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UNA IMAGEN FEMINISTA DE COMIENZOS DEL S1iGLo XIX por SERGIO PITOL El reproche que con mayor frecuencia se lanza contra la obra de Jane Austen se finca en la carencia de reflejos en ella de los grandes movimientos ideol6gicos € histéricos que se desarrollaban en derredor de la autora. La época en que vivié constituye uno de los momentos convulsamente germinales de 1a historia modema, un tiempo dindmico y revolucionario, rebosante de hechos ¢ ideas trascendentales y en el que Inglaterra desempefié un papel preponderante. Revolucién francesa, Independencia de los Estados Unidos, epopeya napole6- nica, transformacién profunda del clima politico europeo, Waterloo, cambios radicales en las estructuras sociales y econémicas, industrializacién, revolucién en el gusto, Romanticismo, Goethe, Coleridge, Blake, escarceos en el fondo de la conciencia, dudas de la razén, buceo en las zonas sccretas del alma humana, destruccién de sistemas filoséficos, Hegel y su fenomenologia del espfritu, Kierkegaard y su deslumbrante concepeién agénica del Cristianismo, surgi- miento de nuevos drdenes en todos los terrenos. Se dio todo eso y més, que no vamos a encontrar en las novelas de Jane Austen, las que, en cambio, describen bailes brillantes, paseos deliciosos, de ciertas embarazosas infracciones a las reglas de etiqueta cometidas por damas y caballeros rurales, y nos transcribe los chispeantes didlogos que tienen lugar en viejas casas de campo enclavadas en hermosas regiones del Sureste de Inglaterra. La Iejanfa que Jane Austen manticne frente al espectacular trasfondo hist6- rico ha permitido que se la considere como prototipo del creador puro en oposicién al artista que plantea o ilustra alguna tesis. Si bien esto es cicrto, ya que las novelas de Jane Austen mantienen una integridad y coherencia estética que se basa exclusivamente en los recursos literarios que para nada requieren del sostén de tesis o teorias, es también necesario dilucidar hasta dénde es verdadera la desconexién entre esa obra y su tiempo, hasta qué punto las seis novelas expresan © no una teoria de la vida que trascienda las deliciosas veladas y los agudos didlogos de sus personajes, A principios del siglo x1 no se establecian diferencias entre el arte puro y el arte comprometido. Jane Austen escribia con la seguridad de dar un testimonio de Ja sociedad que la rodeaba y, como autor satirico, aspiraba a hacer la critica de sus costumbres. wo La vida de la autora de ningiin modo fluyé al margen de los acontecimientos. Dos de sus hermanos fueron marinos, combatieron contra Napoleén y legaron a alcanzar el grado de almirantes; otro cas6 con su prima Eliza Hancock, que en primeras nupcias habia sido esposa del conde de Feuillade, de quien enviudé por gracia de la guillotina en los dias del terror. Es, pues, natural que en la atmésfera familiar se conocieran y discutieran los asuntos politicos, ya que directamente afectaban a varios de sus integrantes, Pero, al parecer, nada de ello parecia alterar a la joven escritora, pues tanto en sus libros como en su correspondencia apenas si aparecen ligeras alusiones al respecto. Pocas cosas, fuera del incesante fluir de los sentimientos humanos atraen la atencién de Jane Austen. Por sus cartas deducimos que aparte del circulo familiar apenas si tenia contacto con otras personas. El clan familiar es inte- ligente y culto. Su padre, ademés de pirroco, se dedica a preparar jévenes aspirantes para ingresar en la Universidad de Oxford. Conocemos casi todos los datos que conformaron la existencia de la autora. No fueron muchos, por otra parte. Sabemos que tenia cinco hermanos y una hermana, Cassandra, con quien la unié entrafiable amistad. Sabemos también que desde muy joven se dedic6 a escribir para regocijo de la familia; por los trabajos realizados a los quince afios nos enteramos que ya entonces albergaba muy pocas ilusiones respecto a la naturaleza