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. [oc eee URW Glas? La historia politica Las ideas y las fuerzas Carlos Real de Azia La historia politica del Uruguay suele fijarse en la memoria de propios y extrafos como una sucesion de imagenes estercotipicas. Es cl Montevideo de las murallas pétreas y artilladas y su entorno rural cruzado por blandengues y contrabandistas. Es Artigas, el caudillo bueno, bus- cando implantar, entre los desvelos de un asedio de todos los frentes, una patria concreta, un hogar de tierra y dignidad para aquellos “infelices”, aquellos "desheredados” con los que i y luch6. Es cl Uruguay “tierra purpurea”, ruedo colorido y violento, pago clasico de delante que convi las guerras civiles y de pi realizé en el pequefio ambito que le recortaron azares y tratados, la experiencia ejemplar de un Estado y una sociedad “modernas” en la mas plena o (por lo menos) en Ia mas visible de las acepciones. Y es, también, el Uruguay de nuestros dias, el del lento, irremontable deterioro econdmico, ¢l del sistema de partidos esclerosado y vacio, cl de Ia emigracién de sus elementos arias ancestrales. Es el pais del 900 en jones. pai ones y el privile io reptante ¢ invulnerado, el del aferrarse, mas dindmicos, cl de las devalu: esperanza efectiva, al arquetipo de lo que fue, el de la conviccién desolada que “al mundo nada le importa” y no somos el “laboratorio” admirado ¢ imitado por todos los pueblos del orbe. Pero vale la pena hurgar debajo de esas imagenes, ver qué las enhebra, cuanta verdad iempre como tcjen, todas, una singular, no siempre dignificante, no cin conlleva o deforma decepcionante, trayectoria histérica 1s Cindedels pecs capital em te estenctors ejensiva det temper, | - La Banda hispano - criolla Una regién iromteriza suele tener por lo regulat una crganincién politica de rasgos muy especiales. “Macce” del Impetio hispinico ea Indias, el Uruguay colonial no excaps 3 la regla. E! perfil esquematico de los érganos de gabiera, 1 prceminencis de Ia jascivucién militar, ef empleo, mayor de lo babituil, de los medios mis dristicos de autoridad, la indole trashomante —si cabe el tézmino— del ejerccio Wal ‘mando en una peligrosa y competida extensiéa seridesierta, la protiferaciéa de igstancas superiozes de apelacion externss al imbito: todas estas cetacteristicas presents el gobierno ée 1 Banda Oriental tanto antes como después de a gobeenacitin de Montevideo (1751). ¥ debe decisse. que, con ellay la sastanciacidn de un ncleo politico-social de ‘contrapeso Insta entonces omnimode dominio de Ia sutoridad pore Phize fuerce desde que su cinturéa amurallado y su civ dadela la hizo pieza capital en la estructura defensive de_un Imperio cada vex més amenazado por la rapacidad de los im perios euevos, gobernar fue en Montevideo mandar, uta sino- imia quc, ademés del impacto de conduccas y notmas tradi Cionales, hacia ain mis inevitable Ia eleccién ce militares y marinos para el cargo superior de la ciudad. Fxistizn, af, lor abildos, y en particular ef de Montevideo, germen teauisimo de organismos representativos de los aacientes intzeses vecins- les, de los que algunos han pensado deducir una tradiciéa Serocritica que probablemente les quede grande Sin embargo was a cintura de chacras y extancias de nuestra ciudad, de las comprimidas jurisdicciones de Soriano © de Maldomdo, la realidad eqvoleente, ea si nunca inte rrurapica, era Ia verde pradera en Ia que slo algunos pobla- ores emprendian las precitias, primitivas formas de bv 26 ecuaria y enirentaban un dia si y ¢) o%0 tambica el peligro el indio, del portugués o del buréceata vitreinal que podia fefrencarlo con cl desalojo y le miscria. Mas aén que ca el recinto usbino, en ese espacio fue el empleo de la coercié cl modo natural de 1a autoridad; all! el verbo “gobernar” se hizo "sujeter” ¥ mis ain “limpiar’. Voablo duro, ea verdad, simbolo de una ordenacién sia cesar desafiada, sumaria, de ‘cortes vistas, movida por un espiritu de clase inasequible a ‘cualquier mala conciencia ‘Todo dependia, empero, y en tlkimo término, de la ecisisa Vitseinal 0 Real. El “ilaminismo” borbénico y la obfa ingeate de Carlos IIT habla sacionalizado y flexibilizado €l veusto aparato administraivo, pero las formas de descon. gestiéo de la amoridad tenian’ wna posteers instancia cel ‘erro lado del océano 0 del rio. Con todo, el poder posteera- ‘mence inconteastable —tal era el “absolutismo”— © ‘ea sus decisiones y franqueaba en grado generoso dl derecho de peticiga y de zeclamo. Se uz6 sin eta y lon memoriales visjaron mis que los hombres. Lo provisorio cobraba entonces “searus” de firmene y entre lis escalas del proceso de decisiéa (Cabildos, Gobernadotes, Reales Audiencias, Virreyes) aquel gran vacio geogtifico en que se ahogaba toda regula ida, la experiencia del poder absoluto fue bastante esporidica Lo suficienee, al mencs, como para que los elementos que rrastornarian etee borreso, disperso sistema palitico erecieran con cierta, relativa espontaneidad La suficiente para