manga: el Teniente de Corbeta Benazai: una sola tira pero més gruesa! el Tenien- te de Fragata Benazzi: una tira grucsa y wm fideo; ef Teniente de Navio Benazei; dos tiras gruesas, “Mi hijo es marino”, podia decir orguiloso su papa. Y tras las volu- tas celestes y blancas de la gloria podia advertinse una vida serena, la po sibilidad de ascenso social que Ia Argentina brinda a hijos y nietos de in- migrantes (aunque los bolches digan lo contrario). Una novia casta, Un Sasamiento con uniforme de gala y expada en la iglesia de San Martin de ‘Tours. Una carrera si usted quiere tranquila. Pero se pudrid todo, Se pu- drié por culpa de ese viejo gagd. Ese viejo de mierda que le abrié las uertas a los marxistas, a los subversivos, Subversivos. Hay que tener cuidado con las palabras. Las palabras parecen inofensivas pero... jcara- jo! Todavia se ponia colorado cuando recordaba ¢l disgusto que tuvo por la palabra subversivo, El hotel estaba leno de periodistas. El estaba enca- Puchado, al lade de Too. un oficial segundo que se habia quebrado en mil pedazos. El verso era que él también era monto, Que los dos eran Montos arepentidos que denunciaban ante el mundo las cagadas que se habia mandade Firmenich. Todo iba fendmeno, Habja repasado mil veces el libreto, El tenia que hablar poco. Siempre bablaba poco, Pero esa vez. Puta, cuando ¢l diablo mete la cole... Se puso a explicar que eran jévenes Racionalistas, peronistas sinceros, que habian sido usados por los marxis- tas de la Conduceidn. Y fue en wna de esas que metié la pata: Dijo que abandonabs el “movimiento subversivo”. Los periodistas se cagaron de Nisa. Parecia que no iban a parar nunca, Y lwego ving una andanada de preguntas jodidas. Y Cambio J habia publicado su caricatura como en- capuchads. Los tipos se creyeron que era Cupitin de Bjéreito. Pero da igual, era una macana, El Tigre se la habia hecho sentir con exa capaci- dad que tenia para resaltar las pelomdeces de sux subordinados. Cuando el mozo le trajo los bucaiini all‘ amaetriciana creyé que Je iba a voritar encima. Mind el reloj. Eran casi las diex y el Haleda no Ie- gabe. Las parejas se hablan ido, Promto empezarian a presionar para que comiera ripido y se fuera. Los tanos eran asi, 2 Lamenté no tener encima la Browning. “Estos hijos de puta han di- cho que no Van 4 operar en el exterior, Pero ,quién sabe? Las palabras se Jas lleva el viento, Y estos cuentan con apoye de afuera, Afuera se las ‘dan de democriticos. No dicen que son marxistas, Asi van ganando el ‘mundo entero. Con mentiras. Y hay imbéciles que hablan de los derechos hhumanos, Las guermas se ganan con balas, no con derechos humanos. ‘Luego estos imbéciles muy democriticos, muy limpitos, Horan cuando ‘viene el marxismo y a joderse, a ponerse todos el overal. Ell mundo ente- fo esté.en peligro y los imbéciles siguen diciendo bonitas palabras, Y no- ‘soiros hacemos la tarea sucia. Para que sigan comiendo a la luz de la ve- fa. Para que puedan hacer lo que se les da la gana. No sé... A veces me Bustaria que ganaran los marxistas sélo por un dia para que estos imbéci- les vieran lo que es bueno. Iban a protestar entonces por los derechos hu- ‘Manos, (Ja! Otra que derechos humanos les ibn a dar. Si la tercera gue- fra Mundial ya estallé. Lo que pasa en que es distinta que las otras...” En “tse momento ented Haleén y con una répida mirada lo ubicd entre los es- Chses parroquianos. Estaba agitado y tampoco tenia ganas de comer. Para Contentar al maitre pidié un postre y un café. _ Se disculpé por la demora: habia tenido que ir a la oficina de San tro para hablar a Espaia con el Tigre. Le pasd el parte de las. ilti- fas novedades. Del Pelado ni noticias, Se habia borrado como si se lo | tragado la tierra, ~ Manuel propuso cominar unas cuadras para bajar la comida, ) Mientras recorrian una callejuela sombria experimenté un cambio de- vo. Lentamente comenzé a apoderarse de él un odio feroz por la presa, ‘escurridizo que ya los habia butlade dos veces, Con esa cana de de mosquita muerta, era mas peligroso que otros que gritaban. e Nuestros nombres”, pensd y le pareeié sentir que una gigantesca wa se abatia sobre él, sobre sus camaradas y sobre su propia familia, Por un instante, mientras dejaba vagar la vista sobre las baldosas hi- ledas y Halen marchaba a su lado silencioso, imaging al Pelado y a os sentades en un tribunal, juegindolo, Concibié que esas locas de pa- ‘blanca en In cabeza serian testigos de La acusacién. “Aca los tini- x les de guerra son ellos” s¢ tranquilizd, Es al pedo —murmuré—. Hay que encontrarlo y esta vex va a ser Hobservar la luz de los faros detris del portin, i! compagno Francesco liu bajé el seguro de la 1.25 que pendia de su abultada cintura. 