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Rigoberta MENCHU con DANTE LIANO Li Mi’n, una nifia de Chimel Una fdbula verdadera en la tierra de los mayas segs Infantil Li Mi’n, una nifia de Chimel Una fdbula verdadera en la tierra de los mayas Erase una vex una “ rase una vez una nifia que se Ilamaba Rigoberta...” Me gustaria comenzar asf este cuento, como antes los abue- los comenzaban las historias junto al fuego, mientras los lefios se iban poniendo de color rojo, las llamas iluminaban los rostros de todos y las chispas estallaban en el aire, y el calor se iba difundien- do en el ambiente. Quiz4, si yo comenzara asi, me volverfa tam- bién una nifia y volveria a estar en el pueblo donde naci. Me llamo Rigoberta. Mi pueblo se llama Chimel, cuando es grande, y Laj Chimel, cuando se vuelve pequefiito. Porque mi pueblo a veces es grande y a veces es pequefio. En las épocas bue- nas, cuando hay miel y las mazorcas de maiz doblan con su peso las matas verdes, cuando las orquideas (amarillas, verdes, moradas, blan- cas, mezcladas) de todos los colores florecen, lucen su grandeza, entonces mi pueblo se vuelve grande y se lama Chimel. En las €pocas malas, cuando el rio se seca, los pozos caben en el hueco de la mano y hombres malvados arrasan la tierra, cuando ya no se aguanta la tristeza, entonces se vuelve chiquito y se llama Laj Chimel. Ahora me recuerdo de Chimel... Una vez, don Benjamin Aguaré, un anciano sabio de mi pue- blo, me dijo: “Con nuestra madre tierra somos uno para el otro”. Ahora me recuerdo de Chimel... Habja muchos ancianos sabios en Chimel. Habjia, porque aho- ra no hay. Entre esos ancianos estaba mi abuelo. Ahora les cuento Ja historia de mi abuelo. La historia de mi abuelo i abuelo lleg6 al pueblo hace cien afios. Venfa de un lugar M lejano, caminando. Habja nacido en ese lugar, pero nunca estuvo alli. Porque los de su pueblo eran caminadores, les gustaba andar y andar, no estar fijos en ningtin lado. Por eso no tenian tierras, sino caminos. Eran andariegos. Donde habja una feria, alli estaban ellos. Eran madrugadores: preferfan recorrer los caminos grandes y pequefios por la madrugada. Siempre encontraban tiem- po para quedarse en alguna loma, sentados, contando las estrellas, cuando ellas corren a esconderse detrds de los cerros, cuando em- pieza a amanecer. Por todos lados aparecfan los del pueblo de mi abuelo. Les decian los “chiquimulas”, porque el lugar de donde venfan se llamaba Chiquimula, que quiere decir “jilguero”. Le pusieron asf porque en ese pueblo abundan los jilgueros. Esto me lo conté don Juan Us Chic, otro anciano de Chimel. Mi abuelo caminé y caminé. Qué andaba buscando? No se sabe. Se comia los caminos y dejaba atr4s un rastro de canciones de jilguero. ¢Qué andaba buscando? Una montafia que cambiara de colores, tal vez. Un rfo que cambiara de curso, tal vez. Unas tierras de las que brotaran flores, y arboles robustos, y grandes mazorcas de maiz. Tal vez. ¢Qué andaba buscando? Unas espesas nubes que ca- minan con sus propios silbidos y cantos. Tal vez. Un aire transparen- te, una Iluvia refrescante, un cielo casi negro de tan azul. Encontré un tesoro. Pero no un tesoro de monedas de oro, ni un tesoro de piedras preciosas, ni un tesoro de billetes de banco. No. En- contr6 otro tesoro, mejor que ésos. Encontré una muchacha graciosa, gordita, con la carita redonda como Ia luna llena, de la que seenamord6, perdidamente. Era muy cerca de Chimel. No habfa llegado todavia al pueblo. Porque el pueblo no existia atin. Entonces fue con los padres de la joven y les pidié permiso para casarse. Los sefiores vieron a mi abuelo, con su sombrero trenzado de palma, de ala larga, con su traje de chaqueta negra, con sus pantalones de color rojo, sus caites de cuero de oveja o de chivo, con su cara morena y sus dientes blancos. “Es de Chiquimula”, dijeron. “Es como un jilguero que va volando de rama en rama y no se detiene nunca en ningiin lugar.” Esto dijeron los padres de la joven. “No, no le damos a nuestra hija. No queremos que se vuelva una andalona, con chaqueta negra, pantalones rojos, cara morena y dientes blancos. No queremos verla con el pelo amarrado con listo- nes multicolores, de hiiipil rojo y negro. No queremos que sea también un jilguero, que se embelesa con cantar y se olvida del trabajo.” Muy triste se puso mi abuelo cuando le dijeron que no se podia casar. Pero él era un chiquimula, un jilguero, y pronto se puso a cantar y la tristeza le pasé. Le pas6 la tristeza y se robé a la joven. Llegé al campo de mafz en donde ella estaba cosechando. El iba montado en un hermoso caballo, de crines doradas y del color del café, Entré al galope en el terreno sembrado, se abrié paso entre las matas y cogié por la cintura a mi abuela. “Te vienes conmigo!”, grité mientras la alzaba en vilo. Ella queria decir que sf, pero no pudo del puro miedo, del arrebato. Asi se casaron mi abuelo y mi abuela. Cuando se casaron, no eran viejitos como ahora, que andan con el bastén y no tienen dientes. 10 Eran dos jévenes gallardos, llenos de vida y de fuerza. Y entonces, en el caballo marrén de feria con que se habfan huido del pueblo de los arboles grandes, llegaron a este punto llamado Chimel. Habia un rio cristalino, donde se vefan las piedras lisas de todos colores; los peces nadaban en las aguas claras de sus ensenadas; los sapos, las ranas con piernas largas y las hermosas serpientes celebra- ban juntos la vida comiendo cangrejos; uno veja su rostro reflejado en el espejo de su mansedumbre. A los lados del rio se extendfan los campos Ilenos de frutos y de arboles, de hierbas alimenticias y medi- cinales. Y al final de los campos, se alzaba una montafia azul en la mafiana, verde a mediodia, marrén en las tardes y otra vez azul en las noches frias tachonadas de estrellas. Mientras los grillos, las ra- nas, los enormes sapos temblaban la noche ensayando sus cantos. “(Aqui es!”, dijo el abuelo. “Aqui voy a construir un pueblo de cien casas, con cien terrenos para cultivar majz, y cien familias que vengan de todos los cuatro lados del universo: del lado ama- rillo, del lado negro, del lado rojo y del lado blanco.” El aire se poblé de cantos; el viento, de polen; los arboles, de pajaros. Los el cerros se volvieron templos cubiertos por Arboles robustos entrela- zados por bejucos, las piedras se volvieron majestuosos altares, na- cieron tantas flores, y el Ajaw (el creador y formador) bendijo los Arboles, las piedras y las flores de todos los colores para todas las épocas. Mi abuelo funds este pueblo y en este pueblo nacf yo. Yo, que me llamo Rigoberta. 