You are on page 1of 84
aoa z Giie oer euues Amparada en las ilusiones (0 en los intereses) de la “democracia” neoconservado- ., la Teoria Politica contempord- ea ha abandonado la reflexion so- re la violencia. Sin embargo, la 14s alta tradici6n del realismo criti- o en este campo —de Platén a Hob- es, de Maquiavelo a Marx, de We- er a la Escuela de Frankfurt, de -arl Schmitt a Foucault, de Hegel a artre- se distinguié por no ocultar inca el caracter constitutivamen- e violento de lo politico, apenas di- mulado por el “equilibrio de fuer- as" del Contrato. Detrés de la Ley, .sté siempre la Espada. Una Espa- ja “interna” tanto como externa: la legitimidad” puede explicarse ambién por la subjetivizacién de la violencia, En esta época, en la que undamentalismos, postmoderni- Cer ORCL CCOeCLICn a) CT Le oad EDUARDO GRUNER LAS FORMAS DE LA ESPADA EDUARDO GRUNER LAS FORMAS DELAESPADA MISERIAS DE LA TEORIA POLITICA DE LA VIOLENCIA iner, Eduardo | Las formas de la espada: Miscrias de la teorta politica de la lencia. - 18 ed. 1# reimp. - Buenos Aires : Colihue, 2007 168 p.; 18x11 cm. - (Pufialadas) SBN 978-950-581-178-6 |. Ensayo Argentino I. Titulo “DD A864 La mds grande pasién de mi vida ha sido el miedo. ctor de coleccién: Horacio Gonzdlez T. Hones io de coleccién: Lima+Roca . - {Cémo podrian liberarse los esclavos, cuando ni siquiera saben que son esclavos? H. Marcuse Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres. Por es0 no es injusto que una desobediencia en un jardin contamine al género humano. cién/ 14 reimpresién J. L. Borces iciones Colihue S.R.L ‘az Vélez 5125 ‘SDCG) Buenos Aires - Argentina ue@colihue.com.ar ar Prélogo ( DE LAS POBREZAS DE LA TEORIA ) En un ensayo hace no mucho publicado en castella- no Phillippe Sollers analiza el Finnegans Wake y sus “entrechoques de lenguas, letras y sonidos” como “un modo de aproximarse a un sistema de incesto generali- zado”, que aproxima la obra de Joyce a lo que Freud denominé “represién primaria’, pero también es una interpelacién a las ilusiones de cierto nacionalismo (pro- ducto histérico de una ferichizacién de la lengua andlo- gaa la de la mercanefa), lo cual inscribiria al irlandés en una tradicién compartida con Dante, Giordano Bruno y Vico. Etcéteral. ;Cudneas “disciplinas”, cudntas cien- cias “sociales” 0 “humanas” quedan comprometidas por este andlisis? Como minimo: la antropologfa lévis- traussiana, el psicoanilisis freudiano, la economia poli- tica marxista, la teoria politica, la lingitistica (y la filoso- fi Ja cultura, el estudio de la literatura comparada. Es de- cir: la mera posibilidad de un andlisis semejante de- alld de las resistencias de aquéllos que temen la invasién de sus quintitas cuidadosamente cul- ‘deconstructiva”) postestructuralista, la historia de muestra —m: tivadas— no sélo la impertinencia, sino la desesperada inutilidad de seguir manteniendo obcecadamente las fronteras disciplinarias (y el término no es azaroso), rin- diendo pleitesfa a un positivismo anacrénico —¢ in- : 1 Aida Re una ee en ane ce nos dice que las filosofias han perdido su vocacién sis- temética, su impulso imperialista de alcanzar una Ver- dad nica, en que se habla (y se verifica empiricamen- te) de la crisis del Sujeto cartesiano, unificado y omnipo- fence, ;cémo podrian las ciencias llamadas “blandas” (y atin las “duras”) defender ninguna pretensién de conservar “campos” de discurso nitidamente delimitados, “objetos” de estudio precisos y ontolégicamente preconstituidos? No se trata, pues, de la primacia de ninguna disci- plina en particular, Pero tampoco de todas en general. No se trata de ningtin eclecticismo irresponsable ni de ningtin anarquismo epistemolégico a la moda. Se trata de un cambio fundamental en el enunciado mismo de la cuestién: de un deslizamienta, no indeterminado pero si impredecible en sus efectos, por el cual ningiin especia- lisca tiene hoy derechos ni privilegios (y mucho menos garancias de precisién) para dar cuenta acabadamente de la compleja polifonia social y politica. Se trata, en todo caso, de preguntarse qué pasa cuando un socidlo- go incerroga la obra literaria de Kafka, o un psicoanalis- ta descubre (como lo hizo Lacan) que Marx inventé la teorfa freudiana del sintoma, o un antropdlogo recurre a la psicolingiifstica mientras un critico literario inves- tiga las estructuras del parentesco, 0 un historiador es- tudia la poesia mistica 0 la arquiteccura barroca para desnudar in extremis la ‘mentalidad” de la intelligentsia contrarreformista. Se dirs que los mas grandes “cicntistas sociales’ (un Marx, un Freud, un Weber, un Gramsci, un Lévi-Scrauss, un Adorno) siempre hicieron esto, nun. ca se dejaron atrapar como cindidos peces en las mallas de la ced disciplinaria, sino que, justamente, hicieron estallar sus limites abriendo nuevos campos de explora- cién: por eso Foucault los lama “fundadores de