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RXPLICACION FALSA DE MIS CUENTOS Obligado © traicionado por mi misma a decir cémo hago mis cuentos, recurriré a explicaciones exteriores a ellos, No son completamente natu- rales, en el sentido de no intervenir la conciencia. Eso me seria antipético. No son dominados por una teoria de la conciencia. Esto me seria extre- madamente antipatico. Preferirta decir que esa intervencién es misteriosa. Mis cuentos no tienen estructures Idgicas, A pesar de la vigilancia cons- tante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida. En an momento dado pienso que en un rincdén de mit nacerd una planta. La em- piezo a acechar creyendo que en ese rincén se ba producido algo raro, Pera que podria tener porvenir artkstico, Seria feliz si esta idea no fra- casara del todo. Sin embargo, debo esperar yn tiempn ignorado: no sé cémo bacer germinar la planta, ni cdmo favorecer, ni cuidar su crecimien- to, slo presiento 'o deseo que tenga bojas de poestas; 0 algo que se trans- forme en poesta si la miran ciertos ojos. Debo cuidar que no ecupe mucha espacto, que no pretenda ser bella o intensa, sino que sea la planta que ella misma esté destinada a ser, y ayudarla a que lo sea. AL misrao tiempo vila ceecerd de acuerdo a un contemplador gl que no bard mucho caso si él quiere sugerirle demastudas intenciones q grandezas. Si es una planta ducis de st misma tendré una poesia natural, desconocida por ella misna. Ella debe ser como una persona que vivird no sabe cuinto, con necesi- dudes proptas, con un argulla discreto, un poco torpe y que parezca im- Pravisedo. Ella ntisma no conocera sus leyes, aunque profundamente las tenga 9 la conciencia no las alcance. No sabré el grado y la m' aera en que la conciencia intervendrd, pero en iltima instancia impondrd su voluntad. Y ensefiard a la conciencta a ser desinteresada, Lo mds seguro de tado es que yo no sé cémo hago mis cuentos, por- que cada uno de ellos tiene su vida extraia y propia. Pero también sé que viven peleando con lu concieneia para evitar los extranjeros gue ella tes recomienda 216 LAS HORTENSIAS A Marte Luise Au Lavo de un jardin habfa una fSbrica y los ruidos de las méquinas se metfan entre las plantas y los drboles. Y al fondo del jardin se vefa una casa de patina oscura. El duefio de Ia “casa negra” eta un hombre alto. Al oscusecer sus pasos lentos venian de la calle; y cuando entraba al jardin y a pesar del ruido de Jas méquinas, parecla que los pasos mas- ticaran el balasto. Una noche de otofis, al abrir la puerta y entornar los ojos para evitar la luz fuerte del hall, vio a su mujer detenida en medio de Ja escalinata; y al mitar los escalones desparramindose hasta Ja mitad del patio, le patecié que su mujer tenfa puesto un gran vestido de mar- mol y que la mano que tomaba la baranda, recogfa el vestido. Ella se dio cuenta de que 4 venfa cansado, de que subirfa al dormitorio, y esperd a una sonrisa que su matido Megara hasta ella, Después se besaron, 3 —Hoy los muchachos tetminaron las escenas... —Ya sé, pero no me diges nada. Ella lo acompafié hasta la puerta del dormitotio, le acaricié Ja nariz con un dedo y lo dejé solo, El tratarfa de dormir wn poco antes de Ja cena; su cuarto oscuro sepatarfa las prencupaciones del dfa de los pla- ceres que esperaba de ta noche. Oyé con simpatia come en la infancia, el stido atenuado de las méquinas y se durmid. En el suefio vio una luz que salfa de la pantalla y daba sobre una mesa. Alrededor de la mesa habfa hombres de pie. Uno de ellos estaba vestido de frac y decfa: “Es necesario que la marcha de la sangre cambie de mano; en vez de it por las arterias y venir por las venas, dehe ir por las venas y venit por las arterias”. Todos aplaudieron e hicieron exclamaciones; eotonces el hombre vestido de fruc fie a un patio, monté a caballo y al salir galopando, en medio de Jas exclamaciones, las herraduras sacaban chispas contra las piedras, Al despertar, el hombre de lt casa negra recardé el suefio, re- conociS en la marche de le sangre lo que ese mismo dia habla ofdo decir 217 —en ese pafs los yehfculos cambiarfan de mano— y tuvo una sontisa. ) Después se vistié de frac, volvié a recordar al hombre del suciio y fue j al comedor, Se acercé a su mujer y micntras le metfa Jas manos abiertas en el pelo, decta; : —Siempre me olvido de traer un lente para ver cémo son las plantas , que hay en el verde de estos ojos; pero ya sé que el color de la piel lo consigues froténdote con aceitunas. ) Su mujer le acaricié de nuevo 1a nariz con el indice; después lo hun- dié en la mejilla de él, hasta que el dedo se doblé como una pata de mosca y le contesté; ) —i¥ yo siempre me olvido de traer unas tijeras para recortarte Jas cejas!