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Use Laura estaba sentada en un banquito de cuerina. Tenia la cabeza baja y las manos tensas. Se apretaba unos dedos contra otros y con todos ellos estrangulaba un pafiuelo. Nos dio pena ver asia Laura. Su flequillo, tan cortito, tan escaso la hacia parecer mis a la intemperie. Un gorrioncito cafdo del nido. Y ahora mas que nunca. Parecia mas triste, mas pdlida, mas grande, parecia cualquier otra persona menos Laura. Cuando entramos, a pesar de que no hicimos ruido como nos habia recomendado tantas veces la sefiora Azucena, Laura nos escuch6. Levanté la cabeza y nos miré un rato largo sin hacer un solo gesto, seria. Pero no nos miraba con interés, parecfa estar recordando algo o pensando en otra cosa. Hasta que se tapé ja cara con las dos manos y bajé la cabeza hasta tocarse las rodillas. La sefiora Azucena ordenaba que nos moviéramos. Nos sefia- laba una puertita que daba a un patio. En realidad no habia demasiado espacio y nosotros no estébamos interesados en entrar, pero los de atras empezaron a empujar y terminamos los tres detrés de una corona. No estamos seguros de qué pas6. A lo mejor fue el calor (desde que salimos del colegio habia empezad9 a despegar una tormenta desde el norte y el calor era agobiante). O a lo mejor fue el olor 21 fuertisimo de esas flores blancas y amarillas engarzadas en la rueda de plastico verde. O a lo mejor el encierro. Lo cierto fue que Pablo se puso blanco de golpe y empezé a boquear como un pescado mientras la cara se le brotaba de humedad. La sefiora Azucena lo vio. La sefiora Azucena se fue abriendo camino entre la gente con lentitud, sin Ilamar la atencién, hasta alcanzar a Pablo. Después volvié a hacer el mismo recorrido Nevando a Pablo hasta el paticcito donde habia un naranjo. Preci- samente en el naranjo Pablo vomitd. Quedate acd hasta que te sientas mejor, nos conté Pablo que le dijo. Respira hondo, y le trajo un vaso de agua de una especie de cocinita que habfa. Lo dejé solo y (segtin nos conté Pablo después) estuvo un buen rato agarrado al naranjo como un borracho, hasta que se dio cuenta de que afuera no estaba mucho mejor que adentro, El cielo se habia puesto gris oscuro y el aire tan pesado que a Pablo le daba la impresién de que le comprimia el est6mago y le provocaba néuseas nuevamente. Asi que entré otra vez.a la sala mortuoria y volvié a ubicarse junto a nosotros, o sea, atrds de la corona de flores blancas y amarillas. Nos parecfa que estébamos protegidos detras de las flores, pero en un momento Gustavo nos dio un codazo y nos indicé disimu- ladamente que mirdramos para el lado de Laura. Su padrastro no nos sacaba los ojos de encima. Estaba parado dctrds de Laura y le acariciaba suavemente la cabeza mientras sus ojos inméviles, casi sin vida, como si fueran de vidrio, nos seguian sin descanso. La gente que iba Ilegando le daba el pésame pero él apenas si se distrafa unos segundos y siempre volvia a ubicarnos por mds que nosotros intentéramos escondernos detrds de las coronas de flores, Nos acordamos de ese perro egipcio, el dios de los muertos (ahora justamente no nos acordamos el nombre), ése del que nos habla la sefiora Marta, el de las orejas alertas y puntiagudas y la mirada aterradora. Sentiamos que un agua helada nos recorrfa la columna y nos fbamos roviendo lentamente para el lado de la puerta. Afuera estaba cada vez mas oscuro. El aire hiimedo y eléctrico 22 empujaba la copas de los arboles en un vaivén enloquecido. Clara sugirid que todo debja ser obra del Loco Estévez y nosotros pensamos que podfa tener raz6n. Se parecia a las tormentas del Loco Estévez porque asomaban colores extraiios y ruidos nunca ofdos. Clara contd que algunos decfan que las tormentas del Loco Estévez anunciaban el fin del mundo. Clara estuvo hablando un rato largo sobre los poderes del Loco Estévez. Pero nosotros no podfamos escuchar bien, salvo el Gordo, que se habia dado vuelta sin importarle un pito el velorio ni el muerto nila sefiora Azucena que lo miraba como para ahorcarlo. Clara conté que algunos pensaban que el Loco Estévez era otro mesias y otros, que era el anticristo. Pero que, en definitiva, todos crefan en sus poderes. Que casi seguro que las tormentas las provocaba cuando estaba enojado 0 tenja algo por lo que protestar contra el mundo. Después dijo que alguna gente lo consideraba un santo y hasta que ya se habian hecho estampitas con su imagen, pero que ella no las habia visto. También conté que vivia en una casita cerca del cementerio y que los vecinos cuando tenfan un deseo prendian velas y las ponian en las ventanas o contra el frente de la casa. Pero que otros contaban que ya venia gente de otras partes para cumplir o hacer promesas y que dejaban mechones de pelo, fotos, cartas de amor, mufiecas viejas, anillos y de todo un poco. ; La sefiora Azucena parecia una enfermera histérica haciendo shh, shh, con el indice cruzado sobre los labios, asi que decidimos cortarla. Le dijimos a Clara que tenia raz6n. Si, parece una tor- menta del Loco Estévez. En ese preciso instante se corto la luz. Se apagaron los cirios eléctricos y crecié un murmullo, persistente. La puerta del patio estaba abierta y por ella se podia ver como las primeras gotas maltrataban al naranjo a la vez que borraban las huellas de Pablo. a La sefiora Azucena nos susurraba que permaneciéramos en 23 silencio y quietos, que en cuanto volvicra la luz nos irjamos. Pero la luz tardaba en volver y afuera estaba cada vez peor. Un viento porfiado golpeaba Ja puerta de entrada. Un sefior gordo que estaba cerca la cerré con el pasador. Ahora todo habfa quedado a oscuras y en silencio, Alguien encendié unos cirios verdaderos alrededor del pequeiio féretro y escuchamos Horar a Laura. Después se escuché una especie de gemido, algo asi como la queja de un chimpancé. Era Laura que escondia sus lagrimas en la pollera de la madre. Nosotros tenfamos ganas de irnos, pero no habia forma de salir con esa tormenta. Como para llenar el vacio, a dofia Tita y a su séquito de viejas debe de habérseles ocurrido que no habia nada mejor que rezar un rosario y ahi només encararon con un Ave Maria. La temblorosa voz de pito de dofia Tita levanté un temporal de risas que en medio de la oscuridad, de la tormenta del Loco Estévez, y del miedo que nos daba todo eso junto, intentébamos ahogar. Pero por mas que tratamos no pudimos controlarlas. Cuando por fin volvié la luz, estibamos todos transpirados y rojos. La sefiora