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Tras cumplirse el cincuentena- Fio de su muerte, sus obras ~de marcadas caracteristicas autobiograficas y con una rebeldia chocante en una so- ciedad de rigido conformismo-, cuentan con més segui- dores que nunca, tanto en Jap6n como en otros pafses. Dazai, cuyo verdadero nombre fue Shuji Tsushima, nacié en 1909 en Kanagi, una pequefia ciudad en la pe- ninsula de Tsugaru, en la nortefia regién de Aomori. Al ser el décimo entre once hermanos de una familia de te- rratenientes acomodados, carecié de las atenciones de sus padres y crecié al cuidado de una tia y los sirvientes. Desde pequefio, mostré un particular interés por la lite- ratura, que utiliz6 como medio de expresién de su desa- rraigo familiar y sus conflictos internos. A los veintitin afios, en 1930, ingresé en el departa- mento de Literatura francesa de la Universidad de To- kio, aunque dejé los estudios cinco afios mas tarde ein graduarse, Durante este periodo, milité en el incipiente movimiento marxista nipén, experiencia que influyé en su visi de la sociedad y su produccién literaria, Tres afios después, comenzé a publicar colecciones de relatos. En 1935 y 1936 fue candidato al Premio Aku- tagawa, el mas prestigioso en Japén para escritores de ficcién. Pese a que en ambas ocasiones otro autor reci- bi6 el galardén, ya se habfa asegurado un lugar destaca- do entre los jévenes escritores de la época. El éxito de las obras de Dazai corrié paralelo a una vida privada tumultuosa en extremo. Después de ser desheredado por su familia a causa de la relacién con una geisha de bajo rango, tuvo cuatro intentos de su dio ~dos antes de cumplir los veinte-, suftié de adiccién ala morfina y al alcohol, y estuvo internado para trata- miento psiquidtrico y aquejado de tuberculosis crénica Su boda a los treinta afios, en 1939, con Michiko Is- hihara, una maestra de escuela secundaria que le pre- senté el escritor Masuji Ibuse, cambié su existencia y doté de mayor claridad y equilibrio a su trabajo. Este periodo de tranquilidad duré hasta el final de la Segunda Guerra mundial, en 1945. En los siguientes tres, afios, Dazal escribié dos novelas consideradas sus obras, maestras: El ecaso (Shayo), en 1947, e Indigno de ser fumano (Ningen shifahu), en 1948, En estas dos novelas, el autor se muestra mucho mas cercano a Dostoyevski que a sus contemporaneos nipo- nes, Las historias, en las que se aprecia con claridad la in- fluencia de la literatura europea, muestran el interés por la cultura occidental entre las clases mAs educadas. Sin embargo, los protagonistas de estas obras, caracterizadas Por una honradez sin adornos al mostrar la decadencia del ser humano, no escapan a la falta de comunicacién Personal habitual en la sociedad japonesa, y Dazai recu- fre a retrospectivas o a la descripcidn minuciosa de pe- quefios acontecimientos para mostrar con mayor profundidad a los personajes. En 1948, cuando sc cncontrabs en la cumbre de su carrera, se suicidé con's amante —una joven viuda de 8 guerra~, dejando atrés a su esposa y tres hijos en preca- tia situaciGn econémica, Para terminar con su vida, eligié un canal del rio Tama, en el suburbio tokiota de Mitaka, cuyas aguas se encontraban muy altas y turbulentas por las habituales lluvias de junio, época de fos monzones en lap6n. Los cuerpos de ambos, atados el uno al otro con una cuerda roja, fueron encontrados seis dfas des- pués en un recodo del canal, justo cuando Dazai hubiera cumplido treinta y nueve afios. El diecinueve de junio, fecha de su aniversario, su tumba en el templo de Zenrin-ji, en Mitaka, recibe un gran nimero de visitantes, que le ofrecen flores, incien- 50, asf como cigarrillos, sake o cerezas ~que le gustaban a Dazai en vida-, junto a fervorosas plegarias por el des- canso del espiritu del polémico escriter, que todavia ejerce una enorme fascinacién sobre los lectores japo- neses, en particular las jévenes generaciones. Montse Wathins Kamakura, diciembre 1998 I Laculebra Porta mafiana, cuando mamé estaba torando sopa en el comedor, emitié un pequefio grito. ~gUn cabello? -pregunté, pensando que quiz4 habia encontrado algo desagradable en la sopa. -No, no -dijo, tomé otra cucharada como si nada hu- biera acontecido, volvié el rostro a un lado, contemplé los cerezos silvestres en plena floracién por la ventana de la cocina, y, con Ja cabeza todavia vuelta, hizo revolo- tear una cucharada més entre sus labios levemente ablertos. En el caso de mamé, decir “revolotear” no era una exageracién, Su forma de comer era wnuy distinta de la que aparecia en las revistas femeninas. Asi me dijo en cierta ocasién mi hermano menor Naoji, mientras toma- ba safe! -No se es aristécrata por tener un titulo nobiliario. Al- ‘gunas personas no los poseen, pero sus dones naturales Tine dear. les convierten en espléndidos aristécratas, mientras que nosotros somos plebeyos pese a nuestro linaje. Por ejemplo, Iwashima -explic6, refiriéndose a un compafie- ro de clase que era conde-, {no te parece mas vulgar que cualquiera de esos rufianes de los barrios de placer? Hace poco se presenté a la boda de su primo Yanagii en smoking. Pase que llegara con esta indumentaria si le pa- recia necesario, pero escuchar el discurso de! banquete del tipo, repleto de expresiones rimbombantes, daban ganas de vomitar. El darse aires de este modo