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CONCEPTOS EN TORNO A LA CIENCIA Autores Varios, en Reyes, R. (1988): Terminolog@a Cient@fico-Social. Barcelona: Anthropos CIENCIA (Agust@n Garc@a Calvo) Se aplica el nombre propiamente a las ciencias que tratan de la Realidad (v@ase Realidad). Los tratados cient@ficos se titulaban entre los antiguos Periphyseos, lo que, anacr@nicamente, ero con correspondencia bastante exacta, puede traducirse De la Realidad, Y as@ es que Ciencia por antonomasia es la F@sica, y las otras ciencias que versan sobre aspectos de la Realidad, f@sicos 0 sociales, pueden considerarse como ramas de la F@sica més o menos incorporadas, lo cual en el progreso se se@ala por la adopcign més o menos @ntima de un lenguaje matem@tico. Esto excluye de la denominacin de @ciencia® a la Matem@tica, que no pretende, ni como Aritmética ni como Geometr@a, referirse a una realidad exterior a su lenguaje, una Aritmética © C@lculo cualquiera en cuanto que toma los cuantificadores @en el vac@o@, como sus objetos, una Geometr@a en cuanto que los objetos que usa son los significados de los nombres de su lenguaje, sin necesidad de denotaci@n real alguna; y s@lo por motivacig>n externa entra la Matem@tica como lenguaje al servicio de la F@sica. Excluye tambin esto a la Gram@tica (no otros estudios ling@@slicos: v@ase Lenguaje), que no toma el lenguaje como realidad, sino que es ella lenguaje recobrando conciencia de s@ mismo (y es claro que una L@gica, en la medida que pudiera no ser ni matem@tica ni gram@tica, no entrar@a tampoco bajo el t@tulo de @ciencia@); y excluye asimismo una actividad como la del psicoan@lisis, que es también descubrimiento de algo antes sabido, y no saber de nada ajeno al sujeto del saber. En cuanto a @Filosofa@, es s@lo un viejo nombre que hasta el s. XVIII se usaba para designar la Ciencia en general. Al establecer el nombre de @ciencia® (al par que las Ciencias se desarrollaban), el de @Filosofa@ qued@ en una situaci@n vaga, us@ndose ora para aludir a una ciencia gen@rica de la Realidad, ora para intentar agrupar algunas disciplinas l@gicas y psicol@gicas y, en @Itimo t@rmino, qued@ desplazado de su papel de Ciencia de las Ciencias; por eso que hoy prefiere llamarse Epistemolog@a, y ha quedado entregado, por un lado, a la mera Pedagog@a (en contra de la tradici@n antigua, que separaba de una parte Ciencia, e.e. Filosof@a, y de otra Letras 0 Humanidades), y por otro lado, a los usos de pol@ticos o empresarios, que hablan de la filosof@a de un plan ministerial 0 de una gestign comercial, queriendo decir la doctrina o convicciones que, seg@n ellos, sostienen o dirigen la empresa de que se trate. Esa condici@n de la Ciencia, de versar sobre la Realidad, implica l@gicamente que la Ciencia no puede reconocerse a s@ misma como lenguaje; y de hecho notamos que ninguna F@sica, Uotro estudio con pretensiones de cient@fico, empezar@a defini@ndose a s@ mismo como un caso de lenguaje: es evidentemente un caso de lenguaje, pues que no s@lo sus doctrinas, demostraciones, c@lculos, libros 0 lecciones de ense@anza, son una clase de usos ling@@sticos, sino que hasta las experimentaciones cient@ficas no tienen sentido alguno m@s que enhebradas en un discurso, razonamiento 0 c@lculo (a la manera que, en la vida vulgar, se@as como una luz roja de sem#foro 0 una puerta entomada se incorporan a la corriente del lenguaje en el mismo momento en que quieren decir algo); pero, siendo ello as@, es indispensable que la ciencia no se reconozca ella misma como lenguaje: pues ello inmediatamente amenazar@a su pretensi@n constitutiva de referirse a una realidad que ella ha de imaginar enteramente externa y ajena de su lenguaje. La Ciencia, en cambio, ha de ser objetiva, e.e. acatar y fundarse sobre la oposici@n entre Podjeto@ y @sujeto@, que, por m@s incapaz de definici@n un@voca ni precisa que haya demostrado ser no ha dejado de ganar con el proceso un estatuto cada vez m@s firme: ha de creer, en suma, que ella versa sobre cosas (@tomos o insectos oct@podos, por ejemplo) que a Su vez no versan sobre nada (no son sujetos); de modo que, cuando formas toscas y aproximativas de la f@sica toman como objeto poblaciones de una regi@n del globo 0 mecanismos de informaci@n de los centros cerebrales a las c@lulas encargadas de verter hormonas en la sangre, o hasta quieren hacer objeto suyo la comparaci@n entre los sistemas monetarios de dos reinos o el cambio de una escritura ideogr@fica por otra alfab@tica en cierta ‘@poca, no podron hacer con @xito nada de eso (es decir, con estilo que pueda elevar el estudio respectivo a la dignidad cient@fica) si no es en la medida que consiguen hacer de esos temas verdaderos objetos mudos, y s@lo as@ medibles y contables: cualquier asomo de Subjetividad en sus objetos acarrear@a de inmediato que el propio lenguaje de ese estudio quedase tachado de subjetivo y no cient@fico. Tan necesaria es la oposici@n entre lo uno y lo otro. Y, sin embargo, la consideraciyn desprevenida de la Ciencia (vista a su vez desde fuera, como objeto) muestra que, dondequiera que aparece un @tomo, allé estoy YO (en cuanto que yo precisamente, objetivado, soy tambi@n un tomo), y los problemas que al estatuto 0 din@mica del @tomo se les presenta son los mismos que se le presentan a la dingmica y estatuto de quien est@ razonando sobre el tomo. Que la Ciencia necesite en su progreso valerse de un lenguaje matem@tico, responde a la condici@n misma de su objeto, ta Realidad: teniendo el objeto al mismo tiempo que ser algo de lo que hay y que ser el que es, e.¢. estar aqu® y sin embargo ser un caso de la idea de su nombre, los n@meros han sido desde siempre el instrumento para asegurar la realidad de la idea, al dotarla de lo que llamaban los viejos l@gicos extensidn (del concepto); pues no se establece la idea de la cosa hasta que no se cuentan cosas bajo su nombre; s@lo en contar ovejas se funda claramente en @la oveja@ 0 la ovinidad, y slo el c@mputo de part@culas elementales de la misma clase establece la realidad de esa clase de part@culas. De ah@ que la Ciencia de la Realidad requiera del c@mputo y el c@lculo numérica. Y como la cuesti¢on central es la de reducir fa medida de la continuidad al c@mputo, a su vez los némeros y el c@Iculo han tenido que desarrollarse (generalizacin del concepto de @n@mero®, y del c@loulo diferencial a la teor@a de catéstrofes) por vas que no se deben al juego de Aritm@tica o Geometréa en s@, sino a la necesidad de prestarle a la Fésica tal servicio. La ciencia progresa (a velocidades m@s o menos aceleradas, a lo largo de los escasos 6.000 a@os de Historia y de los pocos m@s de 2.000 desde que qued@ fundada con Arist@teles una Ciencia propiamente dicha en nuestro mundo) en virtud, seg@n se cree, de las necesidades econ@mico-sociales de las @pocas; pero esa visi@n misma, con a su vez pretensiones de cient@fico, mantiene una nocign de Causa, que no resiste al an@lisis, y desatiende el motor interno del progreso, que est@ en la operaci@n de la ciencia misma: a saber, que cualquier investigaci@n, por sometida que est@ a los