humana, Disfrutaba enormemente con el espectéculo de la tonteria y de otras debilidades de los hombres. Vivié cn la parroquia de Steventon y més tarde se trasladé con su familia a Bath y, luego, a la muerte de su padre, a Southampton y a Chawton, A los veintitin afios terminé la primera versién de Orgullo y prejuicio, entonces llamada Primeras impresiones. ‘Terminé otras cinco novelas, y dejé varias inconclusas. Pasada la edad de contraer matrimonio se dedicé con afecto a atender a sus sobrinas. Por sus cartas descubrimos que atin més que escribir le gustaba bailar, pasién que comparte con casi todas sus heroinas. Se han encontrado comentarios escritos por personas que la conocieron. Una amiga de la familia, la sefiora Mitford, la recuerda como “la mis bonita, tonta y resabida mariposa en busca de marido que jamés he conocido”. En una carta de una tia suya encontramos: “Jane, como siempre, extravagante y presuntuosa.” Pero su verdadera autobiografia nos la entrega su correspondencia. Veamos s6lo unos cuantos parrafos: 1796 (desde Steventon) 350 1798 (desde Steventon) Hubo veinte danzas y las bailé todas sin sentir la menor fatiga. Me senti feliz de saberme, capaz de baijar tanto... Pero resulta que con este frio me da lo mismo bailar una semana entera que media hora. Mi capota negra fue abiertamente admirada por la seiiora Lefroy y, secretamente, me imagino, por todo el salén, 1799 (desde Steventon) Senti mucho haber sido tan poco solicitada. Los caballeros tuvireon la suficiente habilidad como para no invitarme a bailar a menos que no pudieran impedirlo. El éxito, ya lo sabes, varia muchisimo de una ccasién a otra sin que medic ninguna razén especial. Habia alli un caballero, un oficial de Cheshire, un joven muy atractivo que, segin me informaron, insistié mucho en serme presentado, pero no se tomé Jas suficientes molestias para lograrlo. 1804 (desde Lyme) El baile de anoche fue muy agradable. Mi padre permanecié hasta las nueve y media. Mam& y yo nos retiramos una hora después, Nadie me pidié las dos primeras danzas; las dos siguientes las bailé con el sefior Granville... quien me fue presentado por mi querida amiga A., y con un recién Ilegado de aspecto extrafio que me estuyo observando durante tun buen rato y que, por fin, sin previa presentacién, me sacb a bailar. 1808 (desde Southampton) Nuestro baile fue mas divertido de lo que me esperaba. A Martha le gusté mucho y yo no me di sosiego sino hasta el Giltimo cuarto de hora... La parte melancélica fue el especticulo que daban varias do- nang de jovenee ventedas sin paseje, movtrando deragradablemente, log hombros desnudos. Fue en el, mismo’salén donde bailamos hace quince aio y no obstante, a pesar de la vergienza de ser bastante mas vieja, fui tan feliz ahora como entonces, Aunque no lo creas fui solicitada por el caballero a quien encontramos aque! sabado con el capitin d’Auverg- ne... Me encantaron sus ojos negros; hablé con él durante el baile. Pero no conozco su nombre, habla muy torpemente el inglés; parece que sus ojos hablaran por él: 1809 (desde Southampton) El baile en Manydown no resulté tan brillante como esperaba, pero parece que Anna se sintié feliz. A su edad yo hubiera encontrado que se trataba de muy poca cosa. 3 ¥ en 1813 (desde Godmersham) No fuimos al baile... Quedé muy agradecida de que me evitaran la molestia de vestirme y salir. Ast que sigo an sin usar la capa ni el vestide, Me parece que hubiera podide muy bien venir sin ellos. Otra dofia Rosita la soltera estoicamente consciente del fin de la juventud y sus placeres, De la primera anotacién, la que se refiere al escindalo que causaron ella y su amigo irlandés, a la dltima, donde da gracias porque no le hayan insistido en ir al baile y piensa en que regresaré de sus vacaciones con 351 Ja ropa de noche sin usar, encontramos la trayectoria de sus novelas, el camino que va del brillo, jabilo, autoafirmacién de Orgullo y prejuicio, a la resignada melancolfa, al dejo