no tiene nada que ver con la distincién y es una fanfarronada de- plorable. Al igual que por los alrededores de Hongo? se ven letreros que ponen “Alojamientos de alta categorfa’, de la mayoria de los aristcratas se podria decir que son “mendigos de alta categoria’. Un verdadero aristécrata nunca se darfa unos aires tan estipidos como Iwashima. De nuestra familia, la Ginica persona que se podria consi- derar una verdadera aristécrata es mamé, supongo. Ella es genuina y no la podemos igualar, En el caso de la sopa, por ejemplo, nosotros nos in- clinarfamos un poco sobre el plato, la tomarfamos con la cuchara de lado y nos [a llevarfamos a la boca en esta misma posicién; pero mama, apoya ligeramente los de- dos de la mano izquierda en el borde de la mesa y, con la parte superior del cuerpo bien recta, el rostro levanta- doy sin una mirada al plato, introduce ligera fa cuchara en ja sopa, la levanta hacia su boca y, como si fuera una golondrina~se puede usar esta descripcisn por el movi- miento ligero y grécil-, se la lleva a la boca en Angulo recto, dejando deslizar por la punta el contenido entre los labios. Y asf, echando ojeadas inocentes a su alrede- dor, baja la cuchara en una mocién idéntica a la de unas alas diminutas, sin derramar una gota ni hacer el menor tuido de sorber 0 contra el plato. Es posible que ésta no sea la manera que més se cifia a las buenas formas, pero a mf me produce una im- 2 Bale dande se encuentran prestilosa Univesidad de Toto 2 presién graciosa y auténtica. De hecho, me parece curio- so que la sopa se sienta mucho més sabrosa toméndola con la espalda bien recta y deslizéndola a la boca porla punta de la cuchara, que inclinandose sobre el plato y sorbiendo la cuchara de lado. Sin embargo, como dice Naoji, una mendiga de clase alta como yo, no es capaz de hacerlo con la facilidad y candidez de mamé, y, iqué le vamos a hacer!, me inclino sobre el plato y la tomo del modo sombrio que prescribe la etiqueta. Y no se trata sélo de la sopa. La forma de comer de mamé se suele apartar un poco de la habitual en la mesa. Si sirven carne, la corta toda en pedacitos con el tenedor y el cuchillo; entonces deja el cuchillo, se cam- biael tenedorala mano derecha y, pinchandolos de uno en uno, se los come despacio y a gusto. En el caso de all- mentos con hueso como el pollo, mientres que nosotros nos esforzamos por separar la came sin hacer ruido con el cubierto en el plato, ella levanta con naturalidad el hueso con la punta de los dedos y mordisquea la came. Incluso una forma tan poco civilizada de comer parece encantadora en mamé, y atin un poco erética, por lo que puede decitse que las personas genuinas son distintas. Ademés del pollo con huesos, incluso come de! mismo modo las verduras, el jamén y las salchichas. ~éSabes por qué son tan sabrosos los omusub? Pues porque los hacen las personas, dandoles forma con los dedos ~comenté en cierta ocasién Yo también pienso que puede ser ms sabroso co- mer con las manos; pero, siendo una mendiga de clase alta, si la imito sin gracia, tengo miedo de parecer una mendiga de verdad. Mi hermano Naoji dice que no podemos rivalizar con mami, y yo misma he desesperado ya de conseguirlo. Una noche, la primera de otofio con buen tiempo, mam y yo nos encontrébamos en el jardin trasero de nuestra 3 Bolas de ao. envuckas en una hol de als con ellenos vats. 1B casa del barrio de Nishikata, Estébamos admirando la lunaen el pabellén de verano junto al estanque, comen- tando entre risas que parecfa una noche en que pudie- ran acontecer cosas magicas, cuando mamé se levanté de repente, se adentré en unos arbustos de asiento de pastor cercanos y, asomando entre las flores blancas un rostro més claro todavia, sonri —Kazuko, 2a que no adivinas qué esté haciendo mama? ~dijo. ~Cogiendo flores. Cuando dije esto se rié un poco. “No, estoy haciendo pis. Me sorprendié porque no estaba en cuclillas, pero sentf en ella una gracia, que yo no podria ser capaz de ar. Desvidndome bastante de la sopa de esta mafiana, hace poco lef en un libro que en tiempos del rey Luis de Francia, las damas de la corte no tenfan ningin reparo en orinar en el jardin de palacio. Entonces pensé que mamé seria, sin duda, la Gltima de estas aristécratas que se comportaban con tanta inocencia y encanto. Esta mafiana, cuando su exclamacién me hizo pre- ‘guntar si se trataba de un cabello, dijo que no. —Entonces, cesta salada? La sopa era a base de guisantes de lata importados de América, con los que yo habfa preparado una espe- cle de potaje, pasdndolos por el pasapurés. No tengo mucha confianza en mi habilidad para cocinar de modo que se lo pregunté con inquietud, aunque ella me ase- {gur6 que no tenfa ningin problema. ~Fstaba muy buena —dijo con seriedad. Cuando ter- miné la sopa comié algunos onusubi con los dedos. Desde pequefia, no me apetece desayunar y no ten- g0 apetito hasta cerca de las diez; por eso, en esa oca- sién me pude (euninar Ia supa de alguna manera, pero coloqué en mi plato un omusubi, mas dificil de comer, y 14 me dediqué a desmenuzarlo con los palillos para des- pués llevarme algunos pedacitos a la boca, sujetandolos del mismo modo que mamé fa cuchara e ‘ntroduciéndo- los en mi boca en Angulo recto, empujando la comida igual que si estuviera alimentando a tn pajarillo. Mien- tras comfa con tal lentitud, mama ya habia terminado el desayuno, se habia levantado en silencio y quedado apoyada en una pared iluminada por el sol, mirndome mientras comia ~Kazuko, no debes comer asf. El desayuno debe ser la comida que mas disfrutes ~dijo. -Y td, mamé, clo disfrutas? “Eso no importa, ya no estoy enferma ~Pero yo tampoco. —Tanto da, tanto da -afiadi iando levemente el cuello. Cincos afios atrés tuve una cierta dolencia en los pul- mones y tuve que guardar cama, pese a que tenfa bien claro que todo era producto de mi propia capricho. Sin embargo, la reciente enfermedad de mamé habia sido Preocupante y triste. Aun asf, ella se preocupaba tan s6lo por mi. ~Ah...