Azucena también estaba roja, pero de rabia. Pasamos los que quisimos frente al cajén, nos hicimos una despatarrada sefial de la cruz, nos besamos el pulgar y salimos a la vereda. La sefiora Azucena iba adelante caminando rapido, furiosa, bajo Ia Iluvia. Nosotros ihamos atrés comentando a los gritos montones de cosas. El dnico de nosotros que siguié al cortejo bajo Ja Luvia fue Pablo. A pesar de la tormenta caminé hasta el cementerio y volvié hasta la casa (segiin nos conté después), siempre sintiendo la mirada de Anubis (Anubis se llamaba el dios egipcio, ahora nos venimos a acordar). Pero se la aguanté porque le daba mucha léstima por Laura, igual que a nosotros. Y porque pensé que tenia que estar ahi para que el doctor Quinteros se diera cuenta de que no tenfamos miedo. Por ms que nos mirara como el perro egipcio no nos daba miedo. No tenfamos por qué asustarnos si al fin y al cabo nosotros no habiamos hecho nada. Hizo bien Pablo. Nosotros también tendriamos que haber esta- do ahi. Das Shh Laura. Shh Laura. Shh. Shh. Dormi, cerra los ojitos, acurrucdte, Es mala la muerte. Mierda. ;Te lastim6? Si Laura, si. Dormf, cerrd los ojitos. Asf, que las rodillas te toquen los labios. Shh, ya va a pasar. Mala la muerte, fea, ponzofiosa. Mala auno y envenena al resto. ;No? ,Asf no? Bueno, estird las piernas. Hacé la plancha. Hacé de cuenta que la sdbana celeste es el mar. Dormi, cerré los ojitos. Shh. Si, cuatro afios, Cuatro afios. Mariano chiqui- to. Shh. Dormi. Ya va a pasar. Los ojos enormes y negros, siempre abiertos para no perderse nada. Ay. Ay. Shh. ;Me ayudas a volar el helic6trono? Si Mariano. Si Marianito. Si. Si. Ay. Cuatro aiios. Si Marianito, ay. Es mala la muerte. Dormi, cerrd los ojitos. Asi, para el otro lado. Apoyd la cabeza, las manos debajo de la almo- hada. Cerré los ojitos. Shh. Helic6trono, qué mal hablaba. Shh. En cambio los ojos negros siempre abiertos. Dormi. Siempre enor- mes. Shh. Ya va a pasar. Para no perderse nada. Mala, mala la muerte, gY Pablo? Cuidate, Loli. Tené cuidado. Cuidado. Cui. Cui. Cui. Shh Laura. Dormi, acurrucdte. Hacéte un bollito, bebé. Tenés los parpados hinchados, ¢te pesan? Que caigan, dejilos caer. Asi. Conti. Un helicétrono, dos helicdtronos, tres helicdtronos. Ay Mariano. No vuelan mas. No sirven mas. Shh. Dormi, cerré los ojitos. Es mala la muerte, fea, ponzofiosa. Shh, Laura. Shh. Dormi. 25 Dormi. Ya vaa pasar. Si, Laura, shh. Dormi. Dormi. Yavaa pasar. Si Laura. Cerr los ojitos. Shh. Shh. The Era jueves por la noche, habia funcién de cine en la cancha de paleta. La gente que pasaba caminando para ira ver la pelicula que habia publicitado durante toda la semana, se detenfa en la casa de los Quinteros. La casa estaba practicamente a oscuras pero las pucrtas estaban abiertas de par en par. —~Un accidente? —Haré diez minutos. —Mariano Quinteros. — {Cuando pas6? —Un accidente. — Dénde esta? —No sé. 3A qué hora? —jEsté muerto? —Adentro. —Si, si. Eso dicen. No mas de media hora. La ambulancia estaba cruzada sobre la vereda, también a oscuras y con las puertas abiertas. Ratil Quinteros habfa llamado pidiendo ayuda. — Para qué se quedan si ya est4 muerto? —Serd para llevar el cuerpo. —{ Qué pasd? —Un accidente. —Dicen que esperé mucho para lamar a la ambulancia. —Se cay6 por la escalera. 26 —+~Y ella? —jCudndo? —Estaba en el almacén. —jQuién le avisé? —No sé. ,Quién le avisd? —Don Cosme, dicen. —Una hora més 0 menos, ¢no? Estela salié corriendo del almacén. Corrié las dos cuadras hasta su casa, se abrid paso entre la gente y entré sin mirar a nadie. —Lo quise agarrar pero se resbald. —Mariano. No tenfa sangre. Si no hubiese sido por el pie doblado parecia que estaba jugando a hacerse el muerto. La cara todavia sucia. La cara linda, fresca, no era una cara de muerto. —No se queria baiiar. —Estds borracho. —Lo quise agarrar. —jEstds borracho! —Tenjfa los pies mojados y resbald. Entraba y salfa del agua, no se queria bafiar. Detras de Estela habia entrado el médico de la policia con el comisario Sosa y el cabo Aréoz. El cabo se queds en la puerta. El doctor agarré a Estela de ios hombros, para apartarla y la sintié temblar como a un animal asustado. —Resbalé, tenia los pies mojados. —Un sedante. Estela se acercé y tapé con sus dos manos el piesano y desnudo. Le besé ios deditos uno por uno mientras lloraba sin hacer ruido y se hamacaba y repetia bebé, bebé, como en una letania. La funci6n de cine ya habia empezado. Afuera, en la vereda de los Quinteros sdlo quedaban unos pocos vecinos. Laura estaba sentada en el cord6n de la vereda. No habia querido entrar, Julia la tenfa abrazada. Pablo, Gustavo y cl Gordo le daban vueltas alrededor sin animarse a decirle nada ni a Horar 27 nia sentarse ni a salir corriendo. Solamente daban vueltas como tres pajaros atontados sin embocar el rumbo. —Un accidente? —Hace un ratito noms. — porque parece que todavia estaba vivo cuando llegé la ambulancia. —Estd dentro. —Resbal6, tenia los pies mojados. —jQué desgracia, Dios mio! Primero salieron el comisario Sosa, el médico de policia y el cabo. Después el doctor Acosta y Juancito Ibditez, se subieron a la ambulancia vacia, impotente, bajaron de la vereda y se fueron en contramano hasta la esquina. No quedo nadie en la casa. Laura entré, cerré la puerta. Tenfan que cambiarlo, lavarle la cara todavia sucia y arreglar algunas cosas para el velatorio. Cruitte Desde la casa de don Irineo se podia ver el canal. Era apenas una hebra de agua que pasaba a trescientos metros de su puerta. Cada vez que llovia el canal se Ilenaba y sonaba mas fuerte. Mucho ruido y pocas nueces, decia don Irineo. Juan Anselmo, su hijo mayor, acababa de salir con la escopeta. Iba a tirar unos tiros para no perder la punterfa. El viejo sc habia preparado el mate y tomaba solo sentado debajo del alero. Eran las tres de la tarde y el aroma a tierra dmeda se dejaba oler como un café recién hecho. Don Irineo se paré y caminé hasta el borde del piso de ladrillos. 