You are on page 1of 25
La . formacion de la clase obrera en Inglaterra E.P. Thompson 6 Explotacién ‘Thelwall no era el unico que veia en cada «manufactura» centro potencial de rebelign politica. Un viajero aristocrati- visité los valles del Yorkshire en 1792 se alarmé al descubrir a hilanderia en el «valle pastoril» de Aysgarth: «Ahora, 4 una fibrica grande y ostentosa, cuyo arroyo ha acaparado d del agua de los saltos de mas arriba del puente. Con el }de la campana y el griterio de la fibrica, todo el valle esta ado; la traicién y los sistemas igualitarios son los temas de cién, y la rebelién puede estar préxima.» La fabrica apare- oun simbolo de energias sociales que estaban destruyendo curso de la Naturaleza». Encarnaba una doble amenaza orden establecido, En primer lugar la de los propietarios a industrial, aquellos advenedizos que gozaban de una fa ventaja sobre los terratenientes cuyo ingreso dependia de os del registro de sus rentas: ndo los hombres acceden asi a las riquezas, 0 cuando las riquezas Provienen del comercio se consiguen con demasiada facilidad, el 0 se cicrne sobre nosotros, hombres de ingresos medianos y fija; como lo hizo sobre todos los Nappa Halls y la Yeomanry de segundo lugar, la amenaza de la poblacién obrera industrial, F que nuestro viajero describia con una aliterada hostilidad’ ela una reaccién no muy alejada de la que tienen los racis- os, hoy en dia, hacia la poblacién de color; «La gente, es tiene trabajo; pero todos ellos se abandonan al vicio propio : Mmuchedumbre (...) En los ratos que las gentes no trabajan en rita se aplican a la caza furtiva, al libertinaje y al pillaje.»* L Correlacién entre la fabrica de algodoneros y la nueva socie- : strial y la correspondencia entre nuevas formas de relaciones Et la versidn inglesa, el final del texto es como sigue: «{_..) they issue out to poaching, cy and plunder.» (N. deta T.) Torrington Diaries, compilado por C.B. Andrews, 1936, IIL, pp-81-82. 215 de produccién y sociales era algo comin entre los observado, entre 1790 y 1850. A fin de cuentas es lo que expresaba Marx, una energia poco corriente, cuando decia: «el molino de agua asociamos con el sefor feudal; la fabrica a vapor, con el capita lista industrial» Y no sdlo era el propietario de la fabrica lo les parecia «nuevo» a los contemporineos, sino también la pabla cién obrera que se habia establecido en las fibricas y alrededor ellas, «Nada mds llegar a las lindes de las zonas manufactureras Lancashire —escribié un magistrado rural en 1808— encontramogs una nueva estirpe de seres, tanto por lo que se refiere a las cos. tumbres y la ocupacién como a la subordinacién,»; mientras que Robert Owen afirmaba, en 1815, que «la difusién generalizada de manufacturas en todo un pais da lugar a un nuevo cardcter en sus habitantes (...) un cambio esencial en el caricter general del grueso de la poblacian», En las décadas de 1830 y 1840, los observadores todavia se sor- prendian ante la novedad del «sistema fabril». Peter Gaskell, en 1833, hablaba de la poblacién manufacturera como de «un Hére cules todavia en la cuna», «sdlo desde la introduccién del vapor como fuerza motriz ha adquirido su importancia primordial». La maquina de vapor habia «reunido a la poblacién en densas masas» y Gaskell habia visto ya en las organizaciones de Ja clase obrera un «imperium in imperio de la mis detestable descripcidén».* Diez afios mis tarde Cooke Taylor escribia en términos similares: La maquina de vapor no tenia precedente, la spinning-jenny* no tiene ascendencia, la mulé* y el telar mecinico un patrimonio imprevisto: surgieron de forma repentina como Minerva de la cabeza de Jupiter. Pero lo que mas inquietud causaba a este obseryador eran las consecuencias humanas de esas «innovaciones»: Cuando un extraito atraviesa las masas de seres humanos que se han aglomerado alrededor de las hilanderias y estampaciones (...) no puede contemplar esas «atestadas colmenas» sin sentimientos de ansiedad y aprension que legan a consternarle, La poblacién, como el sistema al que pertenece, es nueva; pero esta creciendo por momentos en exten sién y fuerza, Es un agregado de multitudes, que nuestras ideas expresan *P Gaskell, The Manufacturing Population af England, yy, p.6; Asa Briggs, «Class in Early Nineteenth-century Englands, en Essays iv Labour History, compilado por Brie ‘BES y Saville, 1960, p. 61. “La spinning-jenmy era una maquina de hilar con varios husos, fue inventada por James Hargreaves en 1764. (N. de fa T.