-dije. ~cQué? ~pregunté esta vez mama. Nos miramos y sentimos que nos habiamos entendi- do a Ja perfeccién; cuando me ref un poco, ella esboz6 una amplia sonrisa No s€ por qué seré, pero cada vez que me invade al- gtin pensamiento bochornoso, se me escapa uno de ‘esos extrafios “ah”, En esa ocasién, me vino a la memoria de repente y de una forma vivida el recuerdo de mi di vorcio, seis afios atras. No me pude contener y, sin dar- me cuenta, me salié un “ah”, Pero, ga qué se deberfa el de mam? Por supuesto, ella no tlene nada en su pasado de qué avergonzarse; pero seguro que por algo era. con una sontisa triste, in 15 -Mamé, ¢verdad que hace un momento recordaste alguna cosa? ¢Qué era? “Lo he olvidado. —éAlgo sobre mi? -No, ~eSobre Naoji? -Si... -comenz6 a decir, pero doblé el cuello y afia- did—quizas. Mi hermano Naoj fue llamado a filas mientras estu- diaba en la Universidad y lo habfan enviado a alguna isla del sur del Pacifico; pero nunca més supimos de él y, aun- que la guerra termin6, todavia desconocemos su parade- ro, Mamé ya se ha tesignado a la posibilidad de no verle ‘nunca més, pero yo no lo he pensado ni una sola vez; es- toy convencida de que nos encontraremos de nuevo. ~Crefa haber perdido toda esperanza, pero tomando esa sopa tan buena, no pude evitar recordarle. Ojalé me hubiera portado mejor con él. Desde que Naoji entré en la escuela secundaria, se volvié loco por la literatura y comenz6 a llevar una vida desordenada; no puedo ni imaginar la cantidad de dis- ‘gustos que dio a mamd. Ya pesar de esto se acordé de é] ‘cuando tomaba la sopa y le salié ese “ah”. Empujando el arroz boca adentro, se me llenaron los ojos de légrimas, -No te preocupes, Naoji esté bien. Un sinverglenza ‘como él no muere. Lo hacen las personas déciles y her- mosas. Naoji no: mala hierba nunca muere. ~Entonces ti vas a morir joven, {no crees? —dijo con una sonrisa, burléndose de mi. Qué dices? Como soy mala y fea legaré alos ochen- ta, por lo menos. ~gAh sf? Entonces yo a los noventa, -Si...—repuse, un poco preocupada. La gente malva- da tiene una vida largayy la hermosa muere pronto, Maid es hermosa, pero quiero que viva muchos afios. 16 ~iNo seas mala conmigo! ~exclamé un poco descon- certada; pero el labio inferior me habfa comenzado a temblary no pude contener las légrimas. No sé si deber‘a contar lo acontecido con la serpien- te. Una tarde, cuatro 0 cinco dfas atrés, Ics nifios del ve- cindario descubrieron unos diez huevos de serpiente entre el bambi de la verja del jardin ~Son huevos de vibora —insistieron. Pensé que si naciera esa cantidad de viboras entre las matas de bambi, ya no serfa posible salir tranquila- mente al jardin. —Vamos a quemarlos -dije. Los nifios me siguleron, bailando de alegria. Junto a las matas de bambi amontoné hoias cafdas y pasto, les prend{f fuego y fui echando los huevos, uno a uno. Pero no habfa forma de que ardieran. Los nifios afiadieron més hojas y ramitas sobre las llamas para avi- var el fuego, aunque no parecia posible quemarlos. Entonces, la muchacha de la casa de campesinos que esta mas abajo, se acercé a la veria. Qué estan haciendo? ~pregunté sorriendo. ~Quemando estos huevos de vibora. Tengo miedo s6lo, de pensar que puedan nacer estas serpien:es. ~gDe qué tamafio son los huevos? “Igual que los de codorniz, y son blancos. -Entonces son de una serpiente normal, no de vibo- ra, Ademés, es muy dificil quemar unos huevos crudos. La muchacha se marché riéndose, Como intentamos quemarlos durante més de media hora, sin resultado, los nifios enterraron los huevos al pie del ciruelo. Yo recogf unas piedrecillas para hacer una tumba. ~Bueno, ahora todos a rezar. Me agacheé y junté las manus; lus nifivs hicieron to mismo detras de mf, Cuando se marcharon, subf con cal- 7 ma los escalones de piedra; mamé estaba de pie bajo el emparrado de glicino. ~eCémo pudiste hacer una cosa tan cruel? -me re- proch ~Pensaba que era una vibora, pero result6 ser una serpiente inofensiva. Sin embargo, los hemos enterra- do como es debido, de modo que no hay de qué preo- cuparse. Mamé no era supersticiosa en absoluto; pero, diez afios atrés, cuando papé murié en nuestra casa de Nishi- kata, tenfa mucho miedo a las serpientes. Poco antes de su fallecimiento, mama encontré algo parecido a un cor- dén negro junto a su cabecera y, sin darle importancia, lo fue a recoger, entonces se dio cuenta de que se trata ba de una serpiente, que salié reptando hacia el pasillo y desaparecié, Mama y el tio Wada, los tinicos que la vie- ron, se limitaron a mirarse sin decir nada, por temor a turbar la quietud en la habitacién del moribundo. Por 80, ni yo ni mi hermano Naoji, que les acompafiéba- ‘mos, nos dimos cuenta de la presencia del animal. Pero la