—, Ella se senté a la mesa y viendo que él salia del comedor le ) preguntd: —¢Te olvidaste de algo? y Quin sabe. - El volvié en seguida y ella pensé que no habia tenido tiempo de ba- blar por teléfono. —2No quieres decirme a qué fuiste? —No. —Yo tampoco te diré qué hicieron hoy los hombres. El ya le habla empezado a contestar: —No, mi querida aceituna, no me digas nada hasta el fin de la cena. Y se sitvié de un vino que recibla de Francia; pero las palabras de su mujer habfan sido como pequefias piedras caidas en un estanque donde vivian sus manfas; y no pudo abandonar Ia idea de lo que esperaba ver ) esa noche. Coleccionaba mufiecas un poco més altas que las mujeres normales. En un gran salén habfa hecho construir tres habitaciones de vidrio; en la més amplia estaban todas las mufiecas que esperaban el ) instante de ser clegidas pata tomar parte cn cscenas gue componfan en las otras habitaciones. Esa tarea estaba a cargo de muchas personas: en ’ primer término, autores de leyenda (en pocas palabras debia expresar ) Ia situacién en que se encontraban las muficcas que aparecfan en cada habitacién); otros artistas se ocupaban de Ja escenograffa, de los vestidos, ) de la misica, etc. Aquella noche se inaugurarfa la segunda exposicién; él ) la mirarfa mientras un pianista, de espaldas a él y en el fondo del saldén, ejecutarfa Jas obras programadas.- De pronto, cl duefio de la casa negra ) se dio cuenta de que no debfa pensar en eso durante la cena; entonces sac6 del bolsillo del frac unos gemelos de teatro y traté de enfocar la ) cara de sa mujer. isiera saber si Jas sombras de tus ojetas son producidas por vegetaciones. . . } Ella comprendié que su marido habfa ido al escritorio a buscar los | gemelos y decidié festejarle 1a broma. El vio una cipula de vidtio; y cuando se dio cuenta de que era una botella dejé los gemelos y se sitvié y 218 otra copa del vino de Francia. Su mujer miteba Ios borbotones al caer en |e copa; salpicaban el cristal de l4grimas negras y corrfan a encontrarse con el vino que ascendia, En ese instante entré Alex —un miso blanco de barba en punta—, se incliné ante la sefiora y le sirvié porotos con jamén. Ella decia que nunca habfe visto un ctiado con batba; y el sefior contestaba que ésa habfa sido Ia vinica condicién exigida por Alex. Ahora ella dej6 de mirar la copa de vino y vio el extremo de Is manga del ainda; de allt olG an velo expese Gur be amettila por le deb 7 Iegaba hasta los dedos. En el momento de servir al duefio de casa, Alex dijo: —Hea llegedo Walter. (Era el pianista). AJ fin de la cena, Alex sacé las copas en una bandeja; chocaban unas con otras y parecfan contentas de volver a encontrarse. El sefior —a quien le habla brotads un silencio somnaliento— sintié placer en off los soni- dos de las copas y Iamé al criado: —Dile a Walter que vaya al piano. En el momento en que yo entre al salén, él no debe hablarme. zEI piano, esté lejos de las vitrinas? —Sf sefior, estd en el otro extremo del saldn. —Bueno, dile « Walter que se siente déndome Ia espalds, que em- piece a tocar la primera obra del programa y que [a repita sin interrup- cién, hasta que yo le haga la sefia de la luz. Su mujer Ie sonrefa. E] fue a besarla y dejé unos instantes su cata congestionada junto a la mejilla de ella. Después se dirigié hacia la salita préxima al gran salén. Allf empezé a beber el café y a fumar; no irfa a ver sus muiiecas hasta no sentitse bastante aislado. Al principio puso atencién a los ruidos de las maquinas y los sonidos del piano; le parecla que venfan mezclados con agua, y él los ofa como si tuviera puesta una escafandra. Por iltimo se desperté y empezd a darse cuenta de que algu- nos de los ruidos deseaban insinuarle algo; como si alguien hiciera un Mamado especial entre los ronquidos de muchas personas pata despertar sélo a una de ellas. Pero arando 41 ponfa atencién 2 esos ruidos, ellos hufan como ratones asustados. Estuvo inttigado unos momentos y des- pués decidié no hacer caso. De pronto ‘se extrafié no verse sentado en el sillén; se habfa levantado sin darse cuenta; recordd el instante, muy prdxi- mo, en que abrié la puerta, y en seguida se encontré con los pasos que daba shora: Io Hevaban a la primera vitrina. Allf encendié Ja luz de la escena y a través de Ja cortina verde vio una mufieca titada en una cama. Corrié Ja cortina y subié al estrado —eta més bien una tarima con tue- das de goma y batanda—; encima habfa un sillén y una mesita; desde allf dominaba mejor Ja escena. La mufieca estaba vestida de novia y sus ojos sblertos estaban colocados en direccién al techo. No se sabfa si es- taba muerta o si sofiaba, Tenfa los brazos abiertos; podfa ser una actitud de desesperacién o de abandono dichoso. Antes de abrir el cajén de la mesita y saber cudl era Ja leyenda de esta novia, | quetfa imaginsr algo. 219 Tal vez clla espetaba al novio, quien no Hegacfa nunca; la habrfa aban- donsdo un instante antes del casamiento; o tal vez fuera viude y recor- dara el dia en que se cas6; también podfa habetse puesto ese traje con la ilusién de ser novia. Entonces abrié el cajén y leyé: “Un instante antes de cagarse con el hombre a quien no ama, ella se encierra, piensa que ese traje era para casarse con el hombre a quien amd, y que ya no existe, y se envenena. Muere con fos ojos abiertos y todavia nadie ha entrado a ce- rrdrselos”, Entonces el duefio de la casa negra pensé: “Realmente, era una novia divina”. Y a los pocos instantes sintié placer en datse cuenta de que él vivia y ella no. Después abrié une puerta de vidrio y entré a la escena pata mirar los detalles. Peto al mismo tiempo le parecié ofr, entre el ruido de las méquinas y la miisica, una puerta cerrada con violencia; salid de Ia vitcina y vio, agarrado en la puccta que daba a Ia salita, un pedazo del vestido de su mujer; mientras se dirigia allf, en puntas de pie, pens que ella lo espiaba; tal vez hubiera querido hacerle una broma; abrid répidamente y el cuerpo de ella se le vino encima; él lo recibié en los brazos, pero le parecié muy liviano y en seguida reconocié a