intereses del Estado y capital que la financian, a poco que se olvide de su servicio (y siempre se olvida algo, por la imperfecci@n misma del aparato de dominacin) y se deje llevar por la pasi@n del entendimiento, viene a descubrir las contradicciones inherentes a la idea general o teor@a cient@fica imperante sobre la Realidad (as@, el descubrimiento que formula Zen@n de Elea, @un m@vil no se mueve ni en él sitio donde est@ ni en el sitio donde no est@), y excita por tanto la revision y perfeccionamiento de la idea o teor@a, que trata de superar (en verdad, encubrir mejor) las contradicciones descubiertas (as@, la f@rmula de Zen@n precede inmediatamente al establecimiento de la Ciencia propiamente dicha, cuyo problema crucial sigue siempre consistiendo en la noci@n de @cuerpo en movimiento®, hasta que la nueva ideaci@n de la Realidad descubra por honesta investigaci@n sus contradicciones, dando lugar a una renovacién de la teor@a, y as@ sucesivamente. La evidencia de ello alcanza en nuestros aéos a manifestarse en la f@rmula de modestia de los f@sicos (que recogen as@, domesticada, algo de la perplejidad que la desintegraci@n de la idea de @part@cula elemental@, y tras ella de la de @universo@, hab@an acarreado las investigaciones de la primera mitad del siglo, con la vuelta sobre la cuesti@n de la propia determinacin cuantitativa de los hechos y la de la independencia entre la cosa y su observacion), seg@n la cual f@rmula no pretende la Ciencia decir mo es la Realldad, sino s@lo ofrecer modelos 0 paradigmas (v@ase Paradigma) de interpretaci@n posibles de los datos de la observacién (eco lejano de fo que el propio Einstein, al margen de su quehacer cient@fico, formulé una vez: que las formulaciones de la Ciencia @en cuanto se refieren ala realidad, no son verdaderas, y en cuanto son verdaderas, no se refieren a la realidad@); pero esa prociamacién es inoperante en punto a alterar el estatuto de la Ciencia: pues nada queda de esa modestia paradigmética en la vulgarizaci@n de la teor@a, que ha de seguirse recibiendo siempre como referente a la Realidad (@para qu@, sino, la Ciencia?); y ni siquiera a los propios cientéficos los libera de creer que aquello que formulan, aunque sea mediado por la reduccigpn a mero y posible modelo de integraci@n de datos, sigue refiri@ndose a una realidad exterior al lenguaje de la Ciencia Dos procesos son esenciales al estatuto de la Ciencia: uno, el de la especializaci@n, progresiva (con la fe impl@cita 0 explépcita de que @entre todos sabemos todo®, al estilo que Juan de Mairena comentaba, y de que los resultados de cada investigaci@n se van acumulando para construir una teor@a cada vez m@s cercana a la verdad), que evita el descubrimiento de las m@s groseras contradicciones, al imbuir en el cient@fico, por el acto mismo de la especializaciépn, la idea de que la Realidad es un todo constituido por sus partes; y otro, el de la vulgarizacién por la que la ciencia viene a confirmar (corrigiendo, mejorando) la imaginaci@n o fe sobre la Realidad que ya de por s@ est obligado a tener el vulgo, y por otra parte se hace perder eficacia a los visiumbres de contradicci@n que en el sentido com@n de las gentes de por s@ desoubre, por el f@cil recurso a la convicci@n de que all® arriba hay quienes lo entienden: doctores tiene la Iglesia. La Ciencia es parte indispensable del aparato de dominacién, y con el progreso del dinero (Capital) y del poder p@blico (Estado) progresa al mismo paso la incorporaci¢n de la ciencia al aparato empresarial y al estatal. Viene a ser as@ la Ciencia reemplazante de otras formas de fe m@s primitivas, las m@licas primero y luego las teol@gicas. Largo tiempo en competencia con ellas, vive hoy la Ciencia en compromiso y colaboraci@n con los restos de religi¢n y con las supersticiones, no ya s@lo en el conjunto de las poblaciones, sino aun dentro de la persona misma de un cient@fico individual, Ya esa connivencia denuncia por v@a extema las pretensiones de racionalidad de la Ciencia (raz@n disipadora de tinieblas en el atomismo antiguo de Epicuro o en la iluminaci@n moderma de G. Bruno a la Revoluci@n), pretensiones de raz@n que por rasgos m@s internos han quedado arriba puestas en evidencia: la Ciencia de la Realidad no es libremente raciocinante precisamente porque tiene que ser ideativa. HISTORIA DE LA CIENCIA Alberto Elena La historia de la ciencia -dec@a Kuhn a finales de los sesenta- est@ saliendo de una larga y variopinta prehistoria: en cierta medida la apreciaci@n sigue siendo justa a@n en nuestros d@as. Naturalmente no por ello hay que pensar que hasta fechas recientes nadie se haya ocupado del desarrollo de las ideas cient@ficas, pues tal cosa ser@a a todas luces falsa y -sin necesidad de retrotraemos aén m@s en el tiempo- bastar@ con recordar las contribuciones de los cient@ficos de la llustraci@n para dar fe de ello. Ahora bien, una cosa es esta historia de la ciencia hecha por francotiradores -cient@ficos, en su mayor parte- y olra muy distinta es la consecuci@n de un estatus acad@mico y profesional por parte de quienes la cultivan, fen@meno paralelo a la consolidaci¢n de la especialidad como disciplina autgnoma y que tan s@lo ha tenido lugar despu@s de la Segunda Guerra Mundial en algunos de los pa@ses culturalmente m@s avanzados. As@ las cosas, bien podr@a decirse -parafraseando a Feyerabend- que la historia de la ciencia es una disciplina nueva sobre un tema muy antiguo: aqu@, por la obvia raz@n de Ia limitaciépn de espacio, @nicamente atenderemos a su mos reciente prehistoria. ‘Acaso desde su misma formacién, pero luego en las grandes contribuciones del siglo XIX, la historia de la ciencia hab@a estado vinculada a una tradicién historiogr@fica de corte positivista. Tratados como los de Whewell, G@nther o Dannemann tienen m@s de cat@logos que de aut@nticas historias de la disciplina (0 de las diversas disciplinas cient@ficas, meramente yuxtapuestas). A falta de cualquier aglutinante -por nimio que fuera que permitiese a los estudiosos hacer un frente com@n, los padres de la moderna historiograt@a de la ciencia ejerc@an por lo comén de cient@ficos profesionales (Duhem, Cantor, Sudhoff.. ),y ello si es que no se ve@an obligados a subsistir como funcionarios del Estado (Heath, Ver Eccke ...)o.a dedicarse a m@tiers a@n m@s ins@litos (caso de Tarmery, empleado de la Tabacalera francesa), El estudio de la historia de la ciencia segu@a siendo, pues, una aventura estrictamente individual cuando irrumpi@ en escena George Sarton, que habr@a de ser su gran ap@stol y propagandista. Sarton, originario de B@lgica (donde se doctor en matem@ticas con una tesis sobre la mec@nica newtoniana), se afinc@ en los Estados Unidos en 1916 y es en este pa@s donde habr@a de desarrollar su amplia labor docente e investigadora. Su trayectoria est® sin duda ligada a la de la revista Isis, que fundara en Bélgica en 1913, y que continuarga dirigiendo al otro lado del ocgano durante m@s de cuarenta a@os. Isis, revista pionera en el campo de la historia de la ciencia (tan s@lo precedida por el Archiv f@r die Geschichte der