que, cuando legs el momento, se pusieran en marcha sin la ex: plosiva fuera que sigue a una larga compreasin, al modo auc los esqemas clisos de muestra indepencenci han re Y todavia recuénlese: casi hasta dl fin del periode y ese a varias tenttivas de reordenacién, lo que seria ol farseo territrio de la Repablica extuvo sujeto a tres jurislicciones: la de Buenos Aires, Ia de Yapeyi, la de Monevideo. Contra todo este cuadro dé reilidades se estrellaron empetios y con: Sejos de la altima generacién de le burccracia colonial espa- fiola. Una, promocion cuya capacided de visiGe arbitral exere reclamos de clases y grupos, eyo nivel intelectual y limpisims, voluntad —pignsese en Azara 0 en Rafael Pérez del Puerto— debe haber sido el mas alo ce codss las administraciones que el pais hasta hoy ha conocido, mw Il - La Independencia, la Revolucion, el artiguismo La pluralidad de esos elementos promovides por la tan ‘specifica configuracién socio-politca ¢e Ia zona no turdarian en hacerse presentes con peso protagénico cuando los sucesos de Europa precipitiron el proceso de disoluci6n del Imperio. Fue entonces que los componentes tan débilmente integralos del imbito platense iniciaron un curs ripido, centrifuge y aun relativamente ciego, en cuanto la complejidad de la oyuntura y la inestabilidad de Ia sicuacién estaban mas alla dde todas las posibilidades de un “hacerse cargo" por parte de actores y de séquitos. Se entrelazaron entonces en uni dialéc tica de afinidades, repulsiones y,malos entendidos que desafia toda interpeeticién de validet duraders sor ingredientes que eran las clases sociales y los grupos de interés, las ciudales ¥y las regiones y sus latentes 0 abiertas tensiones, las razas subrazas, el antagonismo de espaiiolesy americanos.y las ‘opciones ideoldgicas borrosas pero dinamizadoras y no siempre coiacidentes con el clivaje anterior de absolatismo y liberalis: mo. También las alternatives de solucién y de apoyo 4 Buenos Aires un "partido franc tin “partido portugues” segin corrieran las cosas por el ascho mundo, lis grindes ambiciones indi vviduales 2 que "la carrera de la revoluci6n” daria curso libé trim. Ciertos grupos sociales poderosos habjan alcanzado antes hh grin conmocién un alto nivel de desaniculacion de ineeretes, como ocurrié en la primers década del XIX con el Gremio de Hacendados y el Gremio de Comerciantes, y tain el caudillismo, de an grave incidencia futur, habia des punado en el escenario urkuno con la figura del. goberna- dor Elio. a linea divisoria entre Ia fidelidad y la insurgencia pasé a través de las familias —loe Zafriategui ton un caso entre muchos— pero cobré sobre todo a forma de un con- Aiceo generacional que abonan ancedetas y biogeafis y cos timonian admirablemente las memorias de José E. de Zas. Montevideo, controlado firmemente por las fuerzas milivres y maritimas de Espafia, fue “fiel” hasta 1814 pero ya no ‘avo alieatos para ser "reconquisador” y aun el. prospecto de un Imperio liberalizado y renovado fue capsz de susciar Ja esperanza de algunos criollos. Mientras tanto, desde 1811, el “levantamiento de los campos” congregs una alineacién muliclasiea de propicurios, peoues y hombres suclos, a la ‘que se unié con rlativa demora y clara reticencia el corto elemento letrado y nativo de la ciudad. Tal fue Ia base del artignismo, en el que se mezclan de manera inextricable las inducciones poderosas que surgen de las necesidades de un ‘medio socio-cultural muy particular: el contexto agrario del Ticorsl platense, las afiaidades y las diversidades de zonas provinciales ya bien dibujadas, y el ingrediente revolucionario- Sluminista prestigiado por Ia mitificada experiencia de los Estados Unidos. La hibridaciin es bien visible y fue siempre ‘en puridad, inestable: el "mi autoridad emana de vosotrcs y cesa_ante vuestra presencia soberana’, las instucciones del aio XIII eradacen en los estereoupos prestigiosos de la €poca tuna voluatad politica y unos valores socio-culrurales bastante hheterogéneos: hay que buscar debajo de ellos el espontineo movimieoto, de rafz tradicional, a congregarse en tomo a un jefe indiscurido; hay que entender formas patriarales de Artigas la Recolusion erica on el tomo radied. autoridad proclives a emitir disposiciones para cad caso con: sreto mis bien que leyes genéricas; hay que tastrear tambien tuna profurda desconfianza al aparato formal con que. lor Ietrades de Ia ciudad podian, erduciéndola a su lengua com fiscar la voluntad insargente y su ejempla, visceral querencia democtit Ta agida observacién de Vizquez Franco distingue dentro de Is revolucién aniguisea un periodo de lestituciona lizaci6a y uno en que Artigas, bajo el apremio de la traicion Poreefa y del aque portugués, renuncia a ella. En esta se Bunda exapa es probable que la inspiracién mis profunca del ‘tiguismo hubicra csado més libre de tentar las formas los modos politicos idéneos a una comunidad agratia que, en exuecha confederacién con otras, queria vivir en Is plena ddisposicién de si misma y perfilar una