} * La mulé era una variante de la spinving-jerny inventada por Samuel Crompton ¢0 1797. En Espagia sc la conocia come «muiias. (N. de ke T.) 26 ines que sugicren algo amenazador y pavaroso (...) como cl crecimiento y la plenitud de un océane que, en un futuro no kejano, que arrebatar a todos las elementos de la sociedad en la cresta de y transportarlos Dios sabe donde, Hay poderosas energias que {nactivas en esas masas (...) La pablacién manufacturera no es sya inicamente en su formacidn: es nueva en sus habitos de pensa- nto y accion, que han sido conformados por las circunstancias de su ibn, con poca instruccién, y menor guia, a partir de influencias 6 do Engels describia La situacién de ta clase obrera en Ingla- 1844 le parecia que «los primeros proletarios estaban rela- con la manufactura, fueron engendradas por ella (...) los dores fabriles, primogénitos de la Revolucién industrial, han desde el comienzo hasta el presente el nticleo del Movi- ‘Obrero». or muy distintos que fuesen sus juicios de valor, los observado- servadores, radicales y socialistas sugerian la misma ecua- energia del vapor y la fabrica de algodoneros = la nueva Se veia a los instrumentos fisicos de la produccién o lugar, de forma directa y mis o menos compulsiva, a nue- anes sociales, instituciones y formas culturales. Al mismo la historia de la agitacin popular durante el periodo 1811- confirmar esa imagen. Es como si la nacién inglesa aen un crisol en la tiltima década del siglo xvi y surgiera nueva forma después de las guerras. Entre 1811 y 1813, isis ludita; en 1817 el motin de Pentridge;’ en 1819, Peterloo; inte toda la década siguiente, proliferacién de la actividad de de unions, propaganda owenita, periodismo radical, el m de eso, la multitud de movimientos que constituyeron el 0. Quiza sea la escala ¢ intensidad de esa agitacién popu- ultiforme la que, mas que cualquier otra cosa, ha dado lugar entre los observadores contemporaneos, como entre los todo fenémeno radical de la década de 1790 se puede encon- ducido, diez veces mayor, después de 1815. El puitado de Jacobinos dio lugar a una multitud de publicaciones ultra- y owenitas. Donde, antes, Daniel Eaton cumplia prisién publicar a Paine, ard Carlile y sus vendedores cumplian de mas de doscientos aitos de circel por delitos similares, las Sociedades de Correspondencia mantenian una precaria aen muchas ciudades, los Clubes Hampden de la posguerra Gn que tuvo lugar en junio de 1817. (N, de Ja T) o las organizaciones politicas echaban raices en las pequefias pobla. ciones industriales. Y cuando toda esa agitacién popular se asocia espectacular ritmo de cambio de la industria del algodén, es suponer una relacién causal directa, La fabrica de algodoneros apa. rece no ya como el agente de la Revolucion industrial, sino i de la social; produce no sélo las mercancias, sino también el py «Movimiento Obrero». La Revolucion industrial, que empezd una descripcion, se invoca hoy como una explicacién. Desde la época de Arkwright hasta los tumultas de Plug* y alld, la imagen que domina nuestra reconstruccién visual de Ja Revolucion industrial es la «sombria fabrica saténica». En parte, quiza, porque es una imagen visual dramiatica: los edificios pareci acuarteles, las grandes chimeneas, los nifos trabajando en la fiibr: los chanclos y las pafioletas, las viviendas arracimindose en torno las fbricas como si éstas las hubieran parido. Es una imagen que nog obliga a pensar primero en la industria y sélo en segundo lugar en la gente relacionada con ella o que esta a su servicio, En parte, porque a los contemporaneos les parecia que la fabrica de algodoneros y la nueva ciudad fabril —lo repentino de su crecimiento, la ingeniosi- dad de sus técnicas y la novedad o severidad de su di i espectaculares y portentosas: un indicador mds satisfactorio para el debate sobre el problema de la «condicién de Inglaterra»” que aque- llos distritos manufactureros, anénimos y dispersos, que atin mas a menudo figuran en los «libros de disturbios» del Ministerio del Interior. Y de ambos se derivé una tradicién literaria e histérica Casi todos los relatos clisicos de los contemponineos acerca de las condiciones de vida en la Revolucion industrial se basan en la indus- tria del algodén; y en su mayoria en el Lancashire: Owen, Gaskell, Ure, Fielden, Cooke, Taylor, Engels, por mencionar a unos pocos. Novelas como Michael Armstrong a Mary Barton o Tiempos dificiles” perpetdan la tradicién. ¥ el mismo énfasis se encuentra, de manera notable, en la literatura posterior de historia econdémica y social. Pero quedan muchos puntos oscuros. El algodén fue, desde luego, la industria puntera de la Revolucién industrial" y la fabrica de algo- dén sirvié de modelo basico para el sistema fabril. Sin embargo, 80 * Los cartistas recogieron 3.315.752 firmas para su segunda peticidn de 1842. El Parli- mento se negd de nuevo a tomarla en consideracién, Este mismo aio hubo serias uel gas ¥ motines en el norte de Inglaterra y en las dreas industriales, (N. de ta T.) "Se refiere a la karga polémica sobre las © jones de vida de la poblachin obrent inglese durante la Revoluciin industrial. (N. de fa " Michael Armstrong fue escrita por Throllope, Mary Barton por Gaskell y TiemPot dificites es de Dickens (hay varias traducciones al castellano). (N, de da T.) "’ Para una admirable exposicidn de las razones de la primacia de la industria del alg? dén en la Revolucion industrial, véase E,}, Hubsbawm, The Age of Revolution, 1962, a (Hay trad. cast: Las revoluciones burguesas, Ediciones Cuadarrama, Maslrid, 1976, 2°98) 28 amos dar por sentada cualquier correspondencia automitica, do directa, entre la dindmica del crecimiento econdémico y ica de la vida social o cultural. Porque medio siglo después ce decisivo» de la fibrica de algodén, alrededor de 1780, fabriles seguian siendo una minoria de la fuerza de a en la propia industria del algodén. A principios de da de 1830, los tejedores manuales del algodén eran todavia, plos, mas numerosos que todos los hombres y las mujeres dos en el hilado y el tejido de las fabricas algodoneras, laneras ras reunidas.'’ El hilador adulto no era atin, en 1830, mds repre- tivo de aquella figura esquiva, el «obrero medio», de lo que, en ada de 1960, lo es el obrero de la Coventry." ién es importante, porque el énfasis exagerado en d de las fibricas de los algodoneros puede conducir a macién de la continuidad de las tradiciones politicas es en la formacidén de las comunidades obreras. Los tra- es fabriles, lejos de ser los «primogénitos de la Revolucién , cran los recién llegados. Muchas de sus ideas y formas de habjan sido ya adoptadas por los trabajadores a domi- o los cardadores de lana de Norwich y el West Country, 0 s de cintas de Manchester. Y es discutible si la mano de —excepto en los distritos algodoneros— «form6 el nucleo jovimiento obrero» antes de los tiltimos afos de la década de ¥ en algunas ciudades del norte y las Midlands, los aftos 1832- que conducen a los grandes cierres patronales. Como hemos el jacobinismo echdé raices muy profundas entre los artesanos. no fue la obra de obreros cualificados en pequeios talle- sd¢ 1817 hasta el cartismo, los trabajadores a domicilio, en el y las Midlands, desempefiaron un papel tan destacado como ino de obra fabril en todas las agitaciones radicales. En muchas des, el micleo real de donde el movimiento obrero extrajo ideas, n ¥ lideres estaba constituido por zapateros, tejedores, y guarnicioneros, libreros, impresores, obreros de la On, pequefios comerciantes y otros por el estilo. El vasto Ndo del Londres radical, entre 1815 y 1850, no sacé su fuerza de FiMcipales industrias pesadas —la construccién naval tendia a iy los mecanicos no dejarian sentir su influencia hasta mas el siglo—, sino de la multitud de oficios y ocupaciones én para el Reino Unido de 1844. Total de la fuerza de trabajo adulta en Has filbricas textiles; 11.671. Nimero de tejedores manuales; 213.000, Véase mas me; P3406. Mn cucnta que el libro se publicé por primera vez em 1963. (N. de ka T) bawm, ap. cil, cap. 2 219 Esa diversidad de experiencias ha levado a algunos autores a poner en duda tanto la nocién de una «Revolucion industrial, como la de una «clase obrera». No hace falta detenerse en el primer reparo."* El término es bastante util en su connotacién habitual, En cuanto al segundo, muchos autores prefieren el término clases trabajadoras, que subraya la gran disparidad por lo que hace a pogj. cién, adquisiciones, calificaciones y circunstancias, que incluye en su seno aquella hibrida expresién. Y en este sentido se hacen eco de las quejas de Francis Place: of el caracter y la conducta de la gente trabajadora han de deducirse a partic de los estudios, revistas, folletos, diarios, informes de las dos Camaras del Parlamento y de los Comisionados fabriles, les encontra- remos a todos mezclados en los «brdenes inferiores»; los wabajadores mis cualificados y los mas prudentes con los obreros mas ignorantes ¢ imprudentes y los mendigos, aunque la diferencia es muy grande y, en realidad, en muchos casos apenas admitira comparacién,"* Por supuesto, Place ticne razon: el marinero de Sunderland, el labriego irlandés, el baratillero judfo, el asilado de un pueblo de East Anglia obligado a trabajar en una workhouse," el cajista de ‘The Times; todos podrian ser considerados por sus «superiores» como pertenecientes a las «clases bajas», aunque ni siquiera pudiesen entenderse en el mismo dialecto. Sin embargo, cuando se han tomado todas las precauciones oportunas, el hecho destacable del periodo comprendido entre 1790 y 1830 es la formacién de «la clase obrera». Esto se revela, pri~ mero, en el desarrollo de la conciencia de clase; la conciencia de una identidad de intereses a la vez entre todos esos grupos diversos de poblacion trabajadora y contra los intereses de otras clases. Ys en segundo lugar, en el desarrollo de las formas correspondiente’ de organizacién politica y laboral. Hacia 1832, habia instituciones obreras —sindicatos, sociedades de socorro mutuo, movimientos educativos y religiosos, organizaciones politicas, publicaciones periédicas— sdlidamente arraigadas, tradiciones intelectuales obreras, pautas obreras de comportamiento colectivo y una con- cepcion obrera de la sensibilidad. “Hay un resumen de esta controversia en E. F, Larypard, industrial Revolution, Arve rican Historical Association, 1957. Véase tambien Hobsbawm, op. eit,, cap.2 ** Citado par M.D. George, Loadow Life i The Eighteenth Century, 1930, p.210. " Fdlificivs pablicos irlandcses destinadas a emplear y dar cobijo a pobres. Su orige™ data de mediados del siglo xwu. {N, dela T.) 220 acién de la clase