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10 Orden en el huerto Si mi mundo interior esté en orden es porque escojo regularmente ampliar el centro espiritual de mi vida. Howard Rutledge, piloto de la Fuerza Aérea de los Estados Uni- dos, fue derribado en Vietnam al comienzo de Ja guerra, y pasé varios afios desdichados en manos de sus apresadores antes de ser puesto en libertad al final de la contienda. En su libro In the Presence of Mine Enemies (En presencia de mis enemigos), Rutledge reflexiona sobre los recursos que lo man- tuvieron en aquellos dfas dificiles en los cuales la vida parecia intolerable. Durante aquellos perfodos més largos de reflexién forzosa se me hizo mucho més facil separar lo importante de lo trivial, lo que valfa la pena de lo inutil. En el pasado, por ejemplo, los domin- gos yo solfa trabajar o jugar mucho, y no tenfa tiempo para ira la iglesia. Durante afios, Phyllis (su esposa) me estuvo ani- mando a ir a la iglesia con la familia. Ella jam4s me sermoneé ni me reconvino, sino simplemente siguié esperando. Pero yo estaba demasiado ocupado y absorto para pasar una o dos cortas horas a la semana pensando en lo que era realmente impor- tante. Ahora tenfa a mi alrededor por todas partes las escenas, sonidos y olores de la muerte. Mi hambre espiritual pronto su- peré el deseo de comerme un filete. Ahora queria saber acerca de esa parte de m{ mismo que nunca morirfa, y hablar de Dios, de Cristo y de la iglesia. Pero en la incomunicacién solitaria de M1 112/ Ponga orden en su mundo interior Congoja {nombre que los prisioneros de guerra le dieron a aquel campo] no habfa pastor, ni maestro de Escuela Dominical, ni Biblia, ni himnario, ni comunidad de creyentes que me guiara y sostuviese. Yo habta descuidado por completo la dimensién espiritual de mi vida, y fue necesaria la prisién para mostrarme lo vacta que es la existencia sin Dios. (Cursivas mias) Se requirié la presién de un campo de prisioneros de guerra para hacer ver a Rutledge que en su mundo interior existia un centro el cual él practicamente habia descuidado durante toda la vida. Me gusta referirme a ése centro como el espfritu de la per- sona —otros lo !laman el alma. Fisiol6gicamente hablando no se puede situar el centro espiritual del mundo interior de un indi- viduo, pero ahi esté. Es un centro eterno: el punto donde nos co- municamos con nuestro Padre celestial en la forma més {ntima. El espfritu jamés puede perder su naturaleza eterna, pero si exis- tir en un estado de tal desorganizacién que sea casi imposible la comunién con Dios. Por lo general, eso conduce a un caos total en otras partes del mundo interior del individuo. El cristiano esta teolégicamente convencido de la existencia del alma, pero muchos creyentes luchan con la calidad de vida en ese centro. Al menos ésa es la impresién que saco al escuchar durante largo rato a aquellos que quieren hablar del significado de la actividad espiritual interior. Muchos hombres y mujeres se encuentran penosamente insatisfechos con el nivel de contacto que tienen con Dios. Uno de sus comentarios t{picos es: “Sencillamente No siento que logro comunicarme con El] muy a menudo.” Con frecuencia un espiritu desorganizado supone a menudo falta de serenidad interior. Para algunos, lo que deberia ser tran- quilidad, no es, sino entumecimiento o vacfo. Otros sufren de de- saz6n, de un sentimiento de no dar jamés la talla de las expecta- tivas que, segan creen, Dios tiene de ellos. Una preocupacién corriente es la incapacidad de mantener el {mpetu espiritual, de tener actitudes y deseos razonablemente constantes. Cierto joven comentaba: “Empiezo la semana con magnificas intenciones, pero para el miércoles por la mafiana ya he perdido el interés. Senci- llamente no puedo mantener una vida espiritual satisfactoria. De modo que llega un momento en el que me canso de intentarlo.” Orden en el huerto / 113 LA INYECCION RAPIDA Un vistazo a la vida de los grandes santos de la Escritura a veces nos produce envidia. Reflexionamos acerca de la experiencia de Moisés frente a la zarza ardiente, de la visién de Isafas en el templo y de la confrontacién de Pablo en el camino de Damasco, y nos sentimos tentados a decir: “Si yo hubiera podido tener una experiencia como