6. ponerlo en su sitio hasta que sintié nitidamente que Mari- o tras el sombrio cereo de ligustro, se adelantaba hasta el )y lo abria, dando la bienvenida a bos recién Hegados, Don Francesco musilé: —pCompagai? —a [a excueta tombra que lo acompafaba en las tinseblas dell porche, El Flace, que compartia ba guar dip desarraado, repitid ea castellano: —Si, son compatercs. Son casi los ilfimos, Ahora falta el secretane general. El Alfa Romeo rod escasos metros sobre ef sender de pedregullo y se detuyo cerca de la escalinata de acceso a Io Villa, La noche era muy oscura y el Flaco apenas cistinguid |as silvewas del Petiso, ell Pela- do ye] Negrito Amarilla cuando s¢ bajaban del auto y descargaban sus bolsos. Al apagarse las laces del coche parecié crecer el rumor del mar yel viento. Durante buena parte de! trayecto de Roma al viejo puerto del Impe- fio, el Pelado habia estado muy locuar, explicando a sus compafieros lo que reiteraria en las deliberaciones de] Consejo: que existia una efectiva desmonilizacién de} enemigo que se percibia en la convivencia con ellos, Que por eso el Almirante Massera trataba de aprovechar la orfandad de! peronismo para hacer “entrismo™, utilizande incluso dirigentes combati- vos y hasta ex com s quebrados. Después se habia quedado silencioso y pensativo. Le impresionaba la cercanfa del mar que parecia Jo suficientemente alto como para devo- rar la carretera, su increible vecindad con el asfalto. Al irse acercando a la Villa lo domind una sensacién de irrealidad, de inmersién en una pelicula de accién. Esto ya le habia ocurrido en otras reuniones del Consejo, que tuvieron lugar en escenarios no menos surrea- listas, como aquel famoso convento... El Petiso habia explicade todo lo que debian saber: Ja casa era un centro de recreacién del Partido Comunista Italiano, que la prestaba “por solidaridad con la lucha antifias- cista en Argentina”, Ellos ponian también la custodia. Era, pues. un lugar seguro. A salvo de ataques de una eventual patota argentina y de proble- mas legates con la policia italiana. EI Petiso, que sabia como estaban apostados los centinelas, cambié una broma con Martinucci ante el portdn de entrada, luego dirigié la vista hacia la balaustrada del porche, donde don Francesca, il capo dell apara- fo, apoyaba su imponente bariga. Un nuevo vistazo a un balodn del piso superior le permitié divisar a otro de los ragazzi del Partido, ataviado con una pintoresca gorra. El Pelado tambi¢n lo vio y se dijo: “Sdlo le falta una lapara”. Los recién Hlegados entraron en la casa, Una ola de luz y bullicio es= ‘tall al abrir la puerta principal. Dejaron los bolsos en el hall y avanzaron hacia los saludos, Las Consejeros que habian egado en dias. sucesives, entretenian ta espera de mil maneras. Habia grupos discutieado agitadamente en el bar, otros dormitando o leyendo en sus habitaciones: habla quien minuciosa- mente repasaba los informes que habria de presentar y algunos que, preo- 26 cupades por el futuro, sondeaban discretamente a ciertos compaferos s0- bre la factibilidad de la maniobra que se iba a discutir en aquellas sesio- nes. Un primer elemento los diferenciaba: habia cuadros del Partido que ya tenian informacién y hasta habian participado en tareas de recluta- miento de militantes para volver al pais, y dirigentes politicos que ignora- ban casi todo. Un sector confiaba ciegamente en la Conduccidn; otro ru- miaba criticas pero creia todavia que habia que dar la lucha desde adentro, un tercero, por fin, estaba integrado por escépticos que se apres- faban a producir un cisma de importancia. Eran los conspiradores dentro de la conspiracién, Ademis de los Consejeros, una cohorte de milituntes de base no po- dia en ese momento darse el lujo de discutir ni pensar: eran Jos que esta- ban encargados de la organizacién, la seguridad y el aprovisionamiento de la reunién, A ese nucleo pertenecia el Petiso. A él y otros tres compa- fieros les habia tocado la engorrosa responsabilidad de ir llevando a los. ‘Consejeros a la Villa, sin que el lugar de reunidn fuera detectado. El ob- jetivo se habia logrado. En las citas y traslados se observaron con rigor das leyes del antiseguimiento. La reunién estaba a salvo de intrusos. A treinta minutos de alli, otros hombres proseguian su bisqueda sin resultados, El Pelado estuvo encerrado en las reuniones del Consejo durante cuatro dias. Al terminar el encuentro, que dio por aprobado el plan de contracfensiva presentado por la Conduccién, el Pelado volvié a Roma ‘Pero cambié de domicilio. Luego regress a Espafia. Enero se fue infructuosamente y en los primeros dias de febrero un ‘Manuel resentido y fatigado ponia fin a la caza, tras una breve discusién felefénica con el Tigre. Pelado, sin saberlo, habja vuelto a burlarlos, Se repetia la historia ‘de Argentina y Paraguay. La historia que cuenta este libro. SUCIA-GUERRA.BLOGSPOT.COM Primera temporada en el infierno Lejanias Buenos Aires, junio de 1955 Aquel 16 de junio pudo haber sido un dia de invierno como tantos, de no haber mediado algunas circunstancias especiales que lo convirtieron du- fante algo mas de seis horas en una versién circunscripta y