28 Ahivolcé la yerba usada en un arbusto de lavanda recién plantado. Después se irguié y dejé que sus ojos Iegaran hasta el canal. Empez6 a agitar un brazo como si fuera un ndufrago parado en la punta del alero, en el medio del campo. —{ Quién esta? —pregunté Gustavo. —EI viejo —contesté Pablo. Los tres chicos dejaron las bicicletas sobre el puente y coniestaron cl saludo de don Irineo. El viejo Irineo volvid a sentarse. Arreglé el mate y siguid tomando solo, inclinando la curva desu espalda nada mas que para levantar la pava. Mirando al frente, casi sin pestafiar, sin moverse, sin hablar, dormitando de a ratos cntre mate y mate. Pasando la iarde. Los chicos bajaron de la via del ferrocarril por un senderito embarrado unos diez metros hasta el canal. Primero el Gordo. —j(Por ahi no! ;Por ahi no! jPor aca! jPor este lado! jPor aca estd mas firme! —indicaba el Gordo. Pero igualmente més de un pie se hundié en la tierra blanda. Cuando Ilegaron abajo buscaron las picdras grandes y se sen- taron. — Después pasamos por lo del viejo? —sugirié Pablo. —Si nos vamos temprano, si —dijo Gustavo. Pablo sacé del bolsillo de su mochila una latita de tomates tapada con un pedazo de nylon. Metié los dedos en Ia lata, sacé una lombriz y la partid en dos. Buscé el anzuelo de su cafia y fue pasando a Jo largo del gancho el cuerpo movedizo y todavia terroso. Le ofrecié la lata al Gordo y tiré la linea. Gustavo y el Gordo también encarnaron y tiraron la linea. Después de eso permanccieron los tres en silencio. El sol les calentaba las cabezas pero ellos nisiquiera se moles- taron en buscar la sombra. Ahi se.quedaron, quietos como mojo- nes. Con la vista fija en la punta de sus cajfias, en esos hilitos transparentes que se precipitaban al canal y que seguian insopor- tablemente inmdviles. 29 Habian estado hablando micntras venian por la calle ancha. Pablo habia sido el mas terminante de los tres. —Yo lo voy a denunciar. —iY quién te va a creer? —habia preguntado el Gordo con el aliento agitado. —No sé. Pero cémo voy a saber si no Jo intento. Gustavo venia pedaleando mis atrés pero habia podido escu- char perfectamente. —Dale Gus. Explicdle que estd diciendo una pavada. Gustavo habfa tomado envién con todo el cuerpo y en dos pedaleadas los habia alcanzado. —jLa verdad? No sé, Gordo. —{Vos también? Gustavo y Pablo habian pedaleado répido para llegar antes que el Gordo al alambrado, Después de cruzarlo por abajo se habian quedado esperdndolo sobre la via. No habia camino para llegar al puente. Se iba por los durmien- tes tapados de tierra y de yuyos. Cuando el Gordo cruzé el alambrado y alcanzé la via arrastran- do con dificultad su bicicleta, Pablo y Gustavo habfan terminado de intercambiar un par de frases. Pablo desenganché un bagrecito que habia picado. Volvié a encarnar y volvi6 a tirar a linea sin decir absolutamente nada. Ninguno hablaba. Ninguno de los tres arriesgaba una palabra. De vez en cuando una tijereta o una urraca los obligaba a mover la cabeza pero de inmediato volvian a quedar inméviles. La cajfia de Pablo habia picado por segunda vez. Estaba justo por pegar el tirén cuando soné un disparo que los sacudié y Pablo solté la cafia. Vieron cémo se levantaba una bandada de cuervos mientras sonaba otro disparo y otro mds. Los cuervos espantados iban ganando altura, y un manchén oscuro cafa sobre los cucaliptus. Soné un disparo mds todavia y vieron cruzar al oleaje de pajaros haciendo y deshaciendo circulos funerarios hasta que desaparcciec- 30 ron al final de campo. Con los {iltimos chillidos sonaron las carcajadas. —jQué cagazo! . : Con el iiltimo disparo el Gordo descolgé la cabeza del cielo. —j Pablo! ;La cafia! ; La cafia de Pablo navegaba por el medio del canal. Pablo mastic6 una puteada, se arremangé los pantalones y se metié al agua. . —Por suerte no esté fria —dijo el Gordo. / —Para vos que estas afuera —le contesté rabioso con el agua hasta las rodillas. a _ Pablo alcanzé la cafia pero la mojarrita ya no estaba. Salié del canal y los incipientes pelos de sus piernas estaban todos pegados, peinaditos hacia abajo como si una fuerza centrifuga los atrajera hacia la tierra. ; Gustavo lo codcé al Gordo y los dos se Jargaron a refr con las miradas prendidas a sus pantorrillas. —j(Boludos! —dijo Pablo apurandose para desenroscarse el pantalén. ; f Los disparos los habia aflojado. Gustavo fue cl primero en abrir cl fuego. —¢Y? Qué vamos a hacer? iy —Yo ya dije lo que iba a hacer —dijo Pablo cortante. —j(Picd! —grité el Gordo. . Sacé la mojarrita y volvi6 a tirar la linea. —Para mi es una estupidez —dijo controlando los espasmos de su pescado para que no cayera de nuevo al agua—. ;Quién te va a creer a Vos? — Por qué no? —pregunté Gustavo. ; ; —Mird. Vas a ir, te las vas a dar de héroe y te van a decir, est4 bien pibe, anda a tomar la leche. : Pablo pensaba en lo que le habia dicho Gustavo al cruzar el alambrado, ‘‘aunque el Gordo se abra yo estoy con vos’’. 31 —Lo que no entiendo es la actitud del tipo —dijo Gustavo—. éPor qué no nos dice nada? —A lo mejor no nos vio —dijo el Gordo. —jCallate, querés! —jQué! Habja poca luz. 0 no? Alo mejor no pudo vernos la cara. —A Gustavo puede ser, estaba atras. {Pero a nosotros? —iY por qué no nos dice nada entonces? —Porque piensa que tenemos miedo —contesté Pablo. —Tiene razén —dijo el Gordo. —No. Pasa que él tiene miedo. Claro, él no sabe. No esta seguro de cuanto pudimos ver —dijo Gustavo. —tY Estévez? —pregunté Pablo. —E! Loco si que nos vio. —Si—concedié el Gordo—. Pero el Loco Estévez es loco. —Pero nos vio, —Si. —iParen! —dijo Pablo levantandose y empezando a enroscar ” la tanza de su cafta—. Que cada uno haga lo que le parezca. El que se quiere abrir que se abra y el que no, no. Punto. Pablo no lo miré a Gustavo porque ya sabia lo que pensaba. —jMomentito! —salt6 el Gordo—. Si vamos a hacer algo que sea los tres juntos. Y sino vamos a hacer nada, mejor. Pero los tres juntos. Pablo cruzé una mirada con Gustavo y los dos sonrieron. —iAsi se habla! jEste es el Gordo, carajo! Se rieron y se abrazaron como un trio de alpinistas a punto de escalar una montafia. El Gordo también aunque sabia perfecta- mente que su propuesta ya habia sido desechada. —{Pasamos por lo del viejo? —Vamos. Terminaron de levantar las lineas. Meticron al bagrecito y ala mojarrita en la lata de las lombrices y cruzaron el canal por la parte mas angosta. 