You are on page 1of 5
Dominios ilicitos La extrema concentracién de estos cuentos —algunos de una pagina y media— manifiesta el designio de abolir radicalmente las partes serviles del relato. Exclufdos los intercersores de sentido nulo, todo aparece en primer lugar 0, mas precisamente, es el primer lugar. La insumisién a los esquemas del relato ya clasificados, pareciera originar en la autora de El pecado mortal la sensatez que distingue a los nifios de su cuento “La raza inextinguible”. Ellos no aceptan las ciudades imperfectas de esa gente, los adultos; en consecuencia, construyen otra, pequefia y perfecta. No de otro modo es la estructura de estas narraciones: pequefia y perfecta; aeabada como una flor 0 como una piedra. La reserva delicada y el don de la alusién son rasgos de una escri- tura “simple” y estricta que no logra disimular su perfeccién. Aqui es “todo més claro”, y a la vez, todo més peligroso. El peligro consiste en que los textos dicen incesantemente algo més, otra cosa, que no dicen. ‘También el mundo trivial permanece reconocible, aunque extrafio y trans. figurado: de sibito se abre y es otro, o revela lo otro, pero el pasaje de la frontera es enteramente imperceptible. La ambigiiedad de Silvina Ocam- Po se acuerda con su facultad de transponer un hecho apacible y comin en otro que sigue siendo el mismo, slo que inquietante, Es decir: se tras- Jada al plano de Ja realidad sin haberlo dejado nunca, Asimismo, se tras- Jada al plano de Ja irrealidad sin haberlo dejado nunca, Claro es que términos como realidad e irrealidad resultan perfectamente inadecuados. Pero para sugerir con mas propiedad ciertos gestos y cierta mudanza, " habria que remitirse, en este caso, a las danzas japonesas, a su tenue grafia corporal. Entretanto, vale la pena recordar a Sterne: Hay miradas de una sutileza tan compleja... Bl modo de hacer visibles las pasiones infantiles configura el centro magnético de la presente antologia. Cierto, esta cronica demasiado apre- surada no podria conducir al “dominio sagrado e ilicito” de la infancia. A la vez, resulta improbable soslayar a los pequefios seres que alli se encuentran. En el cuento “El pecado mortal” hay una nifia fascinante en su ur- gencia por expresar las formas del desenfreno y por intervenir en fiestas elementales donde los juegos de la sensualidad riman en consonancia con los demds juegos. A falta de esto, le corresponde ser la oficiante y la vietima sacrificial de sus propias misas negras en las que descuella su eandoroso amante: una roja flor. 1 SILVINA OOAMPO: El pecado mortal (EUDEBA, Serie de los contemoréneos, Buenos Aires, 1966.) También la criatura de “Autobiografia de Irene” traba amistad con un personaje de igual procedencia que la flor: Jazmin, un perro imagi- nario, A mas de esto, las dos nifias comparten el deseo ardiente de ser una santa 0, acaso, el de anegarse en las aguas suavisimas de un suemio sin culpa. Pero la Mujieca, a diferencia de Irene, es una figura adorable a causa de sus ojos abiertos, Ella sabe que la flor roja y el blanco libro de misa que ha investido de virtudes afrodisfacas, resultan fascinadores y aterran- tes porque son signos de lo prohibido. Bi deseo irrefrenable y el terror a transgredir, confieren un prestigio desesperado y deslumbrador a esos actos seneillos que ejecutan con idéntica maestria un mintsculo salvaje y cualquier pequefio hijo de rey. En la més bella escena, la flor es reemplazada por el Chango, el primer sirviente, el hombre de confianza de la casa. Para configurar un ritual de violencia exquisita, concurren el hombre de cara de serpiente, la nifia lujosamente ataviada e inseparable de su mufieca, y los ritos de la muerte. Callada e inexpresiva, la