criolla del ipsis. El sefior Dri habfa viajado desde Chajarf, ¢l pueblo donde se habia establecido con su familia, a la Capital, para hacer unos trimites en la Se- eretaria de Hacienda. Era una sombra mds entre miles de argentinos ané- nimos que deambulaban aquel mediodia por ese cuadrildtero del poder que se Hama Plaza de Mayo. Bastante molesto por los ajetreos de Buenos Aires, deseaba regresar cuanto antes al médico pueblo entrerriano que sdlo por exageracidn sus habitantes consideraban ciudad. No era como R., ¢l viajante, que aprove- _ haba esas escapadas urbanas para irse de putas con los amigotes portefios. ‘La picza del hotel solfa deprimirlo con sus roperos de luna gastada y las Viejas maderas descascaradas que parecian resumir y concentrar la angus- tia de todos los pasajeros que lo habian precedido, Nunca acertaba tampo- _ 60 con ¢l lugar justo para comer; siempre naufragaba en algiin bodegén ile] Bajo donde Je echaban una mala buseca integrada con restos de otros platos. Acostumbraba poner el diario en Ja mesa para tapar la soledad. ___ Esos dias el diario no le habia sido muy propicio para la buena diges- Las noticias eran inquictantes: cl conflicto entre Perén y Ia Iglesia 4 llegado a un punto extremo, Cuatro dias antes, durante la manifesta- ¢i6n de Corpus Christi, se hab(an producido violentos enfrentamientos en- re los manifestantes y la policia. Dos curas habian sido expulsados del pals ¥ el gobierno reprochaba a la oposicién la quema de una bandera ar- ‘gentina cn cl Congreso. ___ El sefior Dri vivia una contradiccién, dada su doble condicién de ca- ¥ peronista, Habia sido de los que apoyaron sin reservas el idilio entre Ja Iglesia y ¢l peronisme y ahora asistia con pena y descon- al divercio que cada vez se tornaba mds violento. Mu “So —solia decirse—. la cosa no caming. El gobierno estd leno de viwos y dicahuetes que scilo fuscaa Menare de oro.” Como mucha otra Fenic, pensaba gue Pern habia hecho wa gran primer gobierno pero la estaba pifiunde en cl segundo, Eniuie que la meerte de Evita habia sido realmicale ena gran pérdida, mo solamente per “todo lo que habia hecho por los pores”, sine porque em una vigorosa personalidad que mantenia a raya a los oportwnistas, impidiende que el gobieme popular se empeza- fa a padeir come el petcado, por la cabeca. Para colmo habiaa concluido los grandes alias de bonanza que siguicren al fin de ls guerra y la Argen- fina tive que Comenrar a ajustarse el cintunin y comer pan negro. Aunque nada de esto iba pensando aquel mediodia, mientras atrave- saba en diagonal la Plaza por los senders de grava. Habia cruzado desde la acera de la Catedral rumbo a la mole de edificios que integraban el Banco Hipotecarie y la Secretaria de Hacienda, Miré distraido las consa- bidas palomas que ilustraban todos los libros escolares y a las que se ex- hibia como simbolo de civismo, pese a sus inveterados hibitos defecato- ios que no respetaban ni a la Pirdmide de Mayo ni a los pacificos ciudadanos que deambulaban por la Plaza, ni a la mismisima Casa Rosa- da, emblema y recinto del poder presidencial. Ignoraba que otra clase de pajaros iban a surcarese mismo dfa de 1955 el cielo de la Capital. Se acerod un momento a la fuente donde die? afios atris bos desca- misados se habian lavado las patas, provecando el esciindalo de los litera- tos pulcros y las sefioras gordas. “Tal vex no lo encuentre y tenga que volver mafiana” se dijo, mientras miraba de refilén a un viejito sentado en uno de los bancos: dindole de comer a una bandada de palomas. Cruz6 Hipélit. Yrigoyen con ¢) embarazo tipico del pajuerano atur- dido por los despiadados colectivos y lox autos empefiados en meter la trompa, Atravesé luego el amplio hall de la Secretaria donde se respiraba Ja solemnidad oficinesca tan grata a los portefios, se metié en uno de los uscensores y, por fin, desembood en la oficina del sefior P. Se anuncid con timidez a la secretaria, una petisa pizpireta que lo miraba sobradora, y por uno de esos milagros que-rara vez prodiga la bu- rocracia, se vio de pronto cara a cara con el sefor P. Mientras se acomodaba el pantalén del traje, oyd el raido de los aviones y pricticamente no lo registed en la conciencia, Tampaco le pres- taron mayor atencidn lox miles de ciudadanes que trajinaban por el cen- tro de Buenos Aires, Cuando ef trepidar de los motores se hizo exoesivo, innecesariamen- te proéximo, el sefor P. interrumpic la perorata acerca de las condiciones de la adjudicaciéin del lote y dirigid su mirada al gran ventanal que tenia wespaldas de su escritoria: —Debe ser el homenaje a San Martin —acotd disirtide en tanto re- tomaba con severa uncidn a la cuestién de las cliusulas comtractuales. Estaha leyendo pausadamente el ineica & de la cléusulla tercera cuan- Rn do ocurrid Wwerosimil: una gigantesca explosién conmovid hasta los cimientos el edificio. El sefior Dri leyé su propio miedo en el rostro estu- Pefacto del sefior P. No