32 Caminaron por el campo hasta la casa. Pero cuando estaban Ilegando vieron que el viejo Irineo dormia sentado en su silla de paja con la cabeza apoyada en el hombro. —j(Shh! —dijo Pablo—. ; Vamos! | Vamos! Dejaron al viejo durmiendo la siesta. Cruzaron de nuevo el canal y treparon hasta la via. Subieron a sus bicicletas y volvieron por los durmientes hasta e] alambrado, después por el camino angosto hasta la vieja morera y de ahi por la calle ancha hasta el pueblo. Cinco S6lo habian pasado unos pocos dias desde el accidente pero a nosotros nos parecian siglos. Nos daba la impresién de que todo cra historia, de que todo era un episodio en la vida de algin faraén de los que ahora esté hablando la sefiora Marta. Pero la sefiora Marta hace ya casi una semana que estd dale que dale con ‘‘Los egipcios’’. Y cuando cerramos los libros, la dinastia XVIII y los tcmplos funerarios y la chorrera de dioses desaparecen, pero el accidente no. Parece que Mariano nos persigue como un perro hambriento. Por mas que lo pateemos, nos sigue. Por mas que nos empefiemos en despistarlo, no sabemos cémo hace pero nos encuentra. A lo mejor porque huele algo en nuestros bolsillos, algo raro, algin huesito o algin pedazo de carne abombada. Pero a pesar de todo estamos contentos con lo que decidimos hacer, Creemos que es lo mejor. O por lo menos lo mejor que se nos ocurri6. Aunque tal vez lo correcto hubiera sido ir directamen- te con Ia policfa, pero lo mas probable es que el Gordo tuviera 33 raz6n y nos mandaran a tomar la leche. Asi en cambio no saben quién manda los anénimos y capaz que con viento a favor se pongan a investigar. Sabemos que tenemos que ser cuidadosos en lo que escribimos y c6mo lo escribimos. Precisamente en este momento en que la sefora Marta est entretenidisima hablando sobre el impresionan- te peso de los bloques de piedra de las pirdmides de Kéops, Kefrén y Micerino. Gustavo est escribiendo la nota. Hace borradores que después discutimos entre los tres. Aunque discutir lo que se dice discutir, s6lo discutimos dos, porque el Gordo siempre est4 de acuerdo con todo lo que decimos. Hace como que no le interesa, dice que le da lo mismo. Se hace el ocupado con el ensayo de la estudiantina. Siempre estd hablando de otras cosas, sacando otros temas. Quiere olvidarse de todo fo mds r4pido posible. Ahora mismo ticne cara de felizcumpleaiios. Se levanta y le pide permiso a la sefiora Marta para salir del salén. El Gordo tiene cara de no tener problemas jams. Parece esos chanchitos-alcancia que ya no se ven mas, y que es una ldstima porque tenfan una expresién rosada y satisfecha igual a la del Gordo. Pero lo importante es que lo respetamos. Nos respetamos todos. Hagamos lo que hagamos, siempre es entre los tres. Y aunque el Gordo casi nunca opina nosotros siempre esperamos su aprobacién. Recién entonces, en uno de los recreos, pasamos la nota a maquina, en una de las que hay en la sala de mecanografia. De llevar los anénimos nos encargamos uno cada vez. Compramos las estampillas y tiramos el sobre en el buzén del Barrio Nuevo. Hasta ahora todo ha salido bien aunque Pablo estd bastante nervioso, a veces pensamos que su nerviosismo nos va a delatar. Realmente nos preocupa porque no piensa en otra cosa y lo que es peor todavia, no habla de otra cosa. Parece que su cerebro en vez de tener dos hemisferios tiene una cinta grabada con un solo tema, interminable tema. Y ahi anda, sonando en su cabeza de un lado para otro. En el fondo Jo entendemos porque su relacién con Laura se complicé bastante. Pero tratamos de distraerlo, lo jodemos con la 34 final de basquet, que faltan nada més que dos semanas, dale que tenés que entrenar. Pero e] muy tozudo no piensa en otra cosa: Laura, Laura, Laura. Ahora que la sefiora Marta esta por apagar las luces después de haberle pedido a Analia que corriera las cortinas negras, para proyectar unas diapositivas sobre el Imperio Antiguo, Pablo tiene cara de ido. Esté escribiendo algo y tiene cara de ido. Menos mal que a la sefiora Marta se le dio por las diapositivas. Son de un viaje que hizo su hermana o su cufiada y est4 chocha!, rechocha. Va a tener como para otra semana mis, y si le damos un poco de manija capaz que todavia lo podamos estirar otro poco. Qué suerte que ahora apaga la luz, para descansar. Porque aunque no estamos escuchando una sola palabra de lo que esté diciendo, la verdad es que ese parloteo mondtono y chillén de la sefiora Marta - molesta bastante. Parece un martillo. Tan, que Menphis la antigua capital, tan que la piramide Zoser, tan que del 2700 antes de Cristo, lan, tan, tan. Y no hay nada peor que nos hablen cuando estamos pensando en otra cosa. Gustavo se peina con gel todas las mafianas y se toma todo el tiempo que sea necesaric para que las estalagmitas pelirrojas le queden como a él le gusta. Tiene cl pelo grueso y duro, y dos mechones mas rubios en las sienes que siempre se peina para atras. Cuando termina parece recién salido del tinel del terror, porque ademés tiene una piel muy blanca y sin pecas. Ahora se rasca la nuca totalmente concentrado en el libre de historia antigua. Lo abrié en la pégina 32 tal cual lo habia ordenado la sefiora Marta. Y antes de que termine la hora, va a ilustrar toda la pagina con arte abstracto. Arte abstracto boludo, tejuro, se Hama asi, arte abstracto. 1 chocha; viene de chochear, tener las facultades mentales alteradas por la edad. Familiarmente significa estar encantado con algo o alguien hasta un punto extremo (como si estuviera chocheando por la edad). 38 Cuando termina de decorar el margen y los espacios entre renglén y rengl6n, Gustavo arranca unas hojas de su cuaderno y escribe en clave para que supuestamente nadie se entere si la nota llega a manos inesperadas. i ‘ApaMapariapanopolopoapasepesipinaparonpo’ * Con ese flor de cédigo se podrian enterar hasta los perros. Pero 6] cree que asi el mensaje estd seguro y dale, sigue. “LapamuerpetepedepeMapariapanopoQuinpiteperosponopo fuepeacpacipidenpetalpa’’, Estd realmente absorbido por toda esta cuestion de los anéni- mos y trabaja como un buen aficionado. Asi que aprovecha la extraordinaria ocasién de que Remigio se saque el saco y lo cuelgue en su silla, justo frente a su banco, para Henarle los bolsillos de papelitos. Pero Gustavo no elige el saco de Remigio porque si. No sefior. (Aunque puede decirse que es obra del destino ya que debe haber sido la tinica vez en todo el afio en que se saca el blazer azul. Lo elige porque Remigio, el perspicaz Remigio, esté haciendo un curso por correspondencia de investigador privado. Y en realidad, detras de los vidrios de dos centimetros de espesor hay unos ojos sagaces y la cara de panfilo? de Remigio esconde a un detective en potencia, inteligentisimo. Por eso a Gustavo le da no sé qué no darle una oportunidad para que se luzca. La sefiora Marta sigue ocupada en el frente con el proyector y , las diapositivas. Gustavo, tratando de disimular la letra, escribe sucesivos papelitos que va poniendo sucesivamente en los bolsi- llos del hediondo saco azul de Remigio Rios. “El viejo Rios es bigamo’’, ‘‘La rectora se afana los fondos de la cooperadora”’, ‘La celadora Maria Inés est4 con vos’’, ‘“jHacé justicia Remigio!”’ La ocasi6n para repartir los intrigantes papelitos se va a pre- Sentar cuando la sefiora Marta apague la luz para comenzar con las imagenes del Imperio Antiguo. 2 panfilo: de reacciones lentas, casi tonto. 36 (Sakkara? Qué sé yo. jSakkara! jComo si uno no tuviera otra cosa en qué pensar! Sakkara, Sakkara. Como si con Io de Mariano, con la estudiantina y esa Cocé, gorda inmunda, no tuviera sufi- ciente. Yo dije que iba a actuar, no tengo problema. {Pero justo con csa gorda imposible me tiene que tocar! No es justo. Y encima hay que ver cémo me verduguea, veni gordito, anda gordito. Y yo que no tengo escapatoria. jPuta! Otra vez tengo ganas de ir al bafio. ,Serdn los nervios? Al fin y al cabo faltan nada mas que dos semanas para el estreno y a algtin acuerdo vamos a tener que llegar con esa indeseable. jAy! La cuestién es que estoy con cagadera, si sefior. Estoy con cagadera desde el velorio de Marianito. gO serd el Loco que me pone nervioso? El Loco Estévez se trae algo entre manos, estoy seguro. No me puedo olvidar de la historia esa que me contd Analfa. gY si me esté embrujando y me mand6 la maldicién de la cagadera? jCémo no lo pensé antes! Sf, porque haciendo memoria, yo estoy asi desde la noche en que nos encontramos con el Loco Estévez. jEntonces es verdad nomas que tiene poderes! — Sefiora Marta puedo salir un minuto? No aguantaba mds. ,Cudndo van a poner papel higiénico en estos bajios, ch? A ver si tengo... Aca, la prueba de inglés. Y bueno, después de todo un cinco cincuenta no es nada digno de ser guardado. Pensdndolo bien es justo el final que se merecia. La cagada seria si el Loco Estévez hace magia negra como dice Analia. ;Aunque esa se traga todo lo que le dicen! Dice que hace mujfiequitos de cera con la cara de la persona a la que le va a hacer el dafio y los va pinchando con alfileres hasta que muera. Qué boluda Analia. Dice que por alla, cerca del cementerio, donde vive el Loco, hay todo tipo de animales raros. Y dice que siempre pasan cosas, ay especialmente de noche. Yo la verdad no le creo un pito. Giieva- das, que se mueven las cosas solas, que habla con los mucrtos, que la casa se Ilena de luces azules y amarillas, y cosas por el estilo. Encima como si fuera poco, pensar en la gorda. jJusto con ella me tiene que tocar! Pero no me picnso achicar. Ya va a ver quién soy yo. Todos los de cuario son iguales. Son todos indeseables, éLa verdad? No creo ni la mitad de todo |o que dicen. Esa Analia es una flor de boluda que anda repitiendo las gansadas que le cuentan. jPuta! Tampoco hay agua. Yo me voy antes de que toque el timbre. Lo jodido va a ser sime sigue este malestar, este dolor aca. {Me habra pinchado Ios intestinos nomas? —Permiso sefiora. —Siéntese Izparraguirre. Ya vamos a empezar con las diapo- sitivas si no tiene pensado dormir, por supuesto, —No sefiora. éY si te dijera directamente, Loli yo sé lo que le pasé a tu hermano? Qué harias? No, Loli, no. Te largarfas a Ilorar. Qué carajo se supone que tengo que hacer ahora. Qué esperds Loli geh? ,Querés que te abrace, que te diga que te quicro? {Querés que te deje sola? La verdad es que no sé qué hacer. Te miro y estés tan triste, Parecés una vieja Loli. No te queda bien estar tan triste. Parecés, parecés... Si supieras lo que estoy pensando en este momento seguro que te reirias Loli. Pero estas tan seria escuchan- do a la sefiora Marta que sigue hablando de los romanos, o de los gBriegos o no sé de qué mierda. No sé qué hacer. No me miraste en toda la tarde. O si, una cuando salié el Gordo y tuviste que correr el banco, me miraste. Decime, gqué tendria que hacer con este alfajor que se me est4 derritiendo en el bolsillo, eh? éTendria que animarme y decirte, tomé piojito, te quiero? éTendria que agarrarte con fuerza el ment6n y decirte, vamos Laura, la vida sigue? ,No serfa estipido? 38 Si, seria estipido. Pero es cierto Loli, la vida sigue. Nosotros seguimos viniendo al colegio, dofia Tita sigue inundando la cuadra cada vez que baldea la vereda. La gente sigue yendo a mis los domingos, o al cine, se sigue riendo mientras mira television, sigue entrando y saliendo de las verdulerias y de los bancos. La vida sigue igual, O igual no, no sé. Alo mejor lo que siguen son retazos, restos que nos van quedando. Pero siguen viviendo. Yo sigo vivo, vos seguis viva. i , | ¢Y si te escribiera una notila escribiéndote lo tnico que sé de verdad? 2Y si te escribiera, te espero en la morera, te quiero mucho, Pablo? Si, eso voy a hacer. 2 Y si te apuraras boludo porque la de historia va a apagar la luz en cualquier momento? ; Si, me apuro. Te escribo que te quiero y te doy este al fajor antes de que se me derrita del todo. ; deed —Gonzalez, no se enteré que vamos a pasar las diapositivas? Siéntese por favor. ; —Sf sefiora, ya me siento. eis Pon Ba ty Prot. Practcars aetna Diecisiete horas Yo no sé la hora. Todavia no me la ensefiaron. Yo salgo del jardin a las cinco y la seforita Celia me acompaiia hasta mi casa porque ella vive cerca. . En la casa del zagudn vive Juan Manuel, pero nunca se viene caminando con la senorita Celia y conmigo. Pero hoy si, se ve que la mamé no lo pudo ir a buscar, Rouiedeal: Juan Manuel es un tarado, Yo le dije que no era mas mi amigo, Y él me dijo: qué me importa total tengo muchos. Y yo le dije: yo también tengo muchos y le voy a decir a mi mamd que me compre un helicétrono igual a ese. 39 Ahora somos amigos de nuevo. Mi mamé mafiana me compré el helicétrono igual al de Juan Manuel. Y Juan Manuel me invité a jugar. Pero yo le dije que més tarde, cuando terminen las Patoaventuras porque primero tengo que tomar la leche. Pero aoe no me acuerdo si las Patoaventuras terminan a las seis o a as dos. Sen —iDotorcito! Mi sentido pésame —dijo el Flaco Cardenas poniendo cara de afligido, con un pedo de esos que hacen historia. El doctor Rail Quinteros agradecié con un patco movimiento de cabeza y se senté como todas las Noches, en la tiltima mesa del boliche del Rengo Espindola. El boliche estaba en las afueras del pueblo y, en realidad, era el sal6n de una casa vieja: ladrillos sin Tevoque pintados a la cal, una puerta, dos ventanas. Adentro habia unas pocas mesas de chapa y un mostrador descascarado del que no podia precisarse el color. No habia nada més en el boliche det Rengo Espindola salvo tres cuadros detrés del mostrador. Dos eran ldminas recortadas de