de hastio que se percibe en las filtimas, Mansfield Park y Devocién. Qué es lo que da a las novelas de Jane Austen la gravedad y el peso nece- sario para constituirlas en obras clisicas? ;Por qué aun en nuestros dias, bombardeados como estamos por una prensa que nos regala de cuando en cuando con invasiones de paises inermes y desplegados fotogrificos en que vemos a los tanques convertidos en reyes, cualquiera que sea la latitud en que se muevan, encontramos la capacidad para entregarnos con regocijo a ese rumor de crinolinas presurosas y abanicos nerviosamente agitados? No se trata exclusivamente de la perfeccién formal lo que nos atrae, “El arte literario consiste para mi en tomar un trozo de marfil de unas cuantas pulgadas, dos © tres cuando mucho, y empezar a pulirlo”, parece que dijo en una ocasin Ja autora. La trama de las novelas de Jane Austen es sencilla y se repite en casi todas ellas: dos 0 tres familias establecidas en un escenario rural, Ia legada de algunos extrafios que desvanecen el letargo local; amores juveniles que termi- nan, después de varios incidents jocosos y de ciertos equivocos que le producen a la protagonista una ininterrumpida tensién dramdtica, en el matrimonio, dejandonos adivinar una subsecuente vida Mena de felicidad y armonia... Todo esto narrado con un estilo que posce miltiples virtudes: ingenio, capa- cidad satirica, agudo poder de observacién, sentido extraordinariamente vivo del diélogo y una calidez de sentimientos que hace grata y placentera la critica de las costumbres. Nada hay especialmente aparatoso ni deslumbrante en la manera en que narra sus historias y, sin }, hos encontramos ante uno de los estilos mAs claboradamente trabajados. Jams pierde cl control de las palabras; su prosa es de una notable tersura cldsica; no hallamos en ella una frase que pueda considerarse confusa. Y, sin embargo —y ahi se esconde la sutileza de su talento—, su arte narrativo es un arte de la evasién, de la elusién, de la ambi- giiedad, Gracias a un artificio narrative que le permite una serie de aleja- mientos y aproximaciones, la novelista logra comunicar, cn los momentos necesarios, su propia voz, entreverindola con la de los personajes, sin que su presencia Iegue a estorbar al lector, es mis, sin que siquiera se advierta. Virginia Woolf sefialé que Jane Austen es capaz de describir una hermosa noche sin mencionar jamés a la luna. Su estilo nos da mucho mis de lo que aparentemente se refleja en la superficie. Logra que sea el lector quien cree 0 complemente lo que alli est apenas esbozado, aun lo que no existe. Bajo una serie de situaciones triviales se ponen en duda principios bisicos de la conducta 352 humana, En su pequefio trozo de marfil esta grabada una critica scria de la existencia. éDe qué armas se vale para hacerlo? De la ironia ante todo, de un sabio manejo del humor. La iron{a es el instrumento con que percibe el mundo a través de sus paradojas, contradicciones y anomalias. Su manejo de la ironia €s en extremo sutil. Jamis llega a lo grotesco, aunque a veces se Je aproxime ent la creacién de ciertos personajes como el reverendo Collins o Lady Cathe- rine de Bourgh. Como todo autor satirico, Jane Austen se siente tentada a sefialar males y a corregir costumbres. Pero esti muy lejos de moralizar. Si la comparamos con los escritores del periodo vietoriano advertimos el hondo abismo que separa a las dos generaciones, Tenemos las pruebas suficientes para poder afirmar que la vida de Jane Austen fue sin duda alguna mis pura que la de Charles Dickens. Sin embargo, ella puede hablamos de un adulterio, de raptos, de seducciones, sin que los hombres o las mujeres que incurren en tales actos sean considerados como monstruos, La mayor parte de ellos son micmbros de Ia sociedad, muy bien educados, atractivos y con un buen cimulo de virtudes sociales. Cuando en Mansfield Park la autora nos enfrenta a una fuga y a un adulterio, simplemente asienta: “dejemos que