obrera es un hecho de historia politica tanto como econémica. No nacié por generacién espon- sistema fabril. Tarmpoco debemos pensar en una fuerza a —la «Revolucién industrials— que opera sabre alguna ria prima de la humanidad, indeterminada y uniforme, y la rma, finalmente, en una «nueva estirpe de seres». Las rela- de produccién cambiantes y las condiciones de trabajo de olucién industrial fueron impuestas, no sobre una materia sino sobre el inglés libre por nacimiento; un inglés libre por niento tal y como Paine lo habia legado o los metodistas lo -moldeado. Y el obrero fabril o el calcetero era también el ode Bunyan, de derechos locales no olvidados, de nociones ad ante la ley, de tradiciones artesanas. Era el objeto de un iento religioso a gran escala y el creador de tradiciones La clase obrera se hizo a si misma tanto come la hicieron siderar a la clase obrera de ese modo es defender una mn «chisica» del periodo frente a la actitud predominante de uelas contemporaneas de historia econdmica y sociologia. que el territorio de la Revolucién industrial, que fue primero ido y examinado por Marx, Arnold Toynbee, los Webb y los id, hoy parece un campo de batalla académico. La cono- vision «catastrofica» del periodo ha sido discutida punto por o, En lugar de contemplar esa etapa al modo habitual, como rio econdémico, intensa miseria y explotacién, repre- in politica y agitacién popular heroica, hay se dirige la atencién icia la tasa de crecimiento econémico, asi como a las dificul- del «despegue» en la reproduccién tecnolégica autososte- Ahora, el proceso de las enclosures importa menos por en desplazar a los pobres de las aldeas, que por su éxito entar una poblacién que crecia con rapidez. Se considera infortunios del periodo se deben a las convulsiones que Veron las guerras, a las comunicaciones defectuosas, a la inma- ¢ bancaria y crediticia, a los mercados inseguros y al ciclo lercial, mas que a la explotacién o a la competencia salvaje. El if popular se ve como resultado de la coincidencia inevita- los elevados precios del trigo y las depresiones comerciales, ita explicable en términos de un cuadro de «tensién social» intal derivado de esos datos.” En general, se sugiere que la On del obrero industrial en 1840 era, en muchos aspectos, eso de aplicacidn del principio de propiedad absoluta de la tierra, cuya mani- HaciOn externa era el cercado de los campos. (N. de la'T) ‘Verse W.w. Rastow, Rrinish Economy in the Nineteenth Century, 19.48, especialmen- PP.122-135, 221 mejor que la del trabajador a domicilio de 1790. La Revoluci industrial no seria ya una época de catdstrofe o de grave conf] y opresin de clase, sino de mejora.” La ortodoxia catastrifica clisica ha sido reemplazada por nueva ortodoxia anticatastréfica, que se distingue de forma clara por su prudencia empirica y, entre sus exponentes notables —sir John Clapham, doctora Dorothy George, profe. sor Ashton—, por una critica adusta de la imprecisién de ci autores de la vieja escuela. Los estudios de la nueva ortodoxia h, enriquecido la erudicién histérica y han modificado y revisado af trabajo de la escuela clasica en aspectos importantes. Pero como hoy en dia la nueva ortodoxia esta, a su vez, envejeciendo y s¢ encuentra atrincherada en la mayoria de los centros académicos, estd expuesta, también, al desafio de la critica. Y los sucesores de los grandes empiristas manifiestan con demasiada frecuencia una complacencia moral, una estrechez de miras y un conocimiento insuficiente de los movimientos reales de la poblacién obrera de la época. Estén mis enterados de Jas posturas empiricas ortodoxas que de los cambios en las relaciones sociales y en las formas cultu: rales que provocé la Revolucién industrial. Lo que se ha perdido es un sentido de todo el proceso: el contexto politico y social global del periodo. Lo que, en principio, eran aportaciones valiosas se han convertido, a través de imperceptibles etapas, en nuevas generali- zaciones que los hechas pocas veces pueden confirmar, y de gene ralizaciones en actitudes arbitrarias. La ortodoxia empirica se define a menudo en funcién de una critica sisteratica de la obra de J.L. y Barbara Hammond. Es cierto que los Hammond eran propensos a moralizar la historia y a organizar en exceso sus materiales desde el punto de vista de la «sensibilidad ofendida».*” Muchos aspectos de su obra han sido criticados 0 modificados a la luz de investigaciones posteriores ¥ nosotros pretendemos también sefalar otros. Pero una defensa de los Hammond tiene que basarse no sélo en el hecho de que sus yoliimenes sobre los trabajadores, con sus copiosas citas y amplia documentacion, seguiran siendo una de las fuentes mas impor tantes para estudiar este periodo, sino también en que a través de su narracién nos aproximaron al contexto politico en el que uve ™ Algunas de las visiones que aqui se han basquejado se encuentran, de forma im plicita o explicita, en TS. Ashton, Industrie! Revolution, 1948 (hay wna traduceian cat tellana en F.C. E, México) y A. Radford, The Economic History af England, 2.0 edicidts 1960. Una variante sociolégica es desarrollada por N.L Smelser, Social Change in the Indistrial Revolutivn, 1959. y una confusa popularizacién se encuentra en John Vaiteys Success Story, WEA, sin fecha. ™"Yease E.E. Lampard, op.cit., p.7. 