sociedad basada en mens de igualdad profundamente sentida, trabajo, paz. jus ticia. Polemizable ser, empero, si a la altura historica ‘del Primer cuarto del siglo XIX era concebible un proyecto na ional bisado en estructura confederal tan laxa, sin centtos uurbanos de consideracién y sin clase dirigente Ietrada De cualquier manera la agresién.Iusitana cancel6 este insinuado problema y el territorio de nuestra Banda fue sujeto a un poder cuyo cardcter absoluto pudo ser més drisico Por mis cereano y por milinr, si bien estba jaaueado desde los centros de decisién por una combativa, generosa concen: ia liberal. Entre esta contradiccién de tendencias, la art ialidad de Ia situacién Hlev6 a exfuerzos por integear al do- minio extranjero, a Jos sectores decisivos: Ia corta, duracién —una década redonda— del periodo cisplatino dejé tambien en dl aire Ia real magnitud y estabilidad de ese lopro. El proceso politico que se abrié con el desembarco en la Agraciada el 19 de abril de 1825 y se cersé con la jura de ‘nuestra primera Constitucién, el 18 de julio de 1830, 6 on indudable fuerza la entidad de ciertas “variables” que hhubieron de determinar la marcha de la sociedad urugusys hasta muchas décachs mis tarde y cuys relativa fijera adm. tiria, incluso, su ereecibn en “constantes” de auesteo desarrollo colectivo. Ta Convencién Preliminar de Pas de agoxo de 1828 —para comenzar— instauré un Uruguay que, cumplidos cier- os trimites, debia considerare nominal y policcamente 19 berano, El autonomismo provincial de la 20na oriental habia sido un movimiento de opiniéa, un estado de espirita tan ev dente como el otro, correlative, que teadié a cunjar en pre ‘arias estrecturas confederales la que parecia nuestra identidad de destino con las provincias argeatinas del centro y litors Ese espirita de diversifiacién regional, ese “provincaliso” ‘taba vivo en 1825 y los roces inevitables del esfuerzo mi litar conjuato contra Brasil, Ia accién centrifiga de lis am: Ficiones persomiles Je devolvieron ripidamente intensidad Pero también estaban vivas otras experiencias y cttos impul- sos: la de Ia insuficiencia de la fuerza oriental para hacer frente a la ambicién lusitana y la ambicin hegeménica de Buenos Aires, el movimiento de conjuncién fraterna con Iss rovincias en'que habia ardido el viejo artiguismo. Sobre ests Pluralidad de direcciones y la misma ambigiedad de la #: ‘uacién inesdié en funcién mediadora (medisciSn impositiva, impaciente) la diplomacia inglesa, brazo del imperio pujante ‘que ercamiaaba su accién mundial a un allanar los eaminos Para la expansién de su capitalismo industrial y comercial Si se cotejan y ponen a un lado esa evidente variedad y Perplejidad de quereres, esa debilidad de los sujetos de deck sibn; si se colocs del otro el univoco designio de la primers otencia del orbe, “no es dificil cond factor determinante de la decisién que hizo del Urugeay el ‘etado tapén” del costado suratlintico de América, Ia piesa muestra de la libertad de navegaciin y de penctracién en tola el drea Sin fronteras naturales en el norte, con evidente con: tinuidad socio-econémica y ciltural hacia el este, con men sguada poblacién y més menguadas rentas (para no enumerat Sino unos pocos rasgos configuradores de su circunstancia), 4a nueva entidad nacional adoleceri durante décadas de und Vv VI cronica, radical insuficiencia. Una insuficiencia que _me Tizard todas sus detisiones, cancelando su ambito speci de poder y hari pasar sobre sus fronteras durante un cercio de siglo por lo menos, todos los conflicas ileoldgicos y sociales del drea Ta carta constiucional de 1830 programaba un. régimen republicano.y unitario inspirado en la corriente europea de Tiberalismo lmado “doctrinario", Io que ambien quiere deci tun sistema politico coneebido para oponer vallis eficaces fnidas, evenrwales insusgencias. p fee una estructura representatia de “participacion. limi aiin simbolica el molde institucional idéaco a los intereses las clases alta, civiles yurbanas. Pocas posibilidades tenia de funcionar tal, prospecto vida politica y la realidad dio pronwo el ments a las espe mnzas de les optimistas, Pesaron gravosamente la radical fcontinuidad ene la concentracién humana y econémica la capital y el campo semidesierto de Ia ganaderia exten Siva, la falta de toda textura institucional de sostén, el. pri mitivismo aspero de las pautas que regian la conducts de bx jamensa mayoria que nunca habia consentido formas rad Gonales intemnalizadas de_aucoridad y esaba_muy_Isjoc fualquice admision racional egal de cll. Con un Estado fletarbolado, carente de instrumentos idéneos de_imposicién ‘mucho més alla de la capital, sin formas de articulacion fagregacion regulares par intereses y voluncades, sin norms de legitimided cfectivamente acepradas, la realidad promovis, mulares, Formalizaba. 