Hor- tensia, la mufieca parecida a su seffora; al mismo tiempo su mujer, que estaba acurrucada detrés de un sillén, se puso de pie y le dijo: —Yo también quise prepararte una sorpresa; apenas tuve tiempo de ponetle mi vestido. Ella siguié conversando, pero él no Ja ofa; aunque estaba pélido le agradecfa, a su mujer, le sorpresa; no querfa desanimarla, pues a él le gustaban las bromas que ella le daba con Hortensia. Sin embargo esta vez hable sentido malestar, Entances puso a Hortensia en brazos de su sefiora y le dijo que no quesfa hacer un intervalo demasiado largo. Después salid, cerré la puerta y fue en direccién hacia donde estaba Walter; pero se de- tavo a mitad del camino y abrié otra puerta, la que daba a su escritorio; se encerré, sac6é de un mueble un cuaderno y se dispuso a apuntar la broma que su sefiora le dio con Hortensia y la fecha correspondiente. Antes leyd Ja dhima nota. Decta: “Julio 21. Hoy, Marfa (su mujer se Hamaba Marfa Hortensia; pero le gustaba que la Hamaran Marfa; enton- ces, cuando su marido mand6 hacer esa mufieca parecida a ella, decidieron tomar el nombre de Hortensia —como se toma un objeto arrumbado— para Ja mufieca) estaba asomada a un baleén que da al jardin; yo quise sorprenderla y cubrirle los ojos con las manos; pero antes de Hegar al haleén, vi que era Hortensia. Marfa me habfa visto ir al baledn, venfa detrés de mf y me solté una carcajada”. Aunque ese cuaderno lo lela Yinicamente 4, firmaba las notas; escribfa su nombre, Horacio, con letras grandes y cargadas de tinta. La nota anterior a ésta, decfa: “Julio 18: Hoy abrf el ropero pata descolgar mi traje y me enconteé a Hlortensia: tenfe puesto mi frac y le quedaba graciosamente grande”. Después de anotar la diltima sorpresa, Horacia se ditigié hacia la se- gunde vitrina; le hizo sefias con una luz a Walter para que cambiara la 220 obra del programa y empezé a correr la tarima, Durante el intervalo que hizo Walter, antes de empezar la segunda pieza, Horacio sintié més inten- samente el Jatido de las méquinas; y cuando corrié Ja tarima le parccié que las ruedas hacfan el rido de un trueno lejano. En la segunda vitrina aparecla una mufieca sentada a una cabecera de la mesa. Tenfa la cabeza levantada y las manos al costado del plato, donde habfa muchos cubiertos en fila. La actitud.de ella y las manos sobre los cubiertos hacfan penser que estuvicra ante un teclado, Horacio miré a Walter, lo vio inclinado ante el piano con las colas del frac cafdas por detrés de la banqueta y le parecié un bicho de mal agieto. Después miré fijamente la mufieca y le parecié tener, como otras veces, la sensa- cién de que ella se movfa. No siempre estos movimientos se producfan en seguida; ni A los experaba cuando {a mufieca estake scosteda o muerte; pero en esta iiltima se produjeron demasiado pronto; él pensé que esto ocurrfa por la posicién, tan incémoda de la mufieca; ella se esforzaba demasiado por mirar hacia arriba; hacfa movimientos oscilantes, apenas perceptibles; pero en un instante en que | sacé los ojos de la cara para mirarle las manos, ella bajé la cabeza de una manera bastante pronuncia- da; él, a su vez, volvié a levantar répidamente los ojos hacia Ja cara de ella; pero la mufieca ya habfa reconquistado su fijeza, Entonces él empezd a imaginar su historia. Su vestido y los objetos que habfa en el comedor denunciaban un gran lujo pero los muebles eran toscos y las patedes de piedra. En la pared del fondo hebfa una pequefia ventana y a espaldas de la mufieca una puerta baja y entreabierta como una sonrisa falsa. Aguella habitacién serfa un presidia en un castillo, el piano hacfa ruido de tormenta y en Ja ventana aparecfa, a intervalos, un resplandor de re- lémpegos; entonces recordé que hacia unos instantes Jas racdes de la tarima hicieron pensar en un trueno lejano; y esa coincidencia lo inquietd; ademés, antes de entrar al salén, habla ofdo los ruidos que deseaban insi- nuatle algo. Pero volvié a la historia de le mufieca: tal vez ella, en aquel momento, rogara a Dios esperando una liberacién préxima. Por wltimo, Horacio abrié el cajén y leyé: “Vitrina segunda, Esta mujer espera, para pronto un nifio. Ahora vive en un faro junto al mar; se ha alejado del mundo porque han criticado sus amores con un marino, A cada instente ella piensa: “Quiero que mi hijo sea solitario y que sélo escuche al mar”. Horacio pensé: “Esta mufieca ha encontrado su verdadera historia”. En- tonces se leyanté, abrié la puesta de vidrio y miré Jentamente los objetos; le parecié que estaba violando algo tan serio como la muerte; é! preferla acercarse a la mufieea; quiso mirarla desde un ligar dande los ojos de ella se fijaran en los de él; y después de unos instantes se inclind ante la desdichada y al besarla en la frente volvié a sentir una sensacién de frescura tan agradable como en Ia cara de Marfa. Apenas habfa sepatado los labios de Ja frente de ella vio que Je mufieca se movie; 6) se quedé paralizado; ella empezé a irse para un lado cada vez mds répidamente, y 221 cay6 al costado de la silla; y junto con ella una cuchara y un tenedor, El piano segufa haciendo el ruido del mar; y segufa la luz en las ventanas y Jas méquinas. El no quiso levantar la mufieca; salié precipitadamente de la vitrina, del salén, de Ja salita y al llegar al patio vio a Alex: —Dile 2 Walter que por hoy basta; y mafiana avisa a los muchachos pata que vengan a acomodar la