Naturwissenschaften und der Technik y la Rivista di storia critica delle scienze mediche e nnaturali, ambas superadas de inmediato por aqu@lla), lograrda subsistir gracias al hecho de convertirse en el @rgano de la History of Science Society, fundada en Boston en 1924, antes incluso de que se constituyera -cuatro a@os m@s tarde- la Acad@mie Internationale d'Histoire des Sciences. Bajo los auspicios de @sta se celebr@ en Par@s en 1929 el 1 Congreso Internacional de Historia de la Ciencia con lo que se inauguré una larga trayectoria que alcanza ya su decimos@ptima edicign (Berkeley, 1985). La Acad@mie publicé asimismo Arche@on -luego Archives Intemationales d'Histoire des Sciences- que, junto a Isis y Osiris (Revista fundada por Sarton en 1936 para dar cabida a art@culos m@s t@cnicos y extensos que los contenidos en Isis) constituirn por mucho tiempo las principales publicaciones especializadas en este campo. La historia de la ciencia conoc@a as@ un primer conato de institucionalizaci@n, pero an segu@a ausente de los curricula universitarios y carec@a de un nicho acad@mico propio. Exist@an algunos cursos espor@dicos -siempre en secciones de filosof@a, filolog@a, f@sica 0 medicina-, pero, al margen de los que con un car@cter marcadamente excepcional impart@a Sarton en Harvard, todos ellos adolec@an de una ostensiva falta de continuidad. En 1941 se cre@ en Madison (Wisconsin) el primer Departamento de Historia de la Ciencia, pero permaneci® inactivo hasta el final de la guerra. S@lo entonces llegar@a a generalizarse esta iniciativa (muy pronto imitada en Gran Breta@a) y la nueva disciplina adquiri@ carta de naturaleza en las universidades anglosajonas. En 1947, |. Bermard Cohen alcanzarga por vez primera el grado de Doctor en Historia de la Ciencia con una tesis sobre Franklin que hab@a supervisado el propio Sarton Pero Sarton, aparte de esta labor como gestor propagandista, llev@ tambi@n a cabo algunos trabajos tan notables como su monumental Introduction to the History of Science (iniciada en 1927 e interrumpida antes de poder ocuparse del Renacimiento), obra todav@a inserta dentro de la tradici@n positivista de la disciplina. Sarton, en su aspiraciépn de conferirle a la misma un alto grado de autonoméa y especializaci@n, trat® por encima de todo de librarla de cuanto aliese a especulaci@n y metat@sica. Convencido de que la historia de la ciencia no era sino la historia del descubrimiento de la verdad objetiva, Sarton se aplic® a una labor filol@gica interesada bésicamente por establecer cronolog@as y prioridades en el desarrollo de las ideas cient@ficas. De ello result® una visign de la historia en blanco y negro, sin matices, clasific@ndose a los cient@ficos conforme a categor@as excluyentes: aquellos que acertaban a hallar el camino de /a verdad y quienes erraban y quedaban al margen del glorioso sendero de la historia. Los patrones de la evaluaci@n eran, en virtud de esa optimista concepcio>n acumulativa del progreso cient@fico, siempre los actuales, pues sin duda el hombre del siglo XX estaba mucho m@s cerca de la verdad que sus predecesores. Frente el influjo de la historiograf@a sartoniana, Pierre Duhem y E.A. Burtt abrieron -cada uno por su lado- nuevos caminos a quienes deseaban cultivar esta disciplina. Duhem, al abrazar una epistemolog@a convencionalista, hab@a relativ@zado considerablemente las dogméticas Posiciones que Sarton habr@a de consagrar, e introdujo asimismo una dimensi@n continuista en el estudio de la historia de la ciencia, hasta entonces contemplada por lo general como una sucesi@n de cataclismos o revoluciones. Burtt, por su parte, puso de relieve el enorme influjo ejercido por tas diferentes concepciones filos@ficas y teol@gicas sobre el desarrollo de las ideas cient@ficas, aunque el suyo fuese un enfoque un tanto psicologista y no alcanzase a formular ninguna tesis general al respecto: tal tarea qued@ para Alexander Koyr@. La contribucion de Koyr@ -nacionalizado franc@s, aunque nacido en Rusia- no puede entenderse si es en el marco de las coordenadas trazadas por Sarton, Duhem y Burtt. Decidido enemigo del positivismo sartoniano -en el que no ve@a sino a una alicorta labor erudita-, Koyr@ estableci@ una directa correlaci@n entre el desarrollo de las ideas cient@ficas y el de los grandes sistemas filos@ficos del pasado. EI pensamiento cient@fico no se desarrolla in vacuo, sino m@s bien en el interior de un cuadro de ideas y presupuestos que caen dentro de lo que tradicionalmente ha sido dominio de la filosofa. As@, no cabe estudiar de forma aislada la historia de la ciencia, puesto que -seg@n Koyr@- se da una unidad fundamental en el pensamiento humano: no exageran lo més m@nimo sus disc@pulos cuando afirman que de su maestro aprendieron ante todo una forma de contemplar la disciplina, es decir, la historia. En contra de lo que hab@a sostenido Duhem, Koyr@ cree que efectivamente se producen discontinuidades en el desarrollo de las ideas cient@ficas, si bien -frente a Sarton- no las concibe como bruscos golpes de tim@n resultantes de uno u otro descubrimiento, sino como profundas transformaciones de los esquemas mentales de una @poca y de sus categor@as de interpretaci@n de la realidad. Sus Etudes galilennes (1939) constituyen acaso el mayor hito de toda la historia de esta joven disciplina y probablemente todav@a hoy contin@an haciendo las veces de vademecum inici@tico para buen n@mero de j@venes historiadores. Sea como fuere, la gran quaestio disputata de la modema historiograf@a de la ciencia encontré ya su eco en las p@ginas de ese fecundo ensayo: me refiero, claro est®, a la controversia que opone a internalistas y extemalistas. Koyr@, al hablar de mutaciones estrictamente intelectuales, rehus@ siempre aceptar aquellas tesis que subrayan el influjo determinante de factores extrate@ricos (fundamentalmente tecnol@gicos y econ4micos) sobre el desarrollo de la ciencia, La cuesti@n estaba a la orden del d@a porque el soci@logo norteamericano Robert K. Merton acababa de publicar en Osiris (1938) un largo trabajo titulado @Science, Technology and Society in Seventeenth-Century England@, en el que abogaba por tales puntos de vista y ofrec@a una interpretaci@n externalista del nacimiento de la ciencia modema. Con los 240s, Koyr® se mostr@ cada vez m@s intransigente hacia estos enfoques, arrastrando tras de - 5 a un nutrid@simo grupo de disc@pulos (Taton, Costabel, Russo, Hall, Gillispie, etc.), pero al mismo tiempo la producci@n de los historiadores de corte externalista se hizo cada vez m@s significativa y, desde luego, gan@ en lucidez y sofisticaci@n; bien puede decirse que las espadas siguen en alto, aunque en la actualidad parezca obvio que no se trata de una disyunci@n excluyente en la que el historiador deba apostar por una y s@lo una de las opciones. Naturalmente no son @stas las @nicas cuestiones debatidas por los historiadores de la ciencia. La progresiva convergencia de historia y filosof@a de la ciencia en la d@cada de los sesenta -gracias a los trabajos de Kulin, Feyerabend, Lakatos y un largo etc@tera- oblig@ a (e)plantearse