discur- -n” Deel ay grandes. Hoy, esa capacidad de circulacién transdisei~ economista— Orra cosa es la discusién sobre la necesi- fio profesional. Pero ese es, en todo caso, un problema gremial, no tebrico: un hombre o una mujer, diria Sartre, es lo que hace, no lo que dice un papel Significa esto avalar la tesis de la “desaparicién de los grandes relatos” o del “fin de la Razén”, 0 cualquiera de las otras muertes apresuradamente anunciadas? Todo lo contrario: sin que ello implique distraerse de los sin- tomas de la crisis, significa demostrar la tremenda vita- lidad de esos relatos, su capacidad de autotransformacién, y también de /ucha: conviene no olvidar que, como ocu- rre con todos los discursos sociales sometidos a las es- trategias hegeménicas de poder, el establecimiento de decerminadas fronteras, y no otras, entre los dispositi- vos de discurso, es también el producto de una relacién de fuerzas: es una cuestién politica, y no puramente “cien- tifica’. Incluso este tiltimo término deberia ser interpe- lado, rescatado de las tenazas de un interesado sentido comiin: ya no se trata de preguntarse si —por ejem- plo— Marx, Freud o Lévi-Strauss son “cientificos”, sino de preguntarse qué es una ciencia después de Marx, Freud, crass. Qué es, por ejemplo (y por lo tanto, inevitablemen- te, qué fice) la “ciencia politica”, cémo ella —engrillada nia de la tradicién empirista anglosajona— puede reinscribirse en la trivialidad (en el sentido de las “tres vias” de la tragedia griega, de la encrucijada donde Edipo se encuentra con su destino mucho antes de saberlo) de su propia disolucién en el discurso siempre desplazado del pensamient cién nos ha parecido propicio —y propiciacorio— para explorar esta disolucién, es precisamente porque él pone en juego una cuestién de limices, y —en el extremo—- del limite absoluto: aquél en el cual es el Ser mismo (no ya las “(id)entidades” disciplinarias de las ciencias hu- manas) el que se disuelve, dejando en el aire las pregun- tas ultimas, que no son las que no tienen respuesta, si las que ya nadie puede siquiera formular. Por eso este opuisculo, que en un cierto sentido no habla “tematicamente” de la Argentina (salvo en un pa- saje més 0 menos extenso en que se alude al atentado a la AMIA para iluscrar los desconciertos de la cultura i el tema de la violencia y la domina- 0 politica actual), sf lo hace, quiz, en otro sentido més lateral, y por ello més amplio: el de las preguntas que pareciera que ya no se quieren formular bajo su registro “ceérico”, abrumados como estamos por apretujarlas en un registro moral —no necesariamente ético— que apre- sure el proceso como imprescindible para una sociedad (como se dice ahora) “Viable”, Esta es, desde luego, una cierta idea de la teoria. Una idea que aspira a ser poco pretensiosa, pero manteniendo el modesto orgullo de no conformar- desculpabilizacién que reciamamos se facilmente a ese reclamo. Notes ' Sollers, Phillippe: “Joyce y Cia.”, en la revista Xul, N° 9, Buenos Ais 1994. Introduccién ( DE SUJETOS Y FANTASMAS EN LA CULTURA POLITICA DE OCCIDENTE Hoy, a partir del “redescubrimiento” de Marx he- cho por un Derrida que jamas lo habia descubierto, esta nuevamente de moda hablar de fantasmas: no son, ciertamente, los de la “fantasmatica” lacaniana, aunque algo de esta tltima se cuela en el pensamiento politico a la sombra volitil del padre de Hamlet. Y es asi: la poli- tica —los argentinos lo ignoramos demasiado bien— tiene mucho que ver con los fantasmas, con esos cuer- pos ausentes que, decia el barbado de Treveris, opri- men como una pesadilla el cerebro de los vivos. La cien- cia politica —sobre todo si se propone hablar de la vio- Iencia— no puede pues sino por empezar tratando de reconstruir una suerte de antropologia histérica de los fantasmas. Los fantasmas —por lo menos en su sentido sinies- =a Pe trom son, en la historia de la cultura, un invento relati- vamente tardio: en la Grecia antigua —esa pequefia roca viva que pensé casi todo lo que es pensable sobre casi odo lo que puede ser pensado—, parece ser que la idea de que los muertos recornen como seres opresivamente Zspectrales para exigirles a los vivos cuentas por sus ac- “os pasado no_empieza a despuncr Hast los grandes teigicns': no es que antes, ya desde In era arcaica y su hherencia oriental, no existiera el concepto de un “alma usa cama alienra viral. sohrevive al cuerbo del cua ha desprendido (este tema es, por otra parte, una con: sociedades conocidas). Pero todavia en Homero la psyché. es apenas més terrorifica que ese ‘pneuma cuya liviandad comparativamente amable que- da depositada en el Hades sin entrometerse en la vida ‘alos que hay que temer: capaces de envidia y de librico Tos hombres, pues esto serla un pecado de Aybris, un “exceso” y una soberbia intolerables para el orgullo divi- no. Pero alrededor del siglo V a. C. (en la