revislas, en una decia ‘‘Refusilo’’ y en la otra ““La Sofiada’’; en ambas aparecia en primer plano la cabeza de un caballo. El tercer cuadro en cambio estaba armado con fotos. En todas se podia ver al mismo caballo con diferentes acompafiantes que casi no varia- ban la postura, de pie, secundando al animal. En la mayor parte de las fotograffas estaba el duefio del bar y en una se podia ver claramente el gesto de ganador de Rati Quinieros. El doctorse sent6 en la dltima mesa y pidié ginebra. Habia solo dos mesas ocupadas, la del doctor y la de la barra del Polaco; pero 40 cl Rengo igual se daba el lujo de tardar una eternidad, aunque a nadie parecia importarle. Rail Quinteros se tomé las primeras ginebras mientras inter- cambiaba liidicas novedades de mesa a mesa con el Polaco. Después el doctor Ilam6 al Rengo Espindola y lo invité a sentarse. Los de Ia barra del Polaco siguieron hablando de caballos y de nimeros entre ellos, d4ndole la espalda a los otros dos. Sabian que se venia la discusi6n de todas las noches. Tampoco se lo veia con ganas de conversar al Rengo Espindo- la, pero é1 sabia cé6mo manejar a sus clientes y los sobaba un poco cuando hacia falta. Se senté a la mesa del “‘dotorcito”’ y encendié con paciencia un cigarrillo. —Rengo, por esta vez nada mas. El Rengo Espindola permanecié mudo. —Vos sabés que yo respondo. Vos lo sabés bien, Rengo. EI duefio del bar se habia sentado frente a él, tenia un codo apoyado en la mesa y sostenia el cigarrillo con el pulgar y el indice. Lo miraba gesticular y prometer como a un predicador. — 0 no te diel auto, Rengo? El Rengo Espindola tiré el cigarrillo al piso y lo aplasté con su mocasin gastado y sucio. —No puedo, dotor. Usted sabe que no puedo. Pero en lugar de aceptar el veredicto inapelable del Rengo Espindola y emborracharse como siempre hasta no poder mante- nerse en pie, el doctor Rail Quinteros empezé a ponerse violento. Golpeaba la mesa con las palmas abiertas como simarcara el ritmo de los insultos que gritaba. El duefio del local los escuché impasible, como siel predicador hubiera seguido hablando sobre cl amor a Dios o el amor al projimo. El doctor Quinteros, enajenado, se puso de pie empujando ruidosamente Ia silla y tirdndola al suelo, e intent6 agarrar de la camisa al Rengo Espindola que permanecié cémodamente senta- do. Los que sise levantaron fueron los de la barra del Polaco. Entre 41 el Flaco Cardenas y Rubén Méndez sostuvicron al doctor por los brazos. Miguel Martinez levanté la silla y entre los tres lo volvie- ron a sentar. El] abogado Quinteros seguia a los gritos, insultando al Rengo, a la vez que con una voz mas calma y pastosa le decia al Polaco: —Un numerito, Un numerito nada mis y por esta vez. Deci si Se tiene que hacer el hijo de mil putas. 0 no cumplo yo? —Si dotor le decia el Polaco que se habia instalado de nuevo en su mesa. ——jDeci! ;Alguna vez no cumpli, Polaco? ;Deci! ; Dect! —No —dijo el Polaco. —Por unos dias noms. Pero no. Se hace el hijo de mil putas, éves? . El Rengo Espindola no se habia movido de la silla. Encendié otro cigarrillo, se levanté, fue hasta el mostrador, agarré una botella abierta de ginebra y la llevé a la mesa de Ratil Ouinteros. —La casa invita —dijo y desaparecié por una puertita despin- tada de gris dejando al doctor Quinteros €n compafifa del Polaco, el Flaco Cardenas, Rubén Méndez y Miguclito Martinez, El quinteto se bajé la botella en un santiamén. El Polaco pidié otra. Cuando el Rengo la Ilevé a la mesa recibié unas palmaditas amigables de Ratil Quinteros que estaba mds borracho que antes. Siguieron tomando ginebra hasta que se incorporé al grupo el Negro Tarquia y decidieron jugar un “‘truquito de seis’. Mientras tanto el Rengo atendia a su clientela. Gente que entraba, iba directamente al mostrador, intercambiaba unas pocas palabras y algunos billetes con el Rengo y volvia a salir. Atendia Iamadas por teléfono y anotaba niimeros en una libretita negra que guardaba en el bolsillo de la camisa. Cada tanto reponfa la botella de ginebra en Ja mesa de los jugadores de truco, El abogado Quinteros parecia haberse calmado. El alcohol lo aplacaba. ‘‘Misica para mis tripas’’, decfa con la voz tambaleante, Pero si cl Rengo Espfndola conocia de sobra a Rail Quinteros y hasta lo respetaba porque en un tiempo habia sido uno de sus mejores clientes, ne pasaba lo mismo con el Negro Tarquia. El Negro tenfa pocas pulgas y ningtin negocio en comin con el doctor. Asi que cuando le reclamé fo que habia ganado y el abogado dijo que no le iba a pagar ni en pedo, el Negro se le planté como para apurarlo, : Raiil Quinteros se paré y volvié a desparramar la silla y la mesa igando al resto a correrse. i aga le voy a pagar porque sos un negro de mierda —dijo el doctor con Jos ojos cubiertos por una telarafia de venitas rojas. El Negro debia de medir un metro noventa de alto por uno y medio de ancho. Si lo llegaba a agarrar, no iba a sobrevivir mas que ese par de anteojos arreglados con cinta aisladora, que siempre llevaba en el bolsillo del saco pero jamas usaba. zs El Negro miré para los costados buscando la aprobacién de los demés, pero el Rengo Espindola le hizo sefia de que se quedara en cl molde. El Negro lo apunté con el brazo y le dijo: F —Ultimamente ando un poco sordo y no escuché nada. Anda con suerte dotor. 5 — No tengo un carajo de suerte! ;Negro de mierda! Se abalanzé hacia el Negro Tarquia y hundié el pufio endeble en el abdomen fibroso del Negro. Tarquia lo aparté con una mano y con las dos le mantuvo la i apretada. ae Negro que lo matds! —intervino el Flaco Cardenas. El doctor Quinteros continuaba indtilmente su papel de pugi- lista dando golpes al aire. Parecfa el payaso de un circo, viejo, viejo y borracho. ; ‘ EI Rengo Espindola se abrié paso entre el montén que estaba refrenando a Rail Quinteros, lo agarré del cuello cruzando el antebrazo como si fuera un amigo de toda la vida y se lo fue llevando hacia la puerta. El doctor se resistia pero el Rengo Espindola ajustaba mds atin el abrazo. fe . ~—Tome un poco de aire fresco, dotor —le dijo y lo dejé solo, parado en la vereda. 