13 Los cuentos de mi abuelo on sus manos robustas, mi abuelo construyé casas y sembré. . Mi abuela lo ayudaba en todo, en el campo y en la casa. Y tuvieron muchos hijos, que, cuando crecieron, parecfan hor- migas, parecfan zompopos subiendo y bajando cerros, trabajando al lado de sus padres. Cuando los nifios trabajan, todo les queda grande. El azad6n parece la cruz que carga Jesucristo en las procesiones de Semana Santa. No pueden con el rastrillo, que se traba en las rafces oen las piedras grandes. Y si tratan de abrir la tierra con el pico, se van de bruces y se quedan tirados, masticando granitos de polvo. Pero igual se esfuerzan. Mi abuelo se volvié anciano en un suspiro. Ayer todavia era el joven galdn que se habja robado a mi abuela y apenas el sol se fue dentro de la tierra y volvié a salir con sus cachetes rojos, de pronto ya estaba viejo, arrugado, con las manos callosas y Ienas de cicatrices, con el pelo blanco. Entonces nos contaba cuentos a los nietos y a los amigos de los nietos. De tanto que habia viajado, el abuelo sabia 14 muchas historias de los caminos. Nosotros le preguntamos: “Abue- lito... spor qué hay gentes blancas, negras, rojas, amarillas, 0 sea, de muchos colores?” “Porque Ajaw, nuestro creador y formador, nos creé de maiz blanco y por eso hay gentes de color blanco; nos creé de maiz negro y por eso hay gentes de color negro; nos creé de maiz rojo y por eso hay gentes de color rojo; y nos creé de maiz amarillo como nosotros y por eso somos gentes de color amarillo, porque Ajaw que- rfa que fuéramos multicolores como las flores del campo.” Por las tardes, cuando el sol comenzaba a ponerse color naranja en el horizonte, y el frfo nos ponia helada la nariz, el abuelo se senta- baa la puerta de la casa y comenzaba a contar las historias viejas de los pueblos antiguos. A mi me gustaba mucho el cuento de la coma- dreja y la gallina. Dice asi: “Habia una vez una comadreja que se robaba los pollitos para comérselos. Iba husmeando escondida en el bosque cuando de re- pente, con vista aguda, localizaba un gallinero y, dentro del galli- nero, a los pollitos. Entonces se lanzaba como una flecha, a toda velocidad, cafa sobre el gallinero y aferraba con sus garras a un pollito. i3 Somataba las poderosas patas en medio de un revoloteo de polvo, plumas y cacareos de las gallinas espantadas y se alzaba con su presa, para desesperaci6n de la gallina madre que sélo podfa llorar la pérdida de su hijo. ”Como esto ocurrfa muy frecuentemente, una de las gallinas dijo: ‘Esta comadreja no se va a comer a mis pollitos. {Qué puedo hacer para evitarlo?’ Entonces junté a todas las gallinas y se pusie- ron a pensar y a pensar, a reflexionar y a cavilar. Una noche pas6 despierta mientras trataba de encontrar una forma de darle un es- carmiento a la comadreja. Al dia siguiente, cuando las demas ga- llinas despertaron, las Ilamé de nuevo para que escucharan su plan. Se los expuso y las demas aprobaron con entusiasmo. "Ese mismo dia, la comadreja merodeaba por el gallinero cuan- do, cual no serfa su sorpresa, vio un pollito hermoso, amarillo y ape- tecible, el mas gordo que habfa visto en su vida. No lo pensé dos veces: se lanz6 como una piedra enviada por la honda hacia su presa, que extrafiamente no se movia. La aferré con sus garras, y salié disparada hacia su madriguera. 16 "No pudo caminar més de tres pasos. El pollito que habfa captu- rado se le habia pegado a las patas, y no la dejaba correr. Desespera- da, la comadreja se agité cuanto pudo, pero una fuerza tremenda le impedia moverse. Y cuando quiso deshacerse de su presa, se dio cuenta de que no la podia soltar. Un buen tiempo se estuvo debatiendo, hasta que cayé6 al suelo exhausta. ” ¢Qué habja pasado? Las gallinas habian fabricado un pollo falso. Habjan pegado con mucha paciencia plumas de pollo a una gran piedra, de modo que de lejos pareciera un animal. Y luego, habian amarrado con bejuco la piedra a las estacas del corral. Al falso pollo lo habian untado con mucha crementina, que es una cola que sale de la corteza del pino, y la comadreja se habfa quedado presa. Cuando la vieron caer, se le acercaron, formaron un ciculo a su alrededor, cacarearon las gallinas, cantaron los gallos y se asomaron todos los pollitos, cantaron todos jun- tos, nadie se quedé callado, cantaron, cantaron, cantaron, dando vueltas en circulo hasta que se cansaron y la comadreja no entendfa el idioma de las gallinas, los pollos y mucho menos de los pollitos, sentia mucha vergiienza, se avergonz6 tanto que nunca regres6 al corral”. 17 El abuelo sabia los cuentos de la gente de antes, de cuando en esta tierra se levantaban pirdmides blancas bajo el sol blanco, de cuando Hegaron los espafioles y Henaron de casas blancas con sus techos de teja roja los valles verdes, rodeados de montafias. Como los hombres son iguales, los cuentos de los mayas se parecfan a los de los espafioles; como los hombres son también diferentes, los cuentos de los espafio- les no eran iguales a los de los mayas. Por ejemplo, para los espafioles existe un lugar en donde vive el diablo, que es el infierno. Para los mayas, hay un lugar en donde viven los Sefiores del Mal, que es Xib’ab’a. Para juntar las dos cosas, mi amigo Luis dice que “el infier- no comienza en Xib’ab’a”. Uno de los cuentos mayas que contaba mi abuelo era la historia del conejo sin cola. Dice asf: “;Saben ustedes por qué el conejo en lugar de cola tiene una bolita de algodén y por qué el ratén tiene los