época de la invencion de Ta democracia, de In flosofia socritica, de Ta estilizacion del_mico en Ja tragedia) cierta “mo- ralizacién” de los dioses viene compensada por la fintasmatizacién de los espiritus: intermediario ence Ta célera del dios yay: emia, el fantasma a veces corporizado en la Erinia que acosa a los vivos y les “chupa la sangre”— moldea el destino de los vivos, su_moira personal y, lo qué es mas importante, lo hace desde _adentro, se incorpora al vivo, en el sentido fuerte Sedente Iejano de la “posesién demoniaca’ que tance “ocupé y preocupé a la Edad Media. En la tragedia, la antigua doctrina de la intervencién psiquica, de la de- pendencia indefensa del hombre respecto de un poder sobrenatural arhirrario, adquiere un nuevo acento de desesperacién, un énfasis amargo en la futilidad de los propésitos humanos. Desde enconces, la fuente de nues- tro terror es interna (si bien habra que esperar al pensa- miento judeocristiano para que también lo sea su ori- tante de todas Ia Tr ra nuestro cuerpo vive una amorosa relacién de_intimi- ad con el _espanto, en Tr que el cuerpo mismo es Ta prenda, el rehén de una amenaza que puede hacerlo estallar ante cualquier contingencia, y su laceracién es el precio de la promiscuidad con lo fantasmitico: los ojos de Edipo deben ser arrancados porque se han vuel- ro con demasiada curiosidad hacia su propio interior, y alli ha encontrado no la sabia clarividencia del ciego Tiresias, sino el cuerpo horroroso que él ha macado, creciendo dentro de ¢l, haciéndose carne en él para re- cordarle que sigue siendo la carne de la cual provenia, Pero, en todo caso, Edipo es culpable directo. La_época clasica dard un paso mds con Ia i nemesis, por la cul Ta maldicién de los muertos cae también sobre sus Jrerederos moralmente inocentes, borrando la distincion entre culpa y responsabilidad. ‘A propésio de esta “interiorizacién” de la amenaza espectral, los antropélogos hablan de un pasaje de la “cultura de la Vergtienza a la culeura de la Culp cura de la-vatgiienza impone Un obrar acorde a las leyes tr y WD a wn sentimiento indiy ee an Sen sivorel héroe hamerico —pongamog menos sometido que el héroe trigico a los desig ~menos sometido que el héroe trigic destino, pere-ne-actiia impulsado Por motivaci colégicas, o por la btisqueda de felicidad. | Gncion que le ha sido asignada por cl orto malic que sostiene dicho orden, y Ta unica autorigada parm _ El héroe o-la-herofna trégicos, por su-parte, estin espeerencendes cigencis exes dela doxa'y las de los espe ue crecen dentro siivo. y que le Causa, atin sabiendo que la partida esti perdida de an- __-Srtifio: el combate entre Ancigona y Creonte ilustra acabadamente los conflictos de la transicién entre la cultura de la Vergiienza y la de la Culpa, Un conflicto que atafie, es evidente, ala cuestion del duelo: no puede haberlo en la confusién o la duda; es necesario ontologizar los restos para que ellos no sean la cartofia de los fantas- mas de la culp: tificar los despojos, localizar a los muertos. Un conflicto que, presumiblemente, anida en Ia subjetividad ator- mentada de todos los espectadores, que podrian estar —si una contingencia actualizara la potencia de su des- tino haciéndola necesidad—en el lugar del héroe trigi- co. De alli la funcionalidad de la katharsis, de esa ~“purgacién® de la posibilidad de una’contaminacién agniversal (miasma) que expulse_las-heces fantasmaticas a “TueVamiente al exterior, para que muertos y vivos reencueritfen sus lugares en un orden restaurado. Es ciergg: Ja passicipacidn carirtis también la fun- Cidade “socializar” la Culpa, de despertatla de su sopor En eespectadar. Pero su sabiduria aristotélica consi olverlos presentes, representables, iden- endistinguir la culpa potencial dete culpa actual GOO” da): por 50 Togea resguatdar SU CITICET POM, y el GS BaDTo del castigo Ur Soa Tee ~Garderey_pabTico del castigo Te “ar que el sentimmTento te Tesponnabrldaal Teele ura de la Culpa se transformara en un fantasma univessal de contaminacion Sdeh que sus CueFpos fueran invadidos por un Terror igualador que proviene de su interior. La culpabilidad tragica todavia conserva ese rasgo de ver- gitenza social tributaria de la constitucién del “superyo cultural” que Freud intenté rastrear desde Totem y Tabs hasta El malestar en la cultura. La catarsis, por lo tanto, a beeen no es canfeciAn nareanale an nacién colectiva por medio rticipacién activa tragedia Otra vez: serd la secuencia pecado / confesion~ T arrepentimiento, intioducida por el cristianismo en. “teito estadio de la historia, la que, en el espacio de la “cultura, Togre-tr-havana de transformar la tesponsabili— dad individual en el fantasma intimo de la culpa priva- “Ga, sin posibilidad de discriminacién entre el Terror ‘publica y el que proviene del propio cuerpo. El pecado yO es tanto cristiano, @ diferencia del” mitaima Csi