mufieca de la segunda vitrina. En es¢ momento aparecié Matfa: —¢Qué ha pasado? —Nada, se cayd una mufieca, la del faro... —zCémo fue? 2Se hizo algo? —Cuando yo entré a mirar fos objetos debo haber tocado In mesa... —jAh! /Ya te est&s poniendo nervioso! —No, me quedé muy contento con las escenas. ¢¥ Hortensia? ;Aquel yestido tayo Je quedaba muy bien! mejor que te vayas a dormir, querido —-contesté Marfa. Peto se sentaron en un soff. E] abrazé a su mujer y le pidié que por un minuto, y en silencio, dejara la mejilla de ella junto a la de 4. Al instante de haber juntado las cabezas, apareciéd en la de él, el recuerdo de las mufieces que se habfan caldo: Hortensia y le del faro. Y ya sabla 41 lo que eso significaba: la muerte de Maria; tuvo miedo de que sus pensamientos pasatan a Ja cabeza de ella y empezé a besarla en los ofdos. Cuendo Horacio estuvo solo, de nuevo, en la oscuridad de su dormi: totio, puso atencién en el ruido de las maquinas y pénsd en los presa- gios. El era como un hilo enredado que interceptara los avisos de otros destinos y recibiera presagios equiyocados; pero esta vez todas las sefiales se habfan dirigido a él: los ruidos de las maquinas y los sonidos del piano _ habfan escondido a otros ruidos gue hufan como ratones; después Hor- tensia, cayendo en sus brazos, cuando él abrié la puerta, y como si di- jeta: “Abrézame porque Marfa moriré”. Y eta su propia mujer la que habfa preparado el aviso; y tan inocente como si mostrara una enferme- dad que todavia ella misma no habla descubierto. Mas tarde, la mufieca muerta en la primera vitrina, Y antes de Megat a la segunda, y sin que Jos escendgrafos lo hubleran prevista, el cuido de ta tarima coma un trueno lejano, presagiando el mat y la mujer del faro. Por ultimo ella se habfa desprendido de los labios de él, habla cafdo, y lo mismo que Marfa, no Iegarfa q tener ningtii hijo. Después Walter, como un bicho de mal agiiero, sacudiendo Jas colas del frac y picoteando el borde de su caja negra. It Marfa no estaba enferma ni habla por qué pensar que se iba a morir. Pero hacfa mucho tiempo que 41 tenfa miedo de quedarse sin ella y « cada 222 momento se imaginaba cémo serfa su desgracia cuando la sobreviviera. Fue entonces que se le ocurrié mandar a hacer Ia mufieca igual a Marfa. Al principio la idea parecia haber fracasado. El sentfa por Hortensia ta an- tipatla que pod{a provocar un sucedineo. La piel era de cabritilla; hablan tratado de imitar el color de Marfa y de perfumarla con sus esencias ha- bituales; pero cuando Marfa le pedfa a Horacio que le dicra un beso a Hortensia, él se disponfa a hacerlo pensando que iba a sentir gusto a cuero 0 que iba a besar un zapato. Pero al poco tiempo empezé a petcibir algo inesperado en Jas relaciones de Marfa con Hortensia. Una mafiana él se dio cuenta de que Marfa cantaba mientras vestfa a Hortensia; y patecta una nifa entretenida con una mufieca, Otra vez, él Ilegs a su casa al anochecer y encontré a Marfa y a Hortensia sentadas a una mesa con un libro por delante; tuvo la impresién de que Marfa ensefisba a lecr a una hermana. Entonces él habfa dicho: —jDebe ser un consuelo el poder confiar un secreto a una mujer tan silenciosa! —eQué quieres decir? le pregunté Marfa—. ¥ en seguida se levanté de la mesa y se fue enojada para otro lado; pero Hortensia se habla que- dado sola, con los ojos en el libro y como si hubiera sido una amiga que guardara una discrecién delicada. Esa misma noche, después de la cena y para que Horacio no se acercara a.ella, Marfa se habfa sentado en el sofé donde acostumbraban a estar los dos y habfa puesto a Hortensia al lado de ella. Entonces Horacio miré [a cara de fa mufieca y fe volvid a parecer antipética; ella tenfa una expresién de altiver frfa y parecta ven- gatse de todo lo que él habfa pensado de su piel. Después Horacio habfa ido al sal6n. Al principio se pased por delante de sus vitrinas; al rato abrié Ja gran tapa del piano, sacé la banqueta, puso una silla —para poder tecostarse— y empezé a hacer andar los'dedos sobre el piano fresco de teclas blancas y negras. Le costaba combinar los sonidos y parecfa un borracho que no pudiera coordinar Ias sflabas. Pero mientras tanto recor- daba muchas de las cosas que sabfa de las mufiecas. Las habla ido cono- ciendo, casi sin querer; hasta hacla poco tiempo, Horacio conseryaba la tienda que lo habla ido enriqueciéndo. Todos los dias, después que los empleados se iban, a él le gustaba pasearse solo entre la penumbra de las salas y mirat las mufiecas de las vidrieras iluminadas. Vefa los vestidos una vez més, y deslizaba, sin querer, alguna mirada por las caras. El observabe sus vidrieras desde uno de los Jados, como un emptesario que mitata sus actores mientras ellos representaran una comedia. Después em- pez6 a encontrar, en las caras de las mufiecas, expresiones patecidas las de sus empleadas; algunas le inspiraben ta misma desconfianza; y ottas, la seguridad de que estaban contra él; habla una, de natiz repingada, que parecta decir: “Y a mf qué me importa”. Otra, a quien él miraba con admiracién, tenfa cara enigmética: as{ como fe venfa bien un vestido de verano o uno de invierna, también se le podia atribuir cualquier pensa- 223 miento; y ella, tan pronto parecfa aceptarlo como rechazarlo, De cualquier manera, las mufiecas tenfan sus sectetos; si bien el vidrierista sabfa aco- modarlas y sacar partido de las condiciones