la de cualquiera de ellos, no necesitarfa més dosis en toda mi vida.” Pensamos que nuestra espiritualidad podria mejorarse con al- gun momento dramatico que se nos quedara indeleblemente gra- bado en la conciencia, y que una vez impresionados por tan es- pectacular contacto con Dios, jam4s nos verfamos tentados a dudar de nuevo del asunto. Esa es una raz6n por la que muchos de nosotros sentimos la tentacién de buscar una especie de “inyeccién rdpida”, que nos haga parecer a Dios mAs real e intimo. Algunos se sienten pro- fundamente enriquecidos si un predicador que lanza con furia acu- saciones y denuncias los hace sentirse terriblemente culpables. Otros buscan experiencias emocionales que los saquen de si mis- mos y los eleven a niveles de éxtasis. Hay también aquellos que se sumergen en interminables rondas de ensefanza y estudio de la Biblia, convirtiendo la busqueda de la doctrina pura en una forma de encontrar intimidad satisfactoria con Dios. Otros ain tratan de llegar a la espiritualidad por medio de la actividad en la iglesia. Por lo general, la eleccién de estas u otras formas de llenar nuestro espfritu aparentemente vacfo, se basa en el tem- peramento sicol6gico que tenemos —lo qué nos toca més efecti- vamente en el momento y nos hace sentirnos en paz. Pero el hecho es que no es probable que la persona comin y corriente, como usted y yo, tenga nunca una gran confrontacién biblica, ni quedarfamos satisfechos con las experiencias dramé- ticas de otros. Para desarrollar una vida espiritual que nos pro- duzca contentamiento hemos de enfocar la espiritualidad como una disciplina, de un modo muy parecido al del atleta que se pre- para fisicamente para la competencia. Una cosa es cierta, y es que si no escogemos adoptar esa dis- ciplina, llegaré un dfa en el que, al igual que Howard Rutledge, lamentaremos no haber aceptado el desafio. 114 / Ponga orden en su mundo interior EL CULTIVO DEL HUERTO {C6mo podriamos describir este centro del que estamos ha- blando; este territorio espiritual interior donde los encuentros son casi demasiado sagrados para expresarlos? Fuera de las definicio- nes teolégicas no disponemos de mucho més que de un conjunto de met4foras. David el salmista estaba pensando metaféricamente al ima- ginar su espfritu como un pastizal donde Dios, el pastor, lo con- ducfa como a un cordero. En ésa met4fora hab{a aguas tranquilas, pastos verdes y mesas repletas de comida para ser gustada con seguridad. Segan David, se trataba de un lugar en el que el alma era restaurada. Para mi, la metafora que describe apropiadamente este centro espiritual interior es un huerto: un lugar de paz y tranquilidad potenciales. Este huerto es el sitio donde el Espiritu de Dios viene a revelarse,,a compartir su sabidurfa, a confirmar o reprender a la persona, a suministrar aliento y a dar direcci6n y gufa. Cuando dicho huerto est4 debidamente ordenado, constituye un lugar tranquilo, sin agitacién, ni ruido contaminador ni confusién. El huerto interior es un sitio delicado, y si no se lo conserva como es debido, pronto estard lleno de maleza extrafa. Dios no se pasea con frecuencia por huertos desordenados, y por esta razén los huertos interiores que se descuidan son tenidos por vacfos. Con eso era precisamente con lo que luchaba Howard Rutledge cuando la presién se hacfa maxima en la c4rcel de Congoja. La incomunicacién total, las frecuentes palizas y el deterioro de su salud habfan convertido su mundo en un lugar hostil. {A qué podia recurrir 61 para sostenerse? Segan su propia confesién, habfa mal- gastado las oportunidades anteriores de su vida para almacenar fortaleza y resolucién en su huerto interior. “Estaba demasiado ocupado y absorto —dice— para pasar una 0 dos cortas horas a la semana pensando en lo que realmente era importante.” Sin em- bargo, tomé6 lo poco que guardaba de su infancia y lo desarroll6; y de repente Dios se convirtié en una parte muy real e importante de su existencia. Poner orden en la dimensién espiritual de nuestro mundo in- terior es horticultura espiritual. Es el cuidadoso cultivo de la tie- Orden en el huerto/ 115 rra de nuestro espfritu. El hortelano remueve el suelo, arranca las malezas, planea el uso de la tierra, planta semillas, riega y abona, y disfruta