98 al margen del esquema constiucional, otros medios para el ‘camplimicnto de las funciones estatales minimas, los arbitrios fnstitucionales, ots procedimientos para la fijacién de las metas socials, otros patrones de legitimidad y conseatimien ©. De esta estructura espontanea ha sido el caudillo el ings dlienee mas iluminado y él es, en verdad, algo asi como su lave de biveda. pero ne, cierlamente, su gestor ni menos 1 variable independiente, Y esto 5 asi porque el caudilis protagonizado tras 1825 por Lavalleja, Rivera, Oribe yu fccucla descendente de jefes departamencales y comarcales, a wucde ser eatendido sin recordar Ia precedente enumeracii fe fos datos de una siuacién peculiarisima. Tan singular, que desde el principio, se las ingenié para injertr por Ia via de 2 orginizacion militar esa verdadera diarquia_guberoativa que fue la Comandancia General de Campafa, en torno a la l, por su supresién o su. mantenimiento (1836), se en. fablark la pugna que hizo de Rivera y Oribe enemigos ise ‘onciliables y evaria al fracaso la tencativa del segundo, an Estado con todos los atributes de tal. Por mucho tiempo la realidad corteria por otros cauces, y tenido esto en cuenta, ulna fuera le dio a los caudillos cumplic tuna especie de “funcién pontifical” eotre el campo y el fnucleo ‘urban, tan disconcinos, el representar una. manera, bisicamente informal € impredecible pero manera al fin, de cumplir ls funciones que el aparato estatal inexistente m0 txtaba en condiciones de llenas, el actuar como un centro de congregacién social y olitca én un medio. que n0 tenia ex. perieneia de los modos tradicionales de lograrla y en cl cual por ello, no eran factibles otros que los resultantes de la Sutorided personaly prettigiosa Ta venion oriental y.latinoamericana (que es la que estamos bosquejando) del fenémeno universal del liderazg0 apenas tiene otfos perfil eseaciales y ya seria hora, sin recter aura romantica con que se le ha investide, Porque en purida fl hecho. caudillesco, como forma inexorable —en cieras condiciones de articular y anregat voluntades humanas, pudo funcionar —y asi 10 hizo— a todos los niveles sociales y en s facil encend ft incomprension doctoral, de recorar del fenémeno el vodos los Ambkos geogrificos enteelazindo, integrando unos ¥ otros como lo hicieron, por lo menos, los caudillos mayores Lo procedente apusta a subrayar polemicamente la. in- dole funcional (y aun formal y legal en los muchos casos en que el investido a cualquier escala fue Presidente, jefe de policia, comisario 0 jefe de batallén) de la autoridad ‘audillesca, sin que esto importe desconocer el hilo de atrac- cid y © Sugestién “carismaticas” que con los anteriores se entrelza, pero que mucho puede dudane, si en la camera de los grandes jefes se escudrifa, hubiera resistio mucho tiempo 4 la ausencia de los otros titalos y al poder de distribucion (tiers, emplees, premios, grados, concesiones, onzas sonan tes) que llevaban implicit, mucho poneise ea entredicho que poseyera efectos acumulativos de gran radio de welo Se hace fécil entender con todo ello que si los caudillos eran breanos de este jaez_ no resultasen comprensibles sin uitos correspondientes. Unos séquitos que se nuttin con iversos aportes sociales y que conecribieron tants a la redu. ida dase dirigente urbana cuando ésta lleg6 (prontamente ) a Ia conviccién de 1 impotencia para actuar por si misma, como al numeroso elenco castrense vioculado desde tiempos atris 1 los contendores principales y al que la "patria aueva habia dejado ‘en condicién econémica dificil y sin funcién visible, Mayor signifieaciée, con todo, tuvo exe csteato popular marginado, de condicién miserrims, ‘verdadera masa de niobra de todos los emprendimientos de la fuera —la cli sica “montonera” crilla en su faz militur— que anudiba con el jefe providene —y esto también a todos les niveles: Ga compleja relacién de fe y de servicio, de proteccién y cyporidica benevolencia que tanta analogia diene —en my distinto contexto— con la relacién feudal. Es probable que 1 este plano secial, por lo menos en pequedios tiiclecs, haya ‘obrado su méxima’ relevancia el vinculo personal de lealtad inquebrantable, que es el quilate ético’ mas elevalo del mundo del caudillo y de la montonera y que simbolizan fi gatas como el Feliciano Gonzilez de Rivera 0 el Camundi de Saravia. Y es légico que asi ocurtiera justamente en el imbito humano en el que tazones y lemas ideoldgices eran mis evanescentes y lo mas slide, mis alerrable resultaba ce lazo de fidelidad inmarcesible, de devocién, de amor —la palabra no €s excesiva— que hacia de un ser humano el Aechado de todas las perleccicnes. ‘Nuestios partidos fueron al comienzo poco mis ave estos séquitos urbano-rurales congregados en torno a Rivera Por una parte ya Lavalleja y Oribe por Ia otra, extremada ‘mente inesubles al principio y luego algo mis firmes. Cierus predisposiciones, ciertos ccmportamientos mayoritatios «n cada uno de los grupos oficiaron en esos comientos como el ele- mento caracterizdor y de esa indole fueron Ia alegada cola boracidn cisplatina de los hombres de Rivera o su complicided fen los trificos de le esclavitud 0 el portedismo de lavalle- jiseas y oribistas. Las