43 Adentro el griterio no habia terminado. El Negro Tarquia continuaba gritando lo primero que se le cruzaba por la cabeza. Afuera la noche estaba fresca. El doctor Quinteros se quedé un momento mirando la luna, Como estaba nublado y no se vefa gran cosa desistié, bajando la cabeza. Se tambale6, pero alcanz6 a tecuperar el equilibrio antes de caer al suelo. Eran las tres y media de la madrugada y Rail Quinteros, el abogado, el ex-abogado Raiil Quinteros ensay6 unos pasos hacia la esquina, Cuando Hegé al almacén apoy6 brevemente en la pared sus dedos desplegados que rebotaron como cinco resortes y tomé impulso para cruzar Ia calle. Al bajar el cordén de la vereda dio un paso en falso'y cayé, Estuvo unos minutos tendido boca abajo hasta que se levanté y Comenz6 a andar por el mismo camino que acababa de hacer. Los que estaban en el boliche lo vieron pasar por la vereda de la vieja casa y seguir de largo. Cruzé la calle. Intenté dos veces subir el cordén pisando el aire hasta que asenté todo el peso de su cuerpo en el pie derecho. Se abalanzé sobre el Arbol que estaba en la vereda y se sostuvo igual que en Ia pared del almacén, sélo un minuto para dar impulso a se cuerpo pesado y oscilante, Cuando por fin abandoné el arbol para dar el siguiente paso, el doctor Quinteros tropezé con el cuerpo del Loco Estévez que, mas borracho que él, dormfa cruzado en la vereda. Por segunda vez en una cuadra Rati] Quinteros cayé al piso. Se tocé el costado e hizo un gesto de dolor, El Loco Estévez ni se mosque6, Lo miré desde el piso con una mirada de rata, oscura, misteriosa, inquietante para cualquiera que hubiese estado sobrio. Pero el doctor Ral Quinteros se levanté como si nada, lo esquivé, con una mano siguié sosteniéndose el costado mientras con la otra Volvia a apoyarse en la pared. Ya no Volvi6a soltarse, siguié tanteando en la oscuridad de su borrachera hasta que lleg6 a su casa cuatro cuadras miis adelante. Siete Eran las nueve menos cuarto de la noche cuando el Lagarto Juancho abrié la puerta de calle de los Izparraguirre y grité: —jGordo! 4 Quién es? —pregunt6 la voz de la madre del Gordo desde Ja cocina. —Yo. El Lagarto. " : —jYa voy! —se escuché la voz del Gordo desde el baiio y casi i | inodoro. simulténeamente el ruido de] agua al correr por el . vel Gono salié al pasillo y quedo al alcance de la vista del Lagarto. a : —jApurdte Gordo! —dijo sacudiendo la mano. El Gordo apuré e] paso y en tres Zancadas estaban en la vereda. Salieron caminando para el lado del Barrio Nuevo. f —Todavia tenemos que pasar a buscar a Margarita. —j Qué Margarita? —Margarita Lujan. —ANol pPara ane querés a ese plomazo? Que se Ja banque nen aa Le pregunt6 a mi mama si yo no le haria el favor anarle a la Margarita. Y mi vieja le dijo UGS sn ‘e ma que le vas a hacer el favor a la Margarita? jMird qué bien! : —jCalléte! ; , — No tuvo otra idea mejor la vieja esa? Pedir ayuda al fraile ho. jJa! ;A buen puerto fue por lena! ; son Sad — dijo el Lagarto y esperd a que el Gordo cerrara por completo la boca para recién tocar el timbre. Pasaron dos o tres inutos y salié la madre de Margarita Lujan. ~~ " ma, Albertito! —le dijo al Lagarto—. ;Vinieron a buscar a 45 Margarita? —pregunt6 saludando al Gordo con un equino movi- miento de cabeza. —Si—dijo el Lagarto, —¢Van al ensayo? —Si, sefiora —volvié a decir el Lagarto. —dA qué hora era? —A las nueve. —6Y a qué hora termina? —Y, segtin. —No hay un horario fijo —aclaré el Gordo, —¢Pero ustedes la acompajian de vuelta, no? —Si. 3 —No se preocupe sefiora —dijo el Gordo muy poco conven- cido de que le hubieran endosado a la bazofia3, —Bueno, ya la amo —dijo por fin la sefiora Lujén—, Pasen, pasen. Margarita Lujan aparecié con su tradicional cola de caballo y su ya célebre cara de idiota. Saludéa Su pap4, a sus tres hermanos yasu mamé como si viajara a Espafia en vez de ir al clubal ensayo de la estudiantina, a siete cuadras de su casa, Salieron los tres para el club El Progreso. Del lado de Ia pared caminaba Margarita Lujan, al lado el Gordo y después ei Lagarto. Iban los tres mudos porque Margarita jamés sacaba un tema y Si por casualidad salia uno, no sab{a mantenerlo. Caminaban despacio, Al llegar a la esquina de la muebleria de los hermanos Giménez a Margarita Lujén casi le da un soponciot. Le apreté Ia mano al Gordo Con tanta fuerza que parecia tener la intencién de desarticularsela. —iAy! Yo no miro —dijo dando vuelta la cabeza y pasAndole al Gordo su cola de caballo por la cara. Mientras Margarita Lujan miraba con dispersa atencién Jos colchones, mecedoras, juegos de livings y de comedor siempre 3 bazofia: ©n genera! se aplica a una cosa 0 Persona sucia y despreciabie. 4 soponcio: desmayo. 46 agarradita de] Gordo, los chicos trataban de desentrafiar qué cuer- nos le pasaba. rte —jLa llorona! —Ios ilumin6 finalmente. ‘ El Gordo pensé que era mas idiota de lo que le habfan contado y fingiendo tener paciencia le pregunto: — De qué llorona hablas? . Margarita Lujan hablaba sin darse vuelta y sin soltar la mano del Gordo. —jAlla! jEnfrente! " Los chicos miraron y se encontraron con la one de] Loco évez durmiendo en el portal de una casa amarilla, 7 ee el Loco Estévez —dijo el Lagarto tironeando del brazo de Margarita y sacdndola asf de su estipida inmovilidad, —j Claro! —dijo el Gordo—. Era el Loco Estévez. = Lo cual lo intranquilizaba mds ain que la idea de la Horona. igui i ireccion a la plaza. siguieron caminando en direccién a " ; Se nee ustedes no saben? —pregunté Margarita. —7Qué cosa? ace —Que el Loco Estévez es Ia llorona. ae te dijo? —quiso saber el Gordo que empezaba a mostrarse interesado. —Todos lo dicen. é di 6 to Juancho, —4Qué dicen? ~—pregunté el Laga u , Mai rgarita Lujén parecia disfrutar de la primera vez en a que lograba despertar el interés de dos hombres y manejaba e suspenso con verdadera habilidad. ; —Dicen que lo encontraron vestido de Horona. —jCémo! —exclamé el oe : —Cort una s4bana blanca hasta los pies. — La cabeza también? —siguid preguntando el Gordo. _ _ Si. Dicen que lo encontraron en el patio de la casa de dofia Juliana, ustedes no la conocen, Ilordndole en Ia ventana de la picza. —i¥ c6mo saben que era é1? —siguid el Gordo monopo- lizando las preguntas. 