Mufieca consiente en tornarse una mu- fieea con la que juega un afantasmado personaje viscoso. Simulténea- mente, en la zona adulta de la casa, celebran un velorio, Alguien murié, no recuerdo quién. La presencia de la muerte, suavemente sugerida, es deci- siva, Por un lado, las convenciones la cireundan; también ella pertenece a lo prohibido. Por el otro, el desorden que origina siempre la muerte ordena el horror y la incertidumbre de las ceremonias anteriores al dia vedado en que una nifia encuentra un nombre para su culpa inexistente, La escena es designada: arcana representacién. Tal vez pueda agregarse, también, que la representacién convoca las Danzas macabras, acaso porque derivan de un tema incesante: Muerte y Lujuria. De la arcana representacién emerge el detalle siguiente: 1a Mufieca inseparable de su muiieea, testigo —acaso participe— de prActicas sen- suales asaz fieles a Vécole du voyeurisme. Y cuando el hombre de con- fianza de la casa le pregunta si vio y si le gust6, la Mufieca arranca la cabellera de su mufieca, lo cual es una respuesta, (L’homme fait rire sa poupée. Fargue). El espléndido y erético simulacro que lamamos mufteca aparece, aqui, como el déppelganger de la Mufieca que representa un espléndido simulacro erético. Seguin el prologuista, cera y La raza inewtinguible ilustran un t6pico de la narrativa fantastica que consistiria en la alteracién del tiempo, sobre todo el desconocimiento de su caracteristica de irreversibilidad. . En efecto: tanto en Icera como en La raza. inentinguible es notoria la alteracién del espacio (la idea del espacio implica, por supuesto, la del propio cuerpo). El tiempo, en los dos cuentos, toma la forma del espacio 0, lo que es igual, el tiempo es transformado en espacio. En el primer relato, Icera, nifia diminuta, decide nunca crecer. Su eleccién es anterior a la de Oskar Matzerath (Hl tambor de hojalata), circunstancia hist6rica que se menciona por estar prefigurada, de algdn modo, en otro cuento: La pluma magica. Con el fin de permanecer tal como estd, Ieera se entrega a la ascesis espiritual. Le ayuda su fe y, sobre todo, su desconocimiento de la expre- sion “en la medida de lo posible”, caracteristica de los adultos. A la vez, la diminuta precavida martiriza su cuerpo diminuto con vestidos y zapatos diminutos, con lo cual inventa, de paso, un einturén de crecimiento 0 un DOMINIOS ILICITOS 93 cinturén de nifiez, El experimento obtiene éxito fisico, metafisico y moral. La raza inextinguible habita una ciudad en miniatura donde todo es perfecto y pequenio: las casas, los muebles, los tiles de trabajo, las tien- das, los jardines. A pesar de estos espacios deliciosos, la opacidad se cierne sobre el cuento. Acaso porque los nifios, con su responsabilidad habitual, se han hecho cargo de la clase adulta u ociosa, y se los ve abrumados. Pero los adultos se sienten incomprendidos e insatisfechos; luego, no tie- nen otro remedio que portarse mal. La metamorfosis del espacio mas perfecta acontece en La escalera. Este cuento en forma de imagenes d’Epinal prueba que setenta afios de vida pueden transmutarse en veinticinco escalones. En el wltimo escalén, espacio y tiempo se anulan mutuamente: es el fin de la escalera; es la muerte de una anciana, Tcera y La vaza inextinguible atestiguan la refutacién del espacio adulto. En el otro extremo se encuentran Fernando (Voz en el teléfono), la Mufieca (Hl pecado mortal) y Lucio (Las invitadas), confinados a casas demasiado grandes para ojos demasiado recientes. Ws verdad que esas casas guardan una hermosura secreta y amenazante que los nifios admiran con alegria y erueldad cuando la descubren en los libros para nifios. Pero si una casa es aquello que protege, es