hereditario como “original”, y sobre todo es una condi. cidn de la voluntad: una enfermedad de la concienci intima del individuo El movimiento de “despolicizacién” psicolégica involucrado en el monoteismo cristiano —su ruptura de la “bella totalidad” clisica, que evoca Hegel— es, desde Juego, profundamente politico. Mis atin: se pue= de decir qué esa Pohtcayy conocemos Roy, que en aquel momento encuentra un huevo fundamento en la FeligiOn: en un re-ligare de nue- vo tipo entre las sujetos, en tanto estos ya no se deben a la_palic (espacio de inclusién de los dioses) sino a una Idea trascendente. Mejor dicho, en el cristianismo, a una Imagen trascendente que, como imagen del Orro absoluto, hace de Tercero garante de que jos aueos no ser purer apeclan Doe eps cuando se produzca la separacién entre Ta” teologia y el derecho! —en tanto légica de su constituciom: Pero la condicién de esa to por si mismo en amor a Dios (y luego al Estado, intimamente ligado a Dios desde Constantino), sin el cual se romperia el lazo que lo mantiene unido al Ga- rante a través de la red simbélica de las instituciones (la Iglesia, el Gobierno), y también a través de las gen: ciones. La ruptura del lazo puede ser la precipicacién en el Espantdtiebpropte citerpo poseido por sus espectias Spreernene tor Gee necesatio deel periédica- ectiante ta renovactan del Gee_de-amor cn ‘Otro: la_confesién, insticucionalizada como obligacién al’ menos anual por el IV Concilio de Letrin (1215), es el principal de esos recursos de renovacién nreme morosa din las Rey o por el (ceplicada en el plano estrictamente politico, Epocas, por el juramento de fidelidad voro ciudadano): es azaroso que también de esta época (fines del siglo XI'yprincipios del XII) date no sdlo la de reincerpretacién del derecho romano que por un ly 1abr lesa pontifcis ugar oer Turidico-poli- fica, y por otro inicia la corriente de racionalizacion y “modernizacion” politi I que producird, entre curas cosas, la qocion de Contato? No podemos saber. Jo: baste por ahora la ratacién de esa coincidencia, en la que tenemos derecho a sospechar las distintas ver- tientes de un dispositivo de individuacién basado en el lazo amoroso personal con la imagen del Poder trascen- dente, dispositive cuya légica es por lo canto homdloga para el Poder estacal Es interesante que el decreto sobre la confesién dis- vale th giguntets y soggy WSR oe he mados “laxistas” y “tigoristas’, a propésito de si para la “Wdminismacitrrtel-ferdén basta con el MeM Actes gatyro’ de la arricién (confesion y arr nto To Tepentimien 18 rr ivados por el temor al castigo), o es exigible el acto posicivo” de la contricidn (confesién y arrepentimiento > jnotvado poreh amor -a-Dios)*guncnuevo-auaraedel: _Zzgpetido pasaie entre la Vergiienza y la Culpa? Y es inte- resante asimismo que los “laxistas™ Finalmente triun- fadores en el debate, sin Mengua de que su “blandura* echara mano de la Inquisicién cuando hiciera falea— aconsejaran_al confesor ponerse ev ef lugar del peniten- te, mostrarle que el propio confesor es un pecador se- ‘mgante a él, hablarle dulcemence al principio_para ev les lo inhibiera de ir “hasta el fondo” de su_alm na eh ; nash busca de la gran_culpa, af dn de-una-semejaneg (traduzcamos: este llama- a la identificacién, atin en el sentido mis vulgar) se_ n nombre de una “seguridad” que se le debe ha “cer sent al penitnte seguridad, cobabilidad de ella, a cuanto alaabsol wala garantia del secreto de la confesiénnes- decir, en. cuanto ala reduccion de culpa privada, a dram@rtitini que no tiene por qué ser escu- HRS’ por otro que el Ocro, a través de los discretos oidos del confesor. ¥ es interesantisimo, finalmente, que vergiienza pill los laxistas recomienden al confesor el equilibrio entre bondad y firmeza que es propio de un buen “padre”: la idencificacién permite la confidencia, y el perdéin se condiciona al “poner limites” que recomienda la mejor pedagogia moderna. Eu todo caso, tanto el temor como el amor declara- dos en Ia penumbra intima del confesionario, remiten a la necesidad de una reconciliacién —por lo tanto, una acepracién de su presencia inevitable— con los fantas- mas internos, a un reacomodamiento del cuerpo que responda a la demanda de amor hecha por el Poder: no 19 én, pero en primer lugaren cuanto hay aqui “subjetividad colectiva” alguna que haga la ca- tarsis priblica del Terror; sélo la Palabra mais personal que puede haber —Ia confesién de amor incondicional al Otro absoluto— puede conjurar la amenaza de los muercos que exigen reparacién. La identidad encre el “superyo cultural” y el “individual” queda consagnada, y se puede hipotetizar que ella abre el camino “supetes- sructural” (que no podré ser recorrido tocalmente hasta la Modernidad, es decir hasta el eriunfo de la sociedad llamada burguesa) para lo que se suele llamar la privatizacién del hombre publico. Per