ojos saltones y la cola lisa? Bueno, pues han de estar y estarén que, en las épocas anti- guas, cuando el mundo estaba recién estrenado y todo era nuevo, nuevo, nuevo, habfa dos nifios en la faz de la tierra. Uno se llamaba ie) Jun aj Pu y el otro Ix B’alam Kej. Estos dos nifios iban a vencer, cuando se convirtieran en muchachos, a los Sefiores del Mal, los duefios de Xib’ab’a. Pues bien, estos dos nifios fueron mandados por sus abuelos a cuidar el primer campo de maiz que hubo en la tierra. Suced{fa que, por las noches, venfan los animales y se comfan todo el maiz, asi que habia que estar vigilando cuando el sol se iba y la luna salfa en el firmamento. Entonces los abuelos dijeron a los dos nifios: “Vayan ustedes a velar en el campo de maiz. No se duer- man debajo de los troncos de los arboles, no se escondan debajo de las piedras y espanten a los animales cuando lleguen’. Ese es el motivo por el que todavia ahora, en Chimel, los nifios son los en- cargados de cuidar el maiz. Pues pasé que los dos nifios se fueron al campo y se pusieron a esperar la noche. El sol se puso detrds de las montafias y al poco rato el disco redondo de la luna iluminaba de blanco el paisaje. Jun aj Pu bostez6. Ix B’alam Kej bostezé también. Pasé una hora, y los dos nifios bostezaban como si fueran leones de citco. Con rugido y todo. Hasta que una capa de plomo les pesé en las pestafias y se 20 quedaron profundamente dormidos. Cuando Ilegaron los anima- les, ni cuenta se dieron. "Llegaron los ciervos, los conejos, las culebras, las taltuzas, los cerdos, los ratones, las gallinas, los monos, los pajarracos, hasta lagartos y caimanes habfa. Y era todo un crunch, crunch, mastica y mastica los granitos de maiz, mientras los dos nifios roncaban a pier- na suelta debajo de un arbol. ” Aqui hay que decir una cosa: en esa época, los conejos tenfan una larga cola esponjosa, blanca, grande como la cola de un caballo recién nacido. Y los ratones eran unos animales bien proporciona- dos, armoniosos, con sus colitas también pobladas de pelo, como los conejos, sus compadres. ”Al dia siguiente, cuando los dos nifios despertaron, vieron de- lante de sf el campo devastado. {No habia ni una sola mazorca, ni un grano de maiz, los animales se lo habfan comido todo! Como eran nifios, se pusieron a llorar de la pena. “Y ahora’, pensaban, ‘qué van a decir nuestros abuelos?’ De todos modos, decidieron regresar a casa y decir la verdad. Los abuelos sonrieron ante la debilidad de los nifios. 21 “No los vamos a castigar’, les dijeron, ‘sino que les vamos a dar otra oportunidad. Esta noche volverén al campo, y hardn su tarea de es- pantar a las bestias’. Y entonces, por magia, los abuelos volvieron a hacer crecer las plantas de mafz que se habfan comido los animales. ”Esa noche, los nifios volvieron al campo. El sol se puso detras de las montafias, que parecian el lomo negro de un toro sombrio, y pronto las vegas se alumbraron con la suave luz del disco blanco de la luna. Los nifios se agazaparon en la oscuridad. Poco después de medianoche, un tumulto de leones, monos, tigres, vacas, culebras, pdjaros, jabalies, y todo tipo de animales irrum- pio en el campo de maiz. Pero esta vez los dos nifios estaban despier- tos. Cogieron dos varas de un arbol seco y saltaron en medio de los animales, gritando y dando varazos a diestra y siniestra. *Los animales se espantaron y salieron corriendo. El conejo esca- paba hacia la izquierda de Jun aj Pu. El nifio lo cogié de la cola, grande y esponjosa. El conejo tiré con todas sus fuerzas, hasta que la cola se rompié y se quedé en las manos del nifio. Por otro lado, Ix B’alam Kej habja cogido al ratén por el cuello, y lo estaba ahorcando, 22 por eso al ratén se le saltan los ojos. El rat6n hizo un esfuerzo, se zafé de las manos del nifio y ya se iba, cuando éste lo cogié por la cola. Pero la cola del ratén es muy resbalosa, y se le escurrié de las manos. El nifio se qued6 con un pufio de pelos. Y es por eso que el ratén tiene la cola lisa y los ojos saltones, y el conejo se qued6 con una bolita de algod6n”. Estos eran los cuentos del abuelo, delante de la casa, al atarde- cer, o delante del fogén, en las noches, cuando el suefio cafa sobre nuestros parpados, y los hacia pesados como el plomo, igual que les sucedi6 a los nifios del amanecer de la humanidad. Eran cuen- tos que sabfa del Pop Wuj, el libro sagrado de nuestros antepasa- dos, los mayas. 23 El cerdito andariego himel vivia un tiempo de amanecer. Todo habfa que fundarlo, C todo era nuevo. Era nuevo el rio, con sus aguas limpias, donde los del pueblo bajaban a bafiarse; era nuevo el sol, limpido y resplande- ciente; era nuevo el cielo, que era azul, azul, azul; eran nuevas las nu- bes, blancas y redondas, gorditas como sefioras en el mercado; era nuevo elaire, transparente y tan puro que a veces lastimaba al respirar hondo. Las casas eran nuevas, las tierras eran nuevas, los sembrados eran nuevos. Cuando mi mamé era nifia, adopté a un cerdito como su mas- cota. Otros nifios adoptaban perritos, otros gatos, otros pdjaros, otros tortugas para que fueran su mascota. Mi mamé, en cambio, escogié a un cerdito. Y lo llevaba por todas partes amarrado a un lazo, sin importarle que la gente se muriera de la risa de ver a una nifia tirando a un cerdito por las calles de tierra. Lo cuidaba muy bien. Una vez por semana lo llevaba al rio a bafiarse y, aunque el cerdito pataleaba y chillaba como si estuviera 24 haciendo el mayor sacrificio, ella lo enjabonaba, lo restregaba y lo restregaba con un paxte, y luego le pasaba un cepillo de raz, hasta que el cerdito quedaba limpio y rosado, como si hubiera salido de un cuento. Lo secaba con un rebozo que su mamié le habfa tejido y rega- lado y el cerdito salfa inmediatamente a ensuciarse, porque para eso era cerdito. No hacia como los perros, que apenas salen del bafio se sacuden como un terremoto y llenan de agua a los que estan cerca. También lo Ilevaba de paseo por la montafia. Juntos subfan a la montafia de Chimel, una montafia Ilena de flores