222 Revolucién industrial. Para un investigador que examina contables de una fabrica de algodon, las guerras napo- ag solo aparecen como una influencia anormal que afecta eados exteriores y que hace fluctuar la demanda. Los Ham- habrian olvidado, ni por un momento, que también fue a contra el jacobinismo. «La historia de Inglaterra en la la que s¢ ocupan estas paginas aparece como una historia civil.» Este es el comienzo del capitulo introductorio de d Labourer. ¥ en la conclusién a The Town Labourer, entre nentarios mas mediocres, hay una perspicacia que realza ista claridad todo el periodo: época en que media Europa estaba embriagada y la otra media zala por la nueva magia de la palabra ciudadano, la nacién estaba en manos de hombres que contemplaban la ikea de la ciu- como un desafio a su religién y su civiliz ; que pretendian Yacentuar y perpetuar la posicién de los obreros come wna cl De ahi el hecho de que la Revolucién francesa haya dit n al pueblo francés de lo que la Revolucion industrial ha di pueblo de Inglaterra. se «De ahi el hecho» se puede poner en duda. Y sin embargo, sa intuicién —que la revolucién que no tuvo lugar en Ingla- tan completamente devastadora y en algunos aspectos acerante que la que tuvo lugar en Francia— donde encontra- clave para la naturaleza verdaderamente catastréfica del En toda esa época hay tres grandes influencias, y no dos, in simultaneamente. Esta el tremendo crecimiento demo- en Gran Bretaia, de 10,5 millones en 1801 a 18,1 millones 1841, con el mayor indice de crecimiento entre 1811-1821. Esta | ucién industrial en sus aspectos tecnoldgicos. Y esta la a-revoluciin politica de 1792 a 1832. Al final, tanto el contexto politico como la maquina de vapor una influencia determinante sobre la conciencia y las ins- les de la clase obrera que estaban en proceso de configura- O. Las fuerzas que contribufan a la reforma politica a finales del 8 xvii —Wilkes, los negociantes de la City, la pequefia gentry dlesex, la «muchedumbre»; o Wyvill y la pequefia gentry y los paiteros, los cuchilleros y los artesanos— estuvieron eras de conseguir al menos algunas victorias aisladas en la de 1790: a Pitt le correspondié el papel de primer minis- ista. Silos hechos hubieran seguido su curso «natural», sido légico esperar algiin conflicto, mucho antes de 1832, Ia oligarquia agraria y comercial y los fabricantes y la pequefia 223 gentry, con la clase obrera a remolque de la agitacion de la ¢] media. E incluso en 1792, cuando los industriales y los profesi les liberales destacaban en el movimiento de reforma, el eq de fuerzas aun era ése. Pero después del triunfo de Los derechos hombre, la radicalizacién y el terror de la Revolucién francesa, , la arremetida de la represion de Pitt, slo la plebeya Sociedad Correspondencia se mantuvo firme contra las guerras contra valucionarias. Esos grupos plebeyos, a pesar de lo pequefios eran en 1796, formaron una tradicién «subterranea» que a hasta el fin de las guerras. La aristocracia y los fabricantes, alar- mados por el ejemplo francés y en el fervor patristico de la gue hicieron causa comun. El ancien régime inglés recobré su vigor, no sélo en los asuntos nacionales, sino también en la perpetuacién: de las antiguas corporaciones municipales que administraban mal las abultadas poblaciones industriales. Los fabricantes recibieron a cambio importantes concesiones y sefialadamente la derogacién o revocacién de la legislacién «paternalista» que protegia el aprendi- zaje, la regulacién de los salarios o las condiciones de trabajo en la industria, La aristocracia estaba interesada en reprimir las «conspi- raciones» jacobinas del pueblo, los fabricantes estaban interesados en frustrar sus «conspiraciones» para aumentar los salarios: las Combination Acts servian para ambos propdsitos, De ese mada, los obreros se vieron abocados al apartheid poli- tico y social durante las guerras, en las que, en parte, también tuvie- ron que combatir, Es cierto que eso no era completamente nuevo. Lo que era nuevo era que coincidiese con una Revolucién francesa; con una conciencia creciente de la propia identidad y unas aspi- raciones mas amplias —se habia plantado el «drbol de la libertad» desde el ‘Tamesis al Tyne—; con un aumento demografico, en el que la pura sensacién de cantidad, en Londres y en los distritos industriales, se volvid mas impresionante de ano en aio —y a medida que crecian en cantidad, probablemente disminuia el res- peto hacia el patrono, el magistrado o el pérroco—; y con unas for- mas de explotacién econémica mas intensas y transparentes, Mas intensivas en la agricultura y en las viejas industrias domésticas, mas transparentes en las nuevas fabricas y quiza en las minas. En la agricultura, los afios comprendidos entre 1760 y 1820 son los aios de la generalizacion