de cada una, ellas, a viltimo momento, siempre agregaban algo por su cuenta, Fue entonces cuando Hotacio empezd a pensar que las muficcas estaban Ienas de presagios. Ellas recibfan dfa y noche, cantidades inmensas de mitadas codiciosas; y esas miradas hacfan nidos ¢ incubaban en el aire; a veces se posaban en Jas caras de las mufiecas como Jas nubes que se detienen en los paisajes, y al cambiarles Ja luz confundfan las expresiones; otras veces los presagios volaban hacia las caras de mujeres inocentes y las contagiaban de aquella primera codicia; entonces las mufiecas parecfan seres hipnotizados cum- plicudo misiones desconocidas o presténdose a designios malvados. La noche del enojo con Marfa, Horacio Ulegd a la conclusiéa de que Hor- tensia era una de esas mufiecas sobre la que se podia pensar cualquier cosa; efla también podfa transmitir presagios o recibir avisos de otras iufiecas, Era desde que Hortensia vivfa en su casa que Marfa estaba més celosa; cuando él habfa tenido deferencias para alguna empleada, era en la cara de Hortensia que encontraba el conocimiento de los hechos y el reproche; y fue en esa misma época que Marfa lo fastidié hasta conseguir que él abandonara Ja tienda, Pero las cosas no quedaron ahf: Marfa suftfa, después de las reuniones en que él la acompafiaba, tales ataques de celos, que Id obligaron a abandonar, también, la costumbre de hacer visitas con ella, En Ja maiiana que siguié al enojo, Horacio se reconcilié con las dos. Los malos pensamientos le Iegaban con Ja noche y se Je iban en la ma- fiana. Como de costumbre, los tres se pasearon por el jardin, Horacio y Marfa Hevaban a Hortensia abrazada; y ella, con un vestido largo, —para que no se supiera que era una mujer sin pasos— parecfa una enferma querida. (Sin embargo, la gente de los alrededores habla hecho una le- yenda en Ja cual acusaban al mattimonio de haber dejado morir a una hermana de Marfa para quedarse con su dinero; entonces habfan decidido expiar su falta haciendo vivir con ellos a una mufieca que, siendo igual a la difunta, les recordara a cada instante el delito). Después de una temporada de felicidad, en la que Marfa preparaba sor- presas con Hortensia y Horacio se apresuraba a apuntarlas en el cuader- no, aparecié la noche de la segunda exposicién y el presagio de la muerte de Marfa. Horacio atiné a comprarle a su mujer muchos vestidos de tela fuerte —esos recuerdos de Marfa debtan durar mucho tiempo— y le pedfa que se los probara a Hottensia. Marfa estaba muy contenta y Horscio fingfa estarlo, cuando se Je ocurrié dar una cena —la idea partié, disimu- ladamente, de Horacio— a sus amigos, mds fntimos. Esa noche habfa tormenta, pero los convidados se sentaron a la mesa muy alegres; Hora- cio pensaba que esa cena le dajarfa muchos recuerdos y trataba de provocar situaciones raras, Primero hacia gitar en sus manos el cuchillo y el te- 224 nedor —imitaba a un cowboy, con sus revdlveres— y amenazé a una muchacha que tenfa a su lado; ella, siguiendo la broma levanté los brazos; Horacio vio las axilas depiladas y le hizo cosquillas con-cl cuchillo, Ma- rfa no pudo resistir y le dijo: —jEstds porténdote como un chiquilfa mal educado, Horacio! El pidid disculpas a todos y pronto se renové Ia alegria, Pero en el primer postre y mientras Horacio servfa el vino de Francia, Marla miré hacia el lugar donde se extendfa una mancha negra —Horacio vertia el vino fuera de la copa— y Ievéndose una mano al cuello quiso levantarse de la mesa y se desvanecié. La Ievaron a su dormitorio y cuando se me- joré dijo que desde hacia algunos dfas no se sentfa bien. Horacio mandé buscar el médico inmediatamente. Este le dijo que su esposa debfa cuidar sus netvios, pero que no tenfa nada grave. Marfa se levanté y despidié a sus convidados como si nada hubiera pasado. Pero cuando estuvieron so- los, dijo a su marido: —Yo no podré resistir esta vida; en mis propins narices has hecho Jo que has querido con esa muchacha... —Pero Marfa... —Y no sélo derramaste el vino por mirarla. jQué le habrés hecho en el patio para que ella te dijera: “jQué Horacio, éste!”. —Peto querida, ella me dijo: zQué hora es? : Esa misma noche se reconciliaron y ella durmié con la méjilla junto ala de 4, Después él sepaté su cabeza para pencar en Ja enfermedad de ella, Pero a la mafiana siguiente le tocé el brazo y lo encontré frfo, Se quedé quicto, con los ojos clavados en el techo y pasaron instantes cruc- les antes que pudiera gritar; ‘jAlex!”, En ese momento se abrid Ja puerta, aparecié Marfa y él se dio cuenta de que habfa tocado a Hortensia y que habfa sido Marfa quien, mientras dormfa la habfa puesto a su lado. Después de mucho pensar resolvié lamar a Facundo —el fabricante de sufiecas amigo de él— y buscar la manera de que, al accrcarse a Hor- tensia, se creyera encontrar en ella, calor humano. Facundo le contesté: —Mira, hermano, eso es un poco diffcil; el calor duraria el tiempo que dura el agua caliente en un porrén. —Bueno, no importa; haz como quieras pero no me digas el proce- dimiento. Ademés me gustaria que ella no fuera tan dura, que al tomarla se tuviera una sensacién mds agradable., . —También es dificil. Imaginate que si Je hundes un dedo le dejas el pozo. —St, pero de cualquier manera, podfa ser més flexible; y te diré que no me asusta mucho el defecto de que me hablas. La tarde en que Facundo se Ievé a Hortensia, Horacio y Marfa es- tuvicton tristes. —jVaya a saber qué le harén!, —decfa Marfa. 