algunos problemas que hasta entonces no hab@an alcanzado la repercusi@n a que sin duda eran acreedores. As@. fildpsofos e historiadores se preguntaron al un@sono por la racionalidad o irracionalidad del progreso cient@fico -supuesto que @ste existiera- y en sus estudios sobre la gran revoluci@n cient@fica del siglo XVII sacaron a relucir la existencia de numerosas l@neas de fuerzas dif@cilmente reductibles a los habituales patrones esgrimidos Por los epistem@logos: el notable auge de los estudios sobre el hermetismo renacentista, por ejemplo no puede explicarse sin atender a este contexto. En cualquier caso, tampoco en este punto puede decirse que la discusign haya quedado zanjada y ante la imposibilidad de ocupamos aqu® in extenso de la misma, el lector interesado deber@ consultar las entradas Filosof@a -teor@a- de la ciencia; Paradigma; Programas de investigaci@n; Progreso cient@fico; Ruptura epistemol@gica; Teor@as-paradigmas-inconmensurables; y @Todo vale? FILOSOF@A -TEOR@A- DE LA CIENCIA Andr@s Rivadulla La dedicaci@n cada vez més intonsa y extensa a la ciencia por parte de los pa@ses desarrollados, y la diversidad y especializaciépn crecientes de las disciplinas cient@ficas, nos proporcionan un conocimiento cada vez més profundo del mundo que, aparte de la satisfacciépn intelectual que ello supone, nos permite un aprovechamiento pr@ctico de indudable importancia para la vida humana, para nuestra felicidad. Los avances en medicina, agricultura, prevencién de cat@strofes, medios de comunicacién, etc. son una referencia cotidiana de c€mo una investigaci@n -m@s o menos orientada, m@s o menos condicionada- del mundo produce beneficios para la humanidad (desgraciadamente tambi@n peligros grav@simos de holocausto nuclear y ecolégico que, @ojal@!, el triunfo de la razépn y la solidaridad puedan algén déa hacer desaparecer). Al margen de estos riesgos, demasiado presentes para ser obviados, podemos convenir que la ciencia investiga el mundo por el afn de conocimiento, por la necesidad de satisfacer la curiosidad que estimula lo que nos rodea y lo que no vemos, pero intuimos, y con el objeto de sacar provecho préctico para la vida de nuestra especie y entomno, Desde un punto de vista filos@fico, y en un nivel que nada tiene que ver con la divulgaci@n o el periodismo cient@ficos, la actividad cientépfica misma y sus productos plantean un n@mero considerable de interrogaciones que no interesan primariamente al hombre de ciencia, porque no son preguntas propias de la ciencia real sino de la metaciencia, a saber: las cuestiones que conciemen la definicin y clasificaci@n de los conceptos cient@ficos; el problema de los t@rminos te@ricos de la ciencia; la naturaleza de las leyes cient@ficas; la estructura l®gica, evoluci@n y desplazamiento de las teoras cient@ficas; la contrastacign emp@rica de la hip@tesis y teor@as y la posibilidad de una l@gica inductiva; la gia de la inferencia estad@stica; la explicaci@n cient@fica; el progreso cient@fico; a fundamentacion del conocimiento; el sentido y la referencia de los t@rminos de la ciencia; la normatividad de la actividad cient@fica; Ia verdad, etc. Estas cuestiones, y muchas m@s, que son las que interesan al fild9sofo 0 te@rico de la ciencia, constituyen las preguntas de car@cter metodolégico, l@gico, epistemolégico y seméntico que agotan el objeto de la filosofa o teor@a de la ciencia, la cual se conforma as@ como una disciplina de rango metacient@fico: mientras la ciencia investiga el mundo, la filosof@a (teor@a) de la ciencia analiza la ciencia misma, Digamos, entre par@ntesis, que filosof@a de la ciencia es el t@rmino que se emplea en el @mbito anglosaj@n, y teor@a de la ciencia el que se utiliza en el @mbito germ@nico. La filosof@a de la ciencia da cuenta pues tanto de cuestiones sisteméticas (o sincrénicas) de la actividad cient@fica, como de aspectos hist@ricos (0 diacrénicos) de la misma, e.d. del cambio cient@fico. Mas, sobre la naturaleza de la teor@a de la ciencia, cabe preguntarse tambi@n si @sta es una disciplina emp@rica dedicada exclusivamente a desoribir e identificar la estructura l@gica de los productos proporcionados por la ciencia y su forma de aplicaci@n a la realidad, 0 si por el contrario (0 también), se encarga de dictar las normas por las que se debe guiar la actividad cient@fica real. El recurso a la afirmaci@n de que la tarea de la filosoféa de la ciencia es la de llevar a cabo una reconstrucci@n racional de la ciencia, o sea, una explicacién del conocimiento cient@fico Por medio de conceptos I@gicos, epistemolégicos y pragm@ticos, seg@n opina Wolfgang Stegm@ller, no evita la cuesti@n, ya que toda reconstrucci@n racional de la ciencia -y lo que se viene haciendo en teor@a de la ciencia desde sus or@genes no es sino plantear propuestas de reconstrucci@n racional del conocimiento cient@fico- o bien se hace desde una perspectiva filos@fica determinada, o bien es susceptible de recibir una interpretaciépn filos@fica particular. Ahora bien, toda filosof@a o teor@a acerca de la ciencia comporta siempre una metodolog@a en base a la cual se reconstruye racionalmente la ciencia. Luego, parece dif@cil negar que, adem@s de descriptiva, la filosof@a 0 teor@a de la ciencia, también es de facto una empresa normativa o prescriptiva, El origen oficial 0 p@blico de la filosof@a actual de la ciencia puede situarse en el Primer Congreso sobre Epistemolog@a de las Ciencias Exactas, celebrado en Praga del 15 al 17 de septiembre de 1929. La propuesta de su celebraci@n fue sugerida por Hans Reichenbach y su organizaci@n corri@ a cargo de la Sociedad Ernst, Mach de Viena en colaboracién con la Sociedad de Filosof@a Emp@rica de Berlén. La invilaci@n a participar en el mismo fue incluida en ta invitaci@n a asistir al Quinto Congreso de F@sicos y Matem@ticos Alemanes, una vez que la Sociedad Alemana de F@sicos aceptase la conexién del citado Primer Congreso con el de f@sicos y matem@ticos. Algunas ponencias, como la de Philippe Frank, que tambion ley@ el discurso de apertura: ©@Qu@ representan las teor@as f@sicas actuales para la teor@a general del conocimiento?@ y la de Richard von Mises: @Sobre regularidad causal y estad@stica en la f@sica®, fueron presentadas en el Congreso de F@sicos y Matem@ticos. El hecho pues, por una parte, de la concurrencia de f@sicos, matem@ticos y filpsofos en un congreso en el que se discuti@ sobre la concepciéyn cient@fica del mundo (del C@rculo de Viena), sobre probabilidad y causalidad, y sobre cuestiones fundamentales de légica y matem@tica -lo que demostraba que en filosofa se estaba produciendo un aut@ntico cambio de orientacién o de rumbo-, y la circunstancia, por otra parte, de que en sucesivos congresos y publicaciones se fuera desarrollando la temética discutida en el Primer Congreso mencionado, hasta formar el cuerpo de cuestiones que hoy constituye -acad@micamente hablando- la filosofa o teor@a de la ciencia, autorizan a considerar justamente situado el origen de esta modema disciplina. Este hecho no debe hacemos olvidar sin embargo la existencia de una filosof@a de la ciencia precedente con concepciones tales como pragmatismo de Ch. S. Peirce y W. James, el convencionalismo de H. Poincar®, el instrumentalismo de P. Duhem, el operacionalismo de PW. Bridgmann, asé como la modema filosof@a de la naturaleza de W. Ostwald y H. Dingler, ni tampoco el que la epistemolog@a del positivismo l@gico, una de las dos cunas -la otra la representa cuasi en solitario Karl R. Popper- de la filosof@a actual de la ciencia hundiese sus ra@ces en el empirismo de Locke, Berkeley y Hume, el positivismo de Comte y Mill, el atomismo l@gico de Russell y el empiriocriticismo de Mach y Avenarius. La filosof@a de la ciencia nace ya sobre el fondo de una disputa que concieme la esencia misma de la epistemolog@a: frente a la cuesti@n central del positivismo o empirismo l@gico, 0 neopositivismo: @@a qu® es reducible el conocimiento?