relacioné esa explosién con el ruido de los aviones ni siquiera ‘cuando se produjo, mucho mds cerca, la segunda deflagracidn, que des- trozé los cristales del ventanal e hizo poner al sefior P. en cuatro patas ba- joel escritorit —Pero q —exclamé el seiior Dri, sintiendo que temblaba el piso bajo sus pies—_ Es una caldera —pensé en voz alta, tratando de hallar una explicacién racional, — iQué caldera ni caldera! —chillé. desde su escondite el sefior P— iSon bombas! ;Agéchese que son bombas! __ Elsefior Dri no sabia qué hacer, Seguia sentado en a silla sin enten- der para qué debia agacharse, cuando las explosiones se multiplicaron y en las breves Pausas entre cada estruendo comenzd a distinguirse com ni- fidez el tableteo de las ametralladoras. Una bala fue a alojarse en la pared él sefior Dri comprendig que el sefior P. no era tan ridiculo como le pa- fecié al comienzo. Cuerpo a tierra sobre 1a polvorienta alfombra, ambos hombres que se detuviera de una maldita vez ese di vio de bombas y ices parecia ctemo. __—jNo puede ser posible, no puede ser posible, -‘gritaba en la es- " fancia contigua la secretaria, que habia dejado de ser pizpireta, Y sdbitamente, a las explosiones, a las gritos, sucedié un silencio do. Entonces advirtieron que no s6lo se habia cortado la luz artificial NO que la propia calle estaba sumida en una oscuridad insensata. Grue- eolumnas de humo negro se alzaban en la Plaza, Lentamente, y como si se hubieran puesto de acuerdo, ambos se on incorporando y finalmente se asomaron al ventanal destrozade, Era dificil distinguir algo en medio de aquella densa humareda, ras- da a intervalos por algunas lamaradas. Apenas el perfil de alguien que el escorzo de un trolley detenido. Formas Vvagas, imprecisas, en lo ‘ntes habia sido la realidad cotidiana de la plaza mayor al mediogkia. _ El silencio se interrumpia cada tanto con gritos de indignacién, de , de miedo. de sorpresa, de soliduridad. —Cudnta gente habra,,.? —volvid a pensar en voz alta el sefior Dri ‘Se atrevic a completar la frase, A su lado el sefior P. acababa de tomarle enérgicamente un brazo. © por un instinto certero, se dirigié con apremio a su visitante: _—Van a volver. Me juego la cabeza que van a volver. Vamonos de te. | El sctior Dri se dejo conducir décilmente hacia la puerta donule la se- Plaria florosa miraba fijamente a su jefe como solicitandole una clave rael incomprensible descalabro, M A una indicacién del seor P que habie recuperade momentinea- Mee yu aire grave y autoritario, x enceminaroa presurasamente hocia la salida Proate compraharoa que no funcionshan los ascensores y que ‘olguncs iinfelices que haben quedado eacerades grilaban desesperados pers que alguien los sacase. Ell pilice babi bocrado las escalas jerdiqui- as y gerentes, secremrias, homeras y ordenanzas cormian sin sentido de un lado part el oto. Algunes con mds inicialive deban drdenes que nadie cumpla, Tode eran uopiezos y matdiciones en In oscuridad. De la bara- ainda sumgid una vor spera. aguardentosa, qac ¢! se-for Dri separé clam mente del barullo general. —jHijos de puta! —gritd la vor—. {Le quieren mater al General! El sefior Dri se detavo como para preguntar algo, mientras el sefior Py la seceetaria, que se habian olvidado de él. comfan escaleras abajo ‘buscando refugio en los s(tanos, “Lo quieren matar a Perén”, se repitid mientras bajaba lentamente las escaleras come un autdmala. Y esa revelacién le produjo un sdbito vacio en el esidmago. —Se levanié la “contra” —explicé una empleada a otra. El sefior Dri lege a los enormes portales de la Secretaria precisamen- te cuando estaban por cerrarlos y sin saber por qué, salid a la calle. Al- guien a sus espaldas le gritaha que permaneciese dentro del edificio. Ca- ‘miné varios metros oyendo las primeras sirenas y, al llegar a otro portal, se sobresalt al tropezar con un bulto que yacia a sus pies. Dio un brinco para atris y lanzé un grito al descubrir el caddver destrozado de un mu- chacho. Durante un instante observé con extrafia fascinacién al mueno, que: parecfa extender la mano hacia unos papeles que se le habfan caido. El sefior Dri. comenzé entonces a corer sin rumbeo fijo. No habia he- cho cien metros cuando Ilegé a un viejo cafetin que las mudanzas de la ciudad convirtieran en copetin al paso. En la puerta de entrada se agolpa- ‘ban parroquianos y mozos comentando la blitzkrieg con exaltacién, pero sin dar muestras de pdnico. El sefior Dri se sintié atrafde por ese grupo parlanchin que, en medio de la tragedia, le restituia una sensacién de co- tidianidad y confianza en cl mundo, y se acercé aellos. —Es la Aerondutica —decia un parroquiano caspose que masticaba frenético la punta de su Avanti, —Pero no, viejo, no —replicaba un hombre sumamente delgado, de expresidn melancélica—. Es la Marina, ;No ve que la Marina es contrera a muerte? Es la Marina, che, se lo digo yo. —Ese sr lo digo yo sond ta- jante, definitorio, No sélo por la