y de arboles, de matas y de plantas, y en donde también viven, descansan y duer- men los Nawales, en donde Ajaw (nuestro creador y formador) vi- gila y bendice el universo entero. Pues habja espiritus.. Pero ella conocfa los senderos de la montafia, asf que se llevaba a su cerdito para arriba y juntos escalaban los caminitos estrechos hasta llegar a la cumbre. Alli el viento refrescaba y ponfa las mejillas coloradas, como piel de manzana. Una noche, se desat6 un viento fuerte. Toda la familia se fue a dormir temprano y se metié debajo de las colchas. El viento soplaba 25 sobre el pueblo y se ofan las ramas de los arboles que hacfan “shhhhhhh, shhhhhhh’”, y a veces los golpes de cosas que se cafan: “iplongén!”, y de cosas grandes que se venfan al suelo: “jkachiplon- g6n!”, o de ventanas mal cerradas: “jfuaj, fuaj, fuaj!” Daba miedo el viento recio. Entonces bajaron los coyotes de la montafia. Estos animales se parecen a los perros, pero son salvajes, misteriosos, buenos pero feroces y peligrosos. Les gusta comerse a las gallinas y a los anima- les domésticos. Lo bueno es que se mantienen en la montafia, de- bajo de las rocas 0 en los lugares mds hermosos y en las noches de luna se pueden ofr, a lo lejos, mientras atillan como almas en pena. A veces bajan a molestar a la gente, robdndose sus animalitos. Dan miedo, porque pueden atacar también a los duefios. Esa noche, los coyotes se aprovecharon del viento y sus rumores para bajar sigilosos al pueblo. Allé lejos se ofa el escdndalo de las gallinas, que cacaraqueaban sin cesar. Pero la gente pensaba: “Sera por el viento”. Mi madre no habia logrado dormirse. Daba vueltas y vueltas sobre su petate sin poderse dormir. En medio de los ruidos 26 de esa noche de viento, oy6 las pisadas de los animales cerca del chiquero. Un chillido de cerdo rompié la oscuridad. “Los coyotes”, pens6 mi madre. Y se levant6, corrié hacia la puerta, la abrid y abriéndola estaba cuando vio la manada de coyo- tes que escapaba hacia la montafia. En la oscuridad pudo vislum- brar que uno Ilevaba colgando del hocico a su cerdito. Entonces, sin pensarlo, corrié tras él. Mientras corrfa, recogié del suelo un garrote y comenz6 a perseguir a los coyotes. Sus padres salieron tras ella, pero ya era tarde. Sélo vieron a la pequefia sombra perder- se en la oscuridad del bosque. “La van a devorar los coyotes tam- bién a ella”, pensaron. Y fue indtil buscarla. Con el viento oscuro y frio de la noche que les hacia volar los sombreros, que les apagaba las antorchas de ocotes, que les estampaba en la cara las hojas que volaban de los Arboles, los del pueblo no la pudieron hallar. Mis abuelos regresa- ron desconsolados, pensando que habjan perdido a su hijita. En cambio, a la mafiana siguiente, mi madre bajé de la montafia, cargando en sus pequefios brazos a su cerdito. Se habfa enfrentado 27 ella sola alos coyotes, y los habfa espantado a garrovazos. Luego, habia buscado refugio bajo una piedra enorme y se habia pasado la noche durmiendo a ratos, con sobresalto, por cuidar a su mascota. Todo el pueblo quedé admirado de su valor. Los ancianos dijeron: “Es una buena sefial. Seré una mujer valiente que pasaré muchas pruebas. Deberé pagar tributos a sus nawales y sus nawales le dardn ener- gias, le dotardn de sabidurias y protegerén su memoria para siem- pre; sus hijas, sus hijos y sus nietos serdn valientes. Devolveré el cerdito a los cerros cuando Ilegue el dia Toj”. Con el tiempo, se verfa que tenfan raz6n. 29 EL bosque y las plantas D esde nifia, a mi madre le gustaba internarse en el bosque y conversar con las plantas. Las flores, las hojas verdes de los Arboles, los musgos, los liquenes, tienen un lenguaje particular. Oyen y entienden. Cuando alguien no los quiere, se doblegan y se secan. Cuando oyen palabras carifiosas, crecen con vigor. Y tam- bién tienen secretos. El bosque estaba tan lleno de arboles, de lianas, de orquideas, de todo tipo de flores y plantas que tapaban la luz del sol. El bos- que siempre estaba oscuro y daba un poquito de miedo. Pero a mi madre le encantaba recoger las orquideas y ponerlas en la corteza del palo de mico, porque alli se enraizaban y crecian con gran be- lleza. Entonces entraba hasta dentro del bosque, y mientras reco- gia sus orquideas, escuchaba los secretos de las plantas, en medio de los rumores de la naturaleza: pesadas ramas de arboles que cafan a lo lejos, como en suefios; cantos de pajaros extrafios en las copas que tocaban el cielo; el tok, tok, tok del pajaro carpintero que era 31 incesante compafifa de la gente. Asf aprendié que muchas de ellas pueden curar las enfermedades de los hombres, de las nifias, de las mujeres y de los ancianos. Afios después, cuando yo era una nifia, mi madre me daba a beber infusiones de las plantas més extrafias, y con eso sanaba de mis enfermedades. Si no tenfa suefio, me daba agua de chipilin, una planta de buen sabor. Si me dolia el estémago, hacfa una bebida caliente con otra planta llamada altenxa. Y el estémago me dejaba de doler. Pero hab/a otras de nombres misteriosos, que curaban mejor que las medicinas de las farmacias. Estaba el xew xew, que hacfa pasar el dolor de los ojos o de la cabeza; también estaba el sag ixog, para los dolores de est6mago; y las hojas del chilacayote servian para cu- rar las Iagas de los pies; la gripe y el resfriado se curaban con la k’a eyes, mientras que las lombrices salfan espantadas cuando uno tomaba el sik’aj. Esta sabiduria de las plantas le fue transmitida a mi madre por los abuelos. Muy temprano en su vida ella comenz6 a curar a los Be vecinos de Chimel. Cuando ya fue grande, entonces se convirtié en comadrona. La comadrona es una mujer que ayuda a las otras a tener a sus hijos. Es un oficio muy hermoso: consiste en darles la bienvenida a todos aquellos que vienen a la vida, naciendo. Recoge alos nifios muy pequefiitos, cuando todavia no tienen su color sino que estan rosados, y ayuda a las madres a que tengan a sus hijos con serenidad. Cuando un nifio sale del vientre de su madre, la comadro- na le da una nalgada. Entonces el nifio rompe a llorar. Eso significa que esté sano, que sus pulmones funcionan, que respira bien, que tiene con qué. Luego lo bafia con agua tibia y después lo seca, para entregarlo fresco y nuevo a los brazos de la madre. {Claro que es un oficio muy bello! Ahora los nifios nacen en los hospitales, pero en Chimel todavia nacen en sus casas, y como no haba médico, los recibfa mi mami. Por eso los vecinos de muchos pueblos, incluyen- do los de Chimel, la querfan mucho, porque los ayudaba. Muchos de ellos habfan sido recibidos a la vida por mi madre. 