@, Karl Popper plante@ la siguiente, caracter@stica de su posicign denominada posteriormente racionalismo cr@tico: @@c@mo podemos criticar @ptimamente nuestras teor@as?@. Esta divergencia bésica determing tambi@n dos actitudes radicalmente opuestas acerca tanto del criterio de demarcaci@n entre ciencia y pseudociencia -el de falsabilidad de Popper frente al neopositivista de verificabilidad en principio-, como principalmente sobre la posibilidad de una légica inductiva, pol@mica @sta entre camapianos y popperianos que a@n perdura. Por otra parte, y ya m@s recientemente, la orientaci@n diacr@nica o hist@rica de la filosof@a de la ciencia también ha dado paso a una gran controversia sobre las formas, m@todos y metas del progreso cient@fico. El coloquio intemacional sobre Filosof@a de la Cienci celebrado en Londres en 1965, y cuyas ponencias aparecen recogidas por Imre Lakatos en 1970 en La cr@tica y el desarrollo del conocimiento, Barcelona, Grijalbo, 1975; la publicacin por Paul K, Feyerabend en 1970 y 1975 de su Contra el m@todo y Tratado contra el m@todo respectivamente en Barcelona, Ariel, 1975, y Madrid, Tecnos, 1981; la aparicién en 1971 de la obra de Joseph D. Sneed: The Logical Structure of Mathematical Physics, Reidel, Dordrecht-Holland, y finaimente el Coloquio sobre la L@gica y Epistemolog@a del Cambio Cient@fico, organizado en Helsinki por la Sociedad Filos@fica de Finlandia en 1977, y cuyas Ponencias aparecen recogidas en Acta Philosophica Fennica, 1978, han puesto de manifiesto la existencia de la pol@mica Popper-Kulin-Lakatos acerca del desarrollo cient@fico, del enfrentamiento del anarquismo epistemol@gico de Feyerabend con Popper, Kuhn y Lakatos, y de la rivalidad de tas concepciones realista y estructuralista acerca del progreso cient@fico: controversias que ocupan en gran medida la atenci#pn de los te@ricos de la ciencia contempor@neos. La filosof@a de la ciencia es en Espaéa una disciplina considerablemente nueva, si bien en el @mbito hispanoamericano el argentino Mario Bunge, profesor de la Universidad Mc Gill de Montreal, contribuye desde los a@os sesenta al desarrollo de la misma manera importante. Entre las obras m@s modernas sobre o de filosofa de la ciencia publicadas en Espa@a por filsofos latinoamericanos y espa@oles cabréa destacar a Mario Bunge, Epistemolog@a, Barcelona, Ariel, 1981: Nicanor Ursua y otros, Filosof@a de la Ciencia y Metodolog@a Cr@tica, Bilbao, Descie de Brouwer, 1981; Carlos U. Moulines, Exploraciones Metacient@ficas, Madrid, Alianza Editorial, 1982; Jes@s Moster@n, Conceptos y teor@as en la Ciencia, Madrid, Alianza, 1984; Andr@s Rivadulla, Filosof@a actual de a Ciencia, Madrid, Editora Nacional, 1984, CIENCIA-T@CNICA Laureano P@rez Latorre En sus l@neas m@s abstractas la relaci@n entre ciencia y t@cnica es una variante del viejo asunto filos@fico teor@a-pr@etica, pero hoy resulta adem@s algo muy vivo, pues ambas son realidades que de hecho influyen y condicionan la vida y el futuro del hombre. De ah@ que buena parte de las ideas sobre ese doblete se haya centrado més que en el estudio de su racionalidad espec@fica, en los problemas précticos y morales que las dos comportan. No obstante, parece conveniente una reflexin cr@tica sobre tales conceptos y su uso, aunque s@lo sea para deshacer cierlos equ@vocos y ayudar con ello a un planteamiento m@s claro del tema. Lo que haremos es caracterizar de forma muy esquem@tica cada una de ellas y as@ ver sus semejanzas y diferencias, Lo que en la actualidad se entiende por conocimiento cient@fico o ciencia (la ciencia, como la Religi@n o la Filosof@a, es una mala abstracci@n interesada) es la articulaci@n de tres aspectos 0 componentes indisolubles: te@rico, préctico ¢ ideol@gico. En el te@rico la ciencia aparece como un sistema de explicar y racionalizar el mundo con m@todos, normas, conceptos, valores, etc., que la configuran como un modo de conocimiento espec@fico. En el pr@ctico hay que hacer hincapi® en su aplicaci@n, en su utiidad, en la capacidad real de transformar y controlar més profunda y r@pidamente el mundo natural 0 social. Finalmente, en el ideol@gico resulta la ciencia una forma de justificacin de los m@s variados intereses sociales, adem@s de las valoraciones que ella misma incluye: mayor conocimiento, liberaci@n del hombre (0 su opresi@n y control, seg@n gustos) elc., y los nuevos valores que necesariamente va creando como realidad social que es. Por la l@gica de la divisi@n del trabajo, en la filosof@a de la ciencia y en los @mbitos acad@micos se tiende a privilegiar el primero de ellos y a considerar a los otros dos como secundarios 0 hist@ricamente contingentes. Pero siendo una forma de conocer la realidad es, el mismo tiempo y por fuerza, una manera de actuar sobre ella: incluso en el plano reducido de la investigaci@n cient@fica, la contrastaci@n, sea emp@rica o te@rica, es en @itima instancia Una accién material programada, un momento inexcusable de ella y no un a@adido accidental Por otra parte, los valores de la ciencia no son s@lo los cl@sicos de verdad, universalidad, validez general y objetividad, sino también la operatividad y, derivados de @sta, el poder y el prestigio. Si @nicamente fuera un modo de entender el mundo y de dar sentido a nuestra experiencia, la ciencia no ser@a muy distinta y @mejor® que la filosof@a o la mitolog@a. Su car@cler y superioridad residen precisamente en eso: en su dominio y actuaci@n eficaz sobre lo real dentro de unos marcos productivos y unos intereses sociales que exigen algo diferente de la econom@a artesanal y del control religioso. Es indudable que esos tres valores -operatividad, poder, prestigio- se basan en gran medida en los cuatro antes citados; que la verdad y objetividad cient@ficas, por ejemplo, nos hace conocer mejor la estructura profunda y compleja de los hechos, @nica manera de poder modificar radicalmente lo real. Pero no debe olvidarse que esos valores resultan adecuados y valiosos en funcign de unos objetivos, manifiestos 0 latentes. Para el budismo zen o el @xtasis trascendental, pongamos por caso, son la salvaci@n, la felicidad, la fusi@n con lo absoluto o cosas similares, y las nociones de verdad y conocimiento implicados en ellos cobran sentido, como saber social