manifiesto que estos nifios habitan casas ilusorias. El juego de Ia ilusién teatral se multiplica por la presencia del “tercero”. A este personaje, miembro de la servidumbre, los padres y las madres le asignan el rol siguiente: el de interponerse entre ellos y los nifios. También actia junto a los nifios pobres, con la diferencia de que éstos lo buscan por si solos. Asi se forman tridngulos equivocos; y no es casual que los “tereeros” tengan rasgos femeninos y maternales (se ha visto un ejemplo: el Chango). La excepeién a Ja regla parece ser Ireneo (El moro) puesto que la confirma con exceso. La dialéctica del desamparo y del humor es inherente a todos los cuentos, En consecuencia, la infancia mutilada halla su complementario en la vendetta de la infancia, La palabra temida convoca inmediatamen- te a Fernando (Voz en el teléfono), autor de la vendetta mas memorable. Claro es que la ejecuta en una de las fiestas de cumpleafios que Silvina Ocampo organiza minuciosamente en honor de sus “invitados”. Después de leer este libro, sabemos que el ealendario es un instrumento que registra cuanto “le” falta para ser un cumpleaiios. Ademés de nouveau riche de sus cuatro aiios, Fernando es adorador de f6sforos, gracias al “tercero” y a su madre, la que no cesa de plan- tearle un problema sobre la causilidad: Fernando, si juegas con fosforos, vas @ quemar Iu casa, Y Fernando, como los nifios chicos y los cientificos grandes, necesita verificar la dosis de verdad que puede encerrar un problema. Asi, la fiesta de cumpleafios se yuelve apotedsica o, mas modes- tamente, traumdtica: Fernando juega con fésforos y quema la casa, En cuanto a las madres, mueren por fuego, naturalmente. El minisculo pirdmano no es el tinico parricida. Antes, no hay nitio, en El pecado mortal, que no lo sea. Autobiografia de Irene tostimonia un parricidio imaginario. En el dia de su primera comunién, la Mufieca entra en la iglesia con dolor de parricida, Una excepeién seria Luis (Hl moro): lo finico que hace es abandonar a su madre por un caballo, 94 Como todos los nifios, pero un poco mas, oyen lo que no se debe, lo que no se puede, P mente de los clasicos robos lujuriosos de escenas y de sonidos sino de algo mis grave: averiguar su “pecado mortal”, esto es: aquello por lo cual esa gente los entregé a las furias de la soledad pénica, En los cuentos de Silvina Ocampo las desgracias reciben “la visita de los chistes” sin que por eso queden reducidos ni el humor ni la aflic. cién, Dos ejemplos eficaces: Hl vestido de terciopelo y Las fotografias. EI primero es un boceto donde se ve a una modista probando un vestido a una sefiora, La prueba se interrumpe porque la clienta muere dentro de ‘su vestido vuelto prisién. Esto es todo, y no es risible, ni siquiera Sorprendente esa callada traicién de un vestido, Pero Silvina Ocampo confié la conduceién del relato a una amiga de la modista: la enanita regocijada, hilarante, responsable de que un hecho de los bajos fondos del mundo trivial se eubra con la mascara prestigiosa de los rituales barbaros, El humor, y un ligero horror, derivan de la jocundia inexplicable de la “observadora”, Como puede comprobarse, la nocién de realidad. Pero, normales sean transmitidos ‘pi nita muerta de risa. En Las fotografias, los de este libro miran y ero aqui no se trata sola- la autora no intenta poner en tela de juicio por las dudas, prefiere que los hechos mas or “puntos de vista” de Ja estirpe de la ena- la inesperada muerte se desoculta entre risas y festejos, De ahi el escindalo, puesto que la més minima decencia exige cierta discontinuidad en el tiempo y en el espacio entre un grupo munido de copas de sidra y la muerte repentina de una nifia. La conjuncién