noche en que murié papé, recuerdo haber visto serpientes subiendo por los rboles junto al estan- que. Como ahora tengo veintinueve afios, entonces te- nia diecinueve. Ya no era una nifia. A pesar de los diez afios transcurridos, todavia puedo recordar lo aconteci- doa la perfeccién, sin lugar a equivocaciones. Habia sa- lido a cortar unas flores para el difunto y me dirigf hacia el estanque, me detuve junto a unas azaleas en Ia orilla, y, al mirar el arbusto, noté que en el extremo de una rama habia una pequefia serpiente enroscada. Me asus- t€ un poco, y cuando iba a cortar una rosa amarilla, tam- bién observé que tenia otra serpiente. En el olivo fragante,en el joven arce, en la retama, en el glicino, en el cerezo; en cualquier arbol o arbusto del jardin que mirase habfa una serpiente enroscada. No senti miedo en particular, Pensé que, al igual que yo, las serpientes ‘estaban trictes por la muerte de mi padre y habjan sali- do de sus agujeros pata rezar por su espiritu. Ig Cuando le conté lo sucedido a mama, se lo tomé con calma y parecié pensar algo con el cuello doblado sin decir nada. A causa de estos dos acontecmientos, a par- tir de aquel dfa mama sintié un profundc desagrado por las serpientes. Mas que desagrado fue aprensidn y mie- do, un extrafio temor. Al saber que habfa quemado los huevos, sin duda lo tomé como un acto de pésimo agtiero, e incluso yo pen- sé que habia hecho algo terrible y no me pude quitar de la cabeza la preocupacién de haber atraido una maldi- cién sobre mamé ni ese dfa, ni al siguiente, nial otro. Ya causa de esto, porla mafiana, cuando hice el comentario fuera de lugar de que la gente hermosa morfa joven, después no supe como salir del paso y no pude conte- ner las ldgrimas. Mas tarde, cuando lavaba los platos del desayuno, tuve la desagradable impresién de que en el fondo de mi corazén habia entrado una pequefia ser- piente que acortaria la vida de mamé, El pensamiento se me hizo insoportable. Ese mismo dfa vi a la serpiente en el jardin, Era una mafiana clara. Cuando terminé el trabajo en la cocina, pensé en llevar una silla de mimbre a la hierba y sentar- me a hacer punto. Al bajar al jardin con la silla, la ser- piente estaba entre las matas de bambii enano, junto a tuna roca. Sélo sentf un cierto desagrado, aunque volvi sobre mis pasos y llevé de nuevo la silla la galerfa, me senté alli y me puse a tejer. Por la tarde, iba al pabellén del fondo del jardin, donde guardamos los libros, para buscar un volumen con las pinturas de Laurencin, cuan- do via una serpiente que reptaba muy despacio por el pasto. Era la misma de la mafiana, de forma delicada y elegante. Pensé que era hembra. Cruzaba el jardin con calma, mirando a su alrededor, y al llegar al rosal silves- te, se detuvo, levanté la cabeza, y sacé la lengua, tem- blorosa como una llama. Después de echar una ojeada a su alrededor como si buscara algo dejé caer la cabeza, desanimada, Entonces s6lo pensé que era una serpien- te bonita, Por fin, fut al pabellon, salf con el libro de pin- tura, y de regreso, al mirar al lugar donde habfa estado, 19 la serpiente habia desaparecido. Hacia el atardecer es- taba tomando el té con mamé en la habitacién de estilo chino, cuando dirigf la vista al jardfn; la serpiente se dejé ver, avanzando despacio por el tercer escalén de la escalera de piedra ~gEsa serpiente...? -pregunt6 mamé al verla, Se acer- 6 a mf, me tomé de la mano y se quedé de pie sin sol- tarmela, inmévil como una estatua. Entonces caf en la cuenta. ~éEs la madre de los huevos? ~dije sin pensar. ~Asf es ~repuso con voz ronca. Nos quedamos observandola en silencio, con las manos unidas. El animal, que se habia enroscado sobre la piedra con aspecto decafdo, comenzé a moverse con gesto vacilante, bajé las escaleras en diagonal débil- mente y repté hacia un macizo de lirios. —Desde la mafiana anda de un lado para otro del jardin -susurré, y mamé se dejé caer en la silla con un suspiro. ~Estard buscando los huevos, Pobrecilla... -dijo con voz. abatida. Me ref nerviosamente, sin saber qué hacer. El sol poniente iluminaba el rostro de mamé, hacien- do resplandecer sus ojos con un brillo cast azul, Con un leve rastro de ira, estaba tan hermosa que senti deseos de echarme en sus brazos. Pensé que en algo se parecia a esa pobre serpiente y que el horrible ofidio que vivia en.mi corazén algiin dia podria devorar a la preciosa ¢ infortunada madre serpiente. No sé por qué se me ocu- rrié una cosa asf. Coloqué una mano en el dulce y delica- do hombro de mamé y sentf una agitacién inexplicable. A principios de diciembre del afio en que Japén se rindié incondicionalmente, dejamos nuestra casa en el bartio de Nishikata, en Tokio, para trasladarnos a una lla de estilo chino en Izu. Desde que fallecié papa, el tfo Wada; hermano menor de mama y su Gnico pariente car- nal, se habia encargaylo de los asuntus relalivos a nus tras finanzas; pero, con el fin de la guerra, todo habia 20 ‘cambiado mucho y nos dijo que no habia més remedio que vender la casa, despedir a los sirvientes y marchar- nos, madre e hija, a una linda casita donde pudiéramos vivir tranquilas. Mama, que entendfa menos de dinero que una nif, al escucharlo que decfa su hermano, deci- dié dejar el asunto en sus manos. Afinales de noviembre, llegé una carta urgente del tfo informando de que en algin lugar de la linea Numa, de