dominante, en base a esos objetivos y a unas determinadas circunstancias hist@ricas. Para la ciencia, por contra, son la transformaci@n, el dominio, la disponibilidad técnica, etc., y todo ello con independencia de la subjetividad y motivaciones de santones 0 cient@ficos, seg@n los casos. Es esa disparidad de fines la que posibilita el que saberes tan diferentes sigan coexistiendo incluso en las sociedades actuales. Por eso resultan ya insostenibles (ano ser como perlas de la ideolog@a gremial cient@fica) especies como @la ciencia busca conocer por conocer@ 0 @para el cient@fico el conocimiento es una meta @Itima que no requiere justificaci@n@. Si se trata de conocer por conocer, sin que otras metas o las condiciones hist@ricas intervengan, entonces el surgimiento, desarrollo y predominio de la ciencia frente a formas distintas y muy anteriores de conocer resulta algo tan esot@rico como la c@bala. En suma: por su m@todo, por sus objetivos y por la realidad social en que se inserta, la ciencia es Un tipo de conocimiento volcado en la transformacién y dominio m@s eficaces de cosas y hombres; sin ello ser@a otro modo de conocimiento, pero no el cient@pfico. La t@cnica, en un sentido laxo y referida al hombre, es una acci@n racional con vistas a modificar el medio y a s@ mismo. M@s antigua y gen@rica que la ciencia, se la considera como un saber pr@ctico y @til pero con escaso fundamento teor@tico. Sin embargo, desde finales del siglo XIX, su aplicacigyn masiva y su conexién con la ciencia la han transfigurado en tecnolog@a, y con ello se han acrecentado las dudas acerca de su identidad, sentido, bondad para el hombre, etc. Pues eso es la tecnolog@a: técnica aplicada a la producci@n y basada en conocimientos oly m@todos de la ciencia; es decir, la s@ntesis de teor@as cient@ficas, t@cnicas especiales y artefactos complejos. Aunque acaso sea un reduccionismo algo abusivo, en adelante entenderemos tecnolog@a como la técnica actual y haremos sin@nimos ambos sustantivos. Lo propio de ella es a utilidad, la eficacia en, y ei control de problemas concretos; sus condiciones: el conocimiento cientéfico y todo el aparato industrial de las sociedades llamadas avanzadas. Por lo que vemos, ciencia y técnica coinciden su sentido transformador, tambi@n, y de momento, en la dependencia de @sta respecto de aquélla. Asimismo, como diversos estudiosos han hecho notar, la estructura formal, el esquema l@gico de ambas es muy similar, sus sistemas de explicaci@n e investigaci@n concuerdan sustancialmente. En fin, aparece de hecho soldada @ntimamente a la t@cnica en la estructura productiva, dando lugar a la pomposa denominaciopn @revoluci@pn cient@fico-t@cnica®. Cé@mo, pues, diferenciarlas? ‘Veamos algunas respuestas, todas ellas versiones de una misma obsesi@n. Primeramente, frente a esa realidad féctica, se recurre a la distinci@n entre ciencia pura (0 b@sica) y ciencia aplicada, de suerte que aunque @sta resultase ya indiscernible de la t@cnica, siempre quedar@a a salvo el car@eter teor@tico de la ciencia en s@- la ciencia pura trata s@lo con Ia verdad, su campo de investigacién es m@s amplio, la formulaci@n de teor@a es su tarea primordial, etc. Pero incluso la ciencia pura necesita y depende cada vez m@s de la t@cnica para la contrastaci@n de sus hip@tesis, as@ como a su vez la t@cnica le plantea nuevos problemas y hace surgir facetas originales en los fenmenos investigados, de manera que ambas forman un ciclo continuado donde es difécil determinar cud! de ellas es condici@n de la otra; esto es particularmente claro en las ciencias m@s desarrolladas y Punteras. En segundo lugar, desde el lado de los objetivos, la t@cnica (y su gemela, la ciencia aplicada) es instrumentalista y pragm@tica, le interesa s@lo el conocimiento en tanto sea @i, busca resultados operatives; la ciencia pura, un mayor y mejor conocimiento con independencia de otra consideraci@n. Aqu@ hay que volver a aplicar las créticas hechas, l@neas antes, a prop@sito del conocimiento @desinteresado@. Pero ademés, en realidad, en estos argumentos @no se est® confundiendo objetivos con justificaciones? La t@cnica no se presenta como un fin en s@ mismo, sino como medio o requisito para metas superiores: el bienestar, la libertad, el progreso, etc. Estos objetivos (y a la vez valores) son tan absolutos y ‘@ltimos como puedan ser los de conocimiento y verdad de la ciencia; més a@n, unos y otros se condicionan mutuamente, Sin embargo se utiizan criterios distintos: en el caso de la t@cnica se toma s@lo en cuenta su realidad institucional y social, y en el de la ciencia, las convicciones del investigador te@rico 0, como tambi@n se dice, el @esp@ritu de la cienciag. Lo que discutimos no es, por tanto, el que el conocimiento de la supuesta ciencia pura (0 aplicada, o ciencia sin m@s) sea ms @profundo@ que el de la t@cnica, asunto que se quiere hacer pasar como crucial, sino que haya ciencia sin t@cnica, que pertenezcan a campos distintos y que se basen en valores y objetivos dispares. A menos de quedarse anclados en la idealizada imagen de la ciencia, representada por individuos como Galileo o Einstein, nos parece que en todo caso la diferencia entre una y otra ser@a de grado pero no de naturaleza y, en realidad, una cuesti@n de especializaci@n. Por timo, y quiz@s sea la raz@n de m@s peso, las diferencias vendréan del lado @tico y del uso que se haga de ellas. Es as@ que la ciencia construye teor@as que nos explican ciertos sucesos, y la t@cnica descubre, y con la industria construye, los elementos id@neos bien para manejar algunos de esos sucesos, bien para producir fen@menos concretos. Lo importante, se dice, es que la t@cnica no es aut@noma ni neutral en su objeto y finalidad: ambos vienen determinados por los poderes econ@micos, las decisiones poléticas y las concepciones ideol@gicas consiguientes, en base a patrones de eficacia y utilidad. La ciencia, por su parte, s@: la objetividad y verdad de la investigacién no tienen condicionantes externos a ella misma. Otra vez se recurre indirectamente a la tajante distinciépn puralaplicada a fin de descargar la responsabilidad moral sobre la t@cnica, que ser@a la comprometida, y de salvaguardar la pureza de la ciencia, que ser@a el bueno de este drama. No recuerda esto la velusta dicotoméa entre la filosof@a como amor al saber y ciencias particulares como empe@o de dominar el mundo? Pero en este c@nico juego del @t@ Ia llevas®, también la t@cnica puede reivindicar su inocencia: la ciencia es quien pone los conocimientos, los poderes pol@ticos los objetivos, y quienes juzgan su buena o mala aplicacién son los diversos grupos sociales. Ella es eso: una @t@cnica®, un medio neutral. La ideolog@a tecnicista bascula en esta doblez: en un caso es tecnocr@tica (como cruzado del bienestar) y en otro tecnofl@cida (sufrido instrumento de ciencia y polética). Igual ocurre con la ideolog@a cientificista: ora es descarada (@s@lo con la ciencia es posible el progreso@ seg@n propagaba el Forum At@mico Espa@ol), ora la inmaculada conceptuacién (conocer por conocer) Descendiendo a un terreno més