225 —Bueno querida, no hay que perder el sentido de la realidad. Hor- ‘tensia era, simplemente, una mufieca. » — Era! Quiere decir que ya Ja das por muerta. jY, adem4s eres ti el que habla del sentido de la reslidad! —Quise consolarte. .. - —1Y crees que ese desprecio con que hablas de ella me consuela! Ella era més mfa que tuya. Yo Ia vestla y le decia cosas que no le puedo ‘decir a nadie. ¢Oyes? Y ella nos unfa més de Jo que ti puedes suponer. , (Horacio tomé Ja direccién del escritorio). Bastantes gustos que te hice prepardndote sorpresas con ella. {Qué necesidad tenfas de “més calor ) bhumano”! : Marfe habfa subido la yoz. Y en seguida se oyd el portazo con que Horacio se encerré en su escritorio. Lo de calor humano, dicho por Ma- ,tf2, no sélo lo dejaba en ridfculo sino que le quitaba Ja ilusién en lo que esperaba de Hortensia cuando volviera, Casi en seguida se le ocurrié salir ‘a Ia calle, Cuando yolvié a su casa, Marfa no estaba; y cuando ella volvié los dos disimularon, por un rato, un placer de encontrarse bastante ines- perado. Esa noche él no vio sus mufiecas. Al dia siguiente, por la mafiana, estuvo ocupado; después del almuetzo pased con Marfa por el jardin; los dos tenfan Ja idea de que Ja falta de Hortensia era algo provisorio y que no debfan exagerar las cosas; Horacio pensé que era més sencillo y na- ,tural, mientras caminaban, que él abrazara sélo a Marfa. Los dos se sin- tieron livienos, alegres, y volvieron a salir. Pero ese mismo dfa, antes de cenar, éf fue a buscar a su mujer al dormitorio y le extrafié ef encon- tratse, simplemente, con ella. Por un instante él se habla olvidado que Hortensia no estaba; y esta vez, la falta de ella le produjo un malestar ) raro. Marfa podfa ser, como antes, una mujer sin mufieca; pero ahora él no podia admitir la idea de Maria sin Hortensia; aquella resignacién de toda la casa y de Marfa ante el vacfo de Ja mufieca, tenfa algo de locura, , Ademds, Marfa iba de un lado para otro del dormitotio y parecla que en esos momentos ne penssha en Hortensia; y en Ja cara de Marla se vela la inocencia de un loco que se ha olvidado de vestitse y anda desnudo. Después fueron al comedor y él empezd a tomar el vino de Francia. Miré vatias veces a Marfa en silencio y por fin creyé encontrar en ella la idea ) de Hortensia. Entonces él pensé en fo que era [a una para [a otra. Siempre que él pensaba en Marfa, Ja recordaba junto a Hortensia y preocupéndose | de su arreglo, de cémo Ia iba a sentar y de que no se cayera; y con res- , pecto a él, de Jas sorpresas que le preparaba. Si Marfa no tocaba el piano — prande, y apareci6, en lo alta de Ie copa, Hortensia. Era una sorpresa de Marfa pare Horacio, Los concurrentes hactan exclamaciones y vivas. Hortensia tenfa un abanico blanco abierto sobre el pecho y detrds del abanico, una luz que te daba reflejos de candilejas. Horacio le dio un beso 1 Marfa y le agradecié la sorpresa; después mientras los dems se divertian, Horacio se dio cuenta de que Hortensia miraba hacia el camino por donde él, venfa siempre, Cuando pasaron por el cezco bajo, Marfa oy6 gue alguien en- tre los vecinos, grité a otros que venfan lejos: “Aptirense, que aparecié la di- 231 funta en un drbol”, Trataron de volver pronto al interior de la casa y se brindS por Ja sorpresa de Hortensia, Marfa ordené « las mellizas —dos criadas hermanas— que la bajatan del drbol y le pusieran el agua caliente. Ya fiabrfa transcurrido una hora después de fa vuelta del jardin, cuando Marfa empezé a buscar a Horacio; Jo encontré de nuevo con los mucha- chos en ef salén de las vittinas. Ella estaba pdlida y todos se dieron cuen- ta de que ocurcfa algo grave, Marfa pidié permiso a los muchachos y se llevé a Horacio al dormitorio, AIl{ estaba Hortensia con un cuchillo cla- vado dehajo de un seno y de Ia herida brotaba agua; tenfa el vestido mojedo y el agua ya habla Iegado al piso. Filla, como de costumbre, estaba sentada en su silla con los grandes ojos abiertos; pero Marfa le tocd un brazo y noté que se estaha enfriando, — Pe at nn des de i r,t be de a ii = : “e ai nee oa be ido io le dep is : = J Caan chigu ee G ino oes oy tes : ae i saree oracle lo Pina lo igulin aie 0 ce ae a 6 due ter i ia ses race pia a pos a = } as sta qu ice jue pene tm 3 : = Es Fi cee € quis pid le vi ablén esta 2 a ‘ “Pas ave brea aad ig Z ee di Poth 05 ecort uy oe oe | zs perm do oem emt Sees: = permit oor sco he piern: “ : | : : ; | Z eS ito fos = : : a : é a, In bi nano? jue a de escri sen emit ait de 28 ano rt en : : : : tation ae Sale as . = “ arate enciens ec’ ib Pe pas —— asi. ca te . ; | : : ns ee . a en To- dorm gual Ha ine a _ : = , fo a ¥ misé vy espe a per sna ts - : = eae fatal , mba . ae 6 ie ente on = ae a fee | a : 2 : = aa aria 2 i te le pat fa bie » 8 ‘fe jo: 238 “Reaccionaré contra mis manfas y miraré los espejos de frente”. Ademés le gustaba mucho encontrarse con sorpresas de personas y objetos en con- fusiones provocadas por espejos. Después miré una vez més a Hortensia, decidié que la dejarfa allf hasta que Marfa volviera y se acosté. Al estirar los pies entre las cobijas, tocé un cuerpo extrafio, dio un salto y bajé de Ja cama; quedé unos instantes de pie y por dltimo sacé las cobijas; era una carta de Maria: “Horacio: ah{ te dejo a tu amante; yo también la he apufisleado; pero puedo confesarlo porque no es un pretexto