ambiciones personales en su desbocada carrera hacia el mando y los letrados que las articulaban en palabras y manifiestos desmesuraron a menudo este material que no carece, empero, de ciesto valor indicat. Dos nuevos factres en la lucka contribuirian « henchir, sin embargo, mey pronto, en esta cuara década del XIX, el perfil de los partidos, si no en el estriao planteo “ideolog co, sf en el de las opciones rudicales y lo que elias levaban implicias. Ta asuncién de Juan Manuel de Rosas a la suma del poder en Buenos Aires (1835) y la intervencién francesa contra su gobierno (1938) representaron el polarizador pol tico a que se aludia, si bien los dos sean lo bastante comple jos en sus causas,” manifestacion y desarrollo como. pata admitir aqut otro ‘tratamiento que su estriaa enumeraciéa vir IV - La Guerra Grande y su proemio (1838 - 1851) Unitarismo y federalismo fueron etiquetas tan mendaces ‘como suclen serl0 las partidarias y aun en pleno tiempo de Su vigencia no faltaron sospechas vehementes sobre el ale ado 'feleralismo’ del portenisimo sefior de Palermo. De Cualouier manera, eran niveles mas hondos reflejos menos rgiibles que los que podia reflejar una mera opcién entre modos de organizacién del Estado los que tociba la divisién nte casi dos. décadas pas6 sobre la frontera argent nrolb. las nacientes entidades de “blancos” y ‘olorados” y corte la unidad de nuestro territorio entte una capital sitiada y el resto de un pais, en el que Ia autoridad de Oribe fue sélo esporidicamente jaquesda por las audaces Tncursiones de Rivera, de Garibsldi y otros pocos iefes ‘Los cuatio atos que corcen desde 1838 fueron algo as como cl prociso de alineacién de los elementos, ya_ comple fado cuando, en diciembre de 1842, las fuerzas de River fueron deshethas en Arroyo Grande. Desde antes, empero Uruguay se hallaba en el vértice de ana lucha cuyos “drama: tis personae” decisivos fueron el rosismo porteno, los exile os unitarios, las provincias antibonaerenses (y federales) del Titoral y sus caudillos —Ferré, el segundo Lopez— y las inter venciones francesa ¢ inglesa, persiguiendo cada una sus par Uiculares fines, usando sus peculiares ticticas, pero asociadas desde 1843 —-comien2o del "sitio grande’— en el envio d ‘misiones mediadoras. La polarizacion de las fuerzas puso a Montevideo bajo un. gobierno (que Joaquin Suarez presidid ‘con heroica imperturbabilidad), cuyo Principal sosten eran las fuerzas militares de las intervencionss y las revoltosas legio Vill ines integradas por los combatientes hibiles de las recientes famigracones italiana y franceia. Un fervoroso liberslismo de tinte radical, de planteo universalist, de argumencacioa maniquea, penetrado (on fuerza por los novedosos efluvics del zomanticismo hacia de coligante ideol6gico a estacos spirieu, a corrientes de incereses bastante complcjas (temor al degiello, alarma por su subsistencia nacional, exigencias Gel poderoso sector de comerciantes extranjeros). En el in terior, Oribe, deste el Cerrito 0 “Pueblo Restaurscién’, me Gianzado por su confianza aparentemente inconmovible en fos designios del dicador argentino, aplicé una fSrmala en verdad esquemética, por mis que se cquilibraran en ella in predientey de adminisracién caudillesco-militar —aGin relat Vamente disciplinados— y algunos fenucs artestos de forms Tisme constiticional. Fstabs de por medio su creencia en. ser cl presidente supérstite a si renuncis, forzada 0 no, de 1838. Pew aun rodo el compuesto se entonaba con un acent© muy pecoliag, ausando ecos del pattiarilismo aniguisca y de la vadicign moral y social espafiola, con Ia que tan consustan ceaba el subjele de los Treinta y Tres V - Tiempos revueltos, tiempos de todo (1851 - 1865) a realidad el Sitio y la Defensa representaban dos “go- bieenos de facto” que se ejereian sobre jurisdicciones cada vez mis menesterons, mas raidas por lausura de una pugna interminable. Cuando la solucién del 8 de octubre de 1851 Tmpuso la paz que clausuré le Guerra Grande, nada parecia jlucidado y en nada ayud6 que Jo fuera la absolucién n0- inal a los propésites que habian inspirado a ambos bandos segin [o, estipalaba el acuerdo de paz. Blancos y colorados permanecian enhiestos y hostiles ca sus pasiones y en sus ‘ones, pero as dos décadas que siguieron subrayaron muy fuertemente la contradiccién entre aquel fallo saloménico y el hecho de que Ia guerm la bubierin ganado Rio de Jancito y Buenos Aires; esto es: las ciudades-puerto de la burguesia ccuropeizada y agro-comercial, pconta pars conveftirse en bat- ‘asi como el proceso de mediati2acién econd- Tos catados del 51, habian configundo un Uruguay de- pendience del Brasil en decisivas marerias, como si el drdst 0 secorte de sus posibilidades terrioriales hubiera sido poco para pagar el “tciunfo de una civilizaciéa” eal como los home bres de ta Defensa lo cancebian, Pera todo lo que prosiguié teat clos dio testimonio de hatta qué prunco la Guerre Grande habia quebrado cualquier proyecto eacional de vida auténoma 7 cémo una clase