autoridad con que fue proferido sino porque la atencién general comenzé a fijarse en un sonido perverso que iba creciendo én intensidad: el de los aviones que regresuban. Alguien tuvo una ides y grits; —|Al subte! —Todos comenzaron a comer para salvar la distancia que Jos separaba de ki boca del metro. El melancdlico iba cami nando detris con gran dignidad, diciéndole all grupo: M4 a —No se caguen que es peor —luego se volvis al sefior Dri, que se habia quedado a su lado—, En estos casos hay que quedarse piola y con- servar la calma, Se metieron por la recova del Cubildo y los atropellé un agente de | policia que venfa corriendo, t La bumareda se habia disipado bastante y entonces los vieron, La ex- _ Shadrilla venia del Este, desde el rio, Parapetados detris de una de las co. lumnas de la recova pudicron apreciar sus evoluciones. Y también la guia luminosa de sus balas trazadoras demarcando los blancos perseguidos. Atrapados Por ese especticulo que parecia una exhibicién desconecta- da de la muerte y el terror que habia quedado en tierra, pudieron observar Gel fuselaje, pintado en forma tosca, el chisico simbolo del Cristo Vence _ que habia presidido Ia agitada conmemoracién del Corpus antiperonista. ° melancdlico tomé del brazo al sefor Dri y devidié mentalmente que desde ese momento quedaba bajo su Proteccidn. “Qué bajo vuelan”, _ Pens el melanedlico. El sefior Dri no pensaba. Registraba los accidentes exteriores con una pasividad de espectador cinematogrifico, Sin poder _ Micar-conclusiones y como si estos hechos no le incumbieran. Al comenzar a bajar las escaleras del subte casi Jos aplasta contra la fed un grupo tumultuose que venia Hevando un herido. En el primer lano wn nifio pequefio Horaba abrazado a su madre. La visién fo retro- a Chajari y el sefior Dri se acordé de su familia, Una nueva sensa- de-abandono y auwocompasién lo acompaiid unos instantes mientras dia los peldafios y descubria aterrado que Ia botamanga de su pan- ‘estaba empupada de sangre. Instintivamente se palpé la pierna para si estaba herido y luego comprendié que cra la sangre del cadaver nel que habia tropezado, Enel acceso al gran salén donde estaban las bélleterfas y los moline- 485 de eotrada, en un dngulo, habia una mujer sentada sobre unos diarios 900 la pierna derecha desecha por la metralla, El hueso estaba expuesto y do y podia verse claramente entre las hilachas de came sanguino- Lo que més impresioné al sefior Dri fue que la mujer, una mujer ly que vestia un abrigo basto de franela marrém, apenas si se que ja- la mano lo que En esos primeros instantes ia solidaridad ho s¢ habia organizado. $6- s -velan grupos incipientes que superando el estupor y el panico levan- a los heridos, guiaban a Jos mis débiles, comenzaban a impartir 6r- Practicaban curas de emergencia improvisando torniquetes con imponiéndose con su presencia de dnimo a los que habian sido 0 or la histeria, A esa clase de Iideres naturales pertenecia el n A él le debid el sefior Dri la primera confortacisn, el primer oO humane que lo regresaba, en medio de la tragedia, # 1a certeza de EC que el mando no se buble veh loco y criminal, Pero su consuelo y au- silie duraron poco, porque muy promi ¢sa disposiciin natural del melan- edlico jo Revd 2 oxganiiear ell socono de agafilos que, de manera més ur- genie y visible, necesisbar ayuda. Amojado al caos y las tinieblas, el sefter Dri no estaba mas descon- ‘eertado por la brutal agresicn que el reste de los ciudadanos comunes. Su wagedia individual mamhaba acompasada com Ia gran tagedia colectiva que s¢ extabe desstando. Pricticamente encerrado en el subte, ignord la indele de los sucesos que se fueron produciendo en la superficie; en ese reducido escenario de poces manzanas donde Ja historia argentina con- tempordnea se habia condensade en ana conflagraciGn atror. La Plaza de Mayo, espacio inaugural del peronisme ¢] 17 de octubre de 1945, se habia convertido shora en ¢! campo de Agramante donde que- daria prefigurada su primera caida. Como ea una tragedia griega cada per- sonaje fue ocupando su lugar, Durante varias horas los respectivos coman- dos, leal y subversivo, estuvieron a una distancia inusitadamente corta. El presidente Perdn abandond la Casa Rosada, blanco central del bombardeo, y se instak} en el Ministerio de Ejército, ubicado pocos metros hacia el su- reste. Desde allf podia observarse, mirando al none, la construccién mais moderna del Ministerio de Marina, sede del alzamiento, donde el Con- trulmirante Gargiulo decidia que, como corolario del primer raid aéreo, un batallén de infameria de Marina ocupase la Casa de Gobierno. Pocas cuadras mediaban entre ambos comandos. A sus espaldas el puerto, a su frente |a Plaza de Mayo; en un perimetro de 40 manzanas todos los recin- tos del poder: la City financiera, la Confederacién General del Trabajo (CGT). la Catedral, las oficinas centrales de las grandes empresas, los principales diarios, el