segiin aquel barbado innombrable, recorrian Europa en 1848, es la herida abierta en el universo simbélico de la polis, por la cual se cuela lo real de una permanente amenaza del acontecimiento histético al orden eterno y estético de las cosas. Cuando la socie~ dad se resiste (aunque sea porque intuye que no puede) a cerrar aquella herida, es tarea del Poder procurar la sutura imaginaria, ideolégica, que deslice el dolor hacia el suefio dulce del Olvido, que reconcilie a los sujetos con esa nemesis tan fatal como la Historia misma. Por lo menos desde San Agustin hasta por ejemplo Rousseau, las “confesiones’ licerarias fueron, entre otras cosas, un buen pretexto para subjetivizar por la via de la vor indi- vidual una concepcién pretendidamente universal 0 universalizable del mundo y de la Historia. La prictica disciplinaria de la confesién seguida de arrepentimien- to, y la forma narrativa que le cortesponde, introducen una diferencia decisiva en Ia historia de la subjecividad occidental, En efecto, en el relato arcaico, en el mito, y 20 eli desde (otra vez) el fancasma del padre de Hamlet hasta los que, siempre -eSTH..— os codavia —aunque més estetizadamente, como acaba- mos de ver— en la tragedia griega clésica con su nocién de katharsis, el acontecimiento que supone la transgre- sién de la prohibicién mayor (desde la prohibicién del incesto al crimen contra la legalidad divina), este odio furioso que empuja al Cosmos a la posibilidad fan- asmatica de un retorno al Caos, este furor 0 desenfre- no abismal es ya el rasgo monstruoso que designa la pertenencia al Caos, y este slo puede ser evitado me- diance una reparacién del Orden perdido aceptada, consensuada y llevada adelante por la polisen su conjun- to en tanto soporte legitimador del Orden: Ja repara- cidn, la reconstruccién de la Verdad rasgada por donde se ha introducido el fantasma del Caos, es exceriorizada y colectiva, por lo canto politica. Con la introduccién por el cristianismo del relaco confesional, la reparacién de la culpa se hace interior, se individualiza, se despolitiza, en el sentido de que ya no es la polis la que disciplina al transgresor, sino que cada individuo se dis- ciplina a si mismo, en un acto sin duda mediatizado por reglas e instituciones pero esencialmente intimo y privado: ya no restaurando el orden del Cosmos, sino el de su autobiografia. El paso del caricter coral y del sig- nificado colectivo de la tragedia a la intimidad del drama individual que terminaré por dar lugar a ese gé- nero burgués por excelencia que es la novela psicolégi- racién del ca —culminacién del movimiento de sepa dividuo respecto del coro—, es también una transfi macién ideoldgica, aunque no pueda ser reducido a ella Asi, el disciplinamiento por la confesién —como lo ha mostrado Foucault— es instalado en la Cultura occi- dental por la teologia cristiana, y consagrado en la Mo- dernidad por la psicologia‘. Si antiguamente el indivi- duo se autentificaba socialmente como tal por su rela- 21 cién con instancias simbélicas exteriores (lazos de filia- cién, de alianza, politico-institucionales) ahora lo hace por el diseurso de la verdad que sea capaz de construir sobre si mismo: “La confesién de la verdad se ha inscripto en el corazén de los procedimientos de indivi- dualizacién por el poder.” La confesin —esponeinea 0 forzosa—, ha sido en Occidente un modelo de técnica para producir lo verdadero sobre elseif que funciona como via privilegiada de “autenticacién’” de los sujetos. En el limite, no importa canto la “autenticidad” del con- tenido de la confesién como el hecho mismo de que se produzca: si ya los “laxistas” opinan que la sola dispasi- cién a confesar es argumento para una predisposicién absolucoria, las purgas stalinistas —en las que la victi- ma sabe que el victimario sabe que la confesién habla de una ficcién, de una culpa inexistente, pero todos jucgan el juego— muestran que de lo que se trata es de que la victima se transforme en cémplice “voluncario” del castigo: lo que importa, como en una fi n kafkiana, es que los sujetos acepten ser soportes de una cierta légica, la de la enunciacién performativa de amor a Dios o al Estado, Los efectos generales de esa psicolégica recorten la literatura moderna (desde la escrieura memorialista hasta los ejercicios abismales de introspeccién yoica, para no mencionar la desagradable avalancha autobiogeéfica ac- tual) pero también Ia filosofia (aqui la tradicién empe- fa con Descartes y su énfasis en la buisqueda de la verdad por el “autoexamen”), y por supuesto una buena parte de la metodologia de las ciencias so ales (véase el éxito de las “historias de vida” y similares). La confe- sién como medio de autenticacién subjetiva es un in- tento por establecer canénicamente los nexos entre el sujeto del enunciado y de la enunciacidn: en términos 22 ¥-,0——_0—__—_—> nietzscheanos, un