concreto, es obvio que los cient@ficos no investigan objetos indiscriminadamente, sino que eligen unos y no otros, y esa elecci@n est@ también prefijada (m@s all de vocaciones, gustos y capacidades personales) por los mismos poderes que dirigen la t@cnica. Los especializados sistemas de ambas requieren un tiempo, unos medios y nas condiciones que s@lo una fuerte financiaci@n, privada o estatal, puede proporcionar. Son esos poderes e intereses los encargados de hacer posibles o no, de fomentar o no, las investigaciones y aplicaciones tanto de la ciencia como de la t@cnica: los ejemplos de tales preferencias son abundant@simos y, en el caso de las ciencias sociales, el filtro ideoldgico resulta a@n m@s evidente. Que las ciencias no rinden una utiidad instrumental inmediata y que no se las sostiene s@lo por esa premura, es cierto; tan cierlo como que con sus investigaciones -la mec@nica cudpntica y la genética son dos casos t@picos: se obtienen a medio y largo plazo resultados pré@cticos y operativos: eso ya lo han aprendido los gobiemos y las multinacionales, pero no al parecer ciertos te@ricos de la ciencia. Frente al t@pico de que la curiosidad cient@fica puede a veces dar frutos précticos y aplicarse técnicamente, parece m@s realista considerar que ciencia y técnica son momentos@ de un solo y mismo proceso, con un com@n objetivo general. La bondad 0 maldad del complejo cientépfico-t@cnico, as como su sentido y uso, guardan relaci@n con el papel que desempe@e y los fines perseguidos; pero tal complejo no es independiente de la realidad social, sino que constituye uno de sus elementos y motores, y ni siquiera el principal. Es, pues, en el modelo de sociedades elegido, o impuesto, donde se juega el tipo de ciencia-t@cnica que hay que gozar o sufir. CIENCIA SOCIAL, CONOCIMIENTO ESPONT@NEO Y SENTIDO COM@N Ferm@n Bouza La distinci@n entre lo sagrado y lo profano en las sociedades primitivas y, consecuentemente, entre magia y religi@n, por una parte, y ciencia por otra, es m@s aparente que real (v@ase Malinowski, 1979): una divisi@n de espacios y tiempos, de lugares y horas, casi apenas de mé@todo, todavéa. Lo sustancial de estos tres saberes es la b@squeda de conocimiento sobre el mundo y el trasmundo. Ayer y hoy la necesidad y la intencién de conocer se estructura en estratos varios que, ahora s@, son divisiones fundamentalmente de m@todo. No se puede hablar de magia, ciencia y religi@n como de algo absolutamente separado, pero s@ es factible aceptar, con los clésicos, ciertas variaciones de m@todo entre los saberes sagrados -que ahora habr@ que completar- y la Ciencia. Si entendemos por profano todo saber deliberadamente sistem@tico que tiende a la corroboraci@n y rechaza por principio el sentido com@n, la ciencia ser@a ese saber desacralizado. Al contrario, toda conducta cognoscitiva que ignora Ia sistematicidad y la refutaci@n, es pura intuiciépn, estricto sentido comén personal en el que pastan a@n todos los s@mbolos y creencias intocadas, sagradas. El conocimiento esponténeo aparece hist@ricamente bajo una forma en la que el sujeto y el objeto se confunden, prolongando el hombre y el grupo su propio ser en toda la realidad, @proyectando@ su propia @@nima@ (animismo) en todo lo que existe. De este primer conocimiento espont@neo podréamos decir lo mismo que Piaget del lactante, con todos los matices y cautelas precisos a tal comparaci@n filo-ontogen@tica: @En una estructura de realidad en la que no existen ni sujetos ni objetos, es evidente que el @nico lazo posible entre lo que ser@ un sujeto y los objetos est@ constituido por las acciones, pero por acciones de un tipo particular, cuya significaci@n epistemol@gica parece instructiva. En efecto, tanto en el terreno del espacio como de las diversas modalidades (claviers) perceptivas en construccién, el lactante relaciona todo a su propio cuerpo como si fuera el centro del mundo, pero un centro que se ignora a s@ mismo. En otras palabras, la accién primitiva se caracteriza al mismo tiempo por una indiferenciacién completa entre lo subjetivo y lo objetivo y por una centraci@n fundamental aunque radicalmente inconsciente, puesto que est® ligada a esta indiferenciacign@ (Piaget, 1970, pp. 16-17) (el subrayado es m@o). Que la operaci@n que se adscribe hist@ricamente a la cultura milesia de traspasar el momento animista y escindir al sujeto de su objeto para mirarlo, para observarlo, sea extensible al conocimiento general espont@neo del hombre com@n, de hoy y siempre, es m@s que dudoso. Que la ciencia, incluso, haya abandonado para siempre los pecados proyectivos, es patentemente falso. Pero como intenci@n es rigurosamente cierto: la ciencia se ha construido sobre el postulado de la distancia. Con una arrogancia ilimitada, el conocimiento cient@fico ha reducido al conocimiento espont@neo al mundo de lo trivial, enajenado e insignificante. Esta actitud puede haber sido -con importantes matices-, al menos en las ciencias naturales, enormemente fruct@fera: cuando Leucipo y Dem@crito postularon los @}tomos lo hicieron contra el sentido com@n. Contra el sentido comén son las tesis de Einstein, de Freud y, en muchos puntos, las de Marx Sin embargo, es preciso comenzar a diferenciar ya entre ciencias sociales y naturales para situar el tema del conocimiento espont@neo en su justo lugar en cada caso, porque si el sentido comén sirve poco més que para improvisar algunos juegos de @bricolage@ con los objetos naturales, por contra, el sentido comén sirve también para vivir socialmente: para organizar la vida propia y la vida del grupo, captar y manipular las acciones ¢ interacciones, etc, EI conocimiento social espont@neo constituye una sociolog@a altamente elaborada que se puede convertir en objeto de la Sociolog@a, que acta as@, entonces, como Metasociolog@a. En esta Idnea, estar@an los interaccionistas simb@licos (en la lnea de GH. Mead, v@ase Mead, 1972), los sociol@gos de la vida cotidiana (como Goffman) de diversa procedencia, sean 0 no clasificables como etnometod@logos (a la manera de Garfinke1, v@ase Garfinke1, 1967). Si aceptamos que el sentido com@n no es algo absolutamente deleznable, las barreras entre lo sagrado y lo profano, entre la razépn mégico-religiosa y la cientépfica, pueden diluirse, aunque s@lo sea a efectos anal@ticos. Entendamos por sentido com@n, a partir de ahora, todo g@nero de creencias no siempre expl@citas y conscientes que comparte ampliamente una comunidad. Estas creencias son el soporte orientativo que pone en marcha los mecanismos de adaptaci¢pn y aprendizaje social en los actores @normales@. Son el soporte, por tanto, del conocimiento espont@neo. Como quiera que tal conocimiento, supuestamente asistemético, hace posible la vida social, ning@n cient@fico social podr@a minusvalorar la sociolog@a espont@nea y pragmética, el saber sacro, como fuente de observacién y fundamentaci@n. En el caso de la sociolog@a, el sentido comé@n adquiere un car@cter bien diferente al del resto de las ciencias, en particular de las naturales. No se puede y no se debe hablar, propiamente, de una ruptura entre ciencia