los ferrocarriles de Sunzu, el vizconde Kawata vendfa su villa; estaba construida sobre una loma, con una vista ex- celente, y tenfa mas de trescientos metros cuadrados de tierra cultivable. La zona era famosa por la belleza de sus ciruelos, templada en inviemo y fresca en Verano; Seguro que nos encantarfa vivir alla. Como era necesario reunirse con la otra parte para conversar sobre este asunto, le pe- dia que al dia siguiente se pasase por su oficina en Ginza. — y «iQué suertel», se marcharon. El sefior Nakai me dio las buenas naches y se marché, y yo me quedé sola y anonadada junto al montén de madera quemada. Levanté la vista al cielo con los ofos Tlenos de lagrimas; ya se vefan las primeras luces del amanecer. Me lavé las manos, los pies y el rostro en el cuarto de bafio. De alguna manera, temfa presentarme ante mamé, de modo que me quedé arregléndome el cabello y re- moloneando en la pequeiia habitacién de tres tala Despues, fui ala cocina y, sin ninguna necesidad, me de- diqué a ordenar los enseres hasta que se hizo de dia. Cuando ya habja amanecido, me dirigi de puntillas al salén y me encontré con que mama ya estaba debida- mente arreglada, sentada en un sillén de la habitacién china, con aspecto de estar muy cansada. Al verme son- 116, pero estaba terriblemente pélida Sin sonrefr, me quedé de pie detrds del sillén donde estaba sentada ~No fue nada serio, everdad? -dijo tras unos momen- tos-. Sélo era lefia que se tenia que quemar de todos modos. De repente, me puse contenta y hasta me ref un poco. Me vino a la cabeza el aforismo de la Biblia: «Una palabra oportuna es como unas manzanas de oro sobre un repu do de plata» y di las gracias a Dios con todo mi corazén por la bendicién de tener una madre tan bondadosa. Lo hecho, hecho estaba. Decidi dejar de recriminarme por lo acontecido y me quedé contemplando a través del venta- nial el mar junto a las costas de Izu sin moverme de detrés del sillén, La respiracién tranquila de mi madre y la mia se habfen sincronizado ala perfeccién. Después de tomar un ligero desayuno, estaba orde- nando el montén de lefia cuando Ilegé la sefiora Osaki, duefia de la tinica pénsién del pueblo. 34 Qué pas6? ¢Qué pas6? Me acabo ce enterar aho- ra, gqué sucedié la noche pasada? Diciendo esto, entré a pasitos apresurados por la puerta de la verja. En sus ojos brillaban les lagrimas. -Lo siento mucho -susurré. “No tiene que disculparse. Pero, ¢y la Policia? ~Ya esta arreglado. {Qué bien! —dijo con sincera alegria. Le pregunté a la mujer cémo podria hacer para pre- sentar mis disculpas a la gente del pueblo. Ella me indi- 6 que lo mejorseria algo de dinero, que podrfa entregar en cada casa al pedir perdén por lo ocurrido. Si le da reparo ir sola, puedo acompafarla, ~Pero sera mejor que vaya sola, ¢no? ~¢Puede ir? En este caso, serd mejor. Asi lo haré. Después, la sefiora Osaki ayud6 un 90c0 a limpiar los restos del fuego. Cuando terminé esta tarea, pedi di- nero a mamé. Envolvi cada billete de cien yenes en una hoja de grueso papel de Mino y en el anverso escribi «Con mis disculpas». Primero de todo fui al ayuntamiento. El alcalde, el sefior Fujita, habfa salido pero le entregué el sobre a una recepcionista. «Le ruego que le transmita este men- saje al sefior alcalde: anoche cometi un terrible error, por lo que pido disculpas y prometo que no volver a ocurrire, me excusé Después me acerqué a casa del sefior Ouchi, jefe del cuerpo de bomberos, Salié al recibidor y me miré son- riendo tristemente, pero no dijo nada. Me entraron unas ganas terribles de llorar. «Siento mucho lo de anache», dije, esforzéndome por contener las lagrimas sin lograrlo. Tuve que regresar a casa para lavarme la cara y arre- glarme el maquillaje. Me estaba pontendo los zapatos para salir de nuevo cuando aparecié mamé. 35 ~gNo habfas terminado ya? ¢A dénde vas? ~pregunt6. -No, todavia me falta mucho ~repuse sin levantar el rostro. ~Imagino cémo te sentirés ~afiadié conmovida. Fortalecida por el carifio de mama, pude hacer todo el recorrido sin llorar ni una vez. Al llamar en casa del al- calde del barrio, él estaba ausente. Salié a recibirme su nuera, pero esta vez fue ella quien no pudo reprimir las lagrimas. En casa del policta, el sefior Ninomiya expresé de que no hubiera acontecido nada peor. Todos fueron amables conmigo, incluidos los vecinos, que se ‘mostraron comprensivos y me consolaron. La nica per- sona que me recriminé fue la sefiora Nishiyama, que ten- difa unos cuarenta afios y vivia justo enfrente nuestro. A partir de ahora, haga el favor de tener mas cuida- do. Si son ustedes aristécratas no es asunto mfo, pero desde que llegaron las he estado viendo jugar a casa de mufiecas. Como viven igual que dos nifias, me extrafia que no hayan causado antes un incendio. O sea que les ruego més cuidado de ahora en adelante. Si anoche hu- biera soplado viento fuerte, se hubiera quemado todo el pueblo. Fue ella la que anoche habia gritado desde el otro lado de la cerca, delante de todos, incluido el sefior Na- kai, el alcalde y'el policta, que se habfa quemado todo el cuatto de bafio por negligencia en el manejo del fo- 26n. Pero lo cierto es que tenfa toda la raz6n. Por eso, no le guardaba ningiin rencor. Para consolarme, mamé ha- bia bromeado con lo de que al fin y al cabo era madera Para quemar; sin embargo, si hubiera soplado viento fuerte quizé se