hipdécrita para mandarla al taller a que le hagan herejlas. Me has asqueado la vida y te ruege que no trates de buscarme. Marfa”. Se volvid a acostar pero no podia dormir y se levanté. Evitaba mirar los objetos de su mujer en el tocador como evitaba mirarla a ella cuando estaban enojados. Fue a un cine; allf saludé, sin querer, a un enemigo y tuvo varias veces el recuerdo de Marfa. Volvié a la casa negra cuando todavia entraba un poco de sol a su dormitorio. Al pasar frente a un espejo y a pesar de estar cortida Ja cortina, vio a través de ella su cara: algunos rayos de sol daban sobre el espejo y habfan hecho brillar sus facciones como las de un es- pectro. Tuvo un escalofrfo, cerré las ventanas y se acosté. Si Ia suerte que tuvo cuando era joven le volvia, ahora a él le quedatfa poco tiempo para aprovecharla; no vendria sola y él tendria que luchar con aconteci- mientos tan extrafios como los que se producfan a causa de Hortensia. Ella descansaba ahora, a pocos pasos de él; menos mal que su cuerpo no se descompondrfa; entonces pensé en ef espiritu que habia vivido en él como en un habitante que no hubiera tenido mucho que ver con su habitacién. gNo podria haber ocurrido que el habitante del cuerpo de Hortensia hubiera provocado Ia futia de Matia, para que ella deshiciera el cuerpo de Hortensia y evitara asf Ja proximidad de él, de Horacio? No podia dormir; le parecia que los objetos del dormitorio cran pequefios fantasmas que se entendfan con el ruido de las méquinas. Se levanté, fue a la mesa y empez6 a tomar vino. A esa hora extrafiaba mucho a Maria, Al fin de Ia cena se dio cuenta de que no le darfa un beso y fue para la salita. All{ tomando el café pensé que mientras Marfa no volviera, él no debfa ir al dormitorio ni a Ja mesa de su casa. Después salié a caminar y recordé que en un barrio préximo hebfa un hotel de estudiantes. Llegé hasta alli. Habfa una palmera a Ja enttada y detrfs de ella dminas de es- pejos que subfan las escaleras al compds de los escalones; entonces siguid caminando. El hecho de habérsele presentado tantos espejos en un solo dfa era un sintoma sospechoso. Después records que esa misma mafiana, antes de encontratse con los de su casa, é Je habfa dicho a Facundo que le gustarfa ver un brazo sobre un espejo. Pero también records Ja mu- fieca rubia y decidié, una vez més, luchar contra sus manfas. Volvié sus pasos hecia el hotel, cruzé Ia palmera y traté de subir la escalera sin mirarse en Jos espejos. Hacfa mucho tiempo que no habla visto tantos - juntos; Jas imfgenes se confundian, 1 no sabiz dénde dirigirse 7 haste 239 pensé que podicra haber alguien escondido entre los reflcjos, Ex el pri- mer piso aparecié la duefia; le mostraron las habitaciones disponibles —to- das tenfan grandes espejas—, 4 eligié la mejor y dijo que volverty dentro de una hora. Fue a la casa negra, arreglé una pequefia yalija y sl volver recordd que antes, aquel hotel habla sido una casa de citas. Entonces no sé extraié de que hubiera tantos espejos. En la pieza que él eligié habla tres; ef mds grande quedaba a un lado de fa cama; y como fa hebitacién que aparecta en 41 era 1a mis linda, Horacio miraba la del espejo, Estarla cansada de representar, durantd afios, aquel ambiente chinesco, Ya no era ayresivo el rojo del empapelado y segiin el espejo parecfa el fondo de un lago, color ladrillo, dande hubiera sumergidos puentes con cerezos. Horacio se acosté y apagd Ja lug; pero siguié mirando la habitacién con el resplandor que venfa de Is calle. Le parecfa estar escondido ep la inti- mided de una familia pobre, All todas las cosas hablan envejecido juntas y eran amigas; pero lag ventanas todavia eran jdvenes y miraban hacia afuera; eran mellizas, coma las de Marfa, se yestlan igual, cenfan pegade al vidrio cortinas de puntillas y recogidos a los lados, castinados de tercio- pelo. Horacio tuvo un poco ta impresién de estar viviendo en ef cuerpo de un desconocido a quien robara bienestar, En medio de un gran silencio sintid zumbar sus ofdos y se dio cuents de que Je faltaba el ruido de las méqui- nas; tal vez le hiciera bien salir de la casa negra y no ofrlas mas, Si ahora Marfa estuviera recostada a su Jado, éf serfa completamente feliz. Apenas volviera a su casa él le propondria pasar una noche en este hotel. Pero en seguida recordéd la mufieca mubia que habla visto en la mafiana y después se durmis. En el suefio habla un lugar oscuro donde andaba volando un brazo blanco. Un ruido de pasos en una habitacién préxima Jo desperté. Se bajd de la cama y empez6 a caminar degcalzg sobre ls alfoinbra; pero vio que lo segufe una mancha blanca y comprendié que su cara se reflejaba en el espejo que estaba encima de Ja chimenea, Entonces se le ocurtié que podrfan inyenter espejos en los cuales se vieran los objetos peto no las personas. [nmedistamente se dia cuenta de que eso era absurdo; ademdés si él se pusiera frente a un espejo y el espejo no lo reflejara, su cuerpo no serfa de este mundo. Se volvig a acostar. Alguien encendié Ia luz en une habitacién de enfrente y esa misma luz cayé en ol espejo que Horacio tenfa s un lado, Después él pensé en su nifiez, tuvo recuerdos de otros espejos y se durmié, vi Hacla poco tiempo que Horacio dormfa en el hotel y Jas cosas oc rrfaa como en le primera noche: en Is casa de enfrenge se encendfan ven- tanss que cafan en Jos espejos; o €l se despertaba y encontraba Jas venta- 