de las enclosures, durante los cuales se pierde los derechos comunales, pueblo tras pueblo, y al que no tiene tierra y—en el sur— al trabajador empobrecido no le queda mas remedio que sustentar a los arrendatarios, los terratenientes y los diezmoS de la Iglesia. En las industrias domésticas, desde 1800 en adelante, se consolida la tendencia de que los menestrales dejen paso a los patronos mids grandes —ya sean fabricantes o intermediarios— 224 a mayoria de los tejedores, calceteros o los que hacian cla- nvirtiesen en trabajadores a domicilio asalariados con un mas o menos precario. Estos son los afos del empleo de de mujeres, de forma clandestina— en las fabricas y en as Areas mineras; y la empresa a gran escala, el sistema fabril nueva disciplina, las comunidades de las fabricas —donde te no sdlo se enriquecia con el trabajo de la «mano de sino que se podia ver como se enriquecia en una genera- —, todo contribuia a la transparencia del proceso de explota- ya la cohesién social y cultural de los explotados. os ver ahora algo de la naturaleza verdaderamente catas- de la Revolucion industrial, asi como algunas de las razones is cuales en esos afios se conformé la clase obrera inglesa. pueblo estaba sometido, a la vez, a una intensificacién de dos relaciones intolerables: las de explotaciin econdémica y opresidn politica. Las relaciones entre patron y obrero se mis estrictas y menos personales; y aunque es cierto que aba la libertad potencial del trabajador, puesto que el lero agricola o el oficial en la industria doméstica estaba, en de Toynbee, «situado a medio camino entre la condicién la condicién del ciudadano», esa «libertad» hacia que con mas claridad su no libertad. Pera en cada uno de los s que buscase para resistir la explotacién, se enfrentaba con s del patrono o del Estado, y normalmente con las dos. ia volucidn industrial en términos de cambio en la naturaleza nsidad de la explotacion. Esta no es una idea anacrénica a abusivamente de la documentacién. Podemos describir partes del proceso de explotacién tal come las veia un operario de la industria del algodén en el afio en que Marx. El relato —una declaracién dirigida al pablico de Man- ; que estaba al borde de la huelga, firmada por «Un Oficial lilandero de Algodén»— comienza describiendo a los patronos y 168 obreros como «dos clases distintas de personas»: n primer lugar, pues, por he que se refiere a los patronos; con muy preparacian, excepto la que hayan con el pequefio mundo de comer- pero para contrarrestar ese defecto, Unas apariencias, gracias a un ostentoso desplicgue de mansiones intes, ajuares, libreas, parques, caballos, perros de caza, etc., que se de exhibir ante el comerciante extranjero de la forma mis fas- Por supuesto, sus casas son elegantes palacios que superan con o, en volumen y extensién, las residencias refinadas y fascinantes 225, que se pueden ver én los alrededores de Londres (...) pero el observador puro de las bellezas de la naturaleza y el arte combinados advertird en ellas una deplorable falta de gusto. Educan a sus familias en las escuelag mis caras, decididos a dar a su descendencia una doble racién de lo que a ellos les falta. Asi, sin que apenas haya en sus cabezas una segunda intencién, san materialmente pequenoas monarcas, absolutos y despétj. cos en sus distritos particulares; y para que todo eso se mantenga, acu- pan todo su tiempo en maquinar como obtener la mayor cantidad de trabajo a cambio del menor gasto (..) En resumen, me atreveré a decir, — sin miedo a la contradiccién, que se observa una mayor distancia entre el amo y el hilandero aqui, de la que hay entre el mayor comerciante de Londres y su altima criado o el mas humilde artesano. Desde luega no se puede comparar. Sé que es un hecho que la mayor parte de los patro- nos de hilanderos desean mantener bajos los salarios con el propdsito de mantener a los hilanderos indigentes y sin animos (...) asi conve con el propasito de levarse el beneficio a sus bolsillos. 4 Las patronos de hilanderas son una clase de hombres distinta de todos los demas maestros artesanos del reine. Son ignorantes, argu- llosos y tininicos. ;Cémo deben ser los hombres, o mejor dicho los seres, que son los instrumentos de tales amos? Porque, durante ailos y aijos, han sido, con sus esposas y sus hijos, la paciencia personificada, esclavos y esclavas para sus crueles amos. Es inutil ofender nuestro sen- tide comin con la observacién de que aquellos hombres son libres; de que la ley protege por igual a los ricas y a los pobres, y que un hilan- dero puede abandonar a su amo si no le gustan los salarios que paga. Es cierto, puede, pero, sdénde debe ir? por supuesto, a otro amo. De acuerdo, va. Le preguntan dénde trabajé antes: «;Te despidicron?» No, no nos poniamos de acuerdo acerca de los salarios. Bueno, no puedo darte empleo a ti ni a nadie que deje a su amo por este motivo, Por qué ocurre esto? Porque existe un abominable pacto vigente entre los amos, que se cstablecio por primera vez en Stockport, en 1802, y desde entonces se ha generalizado