sean otras plumas las que se complazcan en el pecado y la miscria. Yo me alejo de temas tan odiosos tan pronto como puedo”, jImaginémonos el sermén tremendo que Dickens nos hubicra endilgado ante un caso scmejante! A la adiiltera no le habria permitido mAs opcién que sumergirse de leno en el mundo del vicio, o, si arrepentida, emigrar hacia Australia, como frecuentemente lo hacen sus pecadoras, a vivir en medio de la selva, dedicada a realizar toda clase de obras pias. Las her- manas Bennet, de Orgullo y prejuicio, hablan con una libertad que no se hubicran podido permitir las protagonistas de ficcién medio siglo més tarde. El regreso de Lydia a la casa de sus padres, después de haber vivido varios dias en unién libre con su actual esposo, no puede ser mis regocijante: “—Bien, mam4, zqué piensas de mi marido? gNo es verdad que es un hombre encantador? Estoy segura de que todas mis hermanas me envidian. Sélo les desco que tengan la mitad de mi suerte. Deberian ir todas a Brighton. Ese cs el lugar ideal para conseguir marido. | Qué listima, mama, que no hayamos ido todas!” Y casi inmediatamente después, afiade, al invitar a sus hermanas a pasar ‘unos dias con ella y su esposo: “Y me atrevo a decir que les conseguiré marido a todas antes de que ter- mine el invierno.” ¢Asi, pues, la autora prefiere bromear sobre la fuga de Lydia Bennet y un oficial del ejército en vez de severamente condenarla? A Dickens, que no titu- 353 bed en acusar de trastornos mentales a su esposa para poder vivir clandestina y sabrosamente con una joven actriz, le hubiera estallado la mano antes de escribir los parlamentos que la sefiorita Austen, a los veintitin afios, producia con tanto desparpajo, Es necesario insistir. No son sélo la calidad formal y la calidad de su humor Jo que hacen de ella una autora de primer rango. Muchos de sus contemporé- neos posefan tales virtudes y estn definitivamente sepultados en el cementerio de las fichas literarias. Quiz lo que mantiene permanentemente viva la obra de Jane Austen es su intrinseca ambigiiedad. Ambigiiedad resultante de una perfecta y deliciosa inadecuacién entre los propésitos morales y la realizacién literaria de ellos. Su obra esté contaminada por las ideas de la época en un grado que, tenemos derecho a creer, ella no era consciente. Su creacién aspira a convertitse en un arte de la medida, en una sintesis ideal entre la perfecta urbanidad de las maneras y la perfecta urbanidad de los sentimientos. En Razén y sensibilidad ataca los fundamentos de la posicién romantica: “La emocién incontrolada de la razén —dice la protagonista— te induce a cometer errores ridiculos; te acarrea problemas que te Henan de angustia; y no sélo a ti, sino a todos los que te rodean.” Tal es, expresamente, la posicién de la autora. Pero en sus novelas vemos con qué frecuencia sus personajes est4n ya, sutil, casi invisiblemente, infestados por cl mal del Romanticismo. Elizabeth Bennet, quizi su personaje mejor logrado, se equivoca casi siempre que intenta definir o esclarecer una situacién de manera racional: a un personaje honesto lo cree perverso, a otro, perverso, Jo considera honesto, En cambio cuando sigue los dictados del coraz6n, cuando se entrega a la inspiracién del momento generalmente acierta. Lo mismo les ocurre, en mayor o menor grado, a todos los personajes importantes: las piezas de la razén nunca embonan de manera perfecta. Frente a la naturalidad de Elizabeth, los esquemas mentales de Darcy resultan armas equivocadas. “Todos los impulsos del sentimiento deberian ser guiados por la raz6n”, dice la ridicula y petulante Mary Bennet; pero en su boca la frase més que una afirmacién de principio resulta una mofa a la razén, ¢Qudles son los temas de Jane Austen? La frase inicial de Orgullo y prejuicio nos da Ia tonica de su narrativa: “Es una verdad universalmente reconocida que un hombre soltero en posesién de una buena fortuna debe buscar esposa.” Las seis novelas describen las