procedimiento para atarse a uno mis- mo mediante una promesa, un modo de auroproduccién y de autosujeciin de los sujetos. En el pensamiento poli- fico, ef resultado teérico sera el contrato, el pactum subjectionis por el cual cada “ciudadano” roma a su pro io cargo la autolimisacién de sus “derechos naturales”, eomien iva de su estado de yecto, asumiendo la culpa cons de caido fuera de la Nacuraleza (aunque esta no sea siem- pre —por ejemplo en la versién hobbesiana— una si- =a ‘ices, hay que tuacién paradisiaca): como se ve, pensar més cuidadosamente —o mejor: més sospecho- samente— la idea de que el contrato “laiciza” las for- mas de sujecién politica Es curioso, sin embargo, que en San Agustin —po- siblemente atin demasiado cercano al paganismo y a la visién clisica de la Culpa— todavia quede algo que, aunque pervertido por la utilizacién que el santo quiere que de ello haga el Poder incluso temporal, remite a la revancha de la sociedad, sin exculpacién por via del perdén. Hablando de la reparacién del pecado, dice San ‘Agustin: “A fin de que la belleza del universo no perma- € unto a la vergiien: nezca mancillada, es necesario que j de In falta no esté ausente la belleza de lav Hablar de la venganza (placer de los dioses codavia no del todo cémodos con el divino perdonar) en términos de “belleza”, no es mero afin estetizante, al menos no en el sentido moderne: cierta platénica equivalencia entre lo Bello y lo Bueno resuena junto al eco del Dios vengativo del Antiguo Tescamento. La belleza del amor a Dios en la civitas dei es el modelo que deberia regir el ordo politico: modelo imposible, inalcanzable, que en la civitas terrena tequiere a menudo, para aproximarse aunque sea a un remedo del ideal, de la fuerza de la Espada. En la mano del Emperador, la espada es el ins- nganza.” 3 erumento divino del /agos, y el instrumento de inculcacién del amor cuando ese sentimiento no surge espontinea- mente. La matriz del amor al Otro se desdobla en una dialéctica de una perfecta simetria: “Dos ciudades han sido formadas por dos amores: la terrenal por el amor a si mismo, atin hasta el desprecio de Dios; la celestial por el amor a Dios, atin hasta el desprecio de s{ mis- mo”. La espada de hierro que comanda en una no es mas que la forma terrena de la espada amorosa que regula [a otra, y la fSrmula para ambas es tinica: ordo est amoris, La violencia de la dominacién, lejos de ser con- tradictoria con la ternura del amor, es la otra cara de su continuidad —banda de Moebius— y es el “estimulo” necesario para pasar al amor al Otro y al consiguiente desprecio de s{ mismo. Y Agustin lo decia en serio: las Confesiones (nunca mejor llamadas) son el testimonio de su propio pasaje, la espada de su prop vuelta contra si mismo, Pero “venganza” a en Santo Tomés esa venganza seri sustituida por la més mesurada justicia, que desde entonces, como para el derecho moderno, significaré “datle a cada uno lo suyo”, y preferentemente que cada uno, también, sepa Jo que es suyo y lo que no, para lo cual se hace necesa- rio el llamado “examen de conciencia’, el “condcete a ti mismo” recuperado de Sécrates, y el “dalo a conocer a los otros” —agentes del Ozro absoluto—, :cémo? me- diance la confesién. Esta vasta empresa de individua- cién y aurodisciplinamiento que psicologiza la culpa y sustituye la Verdad indecible del Caos “politico” por el saber comunicable sobre el si mismo, tiene su nico correlato puiblico en el testimonio del mértir, testimonio cuyo fin ultimo no puede ser otro que el de obligar a los otros —a todos los otros—, mediante el ejemplo ofre- cido por el Poder, a hacer su propio “examen de con- 24 ’ _ ciencia” (a volver la espada contra si mismo, como mor al Otro), y por ese slo Agustin, por la justicia del gesto admitir la posibilidad de que todos seamos un poco culpables: de que todos nos supon; razones no para ejercer la justicia (ni mucho menos la 10s ciertas venganza) sino para remerla, y nada menos que de noso- ros mismos Y bien: este movimiento de transformacién de la Vergiienza en Culpa, de subjetivacién de la violencia del Poder asumida como autodominacién (que es cons- titutivo de una cierta forma de la subjetividad occiden- al) puede ser también pensado histéricamente como violencia de la legitimacién. Pero, entendamonos: cuan- do hablamos aqui de subjetivacién, y por lo tanto de sujeto, lo hacemos con una impronta que es, por ast decit, de raices freudianas (no se trata del “individuo", sino del sujeto como espacio dividido y transindividual) y de arborescencias alchusserianas: es la violencia de la interpelacién ideolégica —y su estrategia diferencial en cada etapa histérica— la que constituye al sujeto como tal en su autoevidencia culpable, y “nacuraliza” su vincu- Jo con las estructuras igualmente histéricas de domina- al menos a partir de cierta época de la cién. No hay hiscoria