dizigente, crecientemenve dividida, hubo de hugar a las diversas carts que el complicado juego de Buenos Aires, Brasil y la Confederaciia echaba sobre la mest. Fs en esta dpoca, —la represién de Quinteros constituye un ito ‘capital del proceso— que los partidos estabilizaron.cieras sfinidades ideologicas y sociales y, con la Guerea Grande come teasfondo, peefilaron algo ast como wna “tradicién histor que hubia de brindar sustancia para incesantes, mutuas, me- nedas eecriminaciones. Ea realidad, el primer impulso cohecente de los grupos directores que hablen eobrevivide @ la gran tormenta fue ef ‘ancelar las viejas divisiones y aunar el esfuerzo nacional de recuperacion ca torno a una sola fuerza capaz de ageegat ‘nceresss, voluntades, ideales. Pero cuanto ocurrié. hasta mas alla de 1860 demostes que al plas, si razonable respecto a ba estructura social que el sistema partidatio debia de expre- sar, no estabs servido por la cuantia de coaccién estatal sufi dente para teprimit las ambiciones personales y de cireulo we especulaban com una revitalizacign de las pasiones del pasado inmediaro. Menos, todavia era caper de afroatat los designios de os auiciens de poder vecinos, Buenos Aires 3 Brasil en primer termino, dispuesos a insttumentalizar las ‘isis divisiones como via de instromentdlizar al pats entero EL gobierno de Pereira (1856-1860), resultado de va entendimient> de caudillos que respondia ‘a la linea supra purtidaria aledida y el que le siguié de Berro (1860-1864), registtan el fracas de la tentativa por superae el ya raido pero siempre reabastecido dualismo, Con mayor invensidad que en ninguna otra etapa de nuestea historia se dio el mo- delo de un estado limitrofe —el Brasil imperisl— smparado ‘cn its estipulaciones de 1851, que accu incesaptemente como fhtwr de division y debilitamiento, jugindo un juego de biscula —incesantemente variado en’ sus puestas— entre los partidos y las ambiciones mal dormidas de los jetes politicos ¥ miliwres. La "Defense", de 1843 al 51, habia dependido conémicamente dz un poderso nicieo de omerciantes y ‘epeculadores extranjeros que quedaron tras ella con gruesos ‘reditos a hacer efectivos. Los efectos de Ik guetta civil ea la ciudad y el campo engendraron —y lo harisn por vatiis Geadas mis— jncesantes teclamaciones por danos que los representantes diplomiticos europecs consideraban si deber forma mae Jestemplada y wturatia que cx de ima sinar. Simese todavia a lo anterior el conflict que reptaba éesde mediados del siglo y que habsia de enfreotar por cinco aios de guesra dura ¥ sucia (1865-1870) a las oligarquias gobernantes de Argentisa y Brasil con el heroico Paraguay. TH ascenso de Mitre a Js presilencia argeatina en 1862. pe: pits la explosién pero también tuvo onerosa incidencia sobre ete Uruguay en el que el gobierno de Bernardo Berto cir: lia por ese enconces una denodala eatativa de impulo constructive y de accién civilizadora. Pero a este Urvguay, 41 sigro geogrifico, su tradiciOn ardiguista, sus naturales ali. nidades 10 predestinaban 2 constiuir Ja salida, In abierta ven- ma OU BOE tana si mundo, de cox dma centro y nore plaease que, justamente, en cl Paraguay tenia su Spice, No es demasiado heceurio decit que el artasmieno de este y ls demolign del gobierno legal urvguayo duraate ef incerinato de Apuitre fe sali bajo la cchonesucion,ldcobigica de un worbese ¥ miiante “Vberalismotnplatense", que caglobabe bajo su Héculo alos abileos herederos del ‘niarismo powelo al partio colorado Su contenido ‘ran’ Ibs. grandes lemas” del Tiberalismo universal incripioe (si es que el termino vale) cen un comexto sociomistérico Imerprcado sobre ls. pastas Sarmentinas de uo dualiamo violearo entre “baibate” ¥ °C Silizriéa". Remrwider apes caper de easivocos, samblia podia sex la sitesis entre Estalos Nacionales 9) facrrias Contras ocapando miltarmente $0 “hinterland” VI - Militarismo incipiente y militarismo formal (1865 - 1886) EI motin militar de Pacheco y Obes (18 de julio de 1853) habia constituido el primer sintoms del peso que uun grupo de poder contaria en el pais hasta el 4 de julio de 1898, ya que puede datarse en forma tan precita Ia dau- sura izremisible de su capacidad de decisién. El mili ro hr sido en el Uruguay tendencia de entidad sim que poseyé en ouas naciones de Latinoamérica y éota rambicn aunque compartida con Chile puede constiuir una de aves- teas peculisridades naconaies, a dictadura de Venaacio Flotes (1865-1868) depen. 