34 El abuelo y el campo de matz uando se volvié un anciano, el abuelo volvié a ser nifio. Como C los nifios, debia cuidar los campos de mafz para que no se entraran los animales. El abuelo se ponfa bajo una roca, con una vara en la mano. Poco a poco, se fue construyendo un techo de hojas de palma, y con la ayuda de algunos palos, se fabricé un cobertizo al lado del campo. Cuando Iegaba algtin animal, lo espantaba a gritos 0 lo perseguia con la vara. Nosotros lo Ilegébamos a ayudar porque en los largos ratos libres nos contaba cuentos. Por ejemplo, el cuento del hombreci- to que por las noches trenzaba las colas de los caballos. Era un nawal, una energfa. Era un duende, a veces. Otras veces, era un de- monio. Decia el abuelo que este hombre era pequeiiito, pequefiito, como un nifio chico. No més de dos palmos de tierra se levantaba. Y enci- ma de la cabeza tenfa un gran sombrer6n, como el que usan los cha- rros en México. Tenia las cejas espesas como bigotes, y los bigotes 35 enormes como cejas al revés. Era pequeiio como un sapo, y lo inico bonito eran los ojos grandes y negros. Pero como era tan pequefio, se enamoraba de las mujeres y las mujeres no lo querian. Entonces, furioso, por las noches entraba a través de las paredes de los establos (era un duende, era un demo- nio) y afiudaba las colas de los caballos hasta hacerlas trenzas. El abuelo hablaba como la gente de antes. Decia: “afiudaba”. Decia: “fiudos”. Deca: “agora”. Algunas mafianas, los pocos caballos que habia en Chimel ama- necian con las colas trenzadas. Las mujeres se santiguaban y los hombres se hacfan bromas. Nadie sabia si alguno, por jugar, lo habia hecho. O si por la noche habia pasado por allf el hombrecito con el sombrerén en la cabeza. El abuelo también nos contaba que cada cosa tiene su espiri- tu nawal, su sombra, su doble. La tierra tiene su espiritu, el Arbol tiene su espfritu, la montafia tiene su espiritu. La tierra tiene su nawal, las piedras tienen su nawal, las montafias tienen su nawal, los antepasados tienen su nawal, las personas tienen su nawal, los an animales tienen su nawal, el sol tiene su nawal, los vientos y el aire tienen su nawal. Por eso uno debe hablar con la tierra, con el rfo, con las flores. Por eso hay que respetarlos, porque para todo hay que pedir permiso, como con las personas. Cuando cortamos un Arbol, le pedimos perd6n. Le explicamos que es por necesidad. Tam- bién cuando entramos dentro de la montaita, le pedimos permiso. Porque vivimos con la naturaleza. Dentro de la naturaleza. Somos parte de su energfa, de su fuerza, y tenemos que invocar su espiritu. No vivimos contra la naturaleza. Esto nos ensefiaba el abuelo, desde su cobertizo de hojas de palma, mientras se liaba un cigarro de tusa, y después se lo fumaba. “Humaba”, decfa el abuelo con las palabras antiguas. Y de repente salfa corriendo porque habia visto a algtin ratén, a alguna culebra, a alguno de los animalitos de la selva que se habia metido a comerse el mafz. A grandes gritos y amenaza de vara los sacaba el abuelo. Luego nos explicaba que los animales, como las perso- nas, son golosos. Les gusta comer més de la cuenta. Y por eso venian a robarse el maiz. E| abuelo tenja la cara llena de arrugas. Parecia el campo de maiz cuando esta Ileno de surcos para ser sembrado. Sus cejas blan- cas contrastaban con el color de tabaco de su piel. También tenia lunares grandes, sobre todo en las manos. Las manos se confundian con la tierra. Se ponfa en la cabeza un pafiuelo rojo, y encima el som- brero. Quedaba muy elegante mi abuelo. Parecfa venir del tiempo. La historia de mi nombre hora les diré un secreto: yo no me llamo Rigoberta. Sé que A algunos se podran refr, porque he comenzado diciendo: “Me llamo Rigoberta”. En realidad, me llamo Rigoberta y no me llamo Rigoberta. Para aclarar este misterio, comencemos por el principio. Cuando yo nacf, mis padres me pusieron el nombre de mi abuela. Yo fui la sexta hija, y mis padres me llamaron “Laj Mi’n”, como mi abuela. Mi nombre va cambiando conmigo: Laj Mi’n cuando era pequefiita; Li Mi’n cuando todavia no alcanzo la madurez comple- ta, o cuando todavia no llego a alguna sabidurfa. Y cuando sea mas respetada y tenga alguna sabidurfa de la vida me llamarén Chuch Mi’n. Hasta ahora no soy Chuch Mi’n. “Mi’n” es un nombre bonito. No esta bien que lo diga, pero me gusta. “Mi’n” es una forma de decir “Domingo”, es un dia tranquilo y despejado, el dia de la semana en que hay fiesta. Llamarse asi signi- fica lo mejor de la vida: el sol, no tener la obligacién de trabajar, el cielo azul, los juegos todo el dia, un gran almuerzo en el centro, no 40 tener preocupaciones. El domingo es un dfa solar, alegre, jugueton. Por eso mi cardcter verdadero deberfa ser asf... Yo me gozo mucho la vida. Me rfo mucho, hago muchas bromas, digo chistes, soy opti- mista, y creo que el bien puede vencer al mal. Es que me llamo Li Min. Mi padre tard6 algunos dfas en ir a la Municipalidad a registrar mi nombre. Cuando llegé, el secretario municipal le dijo: “;Qué nombre le piensa poner a su hija?” “Mi’n.” El secretario no estaba acostumbrado a ofr un nombre como ése. Arrugé el entrecejo, movié los bigotes, se ajusté las gafas y le contesté: “Ese nombre no existe, sefior Vicente”. (Porque mi papa se lla~ maba Vicente.) Se pasaron toda la mafiana discutiendo. “Sf existe”, decfa mi papa. “No existe”, decia el secretario. Hasta que al final, con tal de cumplir con la ley, mi