tanto, que abarca a todos los grandes amos enun drea de muchas millas alrededor de Manchester, aunque no a los Ppequefios patronos: éstos estan excluidos. En opinidn de los grandes, son los seres mds detestables que se puedan imaginar (...) Cuando se establecié el pacto, uno de sus primeros articulos fue que ningin amo debia emplear a un hombre hasta que hubiese averiguado si su ultimo patrona le habia despedido. ;Qué debe hacer entonces el hombre? Si va a la parroquia, que es la tumba de toda independencia, le dicen: «No podemos ayudarte, si rites con tu amo le mandaremos a prision, y 10 ‘vamos a mantener a tu jiaw; de modo que el hombre se ve obligado, debido a una combinacién de circunstai a someterse a su amo. No puede viajar y encontrar trabajo en cualquicr ciudad como zapalero, ensamblador o sastre, esta confinada en el distrito. En general, los obreros son un grupo inofensive de hombres ins- truidos y sin pretensiones, aunque ¢s casi un misterio para mi el como adquieren esa instruccién. Son déciles y tratables, si no se les irrita demasiado; pero esto no es sorprendente, si tenemos en cucnta que estin acostumbrados a trabajar, a partir de los seis afos, desde las cinco de la mafana hasta las ocho y las nueve de la noche. Dejad que uno de los defensores de la obediencia al amo se aposte en la avenida 226 auna fabrica, un poco antes de las cinco de la maiana, y erve cl aspecto miserable de los pequeiuelos y de sus padres, s de sus camas a una hora tan temprana y en todo tipo de dejadle que examine la miserable racion de comida, compoesta mente de gachas y torta de avena troceada, un poco de sal ya _coloreado con un poco de leche, junto con unas pocas patatas y ocito de tocino o manteca para comer; ;comeria esto un trabajador de Londres? En la fibrica estan encerrados hasta la noche —si algunos minutos tarde, se les descuenta una cuarta parte del sala- estancias con una temperatura mis elevada que la de los dias urosos de este verano, y no se les deja tiempo en todo el dia, tres cuartos de hora para comer: cualquier otra cosa que coman momento la deben ingerir mientras trabajan. El esclavo negro rabaja en las Indias Occidentales, cuando trabaja bajo un sol abra- tiene probablemente una pequefia brisa, de vez en cuando, para tiene un trozo de tierra y un tiempo permitido para cultivarlo. hilandero inglés no disfruta de un espa erto ni de las risas del cielo. Encerrado en fibricas de ocho pisos de altura, no tiene anso hasta que el pesado motor se detiene, y entances se va a su a recuperarse para el dia siguiente; no hay tiempo para mantener i ible relacién con su familia; todos estén igual de fat s. No se trata de una imagen exagerada, es literalmente cierto, g de nuevo, je someterian a esto los trabajadores manuales sur de Inglaterra? Cuando la hilatura del algoddn estaba en sus inicios, y antes de que an esas terribles maquinas, llamadas maquinas de vapor, des- ‘a suplir la necesidad de trabajo humane, habia gran namero que luego se llamaron pequetios patronos; hombres que con un P capital se podian procurar unas pocas maquinas y emplear a os pocos trabajadores, hombres y muchachos —es decir, de veinte a ta afos—, el producto de cuyo trabajo se llevaba todo al mercado de Manchester y se ponia en manos de los agentes de negocios Los agentes ko vendian a los comerciantes, gracias a los cuales el o de hilanderos podia seguir trabajando en su casa y ocuparse le sus trabajadores. En aquellos dias, el algodén en rama sicmpre se listribuia en pacas a las esposas de los hilanderos en casa, donde lo ban y lo limpiaban a punto para los hilanderos de la fibrica. Con podian ganar 8, 10 o 12 chelines a la semana, y cocinar y atender a familias. Pero ahora nadie tiene ese trabajo, porque tade el algodén desmenuza con una maquina, accionada por la miquina de vapor, se llama diablo; de modo que las esposas de los hilanderos no tie~ trabajo, a no ser que vayan a trabajar todo el dia en la fibrica en Que pueden realizar nifios a cambio de unos pocos chelines, cuatro 8 cinco por semana, En acuel momento, si un hombre no se ponia de con su amo, le dejaba y podia emplearse en cualquier otro sitio, Sin embargo, hace pocos aiios cambié el cariz de las cosas. Se empeza- On a utilizar las maquinas de vapor y se requeria un gran capital para 5 jas ¥ para construir edificios suficientemente grandes para que aquéllas y seiscientos o setecientos trabajadores. La maquina oducia articulos mas vendibles, aunque no mejores, que los que podia acer el pequeito patron por cl mismo precio. El resultado fue su ruina 227 en poco tiempo; y los présperos capitalistas triunfaron con su puesto qué aquellos eran el nico obstaculo que quedaba entre ellos yg} absolute control de los abreros, Luego surgieron diversas disputas entre los obreros y los patronog con respecto a la pulcritud del trabajo, puesto que los obreros cobraban, de acuerdo con el némero de madejas o yardas de hebra que producian a partir de una cantidad de algod6n dada, que siempre debia ser verjfj. cada por el supervisor, cuyo interés le