canal estatal de televisidn, los ministerios. La Marina de Guerra s¢ habia lanzado al ataque con la promesa de que se sumarian unidades del Ejército que decidieron finalmente no salir de sus cunrteles, Disponia de armas y municiones suministradas por Gran Bretafia y Estados Unidos y, alentada por Jos terratenientes, la jerarquia catilica (a la que curiosamente sus mandos masdnicos siempre habian mirado con recela) y los partides politicos de la clase media, habia deci- dido ponerse al frente de la santa crazede contra la “segunda tirania” ‘Con el pretexto de un homenaje al Libertador San Martin, | cidn Naval primero y la Acrondutica después, convistieron una exhibi- cidn aérea en el bombardeo sorpresivo a una ciudad abierta. La sorpresa del primer ataque demord la respuesta. Una vez repues- tos, los mandos leales comenzaron a desplegar baterias antiaéreas y cazas que partieron en persecweién de los atacantes. Sin embargo los conspira- dores no cejaron en su empefio y fueron renovando sus incursiones aé- reas hasta bien entrada la tarde. La metralia de los aviones picé cl frente de la Rosada, de la Secretaria de Hacienda, del Banco Hipotecario y, fue~ ra del perimetro de la Plaza de Mayo, algunos otres objectives como la a Residencia Presidencial, ubjcada unos kilémetros al norte en la aristocré- tica Avenida det Libertador. Al comienzo la poblacién ci sdlo jugd un papel pasive de victima ‘inocente. En las primeras horas de la tarde, cl Secretario General de la CGT hizo un !amamiento a la mov: ny un nuevo fendmeno sacu- Gi6 fas conciencias de los curiosos, de los abiilicos y hasta de algunos ‘positores: los obreros fueron abandonando tas fabricas y emprendieron Una marcha temeraria hacia ta central de los trabajadores, Los escasos festigos no podian creer los que estaban viendo: largas hileras de toda ‘elase de vehiculos ibaa transportando a la misma gente que habia produ- ‘Sido ef 17 de octubre. Cantaban la Marcha Peronista y alzaban contra el ‘ticle Io poco que tenian a mano: una pistola 22, una escopeta, un palo o simplemente cl puto amenazante, Era un cjército heterogéneo, uniforma- ‘Wo por las ropas de trubajo sobre tas que se habian echado un abrigo de mato burdo o un suéter. Tenfan todas las edades, todas las caras, todas las . El rostro cuntide por el sol, la palidez de los galpones, las sefias vi- de Ja ltalia del None y cl Sur, de Galicia, cuerde cobrize de los isados indios, el bigote poblado de los eri Venfan manchados cemento, de la grasa de los talleres, Era came lacerada por los BO Por la sordidez de los barrios del sur a de los vagones de se= clase, que venia a defender su dignidad humana, Los politicos de los Hamaban “cabecitas negras”, “grasas”. Los politicos de la fina y tolerada los habian denominade, con mayor pretensidn “lumpenproletariado”. Perdn les decia“compaiieros” y Evita Bis queridos descamisadas” r peroni , habian comentado en los dias felices en que fes- ¢l aguinaldo, las vacaciones, los centros de salud, los hoteles de 0, los aumentos, las leyes sociales, los nuevos barrios obreros, Co- an a sospechar de Ja filiaciGn politica divina cuando Ella se murié aos de vacas flacas, cuando el gobierno Propuso otorgarle petroleras a la California y reclamé austeridad Y productivi- trabajadores; cuando intuyeron que ese Frente Nacional que un fan formado el sector industrialista del Ejército, la Iglesia, la flo- ie burguesia nacional y clos mismos, comenzaba a resquebrajarse. ‘Pome siempre, los primeros en pagar los platos rotos, pero seguian Perdn por gratitud a ese luminoso pasado que se hubia extendido 52. Mientras los burgueses nacionales comenzaban a vacilar y i mientras el Partide Peronista se convertia en un cascardn va- ntrak los grandes sindicatos se esclerosaban en las mafias buro- 2] poder era corrompido por los arribistas y socavade por los u" th, ellos permanecian fieles a su identidad. Los tinicos ficles. fieles se than agrupando frente al edificio de la CGT. De alli pos ala Plaza, Ejército trataba de impedir que se moviliza- ce falta ya los Hamaremos”, vociferaba un capitin a las colum- Hn fas que se ban forrmando en lp calle Azopardo Tendkia seguramente en la caberae} famtasma de lus milicias obreras que no silo desvelaba a los ruilitares anti peronisias, sino amis de an general que habia recibide ta Miecsilla de Is Lealtad™ Las armas que Evita habia enwegado antes de morir a los dirigentes de la CGT, habian ido a parar a los arsenales de la (Grencunmneria. Pese a todo, contra viento y marea, muchos Megaron a la Plaza co- reando: “La vide por Pern”. ¥ la vieja consigaa po senaba retérica cuando los aviones (esta ver de la Acrondutice) se rambullfan haciendo piruetas por las calles del centro. El especticulo que vieron las primeras avanzadas fue sobrecogedor: sangre, heridos, muertos, un tolebis total- mente perforado por las balas, cuerpos calcinados y miedo en Ia cara de fos soldades. Clamaban por armes que ¢l