4i6 demasiado dei apoyo armado extzanjero, condicida de su criuafo, y estuvo excesivamente tefida de un exclusiva partidarismo como para coafigurar plenamente el tipo. La anarquia militar y politica que eguié a la detapericida del caudillo y desafid sin cesar los éebiles intentas de estabili- zacida que pautan los gobiernos de Lorenzo Batlle, de Tomis Gomensoro, de José Ellavri (1868-1875) no alanz6, por se mismo caricter, a perfilar Ja estabilidad esteuctural de un ‘égimen”, aungce oi le sobraron fersas paca imped el afian- ramicero de cualquier otra alteraativa, Ea realidad, el vnico movimiento auténomamente militar y exitoto de nuesten his. tworia fue e que inicid el mocin del 15 de enero de 1875 y que, clevardo a Lorenzo Litorre, abrié por una décads el eriolo tipico de nuestros gobiernos militares. La relativa brevedad del fenémeno es bien explicable si se advierte que ea ura primera etapa, que llega justamente Ihacia una octava década det sigio, era tan bajo el nivel orga- nizative y tan pobre el armamento de la fuerza estatal que apenas: preventebs cera —y a veces ninguns— solucién de contiauidad con las posibilidades belicar de extensos micleos sociaks. Ta lanza de wcuars, el facéo, el caballo estaban al alcance de todo el que quisiera 0 tuviera que pelear y cuando ccongresaba una volinted de procesta tan potente y exten. dlida como la que se expidié en la “revolucién de Aparicio™ (1870-1872), les alcances del “orden legal” eran bien men- guades. Agréguese todavia Ik insttucién de la “guardia na. ional” de la ciudad y Jos pueblos, juventud de clase media RE ‘Asi evien Montevideo mucin abuelor (Desde el campanarin de le Witla del Redust), y alta en. su mayoris, rogularmente hostil a cauaillos, milit. fes y exclisivismo banderizo, lo que la hizo en alguna oc Si6n eficaz contapero del cjérico propiamente dicho. Cuando Ia apaticién de nuevos medios de lucha 0 coad- yuvances a ella (armas de repeticién y de largo aleance, ferrocartil, telégrafo, teléfono mis adelante) alteraron esta nivelation de fuerzas para nocoria ventaja de la defensa del ‘orden insticuide, nuestros partidos, y el colorado en especial, fontaron con lo que en scciologia se Hama un “poles agrceati vo" suficiente como para desalentar toda aventura militar aut- noma. El ya mencionado fracaso del mocin de julio de 1898 3 ura prueba fehaciente, Sus cabecillas, los mismos autores del 15 de enero de 1873 comprobaron caramente que mucho habia cambiado en el pais en el curso de un cusrto de siglo este propisito debe destacarse la parndéjica fundén periodo santists, cumbre del militrismo en sus aspectos a- Fieuales, pero cuyo noworio, extruendoso coloradismo (uno de los andadores de su subsistencia junto con la del laicismo) tyuds a embretar el poder castrense dentro de los cuadsos del partido dominance. Desde 1880, en fecha redonda, ser militar ert montar guardia en tomo’ a la permanenca en el poder de la “colectvidad de la Defensa” En 1875 el ejército ocupé el centro de la excena (casa de gobiemo en “a Fuerte” inclaida) por uns especie de “eacio de poder” a alguno de cuyos facores ya se ha aludido, La muerte violenta del cavdillo colorado en 1868, Ia pric tica proscripeién del partido nacional por un cuato de siglo, la empecinada contiends entre los grupos dociorales y los movilizadores de apoyo en las clases bajas dejé a los apera- tot paridaris sin rol politico alguno. Le tocd a si ver a le lise aka letrada mostrar, entre 1872 y 1874, su femotismo, fu bizsntinismo presuntucso, su incapacidad de ordenar lt marcha de un pais real que demandata terapéuricas arto simples pero electivamentes, seguidas Es ya an lugar comin de nuestra historiografi de Lacrre en adecuarse a este rechmo y realizar tno duro y médico que los sectors dominantes requerian. Menos novorias son tal vex las causas de su ripilo fracaso, entre as que 0 s6lo conscriben las brutales osciliciones del Comercio externe sino también la imposiblidad de ser palia- dis por la infleribilidad del sistema que importaba el “oris- no pmonctario, impuerto por el todopoderoso “alto comercio". ‘Agué esta tal vex la clave de nuestro fracas, que_ se hart Adinitwo, con la no hasta hacia mucho rival portesa. Puede ecirse en reeminos modernos, que Latorre cwvo una politica ‘ccondmica anticelica (lo que le da méritos de precursor, Como. en tantas otras cosas) pero los remedios deflacio- Sirios que ella importabe no maiaron al paciente porque cl paciente era bisicamente sano, y pasto y Iuvias lb Sccupetaban, Ademés el indice de moviliacién social y de articulicign de intereses estaba pricticamentee en cero y por fucho tiempo no. a alcjaria de dl Supresiones de cargos, one de pensioaes y fetiros, rebajas de sucllos los soports- Ba pacientemente una svfrida clase media caldeda por el sol Tejano de un futuro que alguna vez cambiaria las cosas Soportadas y tolo, eran, al fia. y al cabo, adversdades. ‘AL lado de ellas poco pudieron sigaificar los recelos primero y la animadversion después de la clase alta y universitars, aunque lo muy limiado de la partidpacién politica toul le darian a esta resistencia una entidad muy superior a su vo. lumen efectivo y aun tendia a desmesuniria el control que sobce la prensa realmente prestigiosa ejercia. Sirva de com: pparacion las posibilidades de Balle y Ordonez pata enfrentar luna hostilidad similar teeinca afos mis tarde. Bl esquema historiogrifico dominante considera a los dliecisiewe anos que abarca este periodo como el paso del mi litaisme al civilismo y el tinsito de los viejos partidos oli ‘irquicos de cuadros a nuevas estructuras apoyadas