hubiera quemado todo el pueblo, tal ‘como dijo la sefora Nis En ese caso, no hubiera sido suficiente ni que me quitara la vida para pedir perd6n. Y si yo muriera, supon- go que mamé no podria seguir viviendo; para colmo, hu- biera manchado para siempre el nombre de mi fallecido padle. Ya sé que alipra la aristocracla no es como antes; pero, si tuviera que perecer, me gustarfa hacerlo de la 36 forma més elegante posible. No podria descansar en paz si tuviese que morir para disculparme por un incendio. De todas formas, tendrfa que ser mas cuidadosa Ala mafiana siguiente, comencé a trabajar la tierra La hija del sefior Nakai a veces me echaba una mano. Desde que causé el desafortunado incidente del incen- dio, siento que mi sangre se ha oscurecido. Desde hace tiempo, en mi pecho mora la vibora maligna, y esto se ha completado con el cambio del color de mi sangre; de modo que cada vez me encuentro mas como una cam: pesina inculta. Cuando me siento en la gelerfa con mamé para hacer punto, me embarga una extraiia opresion en el pecho; por eso me hallo més a gusto cavando los campos, Seré la actividad fisica. No es la primera vez que hago un trabajo asf. Durante la guerra me movilizaron para trabajar, e incluso tuve que cargar fardos. El ejército me dio las zapatillas de lona que uso en os campos. Era la primera vez que calzaba algo asf y me sorprendié mu- cho lo confortables que eran; cuando caminaba con elas puestas por el jardin me parecié comprender el paso li- gero de los paiaros y otros animales que pisan el suelo descalzos. Estaba tan contenta que sentfa un dolor sor- do en el pecho. éste es el tinico buen recuerdo que ten- go de la guerra, un periodo que fue te El afio pasado no ocurrié nada, este afi tampoco. Nidos ais ats. Este divertido poema aparecié en un periédico justo al final de la guerra. Al pensarlo ahora, me da la impre- sin de que se produjeron diversos acontecimientos, pero, al mismo tiempo, no pasé nada. No me gusta nl hablar de mis recuerdos de la guerra ni escuchar los aje~ nos. Murieron muchas personas, pero aun asi me parece un asunto desfasado y un aburrimiento. Sin embargo, es s6lo porque lo veo desde mi punto de vista. Cuando me movilizaron y obligaron a cargar fardos, ‘ue la tinica vez que tuve una perspectiva distinta, Por supuestu, tis 1e- cuerdos del trabajo son malos, pero debo reconocer 31 que, gracias a él, mi cuerpo se fortalecié e incluso ahora, si fuera preciso, podrfa ganarme la vida cargando fardos. Cierto dfa, cuando la guerra habia alcanzado un mo- mento desesperado para Japén, llegé a nuestra casa de Nishikata un hombre con uniforme militar y me entreg6 una orden de reclutamiento, en la que estaban anota- dos los dias que me tocaba trabajar, Después de consul- tar los turnos y ver que a partir del dia sigulente tenia que ir un dfa sf y otro no a las montafias de Tachikawa, no pude contener el llanto. ~éNo podria enviar a alguien en mi lugar? -sollocé hecha un mar de légrimas. —£l ejército le ha enviado una orcien de movilizacién, sea que debe ir usted misma sin falta—dijo con firmeza. Entonces tomé la decisién de ir. A la mafiana siguien- te llovia, Mientras haciamos fila al pie de la montafia de ‘Tachikawa, un oficial nos eché un sermén. «Ganaremos la guerra», comenz6, y afiadié: «Ganaremos la guerra, pero todos tienen que trabajar segtin las érdenes del ejército, si no, la estrategia resultara perjudicada y ten- dremos otra Okinawa. Por esto, quiero que hagan el tra- bajo que se les asigne. Ademés, en esta montaria puede haber espias, de manera que fijense los unos en los, otros. A partir de ahora, van a trabajar como sifueran sol- dados, y deben poner particular atencién en no comen- tarlo que vean en su lugar asignado». La lluvia envolvia la montafia, y allt est4bamos, unos quinientos hombres y mujeres, mojéndonos bajo el agua- cero mientras escuchdbamos. Entre los movilizados ha- bia alumnos, nifios y nifias, de la escuela primaria, con caras de frio y de estar a punto de echarse a llorar. La llu- via se colé por las aberturas de mi impermeable, me ‘mojé la chaqueta y, al final, hasta la ropa interior. "i iipign oer de a nas picintns do ap, gue en le Regen Gace run iee inlo ugt core seenrerts of elect non cone lado causa ‘cnome destiny moves ene Is pobacén el, 38 Ese dfa lo pasé cargando canastos de tierra, y en el tren de vuelta no paraban de caérseme las lagrimas. Pero, al segundo dia, me toc tirar en equipo de las cuer- das para arrastrar carga. Este trabajo fue el que me aca- bé gustando més. La segunda 0 tercera vez que fui ala montafia, noté que los alumnos de primeria me miraban de forma desagradable ~cfista no serd una espia?