Ejércita lea se resistia a entregarles. La mayoria asistia impotente a la camiceria afrea y el combate terrestre. ‘Los menos consiguieron un miduser para disparar sin orden ni concicrto, am- parindose en lox portales de las recovas. Los viejos ayudaban como po- dian. Algunos empujaban la curefia de los cahones cuesta abajo, hacia la odiosa mole blanca del Ministerio de Marina, del que partia el fogonaro intermitente de las punto-50. Pronto el mando naval, desmoralizado por la desercidn de las unidades terrestres que estaban en la conjura y que a iltimo momento se borraron, ordend el repliegue Alguien dio un grito de jtibilo y sefialé en direccidn al rio, donde se« percibia a lo lejos la armazén de las gnias y la arboladura de bos barcos mercantes. — Rajan los hijos de puta! ¥ esa exclamacién, desdefiada por la crdnica de los periddicos y los libros de historia, encendid Ia alegria en los improvisados combatientes. Al comienzo con cautcla y después sin precauciones, se fueron cer- cioranda de Io que un rato antes parecfa imposible: los aguerridos infan- tes, los “bichos verdes”, abandonuban las posiciones que habian ecupado ‘en la estacidn de servicio de Leandro Alem y huian a toda velocidad ha- cia el Ministerio de Marina. Las tropas de Ejército avanzaban hacia el comando enemigo. La mu- chedumbre obrera desbordaba de entusiasmo. La tarde se iba haciendo mas limpia y fria cuando tres aviones en derrota hicieron su wltima pasa- da y se perdieron en ¢l horizonte, rumbo al rfo, al propicio aeropuerto de Carrasco, en el Uruguay. La ciudad aldnita, temerosa, comenzaba a asomarse a los portales para comentar la hecatombe. Lot antiperonistas cuchicheaban frustrados y micdosos puertas adentro de las casas, los peronistas aullaban de indig- Ascién en las unidades bisicas, Promto triscendié que Ia Marina se habia rendido y que el jefe del alzamiento habia tenido la sensatez de pegarse un tir. Mi Las emisoras en cadena suspendieron la muisica sacra y la vor grave y solemne del locutor oficial de Radio del Estado, anuncié la palabra del “Excelentisimo Sefior Presidente de la Nacién, General Juan Domingo Peron” “A la Marina la yoy a correr con los bomberos", prometié Perén en una de sus clasicas salidas campechanas, y si bien anuncid severas re- presalias, en los hechos no aplicé Ja mano dura que partidarios y adversa- Tios esperaban o temian, Los escasos fusiles que algunos trabajadores ha- ‘bian empuiiado, volvieron a las salas de armas de los cuarteles. El edificio blanco fue ocupado por el Ejército. Las bajas navales eran esca- Sas. L0s oficiales rebeldes fueron respetados en su Tango. El grueso de la multitud hizo honor a la vieja consigna “de casa al trabajo y del trabajo a casa”, con excepciones: la de aquellos que Comenzaron a cooperar con las autoridades civiles en la evacuacién de tos heridos y lade esos grupos que quemaron la curia de la Catedral y las iglesias mas cercanas. La opo- Sicién temia un San Bartolomé, el incendio del Barrio None donde con- vivian la oligarquéa y la clase media acomodada, Pero el desvelo fue en ‘yan. El dnico blanco fueron las iglesias, el confuso episodio de la quema Como expresién de la “barbaric peronista” “Meaban en los ‘copones”, re- Sordaban algunos socialistas a los que en virtud de sus inclinaciones hel- -véticas por el orden y la limpieza los militares ‘asignaron funciones m ‘cipales. “Se ponian las casullas de los curas y bailaban como diablos”, se ‘escandalizaban retrospectivamente algunas sefiorus de Papada tembloro- Sa. “Es que esa gente no respeta nada”, afirmaba algin acaudalado estan- ‘Giero de la provincia de Buenos Aires, Los diarios ¥ las revistas fueron ‘Benerosos en las imégenes del “vandalismo” _Perén atribuy6 Ja cuestién a grupos de exaltados y formuld un Hla- que no fue escuchado. La tribuna péblica de la ra- fue utilizada por los dirigentes de los principales parti- S Opositores con un leitmotiv generalizado: destacar que no habia posibilidad de negociacién con el gobierno. ‘Todos se hacfan guifios de complicidad: sabian que frente al régimen = lizado y al pueblo peronista desarmacdo, crecia cada vez con mas a una nueva y definitiva conspiraciin militar, La que dio por tierra ine gobierno tres meses despuds, Hsefior Dri se demord en volver a Entre Rios. Es conjeturable que, ano- por el shock, haya deambulado como un autémata ese dia ¥ los. ‘que siguieron, antes de su regreso a Chajari. ‘Tanto tardé en aparecer que su familia Hlegé a darlo por muerto, Iniitiles fueron las averiguaciones, Muchas famili manicadcs, Jos Dri no tavieron siquiera ¢! comsuelo de la bisqueda, Fuc- ron en cambio agraciados por ls Tugar sensaciin def milazro, cuando una buena mafiama el jefe de la familia maspuso el uinbral de Lacasa. La impresi 6a fue tal que ¢! sefior De no sobrevivié mucho tiempo a la aventura. Apareaicmente babi resultado ileso en el bombardeo, pero estaba heride de macrte como el gobierno peroni sta. Al