240 nas dormidas. Una noche oyé gritos y vio llamas en su espejo. Al prin. cipio las miré como en la pantalla de cine; pero en seguida pensé que st habia Hamas en el espejo también tenfa que haberlas en la realidad, En. tonces, con velocidad de resorte, dio media vuelta en la cama y se en cantré con Hamas que bailaban en el hueco de una ventana de enfrente, como diablillos en un teatro de tfteres. Se tird al suelo, se puso Ia salida de bafio y se asomé a una de sus propias ventanas. En el vidrio se refle- jaban las Tamas y esta ventana parecla asustada de ver fo que ocurrla a la de enfrente. Abajo —Ja pieza de Horacio quedaba en un primer piso— habfa mucha gente y en ese momento venfan los bomberos, Fue entonces que Horacio vio a Marfa asomada a otra de las ventanas del hotel. Ella ya lo estaba mirando y no terminaba de reconocerlo, Horacio le hizo sefis con Is mano, cert la ventana, foe por el pasille hasta le puerta que crey6 la de Marfa y lamé con los nudillos. En seguida apare- cid ells y Je dijo: —No conseguirés nada con seguitme. Y le dio con Ja puerta en Ja cara, Horacio se quedé quieto y a los pocos instantes la oyd llorar detrés de la puerta. Entonces contesté: © —No vine a buscarte; pero ya que nos encontramos debfamos ir a casa. —Andate, dndate ni solo, —habfa dicho ella. A pesar de todo, a él le parecié que tenfa ganas de volver. Al otro dfa, Horacio fue a la casa negra y se sintié feliz. Gozaba de fe suntuosi- dad de aquellos interiores y caminaba entre sus riquezas como un 50- némbulo; todos los objetos vivian alll recuerdos tranquilos y les altes habitaciones le daban la impresién de que tendrfan slejada una muerte que legarfa del cielo. Peto en Ja noche, después de cenar fue sl salén y le parecié que el piano era un gran ataid y que el silencio velaba a un mnisico que habia muerto hacfa poco tiempo. Levanté la tapa del piano y aterrorizado la dejé caer con gran estruendo; quedé un instante con los brazos levantados, como ante alguien que lo smenazara con un revélver, pero después fue al patio y empezd a gritar: —Quién puso a Hortensie. dentro del piano? Mientras repetfa la pregunta seguia con la visién del- pelo de ella. @ntedado en Jes cuerdas del instramenta y le cata achateda por el peso de la tapa, Vino una de las mellizes pero no podia hablar. Después Hegd Alex: —La sefiora estuvo esta tarde; vino a buscar topa. —Esa mujer me va ‘a matar a sorpresas, —grité Horacio sin poder dominarse. Pero siibitamente se calmé: —Llévate a Hortensia a tu alcoba y mafiana temprano dile a Facundo que Je venga a buscar. Espera —le grité casi en seguida—. Acércate. —¥ 241 mirando el lugar por donde se habfan ido las mellizas, bajé la voz para encargatle de nuevo: —Dile a Facundo que cuando venga a buscar a Hortensia ya puede traer Ja otra, - Esa noche fue a dormir a otro hotel; le tocé una habitacién con un solo espejo; el papel era amarillo con flores rojas y hojas verdes enredadas ea varillas que simulaban una glorieta, La colcha también era amarilla y Horacio se sentfa irritado: tenfa la impresién de que se acostar{a a la intemperie, Al otro dfa de mafiana fue a su casa, hizo traer grandes es- pejos y los colocé en el salén de manera que multiplicaran las escenas de sus mufiecas. Ese dfa no vinieron a buscar 4 Hortensia ni trajeron la otra. Esa noche Alex le fue a Slevar vino al salén y dejé caer la botella.. . —wNo es pata tanto, —dijo Horacio. Tenfa la cara tapada con un antifaz y las manos con guantes amarillos. —Pensé que sc tratarfa de un bandido, —dijo Alex mientras Horacio se refa y el aire de su boca inflaba Ja seda negra del antifaz. —Estos trapos en la cara me dan mucho calor y no me dejardn tomar vino; antes de quitérmelos ti debes descolgar los espejos, ponerlos en el suelo y recostarlos a una silla. Asf, —dijo Horacio, descolgando uno y poniéndolo como él queria. —Podrfan recostatse con el vidrio contra la pared; de esa manera estarin mds seguros, —objeté Alex, lo, porque aun estando en el suelo, quiero que reflejen algo. —Entonces podrfan recostarse a la pared mirando para afuera. —No, porque la inclinacién necesatia para recostarlos en Ja pared, iat gue reflejen lo que hay arriba y yo no tengo interés en mirarme cara. Después que Alex los acomodé como deseaba su sefior, Horacio se sacé el antifaz y empezé a tomar vino; paseaba por un caminero que habfa en el centro del saldn; hacia allf miraban los espejos y tenfan por delante Ia silla a la cual estaban recostados. Esa pequefia inclinacién hacia el piso le daba la idea de que los espejos fueran sirvientes que saludaran con el cuerpo inclinado, conservando los pérpados levantados y sin dejar de observatlo. Ademés por entre les patas de las sillas, reflejaban el piso y daban la sensacién de que estuviera totcido. Después de haber tomado vino, €so Je hizo mala impresién y decidié irse a Ja cama. Af otro dia —esa noche durmié en su casa— vino el chofer a pedirle dinero de parte de Marfa. El se lo dio sin preguntarle dénde estaba ella; pero pensd que Marfa no volverfa pronto; entonces, cuando le trajeron la rubia, él Ja hizo Ievar directamente a su dormitorio. A la noche ordendé a las mellizas que le pusicran un traje de fiesta y Ia ilevaran a la mesa. Comié con ella en frente; y al final de la cena y en presencia de una de las mellizas, pregunté a Alex: — Qué opinas de ésta? 242

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