pap cedi6. “Muy bien. Mi’n no existe. En- tonces, ¢qué nombre le pondremos?” Al El secretario se levanté de su silla y fue a examinar el calenda- rio, que no era de ese afio, pero tenfa bonitas ilustraciones y, lo que era mds importante, tenia los nombres de los santos de cada dia. “Se llamaré Rigoberta, porque nacié el dia de san Rigoberto”, sen- tencié el secretario. Y a partir de ese momento, me llamé Rigoberta. Mi papa regresé a la casa con la novedad de que yo habia cambiado de nombre. “;Y ahora cémo se llama?”, le preguntaron. “Ahora se llama Rigoberta.” Todos se quedaron desconcertados. Entonces trataron de pronunciar mi nuevo nombre. Pero es un nombre un poco largo. “Ri-go-ber-ta” es tan largo como el camino que lleva a la ciudad. Por eso me comenzaron a llamar “Beta” por aqut, “Beta” por allé, Otros me decian “Tita”. Cuando se cansaron, regresaron a mi nombre de antes: “Laj Mi’n”. Y en casa todos me llamaban “Mi’n”. 42 La historia de mi nacimiento A ntes de nacer, todos vivimos en un mundo muy sabroso. Estamos en el vientre de nuestra madre, dentro de un saqui- to llamado “placenta”. Estamos unidos a nuestra madre por el om- bligo. Cuando nacemos, lloramos, porque sentimos frio. Entonces también cortan el ombligo. Ya estamos solos delante de la faz del mundo. Mi madre quem6 el resto de mi ombligo y la placenta para que el humo volara por los vientos y formara parte de las energfas vivas de la Madre Naturaleza. Pero me dejé un buen pedazo de ombligo col- gando que amarré con un hilito al cuello como si fuera collar y a los dos meses, ya seco, se cayé solo y lo enterré en la tierra. Es un home- naje a la Madre Tierra. Porque uno pertenece a la Madre Tierra. Y la Tierra es sagrada. Al mismo tiempo, debemos ser libres. La Tierra es nuestra madre, porque nos da los alimentos que comemos. La Tierra es nuestra madre porque sobre ella caminamos nuestros pasos. La Tierra es nuestra madre porque nuestra sombra est pegada a ella. 43 Quemamos el ombligo y su compafierita para nacer de nuevo. Porque mi ombligo es la tinica fuente que me une a la energia y la vida. Quemamos el ombligo como un homenaje a la naturaleza, por- que las cenizas van a formar parte del ambiente. También se guarda un pedazo de ombligo para luego enterrarlo en la tierra, para quedar atados a ella, para que ella nos adopte como su hija, como su hijo. Cuando nos vamos de nuestra tierra, sentimos tristeza, porque de- jamos una parte de nosotros mezclada con el aire, con el agua, con el suelo. Cuando uno nace, al mismo tiempo nace un animalito. Ese animalito es igual que nosotros. Si estornudamos, él también es- tornuda, alla en los bosques, en donde vive. Si cantamos, él tam- bién canta, con su lenguaje animal. Si nos herimos un dedo, él también se hiere una pata, en donde esté. Lo que nos pasa a noso- tros, le pasa a él. Lo que le pasa a él, nos pasa a nosotros. Algunas veces ese animal es més sabio que nosotros, conoce la maldad y conoce los riesgos que corremos € inmediatamente nos protege como se protege a si mismo. Por eso hay que tener mucho respeto de los 44 animales. En Chimel, ese animal se llama el nawal. Cada vez que nace un nifio, los padres les piden a los gufas espirituales que se llaman Chuch qajaw (sacerdote) que digan cudl es su nawal. Yo sé cual es el mfo, pero es un secreto que no voy a decir. Uno puede tener como zawal un tigre, un le6n, un coyote, un oso. Puede tener como nawal un puma, un jabali, un petirrojo. Puede tener como nawal un cisne, una cigiiefia, una gacela. Pero también puede tener como awal un cerdo, un ratén, un zorrillo. Esto no quiere decir que sea feo o malo. Porque no hay animales feos o malos. Todos los animales son hermosos, todos los animales son necesarios, todos los animales son buenos, porque ayudan a la exis- tencia de la Tierra. Porque sin ellos no existirfamos nosotros tampoco. 45 Cuando yo era nifia, en Chimel... e acuerdo perfectamente de nuestra casa, en Chimel, cuan- M do yo era nifia. Era una casa de madera, con su techito de paja. A mi me gustaba ver hacia fuera por entre las rendijas de la madera. Yo podia ver, entonces, los campos verdes de maiz, que el viento hacia mecerse como los hermosos cabellos verdes y largos de una mujer en el rfo. También podia ver la casita de los conejos, que se comfan sus hierbas como si fueran doctores que, con gafas re- dondas, estén leyendo un libro en voz alta. A lo lejos, como un humito, vefa la culebra del rio desenros- carse entre las casas del pueblo. En los dfas claros, podia ver los montes lejanos y altos. También el cielo y las nubes. Y los cami- nos. El camino gordo de Chimel y el camino delgado de Laj Chimel. Mi hermano Patrocinio y yo andabamos siempre juntos. Debo confesar que éramos un poco traviesos. Mi mamd nos decia: —No se vayan a comer las moras... 46 Y de escondidas, nos ¢bamos al campo a recoger moras. Llevaba- mos con nosotros un trozo de azticar morena, todavfa sin deshacer. El aziicar duro se llama “panela”. Pues Ilevabamos trozos de panela con nosotros. Y recogfamos las moras y comfamos moras con panela. Era un banquete para nosotros. Comiamos hasta que nos dolia el est6mago. Después regresdbamos a la casa con cara de inocentes. Con cara de inocentes, pero con la boca toda roja. Porque des- pués de comer moras, uno tiene la boca como la de una mujer pinta- da: roja, roja, roja. Entonces mi mam4é nos regafiaba: —Ustedes fueron a comer moras... Y nos ponja un castigo. Lo tinico que no sabfa era que también nos habfamos comido la panela. Cuando yo era nifia, en Chimel... Mi familia cultivaba la miel. Tenfamos cuatro o seis panales en los érboles. Nos daban mucha miel. Para Semana Santa, nosotros llenaébamos varios jarritos. Después, tbamos por las casas de Chi- mel a regalarlos. Tocdbamos a la puerta de las casas, débamos el jarrito y decfamos: 48 —Sefiora... aqui les traemos un poquito de miel... La gente se quedaba muy contenta, porque regalar miel es como regalar un ramo de flores. También es como decir una cosa bonita a alguien, un piropo, un cumplido. Se le endulzan las orejas. Es como dar un abrazo sincero. La gente quiere miel. Todos queremos miel. Cuando yo era nifia, en Chimel... En la época de las Iluvias, fbamos al bosque a recoger hongos. Después mamé los cocinaba en deliciosos platos, con su ajo, con su achiote, apazote o perejil. Eran una comida tan deliciosa que uno no podia dejar de comer. La tinica desventaja era que costaba mucho trabajo recogerlos. Nosotros fbamos descalzos, con las trenzas largas, como todos los nifios mayas. Entonces, como el suelo estaba mojado, y en las espesas montafias habia muchas espinas, cualquier rasguiio en el pie se nos infectaba. Mi madre, como conocfa los sectetos de las plantas, nos envolvia los pies en la hoja de una planta grande, y asi sandbamos. Habia que esperar a que hubiera sol y a que secara la tierra. Y a que secaran los pies. Los otros nifios, por eso, se burlaban. 