occidental— dominacién sin una cierta forma cierto punto de subjetividad que acompaie y ha “consensue” los discursos de interpelacién dominantes del Estado y las clases hegeménicas. Es a Ia interrogacién de esa forma de violencia “na- turalizada” que creemos deberia abocarse la ast llamada ca, ya la que queremos dedicar el resto de ciencia pol este ensayo. Es casi obligatorio partis, como suele suceder, de un dato cronolégico. Estamos llegando a nuestro fin de 25 siglo. Es un daco objetivo, innegable, aunque discut ble: para Eric Hobsbawm, por ejemplo, este “siglo cor- fo" que comenzé con la Gran Guerra de 1914 ya finali- 26 con la caida del Muro de Berlin en 1989. Part Toni Negri, mds exagerado, directamente no existié: el siglo XIX termind en Mayo del 68, que es cuando empead el siglo XXI. Lo cual, cuando uno es lo suficientemente ozudo como para seguir confiando en el calendario, nos envia al limbo del —llamemoslo asi— “encresiglo™ ciudadanos de la Nada, habitances del paréntesis, paté- ticos viajeros de ese espacio gramsciano entre lo que ya murid y lo que atin no nacié: terricorio inexistence pero devastado y yermo como la Zona del Stalkerde Tarkovsky. gqué hay enterrado en ese cementerio ubicuo del “entresiglo"? El repertotio de los pasados a mejor vida es harto conocido: la Historia, las Ideologtas, el Mar- xismo y todos los otros Grandes Relatos, el Sujeto, el Ante, las Vanguardias, y cualquier otto proyecto mds 0 menos grandioso capaz de ser obituado por lo que Jameson ha llamado la Mania Postmoderna de anunciar el fin de todas las cosas®, “Mania” también en su senti- do psicopatolégico: euforia injustificada y renegadora que en el silencio de esa tierra baldia de hombres hue- Cos vocifera sobre los criunfos universales del entresiglo Principalmente, triunfo del capitalismo de mercado (como si hubiera otro, con o sin “regulacién’), y de su correlato politico-institucional, la Democracia Por supuesto, hay problemas, incluso fantasmas que no pertenecen, enrendémonos, a la Historia, pues- to que esta ya no existe—: un; a cierta violencia, localiza- dla difusa, se deja sentir através de los esfuerzos paci- ficadores de la democracia neolib: al: no se trata ya solamente de Bosnia-Herzegovina, Rwanda o Chechenia (después de todo, esos territorios prescindibles son slo 26 restos de barbarie arqueolégica de-los tiempos en que habia historia): se trata de los grupos neonazis en Ber- iia, Roma o Londres, de la renovada violencia de los fandamentalismos nacionales, étnicos y religiosos, o de bombas en las primermundistas ciudades de Buenos Aires y Oklahoma. Desde luego, nada de esto es —aunque incente disfrazarse de tal— politico: ta politica, se sabe, ¢s lo contrario a la violencia y a la guerra, mal que le pese al pesimista Von Clausewitz: la politica es paz, con- senso, acuerdo, contrato, didlogo, respeco, comunica- cién. A lo sumo, algunas astutas mentalidades progre- sistas seacreverin a hiporetizar que hay una forma larvada de violencia en lo que se llama “injustici social”, un poco preocupantemente incrementada hoy en dia, es cierto, por aquel triunfo del capitalismo neoliberal. Pero no hay por qué dudar de que el modesto Sentido Co- miin (que hoy, afortunadamence, ha venido a sustituir a la soberbia Razén) sabra superar finalmente estos obs- téculos, y terminaré por imponerse alguna forma de “transparencia comunicativa” habermasianamente consensuada, que vencerd a los intereses materiales de las clases dominantes, a la irracionalidad de las diferen- tes formas de violencia, a la exclusién fisica, econémica y cultural de millones de seres impuesta por el modelo de acumulacién hegeménico, a la destruccién ecoldgica del planeta, y-a ln eansformacién de las (bienvenidis y arduamente conquistadas) instituciones democriticas en farsas al servicio de la concentracién del poder y la corrupcién de las asi llamadas “clases dirig H. blando, ya se sabe, la gente se entiende —aunque esto, como pensaba Baudelaire, sea lo peor que les pueda pasar: por entenderse demasiado, los hombres cermi- nan matindose entre ellos. O sucederi, cal vez, que los “particularismos” de las “posiciones de sujeto” —siem- 27 pre cambiantes— de Laclau encontrarin la mianera de hacer convivir sus diferencias en una democracia siem- pre radicalmente renovada. Si lo de més arriba le suena a aiguien como una caricatura sardénica y cruel, es porque eso es lo que es: no otra actitud se merece el abandono, por parte de ciercas corrientes dominantes del pensamiento politico y social, del realismo ctitico y la racionalidad licida que caracteri26 siempre a los mejores exponentes de ese pensamiento, a través de toda su historia e indepen- dientemente de sus diferencias teérico-ideolégicas: de Platén a Hobbes, de Maquiavelo a Marx, de Weber a la Escuela de Frankfure, de Carl Schmitt a Foucault, de Hegel a Sartre, y cualquiera de los