—comentaron dos o tres en voz baja, al pasar junto a mi. Me quedé asombrada. ~éPor qué decis eso? ~pregunté a una nifia que car- gaba un canasto de tierra —Tienes cara de extranjera -repuso muy seria. ~éT también crees que soy una espia? No -contest6, riéndose un poco. ~Yo soy japonesa -dije, pero enseguida me parecié una tonteria y me ref de mis propias palebras. Una mafiana despejada, estaba transportando tron- cos con un grupo de hombres cuando un joven oficial de lancia se dirigié a mi ye, td! Ven conmigo -me ordené y se puso a ca- minar hacia un bosque de pinos. Yo tenfa el pecho apri- sionado por la incertidumbre y el miede. Al llegar junto a un lugar donde se amontonaban las tablas de madera, recién llegadas del interior del bosque, el soldado, que andaba delante de mi, se detuvo y se volvid. —Debe ser muy duro trabajar de este modo. Hoy quédate a vigilar estas maderas ~me dijo, mostrando sus dientes blancos al sonreft. ~gDebo quedarme aqui, de pie? “Aqui se esté fresco y tranquilo, d modo que, si quieres, puedes echar una siesta sobre las tablas. Si te aburres, puedes leer esto ~dijo, sacando de! bolsillo de su chaqueta un pequefio volumen y lo dejé sobre las ta- blas un poco avergonzado-. Quizé no es gran cosa, pero échale una mirada, El titulo del libro era Troika. Lo tomé y dije: 39 ~Muchas gracias. En casa también hay alguien a quien le gustan mucho los libros, pero ahora estd en el sur del Pacifico. ~Ya veo, tu esposo... dijo, interpretando errénea- mente mi comentario, y sacudié la cabeza conmovido- En el sur del Pacifico... ;Caramba! “Bueno, hoy debes pasar el dia vigilando las made- ras. Después ya te traeré yo mismo la fiambrera del al- muerzo -afladié. De repente, dio media vuelta y se marché, Me senté sobre la madera y me puse a leer el libro. Cuando ya habfa llegado mds o menos a la mitad, of el sonido fuerte de unos pasos. “Te he trafdo el almuerzo. Te estards aburriendo sola, ¢no? ~dijo, y dejando la fiambrera sobre la hierba se marché a toda prisa. Después de comer, me tendf sobre las planchas a continuar el libro y cuando terminé tomé una siesta. Me desperté pasadas las tres. De siibito, me vino a la cabe- za que habia visto al joven oficial en alguna parte. Inten- té hacer memoria pero no logré recordar dénde. Me levanté y, mientras me estaba arreglando el pelo, escu- cché de nuevo el sonido de pasos. Muchas gracias por tu trabajo de hoy. Ya puedes marcharte. Me acerqué al oficial y le devolv‘ el libro. Quise darle las gracias, pero no me salieron las palabras. Levanté la vista hacia su rostro y, cuando se encontraron nuestras miradas, las légrimas comenzaron a rodar por mis me|i- las. Los ojos del oficial también se llenaron de lagrimas. Nos separamos en silencio y nunca mds volv{ a verlo en el lugar de trabajo. Ese fue el Ginico da tranquilo. A partir de entonces, continué con la dura labor que tenia asignada un dia sty otro no. Pese a que mama se preocu- paba mucho por mi salud, lo cierto es que me habfa for- talecido. Me convertf en una mujer que incluso ahora podria haccr ese trabajo de nuevo y ala que no se le hace dura fa faena’del campo. 40 Dije que me desagradaba hablar y escuchar sobre la guerra, mas he terminado por contar mi “valiosa expe- iencia". Sin embargo, en todos mis recuerdos de esos tiempos, esto es lo Gnico que me siento inclinada a rela- tar. Respecto al resto, no tengo mas que repetir el poe- ma antes mencionado: EL aio pasado no acontecié nada, este aio tanapoco, Ni dos aiios atrs. Parece una tonteria, pero fo tinico que me ha queda- do ha sido un par de zapatillas de lona. Al mencionarlas, ya me he desviado con divagaciones initiles; pero, cal- zada con este recuerdo de guerra, salgo cada dia a los campos, lo que me ayuda a aliviar la oculta ansiedad e impaciencia que bullen en mi pecho; por el contrario, mama se va debilitando dfa a dia. Los huevos de la serpiente. El incendio. Desde en- tonces, la salud de mama se ha deteriorado visiblemen- te. Mientras que yo tengo la impresién de haberme convertido poco a poco en una comin muchacha de campo. No puedo sacarme de la cabezs la idea de que estoy engordando a costa de la vitalidad de mamé. Aparte de ia broma de que era madera para quemar, mamé no ha dicho ni una palabra respecto al incendio, mds bien me ha tratado con mucho miramiento; pero es- toy segura de que el susto que recibié fue diez veces mas grande que el mio. Desde el incend’o, a veces gime entre suefios y, en las noches de viento ‘uerte, simulan- do iral lavabo, se levanta varias veces en plena oscuri- dad e inspecciona toda la casa para asegurarse de que todo estd bien. Ha perdido el color y parece que hasta le cuesta caminar. Le habfa dicho desde el principio que no me ayudara con el trabajo del campo, pero se empe- ji6 en sacar agua del pozo y cargar hasta cinco 0 seis grandes baldes de madera lienos. A la mafiana siguien- te, le dolfa tanto la espalda que hasta le costaba respirar y se pasé el dia acostada. Desde entonczes desistié de 41 estas labores, aunque, a veces, viene a verme y se que- da quieta observando cémo trabajo. ~Dicen que las personas a quienes les gustan las flo- res de verano mueren en esta estaci6n. ¢Seré cierto? ~dijo, de repente, mientras me veta trabajar. Yo estaba regando las berenjenas en silencio, Ahora que recuerdo, estabamos a principios de verano. ~Me gustan los hibiscos, y no tenemos ni una sola planta de ésas en el jardin -afiadié con voz calmada ~Pero tenemos muchas adelfas, n0? -le dije en un tono intencionadamente seco. -No me gustan. Casi todas las flores de verano me gustan, excepto éstas. Son demasiado vistosas. ~Yo prefiero las rosas, Pero, como florecen en todas las estaciones, a quienes nos gustan las rosas nos co- rresponde morir en primavera, en verano, en otofio y en invierno, O sea, morir cuatro veces. Las dos nos refmos. ~éPor qué no descansas un poco? ~dijo mamé, todavia sonriendo-. Hoy tengo que conversar contigo, Kazuko. {De qué? Si es sobre morirse, ni hablar. Caminé detrés de mamé hasta llegar al emparrado de glicinos, bajo el que nos sentamos en un banco, lado a lado. La floracién habfa terminado, y entre las ramas penetraba el suave sol de la tarde que iluminaba nues- {ros regazos con una luz tefiida de verde. “Hace unos dfas que queria comentarte algo, pero hasta hoy he estado esperando el momento en que am- bas estuviéramos de buen humor. Lo cierto es que noes un asunto facil. Pero me da la impresién de que hoy puedo hablarte sin dificultad. Ten paciencia y esciicha- me hasta el final. Sabes? Naoji esté vivo. Me puse rigida “Hace cinco o seis dias recibf una carta del tfo Wada, Avonlece que ut anjiguo empleado suyo regresé recien- temente del sur del Pacifico y Ie visit6 para saludarle. 