costumbres de un sector social inglés determinado, el de la gente de buena crianza rural —la gentry—, que limita al Norte con la aristocracia y al Sur con la clase media. Grupo de personas por lo general cociosas y a quienes los placeres del intelecto no les estén vedados. Quienes de entre ellos tienen una ocupacién son oficiales del ejército o de la marina, © bien clérigos, Tienen su propia moral de clase, un sistema de valores cons- 354 tituido con bastante precisién, En ese marco se mueven las protagonistas de Jane Austen en busca de marido. Su vida y la novela de que forman parte parecen llegar a la plenitud al contraer matrimonio. Las jévenes que pucblan esas paginas se debatirin entre diversos dilemas, sostendrin conflictos morales, tendrén que vencer oposiciones familiares, hasta demostrar ser lo suficientemente inteligentes, capaces y enérgicas para abrir los ojos de un hombre soltero en posesién de una buena fortuna y hacerle Feconocer que necesita esposa, papel que ellas pueden desempeiiar mejor que nadie, Entre bailes, comidas, visitas a casas de campo, conversaciones ingenio- sas, las heroinas van ganando terreno hasta al fin lograr aparentemente ceder a (en realidad forzar) los apremios del elegido pretendiente. El mundo de Janc Austen es csencialmente femenino. Mark ‘Twain decia que sus novelas le inspiraban una “repugnancia animal”: la revulsién mascu- lina hacia un universo donde la mujer es el centro y el hombre cumple un papel secundario, puramente ornamental. Si a las ardientes amazonas que en pos del sufragio femenino se ataban en racimos a las vias férreas dispuestas a morir arrolladas por un tren, como protesta por la desigualdad de que su sexo era objeto, las que cuchillo en mano entraban a la National Gallery a apufialar a las majas desnudas por considerarlas un insulto a la mujer, se les hubiera insinuado que en las prota- gonistas de Jane Austen, especialmente en la deliciosa Elizabeth Bennet, tenfan un antecedente espiritual, se hubicran seguramente considerado tan insultadas como si se las comparara con las mismas Venus que arteramente castigaban en los museos. No obstante, el mundo de la Austen es mucho més profundo y radicalmente feminista del que hubieran podido concebir las sufragistas, pata quienes el problema se fincaba en el hecho de no poder votar. Si Orgullo y prejuicio datase de la época en que Jane Austen ya. no en- contraba placer en los bailes, cuando asistir a ellos significaba sentarse a conversar con las personas de edad y a ver bailar a las sobrinas, es decir, cuando cualquier esperanza de contraer matrimonio se hubiera ya desva- necido, podriamos pensar que era el despecho o cl resentimiento a un mundo que la habia puesto al margen lo que la hacia poner en los labios de sus protagonistas juicios severos sobre las relaciones entre el mundo femenino y el de los hombres, pero la novela, aunque publicada muchos afios més tarde, fue escrita cuando tenfa apenas veintitin afios. En ella aparece una nota que de un modo u otro se repetird en el resto de su obra: “Después de todo, los ‘inicos hombres que vale la pena conocer son los estiipidos” —dice Elizabeth. Jane Austen nos propone como modelos de heroinas a jévenes que, si bien no estén libres de los lazos familiares, tienen la suficiente independencia como 355 para resolver por si mismas los conflictos que se les plantean y aclarar las situaciones en que voluntaria o involuntariamente sc encuentran mezcladas. La autonomia de pensamiento es uno de los rasgos sobresalientes de las prota- gonistas, Ellas, por lo general, resultan més inteligentes que quienes las rodean, incluyendo a sus padres. En el mundo de Jane Austen los hombres no existen, sino como sombras supeditadas a la voluntad de las mujeres. Si las guerras napoleénicas, la Revolucién francesa, la Independencia de América, el papel preponderante de Inglaterra en la escena mundial después de Waterloo, son acontecimientos que no tienen sitio