otros grandes nom- bres que el lector pueda agregar a esta lista segtin sus preferencias personales, ninguno de ellos se hizo jams la mas minima ilusién sobre la posibilidad de combatir -0 siquiera de comprender— los conflictos del poder sobre la base de las buenas intenciones, Ia buena volun- tad 0 la disposicién al didlogo de los sujetos cuyos inte- reses (materiales y/o simbélicos) estaban comprometi- dos en tal conflicto: ni siquiera “bellas almas” de la tall: de un Rousseau 0 un Kant llegaron tan lejos en su opti- mismo voluntarista como para no ver que las relaciones, sociales y politicas estin permeadas por la lucha de in- tereses, la violencia, y eso que Nietzsche —aunque en un contexto y con un alcance distintos al uso vulgar que se hace de ese tétmino— llamé “voluntad de dominio”. La renuncia al andlisis de esta dimensién esencial de la prictica politica, atravesada por formas diversas de vio lencia explicita o implicita, equivale a la renuncia a plan- tearse de verdad. la “naturaleza” de nuestro mundo, de nuestras relaciones sociales y de los sujetos que esas relaciones producen: es una renuincia que en aras de un 28 =: sgensamiento débil” que recusa los “grandes relatos’ de la modernidad (y que sin duda, no es cuestién de megar- deben ser revisados y sometidos a la critica més lo. ipoplacable desde el interior de su propio horizonte, y no desde un abandono por otta parte ilusorio de toda for- tna de racionalidad totalizadora) parece renunciar al pensamiento sour cour, asi como a la perspectiva mis- rere -codo lo utépica que se quieta— de producir unas reaciones sociales y un mundo diferente al presente. Negarse aver y a entender, hasta donde sea posible con nuestras actuales herramientas tedricas, la violencia cons- Teutiva de lo politico, su cardcter (consciente o no) de tarrategia de dominio, puede tranquilizar nuestras con- Srencias bondadosas pero no nos haré avanzar un mili metro en la denuncia y la erradicacién de esa violencia y ese dominio “ "Y con ello no estamos diciendo que Ia politica sea solamente eso (Jo que en tiltima instancia nos conduci- riaal despropésito, en el que no pocos cayeron, de igualar las dictaduras sangrientas o los regimenes fascistas con Ia democracia liberal): pero si estamos diciendo que en las condiciones historicas en que se ha dado Ia politica hasta hoy, ex forma parte indisoluble de ella, incluso bajo el imperio de las democracias, y mucho més en nuestras actuales democracias neoconservadoras en las aque en pleno funcionamiento de las insticuciones demo- criticas, se arroja a la mayoria de la sociedad en los abismos de la desesperanza y la desilusién, cuando no directamente del hambre y las pestes fisicas y morales. Y estamos diciendo también que, més alla (0 més aca) de las objecivas “correlaciones de fuerea’, esa violencia es también posible por el multisecular proceso de subjetivacién que ha transformado la Vergiienza en Culpa, y que nos ha transformado en una clase muy 29 sujetos que pa (y, a veces, su Confesién y Arrepe, forma de la domi 6 la En lo que resta de este trabajo, y sin la pretensién de initas posibilidades de especial 1n sobre un tema vastisimo y compl iones entre violen cién (estatal en primer término, pero ta mica, social y cultural) y préctica y teoria pol Notas ‘Ce. ica, Dodds, E. Rs Los gregos lo irracional, Madtid, Alianza, 198 tragique, Patis, Maspero, 1978; Vernane, Pensamiento en la Grecia a >Ch De 5 CE Der 1995 a toda esta problem Pierre: Mito y “Foucault, Michel: Historia de la sexu Siglo XX1, 1982. lidad (T. 1), Méxic * Jameson, Fredric: Ensayos sobre el postmoderni Aires, Imago Mund 30 Capitulo Uno DEL CARACTER CONSTITUTIVO DE LA VIOLENCIA EN LA POLITICA ) da de manera completa, nuestra primera icuti Enut cesis rezaria como sigue: La violencia es cor rdetica politica, porque es fundadora de la juridicida a de Este dictum de Freu ta extender a la sociedad hi rfa del rol estructurante de plejo de Edipo, le sirve a su autor, en Totem j como corolario de su relato del mito de la Horda Pri- mana en su c caleura que tiene el com- te0- mitiva, segtin el cual los miembros horizon horda (“hermanos” iguales entre si) ase ("protopadre” despético) para obtener el as mujeres (“madres”) monopolizadas por él. La cul pa rettoactiva por el crimen instaura la Ley, por la cual son ahora los propios hermanos los que, voluntariamen- te, se vedan el acceso a lo prohibido, Las resonanci hobbesianas de este relato de un “estado de naturales’ violencia son indudables, y cen- llo cuando nos ocupemos de |: en el Estado original signado por dremos que volver a cuestién de la subjerivacién de violen moderno. Limitémonos por ahora a decir que no nos teresa tanto, en nuestro contexto, examinar la verdad histérica 0 antropolégica del mito (que es muy discuti- ble) como su valor metafirico y simbélico para dar cuen- 31

You might also like