en activas bases populares. Si Latorre habia resultado un gobernante idéneo para uns clase propiewria agrario-comercial sometida tas 1863 aun acclerido proceso d= extranjerizacién demogrifica ideolbgica, Sentos ya lo fue mucho menos, lo que bien puede explicarl el earicer dispendioso y ls notoria corrupcién de su régimen, aunque tal vez pesira tanto como estos el peligrose cariz caudillesco que el “santismo atu demasiados (y malos) recuerdos la transformacién de los cuartles en centro: de cierto populismo, ain pacernalisa y sin doctrina, Y los colazos del tenebroso asunto de Volpi y Patrone hicieron sentir, en una nacién que cobraba concien cia progresiva de tl, la disonancia estrideate entre un yoci ferado pattioterisme y las humillaciones que el orgullo criollo avo, penosamente, que enjugar. Tras el Quebracho y el balazo de Oxtiz, el Ministerio de Conciliaciéa de 1886 y la negociada temporizacién que representé Maximo Tajes, volvieron al poder al sector doctoral de la clase alt, ya curada del sarampién juvenil del “prin: cipismo” y dispuesta a ser Jo que las circunstancias reclama- ban, Esto es: la ejecutora juridico-politica de un_ gobierno y ‘una administracion regulares y la intermediaria entre éstas y las fuerzas internas y externas que modelabin el pais para su funcién de producto ganadero y generoso imporador de bie nies de consumo y esos otros, tan impondembles como multi- plicadores “de la energia anglosajona’ Estos afios vieton perfeccionarse, con medics mis diver. sos y administracion menos desarbolada, el “unicato” ejecutivo que al margen de la nominal triparticién de poderes habia sido la persistente realidad desde Artigas hasta entonces. A Julio Herrera y Obes (1890-1894) le tocé, con el. despre: juicio que permite un perfecto sefiorio de maneras, formular de manera muy persuasiva le doctrina de la “influencia di rectriz", una posicién a la ver muy congrueate con el caricter aristocritico, elitsta de la actividad partideria de enronces y fun con las exigencias reales de todo orden politico apenas fe desviste de velos ideolégicos. Conviene anotar que no obs: tante fuera suyo el propésito, ni en la eleccién, de quien XI habia de reemplazarlo oi en casi singuna otra oportunidad de nuestra historia —entre 1834 y 1907— se dio el fen6. fmeno, eonvertido en estercotipo latinoamericano, de los p sidentes electores de su sucesor. De cualquier manera, la realidad politica alisticamente por el bajisimo indice de riot que estaban promoviendo la corriente de empréstitos y e proceso de modernizacién de la infraestructura (ferrocarrile, eS Cuando en 1897, con las banderas de Ia libertad politica y la decencia administe 16 pujance la procesa nacio halista y el partico desalojado hasta enconces, desfibrado excéptica, se endurecié de nuevo, bajo Ia jefacuca militar, ful: fmadura, para un cambio, Los. seciores dominantes de una Sociedad quieren, es obvio, gobiernos que los sirvan, ya lo Ingan por si mismos, ya por un sector idéneo ins lizado y especializadamente politico. A igualdad de nes —esto es a igualdad de incondicionalismos- “también es obvio— que la tarea se cumpla con honestidad Y eficiencia. Esto hace més firmes las ps mis fluido el curso de los negocios, mas tranquilo el simbito amplisimo que la doctina eonémica liberal acoté para el dinamismo empresario. Por no lenar estos requisitos ayo Pedro Varela en 1875, se fue Santos en 1886. Cuestion apa sionamte, y nunca desbrozada por nuestra hitoriografia, es la de si los derribados no representaban sectores sociales i tereses dignos de consideraci6n; el problema c tancia en el caso del desprestigiado Varela y_ los intereses tancatios y buroctéticos que lo redeaban en los disputados nfios del “cursismo” y el “orismo”; siemp de las versiones dictadas por los puntos de vista del “alt comercio” y el Banco Comercial, aunque sean Eduardo Ace hay que sospechar redo y Raa Montero Bustamante quienes las hayan articulado. Afios més. tarde, Julio Herrera y Obes también enfrent6 nticos enemigos, sof con verlos calzar alpargatas, y uv tambien su “pilido final Digtesin aparte, cuando el 25 de agosto de 1897 un balazo certeto puso fin a la presideacia de Juan Idiarte Borda tun mufiidor politico de estarura municipal, In suerte de su Greulo —de la “colectividad’— estaba sellada. De nuevo el Sistema politico estaba operando disfuncionalmente para los in tereses rectotes del pais. El fin de la revolucién saravista con el Pacto de ls Cruz”, el golpe de Estado de 1898 y la dete nestracion de los iltimos fieles del caido, la coparticipacion de los partidos convenida sobre Ia divisién del territorio en deparamentos colorades y deparamentos nacionalista, contr en Juan Lindolfo Cuestas, un hombre de to ‘staciones, burécrata, duro, cazurro, receloso, el ejecutor pre destinado, La colocacién de la piedra fundamental de las obras del puerto de Montevideo, ea 1901, parecié cerrar coda jpoca y, con un siglo por delante inédito y completo, abri XII

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