47 —Porque lo agarraron. Parece que la vieja Juliana, Juliana Diaz, és bastante corajuda porque salié por la puerta del frente de su casa, dio la a y le pegé con una olla de fundicién en la cabeza. , —Y? —Y, parece que sé desmayé6. Por eso lo descubrieron y se lo Hevaron a la comisarfa. —iY entonces por qué est afucra? —pregunté el Lagarto. _ —No sé —dijo Margarita Lujan mientras cruzaban la plaza en cider Pero que era él, era él. Yo por las dudas le paso bien lejos. —Si, mejor —Ia apoyé el Gordo. —{Ustedes me acompafian de vuelta, no? —Si, Margarita —dijo el Lagarto. El Gordo no dijo ni mu. Hubiera quedado bastante flojo pedir pu enibiee a él lo acompafiaran, pero de buena gana lo hubiese echo. . Las luces del club estabun encendidas y desde afuera se escu- chaba la misica y el barullo. Cuando los tres entraron al salén, el ensayo ya habia empezado. Los de cuarto y quinto estaban casi todos. La Cocé andaba de aqui para allé con un estéreo probando enchules. —Ya nos toca? —le pregunté el Gordo. —No Sé, no sé gordito. Estoy ocupada, preguntéle a otro le contest6 moviendo su voluminosa humanidad con bastante destreza. El Gordo se quedé mirando el enorme culo enfundado en una pollera negra y pens6 en lo reconfortante que seria poder darle una patada ahi, justito en el medio. Pero después pensdé que era demasiado ambicioso y que hay lujos que no todos se pueden dar. —(Querés un mate, Gordo? —le ofrecié Analia. —Bueno —acept6 el Gordo. Analfa se qued6 esperando. Sostenia el termo con una mano y nee las ufias de Ia otra escupiéndolas todas para el mismo lado. —jDale! Dale que le tengn que cebar al Poroto. El Gordo apuré el tiltimo sorbo y escuché atonito la sentencia. —Del odio al amor hay un paso —dijo cabeceando en direccién ala Cocd. Y la frase soné mas cursi de lo que era. En realidad, todo lo que pasaba por los labios de Analia sonaba cursi. Recuperé el mate, dio una vueltita y salid con sus cholulos pensamientos a cebarle mate al Poroto. Habria unas cincuenta personas en el salén hablando como conferencistas. E] Poroto tuvo que batir palmas varias veces para que hicieran silencio pero todo fue en balde cada cual siguid ensayando por su lado. Las chicas de la presentacién daban vueltas en el escenario, Ievantaban las picrnas todas para cl mismo lado, se cruzaban haciendo figuras. Iban todas para adelante y después todas para alris, movian los brazos y de lejos parecian finisimas marionetas. De vez en cuando paraban y la Coc6 que estaba agazapada en la escalera del escenario apretaba el stop del estéreo: era que Graciela se habia equivocado. Graciela y Laura eran las tinicas de primero que bailaban en la presentacién de la estudiantina. Pero esta noche ensayaban sin Laura porque todavia no habia Ilegado. E! Poroto le devolvi6 el mate vacio a Analfa que lo conservaba bajo su érbita espumosa y dijo: —Bien chicas jy los trajes? —El vietnes. Después e] Poroto aplaudid dos veces e hizo seiia de que despejaran el escenario. —jCuentos cortos! —Falta Laura —gritd el Luncho, uno de cuarto. —jRamona La Garza! —grité. —Falta Gustavo —dijo el Lagarto Juancho. —jPero me cago en Satands! —gritd el Poroto—. jSi digo a las nueve los quiero a todos a las nueve! {Entienden? jA todos! Hizo una pausa y volvi6 a gritar. 49 —iCuentos cortos! ; Vamos! Anda Clara, hacé lo de Laura _Subieron al escenario Eduardo y el Luncho. Se pararon en la mitad del escenario y esperaron a que Clara dijera: —En un manicomio... —~éVamo a escz f i i é Scaparno por el chorro de Iu de la linterna? j el Luncho con la linterna en la mano. in —jDale! —le contest6 Eduardo, —(Y? jSubi! —{Pero vos te creés que soy loco? And primero vos —~¢Por qué? , —LY Si estoy arriba y me apagés la linterna? Enseguida entraron Patricia y Julian Castro. Subié Clara y leyé: = el consultorio de una doctora.., i —Doctora —le dijo Julidn a Patricia—. ;C6 my a —. ,Cdmo puedo para Ilegar a vivir hasta los ochenta afios? . a —No tiene que fumar. ——No fumo, doctora. —No tiene que ser mujeriego. —Las mujeres no me inieresan. —Debe comer poca carne. —Soy vegetariano. —Nada de alcohol. —Tomo agua. —(Entonces para qué quiere llegar a los ochenta aiios? Los chicos salieron rapidisimo y volvié a subir Clara. —Un turista en una farmacia... Detrds de una mesa de bar estaba la Coc6. Entré el Gordo. —Buenas, quiero dentffrico. “Rae el cepillo? —pregunté la Cocd. —No. a no le puedo vender. Gordo salid de escena poniendo igi ] cara de afli; atras del escenario ley6: ea —AI otro dia... 590 —Buenas, quiero crema de afeitar. -;Trajo la maquinita? —le pregunté la Cocé. -No. —Entonces no le puedo vender. El Gordo salié del escenario poniendo la misma cara de des- concertado y Clara leyé: —Al otro dia... El Gordo entré con un paquete. —Buenas —dijo dejando cl paquete sobre el mostrador—. Quiero papel higiénico. El Poroto que no habfa dicho ni una sola palabra durante todo cl sketch, se acercé al escenario, los miré en silencio y después yrilé como un poseido: Un desastre! {Todo de nuevo! —se dio vuelta y amé—. iGraciela anda a buscar a Gustavo, hacéme el favor! Y decile que se apure o lo ahorco en cémodas cuotas. Graciela salié corriendo pero apenas habia alcanzado a llegar a la esquina cuando se encontré con Pablo, Laura y Gustavo que venian. —jApurate, Gus, que el Poroto esta furioso! —dijo Graciela y sin que nadie le preguntase nada sigui6—. Llam6 primero cuentos cortos y faltabas vos —le dijo a Laura—. Después Ramona La Garza y no estabas —le dijo a Gustavo—. {Se puso furioso! Entraron. El salén estaba a oscuras, sdlo el escenario estaba iluminado y los chicos ensayaban los cuentos cortos. Laura y Gustavo se acercaron al escenario. Laura subié y reemplazé a Clara. Pablo se senté a mirar en una de las sillas de lata que habia desparramadas por el salén. Laura, desde un costado del escenario ley6: —En el consultorio de una doctora... Cuando terminaron los cuentos cortos el Poroto volvié a decir que eran un desastre pero que no podian pasarse toda la noche ahi arriba, Asi que llamo a Gustavo. Si —j Cuentos cortos! Vamos! Anda Clara, hacé lo de Laura. _Subieron al escenario Eduardo y el Luncho, Se pararon en la mitad del escenario y esperaron a que Clara dijera: —En un manicomio... : —iVamoa escaparno por el chorro de Ju de la linterna? —dijo Luncho con Ia linterna en la mano. — Dale! —le contesté Eduardo. —{Y? jSubi! — Pero vos te creés que soy loco? And primero vos —¢Por qué? : Tay Si estoy arriba y me apa gs la linterna? Enseguida entraron Patricia y Julidn Castro. Subid Clara y leyé: =e el consultorio de una doctora... —Doctora —e dijo Julian a Patricia—. ,C6 a —. gCdmo puedo hacer para licgar a vivir hasta los ochenta afios? 7 —No tiene que fumar. —No fumo, doctora. ~—No tiene que ser mujeriego. —Las mujeres no me interesan. —Debe comer poca carne. —Soy vegetariano. —Nada de alcohol. —Tomo agua. —tEntonces para qué quiere Iegar a los ochenta afios? Los chicos salieron rapidisimo y volvi6 a subir Clara. —Un turista en una farmacia... Detrds de una mesa de bar estaba la Cocé, Entré el Gordo. —Buenas, quicro dentifrico. —

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