2 Después de conversar sobre una cosa y otra, por casualidad comenté que habia servido en el mismo regi- miento que Naoji, quien estaba sano y salvo, y regresa- ria a lap6n dentro de poco. Mas resulta que hay un problema. Segiin esta persona, Naoji sufre de grave adiccién al opio y. ~iOtra vez! Hice una mueca, como si hubiera conido algo amar- 0. Cuando Naoji estudiaba en la escuela secundaria le dio por imitar a cierto escritor y se hizo drogadicto. Se endeudé terriblemente con la farmacia, y amamé le cos- t6 dos afios el saldar toda la deuda ~Eso es. Parece que empez6 de nuevo. Pero, segin Jo que le conté esa persona, no le van a dejar volver has- ta que se cure, de modo que cuando llegue ya se habr recuperado. En la carta, el tio dice que no serd bueno poner a trabajar enseguida a una persona que llegue en estas circunstancias, El trabajar en Tokio, con lo cadtica que esté la situacién, que desequilibra incluso a una persona normal, puede causar una recafda en alguien todavia convaleciente. Puede hacer cualquier barbari- dad. Por eso, cuando regrese es mejor que lo recibamos en la villa de Izu, no lo dejemos ira nirguna parte y lo hagamos descansar durante un tiempo. Este es uno de fos asuntos que te queria comentar, Ademas, el tio decia otra cosa en la carta, Kazuko: se nos ha terminado todo el dinero. Y con el bloqueo de las cuentas de ahorros y los impuestos sobre la propiedad privada, seria una car- ga dificil el enviarnos més dinero, en particular cuando Naoji regrese y seamos tres para mantener. Opina que no debemos perder tiempo en buscarte un esposo o un empleo en la casa de algin funcionaric. Seguin él, hay que elegir una de estas dos posibilidades. ~éDe sirvienta en la casa de un funcionario? ~No, con una familia de aristécratas de Komaba -y mama menciono su nombre-. Como tenemos relacion de parentesco, podrias ser tutora de sus hijos. O quizd 43 de los de una familia de funcionarios, de modo que el trabajo no fuera para ti penoso o aburrido. Eso dijo. ~éNo me podrfa conseguir otro tipo de trabajo? f0 que serfa dificil encontrarlo para ti, Kazuko. ~@Dilicil? gPor qué dificil? ‘Mamé sonrié tristemente, pero no respondi6. -No quiero saber nada de esto. «Me oyes? Sabfa que estaba diciendo algo indebido, pero no podia detenerme. ~Mirame, con estas zapatillas de Iona. jMirame! ~dije, rompiendo a llorar. Levanté el rostro, me sequé fas lagrimas con el dorso de la mano y miré a mama, Pen- sando «No debo, no debo», las palabras salieron sin pa- rar de mi subconsciente, como si no tuvieran relacién conmigo. ~éNo me lo dijiste? 2No me dijiste que porque esta- ba yo, porque irfa contigo, ibas a vivir a tzu. No me lo dijiste? ¢No me dijiste que si no estuviera contigo mori- rfas? Por eso no fui a ninguna parte y me quedé a tu lado, y, calzada con estas zapatillas de lona, cultivé fa tierra para que tuvieras verduras sabrosas. Mientras que yo s6lo pensaba en esto, resulta que ahora, sabiendo que regresaré Naoji, me he convertido en un estorbo y me quieres enviar de sirvienta a casa de unos aristécra- tas. [Es el colmo, el colmo! Me daba cuenta de que decfa cosas horribles, pero era como si otro ser pronunciara las palabras, y yo no pu- diese hacer nada para silenciarlas. Si nos hemos convertido en pobres, si se ha termi- nado el dinero, gno podemos vender nuestros kimonos? Y si es necesario esta casa. Yo puedo trabajar en cual- quier cosa, en la oficina del Ayuntamiento o lo que sea. Yssi en el Ayuntamiento no me dan trabajo, puedo ga- name la vida cargando y descargando. No me asusta la pobreza, Pese a que no me apartarfa jamas de tu lado si Sélo tuviera tu carifio, tu prefieres a Naoji. (Pues me mar- cho! De todas formas; Naoji y yo nunca nos hemos lleva- 44 do bien; si viviésemos los tres juntos todos serfamo: felices. Como he podido vivir tanto tiempo contigo, ya me doy por satisfecha. A partir de ahora podras vivir con Naoji y si él se portara como un buen hijo, mejor. Ya es- toy harta, Me marcho. Me marcho ahora mismo. No creas que no tengo a dénde ir-dije, y me levanté. ~iKazuko! ~dijo mamé en tono muy severo y una ex- presién de dignidad en el rostro que nunca le habia vis- to. Se levanté y se planté enfrente de mi, Casi parecia mas alta que yo. ‘Queria disculparme enseguida, pero no me salfan las, palabras. Al contrario, dije otras muy distintas, iMe has engafiado! Me has engafiado, mama. Me has utilizado esperando a que regresara Naoji. He sido tusirvienta. Y cuando ya no me necesitasme echas de tu noble casa. Tal como estaba, de pie, rompia llorar a voces. ~Qué tonta eres ~dijo mamé en voz baja que tembla- ba de indignacién. ~

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