entre la fiesta, la muerte, el erotismo y la infaneia, procede de una misma perspectiva fulgurante, posible de discernir, distin. tamente, en todos los relatos, Acaso no sea imposible, ahora, deducir un rasgo general. (Si, si lo queremos ast, esto conduce inmediatamente a lo césmico. Lichtenberg). El rasgo principal de Hl pecado mortal consistiria en ciertas uniones 6 alianzas o enlaces: 1a risa no se opone al sufrimiento; ni el amor al odio; ni la fiesta a la muerte. Tantos enlaces obligan a referirse a Celestina. Este cuento sobre una honesta sirvienta remite, creo, a La Celestina, es decir a la extraordinaria voyeuse (y “oyeuse”) cuyo oficio mercenario seria el pretexto de una pasién absoluta. La criatura de Fernando de Rojas logra enlazarse al Placer por la alegria visual y auditiva, Celestina, de Silvina Ocampo, des- fallece de goce al escuchar ‘(o al leer) desgracias y muertes ajenas. La duefia medieval pacta con el erotismo; la criada moderna, con la muerte. Dia tras dia, Celestina reclama alimentos negros como el humor del cuento Celestina. Al término de su retrato enlutado, suministran a Celes- tina noticias fieles al arco iris; de esta suerte la matan. Crimen perfecto © multiplicacién del humor por sadismo al cuadrado, Rhudamantos se le parece por su figura central: siniestra, furtiva, mezquina sin apelacién. Cuento para contemplar como a una eiticatura, por ejemplo, la de este bellisimo titulo: Envidia “constante mas alla de la muerte”, Autobiografia de Irene proporeiona un ejemplo de humor sospechoso de ingenno, pero conviene desconfiar. Vecina de su muerte, Irene piensa DOMINIOS ILICITOS 95 en las cosas que anhelé ver, que nunca veré, De la profusién del universo escoge las esenciales (para ella), entre las cuales aparece el teatro Colén con sus paleos y sus artistas desesperados cantando con wna mano sobre el pecho. La que va a morir de su culpa (del panico de su culpa) se entris- tece porque no habré visto una tarjeta postal muy cursi. En los cuentos de Silvina Ocampo, el humor es obligado a nacer, casi siempre, del pie de la letra 0, lo que es igual, del simulacro de la asim- Bolia 0, lo que es igual: basta olvidar que el lenguaje esté hecho de simobolos, para que el mundo se vuelva una representacién de El Gran Hospicio del Mundo. «”,.y dibujaban muchas cosas. Todo lo que empieza con M. —i¥ por qué con M? —inquirié Alicia. —iY¥ por qué no? —dijo la Liebre Loca”. Los yeinte cuentos que retine HI pecado mortal proceden de diversos libros de Silvina Ocampo. La cuidadosa seleccién de textos estuvo a cargo de José Bianco, No es esto todo, y es una lastima. Hay, también, una especie de prefacio por nadie firmado, en el que alguien repite realidad; irrealidad; fantéstico, Mediante la repeticién de estos términos, el innomi- nado transcribe los t6picos fantasmas que caracterizarian la narrativa fantastica. A su vez, los t6picos inaveriguables se hacen acompafiar por definiciones cémplices. Decir, por ejemplo, que la presente seleccién de sus cuentos destaca la voluntad érrealizadora de su estilo, es decir poco, ¢ in- cluso ese poco no es cierto. Tal ver resulte oportuno transeribir unas lineas luminosas de Jorge Luis Borges: (...) creo que no deberiamos hablar de literatura fantéstica. Y wna de lus razones (...): ya que toda literatura estd hecha de stmbolos, em- pezando por las letras y por las palabras, es indiferonte que esos sim- bolos estén tomados de la calle o de la imaginacién. Es decir, creo que esencialmente Macbeth (...) no es un personaje menos real que Rodion Raskolnikov... ALEJANDRA PIZARNIK 2 Alejandra Pizarnik © Ivonne A. Bordelois: Entrevista con Jorge Luis Borges, “Zona Branca”, N? 2, Caracas, 1964,

You might also like