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Posición de Nicolás Redondo Terreros Sobre La Decisión de Pedro Sánchez
Posición de Nicolás Redondo Terreros Sobre La Decisión de Pedro Sánchez
Estas son las palabras más difíciles de escribir. No son pocas las circunstancias adversas que he
vivido. Tampoco fue leve el dolor que me provocó la suspensión de militancia del PSOE, pero
estas palabras, que tiene que ver más con el luto que con la tristeza, son sin duda las que más
me ha costado escribir.
Pero hoy más que nunca, hoy cuando la política española circula al borde del abismo populista,
cuando se está invistiendo a una persona con todos los atributos del iliberalismo, es más
necesario que nunca hablar claro sin temor a las consecuencias que puedan provocar los
iracundos.
Todas las organizaciones que sobreviven largo tiempo suelen mutar, resultando que durante su
existencia pudieran representar realidades muy diferentes. En Ferraz, entre los a liados
convocados y los dirigentes en el Comité Federal, sepultaron al PSOE institucional que nació en
Suresnes.
Entre gritos y cánticos, entre banderas e in amación populista, este sábado sepultaron al mejor
PSOE. Las siglas son las mismas, pero el partido socialista ha mutado.
Hoy en día no es un partido moderno y europeo. Se ha convertido un partido que mira al pasado,
nostálgico e impregnado de un sentimentalismo cesarista. Hoy tiene más que ver con el partido
justicialista del general Perón que con lo que representaron los protagonistas de la Transición.
En este sentido, el sistema del 78 ha perdido (temporalmente por lo menos) una de las piezas
básicas del sistema. El presidente de un gobierno es la persona que concentra más poder. Por
eso mismo está limitado por leyes, jurisprudencia, costumbres y normas éticas que restringen
notablemente su margen de actuación.
Todo intento de relación directa del presidente con la sociedad, soslayando las instituciones
intermedias, se suele convertir en un peligroso salto hacia el populismo “redentor”. La propia
presidencia del gobierno es una una institución que obliga a determinados comportamientos:
evitar los soliloquios, las amenazas a los poderes constituyentes o los contrapesos como la
prensa que la sociedad necesita para evitar el ejercicio absoluto e ilimitado del poder”.
Hoy, por desgracia, no hablamos del futuro de España sino de las vicisitudes de una familia, que
siendo la del presidente es igual que la de los demás.
Hoy con razón se pueden sentir amenazados periodistas y jueces. Hoy hemos perdido la
seguridad de los márgenes que tenemos los ciudadanos para la crítica. Pareciera que la crítica se
ha convertido en un insulto, en una agresión. Hoy solo hay espacio para las lágrimas y los
exegetas del presidente.
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Algunos dijeron “con Pedro hasta el nal”. Yo digo: hasta el nal con la libertad de expresión, con
la justicia independiente, con la democracia y con la Constitución del 78. Una defensa beligerante
y justa la merecen por encima de todo los principios que inspiran la democracia.
Hoy, cuando hemos dado un salto determinante hacia nuestro peor pasado, es el momento de
mostrar todo el valor en la defensa de aquella concordia mínima de la que hablaba Adolfo Suárez,
y que hoy es absolutamente rechazada por quienes no tienen con anza en nuestro sistema
judicial, por quienes no respetan la pluralidad informativa, por quienes ven en el adversario un
enemigo y al crítico un infame antidemócrata. Después de cinco días de lloros y cálculos, de
emociones descontroladas, de desdén a los dirigentes del PSOE, castigándoles con un
despreciativo silencio, el presidente ha dicho que se queda.
Desde esa vocación democrática pido que volvamos al principio, a aquel tiempo en el que fue
posible poner a España en el mundo y en el futuro, y para eso lo quiera ver o no el renacido
presidente, es imprescindible el acuerdo con el otro gran partido de España.
Expreso para terminar todo mi respeto a las personas y a sus sentimientos más íntimos e
intensos. Pero esa determinación no debe impedir la expresión clara y sincera de lo que
pensamos y de lo que sentimos quienes nos oponemos a aventuras incompatibles con el normal
desarrollo de la vida pública española.
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