en sus novelas es porque se trata de fend- menos puramente masculinos, y todo aquello en que la mujer no tenga parti- cipacién deja instantineamente de interesar a la autora. En sus novelas hay frecuentes movimientos de tropas; algunos personajes hacen brillantes carreras en la marina, en aquel momento importantisimo para el Imperio; hay quienes viajan a las Antillas a custodiar sus intereses, puestos en peligro por los des6rdenes de América. Pero se trata apenas de alusiones; los militares y marinos que aparecen son sdlo un elemento decorative para que los bailes resulten mis atractivos y las jévenes tengan mayores oportunidades de flirtear. Los hombres sélo existen en tanto que haya mujeres presentes; acompafian, entretienen, atormentan y enamoran a sus damas, La autora no siente el mis minimo interés por describimos su vida, reflexiones o hébitos tan pronto como desaparecen de la escena; nos enteramos que van de caza, de pesca, que visitan los teatros, todo eso de ofdas, porque ella jamis los describe en ninguna de tales actividades. Los matrimonios raramente son felices. Fundamentalmente por la culpa, ineptitud, arrogancia y estupides de los maridos. En todas las parejas de Orgullo y prejuicio cl hombre est subordinado a la mujer. Wickham, que en la primera parte de la novela aparece como el galin més atractivo, es ines- crupuloso y deshonesto; Bingley, un ser bastante bueno, pero extremadamente indolente y pasivo, deja que sean sus amigos quienes le solucionen sus pro- blemas, aun los sentimentales; el reverendo Collins es un modelo de petulancia y tonterfa extremas; el sefior Bennet ha desperdiciado su inteligencia en hacer bromas a costa de su mujer con la desventaja de que ella ni siquiera las comprende, lo que hace que su humor, como en un boomerang, recaiga sobre si, Darcy es arrogante, desagradable, y, presumimos, a pesar de la cultura que se nos dice posce, bastante tonto. En el primer encuentro con Elizabeth no tiene empacho en decir en alta voz, para que ésta y otras personas puedan ofrlo, que no hay mujer en la sala con quien no fuera un verdadero tormento bailar. Cuando le sefialan a Eliza, responde: “Si, es tolerable pero no lo suficientemente atractiva como para tentarme.” Si bien Elizabeth tiene el humor necesario para contar la anéedota a sus amigas y, mas tarde, olvidarla, la autora parece no hacerlo asi, sino que guarda hacia Darcy un resentimiento permanente, y nos lo hace compartir con amplitud. 356 Desde el comienzo Darcy, contra su voluntad, descubre que Eliza es atrac- tiva, “A pesar de su afirmacién de que sus modales no son los del mundo clegante, fue capturado por su facil ingenio.” La lucha se va a entablar entre su orgullo y el amor que siente por ella; al final, claro, ganaré el amor. Su primera declaracién amorosa es de una ilimitada torpeza; mds que una pro- posicién de afecto ¢s un insulto a su amada por carecer de familiares a la altura de su posicién, Confiesa asimismo haber interferido en los amores de Bingley y la dulce Jane Bennet, por considerar que un enlace entre ambos rebajaria socialmente a su amigo, Con ironfa aterciopelada que tiene algo de gracia felina, Jane Austen nos mostrar en las paginas finales la derrota total de Darcy cuando éste monta en célera al saber que su tia, Lady Catherine de Bourgh, ha tratado de inmiscuirse en sus relaciones con Elizabeth. Califica aguello de “injustificables intromisiones”, cuando él mismo ha desempefiado poco tiempo atrés idéntico, sino es que mas desagradable papel. La actitud de Elizabeth, por el contrario, es siempre coherente, aun en sus momentos de duda y de inseguridad. Si es necesario cambiar de opinién con- fesarA su error con la mayor honestidad. Con ella, Jane Austen dio vida a uno de los personajes més deliciosos de la literatura universal. Forjar este tipo de criaturas constituye una de las maximas dificultades para cualquier novelista; estén hechos de la misma pasta de la Rosalinda de