obligaba a inclinarse en favor del patrono y a considerar el material como mis burdo de lo que era. Si ¢) obrero no se sometia debia emplazar a su patron ante un magistrado; e] conjunto de magistrados en activo de aquel distrito, con la excepcidn de dos honestos clérigos, eran caballeros cuyo origen era el mismo que cl de los patronos de hilanderos del algodén, Fl patrono, en general, se contentaba con enviar a su supervisor para que respondiese a cualquiera de esos requerimientos, considerando que siluarse frente a frente con su sirviente cra rebajarse. La decisiém del magistrado era, por lo gene- ral, favorable al patrono, aunque sdlo se basaba en la declaracidn del supervisor, EF] obrero no se atrevia a apelar a los tribunales a causa del gasto (...) Estos males que se infligen a los hombres han surgido de aquel terri- ble manapolio que existe en aquellos distritos, en donde la riqueza y cl poder estin en manos de unos pocos, que, con la arrogancia en sus corazanes, se creen los sefiores del universo.”” Esta lectura de los hechos, en su légica notable, es una mani- festacién ex parte tanto como lo es la «economia politica» de lord Brougham. Pero el «Oficial Hilandero de Algodéne describia hechos de una clase diferente. No es necesario que nos preocu- pemos por la solidez de todas sus afirmaciones. Lo que hace esta declaraci6n es especificar, una detras de otra, las injusticias que los obreros sentian como cambios en el cardcter de la explotaci6n capi-~ talista: la ascensién de una clase de patronos que no tenia autoridad tradicional ni obligaciones; la creciente distancia entre el patrono y el hombre; la transparencia de la explotacion en el origen de stl nueva riqueza y poder; el empeoramiento de la condicién del tra- bajador y sobre todo su pérdida de independencia, su reduccion @ la dependencia total con respecto a los instrumentos de produccién del patrono; la parcialidad de la ley; la descomposicion de la econo- mia familiar tradicional; la disciplina, la monotonia, las horas y las condiciones de trabajo; la pérdida de tiempo libre y de distraccio- nes; la reduccién del hombre a la categoria de un «instrumento». El hecho de que los obreros sintiesen esas injusticias de alguna manera —y que las sintiesen de forma apasionada— es suficiente en si mismo para merecer nuestra atencién. Y nos recuerda, a la fuerza, que algunos de los conflictos mas dsperos de aquellos anos = Black Dwarf (30 de septiombre de 1818). 228 yn sobre temas que no estiin englobados por los baremos del vida, Los temas que provocaron la mayor intensidad de o fueron aquellos en los que estaban en litigio valores costumbres tradicionales, «justicia», «independencia», do economia familiar, mas que los simples temas de nantequilla». Los primeros aiios de la década de 1830 estén didos por agitaciones que versaban sobre temas en los que Jarios tenian una importancia secundaria: los alfareros contra pck System; los trabajadores de la industria textil en favor del cto de ley de las diez horas; los obreros de la construccién, en dela accidn directa cooperativa; todos los trabajadores en favor echo a afiliarse a las trade unions. La gran huelga de la cuenca a del noreste, en 1831, se hizo por la seguridad de empleo, los iy shops™ y el trabajo de los nifios. acién de explotacién es mas que la suma de injusticias y smos mutuos. Es una relacién que puede verse que adopta distintas en contextos histéricos diferentes, formas que en relacién con las formas correspondientes de propiedad y del Estado. La relacién de explotacién clasica de la Revo- industrial es despersonalizada, en el sentido de que no se obligaciones durables de reciprocidad: de paternalismo a, o de intereses del «Oficio». No hay indicios del pre- » o de un salario justificado en relacidn a las sanciones o morales, como algo opuesto a la actuacidn de las fuerzas bre mercado. El antagonismo se acepta como intrinseco a las de produccién. Las funciones de direccién o supervisién en la represidn de todos los atributos excepto aquellos que pro- en la expropiacién del maximo valor excedente del trabajo. ta es la economia politica que Marx analizaba minuciosamente El capital. El trabajador se ha convertido en un «instrumento» o entrada entre las demas partidas del coste. 10, ninguna empresa industrial compleja se podria diri- m esa filosofia, La necesidad de paz industrial, de una fuerza o estable y de un cuerpo de trabajadores cualificados y con cia cxigia la modificacién de las técnicas de direccién —y, Supuesto, el desarrollo de nuevas formas de paternalismo— en F de los algodoneros hacia la década de 1830. Pero en las strias que tenian un exceso de trabajo externo, donde siempre ‘una cantidad suficiente de «mano de obra» desorganizada que Mpetia por el empleo, esas consideraciones noafectaban, Ahi, dado Sistema de pago de salarios en vales intercambiables pur productos, en lugar de hero, (N. de Ja 7.) ~ Almacenes en los que pueden cambiarse los vales que ablicnen lus trabajadores, en de dinero, por productos, (N. de la T:) 229

You might also like