49 de nosotros y nos gritaban: “;Patas rajadas, patas rajadas, patas ra- jadas!” Pero ellos también andaban descalzos y también eran “pa- tas rajadas”. El premio de tanto sacrificio era comernos los hongos delicio- sos. Debajo de los drboles, htimedos de tanta Iluvia, escondidos en las matas, aparecfan las sombrillitas abiertas de los hongos. Habfa hongos venenosos y habfa otros sagrados. Los conocfamos muy bien y ni siquiera los tocébamos. En cambio, los otros, los que parecfan un hombrecito caminando con su paraguas abierto, ésos los corté- bamos y luego nos los comiamos con tortillas calientes, en el calor del hogar. Cuando yo era nifia, en Chimel... El abuelo nos contaba historias viejas, mi madre nos curaba las heridas, nos comfamos las moras con panela, regalabamos la miel en jarritos, los rfos reflejaban el cielo como una serpiente de vidrio, las plantas eran verdes y abundantes, los panales estaban Ilenos de abejas, los rfos, los pantanos, los montes, estaban Ilenos de ranas, sapos, cangrejos y culebras cuando yo era nifia, en Chimel. 50 EL presagio de las abejas i familia cultivaba la miel. Afuera de la casa, en los arbo- M les, habia unos panales, y de esos panales Ilenos de abejas nosotros sacdbamos la miel. Primero tenfamos un cajén lleno de abejas. En ese cajén habfa una abeja que mandaba a todas las de- més, la Abeja Reina. Cuando las abejas eran muchas, 0 cuando habia dos Abejas Reinas, entonces separabamos los enjambres, y po- nfamos a una Abeja Reina con sus trabajadoras en otro panal. Y este panal lo colgébamos de un arbol. Sucedié que, una vez, una Abeja Reina se escapé del panal y se metié dentro de la casa. Entonces la sacamos y tratamos de que se volviera a su hogar, que era el panal, la colmena. Pero ella no quiso hacerlo. Se fue volando entre los arboles. Y detrds de ella se fueron las demés, como una mancha negra voladora que rasgaba las hojas con el zumbido de sus alas. Al dia siguiente se escaparon las abejas de otro panal. Y otro. Y otro. Todas las abejas estaban huyendo, como si fueran una escuadra 1 de avioncitos. Nosotros tratébamos de retenerlas. Hacfamos mucho ruido, con los azadones, con los machetes, con las ollas de cocina, con las palas, con todo lo que pudiera ser escandaloso. Era la tinica mane- fa que conociamos para que no se fueran. Pero no nos hicieron caso. Se fueron dibujando un vuelo irre- gular. Mi mamé, entonces, quemé6 una sustancia que se llama “pom” y que sirve para ahuyentar a los malos espéritus. Porque como las abejas son sagradas, su fuga podria significar un mal presa- Sio. En efecto, se cumpli6. Pero es una cosa que no les voy a contar ahora, Tal vez més tarde. 53 Historia del réo que cambié de rumbo uando yo era nifia, por Chimel pasaba un rfo. No era muy S grande, pero uno podja bafiarse en él. También, sobre las pie- dras grandes y lisas como caparazones de tortuga gigante, las sefioras lavaban la ropa. Lavaban la ropa y conversaban y se refan. Para llegar al rio debfamos atravesar un cafetal, siguiendo un senderito estrecho en donde sdlo cabia una persona. El cafetal era oscuro, porque grandes Arboles le daban su sombra. Era una oscuri- dad verde y lena de olores y, a veces, nos comiamos el rojo fruto del café, que tiene un delicioso sabor dulce. Luego bajébamos un terra- plén y aparecia el rfo ante nuestros ojos. EI rio era transparente, parecfa una hoja de papel celofan que se fuera desenrollando con el suave rumor del agua. Lo que mas me gustaba era saltar de piedra en piedra. El rio era un milagro. ;Tanta agua corriendo sin cesar! Era un regalo de la naturaleza. Habja pequefios pececillos, que eran renacuajos. Los peces gran- des estaban en las partes més hondas. El rio venfa bajando de las 54 altas montafias, en donde siempre habfa nubes. Pasaba por el pue- blo y luego seguia lejos, lejos, hasta ira dar al mar. Mi abuelo decia “la mar”. Nosotros nunca vimos el mar. Mi papa decia que era inmenso, inmenso, como el cielo. Pero yo no lo podia imaginar. Las piedras pequefias del rfo eran de todos colores. Las habia de color naranja, verduscas, azabache, blancas, mbar, amarillas. Me encantaba eerie con la lupa del agua. Metia la mano bajo el agua y también mi mano parecfa grande. Cogfa una piedra y me daba cuenta de que era chiquita. Con mis hermanos jugdébamos a salpicarnos, hasta que quedaébamos completamente mojados y nos bafidbamos. La abuelita decfa: “Pueden jugar con el agua todo el tiempo que quieran. Pero cuando sea el mediodia, no miren dentro del agua, no miren el fondo del rfo. Su reflejo o su sombra se transformard en la sombra del rostro de un gallo con cola de serpiente verdiazul. No se queden solos en la orilla del rio, porque Ajaw (nuestro creador y formador) se bafia y también bebe su agua”. Aprendimos a nadar en las ensenadas del rio. A veces, la co- rriente se aparta, como si se fuera a pasear, y descansa, cerca de la 55 orilla, en sus aguas profundas. Desde las piedras nos tirabamos de clavado y luego nadabamos hasta la ribera del rfo. En esos momen- tos, recuerdo que éramos muy felices. El rio atravesaba el pueblo. Pero cuando vinieron las épocas ma- las, cuando vino la guerra y la gente tuvo que ir a refugiarse a la montafia, pas6 algo magico, extraordinario. jEl rio se espanté! Se asust6 de lo que habja visto pasar en el pueblo, durante los afios malos, y entonces se metié debajo de la montafia. Fue a salir del otro Jado. Y ahora el rfo no pasa por Chimel. Pasa del otro lado de la montafia, a donde se fue a esconder, junto con la gente. Yo quisiera que regresara. Pero asf como un acto de maldad muy grande lo hizo huir, s6lo un acto de bondad muy grande lo puede hacer regresar. Muchas veces me pregunto cual puede ser ese acto de bondad. Y quién lo puede hacer. 