de las cosechas resultantes. Todo esto compone lo que muchos han llamado disciplina espiritual. Me encantan las palabras del hermano Lorenzo, un cristiano reflexivo de hace muchos siglos que empleaba la metéfora de una capilla: Para estar con Dios no siempre es necesario estar en la iglesia. Convertimos en capilla nuestro coraz6n, y allf podemos, de vez en cuando retirarnos para tener una mansa, humilde y amoroga co- munién con El. Todo el mundo puede tener esas conversaciones familiares con Dios, unos mas y otros menos —E]l conoce nuestras aptitudes. Empecemos a hacerlo; quizd Dios sélo espera que to- memos una decisié6n sincera. ;Animo! Nuestra vida es corta. (Cur- sivas mias) El hermano Lorenzo nos insta a comenzar pronto; jtenemos poco tiempo! La disciplina del espiritu debe empezar ahora. PRIVILEGIOS QUE PODEMOS PERDER A menos que empecemos esa disciplina, sufriremos pérdida en cierto numero de privilegios que Dios ideé para que estuviésemos rebosantes de vida. Por ejemplo: no aprenderemos nunca a disfru- tar de la infinita y eterna perspectiva de esa realidad para la que fuimos creados, por lo que nuestras facultades de juicio se veran substancialmente recortadas. David nos muestra un poco de esa perspectiva eterna al escri- bir acerca de “los reyes de la tierra” que inician movimientos y sistemas con los cuales pretenden reemplazar a Dios (Salmo 2:2). David habria sido intimidado por esos reyes y movimientos, de no haber tenido la perspectiva de un Dios eterno y soberano al que describe sentado en los cielos y riéndose de todas esas inttiles maquinaciones. {Y el resultado? David no era dado al temor, como algunos habrfan podido serlo no teniendo la perspectiva eterna. Si no disciplinamos el centro espiritual de nuestro mundo in- terior, un segundo privilegio que nos faltar4 seré el de una amis- tad dinémica y vivificadora con Jesucristo. David estuvo muy cons- ciente de que habfa perdido ese tipo de contacto con su Dios al 116 / Ponga orden en su mundo interior pecar con Betsabé, y s6lo pudo soportarlo por cierto tiempo, des- pués de lo cual fue corriendo al Senior con un Ilanto de confesién y suplica para ser restaurado. Esa intimidad con Dios significaba demasiado para é]. Un tercer privilegio que perderan los espfritus indisciplinados ser el del temor de tener que dar cuentas a Dios. Habré un cre- ciente olvido por su parte de que todo cuanto somos y poseemos procede de la bondadosa mano del Senor, y caer4n en la costumbre de suponer que todo nos pertenece a nosotros. Esto fue lo que le sucedié al rey Uzias de Judé, quien habia tenido una magnifica relacién con Dios y la dejé deteriorarse (2 Crénicas 26). El resul- tado fue un aumento de su orgullo que lo condujo a una vergonzosa caida. Uzias empezé como un héroe, pero acabé como un necio. La diferencia consistié en el creciente caos y desorden de su huerto interior. El permitir que nuestro centro espiritual se deteriore signifi- card, en cuarto lugar, que perderemos /a conciencia de nuestra magnitud real en comparacién con la del Creador. Y en sentido inverso, olvidaremos el cardcter especial y el valor que tenemos para El como sus hijos. Olvidando estas cosas, cometemos los erro- res del hijo prédigo y terminamos haciendo una serie de juicios desastrosos que producen dolorosas consecuencias. Por ultimo, un descuidado y desordenado centro espiritual im- plica, generalmente, pocas reservas o determinacién para momen- tos de crisis tales como el fracaso, 1a humillaci6n, el sufrimiento, la muerte de un ser querido o la soledad. Esta era la desesperada situacion de Rutledge. jQué distinta de la situacién de Pablo en la c4rcel romana! Todos habfan dejado al apéstol, por buenas o malas razones, pero 6] estaba seguro de que no se hallaba solo. ¢Y de dénde le venia esa seguridad? Le venia de aquellos afos de disciplina espiritual, de cultivo interno que habfan dado como resultado un lugar en el que él y Dios podfan encontrarse a solas, a pesar de toda la hostilidad del mundo publico que lo rodeaba. CUAL SERA EL PRECIO? Cuando el huerto interior se esta cultivando y el Espiritu de Dios se halla presente, las cosechas son acontecimientos regula- Orden en el huerto/117 res.

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