Shakespeare; seres vitales: fuego, inteligencia, movimiento. La vivacidad, la alegria, la rapide de pensa- miento son en ella sinénimos de virtud, de salud. Elizabeth est4 siempre en movimiento fisico; camina cinco millas para visitar a su hermana, pasea en el parque familiar, en el de la familia de Bourgh, en ¢l de Darcy; se mueve incesantemente. Su padre la prefiere a sus otras hijas. “Son todas tontas © ignorantes, como cualquier otra muchacha, aunque Lizzy tiene un ingenio més vivo que el de sus hermanas.” Ha heredado el sefior Bennet —cuya filosofia de la vida podria resumirse en una de sus frases: “; Para qué vivimos si no es para ser blanco de nuestros vecinos y para, a nuestra vez, refirnos de ellos?”—, algo de su humor: “Las tonterias, inconsistencias, manfas y chifla~ duras me divierten, y me rio de ellas siempré que puedo.” Nada la amedrenta: “Flay una terquedad cn mi que no puede soportar atemorizarse por la voluntad de los demés. Mi valor surge siempre ante cada intento de intimidarme.” Miss Bingley, su rival, no puede imputarle las faltas de urbanidad que tanto afean a su familia. El cargo mas grave que le lanza es el de ser ostentosamente libre, el hacer gala de su “abominable independencia”. ‘Un tema sobre cl que la protagonista jamds deja de tener dudas es el del matrimonio. Como todas las heroinas de Jane Austen, Elizabeth decide evadir la costumbre del matrimonio por conveniencia y no se casar4 sino con quien decida libremente. Desprecia la concepcién que tienen otras jévenes, aun su amiga intima, Charlotte Lucas, la cual, teniendo en muy bajo concepto a los 357 hombres y al matrimonio no posefa otro objetivo en la vida que no fuera casarse; pues “esa cs la tinica provisién posible para jévenes bien educadas y de escasa fortuna”. Los asuntos referentes al matrimonio la lenan de incer- tidumbre: “Por favor, querida tia, zeudl es la diferencia entre los motivos mercenarios y la prudencia cuando del matrimonio se trata? ;Dénde termina Ja raz6n y empieza la avaricia?” Ninguna duda nos queda sobre las razones por las que Elizabeth se deshace de su primer pretendiente, el ridiculo reve- rendo Collins; una boda con él no le daria sino motives para burlarse todo cl tiempo; repetiria la relaci6n existente entre sus padres, con iguales resulta- dos, pues el reverendo jamfs advertiria del todo las agudezas logradas a su costa. Pero en cambio si prevalecen algunas reservas sobre las razones que la evan a casarse con Darcy. La pasién de sus hermanas por sus galanes res- pectivos, Bingley y Wickham, es simple y natural. Del amor de ella por Darcy, no obstante ser la ‘inica relacién que la autora estudia pormenorizadamente, nos queda un fondo de incertidumbre. No se casa por gratitud, debido a los esfuerzos que él se ha tomado para salvar a Lydia del desastre; no por su fortuna, aunque no deja de hacer sobre csto ciertas bromas que escandalizan a la buena Jane, como cuando, por ejemplo, comenta que lo empez6 a amar “tan gradualmente que dificilmente sé cudndo empez5. Pero creo que debe haber sido la vez que vi sus hermosas propiedades en Pemberty”. Nos queda la sospecha de que su matrimonio es la prueba de su victoria sobre el varén. Se casa con él cuando ha logrado destrozar su orgullo, cuando ha hecho que la cerviz de aquel fiero caballero se mantenga frente a ella permanentemente inclinada, Elizabeth Bennet con sus crinolinas, sus encajes, sus talles estilo Impcrio, sus ejercicios al piano, sus tés, sus veladas deliciosas, ilustra una posibilidad de li- bertad ¢ independencia. No podemos afirmar que colocé los adoquines del sendero que muchos afios después transitarian sus bisnietas de severos botines, amargo traje sastre y hoscos ademanes en busca del sufragio femenino; aquel seria un trabajo demasiado rudo para ella, pero seguramente colaboré con los macizos de flores que adornarian el camino. Y en uno de ellos escondié una bomba,

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