abrazar a sa padre, Jaime. Un machacho de trece afios. estiibs le- jes de imaginar que veintides afios después sus hijo tambien to darvan a Gl por mwuerto. il La caida Montevideo, diciembre de 1977 —j/Estis mareado? —No. ;Falta mucho? __ —Tedavia falta un cacho medio largtin —dijo el Sopa, Alzé la vista hacia el espejo retrovisor y no vio nada raro. Al breve didlogo siguié un largo silencio, Un silencio de plomo, de ‘verano himedo a las dos de la tarde. ___ La Mehari se alejaba ripidamente de Montevideo hacia las afueras. A ratos la lona que la cubria parecia cefiirse pesadamente sobre los dos hombres, como un toldo aprapiado para sus inquietantes pensamicatos, Sélo el que conducia sabia y podia saber adénde se dirigian, El otro pareefa dormitar con la cabeza baja. En realidad iba cerrado, porque la casa del Sopita, Alejandro Barry, estaba compartimentada, Barry era el secretario politico del Partido y conducia su secretaria Geide la periferia, Desde ese Uruguay demasiado préximo en todos kx ala Argentina, La base Montevideo estaba en emergencia. La fheos todavia segura era la suya y hacia alli se dirigian para analizar “todas fas contingencias. __EI Pelado se sentia menos seguro en Uruguay que en el propio pais, e donde habia Hepado poco dias atrés como parte de un largo periplo ¢l mundo. Y no porque las cosas en el territorio marcharan sobre rie- s, precisamente. El Sopita insistia en pensar que parte de la columna segufa en pie. No era lo que él habia visto en su corto viaje. Li ancha frente del Pelado estaba perlada de sudor. El ronroneo del Jo iba adormeciendo. En pocos dias més debia ir a Panam para c se con Ii Negra y los chicos, Habian estado poco con ellos, De- lado poco para lo vivide por Vanesa y Fernando entre enero y marzo, pasarian las fiestas juntos. Un breve interregno y despues... otra la Argentina. ary hacia eélculos mentales sobre ta forma vertiginosa en que se ndo la situacién en Uruguay y esbovaba las drdenes futuras. * al —Goorda! —atiné a gritar, E) Pelado lesant5 instintivamente la caberay vio cémo el primer au- to kos cerraba rolentaments. Al segunde coche, que venia detras de la Mrirari, no alcanné a verlo. Pero sintid el Aopetazo feaomenal y duramte languisimes segundos el mando se empefd en convertirse en la rueda lo- cade un parque de atracciones. Todo se fue sucediende a ritmo vertigino- so. El auto volcd en fa caneta. El se quedé aprisionade sim poder salir. El Sopita consiguié pasar por encima de su cuerpo y escumitse hacia afueta por la ventanilla. Con an violento esfuerco logré seguirlo por el misme agujero. Entonces Je cayé encima un vendaval de pufietaros y patadas. Reaccionaba por puro instinto, lanzando é| también putios y piernas a iz- quierda y derecha. Su cerebro estaba en cero absoluto, Unicamente baja- ba por sus nervios la orden de salir, salir como fuera posible de esa marea de hombres sin restro que lo envolvia, Sus cides percihieran un mide si- niestr, peor que el de los disparos que ya habian comenrado con cl So- pita como blanco; era el tintineo de unas cadenas. Las cadenas de las es- poses que le pondrian en las manos, Contra toda légica pudo zafar. Sintié c6mo sus piernas Io Hevabun locamente hacia esa casa blanca de la esqui- ‘na, mientras los otros gritaban ol Y bos tiros se ofan come se oyen en la realidad y no en las peliculas. Tiraban a dar. Pero era mejor que la encerrona. Habia aire entre él y aquellos hombres. Un horizonte limitado, pero un horizonte al fin para intemar la fuga. Corrié entonces hacia esa simple casa blanca, el unico parapeto a la vista para un hombre desarmado. Se le intenpuso un alto te- jido de alambre y lo salté con facilidad, con esa increible facilidad con que se puede saltar en los suefios. Las piernas seguian pensando por él. El triunfo fue cfimero: la casa estaba cervrada, no ofrecia cl menor refu- gio. Dirigié la vista a fa izquierda y vio que se extendia un amplio terreno: baldio, un mar de yuyos y pastizales en el medio de los cuales emergia otra casa, més modesta todavia. Corrid frenéticamente entre los pastos y de pronto se cayd. “Me caf mal” diria mucho después, “Me caf como des- mayado”. En ese momento no entendié que habia sido el roce de una bala de 45 el que lo habia derrumbado, Se repuso casi instantdineamente. Se levanté y eché @ comer hacia la nueva casa, mientras ellos avanzaban ti- rando. Entré como una exhalacién en la pequefia prefabricada que sélo tenia una habitacién y un bafio, En el espacio que hacfa las veces de co- medor, dormitorio y cocina, una vieja sentada en un banquito comenzé a chillar. — {Qué es esto” ; Vayase! | Vayase! La habia visto con el rabillo del ojo y escuchado con el rabillo del inconsciente. No hacia caso de los gritos; luchaba desesperadamente con la reja de ta ventana del baho, la Gnica abertura por la que sc podia salir de esa trampa que habia parecido la salvacicin. La veja no cedid y debid a2 a

You might also like