56 La montafta sagrada himel esté a los pies de una montafia. Es como una almohada. C EI pueblo se recuesta en ella. Cuando veia la montafia, me sen- tia protegida. Mis padres y mis abuelos me contaban que también ella tiene un alma. Es el espiritu de la montafia. Como muy seguido su- biamos a ella, siempre hablabamos con su espiritu antes de encami- narnos. Porque la naturaleza, que nos nutre, merece respeto. Me gustaba subir por el sendero lleno de hojas htimedas. Poco a poco entrébamos en el bosque, leno de arboles de color verde oscu- to, de flores y de plantas. Abundaban los pinabetes, con sus agujas verdes como flecos de Navidad. También habfa moras y fresas y frambuesas. Nos comiamos las que podiamos y el resto lo echaba- mos en una canasta. Me acuerdo de los arboles de jocote. Eran muy altos. El jocote es una fruta ovalada, con una semilla grande y una pulpa deliciosa. Lo que no saben muchos es que también la hoja del Arbol del jocote se puede comer. No es tan dulce, pero es deliciosa y se hace agua la boca. 57 Los pajaros cantaban en lo alto de las ramas. Dormia el tukur 0 k’urpup, en otras partes llamado tecolote, y en otras bttho. Parecia un sefior sabio, un abuelo de los pajaros. Revoloteaban los gorrio- nes, como pulgas, de rama en rama. A veces se ofa cantar un ruise- fior. Las golondrinas iban y venfan, segtin las estaciones. Pero hay un pajaro que se ve por todas partes. Lo llamamos “sanate”, y en otros lugares clarinero. El sanate imita el canto de los otros paja- ros. Ademéas, se come el mafz de los sembrados. No es un ave mala. Nosotros lo consideramos un amigo, de tanto verlo por todos la- dos. Los pajaros eran la mtisica de nuestra infancia. Cuando Ilegébamos a la cima, sacdbamos una jarra de agua fresca, y comfamos tortillas con frijoles, tortillas con guacamol, tortillas con chile. La altura y el aire fresco dan mucha hambre. Desde lo alto de la montafia, si no habfa neblina, se podfan ver los valles y los rios. La planicie parecfa un tejido de colores, amarillo, verde, rojo, segtin los cultivos. Y a lo lejos, como barcos navegando entre las nubes, las grandes montafias de la Sierra Madre, con los picos de los volcanes apuntando al cielo. By sa era mi vida, cuando yo era nifia en Chimel. E Yo me la recuerdo como una vida llena de paz y armonia. Vivia- mos en armonia con la naturaleza: el rfo nos bafiaba y nos divertia, los pajaros Ilenaban de canciones las mafianas, los animales nos alimentaban y acompafiaban, las montajias nos protegian, la tierra sagrada nos regalaba los frutos de sus entrafias. ‘Viviamos en armonia con nuestros vecinos del pueblo. La iglesia se Ienaba de gente. Las mujeres se tapaban la cabeza y los sefiores se quitaban el sombrero. Cuando no habfa sacerdote catélico, mi papd y otros catequistas leian la palabra de Dios. Los abuelos nos ensefiaron que la fe y la religién que dejaron nuestros antepasados no pelean o no chocan con ninguna otra fe o religién del mundo. Cada vez que entre- mos en un templo religioso, no importa de qué religién sea, tenemos que respetarlo con profunda reverencia, porque es un lugar de oraci6n. También los Chuch qajaw, los gufas espirituales mayas, oficiaban con el pom y con las antiguas oraciones de nuestro pueblo. Los hombres se 61 ayudaban en las faenas del campo. Las mujeres se daban consejos y se regalaban comida. La caricia de un anciano en la cabeza era como una copita de miel en el coraz6n. Nuestros padres y nuestros abuelos nos daban su amor. Esto era lo principal. Recibfamos el amor de nuestros familiares, de nues- tros hermanos, de nuestros vecinos. Y nosotros les débamos amor. Cuando habia peleas, intervenfa todo el pueblo para dar la razén 0 quitar la raz6n. Y se restablecia el afecto entre las gentes. Y asi como yo me llamo Li Mi’n, y soy como un dfa despejado y tranquilo, como un dia domingo, llena de sol en mi coraz6n, de alegria en mi sonrisa, de optimismo en mi cabeza, asf quisiera que volvieran los dfas cuando yo era nifia, con la montaiia protectora, el rfo refrescante, los pajaros cantores. Pero quisiera que volvieran para todos, no sélo para mi. Que el mundo fuera como recuerdo que era Chimel. Cuando yo era nifia, en Chimel. fnpice Erase una vez una nifia... La historia de mi abuelo Los cuentos de mi abuelo El cerdito andariego El bosque y las plantas El abuelo y el campo de maiz La historia de mi nombre La historia de mi nacimiento Cuando yo era nifia, en Chimel... EI presagio de las abejas Historia del rio que cambié de rambo La montafia sagrada Cuando yo era nifia... Rigoberta MENCHU igoberta Menché Tum obtuvo en 1992 el Premio Nobel R: Ja Paz por su lucha en defensa de los pobres, de los mar- ginados y, especialmente, de los pueblos indigenas del planeta. Ha tecibido ademas numerosos reconocimientos y los titulos Honoris Causa en varios paises. Su esfuerzo es también conocido en Italia gracias a dos libros: Me amo Rigoberta Menchri (1996) y Rigoberta, tos mayas y el mundo (1997). Dante LIANO ante Liano, escritor guatemalteco, es autor de las novelas D El misterio de San Andrés (1998) y Bl hombre de Montserrat (1999). Ha ganado el Premio Nacional de Literatura de su pais. De suamistad con Rigoberta Menchti nacié la idea de este libro escrito a cuatro manos, en el que se recuerda el mundo maya guatemalteco antes de que sobre él cayese el cataclismo de la guerra. 64

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