y sentido com@n, sino, apenas, del intento de sistematizar o reelaborar, para modificario, tal sentido com@n. He aqu@, ya, una de las primeras e importantes diferencias entre ciencias sociales y nalurales. Mientras que los actores han tenido que ejercitar un sentido comén social para subsistir, el sentido comén sobre objetos naturales ha sido casi innecesario e inoperante, al haberse traspasado la responsabilidad cognoscitiva a la comunidad cient@fica Con todo, incluso en la Sociolog@a es preciso romper la pura unidad ciencia/sentido comépn y proponer modelos anal@ticos nuevos. Reivindicar el papel del sentido comén no debe significar un acatamiento neto de sus valores te@rico-précticos; conceptos como @clase@ 0 @inconsciente®, tan discutibles y fruct@feros, han nacido, en la ciencia social, como rupturas con el sentido com@n. El sentido com@n no ha sido bien tratado en ning@n caso, y las referencias al @saber vulgar@ son excesivas en la historia de la ciencia. En el caso de la ciencia social todo esto ha servido para cegar vas muy positivas de an@lisis. Con esta valoraci@n relativamente justiciera del sentido com@n y del conocimiento espont@neo, podr@amos situar ya al hecho social de @lo cient@fico® en un lugar algo menos dram@tico del que le asignan buena parte de los propios cientéficos: la ciencia aparece as@ como una forma elaborada de @sentido com@n@: el propio sentido comén cient@fico, de cuyas caracter@sticas habla oblicuamente Kuhn (1969) cuando nos narra los supuestos socio-grupales que sustentan la @ciencia normal. Efectivamente, @lo cient@fico@ aparece entonces como alternativa al trabajo @normald fundado en la @ciencia normal® que el paradigma genera: lo cient@fico quiebra el sentido com@n nacido del uso del paradigma hasta ahora dominante, Verios, pues, c@mo la ciencia requiere, para definirse en cada momento -y no s@lo de una vez para siempre de una referencia @com@n@ que, sin dejar de ser ciencia, ya no es cierta, y se constituye como saber err@neo o vulgar seg@n el grado de tenacidad o informaci¢pn de los resistentes. La ruptura hist@rica entre el saber cient@fico y el vulgar se da en el preciso momento procesual en que se consolida la divisi¢pn del trabajo social. No est@ de m@s recordar que el ‘Pcient@fico® por excelencia, el que posee las claves auténticas de Io real y lo transreal, mezcla adn de magia, ciencia y religi@n, es el mago. Y su figura deviene hist@ricamente en dos papeles al menos: el de sacerdote y el de sabio, cuando no ambos a la vez, como en el caso de la Verdad paulina y medieval que instaura la unidad de todo conocimiento bajo los auspicios de la palabra sagrada. Y de aqu® debe derivarse un cierto estado social del cient@fico, que se ha convertido en portador de claves, y en determinante, por tanto, de la vida com@n. M@s an en el caso del cient@fico social, cuyas teor@as, en tanto que profec@as autocumplientes 0 autonegantes, funda buena parte del futuro colectivo. As@, la ciencia es, frente al sentido com@n, un saber acreditado y determinante, siendo el saber vulgar un reflejo antiguo de alguna ciencia que lo fue, efectivamente, alguna vez. Dicho esto, parece que debiera intentarse una diferenciaci@n puesto que, de hecho, ciencia y sentido com@n funcionan diferencialmente. La ciencia social ordena y_ sistematiza proposiciones del sentido com@n y les da un sentido como totalidad: una Sociologa General en sentido de K@nig (1973) ¢ incluso una Teorga Sociol@gica en el mismo sentido (ce@ida a la sociologa emp@rica), dar@an cuenta o deber@an daria, de los sistemas creenciales, esquemas conceptuales 0 categorizaciones, interacciones, etc., que @construyen@ la realidad social (Schutz, Berger y Luckman, etc.) como una realidad de sentido com@n. La Sociolog@a observa los hechos sociales y trata de clasificarlos y, c@mo no, de modificarlos. Se constituye frente al sentido com@n para observario, porque ese es su objeto: los valores, normas, orientaciones de los actores sociales. Sistem@tica y por ello distinta del saber vulgar, a Sociolog@a tiene que explicar, sin embargo, c@mo ese saber vulgar genera conductas interacciones. Y tiene, a su vez, que constituirse como saber especial que posibilite alg@n tipo de predicci@n y una explicacién de la vida social superior a la que puedan dar los actores. El soci@logo es u actor menos espont@neo: su cient@fismo transforma en actor distante y autoconsciente. Sin embargo, su proximidad a la vida social tiene como consecuencia que @1a intensidad y la frecuencia de mensajes entre socio logos de un lado y, de otro, periodistas, funcionarios, empresarios, cl@rigos, dirigentes pol@ticos y sindicales, militantes de base, P@blico culto, gente de Ia calle, etc., es enorme no hace sino crecer. Uno de los resultados i esta interacci@n y esta comunicacin es el i que la utop@a profesional de un lenguaje diferente (y un saber esot@rico) se hace imposible. En cambio a lo que se asiste es a u contaminacién creciente del lenguaje com@n con t@rminos y expresiones originadas en discusi@n sociol@gica, lo cual es, a su vez, consecuencia, inintencionada y parad@jica desde el punto de vista de los sociélogos, otros profesionales 0 especialistas (en s@ntesis: deres y bur@cratas de varios @mbitos y niveles) se apropien de estos t@rminos y i presiones para legitimar sus pretensiones diferenciarse, de imponer sus criterios y, definitiva, de dominar ala gente com@n (P@rez Daz, 1986, p. 131) Y esto tiende a trivializar a la sociolog@a convirti@ndola més en una doxa que en una verdadera ciencia sisteméptica. Es el precio su cercan@a al sentido com@n. Dicho as@ parece como si tal @opini¢n@ no tuviese ninguna de las caracter@sticas del orden cient@fico y no es as@: precisamente porque no es as@, proximidad de la ciencia social al saber comén no encierra m@s peligros que los de la disoluciépn de la teor@a en la préctica, cuestion @sta a la que se arriesga toda ciencia a partir del giro positivista. De aqué deriva la necesidad de mantener una Sociolog@a General como ciencia de las categor@as sociol@gicas, garantéa al fin del debate conceptual necesario para mantener una posici@n te@rica de avanzada sobre el propio sentido comd@n, una de cuyas caracter@sticas cruciales es su auto-negaci@n como teor@a de la generalidad social. Pero no s@lo una ciencia categorial sino una ciencia interpretativa de car@cter emp@rico que arriesgue hip@tesis generales que sirvan, entre otras cosas, para modificar el sentido comer. Bibliograf@a GARFINKEL, H., Studies in etnomethodology, N. Jersey, Englewood Clifts, Prentice-Hall, 1967. K@NING, R,, Tratado de Sociolog@a Emp@rica, Madrid, Tecnos, 1973. KUHN, TS., La estructura de las revoluciones cient@ficas, M@xico, F.C.E., 1969. MALINOWSKI, B., Magia, ciencia, religi@n, Barcelona, Ariel, 1979. MEAD, G.H., Esp@ritu, persona y sociedad, Buenos Aires, Paid@s, 1972. P@REZ D©AZ, V., Introducci@n a la Sociolog@a, Madrid, Alianza, 1980. PIAGET, J., La epistemolog@a gen@tica, Barcelona, A. Redondo editor, 1970. VOLVER AL PROGRAMA DE EPISTEMOLOG®A II

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